Tocqueville en el fin del mundo

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Una parte importantísima de la obra de Sarmiento corresponde a los artículos que escribió en la prensa chilena entre 1840 y 1850, que ocupan varios tomos de sus obras completas. Su rol como articulista en El Mercurio de Valparaíso, donde se desempeñó entre principios de 1841 hasta noviembre de 1842 y en El progreso, donde colaboró hasta 1845, además del hecho de haber sido director de El Nacional, publicación creada para apoyar al candidato conservador a la presidencia de Chile Manuel Bulnes Prieto en 1841, permitió al sanjuanino relacionarse de manera directa y cotidiana con varios miembros de la Generación de 1837 que él no había tratado personalmente antes por no haber estudiado en Buenos Aires. Así conoce a Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Félix Frías y a los hermanos Rodríguez Peña y Miguel Piñeiro. Este último, aunque muerto prematuramente en 1846, resulta de vital importancia porque en su carácter de redactor en jefe de El Mercurio, cuyo puesto luego Sarmiento abandonó por desavenencias con su nuevo dueño, Santos Tornero, habilitó a esta publicación como espacio de expresión de los emigrados argentinos que llegaron a Chile a partir de 1843.

Gracias a haber trabajado de manera conjunta en El Iniciador, mejoró la relación de la Generación de 1837 con los unitarios que los recibieron en Montevideo, en especial los hermanos Varela, que habían sido muy críticos de los discursos de apertura del Salón Literario. Sin embargo, este vínculo fue siempre bastante tenso y complejo, como veremos en la próxima sección. Después de 1852, si bien las empresas periodísticas solían agrupar a quienes se alineaban con alguna facción o liderazgo político, por ejemplo, el mitrismo, siguieron siendo ámbitos donde se reencontraron como colaboradores viejos camaradas de juventud que se habían distanciado por sus posiciones respecto de las presidencias de Justo José de Urquiza (1854-1859), Santiago Derqui (1860-1861), Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880).17

2. Generación como problema y como solución

Como dice Willian Katra (1996: 7), la Generación del ’37 fue, tal vez, el más articulado y auto-consciente grupo de intelectuales latinoamericanos del siglo XIX. Ellos fueron protagonistas de las luchas crueles que permitieron la formación del Estado nación argentino en la segunda mitad del siglo. Pero también dieron su testimonio por escrito de esos importantes acontecimientos en los que estuvieron involucrados. Al leerlos, comprendemos las transformaciones económicas, sociales e ideológicas que se produjeron entre 1830 y 1880 y las tensiones de un proceso de modernización que todavía impactan a la sociedad y al sistema político de la Argentina en el siglo XXI.

Tanto quienes analizan la sociabilidad de la Generación de 1837 desde una perspectiva histórico política, relativamente deudora de los trabajos de François-Xavier Guerra ([1985] 2012: 126-181), como quienes reivindican el uso de la sociología de los campos de Bourdieu para el análisis cultural (Myers, 2005: 19), se debaten acerca de cuál es el colectivo de identificación más apropiado. “Escuela”,18 “red romántica”, “juvenilia”,19 “estudiantina”, “asociación”, son términos que han sido utilizados recurrentemente y no sin contradicciones en diferentes textos que se refieren a este período de la política y el pensamiento político argentino. Al igual que Katra (1996) y Weinberg (1958), por sólo mencionar dos ejemplos representativos de quienes adoptaron esta perspectiva analítica, en este libro hemos priorizado el vocablo “generación”. Y esta elección radica en tres motivos.

El primero de ellos es que junto con “juventud”, “generación” fue el colectivo de identificación más usado por los propios actores, especialmente en su manifiesto liminar, el Dogma Socialista, donde se apela frecuentemente a la expresión “Joven Generación”:

Había, entretanto, crecido sin mezclarse en esas guerras fratricidas [se refiere a los conflictos entre unitarios y federales] ni participar de esos odios, en el seno de esa sociedad una generación nueva [en cursivas en el original], que por su edad, su educación, su posición debía aspirar y aspiraba á [con tilde en el original] ocuparse de la cosa pública. (Echeverría, 1940: 76)

Entonces, podríamos decir que se trata de una categoría nativa en términos antropológicos.

