Antequera, 1808-1812. De la crisis del Antiguo Régimen a la Ocupación Napoleónica

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Bajo el gobierno de la Junta Suprema Central

De todos los acontecimientos acaecidos en Antequera durante el último trimestre de 1808 hay uno especialmente relevante, aunque no se trata de un hecho de carácter local, sino de un suceso político de trascendencia nacional.

Es el 8 de octubre de 1808 cuando, en el cabildo de la fecha, se da cuenta de una Real Cédula del Consejo de Castilla que anuncia una novedad de extraordinaria trascendencia en la tradición política española: la instalación de la Junta Central Suprema Gubernativa de los Reinos de España e Indias, una entidad surgida –según su decreto constituyente– «como depositaria de la autoridad soberana de nuestro amado rey Fernando VII hasta que le consigamos ver restablecido en todo el poder y esplendor de su augusta dignidad»[42] .

El 25 de septiembre de 1808 había quedado constituido en el Palacio Real de Aranjuez este órgano de gobierno centralizador –remedio contra el poder disperso de las numerosas Juntas provinciales– que acumula las competencias ejecutivas y legislativas del Estado bajo la presidencia de José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, un magistrado octogenario de brillante trayectoria política y reconocido prestigio. La Junta Central, queriendo solemnizar su nacimiento, dispone celebraciones en todos los pueblos del reino y las autoridades de Antequera, aunque recelaran de este ensayo político, se ajustan a las órdenes dadas:

«... se hagan en todo el reino tres noches de iluminación con repique general de campanas por el feliz acontecimiento de la instalación de dicha Junta y nueve días consecutivos de rogativas públicas [...] para implorar de Dios la pronta restauración en su trono de nuestro amado rey Fernando séptimo, el acierto en las determinaciones de la misma Junta Suprema y la felicidad de nuestras armas»[43] .

El gobierno municipal antequerano no puede negarse a las celebraciones y para ello se comisionan a los regidores Diego Vicente Casasola y conde de Castillejo, junto con el jurado José Castañeda, para que concierten con el cabildo eclesiástico de San Sebastián la organización de los actos con la mayor pompa y esplendor[44] .

*****

Con este evento termina en el ámbito local antequerano el año 1808, un año intenso en todos los sentidos por la vertiginosa sucesión de acontecimientos –trascendentales en mayor o menor medida– que cambian la fisonomía de un Estado secularmente anclado en el tradicionalismo más estricto. Sucesos encadenados abren una brecha en la estructura estatal, por donde se desangra el Antiguo Régimen, y modelan una realidad de España desconocida hasta entonces. Por tanto, el año 1808 representa en el contexto histórico uno de los momentos más revolucionarios y rupturistas de la Era Contemporánea española.

[1] Archivo Histórico Nacional. Consejos. Legajo Nº 5511. Expediente 2. Real Decreto 19 marzo 1808.

[2] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 26 marzo 1808.

[3] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 12 abril 1808.

[4] Ibídem.

[5] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 21 abril 1808.

[6] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 20 agosto 1808.

[7] Solana Casasola y Obando, Manuel. Historia de Antequera. Antequera 1814. Manuscrito. Tomo II. Fols. 130 vto y 131.

[8] Ibídem. Fol. 131.

[9] «... es una bestia». Geoffroy de Grandmaison, Charles Alexandre. L´Espagne et Napoléon. Paris: Librairie Plon, 1908-1931. Tomo I. Pág. 130.

[10] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 29 mayo 1808.

[11] Gazeta Ministerial de Sevilla. Sábado 11 junio 1808. Nº 4. Pág. 30.

[12] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 30 mayo 1808.

[13] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Servicios. Justicia. Pleitos y querellas. Legajo Nº 354. Auto 9 julio 1808.

[14] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 31 mayo 1808.

[15] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 30 mayo 1808.

[16] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 31 mayo 1808.

[17] Solana Casasola y Obando, M. Op. cit. Tomo II. Fol. 129 vto.

