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Hombres, masculinidades, emociones

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Apropiación crítica de la categoría masculinidad hegemónica

Del conjunto de los artículos analizados, un número reducido hace un ejercicio de problematización de la categoría masculinidad hegemónica. En ellos, se contrastan formas de configuración de la masculinidad en grupos de hombres particulares, esto es, estudiantes afroamericanos en contextos de predominio de población blanca en Norteamérica (White y Peretz, 2010), (ex)militares israelíes (Green, Emslie, O’Neill, Hunt, y Walker, 2010; Kaplan, 2007), enfermeros de unidades hospitalarias en Norteamérica (Cottingham, 2015; Wu, Oliffe, Bungay, y Johnson, 2015) y londinenses practicantes de meditación (Lomas, Cartwright, Edginton, y Ridge, 2013), explorando las emociones que se apegan o no a una concepción hegemónica, asociada por una parte a la restricción emocional, y por otra, a la expresión de emociones que reafirman dicha configuración hegemónica (Green et al., 2010). Se podría decir que ponen en tensión las variaciones de configuración de masculinidad que los sujetos adoptan para identificarse a sí mismos como masculinos (hegemonía vs. subalternidad) a partir del análisis de las emociones (Lomas, 2013, 129).

Los hombres afroamericanos identifican el contexto racista universitario que se conjuga con el género, con la masculinidad, dando como resultado una doble subordinación, evidenciando las repercusiones que esto conlleva, pero no solo eso, sino también la manera de sobreponerse a dichos contextos y prácticas, disputando la representación simbólica de lo que se considera como lo hegemónicamente masculino a partir de las emociones (White, 2010, p. 148).

Indistintamente de los contextos, todos evidencian el rejuego hegemonía vs. subalternidad. Se disputa el mundo simbólico. Lo que se propone, sin hacerlo explícito, es la legitimidad social, el forcejeo que implica por una parte la descalificación de aquellos hombres que desafían el orden heteronormado y hegemónico, que a su vez responden con señalamientos de lo perverso y lesivo del sexismo opresor del que son objeto los propios hombres que se sujetan al status quo. Se podría decir que, a partir de la discusión sobre emociones y masculinidades, estos trabajos evidencian fisuras en la configuración hegemónica de la masculinidad en los distintos contextos que analizan.

También hay que hacer notar que no todo es un juego de contraposiciones, sino que existen continuidades, esto es, aceptación y a la vez cuestionamiento y rechazo de elementos intrínsecos de las emociones como constitutivas de la masculinidad hegemónica, de la forma en que dejan entrever algunas de las experiencias de exmilitares israelíes (Green et al., 2010; Kaplan, 2007).

