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Decisiones económicas en los cambios hormonales de la mujer

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Como lo señalábamos más arriba, también se han estudiado las decisiones económicas, revisadas desde el ciclo menstrual, en un contexto social. De acuerdo con S. J. Stanton (2017) la toma de decisiones sociales engloba un tipo diferente de la decisión, a saber, una decisión que involucra una o más personas. Las tareas ideadas para la toma de decisiones sociales incluyen el juego del ultimátum, del dictador, de la confianza y de bienes públicos.

En el juego de la confianza, por ejemplo, donde un proponente debe decidir cuánto de su dotación desea enviar a un respondedor —el monto enviado se triplica y el respondedor puede decidir cuánto dinero, incluyendo su dotación, desea enviar a su proponente—, las mujeres que se encontraban en la fase lútea, cuando los niveles de progesterona son más elevados, devolvían una proporción mayor que durante el resto del ciclo (Buser, 2011). Según los autores, los datos sugieren que los niveles de progesterona y oxitocina tienen un impacto significativo en las elecciones económicas en situaciones sociales. Se encontró una relación directa entre el altruismo y los niveles de progesterona: a mayores niveles de progesterona, propia de la fase lútea, más aumentaba el altruismo.

El juego del ultimátum se utiliza comúnmente para estudiar la cooperación y la negociación (para una revisión ver Güth & Kocher, 2014). En este juego, el proponente decide cuánto de una dotación ofrece a un respondedor. Si el respondedor acepta la oferta, entonces el respondedor recibe la cantidad de la oferta y el proponente mantiene el resto de la dotación; si el respondedor rechaza la oferta, entonces ninguno de los dos jugadores recibe nada.

Respecto al juego anterior, Lucas y Koff (2013) querían ver si cerca de la ovulación las mujeres exhibían competencia intrasexual, es decir, si al jugar como proponentes hacían ofertas inferiores a mujeres atractivas que a las menos atractivas. Igualmente, querían revisar si en la fase del ciclo ovulatorio las mujeres rechazaban ofertas bajas realizadas por mujeres atractivas que por las menos atractivas. Por otro lado, querían revisar si las mujeres ofrecían ofertas más altas a los hombres atractivos en comparación con los menos atractivos en los juegos del ultimátum y el dictador independientemente del estado de fertilidad (el juego del dictador es una variante del juego del ultimátum, donde el proponente decide cuánto de su dotación ofrece al receptor; pero este no tiene una participación activa en la decisión, sino que es pasiva y recibe lo que el dictador le ofrece). Finalmente, querían ver si las mujeres aceptarían ofertas más bajas de hombres atractivos en el juego del ultimátum, en comparación con hombres menos atractivos, independientemente del ciclo ovulatorio.

Para llevar adelante esta investigación los sujetos experimentales fueron examinados individualmente en un computador. Se les informó que estarían jugando con un extraño que visualizarían en la pantalla a través de una fotografía facial. Doce juegos fueron juegos de ultimátum, en seis de los cuales participaron como proponentes y en seis como respondedores. Seis juegos eran juegos dictatoriales en los que los participantes eran proponentes. Los compañeros —llamados comúnmente receptores— les fueron descritos como estudiantes de colegios locales que ya habían hecho sus elecciones; sin embargo, los individuos representados en las fotos no habían jugado realmente. Este diseño les permitió a los investigadores obtener reacciones más naturales de los participantes mientras controlaban el atractivo facial del segundo jugador.

Realizados los experimentos, Lucas y Koff (2013) encontraron lo siguiente: las mujeres que se encontraban en la fase ovulatoria hicieron menos ofertas a mujeres atractivas que a las menos atractivas; las ofertas fueron más altas cuando se encontraban en otra fase del ciclo menstrual. De acuerdo con los autores, en el juego del ultimátum, las proponentes con alto riesgo de concepción, en una situación de negociación, ofrecen menos a las mujeres atractivas, es decir, a sus rivales potenciales. Las ofertas bajas sugieren que están menos motivadas a cooperar con otras mujeres y que estos efectos están dirigidos a rivales de apareamiento. Con relación al juego del ultimátum y del dictador, las mujeres fueron más cooperativas con hombres atractivos que con hombres menos atractivos, independientemente del estado de fertilidad. Finalmente, no se observaron rechazos de ofertas más bajas de mujeres atractivas comparadas con mujeres menos atractivas, ni aceptaron ofertas más bajas de hombres atractivos comparados con hombres menos atractivos; sin embargo, encontraron algo inesperado con las mujeres que se encontraban fuera de la ventana de fertilidad: aceptaron ofertas más bajas de hombres y mujeres atractivos en comparación con hombres y mujeres menos atractivos.

