Profesores, tiranos y otros pinches chamacos

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La señora de José Asunción, por el contrario, nunca se enteró de los negocios que se tenía entre manos su marido. De haber estado cuerda, seguramente lo habría prevenido acerca de los peligros que significa comprar países. Los del hospital psiquiátrico no le permitían tener contacto con el mundo exterior.

El miércoles, a las 7:15 de la mañana, Dimitri y José Asunción llegaron a la Casa Floral acompañados de casi treinta consultores, abogados, socios, secretarios y edecanes para cerrar la operación.

El presidente, con otros treinta allegados de sus más altas confianzas, les dio la bienvenida. Y ambos equipos se pusieron a trabajar según la agenda y a renegociar el precio, las condiciones de la transacción, los términos de la entrega, el futuro mediato e inmediato del país y sus respectivos honorarios, comisiones y prebendas.

La reunión de alto nivel duró casi diecisiete horas, en las que hubo discusiones, arreglos, modificaciones, brindis, canapés, diplomacia, bromas, manoseo de conceptos, conclusiones y despedidas. Las piezas que amenizaron el encuentro, interpretadas por el cantautor José Raphael José, no tuvieron el impacto en los asistentes que el equipo presidencial había calculado.

Y es que el tiempo apremiaba.

Después de la firma del documento –cinco mil seiscientos ochenta fojas– que transfería los bienes materiales, financieros, culturales, olímpicos, mineros, ferroviarios, astrológicos, pétreos, filatélicos, porcinos, panteónicos, espirituales y volcánicos de la nación a los señores Dimitri Dosamantes y José Asunción Mercado, los medios masivos de comunicación tuvieron acceso a los nuevos dueños del país, que dieron una conferencia conjunta de prensa.

–¿Está contemplado, en su administración, vender a extranjeros nuestras minas de zulamamita y de esteronomio? –preguntó el reportero de La nueva era.

–¡La riqueza de nuestras minas –dijo a gritos Dimitri para que lo escucharan todos– es la riqueza de nuestras minas! No puedo añadir nada más al respecto.

–¿Seguiremos siendo los eternos candidatos a organizar las olimpiadas? ¿Piensan proponer nuestra candidatura otra vez para el año 2046? –preguntó el jefe editorial del diario deportivo Aquel.

–No solo las olimpiadas: el Mundial de Ajedrez, el Festival de Cannes, el carnaval de Brasil, la entrega de los Óscares, Miss Mundo, la carrera de Indianápolis, el Nobel de Química… Todo, todo, todo, queremos todo.

–Incluso estamos considerando –añadió José Asunción– organizar la Primera Gran Feria del Chilaquil para el año que entra.

Luego, en la Plaza Mayor, se le permitió al populacho manifestar su beneplácito ante el soberano y magno acontecimiento. Vítores y plácemes llovieron a mares. Sensación compartida por el vulgo de que algo bueno estaba por llegar. Una luz en el firmamento. Fuegos de artificio.

Dimitri salió al balcón presidencial para recibir la primera manifestación de aprecio del pueblo –algo que había soñado toda su vida y que estaba seguro de que algún día le llegaría, ya que había tenido la experiencia previa de comprar un equipo de béisbol en Estados Unidos y ser su líder.

Dijo entonces sus primeras, sentidas palabras como nuevo codueño del país:

–¡Vivamos nosotros!

–¡Vivamos! –coreó la multitud.

–¿Y ahora? –le preguntó José Asunción a Dimitri el lunes por la mañana, justo cuando el general representante de las fuerzas armadas solicitó la comparecencia de los nuevos mandatarios para izar el lábaro y hacer los honores correspondientes a los símbolos que unen o deberían unir o alguna vez unieron a los connacionales.

–Pues…, icemos el lábaro, por algo somos los nuevos dueños del país, ¿no crees?

–Icemos.