El concepto masculinidad hegemónica tomado acríticamente

Otras investigaciones utilizan el concepto de masculinidad hegemónica sin problematizarla. Se podría decir que se hace referencia a un tipo ideal enmarcado en un contexto social particular o un grupo. Puede tener un tinte estereotipado, por tanto, con características que responden más a un imaginario o a una visión normativa, esto es, el deber ser, que se toma como parámetro, como referencia de contrastación de hallazgos y a lo que se refiere como masculinidad hegemónica. En este sentido, se mencionan distintas características de ser hombre como: heterosexual, trabajador, blanco, conservador, limitado en su expresividad emocional, que mantiene un comportamiento agresivo, dominante con su pareja (mujer), exitoso, fuerte, confiable, capaz, en control de sí y de su entorno, protector, independiente. Cada estudio enlista algunas de ellas y las relacionan con distintos fenómenos, por ejemplo el suicidio o el intento de suicidio (Adinkrah, 2012; Cleary, 2012); el envejecimiento (Apesoa-Varano, Barker, y Ladson, 2015; Bennett, 2007; y Canham, 2009); la provisión de cuidados de papás a hijos e hijas (Brussoni, Creighton, Olsen, y Oliffe, 2013; Cano Rodas, Motta Ariza, Valderrama Tibocha y Gil Vargas, 2016) o a las parejas con problemas físicos (Thomeer, Reczek y Umberson, 2015); la identidad en hombres adolescentes en el espacio escolar (Ceballos Fernandez, 2012); el manejo corporal (Villa, 2015; Waitt y Stanes, 2015); y los espacios homosociales de esparcimiento y ocio (Barrientos Delgado, Salinas Meruane, Rojas Varas, y Meza Opazo, 2011). No describo aquí las peculiaridades de las poblaciones de hombres estudiados en las distintas investigaciones, sino ciertas generalidades sobre el vínculo con las emociones, por tanto, asumo el riesgo de caer en reduccionismos, pero considero que para el ejercicio que aquí se expone tiene utilidad. En este sentido, y por una parte, se identificaron emociones de displacer (tristeza, inutilidad, frustración, sentimientos de pérdida de control, sensación de vulnerabilidad, vergüenza, deshonra, entre otras) por no cumplir con el tipo ideal o imaginario que se describe como parámetro, como referente, y que en casos extremos se atenta contra la propia vida (mejor muerto que deshonrado) (Adinkrah, 2012). Otra forma en que se refieren las emociones es en la regulación de las mismas, el trabajo emocional que los hombres hacen para reprimirlas o manifestarlas en acciones como la provisión de cuidado, y en conductas como la agresión o poner en juego recursos diversos para tratar de aliviar el sentimiento de pérdida de control en sus relaciones familiares. Otras maneras son la búsqueda de conexión emocional entre padre e hijo/a en la provisión de cuidados y prevención de riesgos (Brussoni et al., 2013); la estética corporal como un recurso para presentarse como sujeto masculino con características de diferenciación entre hombres (Villa, 2015) o la asociación con el control de la sudoración que implica la higienización corporal y los recursos utilizados con ese propósito (Waitt y Stanes, 2015).

La hegemonía de la masculinidad como énfasis puesto en la expresión emocional

Algunos estudios mencionan la masculinidad hegemónica como algo que no requiere mayor discusión, se podría decir que es casi como un sobre entendido, para enseguida poner el acento en las emociones expresadas, las referidas por hombres de distintas edades y espacios de relación diversos (Keddie, 2006; Mann, Tarrant, y Leeson, 2015), o como parte de movimientos sociales (Zackariasson, 2009).

Las emociones entonces son el elemento para identificar ciertas regularidades y construir distintas configuraciones de masculinidad (Walton, Coyle, y Lyons, 2004), asumidas de manera (in)consciente por hombres, pudiendo ser afirmativas de una masculinidad autoritaria avaladas por expresiones de enojo, o asociadas a expresiones de dolor, amor, miedo, nostalgia y ansiedad (Montes, 2013). También están algunas fuertemente influidas por el grupo de pares, y en contraposición, aquellos que toman distancia del grupo y expresan emociones como una muestra de honestidad y sensibilidad individual, sin importar responder a un grupo homosocial (Randell, Jerdén, Öhman, Starrin y Flacking, 2015); o las que entremezclan emociones morales (injusticia, indignación), de displacer (ira, malestar) y también contención ante provocaciones (Zackariasson, 2009).

Algunos estudios no optan por la propuesta connelliana de masculinidad hegemónica, en lugar de ella, hacen referencia al modelo hegemónico de masculinidad, aludiendo a Kaufman (Kaufman, 1994) y/o Kimmel (Kimmel, 1994), y entendiéndolo como aquel que da cuenta de tres elementos: hombre en poder, hombre con poder y hombre de poder. Implica una hombría fuerte, exitosa, confiable, capaz y en control. El control incluye a las emociones (Bennett, 2007), de la misma manera que Kaufman enfatiza el control de las emociones como un mecanismo compensatorio al miedo a identificar el sujeto rasgos de feminización, por reconocer las emociones que se suponen femeninas, como lo muestra Ospina Botero (2007) entre adolescentes colombianos. Thagaard (1997) identifica en una población noruega tres diferentes maneras de establecer las relaciones de pareja, unas igualitarias, en las que se evidencia la corresponsabilidad y reciprocidad; otras que se caracterizan por la dominación de los hombres y la tercera en que se presenta una combinación de la dominación de hombres y mujeres. Las emociones en juego son el amor, la intimidad y la gratitud como formas de reciprocidad, que están profundamente relacionadas con las expectativas sociales de género.