El segundo motivo es que si bien la idea de “generación” exige, sin duda, un grado importante de cohesión interna, el énfasis está puesto especialmente en la edad más que otros atributos. Como veremos a continuación, cuando se describa la Generación de 1837 como una campo y una red intelectual, con contadas excepciones –María Sánchez o Vicente López y Planes por solo mencionar dos ejemplos– quienes se acercan a los espacios de sociabilización nacieron entre 1805 y 1821. De hecho la mayoría de quienes participan más o menos activamente de estos ámbitos nacieron en la década 1810, especialmente entre los años 1809 y 1813, es decir, casi en el mismo momento en que se produce la Revolución de Mayo de 1810, cuando comienza el proceso de emancipación política de los territorios que antes conformaban el Virreinato del Río de la Plata (1776-1810).

El tercer motivo tiene que ver con la cultura política argentina, o, para evitar el anacronismo en el caso de período anterior a 1862, rioplatense, es decir, ligada al ex territorio del virreinato del Río de Plata o de las Provincias Unidas del Sur, a partir de 1816. Ha sido habitual en el siglo XIX, e incluso ha seguido siendo habitual en el siglo XX, utilizar el término generación para referirse a grupos políticos e intelectuales que tenían un proyecto doctrinal, teórico y práctico que orientaba su acción. Baste mencionar como ejemplos a la Generación de Mayo de 1810, la Generación rivadaviana o unitaria que tuvo su apogeo entre 1820 y 1830, la Generación de 1880, y, en siglo XX, la Generación de 1970 a los setentistas.20 En los capítulos siguientes nos ocuparemos de uno de los aspectos, la concepción de la democracia desde una perspectiva informada por la nueva Ciencia Política “inventada” por Alexis de Tocquevile, del proyecto de la Generación de 1837.

Con la Generación de Mayo, que protagonizó la gesta de emancipación del dominio español entre 1810 y 1820 y se inspiró en Jean Jacques Rousseau y el liberalismo español de fines del siglo XIX para construir su ideal de república patriótica,21 la Generación de 1837 construyó una relación ambivalente. Por un lado, las figuras representativas de este grupo siempre expresaron su admiración hasta el punto de denominar a una de las sociedades político-intelectuales Asociación de Mayo. Por el otro, estos mismos referentes, en particular Esteban Echeverría y Juan Bautista Alberdi, pretendían promover un movimiento cuyo ideal político fuera una revolución cultural y no la guerra revolucionaria. En otros términos, el héroe militar debía ser reemplazado por el héroe intelectual. Parafraseando al político francés François Guizot, la Generación de 1837 creía que la mejor manera de concretar el ideal patriótico de la emancipación era terminar con la revolución entendida como conflicto bélico.

Con respecto a los rivadavianos que entre 1820 y 1830 trataron de imponer un modelo político centralista, legitimado por su compromiso intelectual con la ilustración –particularmente con la vertiente representada por la escuela de los ideólogos– y por admiración del liberalismo anglo-francés de las primeras décadas del siglo XIX, la Generación de 1837 trató de tomar distancia. Por un lado, la mayoría de ellos, tal vez con la excepción parcial de Sarmiento, creían que el proyecto político unitario había fracasado por no haber sabido comprender bien las características de la sociedad que surgió tras la Revolución de Mayo. Por el otro, hubo mucho encono personal por la reacción negativa que generaron en los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela las intervenciones de Alberdi, Sastre y Gutiérrez en la inauguración del Salón Literario. Este hecho, sumado a que los Varela se auto-percibían como adalides de la lucha contra Rosas y los mejores poetas del Plata, y en tal carácter juzgaban despectivamente los posicionamientos políticos y estéticos de las figuras representativas de la Joven Generación como Esteban Echeverría, no ayudó a mejorar las relaciones entre los grupos cuando compartieron el exilio en Montevideo. No obstante, además de reencontrarse en la oposición al rosismo entre 1839 y 1843, la Generación Unitaria legó a la de 1837 un autor fundamental, sin el cual, al menos Alberdi, no habría podido llevar a cabo su labor como constitucionalista y proto-politológo institucionalista: Benjamin Constant.22

