Historia de la Brujería

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Más graves eran los tejemanejes de las mujeres que utilizaban los sortilegios para que sus rebaños y sus panales de abejas fueran tan productivos como los de los vecinos y todavía más lo eran las acciones de las mujeres iniciadas en las ciencias diabólicas que realizaban maleficios con las huellas de las personas para provocarles enfermedades e incluso la muerte.

Capítulo II: Siglos XII y XIII,

se gesta la ofensiva contra las brujas

Las comadronas y su relación

con la magia y la brujería

El nacimiento tenía lugar en un entorno femenino y afectuoso porque la parturienta era atendida por mujeres. Incluso en los lugares más apartados este cometido lo realizaban un grupo de mujeres ligadas al entorno familiar y vecinal bajo las órdenes de una comadrona, más o menos experimentada. Las mujeres eran las únicas encargadas de traer los bebés al mundo y algunas de ellas tenían que conocer la fórmula del bautismo por si era necesario (cosa en aquella época frecuente) administrarlo urgentemente.

Nuestras antepasadas, aunque consideraban naturales los embarazos constantes, conocían el alto riesgo que comportaba cada parto, de forma que intentaban hacer frente a estos riesgos por medios mágicos, si bien en general cristianizados, en especial, con la ayuda de una comadrona experta. Se generalizó el uso de una cinta de la Virgen puesta sobre el vientre de las embarazadas para solicitar un buen parto. En la habitación se encendían velas bendecidas y se llevaban unos amuletos fabricados de coral, piedras semipreciosas, saquitos de parto con oraciones que se colocaban junto al cuerpo.

El coral era un amuleto muy extendido como protector de maleficios, en especial, contra los niños. Existen muchas imágenes del Niño Jesús llevando un coral en el cuello. El cuerno del unicornio (animal legendario o mitológico que algunos han identificado con el rinoceronte), algunas piedras y plantas también gozaban de supuestos poderes mágicos. Incluso se hacía ciertos gestos como el círculo que para San Vicente Ferrer era como invocar al demonio, de forma que, salvo el de la señal de la cruz, estaban prohibidos.


Niño Jesús con coral en el cuello

También quedaban ciertos restos paganos relativos a la magia del parto como no invocar a la Virgen María, sino a la diosa romana Juno - Lucina.

La proximidad de las comadronas al misterio de la vida y sus conocimientos sobre el cuerpo femenino, remedios y la muerte, tantas veces presente en los alumbramientos, así como el ambiente misógino que se empezó a intensificar hizo que algunas veces las comadronas fueran sospechosas de brujería. Y es que las manos de la mujer que intervenía en la magia del parto, en el momento en que se tocaba casi de forma indisoluble la posibilidad de la vida y de la muerte, aterrorizaban.

Sea como fuere, a nivel privado, las mujeres extendían el cuidado de la salud a toda la familia, procurando sanar los cuerpos y serenar los espíritus. Algunas llegaron a ser curanderas expertas y fueron solicitadas por personas de su entorno y más allá de él. Con la aparición de las universidades y la prohibición de su acceso a las mujeres, así como a los gremios de farmacéuticos y cirujanos, el saber de las mujeres empezó trasmitirse por tradición oral, si bien con alguna excepción como la obra de Trótula de Salerno del siglo XII que recogió sus conocimientos médicos para las pocas mujeres que sabían leer y lo enseñaban de forma oral a las iletradas o los escritos de la abadesa Hildegarda de Bingen que fueron borrados de la memoria histórica por los propios médicos, interesados en hacerlo.


Juno – Lucina

En estas mujeres expertas, no solamente daban respeto sus manos, sino también la mirada, su mente y, paulatinamente, se extendió cada vez más la idea de que su poder era prácticamente ilimitado y, según algunos, malintencionados, por su alianza con el diablo. De aquí a convertirse en brujas, , había solo un paso. Pero hasta el otoño de la Edad Media, hubo mujeres que ejercieron la medicina de forma más o menos ilegal, sin ser consideradas brujas.

Entre los siglos XII y XIII dos fenómenos contribuyeron a agrandar negativamente la consideración de la brujería en Europa, la aparición de los adoradores del demonio en la región alemana de Oldemburgo y la denominada herejía cátara o albigense.


