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Capítulo 4: Gregoris a vhn x 3.1

Greg toqueteó su nueva configuración. Vio la mitad de un documental sobre la nueva carrera espacial y después volvió a estudiar los anuncios que Artemis estaba lanzando por Internet. Una IA había reunido todos los anuncios en vídeo pertenecientes a Artemis Automotive, y los estaba viendo por subgrupos temáticos en orden cronológico.

Tenían anuncios corporativos sobre los envíos, dirigidos a empresas intermediarias. También tenían algunos solo de seguridad, dirigidos a millonarios y grandes empresas. Con el paso de los años su lema había evolucionado, pero parecían haberse decidido por «Llevándote a salvo desde A hasta B». No era exactamente pegadizo, pero el narrador hacía un giro en la voz que se quedaba grabado en la memoria.

Después de escucharlo unas seiscientas veces en todas las variaciones, Greg no podía quitárselo ya de la cabeza. Dejó a un lado la investigación y descansó los ojos.

Recostado en su cómodo sofá, pensó en ese proyecto. En la propia Artemis. El encargo era de Hermes. Bastante simple, en teoría. «Averigua qué está tramando, Greg».

Claaaro.

Pan comido.

«Averigua en qué anda la mujer más brillante del siglo, Greg». ¿Qué podría hacer, con todo el poder de una megacorporación construida desde los cimientos respaldándola, toneladas de dinero y un profundo rencor contra todos los demás directores ejecutivos olímpicos?

«¿Por qué los odia tanto?» había preguntado Greg directamente a Hermes, pero no obtuvo una respuesta clara.

Tampoco es que fuera sorprendente, todos conspiraban y pactaban bajo cuerda, forjando alianzas temporales y considerando las traiciones como parte del juego de los negocios. Los doce olímpicos eran pretenciosos, brillantes, infinitamente megalómanos y esencialmente psicopáticos.

Pero Artemis era muy diferente. Para empezar, era justa. Justa con los competidores, con sus empleados, justa incluso cuando castigaba a alguien de los suyos.

Tampoco tenía un rascacielos, ni se esperaba, a pesar de estar entre los olímpicos.

Ella fue decisiva para que se cambiara la ley y se permitiera la adopción corporativa, donde ella sería la patrocinadora (y madre, supuso Greg, en este sentido amplio) de cientos de niñas huérfanas.

Estas últimas eran muy interesantes. Ahora, ya convertidas en jóvenes, empezaban a formar bandas callejeras y estaban tomando el control de las calles de Atenas. Y no lo hacían en secreto. Vídeos y motovlogs, una nueva mezcla de moto, vídeo y blog que estaba de moda; chicas filmando sus hazañas y mostrándolas a toda la red. No solo se estaban abriendo paso en las noches de Atenas, sino que también estaban elaborando cuidadosamente su mitología.

Miedo y asombro. Porque nadie en su sano juicio se metería con las amazonas.

Tan condenadamente interesante. A Greg le había fascinado. No es que hubiera estado enclaustrado, pero los últimos años habían sido muy rutinarios para él. No sentía el pulso de la ciudad, precisamente. Tuvo que recibir la asignación de un proyecto particular para que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo bajo sus pies, ochenta pisos por debajo.

Se levantó y miró por la ventana de su ático. Atenas resplandecía, dando paso a la vida nocturna. Aparte de los otros tres rascacielos junto al suyo, se sentía muy por encima de todo. Era fácil llegar a ese pensamiento. Que estaba por encima de la gente común, más que un simple mortal.

Tenía acceso a la mejor atención médica del mundo, información de cualquier lugar y de cualquier país, un sueldo que le permitía comprar prácticamente lo que quisiera.

Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío por dentro?

No era ingratitud, sabía lo afortunado que era por tener todo eso. Le gustaba poner a prueba los límites de su mente, encontrar conexiones, descubrir oportunidades donde otros no veían nada.

«Llevándote a salvo desde A hasta B», murmuró. Porque, hoy en día, no podías coger el coche y conducir por la calle hasta tu restaurante favorito. No si eras alguien importante en la escala corporativa. No, tenías que llevar drones por arriba, coche con ventanas a prueba de balas, un conductor entrenado, un convoy de amazonas, un hacker al lado para detener cualquier intento de piratería que pudiera ponerte en peligro... Era una locura. Además, como distintivos, aparte de la etiqueta de precio correspondiente, por supuesto, podían añadirse filtros de protección biológica, evacuación de prioridad médica (¡asegúrese de que la única luz que vea sea el trípode de Apolo!), o agentes activos (fuertemente armados, se entiende).