Y Dimitri y José Asunción izaron la nueva bandera, diseñada por la firma Traciani de Milán, en tonos amarillo guayacán, verde ficus y magenta buganvilla, con un nuevo escudo: un ocelote echado al lado de un agave azul mientras devora una rata decapitada: justo la imagen que el azar le regaló a Dimitri la primera vez que visitó el país. Llegaron una tipa y un tipo de aspecto armenio a vender armas a la oficina de la presidencia. Hicieron su exposición con diapositivas, videos y un breve discurso acerca de la seguridad nacional, que incluía los conceptos de ofensiva, defensiva, teledirigido, destrucción masiva, nuclear, ojiva, enemigos y hermandad.

Los socios presidentes escucharon pacientemente a los vendedores.

–Por lo pronto, no estamos en condiciones de hacer un pedido –respondió Dimitri tratando de ser cortés–. Estamos muy gastados…

–Pero son necesarias –intentó explicar ella–. Un país sin armamento moderno no es país.

–Podrían ser atacados, ¿comprende?

–Estamos en buenas relaciones con las naciones del mundo –externó José Asunción.

–Somos gente de paz. No nos sentimos amenazados.

–¿Cree usted que nos decidimos a comprar un país para jugar a las guerritas?

–Comprendan, señores mandatarios, que los países necesitan estar preparados para cualquier eventualidad bélica.

–Su ejército merece estar a la vanguardia. Quisiera no ser yo la portadora de esta noticia pero…: el armamento que tienen es obsoleto. Por lo tanto son un país, como se dice en el medio, vulnerable.

–Invadible.

–Agendable.

–¿En cuánto anda saliendo uno como estos? –José Asunción señaló la imagen de un misil sobre el catálogo que tenía ante sus ojos.

–El juego de doce misiles Revolution anda por los cinco millones de dólares.

–Si los quieren con ojivas biológicas –cerró un ojo la vendedora–, añádanle unos doce mil más por misil. Hemos desarrollado unas bacterias que se van a ir de bruces cuando les enseñemos fotos de los ensayos que hemos hecho.

–¿Nos pueden dejar el catálogo?

–Con la compra del juego de misiles –explicó el vendedor– le estamos regalando un auto blindado y una metralleta SK-2004.

–Y dos viajes a Hawái con todo pagado.

–Para cuatro personas en habitación doble.

–Siete noches, ocho días.

–Barra libre.

En el norte del país estalló la Primera Gran Inconformidad –como fue llamada por los medios– hacia mediados de mayo, justo el día en el que cumplía treinta y cinco años Dimitri Dosamantes. En señal de protesta por los altos aranceles que imponía el poderoso país vecino a la exportación del ajo, el líder de los ajoproductores, don Pólipo Arozamena, convocó a sus agremiados a exprimir media tonelada de esos bulbos liliáceos en la puerta de la Casa Floral.

Pese a que Dimitri no aguantaba mucho el olor a ajo, hizo frente a la eventualidad con la entereza que debe mostrar un paladín. Sin permitir que los inconformes se dieran cuenta de la repugnancia olfativa que le provocaba su protesta, se comprometió a hacer una campaña para elevar el consumo del ajo entre la raza y ofreció promover los pulpos al ajillo como plato típico, étnico, nutritivo y ancestral.

–Desde hoy –dijo en la sede del gremio–, ajo, turismo y desarrollo irán de la mano.

Doña Azucena García de Dosamantes –esposa de Dimitri, humanista y puericultora de profesión–, en su calidad de media primera dama, se interesó vivamente por las campañas nacionales de vacunación contra la fiebre púrpura –que aún no había llegado al continente–, por la promoción de la música vernácula –cuyo acervo constaba de ocho piezas de dudosa procedencia–, por la niñez atípica y por el incremento en las importaciones de abulón y almeja azul.

Era incansable. Tan solo el primer mes apadrinó a quince niños, vacunó a cuarenta y dos, regaló dos mil ocho despensas, aprobó el menú de los DEE (Desayunos Económicos Escolares) e inauguró una clínica para ejecutivos con problemas de próstata. Hizo una cata pública de abulón chileno.

Incluso le alcanzó el tiempo para someterse a una liposucción en el Hospital Militar.

Un día, se hizo el pedicure en la estética de Thelma Esther y no sospechó en ningún momento que la amable dueña del negocio fuera también la amable amante de su marido.

