Cooperar para crecer

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Para que tu red de aprendizaje cooperativo sea eficaz, es fundamental un adecuado diseño de dichos grupos. Y ello te exige cierta meticulosidad y reflexión, para facilitar que el equipo potencie las posibilidades de aprender de todos y cada uno de los alumnos. Esto toma más relevancia al estar trabajando con niños de Educación Infantil, que inician su experiencia escolar. En esta etapa, un grupo mal estructurado —ya sea por su configuración, su tamaño o su duración— puede exponer a los niños ante situaciones negativas que, en contra de nuestros intereses, refuercen un sentimiento desfavorable hacia la cooperación.

También puede producir en ti o en algunos de tus compañeros la sensación de que el aprendizaje cooperativo no funciona. ¿No se lo has oído decir alguna vez a alguien de tu entorno escolar cercano? Si esa persona no ha hecho un planteamiento de los grupos con cierto tino, es muy comprensible que su sensación haya derivado en un alarmante desánimo y haya constituido, a su vez, el motivo que justifique el abandono de la experiencia. Pero estamos seguros de que eso no te va a pasar a ti, así que vamos a dejar a un lado cualquier pensamiento negativo.

Así pues, entenderás que es especialmente importante que prestes atención a la formación de los grupos, para garantizar unas condiciones mínimas de eficacia. Pero no te agobies, verás que cuando termines de leer este capítulo no te va a parecer tan difícil.

Pensando en el proceso que deberás seguir y, más concretamente, en las decisiones que vas a ir tomando, trataremos los temas que señalamos a continuación:

• Diseñamos los agrupamientos atendiendo a su composición —homogéneos o heterogéneos—, al número de integrantes y al tiempo en el que trabajarán juntos.

• Formamos los grupos, eligiendo a los alumnos que los constituyen a partir de unos determinados criterios.

• Disponemos el aula, contemplando algunas premisas que facilitan el trabajo grupal.

Diseñamos los grupos

La configuración de los grupos

Si tuvieras que elegir, rápido y sin pensarlo mucho, entre grupos homogéneos o heterogéneos, ¿qué crees que sería más adecuado? Si no tienes demasiado clara tu respuesta, ahí va una pista: diversidad. ¿Ya vas imaginando por dónde vamos? La estructura básica que sustenta nuestra red de aprendizaje se constituye sobre grupos heterogéneos, ya que uno de los motivos por los que resulta tan interesante el aprendizaje cooperativo es justamente porque se trata de un modelo que entiende la diversidad como un elemento positivo, que potencia las oportunidades de mejora de todo el alumnado.

Los grupos heterogéneos constituyen la estructura sobre la que sostenemos las situaciones habituales de trabajo en el aula, convirtiéndose así en el referente del alumnado. Forman lo que se suele llamar “equipos-base”, que son agrupamientos estables que se utilizan habitualmente y que deberán mantenerse durante un cierto tiempo, por ejemplo, entre un mes y medio y un trimestre.

Para formar este tipo de grupos, puedes partir de los datos que hayas registrado anteriormente sobre tu alumnado y elegir los criterios de heterogeneidad que te resulten más útiles, teniendo en cuenta que debes elegir varios y diversos en función de las distintas categorías que te presentamos a continuación:

• Los factores personales como el mes de nacimiento —dato importante en los primeros años de escolarización—, el género, el perfil de inteligencia, los intereses, el nivel de destrezas cooperativas, la actitud hacia la cooperación o el grado de autonomía.

• Los factores sociales: como la etnia, el nivel socioeconómico o el nivel de integración en el grupo-clase.

• Los factores escolares: como el nivel de desempeño, el interés por aprender o las necesidades educativas.

Si tomas como referencia estos criterios a la hora de buscar la heterogeneidad en tus grupos, descubrirás las ventajas de la interacción cooperativa. Por ejemplo, de los conflictos sociocognitivos que se derivan de la diversidad de puntos de vista, de las situaciones de andamiaje que se producen cuando un alumno que sabe hacer algo necesita que su compañero consiga hacerlo, de las situaciones de modelado que promueven la toma de contacto con otras formas de hacer las cosas, etc.