Si desde un punto de vista simbólico, en algunos casos hasta biológico, la Generación de Mayo representa a los padres de la Generación de 1837 y la Generación rivadaviana a sus hermanos mayores, la Generación de 1880 son sus hijos, que a veces admiran, y otras cuestionan el legado de los padres.23 En tal sentido, por más que la Generación de 1837 construyó su identidad grupal diferenciándose con quienes la precedieron, como más tarde lo hizo la Generación de 1880 respecto de quienes la antecedieron, las cuatro generaciones están unidas por un vínculo indestructible, ligado a relaciones de parentesco, sobre todo de tipo filial, el amor por los libros y la pasión por la política. Quizás por ello Juan María Gutiérrez (1979: 75), quien siempre buscó la armonía dentro y fuera de la sociabilidad grupal, le decía en una carta a Juan Bautista Alberdi, en febrero de 1839, que era peligroso cerrar el círculo a los jóvenes del país porque, de este modo, muchas nobles personas podían verse excluidas por el hecho de haber vivido más.

 

Como conclusión de este apartado quisiéramos explicar por qué preferimos en este libro referirnos a la Generación de 1837 y no a la Generación romántica como suele hacerse en la historia cultural del período. Primero, la cuestión de la adscripción o no al romanticismo como movimiento filosófico o corriente estética generó tensiones dentro de la Generación de 1837. Incluso quienes prefirieron abiertamente el romanticismo al clasicismo, advirtieron que esta preferencia era usada en su contra en las disputas políticas. Tal fue el caso del debate que tuvieron Sarmiento y Vicente Fidel López con figuras representativas de la prensa chilena de la década de 1840, entre quienes estaba el intelectual venezolano Andrés Bello. La polémica sobre el romanticismo terminó “nacionalizándose” y generalizó, en primera instancia como insulto, el gentilicio argentino para referirse peyorativamente a los jóvenes extranjeros amantes de las novedades filosófico-literarias.24 Segundo, la periodización del romanticismo latinoamericano en general y argentino en particular, resulta muy compleja. Aun los textos que se ocupan específicamente de la cuestión, como Marta Pena Matsushita (1985) o Jorge Myers (2005), tienen que recurrir a distinciones como primera y segunda generación romántica, sin terminar de quedar muy claro dónde ubicar a la Generación de 1837. Y, finalmente, la Teoría Política no puede eludir al abordar la problemática del romanticismo la distinción establecida por Carl Schmitt (2001) entre romanticismo político y política romántica. Como señaló Jorge Dotti (2001: 33) en su introducción a una traducción española del Romanticismo Político de Schmitt, los intelectuales de la Generación de 1837, en tanto dedicados activamente a la política, fueron políticos románticos y no romántico políticos porque no eran ocasionalistas en el plano político sino figuras claramente comprometidas con un modelo político: el Estado nación moderno.

Como el abordaje predominante en este libro, aunque tome prestado de otras disciplinas como la historia o la sociología cultural, es teórico político, optamos por no adjetivar a la Generación e identificarla con el año en que se reunió por primera vez en el Salón Literario.

3. Estructura y etapas de la Generación de 1837 como un campo-red intelectual

Definimos aquí la noción de “campo intelectual” a partir de la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu. Apelando a la analogía del “campo magnético”, Bourdieu (1983: 20; 1998: 113) establece que cada campo, sin ser sinónimo de “ámbito” o “esfera de actividad social”, define una serie de posiciones que sólo son comprensibles a partir de su interacción con las demás. Es llamativo que, no pocas veces, a la hora de definir el alcance particular de campos como el literario, el científico, el académico, el filosófico, etc., se apele al recurso metonímico de tomar a uno de ellos como el campo intelectual en su conjunto. En Razones prácticas, Bourdieu (2002) deja en claro que un campo no sólo es un conjunto de posiciones: es un espacio social atravesado por relaciones y habitus que exceden el volumen y distribución de los capitales. A pesar de las diferencias nacionales o temáticas, existen leyes generales de los campos como la lucha entre los pretendientes y los dominantes (Bourdieu, 1999: 119-120). Para abordar a la Generación de 1837 como campo intelectual hemos identificado dos tipos de capitales: prestigio intelectual y poder social, y cada uno de ellos, tomados como variables. Por ejemplo, hemos asociado al poder social con un conjunto de indicadores, año y lugar de nacimiento, año y lugar de muerte, nivel de estudios, profesión, lazos de familia, cargos políticos, participación en asociaciones, amistades, exilio. Y en el caso del prestigio intelectual lo hemos vinculado, además de al tipo y al nivel de estudios, a la actividad asociativa y las relaciones interpersonales, presenciales o epistolares –al que se dio más peso en la cuantificación que en el caso anterior–, a la cantidad de libros publicados, al lugar de exilio, a las intervenciones en la prensa, al reconocimiento de los padres.



