Tristes por diseño

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Tales respuestas al pico de datos son preventivas, luchan por prevenir el desastre. Con el peligro de la entropía que se avecina en el futuro (cercano), la recopilación de datos ya no es un fin en sí mismo. Para los titanes tecnológicos, el siguiente paso crítico podría ser eliminar el valor de los datos recopilados sin molestar a los usuarios. Este plan de rescate de perfil se vende al usuario como una contribución a su «bienestar digital», un gesto de «responsabilidad corporativa». Podríamos llamar a esto «retroceso por diseño». Google ya ha anticipado cualquier posible descontento. En un gesto a lo pre-crimen de Minority Report, esta respuesta omite la fase de resistencia e instala la síntesis hegeliana de manera preliminar. Hemos superado la cultura de la apropiación. Silicon Valley ya sabe que queremos relajarnos. ¿Cómo responderán los usuarios al moralismo predeterminado de tales cambios? Contra estos gestos benevolentes, deberíamos considerar implementar colectivamente los principios de «prevención de datos» nosotros mismos.

Ante estas condiciones, necesitamos más que nunca estudios sobre Internet. Y, sin embargo, de alguna manera estos han fracasado en ser reconocidos y apoyados como una disciplina seria. Parafraseando a Habermas, podemos hablar del «proyecto inacabado» de la digitalización como la última etapa de la modernización, una que la Bildungselite posterior a 1968 difuminó categóricamente, convencida de que el rumor de la ingeniería que produjo las herramientas de Internet no la afectaría. Si bien podemos estudiar Cine, Teatro y Literatura, este no es el caso de Internet, que no ha logrado establecerse como una disciplina académica distinta con sus propios programas de licenciatura, maestría y doctorado a tiempo completo. Para defender esta brecha, las instituciones sueltan el mismo guion de que «todavía es muy temprano» –como si no hubiera suficientes personas que ya estuviesen usando Internet–. ¿Dónde está nuestro «conflicto de las facultades»? En todo el mundo, nadie parece estar dispuesto a hacerse cargo, a dar ese (tembloroso pero significativo) primer paso Los programas artísticos de los nuevos medios de comunicación se han cerrado silenciosamente, se han fusionado en empresas académicas inofensivas e introspectivas como las «humanidades digitales» o se han incluido en la lógica de «difusión» de los medios y las comunicaciones. Como resultado, los «hombres blancos geeks» de la ingeniería y los potenciales «capitalistas de riesgo» de las escuelas de negocios han logrado un dominio cultural –replicando sin cesar los esquemas de Silicon Valley y dejando al margen a aquellos con antecedentes en ciencias sociales, artes y humanidades o diseño.

La arabista italiana y compañera activista Donatella della Ratta, que enseña cultura digital en la Universidad John Cabot en Roma, agrega otro elemento: «El sujeto en línea está tan profundamente involucrado que ya no puede notar ni el teléfono ni Internet. La generación joven no se preocupa por el dispositivo tecnológico en sí, simplemente lo han borrado, lo han olvidado. Mis alumnos se aburren si hablo de tecnología per se. Quieren hablar sobre sentimientos, sobre sus cuerpos y emociones… simplemente ya no ven la tecnología». ¿Cuáles son las consecuencias de esta «fatiga tecnológica» que se propaga rápidamente, justo en el momento en que las controversias finalmente han llegado a la arena política tradicional?

A medida que la sociabilidad se agota, las decisiones sobre el compromiso y la conexión se confunden: «Uno tiene que saber con qué comprometerse y luego comprometerse con él. Incluso si eso significa hacer enemigos. O hacer amigos. Una vez que sabemos lo que queremos, ya no estamos solos, el mundo se repuebla. En todas partes hay aliados, cercanías y una gradación infinita de posibles amistades»26. Contrástese este sueño ambicioso y decisivo de The Invisible Commitee con la observación de Mark Fisher sobre la falta de automotivación entre los estudiantes y la falta de sanciones si están ausentes o no se desempeñan bien: «No reaccionan a esta libertad comprometiéndose con un proyecto propio, sino recayendo en la lasitud hedónica (o anhedónica): la narcosis suave, la dieta probada del olvido: Playstation, tv y marihuana». Frente a la sobrecarga permanente de información, se dice que los millennials están «demasiado confiados», negándose cortésmente a «aprender más» y en cambio sintiéndose atraídos por «cosas que son más importantes». El concepto de un «interior social» ya no es una paradoja.