¿Cómo puede alguien vivir así? A Greg le gustaba subirse a su bici tres veces por semana y comer en alguno de los restaurantes de la calle Romvis. Disfrutaba el viaje, la distensión era parte de su rutina. No se podía mantener la velocidad por mucho tiempo, necesitaba relajarse regularmente. Era lo suficientemente mayor como para saber cuándo debía hacerlo. Podía estar forzando su capacidad mental todos los días, pero sabía que no debía sobrecargarse.

Greg miró fijamente las luces en fila allá abajo, los coches circulando. Le gustaba observar los patrones. La ciudad estaba cubierta de una fina capa de contaminación, por lo que solo se podía ver claramente por debajo de ella.

Mel se acercó a él en silencio.

―Ese ―señaló con un dedo torcido. Todas sus proporciones estaban mal calculadas.

―Autodirigido ―dijo Greg un segundo después.

―Correcto ―sonrió Mel―. ¿Qué pasa con ese coche, el blanco?

―Conductor humano. Vamos, probablemente esté intoxicado.

―¿Y el sedán rojo?

―Humano, otra vez. Se ha detenido para ver a las chicas que caminan a su derecha.

―Correcto.

Era un juego tonto el que jugaban. Greg no podía recordar a quién se le ocurrió, si a él o a su musa. En cualquier caso daba igual, siempre y cuando lo relajara.

―Tengo uno para ti ―dijo entrecerrando los ojos.

―Por supuesto. Dime.

―Esa chica de TI que vino antes, ¿qué piensas de ella?

―Ella es humana, definitivamente.

Greg se rió.

―Sí, eso lo sabía, gracias. No, me refería a qué piensas de ella. ¿Qué opinaste de ella cuando la viste hoy?

Mel hizo una pausa. Greg sabía que lo hacía solo por el efecto, su cerebro no necesitaba una cantidad apreciable de tiempo para pensar en las cosas.

―Creo que deberías invitarla a salir.

Greg se sentía nervioso.

―No, eh... Eso no es lo que yo...

―Eso es lo que te preocupa. Y no, no creo que sea un obstáculo para tus proyectos, esa es mi opinión oficial como tu musa. La gente necesita interacción social para mantenerse saludable, las relaciones románticas entran en esa categoría ―dijo suavemente, pero su rostro volvió a su expresión normal de máscara.

Greg se giró de nuevo a mirar la ciudad.

―Vale. ¿Y cómo se lo pregunto? Quiero decir, ha pasado tanto tiempo...

―No puedo ayudarte con eso ―dijo su musa―. De hecho sí puedo, pero creo que saldrá más natural si no lo hago.

―Qué buena amiga ―bromeó él.

―Yo soy tu amiga, Greg. Además, estoy a cargo de tu salud física y mental. Traerte mujeres en bandeja como las prostitutas que pides por catálogo no te ayudará a largo plazo.

―¡Está bien, está bien! ―La ahuyentó.

Ella no se movió.

―Es hora de tu reajuste de sueño. Sabes que no puedes mantener el sueño polifásico tanto tiempo.

―Sí, ya voy. Déjame solo un minuto, ¿quieres?

―Kalinixta ―dijo Mel en griego y se fue.

Capítulo 5: Galene a vhn x 0.6

―Por favor, no estés muerto, por favor, no estés muerto ―Gal abrió con su llave y entró en su apartamento. Corrió a su balcón buscando a Simba. Sí, había llamado Simba a su gato naranja. Él maulló y se acercó a ella, rozando la piel con sus zapatos.

―Oh, aquí estás. Siento haber olvidado servirte la comida esta mañana, Simba. No oí la alarma, no tenía tiempo ni de vestirme y había tráfico, como siempre...

El gato la ignoró. Afortunadamente, todavía tenía sus instintos y se había vuelto prácticamente salvaje, cazaba aves y ratas para alimentarse. Si no, se habría muerto de hambre hacía mucho tiempo.