Santo Domingo y los albigenses

Los adoradores del demonio

Se trata de una secta secreta creada al parecer para oponerse a los abusivos impuestos imperiales. El papa Gregorio IX contestó con la proclamación de una cruzada contra los que se negaron a satisfacerlos y en la que se les acusaba de tener tratos con el diablo, hacer imágenes de cera y tener a brujas como consejeras. Sus reuniones secretas se describieron con tal lujo de exageraciones y barbaridades que vale la pena transcribirlas por ser un antecedente de los futuros sabbats o aquelarres.

Imaginémonos la recepción de un aspirante a miembro de la secta. Al llegar a la entrada del cubículo es recibido por una especie de rana o sapo de enormes dimensiones al que algunos le dan un beso en el trasero, mientras otros lo hacen en la boca, chupando con la suya la lengua y babas del asqueroso animal. Avanzando, el aspirante se encuentra con un hombre de prodigiosa palidez, de ojos negros tan delgado y extenuado que parece que sus carnes sean transparentes porque se le adivinan bajo la piel todos los huesos. El aspirante le besa y se da cuenta de que su receptor está frío como el hielo. Una vez le ha besado, se le borra todo recuerdo de la fe católica. Seguidamente, se sientan todos para realizar el sacrílego banquete. Finalizado este, sale de una especie de ídolo, que no falta en la sala de reuniones, un gato negro de un tamaño mayor de lo normal y que realiza su entrada andando hacia atrás y con la cola en alto. El aspirante es el primero en besarle el trasero y a continuación lo hacen el oficiante de la aberrante ceremonia y todos los demás, pero solo los que han sido acreedores de hacerlo. A los demás, es el propio oficiante el que les da un repugnante beso con la lengua. Después hay unos instantes de silencio en los que permanecen con la cabeza vuelta hacia el inmundo animal.

El oficiante masculla entonces: “Perdónanos” y el resto repite la invocación por turnos, intercalando la frase: “lo sabemos, señor”, hasta que el último la finaliza con: “Hemos de obedecer”.

A continuación, se apagan las luces y se inicia una orgía desenfrenada sin reparar sexo, mezclándose hombres con hombres y mujeres con mujeres. Tras terminar exhaustos, se sientan de nuevo, encienden las candelas y, del rincón más oscuro, aparece un hombre con el cuerpo brillante de cintura para arriba, pero desnudo y peludo en su parte inferior. Llega hasta el aspirante, le corta una parte de sus vestiduras mientras aquel le dice: “Amo me entrego a ti como este vestido”. El personaje resplandeciente responde: “Igual que me has servido, mejor me servirás en el futuro, lo que me has hecho entrega lo pongo bajo tu custodia”. Dicho esto, desaparece.

Cuando llega la Pascua, se atreven a ir a comulgar, guardan la hostia disimuladamente y a continuación la echan en un estercolero profiriendo las más horribles imprecaciones. Adoran a Lucifer como creador de los astros y creen que Dios lo castigó injustamente, de forma que al final de los tiempos, logrará el triunfo sobre Dios y reinará con sus seguidores en la vida eterna.

Pronto toda la parafernalia de la secta se asoció con la de la brujería de forma muy estrecha, añadiéndose las más absurdas aberraciones por parte de la propia Iglesia y de los poderes constituidos que consideraban un peligro para su estatus y su gobierno.

Los cátaros o albigenses

Descendientes de los maniqueos, se extendieron por la Europa occidental, en especial por el Sur de Francia, durante los siglos XII y XIII, teniendo como uno de sus centros la ciudad de Albi. Su doctrina se basaba en un dualismo protagonizado por Dios y Satanás en constante lucha. Como socavaba los principios de la Iglesia establecida, deseosos los reyes de Francia de extender sus dominios por los feudos en los que dominaba la secta, se asociaron y dieron lugar (como siempre) a la predicación de una cruzada contra ellos, así como al establecimiento de la Primera Inquisición para juzgarles, trastocando los términos y haciéndoles cómplices de rituales de purificación más al lado de las fuerzas del mal que del bien y como autores de los más horribles crímenes y rituales satánicos rayanos con la brujería.

