La paz: perspectivas antiguas sobre un tema actual

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Además, Tibulo ha dotado su himno a la paz de una estructura tripartita que, como hemos visto, era típica de tales profecías optimistas de una nueva era. Así que empieza con evocar el momento en el que una época primitiva en la historia humana, simple pero a la vez segura y tranquila, cedió a un nuevo orden de guerra y de avaricia extendida, gracias al descubrimiento del hierro y del oro. Esa es una imagen del mundo de Tibulo mismo, por lo mucho que añoraba la vida sencilla del campo. Sin embargo, sueña con una era presidida por la Paz, que fomentará la agricultura otra vez y restaurará aquel régimen de paz y prosperidad que marcaba la vida humana en las etapas más tempranas de la civilización. Es exactamente el modelo que adoptaba Aristófanes en su Aves y su Ploutos o Riqueza, donde las divinidades desplazadas que presidían una especie de edad de oro recuperan la autoridad y ponen fin a las duras realidades del mundo actual. No está claro si Tibulo quiere decir que la Paz misma reinaba en la época más temprana de la historia humana, pero no cabe duda de que hubiera paz en la tierra antes de que el inventor de la espada de hierro hizo posible la guerra, y es plausible que Paz misma estuviera a cargo, particularmente porque se le atribuye, aparentemente, la invención del arado y por eso de la agricultura, un papel normalmente reservado para Deméter o su hijo, Triptólemo. En este caso, en el poema de Tibulo la paz hace una reaparición, y es precisamente el reino de Augusto el que ha creado las condiciones previas para su vuelta.13

La imagen sentimental de Tibulo de un nuevo orden de paz, en el que él y sus semejantes puedan pasar los días en la tranquilidad rural sin más molestia en sus vidas que un desacuerdo casual de vez en cuando con la novia, es encantadora, pero podemos preguntar con todo el derecho cómo esta visión concuerda con el ideal romano del valor militar, que era y seguía siendo la base del vasto Imperio romano. Desde luego, la poesía del amor se oponía a la exaltación de los valores militares tanto como la de Safo, que declaró que, aunque unos consideraban una flota de naves o una formación militar lo más hermoso, ella creía que era la persona amada (cf. fr. 16 Voigt). Esta tradición alcanzó su apogeo en la elegía romana, en la que Propercio se atrevía a afirmar abiertamente que él jamás se casaría, porque no quería que ningún hijo suyo sirviera en el ejército. “¿Es mi tarea suministrar a hijos para los triunfos de nuestra patria?” pregunta retóricamente, y se contesta: “¡No saldrá ningún soldado de mi estirpe!” (2.7.13-14). Ovidio, por su parte, afirmó que los amantes eran de hecho soldados (militat omnis amans; cf. Ars Amatoria 2.233-236: militiae species amor est), dado que soportaban todas las privaciones de la batalla para conquistar a sus amadas.14 Sin embargo, ni Propercio ni Ovidio imaginaban un mundo sin guerra, así como tampoco Tibulo.