Hipermasculinidad, masculinidad contemporánea, imagen masculina, hombría, habitus del hombre masculino, masculinidad tradicional, identidad masculina, masculinidad dominante, masculinismo o simplemente masculinidad, son términos utilizados para mostrar la relación entre el género de los hombres y las emociones (Birenbaum-Carmeli y Inhorn, 2009; Buzzanell y Turner, 2003; Cruz Sierra, 2010; Day, Stump, y Carreon, 2003; Evers, 2009; Jackson, 2012; Moraes de Castro e Silva, 2010; Nash, 2012; Nixon, 2009; Owen-Pugh y Allen, 2012; Umberson, Anderson, Williams, y Chen, 2003; Vaccaro, Schrock, y McCabe, 2011; Wilkins, 2012). En general se utilizan para denotar una concepción estereotipada de los hombres como sujetos de género y remarcar dos aspectos: la contención emocional porque su reconocimiento y expresión ante terceros los coloca como vulnerables, débiles, feminizados y/o la afirmación en cuanto hombres por expresiones emocionales que afirman la masculinidad. Solo en uno de ellos se presenta una breve reflexión sobre el planteamiento bourdiouano de masculinidad al aludir al habitus (Nixon, 2009).

Hecha esta breve incursión en el uso de términos que aluden al género de los hombres y su relación con las emociones, considero que, salvo algunas excepciones, se requiere mayor precisión en su conceptualización. Con ello me refiero a identificar los elementos subsumidos en el concepto masculinidad. Es claro que para la perspectiva connelliana es un constructo teórico complejo, que favorece el acercamiento al fenómeno de las emociones que viven los hombres a lo largo de su ciclo vital.

 

Un aspecto sobre el que quiero llamar la atención es que ninguno de los trabajos revisados alude a las relaciones de cathexia, que es una dimensión relacional que toca las emociones como constitutivas de la masculinidad hegemónica, que si bien quienes propusieron este concepto lo mencionan como un ámbito amplio, termina centrándose en la sexualidad y en el deseo sexual (Connell, 1987, 2003).

En algunos trabajos en los que se utiliza el término masculinidad hegemónica también se emplean los términos masculinidad tradicional, masculinidad contemporánea o hipermasculinidad (Buzzanell y Turner, 2003; Day et al., 2003; Mann et al., 2015; Nash, 2012) como si fueran sinónimos, lo que implica una falta de precisión en el uso de los conceptos y que es necesario mantener una vigilancia epistemológica para garantizar una comprensión mejor delimitada y que contribuya a evitar confusiones.

Vincular la masculinidad, como una categoría heurística, y las emociones, parecería ser uno de los principales aportes de los estudios enumerados. Sin embargo, ninguno de los trabajos lo planteó como tal. Utilizar la categoría masculinidad más como una herramienta exploratoria de las emociones que como un concepto acabado al que debe alinearse todo hallazgo empírico parecería ser el elemento aglutinador de la mayoría de los estudios revisados, porque aportan conocimiento novedoso sobre la relevancia que revisten las emociones en las relaciones que establecen los hombres en los distintos espacios de convivencia. ¿Qué significan las emociones para los hombres en términos de la masculinidad? ¿la cuestionan? ¿la reafirman? ¿la resignifican? Son preguntas que considero útiles en términos heurísticos y que subyacen en una buena parte de los estudios revisados.

En síntesis, el uso de la categoría masculinidad hegemónica, así como las consideraciones y propuestas que de ello se derivan, se presenta en el siguiente cuadro.


Cuadro 1: Uso de la categoría masculinidad hegemónica en el análisis de emociones
Usos de la categoría masculinidad hegemónica:— Apropiación crítica de la categoría masculinidad hegemónica— Masculinidad hegemónica tomada acríticamente— Masculinidad hegemónica como expresión emocional— Otra aproximación a la categoría masculinidad hegemónica— Múltiples términos de masculinidad como sinónimos de masculinidad hegemónicaConsideraciones:— Falta precisión conceptual del uso de la categoría masculinidad hegemónica— No hay referencia al concepto de cathexia como un ámbito referido a la energía emocionalPropuesta:— Uso explícito de la categoría masculinidad hegemónica como categoría heurística— Recuperación crítica del concepto de masculinidad hegemónica y su delimitación
Fuente: Elaboración propia.