Santo Tomás de Aquino y el Talmud

Resulta curioso que el doctor supremo de la Iglesia Católica y los doctores de la ley mosaica coincidan en sus apreciaciones sobre la brujería y sean en cierto modo, el desencadenante de las persecuciones que sucedieron singularmente a partir de finales del siglo XIII.

Santo Tomás de Aquino (1225 - 1274) escribió: La fe católica quiere que los demonios sean algo, que pueda dañar mediante sus operaciones, e impedir la cópula carnal. Se ha de proscribir la idea de que son puras fantasmagorías las que asustan a los hombres cuando se habla de magia, como idea que revela poca fe.

Los doctores de la ley mosaica de la época talmúdica recordaban el versículo 18 del capítulo XXI del Éxodo, a saber: “La hechicera no dejará que viva, añadiendo que las mujeres son dadas a la hechicería, cuantas más mujeres, más hechicería. El delito que merecen es la pena de muerte por lapidación”.

 

Pero entre los cristianos se prefirió el castigo de la hoguera por aquello de la purificación y las llamas del Infierno...

La primera mujer que por

bruja fue enviada a la hoguera

Al parecer, la primera mujer condenada por bruja que sintió consumirse sus carnes entre las llamas purificadoras y ejemplares de la hoguera fue una tal Angie y el martirio aconteció en la ciudad francesa de Tolón, precisamente el año de la muerte de Santo Tomás.

Angie tenía más de cincuenta años, era viuda y de condición pobre. Fue acusada de tener relaciones de todo tipo con Satanás; en especial, contactos sexuales (suponemos que también de todo tipo), pero que tuvieron como consecuencia natural el nacimiento de un niño monstruoso, descrito en el proceso “como un ser vivo híbrido, dotado de una poderosa cabeza de lobo y largo y escamoso rabo de serpiente”. Solo su tronco y extremidades fueron en apariencia de niño normal y decimos, en apariencia, porque sus exigencias vitales llegaban al extremo de necesitar alimentarse con la carne y la sangre de otros niños. La bruja madre tuvo que robar y asesinar otros bebés para alimentar a su querido engendro, hasta que fue descubierta y procesada.

El Tribunal que juzgó a Angie era conocedor del tema y los recursos legales a su alcance para conseguir el objetivo de llevar a la procesada hasta la hoguera.

Magia, brujería y herejía

Ya en aquella época los tres fenómenos se encontraban tan amalgamados con los asuntos de la fe, hasta el extremo de que ya era imposible en la práctica una separación, entre otras cosas, por el interés de las propias autoridades civiles y religiosas. Tan perseguida como la herejía, a la que se añadían cuestiones políticas, la brujería y su práctica mágica se había escondido como aquella en la clandestinidad y habían terminado, de una forma natural, por mezclarse. Los denominados herejes, participaron, supuestamente en muchos casos de las prácticas mágicas de la brujería, que alcanzaron hasta órdenes militares como Los Templarios, y las brujas asumieron también plenamente su condición de herejes. Curiosamente, las primeras condenadas fueron motivadas por acusaciones de herejía y, ciertamente, aunque su desarrollo fuera paralelo, las causas y los fines estaban muy alejados los unos de los otros.

En el siglo XIX el historiador y poeta romántico francés Michelet escribe que en la época medieval, plagada de horrores, injusticias y arbitrariedades, la bruja fue la consecuencia natural de la desesperación del pueblo que encontró en ella la única defensora contra sus males físicos y morales. Es la bruja quien crea a Satán y el poder religioso y civil les mueve en aras de la supervivencia del orden establecido. El fortalecimiento de ambos peligros se produce a lo largo de los siglos XIV, XV y sucesivos, en periodos de angustia y de catástrofes.

Autores hay también que vieron en la represión de la brujería un abuso por parte del Pontificado, inventor para su provecho del Satanismo. La polémica continúa en pie entre los que defienden la realidad de los hechos malignos atribuidos a las brujas y los que creen que fue un gigantesco abuso judicial.

Por otra parte, para la mentalidad de multitud de tribus actuales con unas creencias similares a las de la Edad Media, cualquier acontecimiento que en la actualidad lo atribuyamos a la mala suerte, sería consecuencia directa de algún embrujamiento protagonizado por algún espíritu maligno (magia maléfica o hechicería), de los muchos que revolotean en torno al ser humano, sin más objetivo que el tratar de hacerle daño.