Miró un momento a sus plantas. O, más exactamente, sus macetas con tierra seca y plantas muertas. Quería tener unas flores bonitas, pero...

Galene tiró sus llaves y su bolsa sobre la mesa de la cocina y se tiró en la silla. El refrigerador inteligente le envió un mensaje a su halo con todas las cosas que se suponía que tenía que comprar y llevar a casa.

―Vaya, gracias por recordármelo a tiempo.

Lentamente estiró la pierna y abrió la nevera con los dedos de los pies. Se dio una palmada en la frente: había olvidado comprar leche, otra vez. Y pasta. Y cualquier otra cosa que pudiera parecerse a algo comestible. Miró la hora, eran las ocho de la noche. Las tiendas ya estaban cerradas.

Cielos. ¿Adónde había ido el día?

Se le había escapado entre los dedos.

Todavía tenía la comida deshidratada para gatos de Simba, así que se encogió de hombros y se comió un pedazo de lo que fuera.

Uh. Pescado. No está mal.

Capítulo 6: Galene a vhn x 0.7

Galene se despertó y corrió al baño. Lo que a ella le pareció «como un rayo», podría ser para otros «tomándose todo su puto tiempo».

Apenas cuarenta y cinco minutos más tarde estaba esperando su metro para llegar al trabajo.

Sentada en un banco del andén, de pronto se dio una palmada en la frente.

 

―¡Ella es la musa!

La señora de al lado se sobresaltó.

―Lo siento ―dijo avergonzada.

¿Cómo podía no reconocer a un androide teniéndolo delante? Estaban fabricados y manejados por Hermes después de todo, pero su trabajo estaba a un nivel muy inferior para eso. Además, los frikis de los departamentos que llevaban el programa Musa podían manejar sus propios problemas informáticos sin ayuda. Era raro que alguien de TI tuviera que ir, por lo general solo llamaban y arreglaban las cosas por teléfono con la cooperación del departamento de Gal.

Pero todos sabían lo de las musas. Los hombres incluso habían hecho un ranking de las ginoides como si fueran chicas de calendario.

Por supuesto, las ginoides no estaban hechas para ser sexys. Eso frustraría su propósito porque serían una distracción constante. Eran más bien... sencillas y corrientes.

Como Galene, en realidad.

Se pellizcó las mejillas al darse cuenta.

Llegó el tren y ella se dirigió al trabajo.

Se adentró en el Departamento de Tecnología Informática, en la base de aquella torre de vidrio y acero. Los chicos la saludaron cuando entró, tarde como siempre. El jefe la miró como diciendo: «Otra vez llegas tarde», pero ella le devolvió una mirada que decía: «Ayer me quedé hasta tarde, así que déjame en paz», entonces él tomó un sorbo del café y la miró así como: «Vale, Gal, pero no lo conviertas en costumbre».

Así que todo estaba bien.

Siempre le hizo gracia que, en las películas antiguas que tanto le gustaban, la gente picaba su tarjeta para entrar a trabajar. Esta era una empresa tecnológica, aquel edificio inteligente registraba su presencia tan pronto como aparecía por allí.

Gal era una de las tres mujeres del departamento. No es que no hubiera mujeres en la informática, sino más bien que ellas tenían la inteligencia para aspirar a trabajos mejor pagados. Este era un trabajo duro. Tirar de cables y arrodillarse debajo de los escritorios. Cómo olvidar lo de arrodillarse. Ese era prácticamente todo el futuro profesional que le esperaba, de rodillas, con ejecutivos recelosos mirándole el culo por detrás.

Gal suspiró y se hizo un granizado en la pequeña cocina de la oficina. Dejó un desastre detrás de ella. Nada peor de lo que ya habían hecho los chicos, pero tampoco mejor.

George estaba allí, todo poderoso e importante. Menudo imbécil. Conseguía todas las solicitudes importantes, los peces gordos preguntaban por él, por su nombre. «No, necesitamos que George lo arregle, ¡nadie más puede manejar esto!»

—¡Qué montón de...!

Galene chupó su pajita y de repente vio a George guiñándole el ojo.

Sus ojos se abrieron de par en par, y giró su silla de escritorio, dándole la espalda. ¿Había dado la impresión de estar coqueteando mientras chupaba la pajita inadvertidamente?

Y, lo que es más importante, ¿había respondido George?

