Historia de África desde 1940

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Después de 1946, el antiguo régimen de ciudadanía, restringido a las Cuatro Comunas, rompió sus límites. Tan pronto como los súbditos más allá de las Comunas se convirtieron en ciudadanos, el censo de votantes creció de manera constante hasta que se logró el sufragio universal en 1956. Senghor se dio cuenta del potencial de la extensión de la ciudadanía. Nacido como «súbdito» francés en 1906, había recibido la ciudadanía a resultas de sus extraordinarios logros en educación y de la influencia de algunos miembros de la administración. Inicialmente aliado de Guèye, se separó de su mentor en 1948, para fundar el Bloque Democrático Senegalés (BDS). Aunque era cristiano, Senghor trabajó, poco a poco, con los líderes de las hermandades islámicas, para forjar una maquinaria política rural.

Los morabitos dominaban por su cuenta entramados sociales y ofrecían a sus discípulos tanto la pertenencia a una comunidad religiosa, como el acceso a los recursos del entero entramado social. Esta trama de conexiones sociales, y no la obediencia ciega del talibé (seguidor) al morabito, era lo crucial. Las hermandades atravesaban lindes regionales y étnicas, las cuales, en todo caso, eran borrosas en casi todo Senegal. Senegal ha tenido una vida política relativamente estable, gracias a que la relación del líder con sus seguidores, tanto en lo religioso como en lo político, ha ido de la mano de un amplio sentido de comunidad dentro de un gran sector de la población: como mahometanos, como muridís, como ciudadanos, como senegaleses. Senghor se adueñó de los anhelos de las áreas rurales musulmanas. Se desenvolvía de manera similar cuando conectaba con otros segmentos electorales, con los sindicatos, y cuando recurría a los barones del partido para obtener el apoyo de las bases. En 1951, su partido derrotó de manera rotunda al de Guèye, y Senghor se puso en condiciones de guiar a Senegal a través de la compleja política de los años cincuenta.

En Costa de Marfil, Houphouët–Boigny también construyó pronto una maquinaria política, y llegó a ser el padre indiscutible de una nación. Provenía de una familia principal, obtuvo el título de médico, y se convirtió en un próspero cultivador de cacao. Después de que el régimen de Vichy, que había sido especialmente coercitivo en Costa de Marfil, se desmoronase, formó una organización de productores de cacao africanos, la Sociedad Agrícola Africana. Esta Sociedad era en parte un grupo de presión, en parte una red de inserción laboral. A partir de 1944, la Sociedad Agrícola Africana convirtió la práctica continuada del trabajo forzoso en un problema político, no solo movilizando a circunscripciones rurales, sino también demostrando al gobierno que había formas alternativas de llevar trabajadores a las plantaciones de cultivos de exportación. Su sistema de inserción laboral y los convenios de arrendamiento que empleaba —para atraer a gente del norte árido y populoso a trabajar para los cultivadores africanos en el cinturón de cacao del sur— evidenciaron que el trabajo «libre» era económicamente provechoso, así como ética y políticamente necesario.

La Sociedad Agrícola Africana fue el vehículo para la elección de Houphouët–Boigny a la cámara legislativa francesa en 1945, y recompensó a sus electores patrocinando la ley que abolió definitivamente el trabajo forzado. Con el tiempo, los colonos blancos, que ya no se beneficiaban del trabajo forzado, quedaron marginados, y los cultivadores de cacao de Costa de Marfil hicieron de este territorio el más opulento del África Occidental Francesa.

Entonces, Houphouët–Boigny reunió a líderes políticos de otros territorios de toda el África francesa en 1946 en Bamako, en el Sudán francés, donde decidieron fundar un partido político para toda el África francesa: la Agrupación Democrática Africana (Rassemblement Démocratique Africain, RDA). Houphouët–Boigny se convirtió en su presidente. Los incipientes partidos políticos dentro de cada territorio se constituyeron en ramas de la RDA; el marfileño se llamaba Partido Democrático de Costa de Marfil (Parti Démocratique de Côte d’Ivoire, PDCI). Cada rama funcionaba con una considerable autonomía, pero la RDA mantuvo un rango de acción común y comunicación pública, y actuaba como un solo grupo dentro de la cámara legislativa de París, donde formó un matrimonio de conveniencia con el Partido Comunista Francés (a pesar de las credenciales de muchos de sus líderes como hacendados).