EL EMPERADOR AUGUSTO Y LA PAZ

Alice Borgna ha llamado la atención sobre la dificultad que Augusto mismo enfrentaba para encontrar una solución de la crisis romana, que dependía de la paz en lugar de la postura belicosa con la cual Roma tradicionalmente respondía a cualquier supuesto enemigo (las normas de la guerra justa eran suficientemente flexibles para permitir la atribución de motivos agresivos al enemigo cuando les daba la gana) (Borgna, 2015). La crisis empezó no con las guerras civiles en sí, que sin duda contribuían mucho al deseo que sentían los romanos de poner fin a los conflictos y aceptar el reino de un único princeps.15 La guerra civil siempre tenía mala prensa en comparación con guerras entre estados, y se veía como una violación del orden natural. Sin embargo, el problema con que se enfrentaba Augusto no era tanto negociar con sus oponentes interiores, a los que al fin y al cabo había derrotado completamente, sino las secuelas del conflicto abortado con Partía. Era Craso, con fama de ser el hombre más rico en Roma, el que comandaba la expedición, y, como comenta Alice Borgna: “si se piensa en Craso, será difícil poder evitar la asociación mental inmediata con la figura de un hombre político y de negocios marítimos que, por su inquietud por conseguir la gloria militar, con una incapacidad decisiva se metió de cabeza en una expedición hacia el oriente que concluyó de una manera desastrosa” (2015, p. 132). Encargado, sin embargo, de la dirección de varias legiones experimentadas, no puede ser que Craso llevara a cabo sus operaciones sin previsión y planificación deliberadas. Además, sus campañas previas dan pruebas de que era un general dotado, y la victoria de los Partos no se puede atribuir sencillamente a su propia incompetencia. ¿De dónde, entonces, surgió la versión popular, evocada más vívidamente en la Vida de Craso escrita por Plutarco? La reacción inicial a la derrota de Carras fue vengar la pérdida de los estandartes romanos, como planeaba Julio César, pero después de ser asesinado César, Octaviano se dio cuenta de que tal aventura sería temeraria y finalmente resolvió la crisis por medio de negociación. Como observa Borgna: “Paralelo a esta iniciativa diplomática, se debe también notar cómo la propaganda comienza con insistir en el valor de la pax y en la idea de un mundo dividido en dos esferas de influencia, con el fin aparente de desanimar aquella política externa agresiva que muchos todavía cortejaban” (2015, p. 141). Así que Augusto podía escribir en sus Res gestae.: “El templo de Iano Quirino, que nuestros antepasados quisieron que fuese cerrado cuando [en] todo el imperio romano, ya fuese en tierra o mar, hubiese paz como frutos de las victorias y que según la tradición se cerró solo dos veces desde la fundación de la ciudad, el senado decretó que fuese cerrado tres veces durante mi principado” (13), y luego: “Obligué a los partos a restituir las insignias de tres ejércitos romanos y a solicitar la amistad del pueblo romano” (29.2). Sin embargo, afirma Augusto justo antes: “Vencido completamente el enemigo, recuperé de la Hispania la Galia y los Dálmatas, muchas insignias militares perdidas por otros jefes” (29.1; trad. Cruz, 1984). La expresión devictis hostibus matiza la siguiente supplices... coegi, y da a esta fórmula el sentido de una victoria militar más. Al mismo tiempo, la debacle de Craso ha sido revalorada como un percance menor en la historia de la superioridad militar irrebatible de Roma.16

Ya podemos ver cómo el poema de Tibulo sobre la paz compagina muy bien con el programa de Augusto. Su argumento no es que el amor y una apreciación de las virtudes de una vida casera sean una alternativa a la guerra, en la manera de los epicúreos que suponían que la tranquilidad psicológica podía eliminar los deseos inquietos e irracionales que nos llevan a las guerras y la disensión. Más bien, Tibulo ve la realización de la paz como condición previa de las satisfacciones privadas, y esa depende del poder imperial de Roma, que mantiene a raya a todos sus enemigos. Mantener la capacidad de Roma de imponer la paz al mundo requiere fuerza militar y preparación, es decir, un ejército de soldados que valoran la valentía y su manifestación en el combate, justo como reconoció Aristóteles. Cuando declara Tibulo, “sea otro valiente con las armas y eche por tierra con Marte a su favor a los generales enemigos para que pueda contarme, mientras bebo, sus hazañas el soldado y pintarme con vino el campamento en la mesa” (trad. Soler Ruiz, 1993), el poeta quiere decir precisamente eso, aun si cree que es una locura invitar a la muerte de este modo. Aristóteles también, al elogiar la vida contemplativa, podía afirmar que

[…] los ejercicios, pues, de las virtudes activas consisten, o en los negocios tocantes a la república, o en las cosas que pertenecen a la guerra, y las obras que en estas cosas se emplean parecen obras ajenas de descanso, y sobre todas las cosas tocantes a la guerra. Porque ninguno hay que amase el hacer guerra sólo por hacer guerra, ni aparejase lo necesario sólo por aquel fin, porque se mostraría ser del todo cruel uno y sanguinario, si de amigos hiciese enemigos sólo porque hubiese batallas y muertes se hiciesen. (EN. 10.7.1177b; trad. Simón Abril, 1918)

Igualmente, nadie confiesa que haga la guerra solamente para crear una arena donde se pueda presumir de su coraje. Pero siempre hay estados enemigos en el mundo, y la valentía es imprescindible para impedir que nos ataquen —aun si eso necesita una acción preventiva en forma de un ataque primero a un poder hostil—. Oportunidades para una manifestación del valor nunca faltan.

