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Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires

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Lo mismo expresó Quillan, Quidulef, Victoriano y otros; y aunque Carrupilun y Neuquen no contradigeron, tampoco se prestaron con claridad á mas que á no impedir que la expedicion cargase de sal, sin ser incomodada en cosa alguna. Ultimamente, para aprovechar aquel momento de division y de temor, llamé la atencion de todos, y dige: que en medio de la oposicion que se manifestaba en sus opiniones y razonamientos, yo no queria cargar sal alguna, y que daria parte al Sr. Virey para enterarle de todo en el dia, y que obraria segun su determinacion: pero que ciertamente les anunciaba, que tendria un gran sentimiento cuando supiese que no se cumplian sus parlamentos, y era muy de temer me remitiese las tropas que estan juntas en las Guardias, con las órdenes mas estrechas para castigar á los que se oponian; que en esta inteligencia no se quejasen despues. Que les advertia, que si algunas gentes de sus tolderias me robaban caballos ó ganado, como lo habian hecho, no aguardaria las órdenes del Sr. Virey, porque usaria de las armas.

Todos contestaron que no habria novedad, y que si algun indio cometiese igual exceso lo matase sin recelo, que ellos no se agraviarian. Pero tomó la voz Quinteleu y los suyos para que no se demorase la carga de las carretas, que ellos ayudarian con sus gentes y auxiliarian la expedicion hasta Buenos Aires. Le contesté, que me tomaria tiempo para resolverme, en vista de cuanto se me habia faltado, y yo no debia creer sus ofertas; pero que tuviesen entendido que desde aquel dia ya no se vendia aguardiente alguno, puesto que uno de los motivos que se daban para los descomedimientos de los indios era la embriaguez. Habiendo pasado el dia sin poder tomar alimento alguno, á causa de las ocurrencias referidas, mandé que se retirasen de la línea, á excepcion de los indios amigos, con quienes no se hizo novedad. Continuó la vigilancia necesaria sin dormir, y quedamos sobre las armas toda la noche hasta que amaneció, sin que en ella hubiese ocurrido alteracion ni motivo de incomodidad por parte de los indios. El cacique Quinteleu se mantuvo en vela á mi lado toda la noche, haciendo observar por los suyos y los demas indios, que con frecuencia le daban parte de sus centinelas avanzadas.

19, LUNES

En este dia dí parte á la Exma. Junta Gubernativa de todas las ocurrencias de Carrupilun, y estado de asedio en que me consideré en los dias 17 y 18; las medidas tomadas y resolucion de defenderme y atacar á los indios si me embarazaban el regreso. Prohibí la venta de toda bebida á los indios. Llegó el cacique Victoriano, dejando su gente pronta y armada para que ocurriese con su aviso, y entonces saludò á Carrupilun, quien trató de despedirse en aquel dia, é igualmente los mas de los caciques de su parcialidad, exigiendo se les diese algunas bebidas, yerba, tabaco y otras especies, que fué necesario franquearles para salir de ellos sin agravio ó descontento. Me pidieron todos les diese oficio de recomendacion para poder presentarse en las Guardias y al Superior Gobierno como amigos, en que no me detuve; dando parte igualmente á la Exma. Junta, manifestándole individualmente las circunstancias de cada uno para que solo se atendiese á los amigos beneméritos, dando resguardo á los demas, y los motivos que me obligaban á darles dichos oficios.

Se presentó en este dia el cacique Milba, hombre feroz de aspecto y de condicion, quien con su gente acampó á distancia de nuestro real por no desarmarla, y vino solo con un lenguaraz indio, cuyo próximo arrivo habia anunciado Neuquen en el dia anterior. A este principalmente, y á Neuquen estaba encomendado el asalto; mas mudó de lenguage, en virtud de las ocurrencias referidas, y se despidió. Sin embargo hasta el siguiente dia se veló mucho sobre las haciendas, por los frecuentes robos que se experimentaban entre ellos, bien que no se atrevieron asaltar á nuestros ganados de dia; pero en la noche acometieron varios indios á algunos vivanderos. Fueron sentidos y perseguidos por las patrullas: prendieron á dos con los robos que habian hecho, é hirieron mortalmente á otro, conduciendo á los tres á la guardia de prevencion, donde se les aseguró. El facultativo puso el mayor esmero en curar al herido, que entre otras habia recibido una herida en el bajo vientre, y tenia las tripas fuera. Este cuidado se redobló cuando se supo que no tenia ingerencia en los robos, que era indio amigo, y que como tal apellidó en su defensa al cacique Valeriano para que no le ultimasen. La causa de su desgracia fue el haberse asustado, y echado al indio que dormia, cuando se dirigieron hàcia él los soldados que perseguian á los ladrones. Esta ocurrencia puso en doble vigilancia al campamento: prevenidos los indios de ella, avivaron su retirada luego que amaneció, siendo el primero Carrupilun. Antes que se retirasen, dispuse que reconociesen á los indios ladrones, que se hallaban bien asegurados á las ruedas de una carreta, con las especies robadas, para que en ningun tiempo pudiera dudarse de la justicia de su prision y castigo. Para esto hice convocar á los caciques, y ordené se mantuviese sobre las armas la expedicion.