[18] García Blanco, Antonio María. Historia compendiada de una larga vida. Resumen de un siglo. Personas, cosas y sucesos que han pasado y yo he visto en el siglo XIX (desde 1800, en que nací, hasta 1900, en que habré acabado ya). Osuna: Imprenta de M. Ledesma Vidal, 1887. Pág. 15.

[19] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Orden 30 junio 1808.

[20] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 10 julio 1808.

[21] Archivo General Militar de Segovia. Expediente del coronel Francisco Enríquez. Sección 1ª. E-374. Hoja de servicios, diciembre 1809.

[22] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Administración. Asuntos militares. Años 1793-1808. Legajo Nº 1229.

[23] Sañudo Bayón, Juan José, Stampa Piñeiro, Leopoldo y Arcón Domínguez, José Luis. Batallas campales de 1808. Valencia: Ediciones Simtac, 2008. Págs. 111 y 145.

[24] Archivo Histórico Nacional. Diversos-Colecciones. Legajo 76. Nº 1 (49). «Estado de la organización y fuerza de las Divisiones del Ejercito de los Reynos de Andalucía que combatieron gloriosamente en Baylén el 19 de julio de 1808».

[25] Fondo Documental «Arias de Saavedra». Caja Nº 35. Legajo 32. «Primera División. Relación de los muertos, heridos, contusos y extraviados que tuvieron los regimientos de dichas divisiones en las acciones de los días 16 y 19 del presente mes». Andújar 27 julio 1808.

[26] Fondo Documental «Arias de Saavedra». Caja Nº 35. Legajo 32. Parte. Cuartel general de Andújar 27 julio 1808.

[27] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 21 julio 1808.

[28] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 19 julio 1808.

[29] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Real Colegiata. Gobierno. Actas capitulares. Años 1808-1814. Libro Nº 32. Junta 21 julio 1808.

[30] Díaz Torrejón, Francisco Luis. «La exaltación de la victoria. Las celebraciones religiosas y profanas en los pueblos de Andalucía». Andalucía en la Historia. Julio-septiembre 2008. Nº 21. Pág. 29.

[31] Diario de Granada, publicado con aprobación del Gobierno. Prospecto. Granada 4 junio 1808.

[32] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Administración. Padrones y Censos. Legajo Nº 71. Carpeta 1. Padrón 1808.

[33] Moreno y Rodríguez, Agustín. Reseña histórico-geográfica de Vélez-Málaga y su partido. Málaga: Imprenta de M. Martínez Vieto, 1865. Pág. 169.

[34] García Galindo, Juan Antonio. «El periodismo antequerano (1808-1936): evolución y morfología». Revista de Estudios Antequeranos. Antequera, 1993. Nº 1. Pág. 89.

[35] Biblioteca Nacional de España. R/ 60248 (38). «Noticia de la función de toros, executada en los campos de Bailén». Madrid: Imprenta de la calle de la Espada, 1808.

 

[36] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Legajo Nº 3541. «Noticia de los franceses puestos en seguridad en la Real Cárcel por disposición de la Junta Superior de Gobierno de esta ciudad de Antequera» Antequera 11 junio 1808.

[37] Ibídem.

[38] Díaz Torrejón, Francisco Luis. Las águilas vencidas de Bailén. Éxodo de prisioneros napoleónicos por Andalucía (julio-diciembre 1808). Navarra: Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, 2015. Pág. 307.

[39] «Allí, el pueblo furioso, precipitándose a nuestro paso, nos cierra la entrada a la ciudad, pese a las advertencias, al menos demostrativas, de la autoridad, y nos vimos obligados a posicionarnos en un cerro situado al norte de la ciudad; varios soldados apartados de la columna son asesinados, los bagajes saqueados en gran medida». Rapport adressé au duc de Feltre, ministre de la Guerre, par le colonel Vigier. Titeux, Eugène. Le général Dupont. Une erreur historique. Puteaux-sur-Seine: Prieur et Dubois, 1903. Tomo II. Pág. 631.