El recién nombrado obispo Alberto del Río Canales accedió a tomar su primera confesión como tal a José Asunción Mercado.

–Me acuso a mí mismo, señor obispo, de haber caciqueado hace tiempo en mi pueblo natal. Me acuso también a mí mismo, señor obispo, de haber cabildeado con suma deshonestidad. Me acuso de intromisión y un poco de perfidia. De sobra y falta de honradez. Me acuso de haber cometido atentados contra la inmoralidad. Me acuso de indecoroso y sordo. De adepto a los bienes materiales y de mirar el mundo a través del cristal de la ambición. Me acuso, señor obispo, de ser José Asunción: su líder, su presidente.

El obispo Alberto del Río Canales estaba por absolverlo cuando el pecador continuó:

–Y me acuso a mí mismo de haber visto una revista y de ocupar mi mano, de consumir sustancias ilícitas, de no pagar los servicios que una noche me dio La Vikinga…

–Yo te absuelvo… –comenzó el prelado para no escuchar más pecados, pero fue interrumpido.

–Y me acuso de haber matado por propia mano al hermano de mi madre porque quiso hacer justicia con mi padre. Y acuso a mi padre de haber permitido que yo matara a mi tío. Y a mi madre porque empujó a ambos al pleito y a mis abuelos por haberlos engendrado y a mi tía por seducirme aquel martes de abril y a mi sobrino por ha berle echado el raticida a su hermana…

Tocó luego el turno a Dimitri Dosamantes:

–Ese mi obispo, hágase como el que me está confesando porque he de decirle que nos vigila el enemigo…

–Hijo, nosotros no tenemos enemigos –contestó el ministro religioso con una voz apenas audible pero empalagosa.

–Usted haga sus señales de la cruz, como si estuviera muy interesado escuchando y perdonando mis pecados… Verá, un informante que tenemos en Washington nos vino con la noticia de que estamos en la agenda, ¿comprende?

 

–¿En la agenda?

–Baje la voz, mi obispo, le digo que hay orejas… Continúo: nuestros socios económicos y políticos, ¿sabe a qué me refiero, verdad?, andan con la idea de quitarnos el país por la vía armada, ¿comprende?

–Hasta ahora no comprendo nada, hijo –se consternó el obispo con su timbre de voz más azucarado.

–Que nos quieren joder, quebrar, declarar mentalmente insanos, desaforar… ¿Va agarrando la onda, mi obis? Nos quieren invadir. Vaya, para que me entienda mejor: quieren usurpar lo nuestro, despojarnos, allanarnos como país soberano que somos…

–¿Está seguro, hijo, de lo que está diciendo?

–Por ésta –y Dimitri besó una dizque cruz que hizo con sus osteoartrósicos dedos.

–Supimos que el país está agendado –dijo Pablo Jiménez, El Canalla, principal capo del cártel de Los Esteros– y venimos a ver en qué podemos ayudar –le gustaba hablar de sí mismo en plural, quizás porque siempre lo acompañaban doce mudos guardaespaldas.

–No le voy a mentir don Pablo: sí estamos en la agenda –le estrechó la mano José Asunción–. ¿Se le antoja un vodka?

–No, venimos de pisa y corre y andamos jurados.

–¿Cacahuates?

–Sí, queremos unos poquitos.

–Al parecer –dijo Dimitri–, el fuego intimidante empezará con el llamado “bombardeo selectivo”. Quieren adueñarse de lo nuestro. De las minas de zulamamita y de esteronomio, de nuestros recursos perecederos, de la fábrica de ron, de nuestros novelistas.

–¿Con cuántos misiles cuenta el país?

–Compramos cinco docenas de los llamados Revolution.

–¿Con ojivas…?

–Dieciocho con agentes químicos –explicó José Asunción–, y catorce con bichos biológicos.

–¿Eso es todo? –se sorprendió El Canalla.

–Queríamos comprar una bomba atómica, don Pablo, pero no nos alcanzó el presupuesto –respondió Dimitri.

–Siempre sí sírvanos el vodka. Creemos que hay muchas cosas de qué platicar.

–No se saque de onda, padre, con lo que voy a decirle, pero… vendimos la iglesia de San Román Norte –dijo José Asunción a boca de jarro.