20, MARTES

Reconocidos los indios aprendidos, y tambien el herido y su estado, convinieron los caciques, á vista de sus declaraciones y delitos comprobados, en que yo les quitase la vida, ó castigase como quisiese, pues podia hacerlo francamente. Que en atencion á que ellos habian sido causantes de la desgracia del indio amigo, debian pagar con sus bienes las heridas del enfermo, ó su muerte, á contentamiento de los parientes que hubiese en el campamento, avisando á los demas que tuviese en la tolderia de donde procedia. En estas circunstancias me aproveché de sus mismas resoluciones, perdonándoles la vida, y dejándoles asegurados hasta la llegada de los parientes del herido, quienes dispondrian de él segun sus usos y costumbres: de cuya resolucion quedaron todos muy agradecidos, y los reos satisfechos de la fineza, contra el fallo de muerte que sus propios caciques habian dado.

Este accidente inopinado, unido á los antecedentes, dió un mérito extraordinario á la resolucion, y alentó á los españoles, que se consideraban como despreciados, y deseosos de emprender cualquiera accion que se presentase, por la que en efecto anhelaban, incitados de los despojos que podia prometerles la victoria, en las muchas alhajas de plata, monturas, caballos y tegidos que traen á esta especie de feria. Todo, por una especie de providencia, contribuyó á deslumbrarlos y hacerles perder el empeño de atacarnos, á pesar de su muchedumbre, y de nuestra escasa fuerza, que consistia en 21 hombres de fusil y 9 artilleros, de la que estaban bien instruidos desde el principio, y fué causa para que nos insultase Lincon. La firmeza en sostener la prohibicion de vender bebidas, de la que todos hicieron mal agüero, contribuyó á persuadir á los indios que yo guardaba aun resentimientos por sus procederes, y que deseaba declararles la guerra al mas leve delito. Para evitarlo, se fueron despidiendo uno en pos de otro con sus respectivas recomendaciones. Se retiraron todos los que seguian á Carrupilun á los Médanos, distantes como legua y media, donde habian dejado sus armas.

Desembarazado en mucha parte del cuidado que daban estos caciques, y su muchedumbre de gentes de armas encoletadas, y algunos con cotas de acero, como tambien de su innumerable chusma, quedamos mas francos para atender al objeto de nuestro viage. Por esta razon, y por la imposibilidad de poder sacar sal, se habia omitido hasta hoy, y no por el motivo que habia hecho entender á los indios. Llamé á los dueños de carretas y capataces, y les prefijé el término de tres dias para la carga, en atencion á haber mejorado el tiempo y bajado las aguas, para estraer la sal con menos trabajo que antes. Hice que las carretas no entrasen á la laguna, que quedasen siempre en línea, en precaucion de algun acometimiento de los indios que nos observaban, sin moverse de los Médanos referidos.

Entonces recibió un nuevo placer el cacique Quinteleu y sus hermanos, que hasta este punto dudaban de que cargase, recelándose de consiguiente un resultado funesto si el Superior Gobierno ordenaba las hostilidades que yo habia anunciado. Animó y ofreció sus indios, para que auxiliasen y ayudasen á cargar, como en efecto lo hicieron, recibiendo de los interesados una pequeña gratificacion: entonces finalmente desplegó este cacique todos los sentimientos honrados que le caracterizan, ofreciendo hacerme una muy circunstanciada relacion del estado de la indiada, sus particulares acuerdos y establecidos proyectos para invadir á los españoles, y la nota que él, sus hermanos y deudos tenian contraida por no prestarse á sus sistemas, en términos de hallarse precisados á defender la tierra, y situarse á la parte opuesta de la Cordillera, para reparar las desgracias que le amagaban en terrenos de la indiada chilena. Que luego iba á caminar su hermano Victoriano con sus gentes, y despues él y sus deudos.