[40] «El saqueo fue general. ¿Y quién lo ordenó? Sacerdotes de esta religión católica, aunque intolerante, que se entregaban a tales excesos que, particularmente, guiaban a los vecinos, nos apedreaban y nos injuriaban. Yo mismo recibí una que me lanzó un franciscano». Husson, Eugène Alexandre. «Journal de la campagne que j´ai faite en Espagne et des malheurs que j´ai éprouvés pendant ma captivité dans les années 1808, 1809 et 1810, jusqu´à mon arrivée en Anglaterre, le 29 septembre 1810». Carnet de la Sabretache. París, febrero 1908. Nº 182. Pág. 105.

[41] Virgen del Rosario, fray Manuel de la. Oración fúnebre que en las solemnes honras de los militares difuntos en la jornada de Baylén y anteriores mandadas celebrar por la Ilustrísima Junta de la M. N. y M. L. Ciudad de Antequera el día 6 de setiembre de este año de 1808. Málaga: Luis de Carreras e hijos, 1808. Págs. 19 y ss.

[42] Archivo Histórico Nacional. Consejos. Legajo Nº 5522. Expediente 1. «Real Provisión del Consejo, por la qual, habiéndose verificado la instalación de la Junta Central Suprema Gubernativa de los Reynos de España y de las Indias, se mandan observar las resoluciones de ésta como depositaria de la autoridad soberana de nuestro amado Monarca el Señor Don Fernando VII». Madrid: Imprenta Real, 1808.

[43] Archivo Municipal de Antequera. Fondo Municipal. Gobierno. Ayuntamiento pleno. Actas capitulares. Libro Nº 1799. Cabildo 11 octubre 1808.

[44] Ibídem.

CAPÍTULO III
Al borde del precipicio: la crisis agudizada
Malos augurios

Los altos niveles de euforia patriótica, existente en el ánimo de los españoles desde la victoria de Bailén, disminuyen progresivamente porque acontecimientos inesperados resienten la esperanza colectiva. Los días de optimismo han pasado y la confianza en el definitivo triunfo sobre el poder napoleónico es un anhelo que se desvanece poco a poco. Los ejércitos imperiales campan a sus anchas por la España septentrional y la cascada de reveses españoles en Logroño, Zozorna, Gamonal, Espinosa de los Monteros, Tudela y Somosierra pinta de negro la realidad de las últimas semanas de 1808. El derrotismo se intensifica cuando Madrid, emblema de la resistencia antinapoleónica desde el 2 de mayo, sucumbe ante el empuje de Napoleón en persona: Madrid vuelve a ser la capital del Estado español bonapartista y desde el 4 de diciembre de 1808, día de su toma, una especie de depresión invade el alma de la España patriótica.

Antequera no es ajena al pesimismo nacional y los antequeranos presienten que se avecinan malos tiempos. La desesperanza mina los ánimos y hay quienes ven siniestros presagios en la primera noticia que llega a la ciudad en el recién estrenado año de 1809. Se trata de una noticia luctuosa que justifica la reunión del cabildo municipal, con carácter extraordinario, la tarde del 12 de enero de 1809 en el domicilio del corregidor Bernad de la calle Maderuelo: el fallecimiento del conde de Floridablanca, presidente de la Junta Suprema Central[1] . Este personaje había muerto el 30 de diciembre anterior en Sevilla, ciudad donde residía dicho órgano gubernativo desde su huida de Madrid justo antes de caer en poder napoleónico.

La muerte de la primera figura del gobierno nacional –gobierno sustitutivo de la acéfala monarquía borbónica– es un suceso de extraordinaria magnitud y sus exequias son una cuestión de Estado, como dispone la propia Junta Suprema Central:

«La muerte de este personaje célebre por tantos títulos y hasta por sus desgracias [...] ha llenado de aflicción a la Suprema Junta y será honrado con las lágrimas, la gratitud y la memoria de los españoles. S. M. penetrado de dolor con tan grande pérdida anuncia a las Juntas [...] para su noticia y gobierno que se acuerden las disposiciones convenientes para las honras que han de hacerse a S. A. S. como infante de Castilla»[2] .