El pacifismo nunca era una opción política seria en la Antigüedad, y quizá no lo es tampoco hoy en día. Por los muchos esfuerzos de los filósofos y otros por transformar los valores humanos para acabar con las guerras, en efecto hay solo dos modos de realizar la paz, al menos temporalmente. Uno ha sido que un Estado domine a todos los demás, así garantizando su propia seguridad (aparte del peligro de la guerra civil) y suprimiendo el conflicto entre las poblaciones bajo su esfera de influencia. El otro ha sido un equilibrio de poder entre adversarios más o menos iguales en cuanto a sus fuerzas, de modo que ninguno de los dos esté dispuesto a arriesgar hostilidades posiblemente desastrosas —recuérdese el eslogan MAD o mutually assured destruction (“destrucción mutua asegurada), mad significa también “locura”—; esa doctrina de los años 1950 y 1960 que veía en las impresionantes capacidades nucleares de los Estados Unidos y la Unión Soviética un motivo para que ninguno de los dos superpoderes iniciara nunca la guerra, y los estados menores que dependían del uno o del otro también se encontraban inhibidos de participar en conflictos locales (salvo de vez en cuando como sustitutos de los dos poderosos países). Sin embargo, tal empate o equilibrio requería que los dos siguieran permanentemente preparados para la guerra, para que ni el uno ni el otro se quedara atrás y se encontrara así vulnerable a una agresión.

 

ALEJANDRO MAGNO, SEGÚN PLUTARCO

La posibilidad de un estado ecuménico bajo el dominio de Macedonia se presentó con las conquistas de Alejandro Magno, que por un breve período unificaba bajo un mando único Grecia y el ya derrotado Imperio persa, junto con tierras aún más al este (Konstan, 2009). Plutarco, en una obra retórica con el título Sobre la fortuna o la virtud de Alejandro, atribuye a Alejandro la intención consciente de formar un estado mundial (329a-329c):

La muy admirada República de Zenón, fundador de la secta estoica, se resume en este único principio: que no vivamos separados en comunidades y ciudades y diferenciados por leyes de justicia particulares sino que consideremos a todos los hombres conciudadanos de una misma comunidad y que haya una única vida un único orden para todos como rebaño que se cría y pace unido bajo una ley común. Esto lo escribió Zenón como si modelara un sueño o una imagen de un gobierno y de una buena constitución filosófica; pero Alejandro, en cambio, suministró a la palabra la acción. Pues no trató a los griegos como caudillos y a los bárbaros despóticamente, como Aristóteles le había aconsejado […]. Por el contrario, se consideraba enviado por la divinidad como gobernador común y árbitro de todos […], con el fin de reunir los elementos diseminados en un mismo cuerpo, como mezclando en una amorosa copa las vidas, los caracteres, los matrimonios y las formas de vivir.

Plutarco (329d-330a) trata la decisión de Alejandro de adoptar el traje persa y de promover el matrimonio mixto entre griegos y extranjeros como parte de un gran plan de unir a todos los pueblos por afinidad o parentesco. Explica (330c-d):

Pues no recorrió el Asia a modo de bandido ni estaba en su mente saquearla ni arrasarla cual presa y botín de una inesperada buena fortuna, como hizo después Aníbal al invadir Italia […]. Alejandro quería que toda la tierra estuviera sometida a una única razón y a un único gobierno y que todos los hombres se revelaran como un único pueblo, y así se formó él mismo. (trad. López Salvá, 1989)