En este estado, y siendo como las 11 del dia, llegó al campamento el cacique Milla-Catreu, hijo de otro de este nombre, y por medio de un indio lenguaraz, me suplicó le diese, para él y sus gentes, una vaquillona para comer, porque habia tres dias que no tomaban alimento alguno. Le repuse, que yo era un viagero separado de mi patria, y que era muy estraño me pidiesen en lugar de darme: que yo estaba comprando á los indios para comer, y él podia hacer lo mismo. Me contestó, que él no podia comprar, que le diese para comer una ternera, porque aunque su gente era mucha, unos tomarian la sangre, otros los menudos y el resto la carne, como con su padre, cacique principal, lo habian hecho muchas veces, en el mismo lugar otros comandantes. Como el indio lenguaraz no poseia el español para poderse esplicar, dió á entender que su cacique decia, que mis soldados enlazasen y sirviesen la ternera: cosa que me pareció repugnante, y mucho mas por el modo con que lo dijo: por ello me levanté airado, y le repuse, que con las armas nos entenderíamos.

 

El indio intérprete se esforzaba por darse á entender, y se dirigió al mio, diciendo que era falsa su asercion, porque el cacique decia que con sus soldados, esto es, con sus mocetones ó sus indios, y no con mis soldados. Esto guardaba mas conformidad con su primera súplica, y la hospitalidad exigia de mi le atendiese, cuando en su falta robarian mas de lo que pedian. Mandé se les diese una res, que en efecto, ellos enlazaron, llevaron á su alojamiento; cortando de ese modo el disgusto que habia preparado la mala interpretacion: en cuya precaucion es necesario vivir advertido, para no incidir involuntariamente en cosas semejantes, ya por escasez de voces en el idioma, ó ya por falta de posesion de este y del español en los intérpretes. Este suceso acaloró demasiado á algunos de mis oficiales, que sin acordarse que les tocaba solo obedecer, y no ingerirse en los gastos económicos, mucho menos cuando no faltaban las raciones, nos espusieron á un rompimiento por la incomodidad que recibian los indios con las repulsas, hasta que quedamos todos convencidos del verdadero sentido de las palabras. Al mismo tiempo que el cacique Milla solicitaba este auxilio, sus gentes, que habian bajado á la laguna á cargar de sal, se encontraron con algunos indios Pampas que estaban en igual diligencia. Es tal la oposicion que hay entre estos y los Ranqueles, que, siempre que se ven, se acometen para herirse, robarse y maltratarse, como aconteció en este caso: resultando varios heridos de los Pampas, y entre ellos, tres de gravedad, y despues robados y despojados de sus haciendas. Vinieron despues á poner la queja de estos hechos: ordené que se atendiesen sus heridas, y les hice entender que yo no era juez de sus causas, y que ellos vengasen sus agravios. Sin embargo, pregunté á Milla, cual era la causa de aquellas violencias? Y me contestó, que era en venganza de otras que los Pampas habian cometido con sus indios: que aun no estaban bien satisfechos, y podian agradecer á los españoles, bajo cuya sombra se atrevian á cargar de sal, el que no hubiesen sido todos degollados, como lo tenian bien merecido.

Se despidió este cacique como los demas, que le esperaban para deliberar sus respectivas marchas, despues de robar lo que pudiesen, á favor de la inmediacion al campamento y de su pública despedida. En efecto hubo mucho acuerdo sobre asaltar ó no la expedicion: pero como los caciques amigos permanecian siempre en èl, desistieron del intento, y se contentaron con robarles sus ganados, de modo que á muchos los dejaron á pié, y entre ellos á Turuñan, Victoriano y Quidulef. He observado constantemente, en el discurso de esta expedicion, el génio y doble trato de estos hombres: ellos mezclan siempre la súplica con la amenaza, apoyando esta con el número de lanzas que traen y suponen tener de reserva. Pero, como hace poco por la salud quien no se contiene con los excesos, y espera á la necesidad para aplicar el remedio, así es preciso mezclar desde luego en los razonamientos, la firmeza con la afabilidad, procurando dejar el uso de las armas para las últimas razones.

