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Alguien estará tentado a catalogar como un cambio en la orientación del proceso caótico del lenguaje humano el fenómeno actual del lenguaje simplificado (también habría que añadir: anti-estético y que, en ocasiones, denota escasos conocimientos de la lengua) que se utiliza a discreción a la hora de transmitir mensajes a través del teléfono móvil o internet, y que tan jugosos beneficios aporta a las arcas de las todopoderosas compañías de telefonía y telecomunicaciones en general. Por el contrario, este lenguaje abreviado, incompleto y pobre no es otra cosa que la acomodación humana a la salvaje multiplicación de los mensajes, a los efectos de conseguir una mayor rapidez en la emisión y en la respuesta. De esta manera es posible participar con mayor frenesí en esta auténtica carrera armamentística de la información.

El cerebro humano es capaz de percibir el proceso de caotización lingüística y social, de manera que se defiende débil y burdamente, con más entropía informativa (H), de la Madre de todas las Entropías (S): aquella cuyo enunciado expuesto en la Segunda Ley de la Termodinámica rige para todo nuestro Universo, con amenazas de más caos, más desorden y un final por muerte térmica.

IIII. LA ENERGÍA EN EL LENGUAJE

En los procesos lingüísticos de formación de las palabras y de la composición sintáctica, podemos intuir el rastro de un fluir de la energía que se acumula en esos fenómenos mentales y materiales que construyen las palabras y, con ellas, la Torre de Babel de las lenguas.

Estos procesos debemos encuadrarlos dentro de la propia línea evolutiva que conduce a la materia (y más tarde, también a los productos culturales humanos) desde lo más sencillo, a lo cada vez más complejo. Así, si en el principio del lenguaje cabe imaginar la presencia de sonidos con determinados significados que, más tarde, devienen palabras útiles para designar las cosas, los fenómenos naturales y los hechos humanos, la complejidad conduce a las lenguas a un proceso en el que las propias palabras asumen con el tiempo mayores grados de polisemia y abstracción.

Con ello, los humanos generamos el lenguaje mágico-religioso que, después, devino filosófico y, más adelante, científico. Sobre la utilización de palabras sencillas, y siguiendo un trayecto de mayor dominio y virtuosismo, se edifican nuevos conceptos y sobre estos nuevas y más profundas abstracciones, de manera que el lenguaje se constituye en una realidad virtual proyectada sobre la realidad fenoménica.

En este movimiento hacia la complejidad también se incardinan los procesos de formación de nuevas lenguas sobre la existencia de sus lenguas-madres (y estas sobre la Madre de Todas las Lenguas) las cuales, por ley de vida, tienden a desaparecer después de superar el complejo parto lingüístico.

De cualquier manera, el lenguaje se crea a imagen y semejanza de un circuito, en el que la energía se acumula en las palabras cargadas de mayor significación y abstracción, al tiempo que se transmite mediante la presencia de partículas lingüísticas como las preposiciones y las conjunciones. También sentimos el fluir de la energía entre la oración principal y sus subordinadas.

V. TRINIDAD

Dejo aparcado el coche en la avenida —aquella que marca la frontera norte de la Isla Perdida, la que, algún día, ha de llegar hasta el mar—, con Soledad en su interior. Seguidamente, me encuentro conduciendo por un jardín de césped, cuadriculado por estrechos pasillos de cemento. Me aproximo peligrosamente a un hombre que pasea a su perro. Doy un volantazo hacia la izquierda y me encamino hacia la casa donde mora Trinidad. Un giro brusco más, esta vez hacia la derecha, y enfilo el patio de la vivienda.

No contento con la ubicación del coche, maniobro para recularlo hacia el portal de la finca.

Ahora me dirijo, para llamar, hacia el cuadro de timbres, y lo hallo a la izquierda de la puerta, semienterrado por lo que parecen años de polvo apelmazado; los números casi son imperceptibles a la vista. Con alguna dificultad, pulso: 9... 6... 4... 7... 3... 3... 4... 3 (o 6)… 4. Una voz de hombre me contesta que me he equivocado. Le pido disculpas y me dirijo hacia el timbre de la casa. Llamo. Percibo el rumor de un cuerpo que se remueve en el sofá, allá a lo lejos, desde la oscuridad, y me contesta su voz, la voz esperada:

—Ya bajo —me dice.