En cumplimiento de las órdenes dadas, la municipalidad designa a tres diputados para que convengan con el cuerpo eclesiástico los pormenores de la función fúnebre[3] . El cabildo colegial de San Sebastián, convocado el 15 de enero de 1809, acuerda celebrar las exequias del conde de Floridablanca con «altar, coro, ministros y campanas», aunque advierte que no proporcionará la cera –conjunto de velas y cirios– sin la autorización de la Junta de diezmos del obispado de Málaga[4] .

Salvados los obstáculos, la función mortuoria se programa para el martes 24 de enero de 1809 con la mayor solemnidad y «túmulo que deberá ser como el de las honras del rey Dn Enrique, adornado con aquellas insignias que sean propias de los empleos que obtuvo dicho serenísimo señor difunto»[5] .

Mal empezaba el año 1809.

Dificultades económicas y subsistenciales

El pesimismo de los ciudadanos y los negativos efectos de la guerra agravan la crisis que padece España a principios de 1809 y potencian su desestabilización. Preocupantemente se advierten los primeros signos de una crisis de identidad política e ideológica porque el espíritu patriótico general, poco antes pétreo como el granito, presenta profundas fisuras. Muchos habitantes de la España ocupada por las tropas napoleónicas –tercio septentrional de la Península– están embargados por serias dudas y empiezan a sentir los efectos de una metamorfosis doctrinal a causa de una percepción mucho más benévola del régimen bonapartista. Cada día son más quienes desertan de sus convicciones patrióticas y asumen el afrancesamiento como una opción política, sin sentimiento alguno de apostasía.

En la otra punta de España aún es pronto para que la gente se plantee dilemas ideológicos y particularmente en Antequera las cuestiones que preocupan a principios de 1809 son de índole económica. La realidad local, ya desestabilizada por el cúmulo de tantas demandas, se agudiza en cuanto las circunstancias exigen un nuevo esfuerzo, como ocurre entonces con el proyecto de la Junta Suprema de Granada para la creación de un segundo Batallón de Cazadores de Antequera en la ciudad:

«... había acordado se levantase en ella el segundo batallón y que se erigiera en regimiento de línea, el 1º de Cazadores de Antequera, con tal que estos leales vecinos costeasen los ponchos, gorros, chaquetas, chalecos, botines y calzones»[6] .

La ejecución del proyecto de la Junta granadina es materialmente imposible porque la frágil economía local está sobrecargada y aunque el ayuntamiento tuviera la voluntad de colaborar, «sus recursos no están en igualdad con su patriotismo»[7] . Sin embargo, la municipalidad antequerana hace un esfuerzo y logra aportar veinte mil reales de los fondos de propios, lo que supone un notable sacrificio dado «la calamitosa situación en que se hallan sus caudales públicos»[8] . Esta cantidad, insuficiente a todas luces, de poco sirve para un fin tan costoso y la Junta de Granada no tiene más remedio que suplementar el dinero restante para hacer su proyecto realidad.

A primeros de abril de 1809, el nuevo Batallón de Cazadores de Antequera está organizado y sus ochocientos noventa y tres reclutas han entrado en campaña bajo las órdenes del teniente coronel Pedro Laínez[9] .

*****

La presión económica, derivada de tantas imposiciones, mantiene a la hacienda municipal de Antequera en un estado casi ruinoso, al borde de la quiebra. El raquitismo de las arcas concejiles ni siquiera permite el pago de las deudas atrasadas de años anteriores e insistentemente se suceden las reclamaciones de la Real Hacienda, entidad acreedora de elevadas cantidades.