El cacique Neuquen, hombre mayor de 70 años, y á quien la vejez ha quitado los ojos sin ofenderle la cabeza, dejándole solo el nombre de haber sido el mas feroz y sanguinario, y tenido por ello el concepto del mas valiente, quiso hacer vana ostentacion de su antiguo respeto, y sufrió la mayor humillacion en cambio de su arrogancia. El cacique Milla-Catreu, que venia en retaguardia de Neuquen, y cuya venida anunció este, como concertados de antemano para acabar la expedicion, cuando supo el éxito de sus confederados, se vió precisado á mudar de tono para conseguir su entrada, dejando la gente armada á mas de una legua de distancia. El cacique Carrupilun, hombre audaz y de la mas refinada malicia, que obraba con acuerdo de aquellos y de veinte caciques mas, le vió bajamente postrado, cuando se descubrieron sus intrigas. Neuquen y Milla nunca habian conocido españoles sino en la lid: al primero dió mucho crédito el sangriento destrozo de la tropa del canónigo D. N. Canas. A estos caciques los prefirieron los demas, para que, provocando con amenazas, emprendiesen el ataque, que debian auxiliar los que estaban adentro del campamento, dirigidos por Carrupilun.

La misma detencion en resolver me hizo conocer el doblez y perfidia de Carrupilun y sus aliados. En estos casos, cuando insta la resolucion, suele ser engañosa virtud la prudencia, que se equivoca con el miedo. Nunca debe cerrarse la puerta, es verdad, al consejo, pero alguna vez deben cerrarse los ojos á las dificultades, porque suelen parecer mayores desde lejos; y hay veces en que la demora en discurrir impide el ejecutar, cuya lentitud prepara á los enemigos y pierde las empresas. Tal me persuadí que era mi situacion, y que, aprovechando los momentos, acaso desconcertaria las medidas combinadas para destruirme. Favoreciò la prudencia mis intenciones de un modo admirable, pero juzgué que siempre debieran evitarse iguales lances, aumentando la fuerza, ó escusando hacer expediciones semejantes.

Aquí se me ofrece observar, que no solo los estrangeros, desafectos á nuestra nacion, tratan injustamente á los indios, como incapaces de razon, para dar desestimacion y desprecio á nuestras obras, sino que tambien en las ciudades capitales de Amèrica se encuentran hombres de casi iguales sentimientos. En aquellos hay un crasísimo error, fomentado por innata aversion que nos profesan: en estos es una pública ignorancia. Ellos han admirado en otro tiempo, mas que ahora, nuestros procedimientos, pero esto es efecto de la novedad, que es incompatible con la potencia de discurrir: porque la admiracion no siempre supone ignorancia, ni debe llamarse tal la falta de noticia. Los indios tienen sagacidad, prontitud, disposiciones y egecuciones muy oportunas, que saben hacer con destreza en los lances mas apurados.

21, MIERCOLES

En este dia se empeñaron con todo esfuerzo à cargar de sal los dueños y capataces de tropas y dueños de carretas; y se ha logrado que la tropa descance algun tanto. Como á las 11 de él, llegò el cacique Oaquin, cuidadoso de nuestra expedicion, por haber entendido que los indios Ranqueles nos incomodaban, y con el objeto de proporcionarnos auxilio de sus gentes, como parcial amigo del cacique Quinteleu y deudo suyo: y à quien le mereciamos la fineza de haber interceptado varios robos de caballos, que de la expedicion llevaban otros indios; pidiendo ademas circunstanciadas noticias de los otros robos, por si convenia perseguir à los delincuentes. Este indio, cuyo caràcter es moderado, sobrio y juicioso, se halló en la capital el dia del ataque del general Whitelocke, y formó por él un concepto el mas alto de los españoles, por su fuerza y valor. Tuvo la proligidad de recorrer las calles y plazas donde aun existian los cadàveres ingleses, y vió luego el acopio que de ellos se hizo para su entierro en distintos puntos de la ciudad. Como los cadàveres españoles fueron recogidos inmediatamente à las iglesias y conventos, creció mas su espanto, y dió mèrito á que fuese exagerando à los demas caciques, el valor y fuerza de los españoles, llegando su ponderacion hasta asegurar que en una sola cuadra ó manzana de 150 varas habia contado mas de 1,000 muertos; estrechando en consecuencia de este hecho à todos los demas indios á que se apresurasen á hacer paces con los españoles, porque seguramente acabarian con toda la indiada, si en contra de ella tomaban las armas: y fué su asercion motivo para que todos viniesen á ofrecerse al gobierno con sus gentes para atacar á los colorados, que es como distinguen á los ingleses.