–¿Sorry?

–Para hacernos de recursos…

–¿Toda la iglesia? –preguntó el obispo.

–La iglesia y algunos objetos…

–¿El cáliz de oro?

–No se preocupe, padre: en unos años recuperamos todo, nomás nos repongamos del gasto de los misiles. Digamos que la dejamos a buen resguardo, ¿me entiende?

–¿Y el párroco de San Román? –preguntó el obispo.

–Lo nombramos asesor religioso de nuestra embajada en Estocolmo.

–Ah, bueno. ¿Y las monjas?

–Las infiltramos en el sindicato de las costureras… Con un sueldo decoroso…

–Ah, bueno. ¿Y yo?

–Le tenemos una sorpresita, padre. Nomás no se desespere. Lo andamos candidateando para cardenal, que es lo mínimo que su santidad se merece. Ya hablamos con el nuncio. Nos dijo que el Papa le debe algunos favores.

–Ah, bueno. ¿Y la nación?

–Al parecer seguimos siendo sus dueños, padre: cuestión de que nos lo permitan y de que la gente bien intencionada como usted nos apoye con algo más que bendiciones, ¿comprende?

–Ah, bueno. ¿Y este sobre?

–Tómelo como diezmo, si quiere. Nosotros le llamamos “compensación”. O “propina”. Como más le acomode.

–¡Santo Jesús! –exclamó el futuro cardenal al abrir el abultado sobre.

El negociador del país ante la ONU y ante las naciones que lo habían agendado logró acuerdos, transferencias y concesiones. Las minas cambiaron de manos. La moneda se depreció ochocientos catorce por ciento en tres meses. El Museo de Antropología y las pinturas rupestres dejaron de ser patrimonio de la nación. El frijol y el garbanzo, antes exportables, pasaron a ser productos de importación. Córneas, riñones, corazones e hígados, en cambio, se vendieron al exterior a precios de remate. El campeón de peso pluma en boxeo se dejó arrebatar el cinturón por un puertorriqueño en una pelea coludida. La cerámica típica cambió su denominación de origen. Y así con la industria textil, las playas, los fertilizantes, el famoso pulpo al ajillo y doscientas mil catorce hectáreas.

Incluso Thelma Esther, quien fuera la amante consentida de Dimitri, se casó con un general de un país enemigo con fines reproductivos a corto plazo. Compró su ropa de maternidad en una tienda exclusiva de Londres, se hizo un ultrasonido en Ámsterdam, rogó en Notre Dame de París por que su hijo saliera con dos manos, dos pies y diez dedos en cada extremidad y se compró una camiseta estampada: I NY.

La agenda nacional cambió de rumbo tanto como se modificó la fisonomía política, cultural, geográfica, económica y culinaria del país.

Para hacer frente a la crisis social que amenazaba con desestabilizar al Estado, y con la benévola ayuda del Biapacri (Banco Internacional de Asistencia a Países en Crisis), Dimitri y José Asunción enderezaron el torcido camino que el destino le había reservado a su adquisición.

Recapitularon.

Al cabo de unas semanas de desasosiego: centraron cabezas, hicieron de vísceras y bilis sonrisa amigable, consultaron con psicoanalistas, contadores, terapeutas varios, astrólogos y astrónomos y se sin ceraron: este es un país de mierda, nosotros unos gobernantes ineptos, nuestros enemigos unos aprovechados, las minas un fraude y el equipo de futbol un fracaso.

–¿Y si nos quedamos solo con el equipo de futbol y le metemos dólares? –propuso José Asunción.

–Mejor con el obispado. Allí ni siquiera hay que meterle mucho dinero, no hay porras y deja buenas ganancias. En una de esas, hasta nos ganamos el paraíso.

El expresidente, ahorrativo, los recibió en su mansión de Blue Rock Island, al sur del continente, con una comida sencilla: sopa de pasta, arroz con huevo y bisteces encebollados. Agua: de limón. Postre: panqué de nuez. Digestivo: anís semiseco.

–Traté de decirles que no es tan fácil tener un país, pero creo que no me escucharon.