La mayor parte de quienes integran el campo intelectual de la Generación de 1837 tiene un alto volumen de poder social y prestigio intelectual. Sin embargo, mientras quienes alcanzaron mayor fama postrera, entre los que se encuentran los personajes que protagonizan los siguientes capítulos del libro, tiene relativamente más prestigio intelectual que capital social, el grueso de la población, aun con iguales volúmenes, los tiene distribuidos de manera inversa como se puede observar en la figura anterior (ver en página 42-43).

Seguramente Carlos Tejedor, V. F. López y Gutiérrez se ven beneficiados respecto de Mitre o Echeverría porque nacieron en los años en que lo hizo la media del grupo, tuvieron desde el principio al final de sus vidas vínculos sociales (por parentesco o amistad) que los acercaron a los núcleos del poder político y estudiaron en la UBA. Entre quienes tienen una dotación baja de ambos tipos de capital está Cazaldilla, quien, a pesar de haber sido autor de un libro, no alcanza un prestigio intelectual ni siquiera cercano a la media.

Si bien entre los indicadores para medir los tipos de capitales se incluyeron algunos que apuntan a dimensiones relacionales (amistades, exilio, cartas, comentarios de libros, etc.), no siempre se pudo reflejar el tipo y carácter de los vínculos. Dentro de esta sociabilidad generacional hay relaciones recíprocas, otras unilaterales y otras que sólo son posibles a través de intermediarios. En virtud de esta dificultad, aun reconociendo que no se trata de un enfoque epistemológico tan sólido teóricamente como la sociología de Pierre Bourdieu o el estudio histórico de las sociabilidades,25 hemos recurrido al análisis de redes para poder identificar un conjunto de vínculos y el rol de determinadas personalidades en la consolidación de los mismos que no visibles en el análisis de campo.


A primera vista pareciera que no hay grandes diferencias entre la representación de la sociabilidad de la Generación de 1837 como campo o como red intelectual. Sin embargo, se puede afirmar que Avellaneda, Piñeiro, Cané, Quiroga Rosas, desaparecidos prematuramente, tuvieron un rol más central en la sociabilidad generacional que lo que la estructura del campo intelectual permitía visualizar. E incluso, posiciones más periféricas como las de Pedro Esnaola26 y Calzadilla, que tuvieron mayor pertenencia al grupo en los primeros años y se re-vincularon a partir de la década de 1860, se perciben mejor en la disposición de red global. Y María Sánchez, que si se tiene en cuenta la cantidad de intercambios epistolares que usaba muchas veces para integrar a su hijo Juan en la sociabilidad generacional, es sólo superada por Vicente F. López.

Justamente, para distinguir mejor los cambios que se producen en la sociabilidad de la Generación de 1837 se pueden identificar cuanto menos cuatro etapas.

La primera inicia a partir de 1830 y coincide con el período formativo a nivel educativo y con los primeros intentos de generar una sociabilidad como ampliación de los espacios universitarios y se extiende hasta la fundación de la Joven Argentina en 1838. En esta etapa las posiciones centrales del campo y los núcleos vinculares de la red pasan por Alberdi, Frías, Gutiérrez, José Rivera Indarte o los hermanos Luis y José Domínguez, que luego van a ir perdiendo este predominio. Sarmiento o Mitre, por estar geográficamente alejados de los espacios de reunión, a lo que en caso del segundo se suma su juventud, van a ser menos dominantes que lo que serán a posteriori. La situación de Echeverría es particularmente llamativa porque, si bien va ser el referente intelectual del Salón Literario al organizar un ciclo de lecturas, recién se vincula activamente con los espacios de sociabilidad generacional a fines de 1837. Por ello, su rol no es tan importante como en el período subsiguiente.