Galene envió un mensaje rápido a Nat en busca de su sabiduría. Su amiga respiraba chismes y vivía de miradas furtivas. Gal lo encontraba aburrido.

Muchas cosas le parecían aburridas.

Los chicos, aburridos. Este trabajo, aunque necesario, era muy aburrido. Su piso era aburrido. Su vida era aburrida. Todo lo que estudió para obtener su título, aburrido. Ponerse al día con la actualidad informática también.

Aburrido. Aburrido. Aburrido.

Miró el reloj en su campo de visión. Había programado sus implantes oculares de realidad aumentada para mostrarle la hora cuando estaba en el trabajo, y la cuenta regresiva del santo pentalepto. Los cinco minutos sagrados e intocables para cualquier jefe o solicitud de servicio o emergencia, dedicados únicamente a prepararse para el comienzo del día tomando café.

Cinco gloriosos minutos.

Bebió el café con los ojos cerrados.

El pentalepto llegó a cero.

―¡Gal! ―gritó su jefe desde el despacho.

Su portátil se iluminó. Ella le lanzó a su jefe su mirada «demasiado cansada para quejarme». Abrió la solicitud y se forzó a sí misma a ponerse a trabajar.

Galene se apoyó en el ascensor. Odiaba aquel estilo tan moderno y minimalista, no había ningún lugar donde dejarte caer en los ratos muertos. ¿Tanto les costaría poner alguna superficie con un coeficiente de rozamiento normal? Madera, por ejemplo. Una almohada sería lo mejor. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en pie, y solo era mediodía.

En cuanto puso un pie fuera del ascensor, sonó su teléfono.

―¿Sí?

―Gal, soy Mike. Tu asidua del piso 3 necesita hablar contigo ―dijo rápidamente.

Uf.

―Pásamela.

―Hola, ¿cielo? ¡Sí, mi ordenador se ha escacharrado otra vez! Puedes venir y arreglarlo porque tengo un montón archivos que preparar antes de una reunión y mi jefe me está agobiando con esto.

Christy, su cliente habitual. Siempre le pasa algo a su ordenador. ¡Pero no es culpa suya! ¡Nunca!

―Claro, dime.

―Enciendo el ordenador, pero suena un pitido y no hace nada.

―¿Cuántos pitidos?

―¡Cómo cuántos... no lo sé!

―Enciéndelo y cuenta los pitidos.

Una pausa.

―Tres pitidos. Espera... Sí, tres. Definitivamente.

―Bien, Christy, dale una patada fuerte. En la torre, simplemente golpéala ―dijo Galene con calma mientras se encaminaba a una de las solicitudes que tenían prioridad.

―¿Qué? No, no puedo hacer eso. ¿No hay una tecla para presionar o algo así? Ya sabes, en el teclado. ¿Cómo lo llamáis vosotros? ¡Ah, ya me acuerdo! Un atajo de teclado ―dijo orgullosa.

―Mira, Christy, estoy a cuarenta pisos y tengo tres solicitudes que atender antes de poder acercarme a tu oficina. O le das una buena patada a esa computadora o me esperas unos treinta y cinco minutos. ―Gal sostuvo el teléfono con su hombro mientras le mostraba la solicitud a la recepcionista para que la dejara pasar.

―Pero, ¿y si se rompe? ―Christy protestó con un gimoteo.

―Christy, es solo la RAM. Se ha movido un poco y no está haciendo contacto con la placa madre correctamente. Alguien habrá movido la torre mientras limpiaba o algo así. Solo dale una patada y se pondrá en su sitio y arrancará. O ábrelo con un destornillador y pulsa la RAM.

Silencio.

―Bah, qué demonios...

¡Entonces un PUM!

―¡Funciona! ¡Gracias, muchas gracias! ―exclamó Christy por teléfono.

―No hay problema ―dijo Gal y continuó su camino a la próxima computadora. Con suerte no habría que patear esta.

Capítulo 7: Gregoris a vhn x 2.4

Feminista. Poderosa. Cazadora.

Greg pensaba en Artemis. Durante las últimas semanas había estado empapándose de todo lo que tuviera que ver con ella, tratando de meterse en su cabeza.

¿Pero quién era él para entender a una mujer, especialmente una como ella?