–No es eso –dijo Dimitri.

–El problema no fue administrarlo sino que nos agendaran.

–¿Cuántas veces creen que yo estuve en las mismas?

–¿Tres? –preguntó José Asunción.

–Veinticuatro.

–¡Puta!

–Veinticuatro veces hice antesalas, veinticuatro veces negocié la desagendización, veinticuatro veces deprecié la moneda, veinticuatro curas se hicieron obispos durante mi mandato, veinticuatro… ¿Queda claro?

–¿Y ahora?

–Ustedes dirán. ¿Quieren que les vuelva a comprar el país? Olvídense, la verdad ando muy gastado y muy cansado como para regresar…

–¿Sabe de alguien que esté interesado?

–Tengo un primo que anda queriendo invertir…

–¿En un país agendado?

–Todo depende del precio, ¿me entienden?

–El tiempo apremia.

SE HACE CONSTAR

Al realizar labores de excavación superficial en el predio ubicado en la calle 7 número 16 de la colonia Insurgentes de esta ciudad, personal de la empresa constructora Copacabana S. A. informó a las autoridades acerca del misterioso hallazgo de unos huesitos que más tarde, con ayuda del Servicio Médico Forense, se supo pertenecieron a un bebé de sexo femenino de aproximadamente seis semanas de nacido cuya probable muerte haya sido por asfixia o ahorcamiento, sin que hasta ese momento se pudiera relacionar con alguno de los casos de infantes desaparecidos reportados a las altas autoridades en años anteriores, mas los análisis de carbono 64 y las investigaciones llevadas a cabo posteriormente por el detective Ataulfo Brito Brito aportaron nuevos datos que condujeron a sospechar que los restos óseos de la finadita pudieran corresponder a la criatura que, bajo el nombre oculto de Selene Amistad, fue mencionada como posible víctima de su desalmada madre y su pervertido padre hace seis años, un 24 de diciembre, a quienes no pudo comprobárseles entonces homicidio alguno dado que no existió cuerpo del delito que ofrecer como prueba por parte del ministerio público acreditado, de lo que resultó una nueva orden de presentación de los presuntos sospechosos, los cuales habían terminado de purgar en sus respectivos reclusorios las penas a las que habían sido acreedores por otras infracciones a la ley distintas al presunto asesinato de su hija, a saber: robo a mano armada, asociación delictuosa y posesión de armas reservadas al uso del ejército, entre otras una bazuca de fabricación italiana, y a quienes se les asignó como defensor de oficio al licenciado Valerio Valdez Irapuato, abogado bien conocido en los tribunales por su pericia en el manejo de los llamados hoyos negros del derecho penal y procesal, padre de dos adolescentes drogadictos, casado en segundas nupcias con la señora Salamina Puertas, viuda de Antonio de la Llata y examante del procurador Encinas Maza, famoso él, el licenciado Valdez Irapuato, por haber ganado el caso de un narcotraficante que exigió el respeto de sus derechos humanos ante tribunales internacionales, célebre por haberse aliado con un senador, colega de profesión, en su litigio contra los bienes de la nación, y popular gracias a su desenvoltura en medios prostibularios, dicho abogado Valdez Irapuato aceptó con gusto y júbilo el caso de los presuntos responsables del asesinato de la bebé Selene Amistad en plena Nochebuena, presuntos a quienes tenía medidos por sus cuentas bancarias y que sabía pagarían los honorarios justos a sus servicios, de manera aparte si los defendía como jurista privado y no como servidor público asignado al poder judicial para representar a quienes no tienen acceso a abogados particulares, y en sus primeras diligencias logró acreditar que, en efecto, su clienta era la madre biológica y legal de Selene Amistad, pues estuvo encinta, acudió al sanatorio que le correspondía por su zona de residencia, fue atendida por los médicos en turno, parió un producto femenino de dos kilos trescientos diez gramos y cuarenta y ocho centímetros de altura, si a eso se le puede llamar altura, dio el pecho a la bebé a pesar de que la política del hospital se inclinaba por la fórmula láctea, se hizo acompañar de quien dijera ser su amasio y, por lo tanto, progenitor del fruto humano en cuestión y abandonó el nosocomio no sin antes haber convocado al registro civil asentado en dicha policlínica para llevar a cabo