En Costa de Marfil, Guinea[1] y algunos otros territorios, la RDA se convirtió en el partido africano dominante; en Senegal atrajo el apoyo de la clase obrera, si bien no pudo competir con la maquinaria creada por Senghor. La RDA, al igual que el partido de Senghor, se propuso exigir tanto la igualdad con todos los demás ciudadanos franceses, como un grado de autonomía que ejercerían los africanos elegidos como diputados o cargos civiles dentro del África francesa. Lo que no exigía era la independencia. Como proclamaba su manifiesto de 1946: «Hemos tenido cuidado en evitar equívocos y no confundir una progresiva pero rápida autonomía, dentro del marco de la Unión Francesa, con el separatismo, o sea, la independencia inmediata, brutal y total».

Después de 1947, que fue cuando el gobierno francés dio un volantazo a la derecha, las autoridades empezaron a fustigar a la RDA de Costa de Marfil. La administración, temiendo que la RDA se convirtiera en una especie de gobierno fáctico en algunos distritos —recaudando rentas y administrando justicia—, provocó altercados con los militantes del PDCI en zonas rurales. Los servicios de seguridad franceses acosaban a la RDA, pero no pudieron quebrarla. Finalmente, en 1950, François Mitterrand, ministro de Ultramar de Francia, negoció con Houphouët–Boigny que la RDA pusiera fin a su colaboración parlamentaria con el Partido Comunista. A cambio, Mitterrand ordenó el fin de la represión. Cada parte en este conflicto había llegado a comprender los límites de su propio poder. Más tarde, Houphouët–Boigny tomó asiento en el Consejo de Ministros francés.

Siempre, también desde sus inicios haciendo campaña contra el trabajo forzoso, Houphouët–Boigny se había aprovechado de las instituciones francesas y de la retórica francesa para plantear sus demandas políticas. Continuaría haciéndolo a lo largo de la década de 1950, al igual que Senghor y la mayoría de los demás líderes del África francesa. Les frustraba la insistencia del gobierno francés en su propio cometido de control, y también los desacuerdos entre sí sobre qué forma de «comunidad franco–africana» pretendían. Sin embargo, sus esfuerzos —así como había sucedido con el código laboral de 1952— resultaron lo suficientemente exitosos, como para que los líderes franceses temieran que las demandas de igualdad social y económica, y también política, solo fueran a intensificarse, enfrentando a Francia con el alto coste de mantener un versión más inclusiva e igualitaria del Imperio Francés.

La RDA en Costa de Marfil había surgido de sólidas raíces rurales; en Senegal, la RDA era principalmente urbana, y el BDS de Senghor, que operaba por medio de caciques rurales, dominaba la política en el campo. En Guinea, Sékou Touré utilizó el movimiento sindical, así como su liderazgo en importantes huelgas a principios de la década de 1950, como trampolín para construir un partido político territorial vinculado a la RDA, el Partido Democrático de Guinea (PDG). A la postre, descubrió que expandirse más allá de su base implicaba abandonar la forma sindical de ver el mundo —su búsqueda de la igualdad con los trabajadores franceses—, en favor de un lenguaje político que podía atraer a los campesinos y ganaderos, para quienes el modo de vida francés no representaba un término significativo con el que compararse.

Estos ejemplos ilustran un aspecto importante: la organización de un partido no surgía automáticamente de ninguna categoría social o de las quejas generalizadas de los colonizados. Algunas aspiraciones, como las del movimiento obrero, se centraban en compararse con un punto de referencia francés; los sindicatos hacían campaña por la igualdad de salarios y derechos para todos los trabajadores franceses. Otros rechazaron el punto de referencia francés y buscaron vinculaciones que unieran a los africanos. Un político hábil como Senghor podía cohesionar, en ciertas circunstancias, diferentes formas de involucración en una maquinaria política que articulara las aspiraciones de quienes se denominaban a sí mismos «africanos».