Los débitos acumulados al erario estatal precipitan una larga sucesión de apremios, que solo logran aumentar la presión sobre la municipalidad porque sus cajas están en estado agónico, prácticamente vacías. El déficit es colosal porque el vecindario, necesitado y empobrecido, no puede corresponder a las contribuciones y poco o nada se ingresa en las arcas municipales. El ayuntamiento arrostra un grave problema de insolvencia, con deudas al Estado que asciende a más de cuatrocientos mil reales[10] .

Los apuros fiscales no son el único problema que condiciona la realidad de Antequera durante el año 1809, ya que hay otro asunto más preocupante aún: el desabastecimiento. El último año agrícola había sido pésimo y las exiguas cosechas, sobre todo las de cereales, no garantizaban la provisión del vecindario. Las autoridades ven con preocupación las escasas reservas del pósito local –establecido en un sólido edificio construido el año 1733 en la Cuesta de Barbacanas– porque hace meses que no entran granos en sus paneras.

La escasez propicia la especulación y hay quienes aprovechan la coyuntura para favorecerse del momento con lucrativos negocios. Algunos oportunistas –grandes y medianos agricultores locales– retienen las existencias de trigo en sus graneros con el fin de monopolizar el mercado, lo que dispara la inflación hasta el extremo de valorarse el trigo a precios desorbitados.

A mediados de marzo de 1809, las reservas locales de granos han acusado una curva descendente y la crisis subsistencial, que amenaza con días de hambruna, excita la codicia especuladora de los oportunistas. Las existencias de trigo en el pósito municipal y en la cilla eclesiástica están al límite y los almacenistas particulares, con un insaciable afán de lucro, tasan la fanega a conveniencia, como se denuncia ante el ayuntamiento:

«Los caballeros diputados del mes y del común manifiestan ser constante la falta de pan por razón de no entrar trigo a la alhóndiga y que en las casas particulares, donde se vende esta especie, lo dan a precio de cuarenta y cuarenta y un reales»[11] .

Los panaderos de los doce obradores existentes en la ciudad no pueden mantener el precio de venta del pan sin ajustarlo al exorbitante coste del trigo, y apelan al arbitraje del ayuntamiento para una proporcionada subida. Ante una reivindicación tan razonable, el cabildo autoriza el incremento de un cuarto –cuatro maravedíes– sobre el precio vigente de la pieza de una libra de peso, que es de siete cuartos[12] . Esta subida supone un aumento de más del catorce por ciento, algo que condena a muchos vecinos pobres a prescindir de este artículo de primerísima necesidad.

La gravedad de la situación no cede y durante las semanas siguientes la escasez agudiza la especulación. La municipalidad no consigue estabilizar el mercado y la evolución especuladora sigue al alza, de modo que a principios de mayo de 1809 la fanega de trigo alcanza la cotización de cincuenta reales[13] . En menos de dos meses, el precio de este cereal se había incrementado en una cuarta parte de su valor.

El encarecimiento conlleva una consecuencia instantánea sobre la economía del consumidor: la hogaza de una libra se paga a diez cuartos[14] , es decir, a un real y seis maravedíes. Semejante precio eleva el pan a la categoría de artículo inasequible para muchas familias, si se tiene en cuenta que un menestral –jornalero o artesano– no cobra más de cinco o seis reales de sueldo diario cuando trabaja, que no es siempre.

 

Ninguna medida de contención surte efecto porque la carestía impulsa la especulación durante los meses siguientes. El trigo escasea en los graneros cada vez más y las pocas existencias, pese a su ínfima calidad, se cotiza a precio de oro por culpa de acaparadores y oportunistas. La inestabilidad de los precios, siempre en tendencia ascendente, tiene el mayor alcance en agosto de 1809 cuando el importe del pan se dispara alarmantemente hasta los doce cuartos la pieza de una libra[15] . Desde que comenzara la crisis cerealista, su valor se había incrementado en más de un setenta por ciento.

A la vista de los hechos, cabe plantearse una cuestión: ¿Pudo el ayuntamiento gestionar esta crisis alimentaria de otro modo, que minimizara sus perniciosos efectos sobre el vecindario?

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