Relaciones de poder-resistencia-contrapoder y emociones

El análisis de las emociones en relación con el género de los hombres pone en tensión distintas configuraciones de masculinidad. Se ha señalado (Kaufman, 1994; Seidler, 2000) que los hombres viven una contradicción entre ejercicio de poder (entendido como parte del privilegio patriarcal) y dolor. La represión o contención emocional que podría plantearse como trabajo emocional3 imposibilita y priva a los hombres de una experiencia de vivirse como sujetos de masculinidad más humana, en que se mejora la comunicación porque permite liberar energía emocional, que de otra manera suele expresarse en forma abrupta (Kaufman, 1999) y en no pocas ocasiones como violencia, enojo, ira, entre otros. El aprendizaje o reaprendizaje del repertorio emocional que se construye socialmente fuera de asignaciones o prescripciones genéricas es una forma de arribar a la configuración de masculinidades que no imponen sus condiciones oprimiendo a terceros y a sí mismos. Se señala que son formas de construcción de masculinidad alternativa, masculinidad saludable, masculinidad positiva, masculinidad igualitaria, o el ambiguo nuevas masculinidades. Cabe hacer las siguientes preguntas ¿en los estudios revisados, el reconocimiento de las emociones y su expresión llevan a la modificación de las relaciones de género, entendidas como R-P-R-CP? ¿Las relaciones de género en los distintos contextos donde se han llevado a cabo los estudios que tratan el vínculo masculinidad-emociones modifican relaciones de asimetría social, o al menos influyen en dichas modificaciones tendientes a la igualdad? Con ello quiero enfatizar la importancia, no solo de ver las emociones como un componente de la condición humana, sino también de cómo las emociones que son modeladas socialmente, transmitidas por medio de códigos, alentadas o reprimidas por las convenciones sociales, las creencias y con un asiento sociohistórico (Enríquez Rosas, 2009; López Sánchez, 2011; Rodríguez Salazar, 2008), reproducen o cuestionan las R-P-R-CP, porque refuerzan o cuestionan las relaciones intergenéricas (hombres vs. mujeres), pero también las intragenéricas (hombres vs. hombres).

En este sentido, el contenido político del análisis de las emociones es una veta que se requiere explorar, porque considero que aportaría una riqueza para la comprensión de los dispositivos que reproducen o cuestionan los universos simbólicos en los que se sustentan las asimetrías, y puede contribuir a desafiar el orden de género porque las emociones disponen a la acción. Las emociones como la vergüenza, el miedo, el dolor, ¿impulsan a los hombres a reafirmarse como sujetos impositivos, coercitivos consigo mismos y con aquellos sujetos con los que se relacionan incorporando dichas emociones como parte de la personalidad, en que se hace cuerpo y se percibe en la ruboración del rostro, la sudoración, la palpitación, estremecimiento corporal, el deseo de venganza, el pensamiento obsesivo, la culpa, cuando no se está acorde a las prescripciones sociales de género, o de configuraciones particulares de masculinidad?

Repensar las emociones y las configuraciones de masculinidad en términos de R-P-R-CP, es pensar en al menos dos posibilidades: disputar la legitimidad de representación simbólica a aquello que se considera como lo hegemónico, y en tal sentido la construcción de una contrahegemonía, o tender al desmantelamiento del orden de género como estructura y subjetividad, aspirando a una sociedad solo humana4.

Ahora bien, ¿qué entender por R-P-R-CP?5 Divido en dos proposiciones este concepto. Por una parte, considero las relaciones de poder-resistencia como aquellas que transitan desde la guía (entendida como la enseñanza que busca orientar las acciones del otro) y aceptación tácita por la contraparte, hasta la imposición mediante el uso de la fuerza física, que se contraponen con resistencias, desde subrepticias hasta de confrontación. Entonces hay que considerar un rango amplio de relaciones sociales de esta naturaleza. Estas constituyen una forma de relación de poder-resistencia impositiva. La segunda proposición está constituida por el contrapoder, es la que recurre a la negociación como una alternativa de relación. En ella existe una resignificación de las relaciones entre sujetos, tiene una orientación expositiva de ambas partes, y existe un acuerdo tanto de respeto como de apoyo mutuo con base en una relación de igualdad y autonomía.

