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Hombres, masculinidades, emociones

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En busca de la masculinidad y las emociones en La Granja

La investigación sobre la que se basa el presente capítulo no es sobre la vida en prisión o sobre la regulación de las emociones de los varones en la prisión, sino sobre las trayectorias delictivas de hombres jóvenes que cometieron delitos de alto impacto y sobre el papel de las emociones en la comisión de sus delitos.

El vínculo de las emociones con el crimen no es únicamente en función de las características psicológicas individuales asociadas a la personalidad, o de actitudes, creencias o formas de comportamiento personales, sino que están ancladas de forma más compleja tanto en la estructura social como en los contextos sociales, económicos y de cuestiones de clase (Gordon, 1990).

Los efectos de amplia escala de la estructura social sobre las emociones y de las emociones sobre la estructura social son mediados a través de dinámicas de grupos intermedios o instituciones en las cuales participa el individuo directamente, por ejemplo: la familia, los grupos de pares, la escuela o la prisión.

Para Gordon (1990) una estrategia que permite conectar el nivel estructural con la personalidad individual es mediante el análisis de las emociones a partir de cuatro componentes: 1. Sentimiento; 2. Gestos; 3. Conceptos relacionados con la emoción; y 4. Normas que regulan/modulan la emoción.

Las emociones implican una serie de aspectos concatenados, donde intervienen sensaciones físicas, gestos y movimientos, dependiendo de una situación dada o una relación. Esta secuencia genera lo que conocemos como cultura emocional (Gordon, 1990).

Si bien los sentimientos y las emociones no siempre han sido estudiados explícitamente en la literatura sobre masculinidad y crimen, no significa que no estén presentes en los relatos de este campo de estudios.

Rodrigo Parrini (2007) da cuenta de que la adaptación de los hombres en reclusión pasa por la tristeza, el miedo y la rabia. Un ejemplo más nítido de la experiencia emocional de quienes cometen delitos es la que presenta Philippe Bourgois, en su libro En busca de respeto: vendiendo crack en Harlem, cuando narra cómo Big Ray, el líder de los vendedores de crack que investigaba, se llenó de vergüenza y de ira cuando le pidieron que leyera una nota en el periódico donde Bourgois aparecía. Cuando el resto de la pandilla apoyó la idea, diciéndole a Big Ray en coro: «¡Lee, lee, lee!», ya era demasiado tarde para evitar exhibir el hecho de que Big Ray no sabía leer y ello le provocaba una infinita vergüenza (Bourgois, 2003, 2010, pp. 50-51).

Además de la vergüenza, el miedo al fracaso, la intimidación, el hastío, la soledad y la venganza confundida con justicia son emociones que tienen una gran densidad moral y que aparecen en la mayoría de los relatos de los entrevistados. También el odio, como vehículo para aniquilar adversarios o familiares, es una emoción que aparece en algunos relatos relacionados con el crimen.

Un día, El Maniaco, uno de los jóvenes que conocí en La Granja, me contó que la razón por la que estaba ahí era por una riña que terminó en un homicidio. Asesinó con un bate y un martillo a un joven que peleaba con su novia. El Maniaco quiso defender a la muchacha a la que apenas conocía, y ocasionó un conflicto mayor entre dos grupos de la comunidad.

Cuando vinieron a buscarlo, tenía tanta adrenalina, me dijo, que se le dejó ir a la cara con el bate y el martillo. Me confió también que había intentado matar a su propio hermano porque lo odiaba. Su hermano colmaba su paciencia humillándolo y haciéndolo desatinar. La gota que derramó el vaso para que esa idea pasara por su cabeza fue cuando le tiró su celular y su droga a la basura. El Maniaco quiso matarlo, pero se contuvo, me dijo con serenidad que se había controlado «nomás por sus carnalas».

La cultura emocional no solo se disemina a través de productos culturales, como la música y las películas. También las emociones se reproducen, modifican la estructura social, motivan comportamientos, comunican con y sin palabras, constituyen los valores de las identidades y dotan de sentido al temperamento emocional, al igual que al estilo personal de los sujetos. Hacen, como dice David Le Breton (1999) que estemos «afectivamente» en el mundo.

