Elementos para una (re)interpretación de las convenciones internacionales de drogas

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Z serii: Economía
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Las teorías y modelos de política pública contemporáneos reconocen la complejidad de estas cuestiones, la interdependencia entre muchas de ellas y los factores institucionales, culturales, tecnológicos, económicos, jurídicos, estratégicos, geopolíticos, etc., necesarios para el éxito de la aplicación. En este marco, el simple requisito de la política mundial que exhorta a los gobiernos a hacer lo que consideren necesario para limitar los usos de las drogas a los médicos o científicos es simplemente ingenuo. El SICD fue un experimento interesante, adecuado para el momento en que se creó; sin embargo, la cuestión es si continúa siendo apto para el siglo XXI.

Esta política fue propuesta por un grupo de artífices de algunos países poderosos que creían que era un imperativo para la humanidad, pero en su formulación no siguieron un enfoque científico o basado en la evidencia sobre su eficacia y la de adaptación a las necesidades cambiantes de las sociedades. Estos acontecimientos han producido los desafíos que cuestionan la idoneidad del SICD para resolver un problema cada vez más complejo.

5. Propósito y contenido del libro

Teniendo en cuenta lo anterior, el propósito de este libro consiste en explorar la formación, evolución y limitaciones del SICD centrándose en su lógica interna y las consecuencias que conlleva una política pública única en un mundo cambiante y cada vez más complejo. El libro examina la manera como se formularon las políticas y las convenciones que sustentan el actual SICD con el objetivo de establecer su pertinencia dentro del contexto actual. El enfoque del libro es consistente con el concepto de la deconstrucción desarrollado por Derrida. Ofrece un análisis crítico de los textos de las convenciones de drogas, la narrativa que sirvió de base para su redacción y la formulación de las políticas. Enfatiza en la estructura interna del lenguaje y los sistemas conceptuales empleados, así como en las relaciones cualitativas del significado de las palabras y las asunciones implícitas en las formas de expresión.

Una conclusión principal es que el SICD no puede abordar eficazmente los complejos problemas actuales de drogas. Adicionalmente, no hay una política sencilla, ni una solución única aplicable en el mundo. Por eso, el libro no pretende proporcionar soluciones políticas a los complejos problemas actuales de drogas. Solo espera mejorar la comprensión de ellos y sugiere hacer una (re)lectura de los textos de las convenciones que posibilite una reinterpretación de estas y una flexibilización de las políticas acorde al contexto actual.

El libro está dividido en tres partes. La primera reseña la construcción del SICD, analiza las condiciones que llevaron al comercio internacional del opio a convertirse en una cuestión internacional y el origen de la política internacional básica que limita el consumo mundial de drogas psicoactivas a los fines médicos o científicos. Sigue con una revisión de lo sucedido en los cincuenta y dos años de intentos por alcanzar un acuerdo internacional para imponer esa política, la cual avanzó progresivamente con cuatro convenciones y varios protocolos internacionales, hasta que se logró el propósito en la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes. Posteriormente, se presenta un capítulo sobre el desarrollo de las dos convenciones que completaron el SICD, la Convención de 1971 sobre drogas psicotrópicas y la Convención de 1988 contra el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas. En ese apartado, también se explica la estructura de las agencias de drogas de las Naciones Unidas dedicadas a las drogas y termina con una revisión de las características de la SICD que incluyen un sesgo hacia la políticas policivas y autoritarias y los problemas de interpretación que surgen de la falta de definición de términos importantes de los convenios, sus vacíos legales y las diferencias en sus textos en diferentes lenguas. Todos estos factores crean ambigüedades que suscitan dificultades significativas de interpretación.