Así que antes de lanzarnos a los debates sobre alternativas y estrategias, Tristes por diseño siente la necesidad de explorar este terreno más bien vago e indefinido de la fatiga de la decisión y el agotamiento del ego. Esta vez no habrá recuentos de viajes, ni informes pomposos sobre iniciativas del Institut of Network Cultures tales como Unlike US, Video Vortex y MoneyLab. El mercado exige que me centre y presente a la desesperación en línea en su forma más atractiva. En ensayos anteriores, he escrito sobre el blogging nihilista y sobre la psicopatología de la sobrecarga de información. Este libro retoma esos hilos, examinando en particular la interacción entre nuestro estado mental y la condición tecnológica. Aquí investigo la realidad social desde perspectivas mentales como la distracción y la tristeza. El título del libro puede leerse como una triangulación de «adicción por diseño», el famoso estudio sobre máquinas tragamonedas de Las Vegas de Natasha Dow Schüll, la «distracción por diseño» de James Williams y la «privacidad por diseño» de Ann Cavoukian.

Por último, pero no menos importante, detengámonos en la palabra «diseño» del título de este libro. ¿Otro diseño es posible?27 Una cosa es deconstruir la sosa innovación del design thinking gerencial. ¿Qué papel pueden desempeñar todavía el diseño (y la estética en general) para superar el estancamiento actual? Un camino posible aquí es evaluar críticamente las culturas de diseño realmente existentes, antes de apresurarnos en la promoción de un concepto de diseño radical sobre otro.

No podemos tan solo tener una vida, sino que estamos condenados a diseñarla. La colorida fotografía Benetton noventera de la miseria global se ha convertido en una realidad cotidiana. Los barrios pobres están inundados por ropa de diseño y calzado. Los refugiados de Versace ya no son rarezas. La envidia y la competencia nos han convertido en sujetos de una conspiración estética de la que es imposible escapar. El mcluhanesco programa de «ayuda a embellecer los patios de chatarra» ahora es una realidad global. Atrás han quedado los días en que se suponía que el diseño de la Bauhaus potenciaba la realidad cotidiana de la clase trabajadora. Hemos superado el punto de diseño como una capa adicional, una mejora que apunta a ayudar sutilmente a los ojos y las manos. El diseño ya no es una disciplina pedagógica que pretende elevar el gusto de la gente común para darle sentido y propósito a su vida diaria. No: nosotros vamos a por el estilo de vida de los ricos y famosos. Lo ordinario ya no es suficiente, el mantra es hacia delante y hacia arriba. Nosotros, el 99 %, reclamamos el estilo de vida exclusivo del 1 %. Esta es la aspiración del planeta H&M.

Al igual que el denim desgarrado y decolorado, todas nuestras deseadas mercancías han sido ya utilizadas, tocadas, alteradas, mezcladas, likeadas y shareadas antes de que las compremos. Venimos pre-consumidos. Con la distribución radical de los estilos de vida extravagantes viene la pérdida de la semiología. Ya no hay más control del significado. Las marcas pueden significar cualquier cosa para cualquiera. Esta es la precariedad del signo.

Nuestro hermoso desastre ya no es un accidente o un signo trágico de una decadencia interminable, sino una parte integral del diseño general. La cultura del diseño de hoy es una expresión de nuestras vidas intensamente prototípicas. Somos los adictos a la experiencia que desean exprimir los placeres de la vida para agotarla por completo. Y, sin embargo, es notable el poco progreso transformador que hemos logrado. Queremos mucho, y hacemos tan poco. Nuestro estado precario se ha hecho perpetuo.