En eso me despierto; calculo el tiempo transcurrido desde la muerte de mi madre. Una apacible alegría me envuelve al volver a escuchar su voz entrañable, que ya siempre va conmigo...

VI. AMAR EN TIEMPOS ENTRÓPICOS

A pesar de que los humanos tenemos un alto concepto de él, el amor romántico no escapa a la red que teje el trastabilleo de partículas del proceso físico de la vida. Sobre la base fuerte y precisa de la pulsión del instinto sexual animal se han adherido prácticas, costumbres y principios éticos humanos que terminan por camuflar y reprimir la prístina energía procreadora.

Tal es el incremento de influencia de la cultura sobre el instinto en la especie humana que, para medrar en la satisfacción de la pulsión sexual, no es suficiente una buena dotación genética y hormonal en el individuo, sino que, además, este ha de ser capaz de comprender la naturaleza postiza de las normas humanizadas y, a través de tanto revestimiento artificial poder detectar la predisposición del otro sexo, al objeto de realizar con éxito el asalto a las defensas aparentes de la sexualidad oculta.

A fin de poder satisfacer las demandas del instinto sexual es preciso poseer un sexto sentido, un olfato especial para orientarse en la maraña de señales, reglas, códigos de acceso y prohibiciones que rigen en el juego erótico de la especie humana. Los más osados, aquellos que no encuentran reparo en atacar contra el sexto y el noveno mandamientos, son los que finalmente se llevan el gato al agua... y la doncella (o el doncel) al huerto.

En un día cualquiera de San Valentín, observamos el trasiego comercial de la gente a la busca y captura de la música amorosa, la cosmética y la lencería atrevida y fina. ¡Qué de ambientes sugerentes! ¡Cuánta tramoya ha de ser montada para que dos personas de distinto (o igual) sexo se ofrezcan en la ceremonia de la fornicación!

Así, con regalos y prebendas, institucionalizamos las relaciones de noviazgo, las bodas, los bautizos y las comuniones. Y para anudar el amor con el mercado celebramos San Valentín, el Día de la Madre, del Padre, de la Niña… y de cualquier Día del porvenir.

Teseo solo conseguirá los favores sexuales de Ariadna, si su cerebro (en lucha contra el trastabilleo energético) es capaz de salir indemne del laberinto de las convenciones galantes. Lo cual resultará tarea arduo improbable, ya que es ella quien ofrece —o niega— el hilo que conduce al héroe perdido hacia la luz salvadora.

VII. DEL UNIVERSO DEL INSTINTO AL MULTIVERSO DE LA RAZÓN

Perdido para siempre el impulso firme y unívoco del instinto, el ser humano se escinde en multitud de universos habitados por las diferentes especies que constituyen el complejo carácter de lo humano.

Merced al implacable proceso de complejización, tanto en lo físico, como en lo psíquico y lo social, la fuerza única del instinto se desdobla para hacer germinar en el cerebro del hombre la semilla de la razón: expulsión del paraíso de la eternidad cuyas fronteras eran establecidas por la mera ignorancia de la individualidad de uno mismo y, por lo tanto, de la existencia de la muerte; sudor de frentes que buscan el «sentido» a esa nueva vida cada vez más alienada de la Naturaleza; elaboración de los diferentes sistemas filosóficos y religiosos (agnosticismo incluido); distintas maneras de encarar la vida día a día, ya sea con optimismo o desesperación, con la práctica del hedonismo o del ascetismo.

Nos hemos perdido en el caos. Trastabillamos aceleradamente con la entropía. En buena lógica, el proceso debería continuar su trayectoria in crescendo, irremisiblemente dirigirse hacia la extinción, por dispersión, de la especie humana y del resto de vida en la Tierra.

Observamos cómo las ideas de democracia y tolerancia hacia la diversidad de culturas se han adueñado de las conciencias y de las sociedades humanas más avanzadas. Sin embargo, se hace cada vez más patente que el pensamiento único dominante en el sistema político-económico intenta consolidar y extender su poder, de forma que la injusticia y la miseria proliferan en nuestro mundo. Por otra parte, la infinidad de puntos de vista filosóficos, y de prácticas políticas, éticas y culturales, imposibilitan la búsqueda de soluciones eficaces a los problemas perentorios que azotan a la Humanidad.