Ahora bien, no queramos abarcarlo todo. En teoría, sería interesante conseguir el máximo grado de heterogeneidad atendiendo a todos estos criterios, pero, en la práctica, es muy difícil simultanearlos. Por ello, estaría bien que empezaras por tener en cuenta uno o dos criterios, dando prioridad a los que consideres especialmente relevantes para tu grupo-clase y, a partir de ahí, introducir alguno más y tratar de congeniarlos con la heterogeneidad respecto a los primeros que elegiste, así hasta donde puedas llegar. A esto lo llamamos “criterios priorizados”.

Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de priorizar unos sobre otros? Imagina que en tu aula de alumnos de 3 años decides centrar la cooperación en el desarrollo de rutinas y hábitos; ¿qué criterio antepondrías inicialmente? Te damos tres opciones (piénsalo bien, que te juegas mucho):

a. Nivel de integración en la clase.

b. Grado de autonomía.

c. Perfil de inteligencia.

¿Has elegido la opción b, el grado de autonomía? Genial. Si no ha sido así, no pasa nada, estás empezando en esto de la cooperación y, además, nadie tiene por qué enterarse. Irás viendo que puedes empezar dando prioridad a la autonomía, pero, más adelante, según vayan avanzando y adquiriendo más destrezas cooperativas, tal vez te interese priorizar otra clase de criterios relacionados con factores de tipo escolar —como el nivel de desempeño más académico— o con ciertas destrezas para cooperar —como la capacidad para prestar ayuda—.

Ahora que ya nos estamos haciendo “fans” de los grupos heterogéneos, vamos a añadir un apunte que no deberías pasar por alto: para sacar el máximo partido a la interacción social en nuestras aulas y beneficiarnos de todas las posibilidades que nos ofrece para atender a las necesidades del alumnado en cada momento, no debemos cerrar la puerta a la utilización puntual de los grupos homogéneos. Y no es que pretendamos hacerte un lío, es simplemente que, en la práctica, esto supone que puedes combinar de forma estratégica los equipos-base con agrupamientos esporádicos, en función de algún objetivo o de ciertas tareas y actividades que vayas a realizar. Recuerda que la flexibilidad es fundamental a la hora de trabajar cooperativamente con tus alumnos.

Estos grupos podrán tener cierta intención de homogeneidad en función de criterios concretos como pueden ser, por ejemplo, el nivel de desarrollo, el grado de autonomía, los intereses, el ritmo de aprendizaje o el perfil de inteligencia. Podrías emplearlos para enseñar determinadas habilidades sociales, reforzar objetivos no alcanzados, trabajar destrezas específicas, atender a ritmos diferentes en el proceso de lectoescritura, contemplar diversos intereses y capacidades, etc. Puedes utilizarlos también en el desarrollo de una unidad didáctica, taller o proyecto, en función de los objetivos que pretendas conseguir en cada caso. Ahora bien, una vez terminada la tarea, los alumnos volverán a su grupo de referencia.

El tamaño de los grupos

Ahora viene una de las preguntas estrella cuando hablamos de agrupamientos: “¿Cuántos miembros deben tener los grupos cooperativos?”. En Educación Infantil suelen tener entre dos y cuatro o cinco miembros. Es cierto que puede parecerte una horquilla bastante amplia, pero podrás concretarla en función de factores muy diversos. Partiendo de un planteamiento inclusivo que utilice la cooperación como herramienta de atención a la diversidad, debes intentar ser flexible y adecuar el número de miembros de los equipos a las necesidades que surjan en cada momento. Por ejemplo, el tamaño de los equipos puede depender de los objetivos que te hayas planteado, de la edad o el nivel de desarrollo de los alumnos, de su experiencia cooperativa, de los materiales que se utilizarán o del tiempo disponible.

Vamos a darte algunas pinceladas sobre cómo elegir el tamaño para el agrupamiento base sobre el que construirás la red de aprendizaje, porque conviene que tengas presente que tanto los grupos pequeños como los grandes presentan ventajas.