Senghor tuvo cuidado de evitar una ruptura demasiado brusca con la idea de ciudadanía dentro de un Imperio, teniendo en cuenta su éxito al emplear las instituciones francesas y el lenguaje francés para reclamar derechos y recursos para los habitantes de su circunscripción electoral. La política requiere trabajo; conlleva persuadir a la gente para que piense en cosas en común quizá antes no percibidas. Partidos como el BDS de Senghor o el PDCI de Houphouët–Boigny representaban determinadas experiencias sociales de cómo se vivía en un lugar concreto, pero se hacían cargo de las tensiones del pueblo que pretendían representar. La RDA era en realidad una coalición de diversos partidos, pero, debido a que operaba en toda el África francesa (tanto ecuatorial como occidental), se mantenía centrada en las desigualdades de la relación entre África y Francia. Los votantes de Houphouët–Boigny propietarios y exportadores chocaban con algunos de los planteamientos izquierdistas y populistas de sus correligionarios de la RDA, opuestos al entendimiento con el gobierno francés. Todo esto significaba confusión y conflicto, pero también constituía una política auténtica: el esfuerzo por poner en común a personas con diferentes intereses y concepciones de sí mismas.

El liderazgo de los movimientos políticos lo tenían los hombres, si bien el activismo político no era exclusivamente masculino. En 1944, cuando las ciudadanas de Francia alcanzaron al fin el derecho al voto, las mujeres de Dakar y de Saint Louis, cuyos habitantes nativos ostentaban la ciudadanía, protestaron con éxito cuando el gobierno intentó excluirlas de la extensión del sufragio electoral.

 

La involucración de las mujeres en política adoptó varias formas, incluyendo el desarrollo de asociaciones como la Unión de Mujeres Camerunesas, que, si bien no se enfrentaba directamente al gobierno francés, hizo campaña por la igualdad de derechos con los hombres, por una legislación electoral más ecuánime, por un mejor acceso a la educación, y por servicios sociales que fueran de ayuda para las madres. Remitieron peticiones a las Naciones Unidas. La Unión de Mujeres Camerunesas a veces colaboró con las organizaciones políticas más radicales del Camerún, pero tuvo que aguantar el paternalismo de sus líderes varones. En Costa de Marfil, las mujeres estuvieron metidas de lleno en las manifestaciones organizadas por la RDA durante su oposición a la administración francesa. Una de las activistas marfileñas, Macoucou Coulibaly, viajó en 1949 a Pekín para participar en la conferencia de la Federación Democrática Internacional de Mujeres, estableciendo un lazo entre las activistas del África francesa y un movimiento mundial en favor los derechos de las mujeres vinculado a los comunistas. Los lazos locales fueron igual de importantes, sobre todo a partir de que la RDA empezó a competir con partidos políticos más conservadores. Dado que los mercados, la calle y las plazas eran los lugares de confrontación y espacios privilegiados para las mujeres, las mujeres de la RDA (y sus oponentes) acabaron participando en algaradas, altercados y trifulcas. Pero a medida que la RDA y otros partidos se aproximaban al poder, las mujeres —por lo general, con menor formación y menor ascendiente en los sindicatos, las organizaciones estudiantiles y las asociaciones de agricultores— se hallaban en desventaja en la disputa de escaños parlamentarios, y los puestos en las direcciones de los partidos o en el gobierno. Era más probable que los principales líderes vieran a las mujeres militantes como eficaces ayudantes o adjuntas, y no tanto como colegas a igual nivel, y que sus causas se relegaran a un escalafón secundario en lo relativo a la búsqueda de la liberación y del poder.

La situación política era bastante diferente en el África Ecuatorial Francesa, si bien en aquella región las instituciones electorales generaron su propia lógica. Esta era (en aquel momento) una región escasamente poblada; primero, explotada de manera miserable, y luego desatendida de manera miserable. Tenía una exigua clase asalariada, una exigua minoría con estudios y comunidades agrícolas más aisladas, menos pudientes y menos capacitadas que las de Senegal o Costa de Marfil, para dar el salto a una forma de operar colectiva. Sin embargo, las tendencias centralizadoras de la política francesa conllevaron que formasen parte de las mismas instituciones políticas de postguerra que otros territorios, y celebraron las mismas elecciones el mismo día. Los políticos tienden a ocupar todo espacio vacío, y lo hicieron en lugares como Gabón y el Congo francés. Florence Bernault arguye que los nichos sociales surgieron de la política y no al contrario: las pocas personas que —debido a su formación, su experiencia en la administración civil y sus vinculaciones con la actividad misionera— estaban en condiciones de ser candidatos para un cargo crearon nichos de electores, en lugar de movilizarlos.