Los anteriores resultados tuvieron relación con un estudio anterior de Lucas, Koff y Skeath (2007) en el que las mujeres que se encontraban en la fase ovulatoria y jugaban el juego del ultimátum ofrecían menos y eran más propensas a rechazar las ofertas de otras mujeres, en comparación con las mujeres que se encontraban en una fase diferente del ciclo menstrual. Recientemente, Eisenbruch y Roney (2016) encontraron resultados similares: las mujeres con mayor riesgo de concepción hacían mayores demandas a otras mujeres en el juego del ultimátum para aceptar una oferta. Según estos autores, los resultados sugieren que, al haber un mayor riesgo de concepción, se reduce la motivación de la mujer para cooperar con otras mujeres, lo que puede aumentar su disposición a castigar.

Otro estudio realizado por Durante et al. (2014) intentó identificar si en el juego del dictador la ovulación debe llevar a las mujeres a dar pequeñas ofertas financieras a otras mujeres y no a los hombres. La muestra estuvo constituida por 58 estudiantes universitarias (rango de edad de 18-24 años). El experimento tuvo un diseño 2 (fertilidad: alta vs. baja) x 2 (jugador: mujer vs. hombre) entre los sujetos. Ciclos menstruales mensuales regulares (25-35 días) que no usaran métodos anticonceptivos hormonales; y se hizo una medición de la fertilidad aplicando el método de ciclo de día inverso (conteo hacia atrás) y un estudio de análisis de orina para determinar el estado de fertilidad. Ninguna de las participantes era consciente de la hipótesis de la investigación y tampoco de que el estudio estaba examinando los efectos del ciclo ovulatorio.

Las mujeres participantes jugaron el juego del dictador en una computadora que aparentemente estaba ligada a otro jugador en otra habitación. Después de sentarse en el computador los participantes escribieron su nombre y posaron para una foto tomada por una webcam en la parte superior del monitor. El computador —al azar— asignó a los participantes el papel de proponente, significando que su tarea era determinar una cantidad de dinero entre ellos y el otro jugador. Como resultados encontraron que las mujeres que estaban en la fase ovulatoria daban menos dinero que aquellas que no estaban en esta fase; sin embargo, este efecto no se vio cuando jugaban con un hombre, de hecho, ofrecían más dinero a un jugador masculino: eran más generosas con ellos. En resumen, las mujeres que se encontraban en la fase ovulatoria guardaron más dinero para sí mismas cuando jugaban con una mujer, pero no cuando lo hacían con un hombre. Los autores interpretaron esto como un reflejo de diferentes motivos formados por la selección sexual de tal manera que las mujeres deberían querer competir contra otras mujeres en la ovulación (compartir menos) y atraer a los hombres (compartir más). Esto apoya la hipótesis de que las hormonas facilitan los objetivos fundamentales de competencia por el estatus y el apareamiento a través de decisiones económicas (S. J. Stanton, 2017).

Para finalizar con esta sección, se puede observar que los cambios hormonales presentados a lo largo de las fases del ciclo menstrual también juegan un papel importante en las decisiones económicas: tanto en decisiones de riesgo como en decisiones sociales. En las decisiones de riesgo, justo en la fase ovulatoria, las mujeres parecen tomar elecciones más arriesgadas que las que están en la fase lútea y tienen menor aversión que las que están en la ventana de menor probabilidad de concepción. En las decisiones económicas sociales las mujeres que estaban en la fase ovulatoria eran más competitivas, castigaban más y ofrecían menos ganancias a sus oponentes; las que estaban en la fase lútea eran más cooperativas, altruistas, generosas y confiaban más en sus oponentes. La Figura 9 nos permite ver de manera general el comportamiento femenino en las decisiones económicas de acuerdo a las fases del ciclo menstrual.

Figura 9.