Del mago médico bueno,

a la bruja mala

En el pasado más remoto, los conceptos de magia, religión y medicina son difícilmente separables. Con el paso de los siglos el mago se transformaría en un simpático personaje de los cuentos de hadas, alcanzando en nuestra época el cine, o un hombre sabio escudriñador del firmamento. En la actualidad, la magia con truco se ha relegado a los escenarios para distracción de todos. Nadie tendrá la locura de denunciar al mago que extrae un conejo de un sombrero de tener un pacto con el diablo.

El brujo de tiempos remotos que por medio del conocimiento de las hierbas tuviera éxito en aliviar una dolencia sería bien reconocido y él tendría gran interés en guardar el secreto para continuar su triunfo. Incluso acompañaría la preparación del jarabe de toda la parafernalia posible y así se haría más misterioso.

Con la llegada de la Edad Media y según la difícil coyuntura histórica, se extendió la idea de que las brujas requerían solamente la intervención de las fuerzas del mal, personificadas en el demonio y como rebeldía contra el establishment de la época: Iglesia y autoridades civiles. La misión de la mujer de ayudar a conseguir buenos partos a las embarazadas o asegurar mejores cosechas queda atrás, aunque excepcionalmente se dediquen a ello. Naturalmente, el cambio de mentalidad de la sociedad frente a ellas, por ser maligno, era reprobable a todas luces.

Y fue sobre todo a partir de la Baja Edad Media cuando tuvo lugar un recrudecimiento de la represión de todo lo mágico, sin disyuntiva posible, la magia brujeril era magia negra y tenía pactos con el diablo. Cualquier persona considerada bruja, debía de ser exterminada y hasta esta cacería indiscriminada alcanzó a los pobres alquimistas cuyos experimentos eran más de este mundo.

Todos cayeron en el mismo saco de la herejía y esto era más que reprobable exterminable. Si contemplamos una composición artística de la época en pintura o escultura, en la parte superior veremos a Dios y sus ángeles. Siguen hacia abajo en líneas horizontales, los santos y los justos, a continuación, los simples mortales y en la parte inferior se halla Satanás y todo su ejército infernal compuesto por réprobos y malignos. Los artistas pintaron o esculpieron esta concepción mitológica del mundo terreno, supra e infra terreno y no olvidaron representar como los del infra mundo, con actitudes grotescas que en la actualidad nos mueven a risa, tienen los ojos puestos en escalar las alturas.

Con este bagaje concluimos lo que decíamos al principio, las religiones y las autoridades se sintieron amenazadas y al denunciar las creencias erróneas las adornaron con toda clase de aberraciones de forma que en la concepción de la brujería de la época hay más mitología que realidad (aunque no dejarán de ser herejías ante la doctrina ortodoxa). Sin olvidar que las confesiones se obtuvieron casi siempre tras horribles tormentos, amén de las nada santas intenciones de los acusadores.

Capítulo III: Siglos XIV y XV,

la brujería llega a su apogeo

hasta bien entrado el siglo XVIII

Lo prohibido alcanza las altas cunas

Como en el don Juan Tenorio de Zorrilla: “Yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé...”. Ninguna clase social de la época se libró de las prácticas más o menos brujeriles y a pesar de las penas dictadas contra ellas, como lo prohibido suele ser lo más deseado, la brujería, como amiga o enemiga, entró en el castillo del noble, en el palacio del obispo y hasta en el alcázar del rey y así, se encuentran excepciones como la de Alfonso X de Castilla, que creía que valerse de sortilegios o hechicerías con una buena finalidad no tenía por qué ser castigado. Sin embargo, esto no era lo más común, y países de la Europa occidental como Francia, Inglaterra, Alemania o los reinos Hispánicos acudieron a ella y fueron víctimas de ruidosos procesos.

De 1308 a 1313, sufrió un ruidoso proceso el obispo de Troyes Guichard, prelado que tenía fama de calavera y que vox populi lo consideraba hijo del propio Satanás. Fue acusado de causar la muerte de la propia reina de Francia Juana de Navarra, hija de Blanca de Artois, reina de Navarra, por medio de sortilegios, mientras que de la segunda se deshizo al parecer con veneno.