La juventud en las ciudades desempeñó una función particularmente importante en este proceso, pues los jóvenes se hallaban dispuestos, estaban vinculados vagamente a otras instituciones urbanas, y procuraban encontrar su camino dentro de un contexto en el que seguir el modelo de relaciones sociales de sus padres no era la única opción. Los jóvenes realizaron la tarea del boca a boca en política, y a veces algo más enérgico que eso. Las escasas comunicaciones del África Ecuatorial Francesa implicaron que los liderazgos, unidades administrativas y grupos lingüísticos–culturales apenas resultaran permeables a la afiliación sindical, o a la experiencia cosmopolita de personas con diferentes patrones migratorios, amplias filiaciones religiosas o grandes redes comerciales. La política creaba su propia lógica, que era en gran medida étnica, pues la propia organización política estaba forjando una incipiente similitud cultural dentro del sentimiento de identificación de grupo.

El hecho de que Francia concediera una importancia particular al concepto de ciudadanía y a la centralización administrativa suponía para ciertos grupos sociales una oportunidad de reclamar igualdad con una sociedad europea opulenta. Era precisamente la pertenencia a lo francés de la sociedad colonial lo que resultaba doloroso para otros africanos: la pretensión de eso representaba la civilización, mientras se reducía la sociedad africana a lo «primitivo», o bien a lo deliciosamente «exótico». A principios de la década de 1950, la Federación de Estudiantes del África Negra en Francia desarrolló una crítica radical al colonialismo francés, la cual traían consigo los estudiantes que regresaban a sus hogares, produciendo una considerable inquietud en las autoridades gubernamentales y en la policía. Pero solo a fines de la década de 1950, los líderes que procedían de este movimiento se pudieron presentar ante un público más amplio y participar en la política electoral (ver Capítulo 4).

Durante la mayor parte de esta década, Francia se les antojaba a muchos africanos, en especial aquellos que se encontraban lejos de los centros de actividad económica, como un poder periódicamente intrusivo y represor, aunque, por otra parte, distante. Sin embargo, mucha más gente estaba experimentando las ambivalentes consecuencias del nuevo interés del régimen en el desarrollo económico y social. El sistema educativo colonial francés y la creciente necesidad de trabajadores asalariados concedió a bastantes africanos la oportunidad de emanciparse de la autoridad patriarcal de sus aldeas; si bien la ciudad podía suponer tanto una humillación como una liberación. Muchos africanos emprendieron y acometieron demandas dentro de las instituciones y las formas retóricas francesas, aunque se sentían incómodos como súbditos colonizados.

Mirándolo con ojos actuales, el peligro de echar la vista atrás a la década de 1940 es la suposición de que la gente iba a saber que su futuro consistiría en el estado–nación; o que deberían haber mirado más allá del estado–nación y, en su lugar, haber celebrado la autenticidad de la cultura africana y de las formas políticas supuestamente africanas. Pero en 1948 o 1949 las grietas del edificio colonial eran oportunidades. Las instituciones francesas y la ideología francesa podían emplearse contra el poderío francés. A comienzos de la década de 1950, los Senghors y los Houphouët–Boignys procuraron convertir la ciudadanía francesa en algo significativo y útil para sus votantes, y no tanto reclamar otro tipo de soberanía. Es difícil saber si ellos —o bien los críticos más radicales de todo cuanto fuese francés— eran conscientes de que esta era una lógica cuyo tiempo sería corto. El código laboral de 1952 marcó, en un ámbito, el éxito parcial de este tipo de política.