Decisiones económicas bajo riesgo y en contexto social en los cambios hormonales.


Cierre de capítulo

Realizada esta revisión alrededor de las decisiones de la mujer, tomando como punto de partida los cambios hormonales que se presentan a lo largo de las fases del ciclo menstrual, se encuentra evidencia relacionada con la hipótesis del ciclo ovulatorio de Gangestad y Thornhill (2008), la cual refiere que las fases del ciclo menstrual son una adaptación o estrategia de la evolución en la que se pudieron haber formado aspectos psicológicos en la mujer; dichos cambios adaptativos, quizá, le han permitido desarrollar estrategias a la mujer para hacer cierto tipo de elecciones que favorezcan a su prole.

 

Dichas evidencias, a favor de la hipótesis del ciclo ovulatorio, afirman que es justamente en la fase ovulatoria cuando se presentan cambios diferenciados con relación a las demás fases. Justo en esta fase se afina la elección de pareja con fines reproductivos, tratando de hacer elecciones por aquellas que tengan un perfil genético óptimo. Respecto a las elecciones de consumo, según lo reportado por la literatura, estas guardan cierto tipo de relación con la reproducción, en la medida en que la mujer hace elecciones de productos que le permiten tener un mejor estatus y acceso a círculos sociales que se traduce en mayor probabilidad de acceso a recursos y de pareja. De esta misma manera se han visto las decisiones económicas como cambios experimentados en la fase ovulatoria que llevan a la mujer a asumir mayores riesgos y ser más competitiva con otras mujeres.

De manera resumida la Figura 10 nos presenta un recuento de lo abordado en este capítulo. En dicho esquema se intenta mostrar las decisiones de la mujer alrededor de la fase ovulatoria. Si bien en las demás fases también hay cambios, es justamente en la fase de mayor probabilidad de concepción donde se tiene una relación más directa o asociada con las preferencias de pareja, las decisiones de consumo y las decisiones económicas.

Lo desarrollado en este capítulo nos da un panorama general y un recuento de investigaciones anteriores alrededor de las elecciones de la mujer en sus cambios hormonales. El siguiente capítulo se centra en retomar conceptos importantes alrededor de las decisiones y las hormonas, pues no es suficiente un estado del arte, sino que es necesario comprender cómo se dan estos procesos. Continuemos.

Figura 10.

Decisiones económicas, de consumo y de pareja en la fase ovulatoria.


La toma de decisiones ha tenido un importante desarrollo a lo largo del tiempo, especialmente desde de los siglos XVII y XVIII. Es a partir de los años 50 que la psicología empezó a dar valiosos aportes para entender las preferencias y el comportamiento de elección de las personas (León, 1987). Respecto a las decisiones de la mujer, en los últimos veinte años ha habido un amplio despliegue, especialmente enfocado en las preferencias de pareja (Gildersleeve, Haselton & Fales, 2014); a la par, se han ido desarrollando otras investigaciones que permiten observar el comportamiento femenino en las decisiones económicas (para una revisión ver Croson & Gneezy, 2009). Ahora bien, las decisiones económicas desde el punto de vista hormonal son más recientes (S. J. Stanton, 2017). Un interesante hallazgo de las últimas investigaciones es que las hormonas parecen tener un papel importante en las decisiones bajo riesgo, no solo en los hombres sino también en las mujeres (Lazzaro et al., 2016; Pearson & Schipper, 2013). Ahora bien, para acercarnos un poco a la comprensión de las decisiones económicas en los cambios hormonales de la mujer, proponemos en este capítulo la revisión de los siguientes conceptos: la toma de decisiones, el riesgo, las hormonas y el ciclo menstrual.

La toma de decisiones

La palabra decisión viene del latín decisio, la cual significa: solución, convenio, ajuste (Corripio, 1984). Según el diccionario de la Real Academia Española (2001), decisión significa: “determinación, resolución que se toma o se da en una cosa dudosa”. Para Doron y Parot “la decisión supone la selección de una respuesta particular entre varias respuestas posibles, resulta de un proceso de integración de informaciones y de evaluaciones múltiples” (Doron & Parot, 2007, p. 150). En esta misma línea, Viveros, Nuñez y Ortiz (2010), definen la toma de decisiones como “el proceso cognitivo de elegir entre dos o más alternativas”. Tomando como referencia las anteriores definiciones, para este libro, y la investigación que se desarrolla en él, la toma de decisiones es un proceso cognitivo de elección de una alternativa entre dos o más dadas.