Las R-P-R-CP se traducen en acciones entre individuos, en la relación cara a cara. Dichas relaciones se enmarcan en contextos de asimetría social, de una dominación que está presente en los ámbitos discursivos, normativos e institucionales. Ambos se influencian.

El ejercicio de poder descansa en la utilización de recursos, así como de capitales materiales y/o simbólicos. Tales recursos pueden adoptar cuatro modalidades: atribución, apropiación, renuncia y desposesión. En este sentido, el sujeto puede ser depositario de recursos que lo colocan en una posición que le permite ejercer el poder. Otra posibilidad es que el sujeto se apropie de tales recursos utilizando distintos medios a su alcance. También puede ocurrir que el sujeto renuncie a los recursos que le permitirían ejercen el poder o que sea desposeído de los propios recursos. De esta manera, las R-P-R-CP tienen una dinámica asociada de manera indisoluble con los recursos en un contexto social e histórico particular, esto es, el sujeto se encuentra situado y desde ahí es que puede analizarse su práctica. Quiero insistir en que las R-P-R-CP oscilan de la imposición hasta la autonomía.

Veamos ahora los aportes de los estudios sobre emociones y masculinidades, su vínculo con las R-P-R-CP y los recursos que son posibles de identificar en términos de su atribución, apropiación, renuncia, desposesión.

Hay que tener presente que esta aproximación que propongo es una lectura desde los planteamientos previos para dilucidar si en los trabajos revisados se pueden identificar relaciones de poder y qué sentido tienen, así como las modalidades que se ponen en juego a partir de lo expuesto en los distintos artículos.

La mayoría de los textos no tienen una propuesta específica sobre relaciones de poder, sin embargo, se exponen elementos que considero como tales. También hay que advertir que los artículos tienen distintos niveles de complejidad, por la diversidad temática abordada. En tal sentido, este acercamiento tiene como propósito ir adelantando una discusión que será necesario hacer con mayor detenimiento en otro momento, aquí solo muestro algunos rasgos generales.

Birenbaum-Carmeli e Inhorn (2009), así como Buzzanell y Turner (2003), plantean un conflicto por no cumplir con mandatos de masculinidad, por una parte la condición de infertilidad (en hombres palestinos) y por otra el desempleo que desemboca en no poder proveer (hombres norteamericanos). En ambos casos existe desposesión, aunque por distintas razones, una es biológica y la otra es del mercado de trabajo. En ambos se generan inadecuación, impotencia y frustración entre otras. La pareja trata de subsanar tal desposesión apropiándose de la culpa de la infertilidad, para que el hombre no sea estigmatizado por su entorno social, y siendo proveedora, apoyando a la pareja para simular que el hombre continúa cumpliendo con su papel de proveedor y evitar el estigma de hombre como un perdedor social.

Thagaard (1997) plantea de una manera clara y precisa los elementos de orden conceptual en términos de amor, poder e identidad de género. Juega con los diferentes conceptos del amor, como un sentimiento que está íntimamente vinculado con el ejercicio de poder en la pareja. El ejercicio de poder no es unívoco, lo plantea en términos de reciprocidad, la cual puede ser fluida, esto es, igualitaria, asociada a las expectativas de reconocimiento de la identidad de género asumida por el sujeto, de ambos miembros de la pareja. Cuando existe un sesgo (este es el término que utiliza) en el ejercicio de poder, en donde hay dominación de una parte sobre la otra, no significa, necesariamente, que obtiene aquello que espera de la pareja: reconocimiento y amor. Es una situación de tensión que tiene como resultado la dominación por un miembro de la pareja, pero a la vez, el hecho de dominar no tiene como consecuencia la obtención de aquello que espera.