Interesa tanto esta noticia en boca de un indio, cuanto él es respetado de valiente entre los suyos, y de gran destreza, como que posee el uso de las armas de fuego, que le he visto hacer con arma suya propia; y si, como es presumible, se propaga entre los demas indios, ya por este conducto, ya por el de los muchos desertores que se hallan entre ellos, podràn bien presto, á favor de su muchedumbre, oponernos una fuerza terrible. Su anhelo por las armas de fuego es muy vivo: poseen las blancas y de todo género por el abuso de venderlas libremente nuestros traficantes. Por una espada ò sable no repara en precios el indio, y la codicia hace olvidar al mercader lo que se debe à sì mismo y à la humanidad, infringiendo las leyes sin reboso, todas cuantas veces pueden. Llegarà tiempo, si castigos escarmentadores no evitan estos tratos, en que lloremos sin remedio la ruina que nos preparan las partidas que entran á las guardias y à la capital, y se arman incesantemente por medio de este comercio vicioso y ratero.

Se hace, pues, muy forzoso que se cele con la mejor vigilancia el nùmero de armas, de caballos y demas especies que introducen y extraen las partidas de indios, como se practica en el reino de Chile. De cuchillos, dagas y toda suerte de arma corta, se proveen con la misma franqueza que los españoles: ademas, los indios Araucanos fabrican machetes y moharras de lanza con bastante perfeccion, cuyos nombres conservan en sus idiomas; con la distincion de haber corrompido el de machete en machito; y es comun este nombre al sable y á la espada. Nunca lo tercian al lado izquierdo, y aunque llevan cinturones: se lo afianzan de frente ó por delante atravesado. Cuando se presentan en accion de guerra, le llevan colgando à la muñeca, en la mano con que juegan la lanza, para usar de èl en falta de esta, ó cuando convenga.

Al ponerse el sol, llamè á todos los capataces y dueños de tropas, para prevenirles del último término que se les concediò para acabar de cargar, en atencion de haber transcursado el primero. En efecto, tenièndolos presentes, les dije: que con demasiado dolor veia que se hallaban dentro de la laguna muchas carretas sin cargar, y no pocas sin haber entrado á ella; que tuviesen entendido, que esto no me embarazaria la marcha, porque primero las haria volver vacias, que esperar mas tiempo, ni dejarlas abandonadas. Que asi por la creciente de la laguna, como por la incomodidad de los indios, habia disimulado el retardo; pero, que faltando estos motivos, era estraño el desperdicio del tiempo que en algunas tropas se notaba, cuando otras habian ya cargado, y estaban à punto de caminar, porque habian cargado lo ordinario y no excesivamente, hasta hacerse pedazos las carretas, como ya habia sucedido con tres: pues siendo el cargamento de 16 à 18 fanegas, cuando mas, habia quien las pusiese à 25 y 30. Que de esto resultaba el mayor atraso; porque sin duda, ò no sabian calcular la carga, ó los dominaba una codicia imprudente: pues contando cada fanega de 13 arrobas de peso en sal seca, en sal mojada excedia de 250 arrobas; y echarle un tércio mas, era un despropósito intolerable que yo no podia permitir.

Ultimamente, les manifesté que les concedia el dia de mañana, 23, para acabar de cargar, con el fin de egecutar la salida el 24, segun lo tenia expuesto al superior gobierno. Ademas, debia hacerles presente, que los indios no se habian ausentado à sus toldederias, y los teniamos de observacion à corta distancia en los inmediatos médanos, desconfiados de nuestra demora: persuadidos por ella que tratabamos de hacer poblacion, como les habia insinuado el cacique Lincon y algunos de nuestros lenguaraces ocultos; y todos eran motivos que me estrechaban á no dilatar mas nuestra marcha, y á precaver de los riesgos á la expedicion de mi mando, cuyos víveres se agotan, y nos esponiamos á una total escasez en un viage penoso con carretas recargadas.