Puede ser un contrasentido tratar de descubrir la huella indeleble de la entropía en la evolución de la materia, la energía, la vida y la conciencia humana, y acto seguido, pretender apostar por la vía ideológica que permita la agrupación sintética y lo más armónica posible de todas las inquietudes personales y sociales. Es probable que estemos pidiendo un imposible, mas solamente la armonización de las principales líneas de pensamiento en un único manual de supervivencia de la especie puede incardinarnos en una única banda ancha dentro de la imparable trayectoria que marca la flecha del tiempo, a fin de atravesar los átomos dispersos y de diferente signo que constituyen las diversas formas de sentir y pensar lo divino y lo humano.

Esta idea fuerte (mero instinto razonado o razón instintiva) debería constituirse en realidad mental incontestable para la mayor parte de los individuos de la especie, al igual que los instintos determinan las formas de actuación en el resto de animales. Sobre esta firme base podría construirse un nuevo sistema moral y ético habilitado para regir la conducta del individuo, la familia y la sociedad. Representaría el principio sobre el que asentar el sistema educativo, el cual no tendría por qué hacer tabula rasa de los datos históricos, culturales, económicos y científicos existentes en cada momento, pero, eso sí, debería de reorientarlos siguiendo el impulso emergente de la nueva razón instintiva, constituida claramente en paso evolutivo determinante en el camino a recorrer por la especie humana.

 

Sobrepasada la especie actual por la fuerza disipativa de la entropía, ha de morir el caduco ser humano para dar paso al nuevo homínido (¿tal vez el superhombre pregonado por Nietzche?), capaz de recoger la antorcha de la memoria y la conciencia del homo sapiens sapiens que lo precedió. Así como, históricamente, los imperios y los sistemas político-económicos alcanzan una cota de máximo esplendor hasta caer en el caos y la decadencia económica, moral y cultural que provoca su desaparición, el homo sapiens ha de sucumbir al sonido de las trompetas apocalípticas que anuncia la llegada del nuevo homínido salvador. Su nacimiento ya no sería solo producto de las fuerzas ciegas de la evolución (de la genética y la interacción con el entorno) sino que, también, su génesis estaría determinada por la aplicación de los conocimientos científicos y éticos conquistados por el hombre a través de su historia.

Todo ello nos conduce, indefectiblemente, a la fijación de nuevas metas éticas y morales que deben guiar las actitudes vitales a adoptar por la nueva especie. Esta no nacería de un mero salto evolutivo natural, sino que sería consecuencia de la extensión progresiva de la reflexión consciente sobre el trayecto vital, cultural, científico y moral recorrido por la especie anterior.

VIII. DEPREDACIÓN-COMPASIÓN

Es evidente que el instinto predador está inscrito en los genes de los seres humanos, como animales que somos. La compasión, en cambio, es una actitud ancestral adquirida y que algunos paleontólogos han querido ver como signo distintivo de nuestra especie, respecto de las especies animales que le han precedido en la senda de la evolución, junto con la realización de ritos de reverencia hacia la muerte, tal vez origen o correlato del sentimiento religioso.

Sabemos que el sentimiento de compasión raramente existe fuera de la psicología del ser humano: el animal salvaje que puede matar a un retoño indefenso de otra especie (para alimentarse) o de la misma especie (para imponer sus genes en la manada), lo hace sin piedad y sin ningún tipo de remordimiento por esa acción que los humanos categorizamos como cruel, ya que el animal no hace más que seguir los dictados de sus instintos naturales, los cuales delimitan su horizonte psíquico y vital.

Al parecer, la compasión se genera en la psiquis de la especie humana como un factor inhibidor de ciertos instintos, a partir del cual se fundan los sentimientos y los principios ideológicos de la religión y de su ética conexa. «Amarás al prójimo como a ti mismo», «no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti», son lemas que, con distintas variantes lingüísticas, impregnan el corpus de la mayoría de las religiones.