Cuando nos enfrentamos con la precariedad de la ciencia ficción, esa extraña tecno-realidad que tenemos por delante, la primera asociación que nos viene a la mente son los conformistas años cincuenta. Claro, nos hubiera gustado vivir en una película de Blade Runner, pero nuestra realidad se parece más a una novela de Victor Hugo o una película de Douglas Sirk en donde lo hiperreal toma el mando. El aburrimiento, la ansiedad y la desesperación son el desafortunado desenlace. Esa es la «precariedad realmente existente», comparable al «socialismo realmente existente» en el período saliente de la Guerra Fría. Precariedad casual, por donde se mire. El terror de la comodidad nos vuelve locos. La monotonía de todo ello está contrastada y acelerada por el ocasional estilo modernista de IKEA que, en teoría, debería animarnos, pero que al final solo provoca una revuelta interna contra esta realidad manufacturada. ¿Qué se debe hacer con los trabajadores que no tienen nada que perder excepto sus gafas de sol Ray-Ban? No podemos esperar a Godot, ni siquiera por una fracción de segundo. No importa lo desesperada que sea la situación, la rebelión simplemente no ocurrirá. En el mejor de los casos, asistimos a un festival, expandimos nuestra mente y nuestro cuerpo, y luego volvemos a hundirnos en el vacío.

Una vez que el silencio se ha desvanecido, salimos de nuestras cámaras de eco arti-geek-académicas. La situación política actual exige abstenernos de propuestas «tecnosolucionistas» y en cambio migrar estos supuestamente restringidos «problemas de Internet» a contextos más grandes como el de la precariedad, las políticas tecnológicas poscoloniales, las cuestiones de género, la acción por el cambio climático o el urbanismo alternativo. A pesar de todo el potencial de fatalismo e introspección, mantengámonos en la línea del eslogan de Mark Fisher: «Pesimismo de las emociones, optimismo del acto»28. Como un gesto a este momento, mi investigación sobre las culturas críticas de Internet concluye con una contribución al «debate de los comunes». Como dijo Noam Chomsky, «hay mucho que podemos hacer para doblar el arco de la historia hacia la justicia, para tomar prestada la frase que hizo famosa Martin Luther King. La forma más fácil es sucumbir a la desesperación y ayudar a garantizar que suceda lo peor. La manera sensata y valiente es unirse a aquellos que trabajan por un mundo mejor, dando uso a las amplias oportunidades disponibles»29.

 

1Twitter, 11 de julio de 2017.

2Laura Penny, «Who does she think she is» [¿Quién se cree que es?] https://longreads.com/2018/03/28/who-does-she-think-she-is/

3Mara Einstein: «Si un amigo nos dice que le gustó la última película de Jurassic Park no hay razón para no creerle. Desafortunadamente, lo que también hemos llegado a creer es que amasar amigos en Facebook o seguidores en Twitter tiene que ver en última instancia con compartir con compatriotas. No es así: se trata de crear una audiencia para los publicistas. De ese modo, nuestras relaciones se vuelven medios para facilitar transacciones de mercado, o en el lenguaje del mercado, estas han sido monetizadas». Black Ops Marketing, OR Books, Nueva York, 2016, pág. 8.

4http://highscalability.com/blog/2018/8/22/what-do-you-believe-now-that-you-didnt-five-years-ago-centra.html.

5Siva Vaidhyanathan, Anti-Social Media, Oxford University Press, Nueva York, 2018, pág. 10.

6En su artículo «Desenmascarando los mitos más grandes sobre “adicción a la tecnología”» (https://undark.org/article/technology-addiction-myths/), Christopher Ferguson afirma que, contrariamente a otras investigaciones que difundieron el «pánico moral», la tecnología no es una droga, no es una enfermedad mental y no conduce al suicidio. Estas son guerras estadísticas entre psicólogos que están atrapados en los sesgos de su propia realidad empírica, producidos por sus parámetros de investigación. Mi punto aquí es tener cuidado con la medicalización del lenguaje cotidiano.

7Slavoj Žižek, The Year of Living Dangerously, Londres, Verso, 2012, pág. 127.

8La Sociedad de lo Social no es solo una referencia divertida a la Sociedad del Espectáculo de Guy Debord, sino una provocación a la ausencia casi total de la sociología tradicional en el «debate de las redes sociales». El concepto puede leerse también como una extensión de un ensayo previo, escrito en 2012 y titulado «¿Qué es lo social en las redes sociales?», publicado en Social Media Abyss, Cambridge, Polity, 2016.

9Claude Lévi-Strauss, Tristes Trópicos, Paidos, Barcelona, 1988, pág. 462.

10Volúmenes previos: Dark Fiber, MIT Press, 2002; My First Recession, V2/NAi, 2003; Zero Comments, Routledge, 2007; Networks without a Cause, Polity, 2012; Social Media Abyss, Polity, 2016.

11Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1987, pág. 28.

12Franco Berardi, Futurability, The Age of Impotence and the Horizon of Possibility, Verso, Londres/Nueva York, 2017, pág. 172.