• Grupos pequeños: resulta más fácil hacerlos funcionar, ya que se necesita un nivel menor de destrezas para la cooperación. Esto es especialmente importante en nuestra etapa, debido a la edad y a la falta de experiencia cooperativa de nuestros alumnos. Además:

a. Se coordinan mejor.

b. Aumentan las posibilidades de participación de todos los alumnos.

c. Es más fácil llegar a acuerdos.

d. Los miembros del grupo están más cohesionados.

e. Hay una mayor responsabilidad individual.

f. Es más fácil detectar y resolver los problemas.

• Grupos grandes: aunque exigen un nivel mayor de habilidades, presentan una ventaja básica para el aprendizaje cooperativo, pues ponen sobre la mesa una diversidad —y, por tanto, una heterogeneidad— mayor. De este modo, permiten contrastar un mayor número de destrezas, opiniones, intereses, actitudes y ritmos diferentes. Por ejemplo, en los equipos más grandes te resultará más fácil contar con un alumno capaz de prestar ayuda a sus compañeros.

Teniendo en cuenta estas cuestiones, ¿cuál crees, en número, que es el tamaño ideal de un grupo de aprendizaje cooperativo? Te dejamos unos segundos para pensarlo.

La mayoría de los autores valoran que el tamaño idóneo es de ¡cuatro alumnos! Este formato es el ideal, ya que cuentan con una suficiente diversidad y el número de alumnos no es muy elevado, por lo que el funcionamiento y la coordinación no resultan excesivamente difíciles.

 

Ahora bien, el hecho de que tu clase esté estructurada en grupos de cuatro no significa que los alumnos realicen todas las actividades juntos. Dentro de un grupo de cuatro, los alumnos pueden realizar determinadas actividades en parejas, otras en grupo e incluso puede —y debe— haber momentos para el trabajo individual.

“Pero ¡horror!, ¡las mesas de mi clase no son divisibles!”. Tranquilidad, sabemos que en Educación Infantil podemos encontrarnos con que algunas aulas cuentan con mesas —normalmente hexagonales, aunque también son habituales las mesas rectangulares o circulares— que, en muchos casos, no pueden subdividirse y, por tanto, no pueden individualizarse. Si este es el tipo de mobiliario de tu aula, puede incluso que tu única opción sea formar grupos de seis alumnos, pero es necesario que tengas en cuenta las dificultades que presenta la gestión de un agrupamiento tan numeroso y tratar de buscar alternativas. Como hemos dicho anteriormente, cuanto más grande es el grupo, peor funciona. La cantidad y la complejidad de las interacciones que se derivan de estos equipos exigen del alumnado un nivel alto de destrezas.

Como no queremos que te desanimes si este es el caso de tu aula (o tal vez no lo es ahora mismo, pero puede llegar a serlo en algún momento), te damos algunas ideas:

• Prueba a mantener el concepto de agrupamientos de pareja como equipo de referencia o para realizar las tareas, para las puestas en común al comienzo o al final de la actividad, o para prestar ayuda. Así, el grupo de seis quedaría únicamente para compartir materiales o ayudar en el caso de que la pareja no consiga resolver una duda. Teniendo en cuenta el elevado número de niños que forman el grupo, trata de evitar plantear actividades en las que tengan que llegar a un consenso o tomar decisiones en común. El concepto de agrupamiento será realmente el de una pareja que se sienta con otras dos.

• También puedes intentar establecer equipos-base de cuatro alumnos, aunque estén sentados en mesas de seis. La tercera pareja formará equipo con dos componentes de la mesa de al lado, de manera que, si no consiguen ponerse de acuerdo o resolver la tarea o la duda, se podrán girar y preguntar a la pareja compañera que está en el equipo de al lado. Podemos elegir entre distintas opciones:


Formamos el grupo girando las sillas.

Resulta especialmente interesante cuando tenemos poco espacio en clase (y poca distancia entre los equipos) o para tareas que no exigen trabajar sobre una mesa: diálogo y debates, lectura, observación, puestas en común...


Formamos el grupo en mesas “extra”.

Resulta especialmente interesante para actividades que exigen trabajar sobre una mesa, como, por ejemplo, las actividades de escritura, recortar, pegar, pintar...


Formamos el grupo en el suelo, con cojines.