La visión de Plutarco de un mundo único y homogéneo bajo la autoridad de Alejandro parece tratar las costumbres locales como nada más que impedimentos a la armonía internacional, fenómenos superficiales que un soberano sabio como Alejandro o pasará por alto o intentará combinar en una mezcla uniforme. Pero Plutarco también considera el dominio de Alejandro como una misión civilizadora que remplazará las tradiciones bárbaras por prácticas basadas en la razón:

Y si te fijas en la pedagogía de Alejandro, educó a los hircanos en el respeto al matrimonio, enseñó a los aracosios a cultivar la tierra y persuadió a los sogdianos a cuidar de sus padres y no matarlos y a los persas a respetar a sus madres pero no a casarse con ellas. Maravillosa filosofía por la que los indios adoran a las divinidades griegas […]. Los niños de Persia, de Susa y de Gedrosia cantaban las tragedias de Sófocles y Eurípides […]. A través de Alejandro […], Bactria y el Cáucaso adoraron a las divinidades griegas […]. Alejandro […] fundó más de setenta ciudades en pueblos bárbaros y sembró Asia de magistraturas griegas y se impuso así sobre su modo de vivir salvaje e incivilizado. (López Salvá, 1989, pp. 238-239)

Como se puede ver, con el pretexto de armonizar las costumbres variadas de los muchos pueblos que poblaban el mundo conocido, la misión de Alejandro era, de hecho, como la describe Plutarco, la de imponer los valores de una única cultura —que Plutarco hubiera visto como grecorromana— a todas las naciones. Hay una analogía evidente con la visión de la Ilustración de un sistema mundial, a condición de que se basara en los valores humanistas de la Europa moderna. El mismo Plutarco que celebró el rechazo por parte de Fabricio de los valores epicúreos como incompatibles con el poder romano trata a Alejandro Magno aquí como un modelo de la dominación mundial.

AUGUSTO Y LA PAZ MUNDIAL

Plutarco escribía, por supuesto, en el auge del Imperio romano, y es fácil suponer que Roma es el objeto implícito de su encomio. Gnaio Pompeyo Trogo, contemporáneo de Augusto y de Tibulo, que escribió en el siglo I a. C. una historia comprensiva organizada en torno de Macedonia —de la cual tenemos un epítome hecho por Marco Juniano Justino Frontino—, después de describir el mundo entero conocido, volvió al final de su estudio a Roma misma:

[…] cuando había descrito los asuntos de los partos y los orientales y de casi todo el mundo, Trogo volvió a los principios de la ciudad romana, como si fuera regresando a casa después de una larga peregrinación; consideraba como característica de un ciudadano desagradecido si, después de iluminar los hechos de todos los pueblos, se quedó mudo solo de su propia patria. Brevemente, entonces, narraba los comienzos del Imperio romano, para que no excediera los límites de la obra que propuso ni pasara en silencio el origen de la ciudad que es la cabeza del mundo entero. (43.1.1-2)17

La afirmación de que Roma gobierna todo el mundo parece contradecir el hecho de que Roma negociara el arreglo con Partia, según el cual el mundo estaba dividido en dos esferas de influencia; sin embargo, podemos ver una imagen de cómo Augusto quería representar aquel pacto en la coraza que lleva puesta en la estatua de Prima Porta.

La imagen central, según la mayoría de los estudiosos, representa la devolución de los estandartes por los partos: la figura al lado derecho, que los entrega, lleva una túnica y pantalones holgados, que se asume son típicos de los partos, mientras que al lado izquierdo la figura que los recibe está vestido de armadura militar.18 Al lado izquierdo de este grupo hay dos figuras femeninas, que representan cautivas bárbaras (no se puede identificarlas con precisión, la de la derecha lleva un instrumento con cabeza de dragón que se asemeja a la trompeta gálica llamada carnyx). La impresión que dan es que los bárbaros en general han sido derrotados, y la indicación del poder romano es precisamente la entrega de los estandartes.19 Se proclama que la paz es resultado de la victoria romana.