Al hacer una revisión del concepto y sus modelos se encontró que fueron los matemáticos franceses —siglos XVII y XVIII— los que iniciaron los estudios sobre la decisión al tratar de encontrar matemáticamente una pauta de comportamiento óptima en los juegos de azar, citándose comúnmente el año 1738 y el nombre de Bernoulli como el primero en documentar el tema (León, 1987). En aquel entonces, Bernoulli propuso el concepto de utilidad esperada a cambio del concepto de valor esperado para explicar la conducta del sujeto racional. El modelo del valor esperado deriva de los desarrollos de la probabilidad del siglo XVII aplicados por Pascal y Laplace a problemas complejos de decisión (Baron, 2008). Este modelo asume que “al tomar una decisión, la persona debe asignar el valor esperado a cada alternativa, y que una vez asignado dicho valor, la elección correcta será aquella cuyo valor esperado sea más alto” (Fernandez, 2013, p. 54). Por su parte, la utilidad esperada es más cercana a la posible conducta de un sujeto racional, donde, por ejemplo, “el valor del dinero no se limita a su valor nominal, sino que depende de la riqueza de la persona que lo valora” (Fernandez, 2013, p. 55-56). Esto hace referencia a que la misma cantidad de dinero puede tener un valor diferente para dos personas (por ejemplo, para Bill Gates cincuenta dólares pueden tener un valor muy diferente al valor que le puede dar a esa misma cantidad su mayordomo). En resumen, la mejor decisión para el modelo de valor esperado es aquella donde el valor esperado sea mayor en todos los casos posibles; mientras que, para el modelo de utilidad esperada, la mejor decisión es aquella cuya utilidad sea mayor en función a una situación específica.

Uno de los modelos más representativos derivados de la teoría de la probabilidad y del desarrollo de la utilidad, y que sigue vigente, es el modelo de elección racional de la teoría económica. La economía tradicional parte del supuesto de que todas las personas son racionales, calculan el valor de todas las opciones a las que se enfrentan y luego siguen la mejor línea de acción posible (Ariely, 2008). Para este modelo, la persona tiene una gran capacidad de procesamiento de toda la información, es sensible a todas las alternativas, es capaz de diferenciarlas e identificar las consecuencias de manera racional y objetiva para hacer una elección (Fernández, 2013).

Otro modelo que ha tenido importantes contribuciones es la teoría de juegos, propuesta por Von Neumann y Morgenstern en 1944. La teoría de juegos la podríamos entender como el estudio formal del conflicto y la cooperación. Juegos sociales donde el resultado no depende de la causalidad, como en los juegos de azar, sino del comportamiento del jugador, y en algunas ocasiones, de componentes ocasionales (Morgenstern, 1955). La teoría de juegos proporciona una serie de conceptos que permiten formular, estructurar, analizar y entender escenarios estratégicos (Von Stengel, 2007). Considera las interacciones estratégicas entre jugadores desde el punto de vista de la definición y la búsqueda de soluciones de equilibrio (Lohrenz & Montague citado en Fernández, 2013).

Ahora bien, de acuerdo con León (1987), fue en los años cincuenta cuando la psicología comenzó a tener un interés creciente en la toma de decisiones. Los primeros en hacerlo fueron aquellos que se encuadraban en la psicología matemática. Por esta época surgen planteamientos alternativos al modelo de elección racional que se ajustaban mejor a las elecciones de las personas, es decir, se proponen aspectos más psicológicos. Es así como se desarrollan propuestas como el modelo de racionalidad limitada de Simon (1955) donde no se ve a la persona como aquella que evalúa las opciones y las probabilidades de ocurrencia, sino que hay una atención por las características particulares del procesamiento cognitivo. Simon (1956) propone que no se elige de forma racional y que las elecciones no siempre maximizan la utilidad de la decisión. Las características de los organismos limitan su racionalidad, por ejemplo, restricción en la capacidad de atención y la memoria; alteración en su homeostasis por condiciones externas: temperatura, escases de alimento, etc.; limitaciones espaciotemporales: visibilidad de los recursos, distancias entre las opciones; cambios de las emociones a partir de los estímulos; las expectativas, etc. Todo esto anterior refiere que las características de los organismos y el entorno limitan su racionalidad, además, ellos buscan más satisfacer que optimizar.