AUTONOMÍA INCONCRETA: COSTA DEL ORO 1947–1951

Las autoridades británicas no trataron de legitimar el Imperio convirtiendo a sus súbditos coloniales en ciudadanos del Imperio. Sin embargo, en la India y en el Caribe británico, en concreto, se enfrentaron a demandas de derechos políticos y sociales y del derecho a establecerse en cualquier parte del Imperio Británico, lo cual suponía, en la práctica, una reivindicación para ser tratados como ciudadanos de pleno derecho del Imperio Británico. En el África británica, la ficción reinante era el «autogobierno»: cada territorio, según los administradores coloniales, debía seguir su propio camino. A diferencia del caso del África francesa, no iba a haber representación de africanos en el Parlamento de Londres. Antes de la guerra, las elites cultivadas de diferentes colonias británicas a veces actuaban al unísono; por ejemplo, en el Congreso Nacional del África Occidental Británica. Tras la guerra, Gran Bretaña encauzó cuidadosamente la política electoral hacia territorios específicos. Por tanto, evitó que la igualdad del derecho al voto o de servicios sociales y económicos de los habitantes del Imperio, en comparación con los derechos de los ciudadanos británicos, fuese un tema tan destacado, y no proporcionó un marco institucional en el que una organización como la RDA pudiera operar.

El Ministerio Británico de las Colonias pensaba en 1947 que Costa del Oro era «el territorio donde los africanos contaban con mayor progreso político». Se disponía de grandes planes: nuevas inversiones, más oportunidades docentes, adelantos agrícolas. El gobierno, entonces en manos del Partido Laborista, pasó de la vieja política del «gobierno indirecto» al «gobierno local», en el que los consejos regionales y las personas con formación docente de cada región iban a desempeñar un cometido importante. Sin embargo, el Ministerio de las Colonias estaba convencido de que era «poco probable lograr el autogobierno interno en bastante menos de una generación». Si se observa más allá de los pronunciamientos públicos desde los estratos superiores, y en la correspondencia secreta de las autoridades británicas, se ve que, según el punto de vista gubernamental, los agricultores eran cultivadores de subsistencia subdesarrollados, los líderes políticos eran demagogos que manipulaban a masas irreflexivas, y la participación africana en sus propios asuntos era una especie de aprendizaje; más un ensayo que un ejercicio de liderazgo. En 1948, Gran Bretaña se hallaba bastante lejos de tener un plan para entregar el poder.

Para 1951 se retornó en Costa del Oro a la situación de donde precisamente se venía. Desde finales del siglo XIX, los africanos de Costa del Oro habían estado debatiendo con plena conciencia qué tipo de instituciones políticas se adaptaban mejor a su mundo particular y complejo, en la intersección de las culturas europea y africana. El abogado y periodista J. E. Casely Hayford había propuesto, ya en 1903, que una federación de pueblos ribereños pudieran gobernarse a sí mismos dentro del Imperio Británico. Los agricultores de Costa del Oro contaban con décadas de experiencia en el cultivo y comercialización de productos de exportación como el cacao. Los sindicatos estaban familiarizados con la tarea de representar los intereses de diferentes trabajadores. Entre 1939 y 1947, la población de las principales ciudades de Costa del Oro (Acra, Kumasi, Sekondi–Takoradi y Cape Coast) aumentó en un 55%. Unos 45.000 soldados africanos concluyeron su servicio bélico en la II Guerra Mundial, tras haberse unido a otros súbditos del Imperio Británico en una contienda por una libertad que no era realmente suya; a su regreso, muchos buscaron vivir en ciudades, enfrentándose a mercados laborales urbanos difíciles, escasez de viviendas e inflación. Todos los habitantes de las ciudades afrontaron escasez de bienes de consumo y aumento de precios por parte de empresas importadoras europeas, que eran monopolistas.

En la segunda mitad de 1947, Costa del Oro experimentó una oleada de huelgas, más fuerte entre los mineros y ferroviarios. Los agricultores, aunque se beneficiaban de precios favorables del cacao, reaccionaron contra los intentos autoritarios del gobierno por talar árboles de cacao pretendidamente enfermos. Después, se produjo un boicot al comercio urbano que se concentró en el punto más doloroso de todos: la aguda escasez de productos básicos y la galopante inflación. El boicot fue organizado por Nii Kwabena Bonne II, un líder de Acra que había sido obrero y empresario, y que era el tipo de personaje que traspasa las categorías sociales y que surge en los movimientos populistas. Los africanos de Acra, Kumasi y otras ciudades boicotearon negocios de propiedad europea y siria, aduciendo que sus aumentos de precios eran los responsables de la miseria. Tras un mes de conflicto, el gobierno planteó un acuerdo en virtud del cual las empresas en cuestión redujeron sus márgenes brutos de beneficios.