Figura 1. Prima Porta Augustus. Siglo I d. C. Museos Vaticanos

Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/eb/Statue-Augustus.jpg

El ideal de un único orden mundial y la paz que resultará iban a tener unas largas secuelas.20 Elio Aristides (siglo II d. C.), en su Encomio de Roma (207), salmodia: “vosotros [romanos] gobernáis el mundo como si fuera una sola ciudad” (mi traducción). Un discurso de Temistio (34.25), quien fue tutor de los hijos de los emperadores romanos Valens y Teodosio I, servía de senador en Constantinopla desde 355 y compuso paráfrasis de los tratados de Aristóteles, alababa la gentileza de los romanos, que no odian a sus enemigos sino que “los consideran dignos de ser perdonados, como seres humanos” (mi traducción). Sigue explicando que “quien avanza al máximo contra los arrogantes bárbaros se hace rey solo de los romanos, sin embargo quien los conquista pero los perdona se reconoce como rey de todos los seres humanos, y se puede decir justamente que este hombre es verdaderamente humano [philanthrôpos]”. Roma lleva paz; pero al costo de la sumisión.

TIBULO Y MESALA

Podemos ver más claramente el acuerdo de Tibulo mismo con esta visión, al echar un vistazo a la séptima elegía del primer libro, una celebración de los cumpleaños de su patrono y amigo, Mesala. El poema comienza (1.7.1-8):

Este día lo han profetizado las Parcas que tejen los hilos del destino, que ningún dios puede romper: que éste iba a ser el día que podría hacer huir a los pueblos de Aquitania, ante el que temblaría Átax, vencido por un ejército de valientes soldados. Se han cumplido las profecías: la juventud romana ha visto nuevos triunfos y generales prisioneros con cadenas en sus brazos. En cuanto a ti, Mesala, ceñido del laurel de la victoria, te transportaba un carro de marfil de caballos resplandecientes. (trad. Soler Ruiz, 1993)

Luego Tibulo se jacta (9-16):

No sin mí has conseguido este honor: el Pirineo tarbelo es testigo y las playas del Océano santónico; testigo el Arar y el Ródano veloz y el ancho Garona y el Líger, agua azulada del rubio carnuto. ¿Te he de cantar, Cidno, que en el silencio de tu suave corriente reptas azulado por tu cauce con serenas aguas y la excelencia del frío Tauro, que con su elevada cima toca las nubes y alimenta a los cilicios de larga cabellera?

Hay más en esta línea, y Tibulo sigue enumerando los sitios que ha visto en el séquito de Mesala, hasta que llega a Egipto, cuando Tibulo se detiene para describir el Nilo, siempre una fuente de fascinación para los griegos y romanos (27-32):

A ti cantan y a su Osiris admiran estos jóvenes extranjeros, enseñados a llorar al buey de Menfis. Fue Osiris el primero que con mano hábil fabricó el arado y removió con su reja la tierra tierna, el primero que lanzó semillas a un suelo sin experimentar todavía y cosechó frutos de árboles antes desconocidos. (trad. Soler Ruiz, 1993)

Tibulo recita después como Osiris enseñó el cultivo de la vid y la fabricación del vino, y a partir de esa las artes del canto y de la danza, y añade (39-48):

Y Baco ha concedido al labrador, agotado por el enorme esfuerzo, disipar de su corazón la tristeza. Baco también ofrece descanso a los afligidos mortales, aunque sus piernas resuenen golpeadas por duras cadenas. No te gustan ni los tristes cuidados, ni el llanto, Osiris, sino la danza, el canto y las ligaduras de un amor pasajero, también las flores diversas y la frente ceñida de yedra, incluso el manto azafranado suelto hasta los tiernos pies y los vestidos de Tiro y la flauta de dulce canto y la ligera canastilla que sabe de ocultos misterios.