Greg ni siquiera pudo entender a su ex, hace tantos años. Estaba frustrado y tenso. Tal vez se había precipitado comprometiéndose con este proyecto. Quizá debería ir a Hermes y explicarle la situación. ¡Simplemente no podía descifrar a aquella mujer!

Melpomene tocó su cuello, rozando suavemente su piel con los dedos. Se sintió un poco más tranquilo, pero no mucho.

―No creo que estés concentrado hoy, Greg ―le dijo ella en hablarápida.

―Sí. Tienes razón. Es, ah... No es un buen día.

―¿Has dormido suficiente?

―Sí, seis horas completas. Me siento descansado, no es eso. Es el encargo.

Greg apartó algunas cosas de su escritorio.

―Entonces, ¿tiempo para divertirse? ―dijo Melpomene con picardía.

Greg suspiró.

―Claro. Bueno. No iba a hacer mucho hoy de todas maneras.

―¿Rubia? ¿Pelirroja? ¿O la normalita? ―preguntó Mel, cogiendo el teléfono.

―Da igual. Rubia. ¡No! Morena. Sí, algo normal. Sin implantes. Y joven, de veintitantos. No sé por qué ―murmuró.

Mel levantó una ceja, pero simplemente respondió:

―Marchando.

Entonces llamó para pedir una prostituta vip.

Capítulo 8: Galene a vhn x 0.7

―No puedo hablar ahora, estoy en el lugar del tipo ―murmuró Galene en su teléfono.

―¿El ático? ¿Cómo es eso? Dame detalles ―exigió Nat por teléfono.

―Es... lujoso. Muy elegante, moderno. Muchas cosas frikis, artilugios. Electrónica antigua, de la cara. También tiene una musa, ya sabes, las que dan solo a los peces gordos con problemas de creatividad. Ella está detrás de mí ahora mismo, limpiando el polvo.

―¿Estás arreglando su computadora? ―dijo Nat con tono insinuante.

―Sí ―murmuró Galene―. Solo esperando a que se actualice. ¿Y qué hay de lo otro que te dije esta mañana...?

Galene dejó de hablar y cubrió el teléfono en busca de silencio. Giró la cabeza y escuchó ruidos en otra habitación.

―¡Eh! ¿Me oyes? ―protestó Nat.

―Creo que ya hay alguien arreglando su computadora.

―Espera, estoy confundida. ¿Estamos hablando del tal George o de Greg?

―Greg. Alguien está... ―Galene se detuvo. Escuchaba gemidos que venían de la otra habitación. Sonidos claramente de sexo. La chica estaba exagerando. Galene apuntó el teléfono hacia la habitación.

―Dios sí, oh, eres tan grande, diossídiossídiossídiossí. ¡Ah, ah, AH! ―gritó la chica deleitándose.

Galene no pudo evitar sonreír. Miró a la musa, que fingía no escuchar. Señorita, no es usted tan humana todavía.

―¿Os lo estáis haciendo ahora mismo? ―preguntó Nat incrédula.

―No, no seas tonta. Estoy trabajando ―susurró Gal.

―¡Ella también! ―Nat soltó una carcajada.

Gal sonrió y se mordió el labio.

―Bien, buena ―se inclinó hacia delante y dijo―: Oye, tengo que irme.

Continuó con la actualización que la musa le había pedido y arregló la computadora de Greg.

Una chica despeinada apareció y evitó despedirse al marcharse. Mel la acompañó hasta la puerta. Galene se quedó helada. Podría jurar que la puta era una réplica de su cuerpo. Más bien baja, morena, curvas normalitas; ropa corriente, nada demasiado revelador; cara bonita, pero no tanto como para que un fotógrafo desenfundase su cámara. Unos 200 «me gusta» más o menos en sus fotos, con escote. Nada más.

Gal se rascó la cara con la esquina de su portátil.

Greg apareció en la puerta, con ropa gris informal. Se dirigía desprevenido a su puesto de trabajo, así que se sorprendió cuando vio a Gal.

―¡Ah! Yo... no sabía que estabas aquí.

Mel interrumpió:

―Pensé que debíamos aprovechar el tiempo para actualizar el programa que da problemas, el de análisis de datos.

Greg se pasó la mano por el cuello.