Resulta especialmente interesante para actividades que exigen soportes amplios (cartulinas, papel continuo, folios A3...) o materiales que pueden usarse en el suelo: construcciones, maquetas, juegos de mesa, etc.

¿Crees que alguna de estas opciones te podría valer? ¿Por cuál te decides? Sea cual sea tu elección —siempre en función de tus objetivos y de la experiencia cooperativa de tus alumnos—, debes tener en cuenta que una buena opción para empezar a cooperar es crear una estructura que hemos bautizado en Educación Infantil como “parejas compañeras”. Para formarlas, te proponemos el siguiente procedimiento:

Paso 1. Forma las parejas

Toma como referencia los criterios que estás priorizando en cada momento y evita emparejar alumnos y alumnas de niveles de desempeño muy extremos. No olvides que tienen que ser diversos, pero no en exceso, para que se pueda trabajar con las “zonas de desarrollo próximo”.

Paso 2. Establece las parejas compañeras

Agrupa dos parejas formando “parejas compañeras”, procurando que al menos cuenten con un niño o una niña capaz de prestar ayuda en la mayoría de las tareas que pretendes canalizar a través de la cooperación. Realiza actividades específicas de cara a que todos sepan cuál es su pareja compañera.

Paso 3. Dispón a las parejas compañeras en el aula. Procura que estén lo suficientemente cerca como para poder dialogar y trabajar juntas.

“¿Y si un día la pareja de un niño no viene? ¿A quién recurre?”. Seguro que van surgiendo estas y otras preguntas, y eso nos encanta porque significa que la cosa fluye. Recuerda que es fundamental crear un marco de relación entre todos los miembros del grupo, estableciendo que pueden acudir a la “pareja compañera” si falta a clase su pareja o en caso de necesitar ayuda.

De este modo, como puedes apreciar, además del trabajo individual se establecen tres dinámicas de interacción diferentes: trabajo en parejas, resolución de dudas interparejas y trabajo en pequeño grupo.

En conclusión, a la hora de diseñar los grupos cooperativos debes valorar situaciones diferentes:

• En caso de contar con alumnos pequeños o que nunca han trabajado en equipo, podrías empezar formando parejas, ya que esta dinámica no requiere del manejo de sofisticadas destrezas cooperativas y podrás obtener algunos de los beneficios más interesantes de las dinámicas cooperativas.

• Cuando los niños hayan aprendido a gestionar las situaciones de interacción en pareja (pedir ayuda cuando la necesitan, respetar la señal de atención, participar en las actividades…), puedes empezar a combinarlas con situaciones esporádicas interparejas —a las que hemos llamado “parejas compañeras”, ¿recuerdas?—, para que los niños se comuniquen, por ejemplo, cuando tengan dudas o cuando alguien haya faltado a clase.

• En el momento en que el trabajo en “parejas compañeras” funcione, puedes empezar a organizar técnicas en equipo para realizar en las asambleas o en las tareas.

• Por último, puedes empezar a utilizar de forma habitual —en función de la actividad que vayas a realizar— el trabajo individual, en parejas y en equipo.

La duración del agrupamiento

Existe cierta división de opiniones con respecto al tiempo que debemos mantener un mismo agrupamiento: desde los partidarios de lapsos breves de tiempo y cambios constantes, hasta los que defienden niveles muy altos de estabilidad. Ambas posturas presentan sus ventajas y, por tanto, pueden resultarnos interesantes en determinadas circunstancias.

Con respecto a mantener poco tiempo los grupos, podemos señalar lo siguiente:

a. Los niños tienen la oportunidad de trabajar con todos los compañeros de clase.

b. Aumentan las posibilidades de interacción entre todo el alumnado. Esto es genial, por lo que estarás pensando que te quedas con esta opción.

Pero los agrupamientos estables cuentan también con beneficios evidentes:

a. La clase presenta una estructura clara, que dota de estabilidad y eficacia a la dinámica de trabajo.

b. Como consecuencia de lo anterior, los alumnos tienen tiempo de conocerse y aprender a trabajar juntos.

c. Aumenta la cohesión del grupo, en la medida en que desarrollan una identidad grupal más fuerte.

