La Celestina

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CALISTO.- ¡Así pudiera ciento!

PÁRMENO.- ¡Sí, santo Dios! Y remediaba por caridad muchas huérfanas y cerradas, que se encomendaban a ella. Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de tejo, granos de helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres y a unos demandaba el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a otros, pintaba en la palma letras con azafrán; a otros, con bermellón; a otros, daba unos corazones de cera, llenos de agujas quebradas y otras cosas en barro y en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra. ¿Quién te podrá decir lo que esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira.

CALISTO.- Bien está, Pármeno. Déjalo para más oportunidad. Asaz soy de ti avisado. Téngotelo en gracia. No nos detengamos, que la necesidad desecha la tardanza. Oye. Aquella viene rogada. Espera más que debe. Vamos, no se indigne. Yo temo y el temor reduce la memoria y a la providencia despierta. ¡Sus! Vamos, proveamos. Pero ruégote, Pármeno, la envidia de Sempronio, que en esto me sirve y complace no ponga impedimento en el remedio de mi vida. Que, si para él hubo jubón, para ti no faltará sayo. Ni pienses que tengo en menos tu consejo y aviso que su trabajo y obra: como lo espiritual sepa yo que precede a lo corporal y que, puesto que las bestias corporalmente trabajen más que los hombres, por eso son pensadas y curadas, pero no amigas de ellos. En la tal diferencia serás conmigo, en respecto de Sempronio. Y so secreto sello, pospuesto el dominio, por tal amigo a ti me concedo.

PÁRMENO.- Quéjome, señor, de la duda de mi fidelidad y servicio, por los prometimientos y amonestaciones tuyas. ¿Cuándo me viste, señor, envidiar o por ningún interés ni resabio tu provecho torcer?

CALISTO.- No te escandalices. Que sin duda tus costumbres y gentil crianza en mis ojos ante todos los que me sirven están. Mas como en caso tan arduo, do todo mi bien y vida pende, es necesario proveer, proveo a los acontecimientos. Como quiera que creo que tus buenas costumbres sobre buen natural florecen, como el buen natural sea principio del artificio. Y no más; sino vamos a ver la salud.

* * *

CELESTINA.- Pasos oigo. Acá descienden. Haz, Sempronio, que no lo oyes. Escucha y déjame hablar lo que a ti y a mí me conviene.

SEMPRONIO.- Habla.

CELESTINA.- No me acongojes ni me importunes, que sobrecargar el cuidado es aguijar al animal congojoso. Así sientes la pena de tu amo Calisto que parece que tú eres él y él tú y que los tormentos son en un mismo sujeto. Pues cree que yo no vine acá por dejar este pleito indeciso o morir en la demanda.

CALISTO.- Pármeno, detente. ¡Ce! Escucha qué hablan éstos. Veamos en qué vivimos.

¡Oh notable mujer! ¡Oh bienes mundanos, indignos de ser poseídos de tan alto corazón! ¡Oh fiel y verdadero Sempronio! ¿Has visto, mi Pármeno? ¿Oíste? ¿Tengo razón? ¿Qué me dices, rincón de mi secreto y consejo del alma mía?

PÁRMENO.- Protestando mi inocencia en la primera sospecha y cumpliendo con la fidelidad, porque te me concediste, hablaré. Óyeme y el afecto no te ensorde ni la esperanza del deleite te ciegue. Tiémplate y no te apresures: que muchos con codicia de dar en el fiel, yerran el blanco. Aunque soy mozo, cosas he visto asaz y el seso y la vista de las muchas cosas demuestran la experiencia. De verte o de oírte descender por la escalera, parlan lo que estos fingidamente han dicho, en cuyas falsas palabras pones el fin de tu deseo.

SEMPRONIO.- Celestina, ruinmente suena lo que Pármeno dice.

CELESTINA.- Calla, que para la mi santiguada do vino el asno vendrá el albarda. Déjame tú a Pármeno, que yo te le haré uno de nos, y de lo que hubiéremos, démosle parte: que los bienes, si no son comunicados, no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos. Yo te le traeré manso y benigno a picar el pan en el puño y seremos dos a dos y, como dicen, tres al mohíno.

* * *

CALISTO.- Sempronio.

SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- ¿Qué haces, llave de mi vida? Abre. ¡Oh Pármeno!, ya la veo: sano soy, vivo soy! ¿Miras qué reverenda persona, qué acatamiento? Por la mayor parte, por la fisonomía es conocida la virtud interior. ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh virtud envejecida!. ¡Oh gloriosa esperanza de mi deseado fin! ¡Oh fin de mi deleitosa esperanza! ¡Oh salud de mi pasión, reparo de mi tormento, regeneración mía, vivificación de mi vida, resurrección de mi muerte! Deseo llegar a ti, codicio besar esas manos llenas de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Desde aquí adoro la tierra que huellas y en reverencia tuya beso.

CELESTINA.- Sempronio, ¡de aquellas vivo yo! ¡Los huesos que yo doy piensa este necio de tu amo de darme a comer! Pues nada le sueño. Al freír lo verá. Dile que cierre la boca y comience abrir la bolsa: que de las obras dudo, cuanto más de las palabras. So, que te estriego, asna coja. Más habías de madrugar.