Según consta en el proceso conservado, el obispo se había dedicado a las practicas demoniacas en el mayor secreto, actuando con la ayuda de dos monjes y dos monjas en la ermita de Saint Flavit, que convirtió en el laboratorio para sus maldades. Con ayuda del demonio había fabricado una figura de cera que bautizó solemnemente con el nombre de la reina con la asistencia de padrinos en la ceremonia. Acto seguido le atravesó la cabeza y otras partes del cuerpo mediante un punzón. Se dice que todos estos tejemanejes produjeron la muerte de la soberana.

La condesa de Artois, Mahaut, fue reconocida inocente en el juicio, pero poco después fue acusada de fabricar filtros y venenos para una bruja de Hesdin.

En 1315 fue condenado el caballero Enguerrand de Marigny por las prácticas brujeriles realizadas por su mujer y su cuñada, acompañados de un hechicero y una bruja, con los que había confeccionado también figuras de cera para matar al soberano.

Ante la gravedad del problema, el papa Juan XXII en la bula Super Illius Specula (132) condena taxativamente toda practica brujesca y estimulaba a los inquisidores a que aguzaran la vista ante las sospechas. El pontífice advertía:

Hemos sabido con profunda pena que muchas personas, que son cristianas solo de nombre, han pecado. Se relacionan con la muerte y establecen alianzas con el infierno, ya que ofrecen sacrificios a sus demonios. Los adoran, hacen imágenes de ellos, anillos, espejos, frascos o cualquier otro objeto donde encierran a los demonios por arte de magia; los interrogan, obtienen respuesta, piden ayuda para satisfacer sus deseos perversos, se declaran esclavos fétidos con los fines más repugnantes. ¡Oh dolor! Es un mundo de hechos realmente insólitos que poco a poco va contagiando a los rebaños de Cristo.

Como se llegaba a bruja

Vamos a desterrar ahora la idea más propia de la mitificación de que la bruja plenamente hecha y con todos sus atributos tuviera que ser una mujer pobre, vieja, histérica por su condición de viuda, inestable y que se siente profundamente desgraciada, incomprendida, marginada por los demás, obsesionada por el sexo y resentida con la religión que no le ofrece el consuelo suficiente para poder sobrellevar el peso de una existencia monótona. Tanto en España (primero en sus reinos independientes) como en el resto de Europa y América hubo brujitas jóvenes, de buen ver que no por ello se salvaron de la hoguera. Fue el genial Goya, pero en esta ocasión, cargado de mala intención, el que puso la guinda para reflejar el feo y repugnante estereotipo de las brujas.


“Mucho hay que chupar” por Francisco de Goya

¿Además como iba el listillo Satanás a relacionarse con semejantes engendros? ¡Como no las metamorfoseara para el acto! Estas eran las creencias que circulaban en la época recogidas de los interrogatorios y tormentos realizados con fiero ensañamiento:

Primero, el demonio disfrazado se aproximaba a la pieza deseada y terminaba por seducirla con dulces palabras. Entonces la mujer (que le ha complacido en sumo grado a primera visita) se decide a solicitar de aquel un contacto más permanente y una delegación de atribuciones, a cambio de su servidumbre para esta vida y toda la eternidad. Llama a Satanás, le reclama una nueva visita para pactar con él unos pocos años de vida y de felicidad a cambio de una eternidad en las calderas de Pedro Botero. En algún pasaje se lee que el demonio ofrecerá a la mujer un huevo de gallina negra, donde el demonio se incubará (de aquí la palabra íncubo).

La mujer debe fecundar el huevo con su intención y su sangre, cosa que hará dejando caer unas gotas de la suya propia extraídas de un dedo al que previamente hubiera pinchado. Para incubarlo lo podía poner bajo la axila del brazo y si ello le resultaba incómodo, lo podía enterrar en el estiércol del establo. Cumplido el plazo, al huevo no le pasaba nada, pero Satán o uno de sus auxiliares se presentaba para firmar el pacto. Se realizaban las abjuraciones, juramentos y renegaciones. Entonces la bruja recibía sus poderes demoníacos y el demonio desaparecía no sin la promesa de aparecer siempre que aquella lo necesitara. Se han conservado pactos firmados realmente con una pluma de ganso y sangre.