Por ello, depredación y compasión son las dos caras de la misma moneda en la naturaleza de la especie humana y suponen impulsos contrapuestos que dirigen el devenir de nuestra especie. No sería correcto, por seguir dictados racionales o irracionales, decantarse por la importancia de uno de los dos factores al objeto de minusvalorar o intentar hacer desaparecer al otro de la vida de los humanos. Sucede que cada una de las actitudes (predadora o compasiva) se manifiesta en ámbitos sociales diferentes: la compasión suele encontrarse circunscrita en los espacios más íntimos, familiares y cercanos; la depredación es más fácil que se manifieste dentro de los ámbitos sociales más alejados del círculo íntimo del individuo concreto, distancia vital que ha sido drásticamente reducida por la presencia y la actividad de los medios de comunicación y de las redes sociales.

A ojos del ciudadano contemporáneo, puede parecer que la moral y la religión apuestan por una compasión de amplio espectro que abrace en su bondad a toda la especie humana. Y así sucede, sin duda, en momentos puntuales en los que se difunde por doquier (ahora, a través de los Rayos Catódicos y del Imperio Internet) la existencia de cualquier catástrofe que afecte a naciones o regiones enteras: en esos momentos se movilizan las energías de millones de seres humanos para intentar paliar los daños producidos a miembros de nuestra especie, aunque se encuentren en el otro extremo del planeta (la distancia espacial sensible a la reacción depende de la distancia y el tiempo en los que pueden accionar o reaccionar los medios de comunicación disponibles en el momento histórico concreto. Hoy en día el espacio sensible es todo el planeta y el tiempo de reacción es el mismo instante, «en tiempo real» que diría un informático).

Sin embargo, observamos cómo en la sociedad humana proliferan los conflictos inter-personales, inter-étnicos, e incluso las guerras inter-nacionales. ¿Dónde se esconde la compasión en estos casos? En estos supuestos conflictivos la energía que irradia el yo amenaza con superar cualquier contrapeso anti-instintivo y romper el equilibrio entre las fuerzas racionales e instintivas, a favor de estas.

El hombre (enajenado de la Naturaleza) segmenta su psique a la hora de afrontar su relación con el mundo exterior. La persona es el núcleo principal alrededor del cual se construyen los ámbitos íntimos y familiares; los sentimientos positivos de pertenencia a su grupo generan la idea de patria que puede cristalizar, a su vez, en un sentimiento profundo de identidad nacional. A partir de este ámbito personal y comunitario, donde Parsons hace reinar los sentimientos de afectividad y adscripción, se levanta la impersonal frontera donde comienza el territorio en el que se juega, en sociedad, con la neutralidad afectiva y los valores adquisitivos en lugar de los identitarios.

De nuestras experiencias vitales podemos deducir que la compasión configura al «prójimo» en tanto que «próximo» (sentido de comunidad) y deja al resto de congéneres en manos (y dientes) del instinto predador. Así ha sucedido incluso en la mayoría de (por no decir todas) las religiones donde rara ha sido la existencia de un sentido de compasión ecuménica y, en cambio, ha predominado a través de los tiempos la separación radical entre creyentes (los nuestros, los buenos), herejes e infieles (los otros, los malos... los enemigos), dentro de una dialéctica histórica entre acción evangelizadora y guerra santa contra los no conversos.

Pero, es en el ámbito económico y empresarial donde con mayor crudeza se manifiesta el comportamiento esquizofrénico del ser humano. A través del establecimiento de sus particulares reglas de actuación las empresas buscan el beneficio, aunque sea costa de la producción de desastres ecológicos y la generación de miseria económica y cultural en otras latitudes. La búsqueda exclusiva del beneficio empresarial y la mejora constante de los salarios no conduce a la lucha de clases, en definitiva, sino a la destrucción de las zonas vírgenes del planeta, al expolio cultural de las sociedades primitivas y a la presencia del hambre y de la miseria en los países del denominado Tercer Mundo, fundamento sobre el que se asienta la opulenta, pero a la vez, insana (por sobrepeso y colesterol) y desquiciada sociedad occidental.