Los hombres de La Granja adquirieron su cultura emocional de manera informal, con cuestiones simples y sencillas de imitar, con sus primos, tíos o vecinos, a través de ideas y recursos para burlarse de quienes mostraran cierta debilidad y protegerse de no ser ellos los sujetos de burla. Aprendieron y aprenden de lo que dicen las canciones que les gusta oír. No quiero afirmar con esto que asimilen de forma acrítica lo que se presenta en las letras de las canciones. No. Negocian y modulan los contenidos que escuchan. Aceptan parcialmente los contenidos culturales y pueden estar de acuerdo o no con las premisas que ofrece la industria musical. Muchos de ellos comparten el sentido emocional que se imprime en productos culturales como canciones, películas, marcas de ropa y personajes del hip-hop: historias de violencias y rechazo en el mundo de las drogas, así como competencias por ser mejores que los contrincantes y pares.

De los productos culturales aprenden también posturas, miradas y un complejo repertorio que enriquece la performatividad de género, como la entonación de la voz, las diferentes maneras de sostener o dotar de intención a la mirada, la tensión muscular para enfatizar la musculatura, el levantamiento de la mandíbula y un rictus particular de desafío que corresponde con las emociones que experimentan.

Los once entrevistados que participaron en el crimen organizado, coincidieron en que fueron sometidos a pedagogías y disciplinas basadas en violencia y control emocional: tablazos y cachetadas, además de represión del miedo y modulación de la paranoia, que constituían la formación integral de quienes formaban parte de estos grupos.

De los tres entrevistados que cumplían condena por parricidio, dos declararon que el consumo de sustancias (cristal y alcohol) detonaron la agresión, llevando sus emociones al límite. En uno de los casos el terror de que un miembro del crimen organizado les hiciera daño a su mamá y a su abuela hizo que fuera él quien las asesinara para evitarles una tortura mayor, aunque más tarde se daría cuenta de que tal amenaza solo ocurría en su imaginación.

Otro de los casos fue el del joven que, atemorizado y lleno de rencor, quiso evitar la agresión de su padre contra su madre y terminó por clavarle a su padre una navaja en el pecho. Según me relató, llevaba dos años torturado emocionalmente por las discusiones entre sus padres, apenas dormía y su rendimiento escolar había cambiado por completo.

Del total de los casi cuarenta internos en La Granja, al menos la mitad ha pasado por el área clínica, que se encarga de darles terapias contra las adicciones. La exposición a estas terapias conduce a que los muchachos interioricen frases, ideas y enunciados con los que explican, justifican y razonan su proceder.

Dado que la mayoría de la ideología que incorporan a su discurso proviene de la psicología, la autoayuda y el pensamiento religioso, es común que atribuyan lo negativo de sus acciones a «la impulsividad, la adrenalina, las drogas y las malas compañías».

Paradójicamente, la culpa no es un sentimiento que aparezca en los relatos de los hombres en prisión. Cuando le pregunté a uno de ellos si había sentido culpa por haber participado en el homicidio y la violación de un rival, me respondió con una serenidad que me dejó perplejo: «de que lloren en su casa a que lloren en la mía…que lloren en la suya».

La autopreservación y la agresión acompañan de manera tenaz los relatos de los muchachos. La relación simbólica y material que establecen estos hombres con los «contras» o con los de «otro barrio», es muy compleja, pues no existe claridad acerca de cuál es la frontera real o simbólica que los adscribe a cierta pertenencia, la cual conlleva a su vez una serie de supuestos culturales como la venganza o la lealtad, que se asumen, heredan y transmiten en los cambios generacionales de cada barrio.

En gran medida, los jóvenes sentenciados provienen de estratos socioeconómicos medios y bajos, la mayoría de barrios y colonias populares, donde la cultura barrial demanda competencia y adhesión emocional. Las emociones que se producen en el barrio —que interpretan como «adrenalina»— son indicadores de que los actores sociales están implicados en su mundo y poseen una cultura emocional compartida.

Rodríguez Salazar (2008) describió las emociones como irruptivas, urgentes, dinámicas, flexibles, cambiantes, combinables y susceptibles de incitar a la acción: tienen antecedentes cognitivos, son orientadas hacia un objeto o circunstancia, producen cambios fisiológicos y tienen una valencia: placer, dolor, alegría o tristeza.