13Bernard Stiegler, Technics and Time, 2, Disorientation, Stanford University Press, Stanford, 2009, pág. 3.

14The Invisible Committee, Now, Semiotext(e), Sur de Pasadena, 2017, pág. 48.

15Ulises Mejías, Off the Network, Disrupting the Digital World, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2013. También he usado el «Discourses on dysconnectivity and the right to disconnect» [Discursos sobre la desconexión y el derecho a desconectarse] de Pepita Hesselberth, en New Media & Society, 2018, Vol. 20(5), págs. 1994-2010.

16Para una visión general véase Pepita Hesselberth, «Discourses on dysconnectivity and the right to disconnect» [Discursos sobre la desconexión y el derecho a desconectarse], en New Media & Society, 2018, Vol. 20(50), págs. 1994-2019.

17https://thedisconnect.co/. «Creemos que deberías poder desconectarte de Internet sin sacrificar las posibilidades de una plataforma digital. Al forzarte a físicamente desconectar tu conexión de Internet, The Disconnect crea una dinámica que te permite vincularte con el contenido digital a tu propio ritmo».

18En 2011, Nathan Jurgenson argumentó que debemos abandonar la asunción dualista digital de que los espacios on y offline están separados. «Las redes sociales tienen todo que ver con el mundo físico y nuestras vidas fuera de línea están cada vez más influenciadas por las redes sociales, incluso cuando estamos desconectados. Debemos despojarnos del sesgo digital dualista porque nuestras páginas de Facebook son, en efecto, “la vida real”, y nuestra existencia offline es crecientemente virtual». https://thesocietypages.org/cyborgology/2011/09/13/digital-dualism-and-the-fallacy-of-web-objectivity/.

19Andrew Keen, How to Fix the Future, Atlantic Books, Londres, 2018, pág. 192.

20Andrew Keen, op. cit., pág. 41.

21Escrito en respuesta e inspirado por Bernard Stiegler, Automatic Society, Volume 1: The Future of Work, Polity Press, Cambridge, 2016, págs. 6-18.

22Dieter Bohn, «Google’s Most Ambitious Update in Years», The Verge, 8 de mayo de 2018. https://www.theverge.com/2018/5/8/17327302/android-p-update-new-features-changes-video-google-io-2018. Thanks to Michael Dieter for contributing to this research.

23Véase: https://www.androidauthority.com/youtube-take-a-break-864783/.

24Eslogan de la página web https://www.wellbeing.google

25Simone Stolzoff, «Technology’s ‘Time Well Spent’ movement has lost its meaning» [«El movimiento tecnológico del “tiempo bien aprovechado” ha perdido su significado»], https://qz.com/1347231/technologys-time-well-spent-movement-has-lost-its-meaning/.

26The Invisible Committee, Now, Semiotext(e), Sur de Pasadena, 2017, pág. 16.

27Título de la tesis de PhD de Maja Van der Velden, University of Bergen, 2009. (http://www.globalagenda.org/).

28Mark Fisher, «Optimism of the Act», www.k-punk.org/optimism-of-the-act.

29«The growth of right-wing forces is ominous» [«El crecimiento de las fuerzas de derecha es ominoso»], entrevista con Noam Chomsky, 22 de junio de 2018: https://frontline.thehindu.com/politics/the-growth-of-rightwing-forces-is-ominous/article10108703.ece.

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Superando al desilusionado Internet

Eslogan de marca: Bien distraído, completamente extraído™ – «La inteligencia artificial no es la respuesta a la estupidez organizada». Johan Sjerpstra – «Por favor no me escribas a menos que me vayas a pagar». Molly Soda – «El capitalismo tardío es como tu vida amorosa: se ve mucho menos desolado a través de un filtro de Instagram». Laurie Penny – «Me pregunto cuánta gente a favor de la necesidad de libre expresión y debate racional ha bloqueado y silenciado trolls». Nick Srnicek – «La posverdad es al capitalismo digital lo que la contaminación es al capitalismo de energías fósiles: un subproducto de sus operaciones». Evgeny Morozov – «He visto al ejército de trolls, y somos nosotros». Erin Gün Sirer.