La miopía del capitalista que solo busca mayores beneficios para su empresa; la del consumidor compulsivo que sigue ciegamente las reglas morales del sistema (ya decía Marx que «la ideología dominante es la ideología de la clase dominante»); la de los padres que, por encima de todo, «desean lo mejor para sus hijos». Estos comportamientos contribuyen con su grano de arena, o de pólvora, al arraigo de la guerra y del hambre en el planeta Tierra.

La atención exclusiva al beneficio económico y al bienestar próximo desenfoca la realidad que nos envuelve, y solo dejamos que esta nos afecte directamente si se refleja a través del espejo construido con Rayos Catódicos, alrededor del cual se congregan las familias felices (e incomunicadas) en la mayoría de hogares de la Tierra. (Cuando a la hora de las comidas pasan por el televisor imágenes enlatadas de miseria humana, catástrofes naturales y guerras, nuestro subconsciente nos reafirma en la comodidad de nuestro hogar y en la seguridad que —a pesar de las crisis cíclicas— nos proporciona nuestro sistema político y económico, en contraposición a sistemas de vida y de organización que provocan mayor desgracia a quienes los padecen).

Al fin, comprobamos que la compasión queda relegada a la responsabilidad de determinadas personas especializadas en dicho menester (religiosos, misioneros, voluntarios...) y en actos aislados de caridad, limitados a la atención sobre gente desafortunada que merodea por nuestra comunidad y perturba la feliz y armónica dicha de nuestros apacibles y bien surtidos hogares. Con ello, el ser humano se declara inocente de esa especie de omisión homicida y se limita a asistir impertérrito al espectáculo virtual de la miseria de sus congéneres, desde el aislamiento de su celda hogareña.

Y ese estado de ignorancia del ser humano respecto de la renuncia a la responsabilidad en pos del mayor bienestar para la especie en su conjunto, nos ha llevado a establecer un sistema social en el que, quienes detentan el poder, fijan unas responsabilidades subsidiarias, bien delimitadas y plasmadas en las normas penales, que han conducido a la hipermasificación de las cárceles de todo el mundo. Reglas basadas en las ancestrales costumbres para lograr el mantenimiento del orden y del poder en las distintas sociedades, han mutado en rígida estructura construida para la conservación de la propiedad privada y de la hegemonía del orden de la sociedad capitalista, la cual se autoproclama democrática en cuanto que el sistema político sirve para garantizar los derechos fundamentales de las personas, además del buen funcionamiento de los mecanismos económicos del libre mercado.

De un tiempo a esta parte, se va imponiendo en el orden jurídico internacional la lucha contra los denominados «crímenes contra la Humanidad». Así, hemos asistido al desfile ante los tribunales de justicia internacionales de dictadores como Pinochet y Milosevic, Karadzic... Pero, en definitiva, estos personajes se han convertido en cabezas de turco en tanto que elementos contrarios al sistema democrático, mas existe otro atentado contra la Humanidad que no tiene responsables concretos y que se comete por omisión: laissez faire... ante el expolio que padece el patrimonio cultural de los pueblos sometidos y la biodiversidad de la Naturaleza.

Debido a los fuertes condicionantes genéticos y culturales, ¿deberemos declarar, solemnemente, la irresponsabilidad de cada uno de los humanos? Spinoza ya intuyó este pensamiento al señalar que los hombres viven en el engaño cuando se consideran libres, un error en el que se cae por asimilar el concepto de libertad con el hecho de ser conscientes de las acciones realizadas, pues esta consciencia, al mismo tiempo, puede llevar aneja la ignorancia de las causas por las que dichas acciones están determinadas.

No obstante, en el supuesto de desear persistir en efectuar un hipotético reparto de responsabilidades sociales, habría que configurar una pirámide en cuya cúspide se instalarían los sujetos que dirigen los gobiernos de los países hegemónicos, los dirigentes de la religiones mayoritarias, los ejecutivos de las empresas transnacionales y los gestores y ejecutores de la política de los medios de comunicación: unos son los responsables de las decisiones que enriquecen el acervo ideológico, político y económico del sistema, mientras los periodistas y publicistas se encargan, por un lado, de facilitar los canales de comunicación adecuados para la propagación del mensaje social favorable a los intereses del capital, y por otra parte, conducen la mente de los humanos hacia entretenimientos que distraen a los miembros de nuestra especie de los problemas del conjunto de la misma.