La segunda etapa va de 1838 a 1844 y es el período en que la mayoría que se sentían próximos a la joven generación se exilian a Uruguay (Montevideo, básicamente), Chile (Santiago o Valparaíso), Perú, Ecuador y, un grupo menos numeroso, a Europa (sobre todo a España) por sus crecientes desavenencias con la política de Juan Manuel de Rosas. Es el momento donde las tensiones entre el rosismo y la Joven Generación, en ese tiempo ya no tan joven, son más fuertes. Muchos de sus miembros se alían con los ex unitarios y con el general Juan Lavalle, para derrocar militarmente al gobernador de la provincia de Buenos Aires. Con ese fin, los miembros de esta alianza no dudan en buscar el apoyo de los gobiernos inglés y francés para que envíen flotas para forzar a la Confederación Argentina a liberar el acceso a los ríos y debilitar el apoyo que esta última daba al sitio a la ciudad de Montevideo liderado por Manuel Oribe.27 En esta etapa, Sarmiento y Echeverría empiezan a consolidar sus posiciones en el campo y la red, lo mismo que Bartolomé Mitre, Juan Carlos Gómez, que favorece el acceso de los emigrados desde Buenos Aires a la prensa uruguaya. Alberdi, Gutiérrez y López mantienen sus posiciones, aunque estos últimos tienen más contactos personales y epistolares que el tucumano. Mientras Quiroga Rosas, fundador de la filial sanjuanina de la Asociación de Mayo, desaparece literalmente, Piñeiro como editor de El Mercurio motoriza la carrera de publicistas de no pocos exiliados en Chile.

Entre 1844 y 1850, la relación entre el rosismo y los emigrados –así se denominaban a los opositores en el exilio– entra en un impasse: la represión interna del régimen es menor, y los exiliados critican, a través de la prensa, pero no toman las armas. En ese lapso, sendas figuras representativas de la Generación 1837 viajan por Europa y América (norte y Sudamérica) y cambian de lugar de residencia. Varios pasan de Montevideo a Santiago de Chile o Valparaíso, y otros, los menos, hacen el camino inverso. Esta es la tercera etapa que culmina con la Batalla de Caseros, el 2 de febrero de 1852, cuando un ejército Grande, de varias provincias coaligadas (Corrientes, Entre Ríos, por ejemplo), con el apoyo del imperio brasileño, el gobierno de Montevideo y gran parte de los emigrados, vence al gobernador de Buenos Aires. Rosas renuncia a su cargo y parte a Inglaterra. En esta etapa, la publicación de Facundo (1845), su viaje a Europa y Estados Unidos pasando por Montevideo donde conoce personalmente a Echeverría y María Sánchez, entre otros, y su intervención constante en el campo político chileno a través de su labor periodística, hacen de Sarmiento una figura dominante a nivel de los fundadores de la sociabilidad generación.

A partir de 1852 hasta fines de la década de 1880, se inicia el último período de la sociabilidad Generacional. Aunque no funcionen políticamente como un colectivo homogéneo, los vínculos persisten hasta tal punto que dos de los miembros de la Generación de 1837 alcanzan la presidencia, Mitre en 1862 y Sarmiento en 1868. El elenco gubernamental de estas dos presidencias está compuesto por varios de los que habían participado de los espacios de socialización de la década de 1830. Y, lo que es más importante, desde la perspectiva teórico política que plantea este libro, todavía compartían la aspiración de entender la política argentina con una perspectiva muy informada por la ciencia política tocquevilliana que abrazaron en su juventud.