El desencanto con Internet es un hecho1. La iluminación no nos trae liberación sino depresión. El aura alguna vez fabulosa, que rodeaba a nuestras queridas aplicaciones, blogs y redes sociales se ha desinflado. Deslizar, compartir y poner «Me gusta» se sienten como rutinas mecánicas, gestos vacíos. Hemos comenzado a borrar amigos y a dejar de seguir, pero no podemos permitirnos eliminar nuestras cuentas, ya que esto implica un suicidio social. Si «la verdad es lo que sea que produzca más globos oculares», como afirma Evgeny Morozov, la única opción que queda es una huelga general de clics. Como esto no está sucediendo, nos sentimos atrapados, encontrando consuelo en los memes.

El enfoque de múltiples verdades de la política de identidad, según Slavoj Žižek, ha producido una cultura del relativismo2. El «consentimiento de fabricación» de Lippmann y Chomsky se ha detenido. Como lo explica Žižek en una entrevista en la televisión británica, el Gran Hermano ha desaparecido3. Ya no existe el Servicio Mundial de la BBC, la voz de radio moderada que una vez nos proporcionó opiniones equilibradas e información fiable. Cada pieza de información conlleva la sospecha de autopromoción, elaborada por gerentes de relaciones públicas y consultores de comunicación, y por nosotros mismos como usuarios (somos nuestros propios becarios de marketing). Lo que está colapsando es la imaginación de una vida mejor. Al protestar, no son «los condenados de la Tierra» los que se están rebelando porque no tienen nada más que perder, sino la clase media estancada y los «jóvenes profesionales urbanos» que se enfrentan a una precariedad permanente.

La conformidad masiva no dio frutos. Una vez que el affaire con la aplicación se acaba y la adicción se revela, el estado de ánimo vira hacia el aborrecimiento y los pensamientos contemplan dejar el vicio de golpe. ¿Qué viene tras el detrimento exorbitante? Después de la arrogancia viene la culpa, la vergüenza y el remordimiento. La pregunta es cómo el descontento actual finalmente se desarrollará al nivel de la arquitectura de Internet. ¿Qué es el tecno-arrepentimiento? ¿Cómo podemos reintroducir la idea de una web descentralizada?, se pregunta la iluminada comunidad tecnológica norteamericana, después de décadas de apoyo poco crítico a sus propios adictivos monopolios en formación4. ¿Su respuesta? Escribe más código. En contraste, la respuesta europea al «Internet roto» es una iniciativa de infraestructura pública llamada soberanía tecnológica y la «pila pública» (veremos más sobre esto en el capítulo 5).

 

Lo que algunos ven como un alivio es experimentado por muchos como frustración, e incluso odio. El Otro en línea ya no puede ser clasificado como un «amigo». «Si la gente en el mundo exterior le asusta, la gente en Internet le aterrorizará», es una advertencia general que se aplica a todos los sitios. La conciencia sobre los trolls nunca ha sido tan alta. Incapaces de escapar y condenados a permanecer en línea, nuestro encuentro existencial con el troll parece inevitable. Los usuarios están bajo la amenaza de un colapso socioeconómico y, una vez pobres, están sujetos a la economía del posdinero, en la que solo circulan entidades imaginarias. Una vez que han sido dados de baja, estar en línea es su último refugio.

«Estamos aterrojodidos». Así es como Jarett Kobek resumió el sentimiento general en su novela I Hate the Internet, publicada en 2016. La culpa y la frustración son a la vez personales y políticas, a escala global. Ubicada en las calles gentrificadas de San Francisco, la historia describe cómo las computadoras coordinan la explotación de «la población excedente como esclavos perpetuos». ¿Qué sucede una vez que la comprendemos que «todas las computadoras del mundo fueron construidas por esclavos en China» y que tú eres la persona que usa esos mismos dispositivos? ¿Qué sucede cuando nos reconocemos personalmente como los cómplices culpables, «sufriendo la indignación moral de un escritor hipócrita que se ha beneficiado del botín de la esclavitud»?5

¿Qué sucede si la economía actual de Internet de lo gratuito es el escenario futuro predeterminado para el 99 %? Esta es la parte intrigante de la filosofía Hazlo Tú Mismo de Kobek, que él presenta como una ciencia ficción del presente. ¿Qué sucederá cuando la concentración de poder y dinero en manos de unos pocos se vuelva irreversible y abandonemos toda esperanza de una redistribución de ingresos? Para Kobek, este ya es el caso. El dinero tradicional ha fracasado, reemplazado por la microfama de los influencers, «la última moneda válida del mundo», que es incluso más susceptible a las oscilaciones que el dinero. «El dinero tradicional había dejado de ser un intercambio de humillación por comida y refugio. El dinero tradicional se había convertido en el equivalente de un mundo de fantasía».