―Sí. Buena idea. Correcto. ―No hizo contacto visual con Gal después de eso―. ¿Puedo ofrecerte algo? ¿Café? ¿Té? Cóctel? ―se rió―. No se lo diré a tu jefe si tú no se lo dices al mío.

Gal entrecerró los ojos.

―¿No son la misma persona?

―Sí ―admitió él, haciendo café en la cocina de al lado.

―¿Y no está el androide grabando todo lo que decimos y hacemos por aquí? ―añadió Gal.

―¿Quién, Mel? Nah. Las musas manejan información confidencial todo el tiempo, sus memorias están encriptadas por cuadruplicado y los humanos no se meten ahí. Pero supongo que tú sabes estas cosas mejor que yo ―dijo Greg desde la cocina.

―Todavía soy nueva ―explicó Gal.

Greg le ofreció una bandeja con humeante café griego, terrones de azúcar y leche. La colocó junto a ella en su mesa de trabajo.

―¿Cómo de nueva?

―Un año ―dijo Gal y se preparó su café―. Gracias ―añadió antes de dar un trago.

―Un año ―repitió Greg.

¿Estaba nervioso? ¿Avergonzado por lo que ella había podido oír? Galene no estaba segura, pero él ciertamente estaba vacilando, buscando tiempo para pensar.

―¿Ella no toma café? ―inquirió Galene, asintiendo a un lado.

―¿Quién? ¿Mel?

―No ―dijo Gal con paciencia―. La otra chica. La que se acaba de ir.

―Ah ―dijo Greg, mirando a su alrededor con nerviosismo―. Bueno, ella no quería nada ―se encogió de hombros.

―¿Le preguntaste? ―dijo Gal, sus labios temblando en un esfuerzo por no sonreír.

Chasqueó la lengua.

―Bueno... no, para ser honesto ―murmuró Greg. Miraba a todos lados menos a su cara.

 

―Tal vez si lo hubieras hecho, ella se hubiese unido. Después de todo, hace solo unos minutos te estaba adorando ―se burlaba Gal descaradamente.

Greg no podía estarse quieto. Empezó a balbucear, Gal estaba disfrutando.

―Vale, escucha ―soltó finalmente―, es eficiente. Llamo a una prostituta, ella viene, yo... alivio tensión y ella se va. Es una transacción limpia y honesta. Nada de coquetear, perder el tiempo, ni quedarme con las pelotas azules o frustrado.

Gal se mordió el labio. No estaba irritada en absoluto. Después de todo, su nombre significaba calma. Pero le divertía ponerle en aquel aprieto, así que permaneció en silencio. Podía ver como su cara cambiaba de una expresión a otra, tratando de zanjar la cuestión con excusas y aspavientos.

―Mira, te lo puedo explicar ―empezó a decir.

―¿Por qué tendrías que darme explicaciones? ―le interrumpió inexpresiva―. Yo solo estoy aquí por la computadora.

―Sí, pero...

―No tienes tiempo para ligar, perder el tiempo, toda esa mierda ―dijo desdeñando el asunto―. Lo que quieres es una fornicación limpia y eficiente.

Greg la miró fijamente, su expresión era de dolor físico.

Ella no pudo evitarlo. Soltó una carcajada.

―¡Oh dioses! Ah. No debí decir esas cosas, ¿Cuál es mi problema? ―dijo riéndose, y bebió un poco de agua.

Greg se dejó caer en uno de sus sofás.

―Te estás mofando de mí ―asintió.

―Lo siento. ¡Era tan gracioso verte abochornado! ―Imitó su voz―: Alivio tensión...

―¡Calla...!

―Oh, dioses míos. ¿Siempre es tan divertido por aquí arriba?, ¿o estoy sufriendo falta de oxígeno o algo de eso? ―Gal miró a su alrededor.

Greg entró en la cocina.

―Te voy a traer una galleta, tal vez eso te haga callar.

Él trajo una enorme galleta de chocolate en una servilleta y ella la mordió instantáneamente, arrojando migas por todo su escritorio.

―Usa la... Bueno, da igual ―dijo, y se tiró en el sofá otra vez―. ¿Cómo está mi computadora?

―Está enorme ―dijo ella con una galleta en la boca, riendo. Se atragantó por un segundo. Unas cuantas migas salieron disparadas y se tapó la boca, aún riéndose.

Greg se cubrió la cara y se hundió más.

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