En 1972 Tversky retoma las ideas de racionalidad limitada de Simon (1956) y propone el modelo de eliminación por aspectos —EBA—, el cual describe el proceso de elección como un proceso de eliminación sucesiva de las alternativas, en función del valor de sus atributos, hasta quedar con una sola. Años después, Tversky y Kahneman (1974) hacen un aporte sobre el juicio bajo incertidumbre: heurísticas y sesgos, en el que demostraron que las personas confían en una serie de principios heurísticos que reducen las tareas complejas de estimación de probabilidades y valores predictivos a operaciones más simples. Estos principios, aunque útiles, pueden conducir a errores serios y sistémicos. Las heurísticas planteadas fueron: representatividad; disponibilidad; y ajuste y anclaje.

En la heurística de la representatividad “las probabilidades son evaluadas por el grado en que A es representativo de B, es decir, por el grado en que A se asemeja a B” (Tversky & Kahneman, 1974). Siguiendo a estos autores, si A es altamente representativo de B, la probabilidad de que A tenga su origen en B se considera alta; por el contrario, si A no se asemeja a B, la probabilidad de que A tenga su origen en B se considera baja. Aunque el uso de esta heurística puede llevar a conclusiones razonables, la probabilidad de cometer sesgos es mayor, ya que si algo es representativo no quiere decir que sea más probable.

Por su parte, la heurística de la disponibilidad es un procedimiento mental que las personas tienen para estimar el número de una clase, la probabilidad de un evento o la frecuencia con que cierto tipo de eventos pueden ocurrir gracias a las operaciones mentales de obtención, construcción o asociación (Tversky & Kahneman, 1974). Por ejemplo, alguien puede estimar el riesgo de un paro cardiaco en personas jóvenes recordando a las personas conocidas que lo han sufrido. Aunque la heurística de la disponibilidad es un recurso útil para estimar la frecuencia o la probabilidad, puede resultar afectada y generar sesgos.

 

Con relación al ajuste y anclaje, el heurístico refiere que las personas hacen estimaciones partiendo de un valor inicial obtenido por cualquier medio (incluso por el azar), que luego se puede ir ajustando (a medida que se añade nueva información, por ejemplo) hasta dar su respuesta final. Los ajustes no son suficientes, puesto que puntos de partida diferentes llevan a estimaciones diferentes. Es posible que los anteriores heurísticos estén en la base de este, por ejemplo, una persona podría tomar lo más disponible (memoria), o lo más representativo, y a partir de esta información ir ajustando su respuesta.

Hacia 1979 Kahneman y Tversky hacen una crítica a la teoría de utilidad esperada como modelo descriptivo de la toma de decisiones bajo riesgo, y desarrollan el modelo teoría de la perspectiva (Kahneman & Tversky, 1984). Para ellos, el modelo de utilidad esperada de Bernoulli es demasiado simple y no tiene en cuenta el punto de referencia, es decir, el estado anterior con relación al cual se evalúan ganancias y pérdidas. En la teoría de Bernoulli, por ejemplo, se necesita conocer el estado de nuestro patrimonio para determinar su utilidad, mientras que en la teoría de las perspectivas necesitamos conocer también el estado de referencia (Kahneman, 2011). Lo anterior nos sugiere que no solo se trata del valor subjetivo —la utilidad—, sino que las decisiones dependen también de un punto de referencia.

Más recientemente Kahneman (2011), amparado en sus trabajos anteriores y en los avances sobre el pensamiento intuitivo y las emociones, nos muestra un panorama de cómo trabaja la mente. Para ello nos presenta dos tipos de sistemas en la toma de decisiones: el sistema 1 y el sistema 2 —el concepto de sistema fue tomado de Stanovich y West (2000)—. El sistema 1 es rápido, intuitivo, automático, no genera mayor esfuerzo ni hay un control voluntario; de los dos sistemas, este es el más influyente. El sistema 2 es lento, racional, consume más energía, es organizado, secuencial y evalúa variables.