los trámites de ley que otorgan ciudadanía a los nuevos pobladores del país, con sus respectivos derechos y obligaciones, teniendo como testigos a una enfermera de apellido árabe el paterno y español el materno y a un transeúnte de oficio joyero que un mes más tarde falleciera en un accidente aéreo; con dicha documentación en la mano el abogado Valdez Irapuato levantó un acta en la que se daba cuenta de la desaparición de la pequeña Selene Amistad, acta que no había sido levantada antes de que los padres fueran sospechosos del infanticidio dada la inexistencia del cadáver, y que luego, en las audiencias, representaría un argumento a su favor en el juicio, y habiendo concluido con dicho procedimiento presentó demanda contra la constructora Copacabana S. A. por haber incurrido en irregularidades internas al denunciar como hallazgo de relevancia ante la autoridad los huesitos de un ser humano de pequeña complexión, cuando el procedimiento interno de la empresa, según consta en el manual de operaciones vigente, indica que quienes hicieron el hallazgo debieron informar primero al órgano de control interno antes que a las autoridades federales, hecho que inculpa a los señores Abundio López Iñárritu, alias El Buitre, y a la señora Martha Isabel Larra Mena, conocida como La Bestia, ambos pertenecientes al grupo de supervisores “b” de la constructora, como infractores de las normas aprobadas por la Secretaría del Trabajo y firmadas por los representantes sindicales en el contrato colectivo de trabajo, luego de lo cual el defensor Valerio Valdez Irapuato solicitó ante la instancia judicial la suspensión acusatoria de sus clientes, que ya para ese momento, desconfiados y temerosos, tomaron las previsiones necesarias y se dieron a la fuga con la mira puesta en una isla del Caribe, pero realizada de manera inoperante, ya que fueron reaprehendidos como fugitivos, y no como presuntos filicidas, en el aeropuerto de una ciudad colonial, famosa por sus iglesias del siglo XVII, y llevados en helicóptero de ocho plazas a las oficinas centrales de la Procuraduría para ser interrogados en calidad de contrademandados por El Buitre y La Bestia, que días antes se habían apalabrado con el abogado Valdez Irapuato para que los representara, al tiempo que desistiera de defender a sus exclientes a cambio de una mejor paga y de solventar la amenaza que en su contra tenía respecto del posible secuestro de sus hijos adolescentes, ambos drogadictos, por parte de un grupo delictivo urbano, motivo por el cual el legista cambió de bando, y luego de un careo de oficio inculpó a sus exrepresentados de haber ahorcado a la pequeña e indefensa Selene Amistad en la Nochebuena como ofrenda solicitada por el párroco de su iglesia para expiar sus culpas pederastas, homicidio confesado en corto por ellos y captado por él con su grabadora de lapicero ese mismo día, aunque desmentido por los presuntos reinculpados, quienes dijeron no conocer párroco alguno ni estar de acuerdo con someterse al polígrafo o al suero de la verdad o a lo que fuere, a sabiendas de que no tomarían en cuenta su petición, puesto en duda por el juez penal asignado al presentarse como prueba de cargo y considerado sospechoso por los medios masivos que cubrían la noticia, previa rueda de prensa, sin saber que los responsables de la prematura muerte de la inocente bebé, padre y madre, habían tenido la noche anterior un encuentro asexuado a través del líquido seminal que viajó un par de horas en estéril recipiente gracias a la intermediación de una persona de sus confianzas, de oficio periodista gráfico, y del que se derivaría un nuevo embarazo de dudoso pronóstico debido a la edad de la progenitora y al desorden mental que padecía, tanto como a la condición de salud física del eyaculador, mermada por el alcohol, el tabaquismo y el estrés, hecho que sin embargo no dio motivo a concluir de manera definitiva las investigaciones tendientes a desentrañar el caso, y que cuatro meses después, un día antes de otra afortunada Nochebuena, permitieron dictar sentencia absolutoria y liberar a los presuntos homicidas y futuros padres, así como dar por terminadas las audiencias: que conste.

 

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