Algunos troperos de considerable nùmero de carretas, me expusieron ó representaron su imposibilidad, por habèrseles enfermado muchos peones, à causa del alto del agua, y fortaleza de esta, que les habia causado muchas llagas y terribles acrimónias à la vista: por lo cual les seria imposible salir cargados en el dia de mañana, pero que cumplirian con la órden. En vista de esta respuesta y allanamiento, persuadido de que se esforzarian, mandé que se retiràran, con ànimo de diferir un dia ó dos mas, si fuese necesario, y de estrechar à los indios amigos, á que auxiliasen la carga, gratificàndolos, por medio del cacique Quinteleu, como me lo ofreciò.

Una de las ventajas mas considerables que pueden lograr las tropas de carretas, será cargar, de un almacen que se forme, la sal que les corresponda: por el ahorro del tiempo, por la seguridad de sus carruages, por el menos peso en la sal seca, y por el retorno pronto: sobre lo cual expondré separadamente lo que convenga, para el caso de verificarse la necesaria poblacion en este destino.

22, JUEVES

En este dia se han despedido y marchado varios caciques amigos con sus gentes, muy satisfechos de nuestra amistad, trato y buen agasajo. Comparecieron los parientes del herido, y ajustaron con los agresores la cuita de las heridas si sanaba de ellas, y si moria igualmente; concertando en ambos casos el precio que deberian satisfacer: y me pidieron pusiese en libertad à los reos, y los entregase à su disposicion, como lo egecuté. Este dia fuè de calor bastante con el viento suave, por el oeste-nord-oeste, y que ha permitido cargar, sin que en èl haya ocurrido particular novedad. Los indios se mantienen en los Mèdanos, y han hecho varios robos de caballos en esta noche à los chilenos, hasta en cantidad de 70 caballos: y para cerciorarse, me pidieron permitiese pasar à reconocer las haciendas de la expedicion con cuatro soldados, por si existian algunos entre ellas: lo que les otorgué, y quedaron satisfechos y agradecidos, al mismo tiempo que desengañados.

 
23, VIERNES

En este dia entraron à la laguna todas las carretas que habia fuera de ella, y salieron las que ya estaban cargadas: de las cuales, al repechar la barranca, se hizo pedazos una, por la excesiva carga; y las cuarenta restantes quedaron dentro ya, en tèrminos de cargarlas y de salir temprano el 24. En este dia se diò racion à la tropa para el viage, y se procuró gratificar al cacique Victoriano, que disponia ya su marcha, y algunos de los indios y deudos de su comitiva, entre los cuales habia algunos caciques.

En llegando á este punto, todo indio manifiesta su caràcter: quiere que se le gratifique privadamente, ocultando de sus hermanos, padres é hijos, cualquiera cosa que se les dé, y con la misma eficacia pide para los demas, cuanto se ha dado para él, creciendo su empeño en pedir, cuanto crece el número de los dones. Yo creo que la razon de esta conducta se deriva, de que su autoridad entre los suyos es en razon de su generosidad: así he notado que todos piden al cacique cuanto tiene, con mucha franqueza; pero estos se anticipan à dar antes que les pidan, y he observado muchas veces que no habiendo mas que un cigarro, va pasando de unos á otros, participando de él todos, hasta que vuelve á manos del cacique.

Como para entablar sus molestas pretensiones, lo han de hacer por medio de los intérpretes, procuran tenerlos à la mano. El que me ha servido en esta expedicion, Mateo Zurita, posee, segun los indios, perfectamente su dialecto. Este lenguaraz ha hecho varios viages de Chile à Buenos Aires por esta via, desde la Concepcion, y ha vuelto con estos caciques, quienes por esta razon tienen su mayor confianza en Zurita. Mas sin embargo de todas estas antiguas relaciones de amistad, se vió tan sofocado con las majaderias y desconfianzas de estas gentes, que suponian á Zurita como causa para que no se les diesen mayores gratificaciones, que tomando sus avios, se marchò diciendo: que no volvia mas, porque estaba cansado de sufrir desaires. Efectivamente se fuè à esconder al monte, y descansó allí todo el dia, previnièndome antes de esta determinacion. Yo tomè ocasion para demostrarme incomodado del suceso, con lo que los indios acabaron sus peticiones, y se retiraron á sus inmediatos toldos.