Ahora sí que se te acaba de presentar un buen dilema. Para ayudarte a analizar las posibilidades que ofrece alargar o acortar la duración de los agrupamientos que has establecido en tu aula, debes pensar que los grupos humanos, independientemente de la edad de sus integrantes, atraviesan por una serie de fases que se articulan a través del modelo de las cinco etapas del desarrollo de los grupos.

Pero no queremos dártelo todo hecho, así que te proponemos un reto. Te aportamos la definición de cada una de las etapas y tu objetivo es tratar de ubicar el nombre que le corresponde a cada una. Si no tienes el día para pensar mucho, en el pie de página encontrarás las soluciones.

Desempeño — Formación — Desintegración — Conflicto — Regulación

• _________________: los niños experimentan incertidumbre respecto al propósito, la estructura y el liderazgo. Analizan los comportamientos de sus compañeros2.

• _________________: los integrantes del grupo aceptan la existencia del grupo, manteniendo aún una cierta desconfianza sobre quién asumirá el control del mismo3.

• _________________: comienzan a establecerse relaciones cercanas y de cohesión, de manera que se va solidificando la identidad y la camaradería de sus miembros4.

• _________________: en este momento se configura una estructura funcional y plenamente aceptada del grupo. Los niños llegan a conocerse y a comprenderse5.

• _________________: en esta última etapa la prioridad es la finalización del grupo6.

El tiempo que tarda un grupo en llegar a la fase de desintegración está condicionado en parte por los conflictos que van apareciendo a lo largo del trabajo y la forma en la que se gestionan. Desde esta perspectiva, si tus alumnos tienen poca experiencia, gestionarán peor el trabajo en equipo y, por tanto, se presentarán más conflictos que pueden no afrontarse de la forma más adecuada. Esto hará que lleguen a la desintegración más rápidamente.

Si tienes en cuenta que esta puede ser la situación más común en Educación Infantil, principalmente en los primeros años, debes considerar dos premisas básicas a la hora de decidir la duración de los agrupamientos:

• Es necesario que des suficiente tiempo a los grupos para que se conozcan y lleguen a las fases de regulación y, sobre todo, de desempeño.

• Si tus alumnos tienen poca experiencia cooperativa, los grupos deben permanecer juntos menos tiempo, ya que van a surgir conflictos que sus integrantes no van a saber gestionar y, por ello, se va a acelerar su desintegración.

En conclusión, puedes empezar manteniendo los grupos durante un mes o mes y medio para, con el tiempo —en cuanto los alumnos vayan adquiriendo destrezas cooperativas—, llegar al trimestre. Esta nos parece la temporalización “ideal”, ya que los niños tienen tiempo de conocerse y aprender a trabajar juntos, logrando así una dinámica de trabajo eficaz y la cohesión del grupo, en la medida en que desarrollan una identidad grupal más fuerte. Además, el curso escolar se estructura en tres trimestres, lo que te permite compatibilizar el diseño de la estructura cooperativa con la burocracia escolar.

Por otro lado, debes tener en cuenta que mantener los grupos durante un período más largo sería excesivo, ya que pretendemos que los niños aprendan a trabajar con los demás, no solo con unos pocos. Pero recuerda que nadie mejor que tú conoce a tus alumnos, por lo que deberás valorar, teniendo en cuenta sus características y destrezas, cuál es la duración ideal para los equipos de tu clase.

Es necesario precisar que no debes abordar la duración de un agrupamiento de una forma tan rígida que obstaculice la gestión de conflictos dentro de los equipos. Nosotros somos partidarios de que, siempre que existan argumentos de peso que lo justifiquen, se hagan cambios en los equipos con el fin de garantizar un contexto positivo de aprendizaje para todos los alumnos. La única premisa que debes tener en cuenta es que nunca debes hacer cambios “a la carta”, y menos cuando escuches algo del tipo: “Es que mi hijo no se lleva bien con ese otro”, “Mi hija no encaja con los compañeros que le han tocado” o “Veo que mi hijo no avanza con los niños con los que le has puesto”. Pero ¡cuidado! Eso no significa que haya que ignorar la situación: si observas que los motivos que aducen el alumno o su familia justifican un cambio de grupo, lo podrás tener en cuenta.