La segunda parte estudia cómo el objetivo del SICD, un “mundo libre de drogas”, y sus órganos, principalmente la JIFE, han interpretado las convenciones sobre drogas de manera inconsistente; así como las consecuencias de estas decisiones. Las publicaciones de la JIFE y de los otros órganos del SICD se utilizan para rastrear la evolución de su narrativa. Así se muestra cómo sus posiciones sobre las drogas y derechos humanos, programas de intercambio y distribución de agujas y jeringas, salas de consumo de drogas y el mantenimiento de la adicción a opioides y a la heroína, los usos no medicinales de la marihuana y los tradicionales de la coca han variado a través del tiempo y el espacio, dependiendo de la composición de los miembros de la JIFE. También se señala que las Asambleas Generales Especiales de las Naciones Unidas (UNGASS) dedicadas a las cuestiones relacionadas con las drogas y las sesiones anuales de la CND han reafirmado su apoyo al objetivo del “mundo libre de drogas”. A pesar de estos hechos, las interpretaciones de las convenciones de la JIFE han tomado distancia de una posición de línea dura a una más flexible que requiere políticas de drogas respetuosas de los derechos humanos, que impongan sentencias proporcionales a los crímenes de drogas, eliminen la pena de muerte por delitos relacionados, que fortalezcan los programas de prevención y proporcionen tratamiento, rehabilitación y resocialización para toxicómanos, que fomenten programas de sustitución de opioides, rechacen políticas de “guerra contra las drogas” y promuevan políticas con un enfoque de género. Estos cambios han reconocido que el consumo de drogas psicoactivas, su tráfico y producción constituyen cuestiones complejas y las políticas de drogas deben tener en cuenta dicha complejidad. Sin embargo, este reconocimiento no se ha traducido en ninguna flexibilización a la restricción de los usos de drogas a los fines médicos o científicos.

La tercera parte del libro se centra en los desafíos a los que se enfrentan las políticas de drogas psicoactivas en un mundo complejo de sociedades con diversas leyes, normas sociales e individuos con diferentes niveles de autocontrol. Estas sociedades tienen distintas estructuras y políticas y sufren variados males sociales. Esto da lugar a que los países tengan diferencias significativas en su vulnerabilidad y riesgos para desarrollar organizaciones criminales e industrias de drogas ilegales. Estas vulnerabilidades limitan la eficacia de las políticas de drogas.

A pesar de las interpretaciones estrictas predominantes de las convenciones sobre drogas, se revisan algunas opciones de política propuestas por algunos analistas. Se muestra que la falta de definiciones de términos importantes y la ambigüedad en las convenciones abren la posibilidad de ampliar la interpretación de los términos fines médicos o científicos para incluir los conocimientos obtenidos científicamente en las ciencias sociales y reinterpretar las convenciones. Otra opción de reforma de la política consiste en establecer un acuerdo para acordar un tratado inter se permitido por las Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969 (CVDT)6. Finalmente, se plantea la posibilidad de ofrecer diversos tratamientos a diferentes drogas dependiendo de sus efectos en el cuerpo humano y sus riesgos de adicción.

En esta parte también se analizan algunas cuestiones de política “ineludibles”: los posibles conflictos entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas para 2030 y las políticas actuales de la SICD; los aparentes conflictos entre los principios más importantes de la OMS y el SICD con su finalidad de establecer un “mundo libre de drogas”; la necesidad de controlar el comercio internacional de drogas psicoactivas y sus precursores químicos; los problemas del SICD en algunos países con gobiernos federales donde sus estados son soberanos y no aplican las políticas; y los desafíos planteados a las políticas de drogas por la forma en que operan los servicios del sector de la salud y los mercados legales de drogas psicoactivas. El capítulo final resume las principales conclusiones, extrae algunas lecciones y destaca los desafíos políticos presentados por el complejo “problema mundial de las drogas”.

Finalmente, es importante alertar al lector sobre las referencias a los documentos de las Naciones Unidas. Como se verá en el capítulo cuarto, en el segundo apartado “Inconsistencias importantes, términos indefinidos y vacíos legales en las convenciones de drogas”, las versiones en inglés y español de las convenciones en algunos casos se diferencian sustancialmente. Los documentos de la JIFE están disponibles en los seis idiomas oficiales de las Naciones Unidas, pero el inglés y el francés son los únicos en que se trabaja en ese órgano. Por eso, las traducciones de los documentos de la JIFE al español no son acertadas algunas veces, por ejemplo legalization en inglés se convertía en “despenalización” en español, aunque en este idioma estos dos conceptos son distintos. Para evitar esos problemas, he utilizado traducciones propias cuyos resultados reviso y adecúo para reflejar los conceptos originales.