Con relación a lo anterior, Klein (2015) reitera que el sistema 1 es intuitivo y hace uso de la experiencia adquirida por la práctica: se van acumulando pautas que posteriormente se activan para tomar decisiones; por el contrario, el sistema 2 es una manera de controlar o monitorizar las cosas, es decir, antes de tomar una decisión, la persona analiza la situación, la evalúa y luego hace su elección. Este autor nos señala que en la vida práctica se usan los dos sistemas y que no se deben separar. Su separación puede conducir a malas decisiones. Prueba de ello las lesiones cerebrales que han tenido ciertas personas, en especial, aquellas que afectan la corteza prefrontal ventromedial (Bechara, 2004; Bechara, Damasio & Damasio, 2000). Este tipo de lesiones han llevado a una desconexión de las emociones del proceso de toma de decisiones.

De acuerdo con Damasio (2001), en una toma de decisión no participa solo la razón sino también la emoción. Si solo participara la razón se requeriría mucho tiempo para estudiar todas las posibles alternativas, predecir su evolución y hacer un cálculo de costes y beneficios de todas ellas con el fin de compararlas y decidir cuál es la mejor opción. De ahí la importancia de las emociones en el proceso de toma de decisiones. Para comprender la emoción, Damasio desarrolló la hipótesis del marcador somático entendiéndose este como “un cambio de tipo vegetativo, muscular, neuroendocrino o neurofisiológico que precede al componente cognitivo y que puede influir a la hora de tomar una decisión” (Carmona-Cañabate & Moreno-Alcázar, 2014, p. 736). En palabras de Damasio: “una emoción es una colección de cambios en el estado corporal” (2001, p. 170). Ahora bien, la emoción participa de la intuición, de tal forma que mediante un proceso cognitivo muy rápido se puede llegar a una conclusión sin la necesidad de ser conscientes de todos los pasos lógicos intermedios. El concepto de intuición suscita en muchas personas la imagen de algo mágico; sin embargo, tal como nos lo recuerda Klein (2015) esta tiene que ver con la experiencia práctica y con el saber o conocimiento tácito. De acuerdo con Redolar-Ripoll (2014) para Damasio la intuición depende de los razonamientos pasados y de la clasificación de los acontecimientos de experiencias anteriores en relación con las emociones que los precedieron y sucedieron, así como de la reflexión de los éxitos y fracasos vividos.

Para Kahneman (2011) los dos sistemas (el intuitivo y el racional) tienen una gran importancia en las decisiones de las personas. Aunque el sistema 1 es maravilloso, también es imperfecto y por sí solo no es suficiente; de igual manera, el sistema 2 no sustituye la experiencia, pero es una manera de prevenir errores.

Para cerrar esta parte, la Figura 11 nos sintetiza un poco cómo el concepto de la toma de decisiones ha tenido todo su desarrollo a lo largo de estos años. La figura no pretende recoger todos los modelos, pues ello requiere de una revisión más amplia y detallada, pero sí da cuenta de algunos puntos de referencia importantes, en especial para la psicología.

Figura 11.

Surgimiento y desarrollo del concepto: toma de decisiones.


El riesgo

Han sido diversos los usos que la palabra “riesgo” ha tenido. Hansson (2007) indica que, de todos los usos, de manera técnica han sido cinco los más utilizados en todas las disciplinas:

1. Evento no deseado que puede ocurrir o no.

2. La causa de un evento no deseado que puede ocurrir o no.

3. La probabilidad de un evento no deseado que pueda ocurrir o no.

4. El valor de expectativa estadística de un evento no deseado que puede ocurrir o no.

5. El hecho de que una decisión se toma bajo condiciones de probabilidades conocidas (“decisión bajo riesgo” en oposición a “decisión bajo incertidumbre”).

Por su parte, para Vélez el riesgo es “aquella situación sobre la cual tenemos información, no solo de los eventos posibles, sino de sus probabilidades” (2002, p. 373-374). Es decir, cuando además de prever resultados futuros asociados a una alternativa se pueda asignar probabilidades, entonces se puede decir que se está en una situación bajo riesgo.