24, SABADO

En este dia, como á las 8 de la mañana, puse con el cacique Quinteleu, 8 soldados y el piloto, al parage que llaman los Manantiales, al oeste de la laguna; y al cuarto de legua de dejar dicha laguna por el costado del oeste, é inmediatamente que se traspone una loma, se encuentra una cañada, y en ella una laguna de agua dulce, y á 2,000 varas de distancia de esta, al mismo rumbo, otra de mayor caudal, y otra mas adelante, que por una especie de cauce ó arroyo se comunica con la anterior, en la abundancia de aguas. Continuando la cañada, como á 2,000 varas de distancia, al mismo rumbo, hay otra laguna que forma barrancas de tierra firme de bastante elevacion; y las mas altas que miran al nord-este, hacen su frente á diferentes médanos altos, que por la parte opuesta de la cañada van formando un valle, de extension de legua y media, desde las primeras lomas hasta la última laguna.

Este terreno es abundante de hermosos pastos, y en él ha habido costumbre de poner siempre las haciendas de las expediciones á Salinas. Pero á virtud de lo que, sobre el riesgo de ser robadas sin doble guardia, podia suceder, segun Quinteleu me expuso, no permití que fuese allí. Las lagunas referidas deben sus aguas á varios manantiales que corren desde el pié de los médanos. Son de muy excelente gusto, y en los que pude reconocer, hallé la yerba del berro en abundancia: puede á poca diligencia formarse un potrero, que asegure los ganados con los Médanos, Laguna de Salinas, barrancas altas del oeste, y la parte del sur, en que empieza el monte. Sobre este costado hay una abra á que subsigue una llanura de excelente piso y feracidad, segun los ensayos de un indio, que tiene allí su tolderia y haciendas. Este sitio está perfectamente indicado para establecer en él la poblacion y el cuartel general. Está circuido de monte, desde el segundo hasta tocar el cuarto cuadrante. La descripcion particular de este parage de la laguna, y lo que importa ocuparlo, lo haré separadamente. En la tarde de este dia repitió su visita el cacique Oaquin, conduciendo algunos animales de venta, con los que se surtieron algunas tropas.

En esta tarde se me presentaron cuatro troperos, para ponerse en marcha hasta la Laguna de los Patos, terreno trabajoso por ser el piso de arena movediza, y en cuyo tránsito acontecen frecuentes quebraduras y retardos: y á fin de llenar su deseo y de franquear el paso á los demas, accedí á su solicitud; con la precisa condicion de darme parte de cualquiera novedad, destacando ademas en su escolta una partida de ocho soldados y un sargento. Entretanto, los demas troperos que se hallaban atracados, cargaron todas las carretas y las sacaron, quedando solamente 17. A las 10 de la noche se me dió parte haber llegado las tropas á la Laguna de los Patos, con algunas quebraduras, que estaban refaccionando, y que el resto de la expedicion se aprontaba á salir mañana despues de misa.

25, DOMINGO

En este dia se celebró misa, que no habiamos logrado en los anteriores dias por la multitud de indios que nos cerraban. Salieron de la laguna todas las carretas, y algunas tropas se van prolongando hasta la Laguna de los Patos, punto de reunion dado á toda la expedicion, y diligencia al parecer precisa, para nivelar la carga, arreglar las carretas y haciendas, refaccionar los carruages, cosa en que debe ponerse el mayor cuidado; porque debiendo ir todas reunidas, por la rotura de una se retardaban las jornadas. En este dia ha marchado el cacique Quinteleu con su gente y familia, dejando en mi compañia á un hermano y varios indios, para que en caso de algun ataque de los indios mal contentos, le avisase; pues queda pronto con sus gentes á este propósito: y ademas me franqueó los indios peones, que necesité para tirar el tren de artilleria y arrear los ganados de servicio y consumo.

En prueba de su buena fé y verdadera amistad, y con el fin de mayor seguridad del tránsito, me ofreció mandar á su hijo, y un hermano del cacique Quidulef, luego que llegase á sus toldos; cuidadosos siempre de los indios de Carrupilun y sus parciales. Se despidió muy satisfecho del buen trato y amistad, con que se les ha obsequiado, manifestando su gratitud, y descubriéndome la noche antes la conspiracion y acuerdo hecho por los caciques en general, así de la parte del oeste y norte como por los del sur y sud-este; de que hablaré separadamente para la mayor inteligencia del gobierno. A las 12 se observó el sol para el arreglo de los relojes y rectificacion de las anteriores observaciones, y se halló la misma latitud observada en 37° y 14, punto medio de la area de la Laguna de Salinas, y costado del norte, sitio del campamento. No ha ocurrido novedad, y todos se aprestan á marchar contentos por ello, y por verse libres de indios en el campamento.