Notas

1 Los Comentarios a las convenciones son documentos que, aunque no son vinculantes, ayudan a entenderlas e interpretarlas. Su redacción está a cargo de expertos y testigos de los debates que tuvieron lugar a lo largo del proceso de redacción de las convenciones.

2 En febrero del 2020, los únicos países que no formaban parte de la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961 eran la República Democrática de Timor Oriental, Guinea Ecuatorial, Kiribati, Nauru, Samoa, Sudán del Sur, Tuvalu, Vanuatu, Islas Cook y Niue.

 

3 La JIFE se opuso a este enfoque de “reducción de daños” para el consumo de drogas psicoactivas y se convirtió en un blanco de fuertes críticas de algunas ONG, periodistas y académicos que argumentaban que las políticas de reducción de daños representaban formas legítimas para promover y proteger el bienestar de los ciudadanos, que los consumidores de drogas y los adictos no perdían sus derechos humanos y que la JIFE estaba actuando más allá de su mandato y en conflicto con las Convenciones de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (Bewley-Taylor, 2012b; Small y Drucker, 2007; Csete y Wolfe, 2007; Barrett, 2008; entre otros). En los últimos años, la JIFE ha suavizado su posición. Véanse los capítulos séptimo y octavo.

4 Este proceso se detalla en el capítulo décimo.

5 La marihuana contiene más de 300 sustancias de las cuales más de sesenta son “cannabinoides” únicas de la planta de marihuana. “El principal componente psicoactivo en el cannabis es el Δ-9 tetrahidrocannabinol (THC). Los compuestos que son estructuralmente similares al THC se conocen como cannabinoides” (OMS, s. f. a). Muchas de las sustancias que contiene la marihuana no tienen efectos psicoactivos; el cannabidiol, la sustancia empleada en la mayoría de los usos médicos es uno de ellos. La marihuana medicinal se ha fumado principalmente sin separar sus sustancias. En muchos lugares, la prescripción de marihuana medicinal ha sido muy laxa y de hecho se convirtió en un pretexto para legalizar el uso de sus sustancias psicoactivas.

6 Esto permite que un grupo de partes en un Convenio se una y realice un cambio en la convención que solo es válido dentro de sus países.

primera parte: el proceso de formación del Sistema Internacional de Control de Drogas

capítulo I visión panorámica de los asuntos relacionados con las drogas psicoactivas, el origen y la construcción del SICD

1. Los asuntos de las políticas de drogas no son nuevos

Todas las sociedades en las que ha habido disponibilidad de drogas psicoactivas las han usado1, pero han percibido los peligros y efectos del consumo de maneras muy diferentes que, además, han cambiado con el tiempo. Sus efectos han sido percibidos como negativos, neutros o positivos dependiendo de la sociedad, la droga y la época2.

Las bebidas alcohólicas y otras drogas se han utilizado para aumentar la productividad en sociedades agrícolas donde muchos trabajos son repetitivos, solitarios y aburridos3. La urbanización, la modernización y la industrialización transformaron el trabajo y otras relaciones sociales y, por primera vez en la historia, personas no aristócratas tuvieron un poco de ocio e ingresos para gastar a su antojo. Cuando eso sucedió, los costos sociales de la drogadicción crecieron y se hicieron evidentes. Se observó que, en algunos entornos tradicionales, el consumo de drogas aumentaba la productividad; mientras en los contextos urbanos modernos, constituían un obstáculo para las actividades productivas que requerían coordinación y colaboración entre los trabajadores (Hush, 1992)4.