Kobek se describe a sí mismo como un defensor de la «mala novela» en contraste con la ficción literaria de la Guerra Fría patrocinada por la CIA llamada «buena novela» –una categoría que continúa existiendo en la obra de Jonathan Franzen, «quien escribió sobre personas del Medio Oeste de los Estados Unidos que no tienen mucha eumelanina en sus epidermis». Las novelas malas se definen aquí como historias que «imitan a la red de computadoras en su obsesión con los medios de comunicación basura, en su presentación irrelevante e irregular de contenido», historias llenas de personajes que tienen un «profundo afecto por la literatura juvenil», como Heinlein, Tolkien y Rand. Todo esto te hace preguntarte en qué categoría podría encajar la actualización de Dave Eggers de 1984, The Circle. ¿Puede esta historia sobre la economía predictiva, impuesta por una fusión ficticia de Google y Facebook, ser clasificada como mala novela original en esta categoría? ¿Qué sucede cuando ya no somos capaces de distinguir entre utopía y distopía?

Para Kobek, la fama e Internet son dispositivos para despojarnos de agencia. La promesa de la fama engaña a las personas con imágenes de éxito grotesco. Mientras crean en sus sueños, todo el mundo es un artista y una celebridad, emulando a ejemplos como Beyoncé y Rihanna, que son inspiraciones en lugar de buitres. Tales casos de celebridades mostraron «cómo las personas impotentes mostraron sus súplicas ante sus amos». Los fans son compañeros de viaje en un viaje por la vida; no son consumidores que compran un producto o servicio. Según Kobek, «los pobres están condenados a Internet, un recurso maravilloso para ver televisión de mierda y experimentar angustia por los salarios de otras personas». Construido por «hombres sin sentido», Internet no invoca más que basura y odio, dejando a los pobres con las manos vacías, sin nada que vender. Los pobres hacen dinero para Facebook, nunca será al revés.

El estilo de Kobek se ha comparado con el de Houellebecq debido a la dureza de sus personajes. Deambulamos por el ambiente cínico de las startups de la Bahía de San Francisco donde manifestantes «lanzan piedras al bus de Google», pero Kobek se niega a llevarnos dentro. Esta es la perspectiva de los marginados y los desesperados, una perspectiva que al menos promete algunas ideas reales. Se nos hace notorio el imaginario colectivo desértico de la clase geek, esa mezcla de Hacker News, Reddit, 4chan, juegos y porno. A diferencia de una novela de ciberpunk, no ingresamos al ciberespacio, no nos enchufamos y nos deslizamos por los perfiles que fluyen a través de Instagram. No se trata de una «ilusión del fin». Y esta es la principal diferencia de la generación revolucionaria-utópica de 1968: tenemos la extraña sensación de que algo apenas ha comenzado. En esta era distópica e hiperconservadora, ya no nos enfrentamos al deber histórico de enfrentar la finalidad de los episodios de la sociedad, como el Estado del Bienestar, el Neoliberalismo, la Globalización o la Unión Europea. En cambio, nos han atraído a un estado perpetuo de retromanía, porque, como señaló el fenecido Mark Fisher, es el presente el que desapareció («Make America Dank Again»).

Dentro de estos pseudoeventos no hay cronología, ni desarrollo, ni principio ni medio, y mucho menos un final. Estamos más allá del proceso terminal, se trata del mosaico posmoderno. Todo se está acelerando. Este debe ser el estilo catastrófico del siglo XXI presentado en tantas películas. Sin embargo, seguimos encapsulados, capturados dentro de bucles cibernéticos que no van a ninguna parte, observando paralizados a medida que pasan ciclos sin sentido de eventos, series y temporadas. ¿Qué sucede cuando la ansiedad de la saturación de información se convierte en un profundo sentimiento de vacío? Una vez que hemos pasado este punto, lo digital no desaparece, ni termina. Los acontecimientos simplemente ya no se convierten en espectáculos romanos. En cambio, experimentamos el simulacro como realidad primordial. No podemos procesar una sobreproducción tan repentina de la realidad.