En el discurso de los entrevistados se vuelve difícil registrar matices o grados cuando hablan de sus emociones, se apela al uso de metáforas, al «caló barrial», que les hace recurrir a recursos como andar «bien pilas» o «bien vergas» cuando están felices, o «andar peido [molesto, irritado]» cuando están molestos.

Las emociones comienzan a cobrar una complejidad mayor cuando relatan aspectos relacionados con sus familiares, amigos y esposas, en el caso de los que están casados. El abandono, en algunos casos, y el sentimiento de injusticia, en la mayoría de ellos, permiten vislumbrar aspectos más complejos de la vida emocional, como el miedo, la vergüenza, la ira y el deseo sexual o de venganza.

La envidia, por ejemplo, es central en muchos de los relatos. Ser sujetos de envidia no es algo negativo, sino que es algo que esperan que les suceda, y narran con orgullo el que otros se las tengan. Con base en ella, sientan las bases para los relatos de conflicto con otros hombres, fuera o dentro de prisión. No pocos de ellos aducen que son envidiados, sin importar si cuentan en realidad con cualidades o bienes susceptibles de envidia. La norma es: asumirse envidiados, pero nunca reconocerse como envidiosos.

 

Como parte de las entrevistas realizadas en campo, busqué conocer las motivaciones principales que los llevaron a cometer el delito por el que fueron sentenciados. Pregunté también qué se sentía o qué habían sentido en ese momento.

Encontré que además de la motivación instrumental, que era la que normalmente declaraban, había también una motivación emocional que los condujo al delito. En la Tabla 2 presento la relación de los hombres y sus motivaciones, hay en la tabla una columna intermedia porque considero muy relevante la relación de las motivaciones con los grupos y contextos en que se cometen delitos.

En la Tabla 2 agrupé a los entrevistados en función de su participación en: grupos del crimen organizado; pandillas juveniles y grupos delictivos incipientes; y, por último, en quienes habían cometido el delito apenas con un cómplice o en solitario.

Si bien hay emociones, como la vergüenza o la envidia, que se encuentran únicamente en uno de los grupos, hay otras emociones, como el miedo, la ira o la adrenalina, que aparecen en los tres grupos.

Además de las emociones relacionadas exclusivamente con la comisión de los delitos, aparece otro repertorio emocional en sus relatos. La angustia, la rabia, la humillación, la minimización, la vergüenza, la culpa y la gratificación son emociones que tienen un papel decisivo en la configuración de la masculinidad. En mayor medida, las emociones experimentadas son negativas, con excepción de la gratificación, la cual aparece principalmente en relatos donde se burlan o castigan a otro hombre.

Tabla 2: Motivación en el delito por grupo de entrevistados


EntrevistadosGrupoMotivación
InstrumentalEmocional
1El Cala, Muletas, El Primo, El Púas, El Popotillo, El Abismo.Hombres que participaron en el crimen organizado (bandas de roba autos, grupos dedicados al secuestro y grupos dedicados al narcotráfico)Dinero, armas, dominio territorial, castigo, justicia, competencia, solidaridad identitaria.Venganza, ira, envidia, celos, orgullo, miedo, ambición y entusiasmo (adrenalina).
2Andi, Jiuston, El Gordo, Pepe, Said, Rul, Bailón.Hombres que participaron en pandillas o grupos delictivos incipientes.
3El Rostro, Mora, Baldo, Dani, El Ruso, Alejo y Garrobo.Hombres que cometieron delitos de forma aislada (primodelincuentes o no vinculados a una organización criminal).Solidaridad, justicia, protección, defensa.Miedo, vergüenza, culpa e ira, emoción (adrenalina).
Nota: los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de los entrevistados.

Tanto en lo instrumental (por qué cometieron el delito) como en lo emocional (la emoción que sintieron cuando lo cometieron o el impuso que los llevó a cometerlo), vale la pena insistir, aparecen también las emociones como registros colectivos, refrendados en los pactos familiares, al igual que en los grupos criminales y pandillas.

El análisis de emociones que se llevó a cabo fue sobre la base de testimonios de homicidio, robo y secuestro, pues no había en La Granja sentencias por extorsión, y el tema de la violación era eludido por quienes habían sido imputados por ese delito.

En los casos de violación, la emoción que aparece durante la entrevista es de pudor y vergüenza. La mirada baja y buscan cambiar el tema. Siguen siendo cordiales, su tono de voz apenas disminuye, no se molestan o se sienten agraviados, más bien se disminuyen, buscan eludir el relato a cualquier costa.