Las drogas psicoactivas han tenido múltiples usos: “para la relajación, la recreación, curar y aliviar el dolor, para hacer y disfrutar la música, para la seducción, el trabajo, las batallas y para la adoración” (Kleiman, Caulkins y Hawken, 2011, pp. xviii-xix). También se utilizan en rituales culturales que facilitan las interacciones sociales. Estos usos han variado a lo largo del tiempo y según las sociedades. Para muchas drogas, especialmente los opiáceos, prevalecieron los usos medicinales. Hasta no hace mucho tiempo, la medicina no curaba muchas enfermedades y las drogas psicoactivas, principalmente sedantes y narcóticas, eliminaban el dolor y les permitían a los enfermos dormir y sentirse mejor. La mayoría de las drogas psicoactivas no eliminan las causas profundas de los problemas de salud, pero son paliativas y desempeñan un papel que permite controlar la angustia y la ansiedad, así como facilitar otros tratamientos médicos y hacer más tolerable el final de la vida (De Rementería, 1995)5. Históricamente, las enfermedades se habían asociado a factores religiosos y mágicos. Con frecuencia, se consideraban castigos y pruebas divinas, efectos de maldiciones y hechizos de brujería o acciones de malos espíritus. Hoy muchos también creen que la eficacia de los medicamentos depende de la interacción entre la mente y el cuerpo6.

Adicionalmente, las drogas psicoactivas se utilizan estratégicamente en el crimen y las guerras. Algunas hacen que la gente pierda la voluntad y siga órdenes, algunos ladrones las usan para robar sin recurrir a la violencia7 y agencias de seguridad de los gobiernos, para obtener información de enemigos. También se utilizan para motivar a los combatientes y aumentar su agresividad en la batalla8.

Por otra parte, muchas drogas psicoactivas tienen un efecto estimulante y se han empleado de diversas maneras. La masticación de coca permite al usuario estar más alerta, trabajar más horas y también amaina el hambre. En los países andinos, por ejemplo, ha sustituido el consumo de alimentos durante las hambrunas (Gagliano, 1994). Cafeína, nicotina, anfetaminas y cocaína también se utilizan como estimulantes9.

Las drogas psicoactivas se han usado también con características propias del dinero y con fines de cambio. En algunas haciendas bolivianas, colombianas y peruanas, hasta mediados del siglo XX, parte del salario de los campesinos se pagó con hojas de coca. En Afganistán, los préstamos a los campesinos que cultivan adormidera regularmente deben pagarse solo con opio. Muchas drogas psicoactivas son valiosas en relación con su peso y volumen, hecho que las convierte en buenas reservas de valor, al menos durante algunos años, antes de que empiecen a deteriorarse. Estos fármacos tienen características análogas a los productos básicos y su demanda constante basada en la adicción, los convierte en activos líquidos.

Otras drogas psicoactivas relajan o desinhiben y funcionan para facilitar las interacciones sociales. Este es uno de los usos del alcohol, el opio, la coca, khat, la cafeína y la nicotina. También se utilizan en ceremonias y eventos importantes como nacimientos, funerales, bodas, para cerrar contratos y demostrar amistad.

Durante siglos, las semillas de cáñamo (marihuana con poco THC) fueron una fuente de alimento en China, el Sudeste y Centro de Asia y los Balcanes (Buxton, 2010). La coca se ha usado como alimento y las bebidas fermentadas han sido buenas fuentes de azúcar, carbohidratos y algunas vitaminas. En muchas regiones, las bebidas alcohólicas se han considerado más seguras para beber que el agua, por ejemplo, durante varios siglos, la sidra de manzana fue el principal líquido ingerido en distintas regiones rurales de los Estados Unidos. En algunas comunidades nativas y campesinas de América Latina, las bebidas fermentadas de maíz, piña y caña de azúcar han sustituido la ingesta de agua.

En la misma vía, algunos medicamentos han cumplido la función de generar cohesión de grupo y como símbolos de estatus. En muchas sociedades, ciertos usos de drogas se han asociado a grupos bohemios, artísticos e intelectuales. En países como Estados Unidos, en la década de 1960, el uso era un símbolo de protesta social y una manera de identificarse con una contracultura.