El riesgo ha tenido un papel importante en las decisiones económicas. De allí que la teoría económica moderna, con énfasis en análisis matemáticos, haya desarrollado modelos para la evaluación del riesgo. De acuerdo con Hansson (2007), el análisis de cartera desarrollado por Harry Markowitz, James Tobin y otros en la década de los 50, fue un paso importante para el análisis económico del riesgo. Estos autores usaron una medida estadística simple como una medida de riesgo: la desviación estándar. Con esta medida, por ejemplo, cuando se tienen dos opciones para una inversión, aquella cuyo resultado económico tenga mayor desviación estándar será considerada la de mayor riesgo. A partir de entonces se han ido desarrollando otros modelos de riesgo y se han ido incorporando al análisis económico los aportes de la psicología y la economía experimental. Este tipo de aportes han ido revelando que los agentes reales a menudo no se ajustan a los criterios racionales derivados de la teoría.

En términos generales, una persona tendrá aversión al riesgo si prefiere un resultado seguro a uno riesgoso con la misma utilidad esperada. El grado de aversión al riesgo de una persona se puede medir como su disposición a pagar o a aceptar una utilidad menor, a fin de evitar un riesgo.

El riesgo y los incentivos

Para las investigaciones que tienen como fin simular ambientes de riesgo entre los sujetos experimentales, se ha hecho necesario tener claridad sobre los riesgos reales e hipotéticos, así como de los incentivos reales e hipotéticos, más aún cuando dichos estudios proponen estímulos a los participantes.

El riesgo real es aquel que está presente en situaciones propias y naturales de los individuos; por su parte, el riesgo hipotético es aquel diseñado en entornos artificiales que intentan acercarse a lo real, pero que sus diseños no les permiten llegar a serlo. En el riesgo real los agentes se enfrentan a opciones que tienen consecuencias en la decisión. El riesgo hipotético no tiene este tipo de consecuencias. Este tipo de riesgo cobra más sentido y lugar en el entorno académico e investigativo, más propiamente en los diseños experimentales. En este, el experimentador tiene el control, razón por la cual puede modelarlo o alterarlo según lo considere necesario (Delgado, 2014).

Respecto a los incentivos, el Diccionario de la Real Academia Española, define el incentivo como aquel estímulo que impulsa a hacer o desear algo. Un inversionista que se enfrenta a una decisión financiera es consciente que existe la posibilidad de un retorno mayor o menor al esperado, es decir, hay una percepción del riesgo. Al respecto, el inversor puede asumir una actitud de riesgo o de neutralidad. De entrada, su inversión está en juego y de él depende exponerse y afrontar los posibles resultados de su decisión. El inversionista no solo tiene el incentivo del dinero que puede llegar a ganar, también se considera incentivo el deseo de no perder la inversión inicial. De hecho, se ha encontrado que es mucho mejor no perder la inversión inicial que el incentivo que puede tener la posible ganancia (Etchart-Vincent & l’Haridon, 2011).

Para la investigación se puede denominar como incentivo real a aquel estímulo tangible o intangible que puede recibir el participante de un estudio. En muchas investigaciones el incentivo que más se ha utilizado es el monetario. Por lo regular, el participante obtiene una suma de dinero por la participación en el experimento. Una vez el participante hace parte de la investigación se le presentan posibles sumas de dinero que podría obtener, que consiga o no el dinero depende de sus opciones. Por su parte, un incentivo hipotético omite la presencia de un incentivo real. Aquí el estímulo está dado por la voluntad del participante a desarrollar la actividad. Quizá este es uno de los aspectos complejos en la investigación, dado que pocas personas muestran la voluntad de participar en este tipo de proyectos, y aun accediendo, algunos críticos cuestionan los resultados obtenidos (Barreda-Tarrazona et al., 2011); sin embargo, también se encuentran otros académicos que las defienden (Melo, 1993). Para Melo, por ejemplo, las conclusiones de los incentivos hipotéticos van a tender a las conclusiones arrojadas por las investigaciones que usaron incentivos reales. En tal sentido considera que hay una diferencia mínima entre los resultados obtenidos según el tipo de incentivo aplicado. Por el contrario, para Barreda-Tarrazona y su equipo, el tipo de incentivo aplicado (real o hipotético), repercute en las conclusiones. Para estos, los incentivos hipotéticos hacen que el experimento se vuelva menos flexible y que haya más ruido entre los datos.