Si en los otros delitos eluden o trasladan la responsabilidad a circunstancias adversas y golpes que no debieron ser letales, el delito de violación no deja lugar a eludir su responsabilidad, entonces, lo que eluden es el relato. Prefieren narrar otros detalles, el otro delito por el que fueron sentenciados, o abiertamente omitir que dicho delito está en su carpeta, como me sucedió con Jiuston, que omitió mencionar que además de por homicidio se le había sentenciado por violación.

Conclusiones

Para Seidler (1998), los hombres deben suprimir las emociones, los sentimientos y los deseos mediante autorregulación y autodisciplina; sin embargo, es necesario apuntar que la supresión, la regulación y la autocontención de las emociones no son procesos psicológicos o intrapsíquicos individuales realizados voluntariamente, sino que dichos procesos se instauran socialmente a través de grupos e instituciones con quienes socializan los hombres.

Lo anterior me permite afirmar que las emociones en la esfera del delito cumplen una función muy importante que es gestionada con pares, grupos de esquina y grupos de crimen organizado que despliegan pedagogías muy efectivas para controlar el miedo, orientar la rabia y sancionar tanto la indiscreción como la traición.

El que los entrevistados narren un repertorio emocional, no significa que experimenten procesos reflexivos profundos en torno a dichas emociones, no siempre saben reconocerlas, o bien, las usan como justificación y detonante de su participación en conductas ilícitas. Uno de ellos, Dani, me permitió ensayar sobre esta idea a partir de lo que me dijo sobre el amor:

Yo he entendido algo, yo no sé diferenciar lo que es amor de lo que es capricho. O sea que te encaprichas de una mujer, de querer tenerla, de querer estar con ella, pero así de enamorarme-enamorarme, no creo que me haya enamorado. (Dani, 20 años, sentenciado por homicidio y violación).

Quienes usan las emociones como justificación o detonante de comportamientos ilícitos, invariablemente los asocian con la tensión objetiva experimentada en contextos familiares o de pareja, como es el caso de Rul, Pepe y Alejo:

[Cuando su mamá confesó que se iba a vivir con otra pareja] sí me dio pa’ bajo, sí me agüité con la separación de mis padres… ahí fue prácticamente donde yo empecé con mis cosas. Pues mi mamá decía que trabajaba, pero se iba con su pareja a vivir. (Rul, 21 años. Sentenciado por robo).

Duró como unos tres años, sin saber nada de ella… pos lo que es, yo sí me amargaba… «ayúdenme a buscarla», les decía a mis tías… «¿qué onda, no, onta mi mamá?» ¿edá? [cuando volvió tres años después] Me quiso abrazar y yo: pos hazte pa’lla. [le pregunto que si tenía resentimiento] Sí. Pos yo sí necesitaba a mi jefa. O sea, que si ella fuera estado con nosotros, pos no sería así. (Pepe, 19 años. Sentenciado por intento de parricidio).

Alejo: Has de cuenta que a veces pasaba días sin dormir, no por la droga, sino por el estrés, haz de cuenta que vivíamos con mis jefes en la casa, y ellos se encerraban, y veía cosas, que se peleaban, y me la pasaba ahí pegado toda la noche [hace un gesto con la mano en la oreja como de que está oyendo a través de una pared].

Paulo: Cuando dices estrés ¿qué era lo que sentías?

Alejo: pos has de cuenta que acelerado, frustrado, así, angustia de no saber qué es lo que seguía [de las discusiones entre sus padres]. (Alejo, 22 años. Sentenciado por parricidio).

A quienes la tensión subjetiva que experimentan —percepción, paranoia, fallas y distorsiones en la interpretación de la realidad— les conduce a cometer ilícitos, como es el caso de Mora (parricidio) y Bailón (violación y homicidios), el consumo de droga y alcohol tuvo un papel importante tanto en la valoración del contexto como en el impulso que les condujo al delito.

Los breves ejemplos que muestro tienen la intención de ilustrar que existe cierta falta de competencia emocional para escudriñar de forma más profunda en las propias emociones, y cómo esa falta de competencia en los jóvenes sentenciados deriva de una cultura que enseña a los hombres que no deben explorar sus necesidades emocionales, aunque paradójicamente los someta a intensas pedagogías sustentadas en la emoción.