El boicot concluyó en febrero de 1948, justo cuando un grupo de veteranos del ejército en Acra, alentado por el principal partido político, la Convención de Costa del Oro Unificada (United Gold Coast Convention, UGCC), estaba planeando una marcha de protesta contra el fracaso del gobierno en las ayudas para la búsqueda de trabajo. El exiguo y mal dirigido contingente policial que protegía la sede del gobierno entró en pánico, disparó contra los manifestantes, y mató a varios. En cuanto la noticia se esparció, se produjo un motín en el centro de Acra, dirigido sobre todo contra tiendas de propiedad europea. Mujeres y hombres participaron en la violencia y el saqueo, que se extendió a otras ciudades. Hubo más víctimas: un total de 29 muertos y 237 heridos durante el periodo de revueltas.

 

La UGCC se movía con cautela hacia una dirección más intrépida, y se aprovechaba de los disturbios y de la represión. Su segundo al mando ahora era Kwame Nkrumah, cuya educación en los Estados Unidos lo había expuesto al racismo que arrostraban sus compañeros estudiantes afroamericanos, y cuya estancia en Londres lo había inmerso en círculos izquierdistas, antiimperialistas y panafricanistas. El jefe del partido, J. B. Danquah, que procedía de la elite ribereña tradicional del África occidental, también vio una oportunidad en la situación. La UGCC se ofreció para propiciar un «gobierno interino» para Costa del Oro, empleando la misma retórica de las autoridades sobre el desorden de masas, y postulándose como líderes que podrían restablecer el orden. La oferta no fue tenida en cuenta.

La cúpula dirigente de la UGCC estaba utilizando la tensión social para hacer del autogobierno un problema inmediato, no un objetivo distante. No llevaba a cabo acciones revolucionarias para lograr tal fin, ni, a pesar de los temores de la administración, tampoco los hervideros del sindicalismo minero y ferroviario capitalizaron las secuelas de los disturbios de Acra. Pero ahora los problemas coloniales estaban generando una controversia internacional: grupos antiimperialistas emitieron declaraciones, y africanos y caribeños organizaron un encuentro de reivindicación en Londres. Las autoridades británicas se tomaron en serio la amenaza: se declaró el estado de emergencia, se llamó a tropas de otras colonias, se enviaron buques de guerra a la zona; y tropas en la vecina Nigeria patrullaban las calles, en previsión de que el movimiento se expandiera.

Las autoridades culparon de los disturbios a masas tumultuosas y a demagogos sin escrúpulos, y lo achacaron a la «influencia comunista». Seis líderes de la UGCC, incluidos Danquah y Nkrumah, fueron detenidos sin cargos. En una transmisión radiofónica, el gobernador Creasy insistió en que los arrestos «son como la cuarentena que se impone a quienes han contraído una peligrosa enfermedad infecciosa». En Londres, el ministro de las Colonias también andaba preocupado por los peligros de la «población urbana desarraigada de su tribu». El gobierno pretendía granjearse «la simpatía y la buena disposición de las personas responsables y bien formadas».

Tales dualismos se iban a ir escuchando una y otra vez: los africanos sin ley y sin tribu, acaudillados por demagogos, contra los líderes responsables y la población respetuosa. Las autoridades no se acababan de dar cuenta de que su endeble concepción de África estaba brindando una oportunidad a los líderes que podían demostrar que eran populares y que se arrogaban el ser moderados. En lugar de una sola amenaza masiva, había una sociedad diferenciada que estaba generando una gama de movilizaciones políticas. Los sindicatos vacilaban y se hallaban divididos sobre la convocatoria de huelga por objetivos «políticos»; los jóvenes sin trabajo estaban furiosos; y las elites profesionales maniobraban para sacar tajada.