Aunque nos declaremos incompetentes para emitir un veredicto sobre si las acciones de los humanos se realizan mediante omisión, dolo, culpa o simple imprudencia, deberíamos dejar constancia de cómo unas personas prestan su mano para la perpetración del crimen, otros actúan como cómplices o encubridores del mismo, a la vez que la inmensa mayoría permanecemos como testigos, más o menos pasivos, de las tropelías cometidas contra la Humanidad y la vida en el planeta Tierra.

VIIII. TERMOCULTURA

 

Los procesos físicos que rigen el cambio y la evolución en la Naturaleza pueden ser explicados a través de la Segunda Ley de la Termodinámica, la cual establece, a grandes rasgos, que el total de energía en el Universo es la misma en cualquier momento de su historia («la energía ni se crea ni se destruye...»), mas varía la calidad de dicha energía antes y después del proceso evolutivo («... tan solo se transforma»).

El fenómeno físico ligado a este cambio de la calidad energética atiende al concepto de «entropía», la cual puede ser entendida como la medida de la calidad de la energía: cuanto más baja es la entropía de un fenómeno físico, más alta resulta la calidad de la energía. Según los científicos, el Universo, por mor de la entropía, tiende hacia el desorden y el caos. Es por eso por lo que no es posible hacer retroceder la flecha del tiempo: la taza rota no podrá ser devuelta al estado original anterior a su desintegración (tal y como podemos emular al hacer retroceder la cinta de video que grabe su caída y posterior rotura) y para dicho fin no sirven los trabajos de reconstrucción que solemos realizar los humanos en nuestro tiempo libre, con los que solamente logramos disimular las fracturas producidas en el material, que ya son irreversibles.

La flecha del tiempo no se detiene, y a ese fenómeno los humanos los denominamos «progreso». El proceso evolutivo universal (explicado desde los parámetros conceptuales y las herramientas del sistema lingüístico, propios de los seres humanos) comporta aquello que damos en llamar «avances», «logros» o «mejoras», en determinados ámbitos, los cuales conllevan los correspondientes «retrocesos», junto con las posibles «pérdidas» e «inhibiciones» en otros campos. Todo ello, sin embargo, parece que tiende hacia la generación de un balance energético global de valor cero (la energía ni se crea ni se destruye...).

La inmensa mayoría de los astrofísicos de este presente consideran que la energía infinita comprimida en un punto (¿el vacío cuántico?) genera, con el Big Bang, la creación y la posterior expansión del espacio-tiempo, de manera que a una mayor dimensión del espacio-tiempo correspondería una menor energía puntual, aunque el valor energético total podría mantenerse en los valores iniciales (si se nos está permitido hablar en estos casos de «inicio» y también de «final»). La gran incógnita en este supuesto estaría en conocer el dato fundamental y, por ello, inaprensible: ¿cuál fue la valencia energética del vacío cuántico?

Otro ejemplo vivo que podemos representar, a grandes trazos, sobre el modelo de la conservación del saldo energético, es el del balance de los biosistemas en los que, a la explosión demográfica de una especie, le sigue la reducción de los individuos de las especies sobre las que se apoya la supervivencia y crecimiento de la primera. Contrariamente, superado un determinado nivel inferior de la especie que sirve de alimento, se puede producir una reducción drástica de la especie predadora por falta de sustento, cuya ausencia es posible que conlleve la ocupación del denominado «nicho ecológico» por otras especies que puedan adaptarse a los nuevos parámetros del ecosistema. También sabemos que los alimentos que tomamos los animales son reciclados en nuestro sistema digestivo para convertirse posteriormente en abono para los vegetales. Estos sustentan a los herbívoros; los herbívoros son el nutriente de los carnívoros. Dicho de otra forma: la muerte de cada una de las especies genera vida en otras especies.

***

Los humanos somos muy dados a ver reflejados en el comportamiento animal improntas que son propias y exclusivas de la especie humana. Así, no es extraño que atribuyamos a los animales acciones tiernas y heroicas relacionadas comúnmente con el instinto maternal o paterno, además de actuaciones detestables cuando se trata de algunos tipos de caza (la banda sonora que ilustra los documentales televisivos nos induce un estado emocional de identificación del comportamiento del animal con el mundo sentimental propio de los humanos).