La búsqueda de los humanos por tener diferentes experiencias de estados de ánimo no se ha limitado al consumo de drogas psicoactivas. Han logrado resultados similares utilizando otros métodos como el yoga, la hiperventilación y la meditación que hacen que el cuerpo genere dopamina y sustancias con efectos similares.

Esa misma búsqueda no se ha limitado a los seres humanos. El uso de drogas psicoactivas en el mundo animal fue documentado por Siegel (2005, pp. 106-123) quien brinda ejemplos significativos de diversos animales que usan drogas e incluso las “producen” como en el caso de los elefantes que recogen frutas y no las consumen hasta que se fermenten.

Muchas plantas de las que se derivan drogas psicoactivas también tienen usos industriales. Hasta el desarrollo de las fibras sintéticas, el cáñamo era la fuente principal de fibra utilizada en muchas actividades de ese tipo. El cáñamo, la coca y la adormidera son insumos para la producción de papel, tela, sogas y otros productos. Después de extraer la cocaína de las hojas, estas se utilizan como agente saporífero para la Coca-Cola.

La lista de usos de drogas psicoactivas puede ampliarse, pero los que se describen son suficientes para ilustrar los desafíos que enfrenta cualquier política exitosa de control de drogas psicoactivas y muestran que los seres humanos siempre han tenido una propensión a la ingesta de estas sustancias. Los avances científicos y tecnológicos que comenzaron en el siglo XIX iniciaron un proceso de expansión exponencial del menú de posibles experiencias inducidas por drogas que persiste hasta hoy. Esto, por supuesto, también ha ocurrido con todos los bienes y servicios que pueden ser utilizados por los seres humanos, no solo con las drogas psicoactivas. Las innovaciones que hoy se consideran simples y de baja tecnología, como la invención de la jeringa hipodérmica en 1853, fueron revolucionarias y ampliaron enormemente los usos médicos de muchos fármacos y además proporcionaron experiencias extraordinariamente nuevas de usos no médicos facilitando la inyección de las drogas directamente al torrente sanguíneo y permitiéndoles generar un efecto más rápido y fuerte.

A pesar de la gran diversidad de los usos de drogas psicoactivas en muchos entornos sociales, siempre ha habido restricciones que responden a la forma como cada sociedad maneja la tensión entre la atracción que sienten individuos por el consumo y los riesgos personales y sociales, percibidos o reales de su consumo; así como normas gubernamentales para hacerles frente. Estos controles al comportamiento, legales y sociales, han variado significativamente a lo largo del tiempo y el espacio10.

Las leyes y normas que regulan la producción, el comercio y la ingesta de drogas psicoactivas han sido generadas por muchas organizaciones sociales: gobiernos, familias, religiones, escuelas, grupos de pares, clubes sociales, asociaciones profesionales, grupos de vecinos, etc. Hasta el siglo XVIII, las drogas psicoactivas eran generalmente legales y su uso estaba regulado principalmente por las normas sociales y legales que reflejaban los valores consuetudinarios de cada sociedad11.

Los mercados de drogas eran principalmente locales, la comercialización y el consumo se limitaba principalmente a áreas cercanas al lugar donde se producían. La expansión geográfica de las drogas psicoactivas basadas en plantas tuvo lugar a través del transporte de semillas desde otras regiones. Las drogas “domesticadas” variaban entre las sociedades principalmente porque los altos costos del transporte limitaban la disponibilidad a las originarias de zonas cercanas para los consumidores. Muchas drogas basadas en plantas se utilizaron durante un tiempo considerable sin generar graves problemas de adicción en sociedades que aprendieron a manejar su uso. El alcohol se ha consumido globalmente y sus restricciones de uso también han variado. En efecto, la prohibición de los usos no medicinales del alcohol ha sido muy exitosa en países islámicos conservadores, aunque la globalización ha debilitado algunos controles sociales.