El interés por encontrar un político africano responsable llevó a las autoridades coloniales a designar un comité que recomendara nuevas políticas. El Comité Coussey, como se lo llamó, representaba un espectro de opinión africana moderada y formada académicamente, tan amplio como las autoridades pudiesen tolerar. Se incluyó a cinco de los seis dirigentes de la UGCC, con la notable excepción de Nkrumah. La estrategia aseguró dos resultados: el Ministerio de las Colonias no iba a estar en condiciones de rechazar una recomendación consensuada del Comité Coussey; y una recomendación que viniera de los africanos profesionales y modernizadores en el Comité se centraría en la reforma constitucional y en las elecciones como fuente de legitimidad. Lo cual también concedió a Nkrumah una posición desde la cual criticar la incompleta naturaleza de las reformas que se propusieran. Aprovechó la oportunidad de una manera brillante para forjar sus propios cimientos en los que apoyarse, como la clase trabajadora urbana, los hombres jóvenes con nada más que una educación elemental, y otros elementos populares (principalmente urbanos). Él y sus seguidores acabaron escindiéndose de la UGCC para formar el Partido de la Convención Popular (CPP).

Tal como lo veía la administración, los miembros de la UGCC pasaron de ser demagogos en 1948 a moderados en 1949, mientras que el CPP se ponía el traje de la irresponsabilidad. Otra oleada de huelgas en 1949 se atribuyó al empeño de Nkrumah por convertir el tema sindical en «la punta de lanza de su ataque contra el gobierno delegado». Las autoridades pensaron que la colonia estaba «al borde de la revolución». A finales de 1949, los sindicatos sopesaban una huelga general, y Nkrumah estaba acumulando apoyo para una campaña de «Acción Positiva»; es decir, desobediencia civil con la intención de hacer imposible que el gobierno pudiera funcionar.

En la práctica, los administradores coloniales subestimaron hasta qué punto había tenido éxito su política de alentar a los sindicatos como organizaciones autónomas consagradas al aumento salarial y a otras cuestiones «industriales». El movimiento sindical se encontraba dividido en torno a la Acción Positiva. El propio Nkrumah vacilaba sobre la convocatoria de una huelga general, y la huelga, cuando llegó, resultó ser menos que «general». Al ver esa oportunidad, el gobierno arrestó a Nkrumah por fomentar una huelga ilegal.

Aislar a los demagogos conllevaba aceptar los nuevos pasos para delegar el poder legislativo y ejecutivo, tal como recomendaba el Comité Coussey. De lo contrario, según concluía el gobierno británico, «la opinión moderada quedará orillada y los extremistas gozarán de una oportunidad para obtener un más amplio y más enérgico apoyo, y para crear serios problemas». Sin embargo, Londres no pudo convencer a la población de Costa del Oro de que sus moderados fuesen lo que pretendían. Con Nkrumah en la cárcel, el CPP ganó las elecciones legislativas de febrero de 1951. Obtuvo la abrumadora mayoría de los votos en las ciudades, donde el entusiasmo de los obreros y de los jóvenes era ingente, pero donde el registro de votantes y la participación electoral aún eran escasos. La mayoría de Nkrumah se traduce en alrededor del 30% de la población en edad de votar; no era precisamente la movilización masiva del mito nacionalista, pero sí la suficiente para convertirlo en la única opción política viable.

Nkrumah pasó casi directamente de la cárcel a las instituciones gubernamentales, como director del Sector Público Industrial, una especie de pequeño primer ministro. La siguiente tarea ideológica de la burocracia británica consistió en transmutar a Nkrumah, el apóstol del desorden, en el hombre de la moderación y la modernidad. En junio, el Ministerio de las Colonias informaba de la necesidad de «mantener en buenos términos las relaciones con los líderes políticos de mayor responsabilidad, como el Sr. Nkrumah». Si Gran Bretaña hubiera querido mantener a Nkrumah en prisión, prohibir el CPP y suprimir toda actividad sindical, lo podría haber hecho. Había sofocado rebeliones de mayor envergadura en Malasia a finales de la década de 1940, y lo estaba haciendo en Kenia a principios de la década de 1950. Pero en este tipo de situaciones el gobierno estaba también delimitando los contornos de su actuación; el primer caso fue contra un movimiento declaradamente comunista; el segundo caso contra una insurrección de «primitivos» (una concepción engañosa que se comenta en el Capítulo 4). En Costa del Oro la pregunta era: ¿qué hacer una vez que se han sofocado las algaradas? La legitimidad de Gran Bretaña en el clima político mundial durante la década de 1950 dependía, cuando menos, de la apariencia de progreso político ordenado. Apostar por los moderados se antojaba más esperanzador que clausurar toda la actividad política, aunque las autoridades no pudieran imponer su definición de moderado.

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