El homo sapiens sapiens, en cambio, tendría mejor merecidos sus dobles atributos sapienciales si lograra desembarazarse de gran parte de su acusado antropocentrismo, para acercarse a la realidad de los comportamientos de los animales y analizarlos a la desnuda luz de la teoría de la evolución y de los fenómenos de suministro e intercambio energético.

Un ejemplo que puede ayudar a analizar la conducta animal desde un prisma más complejo lo podemos encontrar en el pez damisela macho. Cuando la hembra deposita los huevos que son fecundados por él, defiende tan enérgicamente a su progenie que no abandona ni un segundo la guardería, ni para ir a la búsqueda de alimento. Por esta razón se ve obligado a equilibrar el desgaste que provoca la defensa de los huevos con la ingesta de algunos de ellos. Es decir, que para defender a los muchos ha de sacrificar a unos pocos. También puede ocurrir que si otra especie de pez invade su territorio y empieza a devorar los huevos (a cuyo banquete pueden unirse miembros de su misma especie) y llegara a ver perdida irremisiblemente su posición, se uniría a los saqueadores a fin de participar en el banquete de su propia prole: de perdidos al río...

En otras especies (ratones, gavilanes, escarabajos, ardillas...) el instinto maternal puede trastocarse en acto caníbal: la hembra del ratón, si siente que un felino acecha su madriguera y da por perdida a la camada, devora a sus hijos y así puede recuperar parte de la energía empleada en la reproducción. En fin, existen especies que llegan a practicar el canibalismo (también se produce el denominado «cainismo») con el objeto de regular las necesidades vitales de la prole con la cantidad de recursos disponibles en el entorno natural: a más recursos más individuos viables; a menos recursos, eliminación de los retoños excedentes.

Con estos datos, ¿podemos entender que la vida es cruel? O tal vez, ¿deberíamos conceptuarla como un mero juego de genes entre explosiones de hormonas y trastabilleo de moléculas? ¿Cuál es su relación con la entropía?

Tampoco escapa a este proceso energético la tan elogiada máquina de pensar que es el cerebro humano, pues ha realizado su espectacular crecimiento a expensas de la atrofia del sistema digestivo, que se ha producido como consecuencia del cambio en los hábitos alimenticios de la especie, cuando pasamos de vegetarianos a carnívoros y de mono a homo habilis. También es notorio que la inteligencia humana crece en detrimento de los instintos animales, y la mente a costa de los músculos: somos más inteligentes a fuer de ser más torpes respecto del resto de animales. Igualmente, estamos más capacitados para utilizar herramientas y para modificar en mayor medida el entorno, mas como señala Peter Atkins5 «nosotros, y todos nuestros artefactos y logros, somos el resultado último de esta dispersión natural y sin finalidad alguna hacia un desorden cada vez mayor».

La gran cantidad de estudios estadísticos superficiales que realizamos los humanos, para captar distintas nimiedades de nuestras vidas en común, ¿podrían dar paso a cálculos más exhaustivos y, tal vez, más productivos? Por ejemplo, ¿en qué medida podríamos calcular si la cantidad de energía ahorrada en la construcción de unos músculos maxilofaciales más frágiles —que accionan la boca de los humanos al comer—, junto con la menor consistencia de sus dientes —en relación con los ancestros de la especie—, se corresponde exactamente con la energía total que se precisa para fabricar los utensilios que utilizamos en el acto de comer, así como con la que se necesita para el uso de aquellos durante la comida? La energía desplegada en las diversas batidas organizadas para la caza de las presas que nos sirven de sustento, y los actos posteriores de traslado, despiece y reparto entre los miembros de la tribu, ¿tienen un fiel reflejo en la energía destinada, posteriormente, al cuidado y manutención del ganado, a los trabajos de los matarifes y a la distribución de los alimentos a los consumidores? ¿Será lícito pensar en el dinero como valor residual que nivela los saldos energéticos de los sistemas de producción y distribución que se suceden en el tiempo?

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