Los teólogos, distinguían dos clases de pactos, el primero sería una profesión tácita o pacto privado. Al prometer obediencia a Satán, una bruja servía de testimonio. El segundo sería un pacto público efectuado durante los sabbats o aquelarres ante todos los presentes. Sería este pacto público el que desencadenaría la guerra contra la brujería como había sucedido contra la secta alemana de los adoradores del demonio.

 

Creencias sobre los sabbats de iniciación

La aspirante a bruja podía ser aleccionada por brujas ya en ejercicio, convencidas y finalmente arrastradas a una asamblea de brujería, un sabbat especial, donde la neófita, tras los ritos iniciáticos, pasaba a formar parte de la comunidad. Se exigía, previamente, la decisión firme de querer pertenecer al gremio demoníaco, suficientemente comprobada. Tal convencimiento era el resultado de la paciente y constante labor de una bruja a favor de que tal acontecimiento se produjera. En estos casos y según las creencias de la época, fomentadas por los interesados, el demonio se aparecía ante la asamblea tomando forma humana ante el entusiasmo general y el supuesto temor de la novicia, exhortándoles a la fidelidad.

A continuación, la futura bruja se adelantaba del grupo y a las preguntas de Satanás renunciaba voluntariamente a la fe y renegaba de su religión y al culto de la Mujer Inmensa (nombre con el que se mencionaba a la Virgen María).

Satanás le decía entonces que debía entregarse no solo en alma, sino también en cuerpo. Así delante de todos los presentes a la Asamblea, la poseía sexualmente y después la aleccionaba para que fuera por el mundo pervirtiendo a cuantas almas fuera capaz. También le recomendaba la fabricación de una serie de ungüentos a base de carne y sangre de niños pequeños, mejor bautizados, para mayor triunfo.

Toda esta ceremonia no dejaba de ser en el fondo un rito primitivo de iniciación mitificado, al que ya describimos en su lugar, porque muy difícilmente el demonio podía aparecerse a nadie, aunque la Iglesia se había apresurado a convertir al dios cornudo en el diablo cristiano. Sin embargo, sí que era un rito de sangre del que alguien aprovechado desfloraba a las vírgenes neófitas, o esto podía ser realizado por las propias compañeras con un cuchillo denominado athame o cuchillo de la bruja, utilizado también para abrir y trazar el círculo mágico y que procedía del símbolo antiguo de apertura del útero.

La estrecha relación entre brujería y sexo será una constante etiqueta impuesta por sus perseguidores a lo largo de la historia, aunque en el fondo fuera solo el recuerdo de una ceremonia primitiva de iniciación y de apareamiento para proporcionar el nacimiento (o renacimiento, según creencias) de nuevas vidas. La Iglesia y sus autoridades, encontraron el terreno abonado para trastocarlo para sus fines.

El sabbat llamado también aquelarre

Hay quien ha buscado en la palabra sabbat conexiones con los cultos paganos primitivos, en especial con el orgiástico ofrecido a Dionisios, Sabazius, pero lo más probable es que provenga del sabbat hebraico, el día consagrado al Señor por los judíos que se reunían en la Sinagoga y es que de este modo la Iglesia mataba dos pájaros de un tiro (de arco o ballesta, claro) porque hacía sinónimas las reuniones brujeriles a las que tenía aquel pueblo, para ellos, infame.

En la Península Ibérica al sabbat preferimos llamarlo aquelarre, que según el Diccionario de la Real Academia Española, se define como “junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta superstición”.

La palabra es en realidad un topónimo ligado a una cueva que se encuentra en la planicie navarra de Zugarramundi a 84 kilómetros de Pamplona y escasamente a cinco de la frontera francesa. Su extraordinaria importancia bien merece un capítulo.