Dejando de lado las diferencias de personalidades que facilitaron o dificultaron algunos vínculos interpersonales, el conflicto entre la Confederación Argentina, institucionalizada por la constitución de 1853, y la provincia de Buenos Aires, que no forma parte del gobierno nacional entre 1852 y 1862, es el acontecimiento que más división produce dentro de Generación de 1837. Mientras que algunos de sus miembros apoyan a la Confederación y hasta son ministros como Gutiérrez (ministro de Relaciones Exteriores) o Mariano Fragueiro (ministro de Hacienda), otros se muestran favorables a la autonomía del Estado de Buenos Aires y cumplen roles claves dentro de este sistema político.28 Esta división es mucho más radical que otras, por ejemplo, la que se produce entre quienes tienen una mirada más crítica del rosismo y quienes intentan en algún momento acercarse al líder de esa facción política para convencerlo de adoptar las ideas de esta juvenilia que se organiza como asociación político cultural a fines de la década de 1830. Por ese motivo, algunos de los estudios de la sociabilidad política de la Generación de 1837 consideran que luego del fin del sistema político rosista, este grupo político intelectual desaparece como colectivo (Molina, 2000). Nuestras investigaciones nos llevaron a sostener la tesis opuesta: la Generación de 1837 sobrevive al rosismo. Aunque a partir de 1852 algunas personalidades individuales pesen más que la identidad grupal común, el identificarse con este colectivo generacional facilita el acceso a posiciones valoradas dentro de los campos políticos y culturales.

 

Ciertamente, las diferencias y distanciamientos políticos e ideológicos son más notables cuando quienes forman parte de la Generación de 1837 empiezan a transitar los años de madurez política e intelectual. Sin embargo, para quienes ocupan posiciones más periféricas o menos centrales dentro de este colectivo intelectual generacional, la pertenencia a la Generación de 1837 es un capital social, es decir, un conjunto de las relaciones sociales que dispone un individuo o un grupo que le costó trabajo adquirir y mantener (Bourdieu, 1980: 2-3), del que se puede sacar provecho para tener algún tipo de influencia en el campo político y cultural entre 1850 y 1880.

Una sociabilidad no implica siempre relaciones de amistad, aunque entre los miembros de la Generación de 1837 sí las hubo. Algunas de ellas nacieron de encuentros fortuitos entre niños que compartían sueños y gustos como Alberdi y Cané mientras que otras se basaron en la complementariedad de personalidades diferentes, cuando no opuestas. Tal fue el caso de Aberastain con Sarmiento, y los pocos momentos de su vida en los que este último tuvo una relación de cierta fraternidad elegida con Alberdi.29 Por ello, se puede decir que la explicación que da Émile Durkheim (2016: 149-150) en La División del trabajo social de las formas en que surge la amistad, se aplica bastante bien a este caso:

Todo el mundo sabe que amamos a quien se nos parece, a quienquiera piense y sienta como nosotros. Pero el fenómeno contrario no se encuentra con menos frecuencia. Ocurre muy a menudo que nos sentimos atraídos hacia personas que no se nos parecen, precisamente porque no se nos parecen. Estos hechos son en apariencia tan contradictorios que, en todos los tiempos, los moralistas han dudado acerca de la verdadera amistad y la han derivado tanto de una causa como de otra causa.

Quizás por rasgos de personalidad, solían ser más conciliadores, Frías y Gutiérrez,30 quienes tuvieron más amigos entre los miembros de la Generación de 1837, aunque ambos estuvieron severamente enfrentados cuando el gobernador de Santa Fe entre 1865-1868, Nicasio Oroño, promueve en una legislación que favorece la laicidad del estado provincial que el primero rechaza y el segundo aprueba. Pero, además de este rasgo subjetivo, Gutiérrez fue, junto con V. F. López, quien cambió más de lugar de exilio en la década de 1840 y, por eso, se ocupó de mantener contactos epistolares fluidos con gran parte de los integrantes de esta red social. En los momentos de mayor tensión política, por ejemplo, en los conflictos entre Buenos Aires y la Confederación, o cuando Alberdi (2002a: 21, 159-161, 195, 200-201, 215, 226-227, 263, 281, 323) hace una crítica demoledora de las presidencias de Mitre y Sarmiento, Gutiérrez les escribe a todos para recordarles el valor de aquella fraternidad que los unió. Por ello, Gutiérrez31 fue el amigo que compartían los miembros de la Generación de 1837 en los momentos en que se sentían más distanciados entre sí por controversias políticas e intelectuales. Y, en un sentido más teórico pero no menos ligado a la emoción, también lo fue Alexis de Tocqueville, a quien leyeron tempranamente pero cuyas enseñanzas no renunciaron ni al final de sus trayectorias intelectuales.

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