El racismo estudiado por Jackson (2012); Jackson y Wingfield (2013); y Wilkins (2012) en contextos universitarios específicos en Norteamérica, donde hay predominio de población blanca, se imbrica con el género (la masculinidad), colocando a los hombres negros en una condición de subordinación y afirmando el estereotipo de violento e iracundo. Pero, por otra parte, estos hombres viven en un ambiente hostil, dada su condición racial, de manera que ante situaciones que pueden generar enojo, se sobredimensiona por la población blanca. Existe una atribución (dada por la población blanca): son sujetos de poder, asociado a las emociones que pueden expresar, y por otra parte, tienen que regular sus expresiones emocionales aun cuando sean objeto de prácticas racistas para evitar ser catalogados de acuerdo al estereotipo. Se ponen en juego acciones personales y/o grupales para resignificar los valores asociados a la negritud. Hay renuncia a la expresión de ciertas emociones como un recurso para encajar en el espacio social.

Hombres que practican artes marciales mixtas (peleadores) (Vaccaro et al., 2011) y hombres soldados (Green et al., 2010) comparten elementos en común. En ambos casos lo que se persigue es imponerse por la fuerza al oponente, los soldados matando y los peleadores venciendo al contrincante, así como causándole lesiones que llegan a ser muy graves. El ejercicio de poder impositivo es legítimo, normado y hay un adiestramiento estructurado para lograr su fin, que es un proceso de apropiación. Los peleadores aluden al miedo utilizando los siguientes términos: nervios, estar nervioso, estar preocupado, jitters (nervios), sentir mariposas. Hay miedo a las lesiones y también a perder las peleas. La manera de sobreponerse es apropiándose de recursos simbólicos: imaginar al oponente como una niña; transmutar el miedo en confianza por el entrenamiento hecho; también a manera de confrontación, intimidando al contrincante en los rituales de pasaje; o exhibiendo su fortaleza corporal. Los soldados no tienen en su vocabulario emotional distress (angustia, sufrimiento, abatimiento) como parte de su entrenamiento, que se podría identificar como una atribución o desposesión institucionalizada. Manifestar emotional distress estigmatiza, por no mantener el estatus exigido y logrado por la formación militar.

 

El grupo de pares en la adolescencia impacta de manera diferenciada el comportamiento de sus miembros y las emociones que se generan en su dinámica relacional. El ejercicio de poder es colectivo e impositivo. Randell et al. (2015) identifica tres maneras de afrontar la presión entre adolescentes suecos que asisten a la escuela. Un subgrupo adopta una posición ruda y la exhibe ante sus compañeros, toma riesgos, evade la humillación, esconde tanto el miedo como la debilidad y lucha por establecer jerarquías alentando emociones agresivas, buscar ayuda es vergonzoso. Las emociones se liberan a través del deporte, se auto inflige daño (quemarse con cigarros, consumir drogas) o se atenta contra propiedades y otras personas. Vive un proceso de apropiación de prácticas y emociones que le permiten imponerse, y renuncia a otras que lo colocan en una posición vulnerable. Otro subgrupo es sensible ante necesidades de terceras personas, rechaza y renuncia a la rudeza, se puede sentir débil porque es sensible y puede ser objeto de críticas por su comportamiento. El manejo de las emociones es apreciado, pero puede exponerse como vulnerable, entonces adopta algunas estrategias, las emociones las expresa dependiendo de con quien se encuentra. Cuenta algo, no todo. Usa las redes sociales de manera anónima, lo que es una marca de inseguridad. Vive en una relación impositiva, resistiendo el ejercicio de poder. Un tercer subgrupo se guía por valores personales, sin considerar los del grupo. Se orienta hacia la sinceridad, se permite expresar sus creencias a pesar de las normas. Tiene el coraje de mostrar sus verdaderas emociones. Para Randell es una manera de resistencia. Pero es una forma de contrapoder dado que pone en juego la exposición de un mundo simbólico distinto al del grupo. Se apropia así de elementos que lo afirman como un sujeto de valores, creencias y emociones congruentes, contrapuestos a lo exigido por el grupo.