Volvamos ahora a la descripción en detalle del sabbat extraída de las confesiones de las desgraciadas sometidas a procesos inquisitoriales. La línea de confesión es concordante con todas. Hay mujeres que manifiestan estar afiliadas al ejército de Satanás, desde un número indeterminado de años, ofreciéndose a él, tanto en esta como en la otra vida. Frecuentemente, la noche de viernes a sábado han asistido al sabbat que variaba de lugar según las circunstancias. En él, en compañía de hombres y mujeres perversos, protagonizaban toda clase de excesos cuya descripción llena de pavor.

¿Cómo habían llegado a esta situación? Según un relato, hallándose la aludida lavando la ropa de su familia en el río cercano, observó que sobre el agua se aproximaba un hombre de talla desmesurada de piel muy oscura, cuyos ojos eran tan ardientes como carbones encendidos, iba vestido con pieles de animales. La aparición sugirió a la mujer si quería entregarse a él y ella le contestó que con gusto, tal era la seducción que comportaba. Entonces el aparecido le sopló en la boca y desde el sábado siguiente la mujer no pudo sustraerse ya a asistir al sabbat. Allío fue recibida por un macho cabrío gigantesco quien después de saludarla la montó varias veces con sumo placer (¡para él!) y a cambio le enseñó toda clase de secretos maléficos: las plantas venenosas y su utilidad práctica, palabras para cada encantamiento y la forma de realizar los sortilegios durante las noches de San Juan (solsticio de verano), navidades (solsticio de invierno) y primeros viernes de mes. También le indicó que era bueno ir a comulgar para profanar después la hostia.

En otra confesión recogida se señala que una muchacha encontrándose en un camino solitario se unió en amistad criminal con un pastor que la obligó a hacer un pacto con el espíritu infernal por medio de un pacto sellado con la sangre que vertió de su brazo izquierdo sobre un fuego alimentado con huesos humanos, robados del cementerio de la parroquia. Desde entonces se ocupaba de la confección de ciertos ingredientes y brebajes perjudiciales para producir la muerte de hombres y rebaños. Todas las noches de los sábados , caía en un sopor profundo y entonces era transportada al sabbat entre Toulouse y Montauban o hacia las cumbres pirenaicas en lugares que le eran desconocidos, en donde hacía adoración al macho cabrío, entregándose a él y a todos los presentes en una orgía detestable. Por manjar exquisito se tenían los cadáveres de niños recién robados de las nodrizas y se bebían brebajes espantosos.

En el sabbat no se utilizaban simbolismos, ni existía ninguna ceremonia relacionada, ni siquiera remotamente, con el rito cristiano, antes bien, se servían de ídolos paganos y emblemas fálicos adorados por los hombres y mujeres que seguían estas creencias para burlarse e invertir todo el sistema simbólico y religioso vigente. La llama de los sabbats se extendió por media Europa apropiándose de un dualismo: Dios, demonio que no dejaba de ser un trasunto de las clases elevadas en el primer caso y del pueblo, o todos los demás, en el segundo.

La ceremonia del sabbat

Según la profusión de testimonios conservada se parecían todas. Tenían lugar con preferencia en una amplia explanada elevada y con un bosque que la limitase, a veces una amplia cueva cercana servía para guarecerse en días de lluvia. Se decía que la explanada hacía las veces de la nave de la iglesia, mientras que el bosque simbolizaba el coro, todo ello pasado por el tamiz del lenguaje cristiano.

En el interior del bosque se levantaba una especie de ara de piedra en la que se colocaba una estatua de madera fiel remedo del diablo con cuerpo humano, pero con la cabeza, las manos y los pies de macho cabrío. La estatua estaba generalmente pintada de negro, poseía un falo de tamaño exagerado y entre los cuernos se le colocaba una antorcha encendida.

El sabbat se iniciaba con la llegada de las brujas y brujos en una ceremonia denominada introito (nombre que por excepción, recordaba el de la misa). A continuación, se elegía y situaba ante el ara la bruja que tenía que oficiar las ceremonias satánicas y que en algunos lugares se la denominaba Princesa de los Antiguos, joven, guapa y mejor virgen (¿De quién partió la idea de que las brujas eran feas y viejas?). Entonces la oficiante ordenaba encender todas las antorchas de los presentes, incluso la que se hallaba entre los cuernos de la imagen. Después invocaba a Satanás y solicitaba su ayuda con una voz fuerte rayando en el éxtasis.