El mundo que presiden Osiris y Baco semeja la época temprana de la humanidad descrita en la décima elegía, antes de la invención de la espada, cuando Paz reinaba en la tierra. Pero la alegría que ofrecen estas deidades se da a los hombres en cadenas. Lo que implica que Roma es la que ha llevado la libertad a Egipto, pero lo ha hecho con la espada. Egipto se incorporó como provincia del Imperio romano solo tres años antes del triunfo de Mesala —un espectáculo en el que el triunfador procedía en modo de encarnación de Júpiter Óptimo Máximo—. Se puede leer la trayectoria del poema como una transición desde una época temprana de tranquilidad primitiva al reino de Júpiter, que introduce la guerra en el mundo pero a la vez la unidad bajo el reino romano. Pero esta era cede su turno a otra, bajo la égida de la divinidad propia o Genius de Mesala (49-50), y al final, los labradores mismos cantarán, al disfrutar de los frutos de la vid y celebrar —entre todas las cosas posibles— el trecho recién pavimentado de la Via Appia que Mesala supervisaba en su función de comisario de carreteras (59-62):

Que no calle el recuerdo de las obras de tu carretera a quien retienen la tierra de Túsculo y la blanca Alba de antiguo Lar, pues con tus recursos este camino se cubre de una capa de grava y de piedras unidas con arte singular. Te cantará el labrador, cuando vuelva de la gran ciudad por la tarde y al desandar sin tropiezo el camino.

Gracias a las habilidades de los romanos en el tema de la tecnología, que incluye el arte de la guerra, los agricultores pueden disfrutar ahora los beneficios genuinos de la paz, liberados de las cadenas (Konstan, 1978; Bowditch, 2011, p. 95).

 

CONCLUSIONES

Ya es hora de combinar o tejer las múltiples hebras que hemos identificado en los argumentos sobre la paz en el mundo clásico. El tenor moralizante del discurso clásico subrayó las causas psicológicas de la guerra. En su discurso Sobre la paz, Isócrates proclamó:

[…] mas si hiciéremos la paz, y fuéremos tales, cuales previenen los tratados, viviremos con la mayor seguridad en nuestras casas, libres de los combates, peligros y alborotos en que nos hallamos enredados; cada día gozaremos de mayor abundancia, aliviados de los tributos y de las gabelas marítimas, y de todas las demás contribuciones para la guerra, cultivando ya con gusto los campos, navegando los mares, y volviendo a entrar en todas las demás negociaciones que estaban por la guerra abandonadas. (8.19-20; trad. Guzmán Hermida, 1979)

Sin embargo insiste más tarde el mismo Isócrates: “Pero de todo eso no es fácil que podamos lograr nada, si antes no os llegáis a persuadir, ser mucho más útil y de mayor provecho la paz y tranquilidad, que la guerra y sus tumultos; la justicia que la injusticia; y el cuidado de lo suyo, que el ansia por lo ajeno” (8. 26). Isócrates estaba convencido de que si Atenas adoptaba tal postura, las otras ciudades iban a conformarse. Sin embargo, ningún estado estaba dispuesto a abandonar sus defensas o sus ambiciones, y solo cuando hubo un aproximado equilibrio de poder podía pensar un rey como Pirro o una democracia como Atenas en renunciar al objetivo de extender su dominio. E incluso entonces, sin embargo, tal moderación, que corría en contra de la ideología de la valentía que sostenía la máquina militar, se representaba a menudo como una victoria o conquista, y la paz se redefinió como la seguridad que resulta de haber rebasado o anulado todos los enemigos potenciales, como pretendió Pirro (Valdés Guía, 2017). La paz concebida en esta manera se podía considerar noble y varonil. Tal era la base de la jactancia de Augusto de haber conferido la paz a todo el mundo, lo que minimizaba el poder duradero de Partia. El elogio de la paz, o de la Paz, con mayúscula, que compuso Tibulo, tan conmovedor como es, era parte, en último término, de la estrategia de Augusto y tenía poco que ver con el pacifismo incondicional.21 No había ni manera ni intención de volver a un estado primitivo de la civilización, antes del reino de Júpiter; la paz restaurada era una paz realizable en el mundo como era y con seres humanos que ya habían dejado atrás la simplicidad de la edad del oro. En las palabras de Publio Flavio Vegecio Renato: qui desiderat pacem, praeparet bellum; qui uictoriam cupit, milites inbuat diligenter; qui secundos optat euentus, dimicet arte, non casu (Mil. 3, prefacio). La popularidad de la paráfrasis del lema de Vegecio comúnmente citada hoy en día, si vis pace, para bellum, muestra que en el mundo moderno no faltan ejemplos semejantes.

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