El consumo de drogas fue un problema importante para los gobiernos cuando había conflictos entre las leyes gubernamentales y las actividades sociales o los grupos de interés. Por ejemplo, Buxton encontró que antes del siglo XIX:

[…] emperadores chinos habían tratado de restringir el uso del opio, que era visto como ofensivo para la moral confuciana. Sin embargo, los decretos de prohibición emitidos por los emperadores Yong Cheng en 1729 y Kia King en 1799 se encontraron con la resistencia de los traficantes británicos. (2010, p. 67).

En América Latina, los conquistadores españoles se opusieron a la masticación tradicional de coca en la región andina y promovieron su eliminación durante el siglo XVI12: “Los primeros misioneros católicos percibieron el valor ceremonial de la coca, lo ligaron a las prácticas religiosas de los indígenas y lo consideraron un obstáculo a la conversión de estos al catolicismo” (Thoumi, 2002, p. 48).

 

La revolución del transporte del siglo XIX redujo los costos y amplió la capacidad de los productores de drogas para llegar a mercados distantes. El comercio internacional de drogas se convirtió en un factor importante en la expansión del capitalismo occidental y la construcción del imperio europeo (Courtwright, 2002, Parte I).

2. El problema del opio en China

El opio se utilizó en China desde tiempos inmemoriales, pero las interpretaciones históricas de la evolución de la producción, el tráfico y el consumo en ese país son contradictorias. El principal punto de debate es el papel desempeñado por las potencias colonialistas europeas en el crecimiento del consumo de opio. Una versión comúnmente aceptada presenta esta sustancia como un instrumento para explotar el mercado colonial implementado por medio de la Compañía Británica de las Indias Orientales (CBIO):

El Gobernador General de la India, el marqués Warren Hastings, fue el principal promotor del opio en el Imperio Celestial después de que asumió el control del monopolio de opio de la CBIO en 1757 y diez años más tarde obtuvo un permiso para venderlo en China. (Arango y Child, 1986, p. 142).

El Partido Comunista Chino tiene una posición similar: “La Guerra del Opio fue provocada deliberadamente por los invasores británicos. Fue la primera de una serie de guerras agresivas lanzadas por potencias capitalistas que tenían como objetivo hacer de China su semi-colonia o su colonia” (Varios autores, 1980, p. 3)13.

Una versión menos popular basada en una combinación de análisis históricos y económicos muestra un fenómeno más complejo. No cabe duda de que las políticas del Reino Unido en la India, donde la adormidera era un cultivo importante, buscaban abrir los mercados chinos al comercio internacional, pero China tenía un gobierno reacio al comercio y había permanecido aislado del resto del mundo durante siglos. Esa renuencia se vio reforzada por su gran distancia con respecto a muchas economías en crecimiento, lo que aumentó los costos del comercio. Su gobierno estaba dispuesto a comerciar solo desde un puerto, Cantón, aunque el enclave portugués en Macao facilitó el contrabando. El gobierno estaba dispuesto a exportar, pero no a importar productos británicos manufacturados como textiles. Además, las exportaciones chinas como la seda, las especias y la porcelana fina, muy demandadas en Occidente, solo podían pagarse con moneda dura: oro o plata.

La naturaleza del sistema monetario de la época fue un factor clave en la génesis de las Guerras del Opio. El oro y la plata eran las monedas nacionales y cuando un país tenía un déficit comercial internacional tenía que pagar con esos metales. Esto reducía la cantidad de dinero en circulación en el país importador, lo que generaba una deflación de precios y recesiones económicas. Por eso para mantenerse, el sistema requería flujos de comercio internacional sin grandes desequilibrios que perjudicaran a los países importadores. Así, “los europeos vaciaron sus arcas para comprar los bienes que anhelaban. Los intentos de corregir este desequilibrio proporcionaron un impulso principal para la expansión occidental” (McAllister, 2000, p. 10). La reacción británica al déficit comercial no se limitó a buscar exportaciones legales a China, sino que también apeló al contrabando para pagar las exportaciones chinas.