Formamos los grupos

Ahora que ya vas teniendo claro qué criterios te servirán para diseñar los agrupamientos, así como el tamaño y la duración de los mismos, viene la “pregunta del millón”: ¿Quién trabajará con quién?

A la hora de distribuir al alumnado entre los distintos grupos, puedes encontrar propuestas muy variadas, que giran en torno a tres posibilidades: que los niños se agrupen libremente, que sea el azar el que configure los equipos, o que seas tú quien gestione esos agrupamientos bajo tu criterio. Como verás, no tienen nada que ver entre ellas y, además, cada una tiene sus ventajas y sus inconvenientes, que debes conocer y valorar para utilizarlas de forma estratégica.

 

1. Grupos seleccionados por los propios alumnos #EllosEligen

Lo primero que se te habrá pasado por la cabeza al contemplar esta posibilidad es lo siguiente: “¿En qué estaba pensando el que decidió que esto era una buena opción?” Hay multitud de autores que opinan lo mismo, que se trata del procedimiento menos recomendable, ya que suele derivar en grupos más homogéneos y basados en la afinidad; esto puede acarrear algún efecto negativo, por ejemplo, que los alumnos se distraigan de las tareas o que disminuya la posibilidad de que amplíen su círculo de relaciones. A eso se une que puede ocurrir que algunos niños no sean “elegidos” para ningún grupo, con el consiguiente impacto negativo que esta situación puede tener en la idea que tienen sobre sí mismos.

Pero hay una variable que no muchos contemplan y que puede convertirse en una ventaja muy interesante: los niños, agrupados por afinidad, muestran una actitud más favorable hacia el trabajo en equipo, lo que puede resultar conveniente para los más pequeños o para los que no quieren trabajar juntos.

A partir de este apunte, si lo planteas de la forma adecuada, este procedimiento puede resultarte útil en determinadas ocasiones, si se cumple la famosa regla del “solo si”:

• Solo si se trata de equipos esporádicos que realicen actividades muy concretas. Nunca debe utilizarse para formar equipos-base.

• Solo si tomas las precauciones necesarias para que nadie se quede sin grupo al no ser elegido. Si tienes la más leve sospecha de que esto pueda ocurrir, es mejor que evites este tipo de procedimientos.

Utilizados de esta forma, los grupos creados por los propios niños pueden resultar adecuados, al tiempo que añaden un plus de motivación hacia el trabajo en equipo, derivado de la elección que realizan.

Otras variantes: una modificación útil de este procedimiento consiste en hacer que los alumnos nombren a varios compañeros con los que les gustaría trabajar y luego tratar de asegurarte de que en el equipo-base todos trabajen con, al menos, una de sus elecciones. Esto resulta especialmente interesante en Educación Infantil, ya que favorece que las primeras experiencias de trabajo cooperativo sean positivas y promuevan una mayor motivación.

2. Grupos seleccionados al azar #LaSuerteElige

Si la posibilidad anterior sonaba poco razonable, esta no lo es menos: que sea la suerte la que determine tus equipos. Pero ya se dice que el azar es caprichoso y, al no utilizar ninguna pauta específica para la formación de los grupos, esto supone una falta de control total sobre la configuración de los agrupamientos. ¿Qué ocurre si coinciden dos alumnos que se llevan mal? ¿Y si los cuatro son disruptivos? ¿Y qué sucede si existe entre ellos una relación de dependencia poco saludable?

Ahora bien, ya vas cogiéndonos el truco y sabes que siempre hay una cara amable en toda propuesta. Como en el caso anterior, el azar presenta algunas ventajas que pueden interesarte en determinados momentos, bajo la más que conocida regla del “puede que”:

• Puede que descubras posibilidades que nunca hubieras contemplado. En ocasiones, al formar los grupos, los docentes nos dejamos llevar por nuestras expectativas con respecto a cómo trabajarán juntos determinados alumnos o a su capacidad para desarrollar determinados roles o tareas. Pero a veces, el azar puede contradecir dichas expectativas y mostrarnos nuevas oportunidades de potenciar el aprendizaje a través de la cooperación.