Aunque ya he enfatizado que la investigación no versa sobre la vida en prisión, la vida emocional de los jóvenes entrevistados tiene un mayor equilibrio y sentido, aun con los conflictos y las violencias propias de la vida en prisión. Esto se debe a que son sustraídos de las vicisitudes emocionales que experimentan en sus contextos familiares y comunitarios.

Es necesario reiterar también que tanto el abordaje teórico de la masculinidad como las teorías de la sociología del crimen y la teoría sobre emociones constituyen un repertorio imprescindible para el análisis sobre la participación progresiva de hombres jóvenes en delitos de alto impacto.

La relación que existe entre emociones negativas, que están presentes en muchos de los delitos por los que reciben sentencia, todavía demanda una explicación más sofisticada de las humillaciones y agresiones que pudieron haber experimentado en el pasado y ser causa de acciones en el presente.

El reto es aún mayor si quiere conectarse la investigación de masculinidad, emociones y crimen, con políticas públicas dirigidas a disminuir y mitigar los delitos en ámbitos de mayor incidencia, pues deben considerarse además de distintos niveles de atención preventiva (de primera y segunda infancia, adolescencia y juventud), tratamientos que permitan atender, sancionar con proporcionalidad (bajo una lógica de reeducación que trascienda los grupos terapéuticos) y acceder a la reinserción social, en el caso de la población en reclusión, así como la generación de programas específicos con instituciones educativas, de salud, de desarrollo social, en los institutos de mujeres y familia y para la población de varones en vulnerabilidad y riesgo de comisión de delitos.

Los abordajes teóricos de rango medio, como la teoría general de la tensión, la teoría del control social y la teoría diferenciada de asociación-aprendizaje son idóneos para la reflexión sobre la masculinidad y el delito; sin embargo, es recomendable reformular hipótesis y modelos teóricos acordes con los contextos específicos de investigación e intervención, pues dadas las circunstancias actuales del crimen, las motivaciones de quienes secuestran, extorsionan, violan y cometen actos como la desaparición y la inhumación clandestina10 demandan abordajes innovadores y multidisciplinares.

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6 El concepto de masculinidad hegemónica ha sido en los estudios sobre hombres y masculinidades un concepto muy influyente, pero que ha traído consigo numerosos debates donde fue necesario que Connell y Messerschmidt hicieran precisiones, dado el cúmulo de interpretaciones equívocas. El uso de la masculinidad hegemónica transitó, desde mediados de los ochenta hasta mediados de los años dos mil, de un modelo conceptual con una escasa base empírica hacia un marco más amplio de discusión sobre la investigación y el debate sobre hombres y masculinidades.

7 Uso el término performatividad en el sentido de Butler (1988), quien refiere que el género es una identidad constituida tenuemente en el tiempo, a través de actos repetidos estilizadamente. Mediante la estilización del cuerpo se instituye el género, el cual puede ser comprendido como una forma mundana en la cual los gestos corporales, los movimientos y las afirmaciones de diferentes tipos (discursivas o gestuales) constituyen la ilusión de un Yo sexogenérico permanente.

8 La concepción moderna de juventud, que separa al adolescente y al joven del adulto, surge a partir de la obra Emilio de Jean Jacques Rousseau, publicada en 1762. La juventud es diversificada en tres vertientes: pedagógica, psicológica y social (Pérez Islas, Valdez González y Suárez Zozaya, 2008, p. 9)

9 En el caso colombiano, por ejemplo, los estudios sobre jóvenes comenzaron en 1994, y su repertorio temático abarcó las identidades, las pandillas, las búsquedas culturales, las cuestiones comunitarias y la diversidad identitaria, en relación con la escuela, la política, los consumos culturales y el trabajo sexual. En términos metodológicos, la historia de vida y el relato testimonial es lo que prevalece, a diferencia de las propuestas teóricas que son dispersas pero que pueden aglutinarse en la exploración de la violencia a la identidad, el abordaje político-cultural y finalmente en el que va de las instituciones a los sujetos (Perea Restrepo, 2008).

10 La desaparición y la desaparición forzada (a manos de agentes del Estado: policías o militares) son términos recientes en el vocabulario delictivo en México. Cobró relevancia a partir de la desaparición forzada de los estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa en el año 2014.