China tenía una larga historia de más de dos mil años durante la cual había experimentado períodos importantes de progreso social y económico, seguidos de períodos de conflictos internos y declive. En el siglo XVIII, su gobernabilidad había disminuido sustancialmente. Era una sociedad muy grande, diversa y fragmentada que incluía a muchos pueblos. La dinastía Qing de origen manchú era considerada extranjera por la mayoría y la población manchú era muy pequeña. A lo largo del siglo XIX, hubo varias rebeliones y movimientos separatistas que incrementaron las dificultades para aplicar la ley en el Imperio Chino y fomentaron una débil lealtad hacia el emperador manchú. Este entorno políticamente inestable alentó las actividades económicas ilegales e hizo que el contrabando se hiciera muy atractivo. La Rebelión Bóxer (1898-1901), un movimiento contra los extranjeros, anticristiano y anticolonial generó temores de un caos político en el país con consecuencias generalizadas para todo el este y el sudeste asiático14.

Además, la cultura china era profundamente sino-céntrica y rechazaba cualquier contacto con los “bárbaros occidentales” (Escohotado, 1997, p. 24). Esta característica es común en las sociedades que han permanecido aisladas durante mucho tiempo, en el cual desarrollan una visión que las coloca en el centro del mundo y miran las relaciones internacionales a través de ese prisma. En China, la falta de conocimiento sobre el mundo externo era generalizada y el enfoque sino-céntrico era concordante con el confucianismo prevaleciente. Esto promovió un sentimiento de superioridad y un rechazo a los contactos con el resto del mundo. La debilidad de la marina china, una consecuencia de su aislacionismo, permitió a un pequeño contingente británico ganar las Guerras del Opio (Walker III, 1991).

Cuando Escohotado (1997) evaluó las interpretaciones comunes de las Guerras del Opio concluyó que:

[…] hay tres clichés comunes e inexactos. Uno es que los europeos llevaron el opio a un país donde era desconocido y exigieron su legalización. Pero, por el contrario, los contrabandistas acaban de satisfacer una demanda muy antigua y [...] trataron de evitar que el opio se legalizara porque la prohibición era mucho más rentable para ellos. El segundo cliché se refiere a las intenciones de la corte manchú que se presentan como iniciativas terapéuticas y morales, cuando su razón inicial era puramente económica. El tercer cliché nace de pasar por alto la catastrófica situación de China durante todo el siglo XVIII, que permite percibir los problemas del opio como la causa de los males sociales en lugar de sus síntomas. Estas tres falsedades combinadas llevaron a la gente a pensar en un gobierno dispuesto a hacer cualquier sacrificio para tener un país más sano y moderno, pero frustrado por una conspiración occidental que exportaba algo considerado como un veneno en sus propios países15. (p. 30).

Las diversas estimaciones del volumen de opio consumido, el número de adictos y usuarios en China, así como la medida de los aumentos en esas variables son contradictorias, hecho que no es sorprendente debido a la incertidumbre producida por el gran tamaño del país, con muchas regiones aisladas y dificultades para estimar con precisión esas variables. Walker III (1991) afirma que en 1900 “tal vez hasta una cuarta parte de todos los chinos fumaba opio preparado. Las importaciones de opio indio habían alcanzado su punto máximo algunos años antes, pero el crecimiento interno no mostró signos de disminución” (p. 12). Paoli, Greenfield y Reuter (2009) establecieron que:

[…] el opio desempeñó muchos papeles en China. Sirvió como un producto médico, un artículo recreativo, un calmante del ansia de la adicción, una insignia de distinción social y un símbolo de la cultura de élite […]. Un porcentaje notablemente alto de la población china consumía opio, pero sólo con poca frecuencia. Por ejemplo, Newman (1995: 786-788) afirma ‘que, a partir de 1906, alrededor del 60% de los hombres adultos en China y el 40% de las mujeres adultas fumaban aproximadamente 15 gramos de opio al año con fines festivos. Incluso el número de ‘usuarios frecuentes’ (fumadores de alrededor de 1,5 gramos cada tres días) fue de unos 37,8 millones (alrededor del 20% de los hombres adultos y el 8% de las mujeres adultas)’ [...] Newman (1995) concluye que unos 16 millones de chinos (6% de la población adulta) eran dependientes de las drogas. (p. 18).