• Puede que en la vida les toque trabajar con gente muy variopinta (como la que nos encontraríamos en agrupamientos basados en el azar) y debemos desarrollar las destrezas y actitudes necesarias para hacerlo.

Contraindicaciones: si en alguna ocasión decides emplear este procedimiento, ten en cuenta que únicamente te puede servir en la configuración de equipos esporádicos que realicen actividades muy concretas. Nunca debe utilizarse para formar equipos-base.

3. Grupos configurados por el docente en función de criterios concretos #TúEliges

Ahora sí lo estás viendo claro, esto suena a procedimiento estándar. Pues tenemos que darte la razón, es el más usado a la hora de distribuir al alumnado en los equipos cooperativos, ya que permite controlar el grado de heterogeneidad y homogeneidad de los agrupamientos en función de uno o más criterios. Esto nos proporciona una herramienta muy valiosa para diseñar situaciones de interacción que se adapten a las necesidades del alumnado, a su experiencia trabajando en equipo, al tipo de tareas que vamos a proponer, etc. De esta forma, se potencian los beneficios que ofrece la cooperación para el aprendizaje de todos.

Sin embargo, lo que para uno son ventajas, para otro son inconvenientes. Con esto nos referimos a que lo que resulta beneficioso de los procedimientos anteriores, en este caso, se convierte en un obstáculo. Por ejemplo, a cualquiera le motivaría menos trabajar con alguien que no ha elegido o que no le resulta afín. Aun siendo conscientes de esta situación, te aconsejamos que utilices siempre este procedimiento para configurar los equipos-base y, en muchas ocasiones, también para los esporádicos.

A la hora de formar grupos en función de unos criterios determinados puedes seguir diversos procedimientos. Nosotros somos partidarios de aplicar la regla del “como para”, es decir, que el procedimiento que elijas sea lo suficientemente sensato “como para”:

• Como para no caer en categorizaciones simplistas y cerradas como, por ejemplo, clasificar a todos los alumnos “del mejor al peor” y tratar de hacer grupos “compensados”.

• Como para que sea el “sentido común” del docente la herramienta básica que sirva para revisar los grupos en función de diversos criterios prácticos: no poner juntos a dos alumnos que pueden influirse negativamente; no poner a todos los disruptivos juntos; poner a un alumno especialmente dependiente con otro que ejerce cierta influencia sobre él y que puede contribuir a que no se centre en el trabajo, etc.

• Como para ser capaz de descartar procedimientos demasiado complejos que te lleven a dedicar días y días a la formación de grupos. En primer lugar, porque el agrupamiento perfecto no existe y, en segundo lugar, porque si existiese no te gustaría dar con él, ya que lo tendrías que cambiar en algún momento. No olvides que no se trata de que el alumno aprenda a trabajar con unos cuantos compañeros, sino de que aprenda a hacerlo con todos.

Tomando como referencia las premisas anteriores, te presentamos una posible receta, paso a paso, para realizar equipos-base heterogéneos de cuatro alumnos. Recuerda que lo más importante es que, al final, les des “tu punto”:

Paso uno. Mide el tamaño de las raciones

Con esta receta no funciona eso de “donde comen dos, comen tres”, así que piensa bien cuál será el tamaño de los grupos y, en consecuencia, establece el número de equipos que tendrás en el aula. No olvides que esto dependerá en gran medida del nivel de experiencia cooperativa del alumnado y del tamaño de tu clase con relación a la ratio.

Paso dos. Elige los primeros ingredientes

Para que tu receta sea saludable, establece quiénes son los alumnos más capaces de prestar ayuda en el máximo número de situaciones posibles y distribúyelos entre los equipos. Por ejemplo, si vas a formar seis grupos, busca a los seis niños que mejor combinen dos características muy concretas: buen nivel de desempeño y aptitudes para ayudar a sus compañeros.

A continuación, establece quiénes son los alumnos que necesitan más ayuda. Como en el caso anterior, si tienes seis grupos, identifica a los seis niños que pueden requerir un nivel de apoyo más alto.