Ya no encendemos las noticias de televisión pensando que estamos viendo una película. Lo hemos superado. No es la vida lo que se ha convertido en cinematográfico; son el escenario cinematográfico y sus efectos los que dan forma a los grandes diseños de nuestras sociedades tecnológicas. Las películas anticiparon nuestra condición, y ahora estamos en medio de la ciencia ficción de antaño. El filme Minority Report es ahora una realidad tecno-burocrática, impulsada por la integración de flujos de datos una vez separados. Black Mirror no es una broma. La realidad virtual de verdad se siente como Matrix. Los reality shows de TV de Trump demostraron ser ensayos. Sus tuits son en verdad las políticas de Estados Unidos. Todo esto nos hace añorar una ficción realmente extemporánea y extraña. La lógica de vanguardia todavía parece viva con el papel de artistas bohemios siendo asumido por ingenieros y empresarios. Hemos dejado atrás el escenario del arte y el entretenimiento como «propuestas» y «escenarios». La última industria en lidiar con el remolino de lo falso y lo real es la propia industria de las noticias. La hiperrealidad se convierte en nuestra situación cotidiana, independientemente de si se la percibe como aburrida o marginal.

Veamos la desilusión radical como forma y celebremos el regreso de su sumo sacerdote, Jean Baudrillard. La rabia de las redes sociales no es solo una condición médica de unos pocos, es la condición humana. ¿Se convertirá el desencanto en una revuelta, como Camus contempló una vez? El agotamiento espiritual ciertamente está ahí (#sleepnomore). Con las manos vacías, discutimos una brillante pero impotente crítica del algoritmo, una tras otra. Para ponerlo en términos espaciales, el mundo infinito del ciberespacio, una sala que contiene una casa que contiene una ciudad, se ha derrumbado en un paisaje árido y expuesto en el que la transparencia se transforma rápidamente en paranoia. En lugar de perdidos en un laberinto, somos arrojados al aire libre, vigilados y manipulados, sin centros de comando a la vista.

Las mil mesetas de tuits, blogs, historias de Instagram y actualizaciones de Facebook han creado una cultura de profunda confusión. Se suponía que la fragmentación nos enriquecería. ¿Recuerdan que la diferencia radical se presentaba como belleza fractal? Todo bien. Entonces, ¿por qué deberíamos pagar ahora la factura por todas las consecuencias imprevistas? No se suponía que esto fuera a suceder. ¿Es esta la Derridalandia que una vez soñamos? Los medios convencionales juegan un papel decisivo en este proceso de decadencia. El papel de los medios de comunicación como «cámaras de compensación» para los hechos y las opiniones se ha visto socavado durante décadas por el aumento de las fuerzas centrípetas en la sociedad que ya no aceptan sentimientos particulares de épocas del baby boom, como la verdad y la independencia. A pesar de que su legitimidad se ha desvanecido, su influencia sigue siendo sustancial. Esto crea un ambiente de ambivalencia permanente.

Después de décadas de arduo trabajo para deconstruir la ideología dominante de los medios de comunicación convencionales, no hay vuelta atrás. El consenso liberal está roto. La impresionante incapacidad de «la prensa» para lidiar con los cambios en la sociedad (desde el cambio climático hasta la desigualdad de ingresos) ha llevado a una forma generalizada de indiferencia. ¿Por qué molestarse con los muertos vivientes? Los puntos ciegos teóricos de las sucesivas generaciones posmodernas son demasiado numerosos para enumerarlos. El gran elefante en la habitación aquí es Jürgen Habermas. Muchos de nosotros todavía suscribimos su noción de la esfera pública burguesa como un escenario donde las diferentes opiniones compiten en un diálogo racional, incluso si no creemos en los valores fundamentales de la sociedad occidental, como la democracia. ¿Y quién sería el «contrapúblico» en este contexto? ¿El «contenido generado por el usuario» de 4chan, Reddit o canales de YouTube como PewDiePie? ¿Cuál es la respuesta organizada a todo esto? Condena moral y negación. Y nosotros mismos como activistas, ¿qué tenemos para ofrecer? ¿Cómo se ve una versión contemporánea de Indymedia? ¿Y dónde está, ahora que la necesitamos tanto? Si es posible un modelo federado de filtrado de noticias de abajo hacia arriba, entonces construyámoslo.