Apropiarse de la práctica de la meditación es el recurso que hombres londinenses adoptan para enfrentar historias personales que estaban sujetas al ejercicio de poder constitutivo de una masculinidad hegemónica (Lomas et al., 2013) que les condujo a búsquedas que no solucionaron la exigencia de una vida estoica, con restricción emocional, sujeta a estrés, vivida desde la infancia hasta la adultez y demandada por miembros de la familia, pares y amistades, en los distintos espacios familiares, escolares y laborales. La meditación como recurso les permitió construir un contrapoder, una resignificación de lo masculino. Además, encuentran (sin habérselo propuesto) una comunidad (personas que meditan) que les reafirma dicha reformulación en que las emociones de amor y afecto son parte constitutiva de ser hombre.

El desempleo entre los hombres impacta su concepción de masculinidad por distintas razones, la más común es pensar en la proveeduría. Hombres expulsados del mercado de trabajo se ven desposeídos de uno de los recursos de mayor significación de la identidad masculina. Es una relación de dominación, estructural, dada por la dinámica del mercado de trabajo, a la que se añaden particularidades del tipo de empleo perdido, la oferta de trabajo disponible y la dinámica familiar y de pares a que da lugar, entre otros. Mientras, en los desempleados de industrias como la del acero en Inglaterra, que de acuerdo con Nixon (2009) adoptaron por generaciones un habitus (en términos bourdieuanos), caracterizado por la fuerza, fuente de identidad, orgullo, alta estima y poder, considerado por los hombres de la clase trabajadora como superior al trabajo mental, que se consideraba femenino. Estos hombres encuentran antitéticas las opciones laborales en los servicios porque la masculinidad está asociada tanto al poder como a la autoridad, y difícilmente pueden reprimir su orgullo cuando hay algún abuso. Si es humillado, hay subordinación interpersonal ante los clientes.

Los hombres jóvenes no se sienten bien con sus vidas. Esto se contrapone con el habitus fuertemente internalizado. A ello se suma el estigma de ser criticados y observados por sus pares y familiares cuando trabajan en empleos considerados femeninos, por ejemplo: acomodando mercancía en los estantes de los supermercados, en la limpieza, en la entrega de comida rápida, entre otros. La ansiedad se expresa de diferente manera cuando les hacen bullying, adjetivándolos de maricón, niño de su mamá y apodos similares (Jimenez y Walkerdine, 2011). Se evidencia una desposesión de la identidad y una atribución feminizante que los coloca como sujetos de una relación de poder impositiva en la que el dolor, desagrado, desilusión, sentimiento de pérdida, vergüenza, ansiedad y melancolía están presentes, y en la que solo algunos son capaces de cruzar los límites.

Un contexto diferente se presenta en Durban, Sudáfrica, entre los zulúes, hombres que han perdido el empleo, a lo que suman el sentimiento de amenaza por los avances y apropiación de derechos por las mujeres. Por una parte, se viven como inútiles al incumplir con los mandatos sociales de un hombre, hay una autocensura, y por otra, una crítica por terceros que estigmatiza, lo que acrecienta la sensación de pérdida de poder, acompañada de ansiedad y enojo, que se vuelca en situaciones de violencia contra sus parejas (Meth, 2009). Los procesos de reivindicación de las mujeres se viven como desposesión por parte de los hombres, acrecentada por el desempleo, y se trastoca la idea de resistencia atentando con las mujeres. Existe una dislocación en el ejercicio de las R-P-R-CP por las múltiples dimensiones del fenómeno.

Semejante a lo que ocurre con jóvenes negros universitarios en los Estados Unidos, arriba mencionado, los jóvenes escandinavos activistas por la justicia global son estereotipados por los medios de comunicación como iracundos, agresivos y potencialmente violentos en sus manifestaciones, una atribución que rechazan, a la que renuncian. Estos, en cambio, manifiestan su indignación por la situación de injusticia social en el mundo con orgullo, al igual que con una ira contenida y proyectada como demanda de justicia, una suerte de transmutación, de resistencia, con miedo de la represión de la que pueden ser objeto por elementos policiacos. Algunos no hablan del miedo, otros lo reivindican como una manera de resignificar la masculinidad, influidos por el feminismo (Zackariasson, 2009). Las relaciones de poder se hacen cuerpo de manera colectiva, ante la imposición, se manifiesta la exposición.