PÁRMENO.- ¡Ay de orejas, que tal oyen! Perdido es quien tras perdido anda. ¡Oh Calisto desventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más antigua y puta tierra que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! Deshecho es, vencido es, caído es: no es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerzo.

CALISTO.- ¿Qué decía la madre? Paréceme que pensaba que le ofrecía palabras por excusar galardón.

SEMPRONIO.- Así lo sentí.

CALISTO. Pues ven conmigo: trae las llaves, que yo sanaré su duda.

SEMPRONIO.- Bien harás y luego vamos. Que no se debe dejar crecer la hierba entre los panes ni la sospecha en los corazones de los amigos; sino limpiarla luego con el escardilla de las buenas obras.

CALISTO.- Astuto hablas. Vamos y no tardemos.

CELESTINA.- Pláceme, Pármeno, que habemos habido oportunidad para que conozcas el amor mío contigo y la parte que en mi inmérito tienes. Y digo inmérito por lo que te he oído decir, de que no hago caso. Porque virtud nos amonesta sufrir las tentaciones y no dar mal por mal; y especial, cuando somos tentados por mozos y no bien instruidos en lo mundano, en que con necia lealtad pierdan a sí y a sus amos, como ahora tú a Calisto. Bien te oí y no pienses que el oír con los otros exteriores sesos mi vejez haya perdido. Que no sólo lo que veo, oigo y conozco; mas aun lo intrínseco con los intelectuales ojos penetro. Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quejoso. Y no lo juzgues por eso por flaco, que el amor todas las cosas vence. Y sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas. La primera, que es forzoso el hombre amar a la mujer y la mujer al hombre. La segunda, que el que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulzura del soberano deleite, que por el hacedor de las cosas fue puesto, porque el linaje de los hombres perpetuase, sin lo cual perecería. Y no sólo en la humana especie; mas en los peces, en las bestias, en las aves, en las reptilias y en lo vegetativo, algunas plantas han este respeto, si sin interposición de otra cosa en poca distancia de tierra están puestas, en que hay so determinación de herbolarios y agricultores, ser machos y hembras. ¿Qué dirás a esto, Pármeno? ¡Neciezuelo, loquito, angelico, perlica, simplecico! ¿Lobitos en tal gestico? Llégate acá, putico, que no sabes nada del mundo ni de sus deleites. ¡Mas rabia mala me mate si te llego a mí, aunque vieja! Que la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla debes tener la punta de la barriga.

PÁRMENO.- ¡Como cola de alacrán!

CELESTINA.- Y aun peor: que la otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve meses.

PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!

CELESTINA.- ¿Ríeste, landrecilla, hijo?

PÁRMENO.- Calla, madre, no me culpes ni me tengas, aunque mozo, por insipiente. Amo a Calisto, porque le debo fidelidad, por crianza, por beneficios, por ser de él honrado y bien tratado, que es la mayor cadena, que el amor del servidor al servicio del señor prende, cuanto lo contrario aparta. Véole perdido y no hay cosa peor que ir tras deseo sin esperanza de buen fin; y especial, pensando remediar su hecho tan arduo y difícil con vanos consejos y necias razones de aquel bruto Sempronio, que es pensar sacar aradores a pala y azadón. No lo puedo sufrir. ¡Dígolo y lloro!

CELESTINA.- ¿Pármeno, tú no ves que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no se puede remediar?

PÁRMENO.- Por eso lloro. Que, si con llorar fuese posible traer a mi amo el remedio, tan grande sería el placer de la tal esperanza que de gozo no podría llorar; pero así, perdida ya toda la esperanza, pierdo el alegría y lloro.

CELESTINA.- Llorarás sin provecho por lo que llorando estorbar no podrás ni sanarlo presumas. ¿A otros no ha acontecido esto, Pármeno?

PÁRMENO.- Sí; pero a mi amo no le querría doliente.

CELESTINA.- No lo es; mas aunque fuese doliente, podría sanar.

PÁRMENO.- No curo de lo que dices, porque en los bienes mejor es el acto que la potencia y en los males mejor la potencia que el acto. Así que mejor es ser sano que poderlo ser y mejor es poder ser doliente que ser enfermo por acto y, por tanto, es mejor tener la potencia en el mal que el acto.

CELESTINA.- ¡Oh malvado! ¡Cómo, que no se te entiende! ¿Tú no sientes su enfermedad? ¿Qué has dicho hasta ahora? ¿De qué te quejas? Pues burla o di por verdad lo falso y cree lo que quisieres: que él es enfermo por acto y el poder ser sano es en mano de esta flaca vieja.

PÁRMENO.- ¡Mas, de esta flaca puta vieja!

 

CELESTINA.- ¡Putos días vivas, bellaquillo!, y ¡cómo te atreves...!

PÁRMENO.- ¡Como te conozco...!

CELESTINA.- ¿Quién eres tú?

PÁRMENO.- ¿Quién? Pármeno, hijo de Alberto tu compadre, que estuve contigo un mes, que te me dio mi madre, cuando morabas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.

CELESTINA.- ¡Jesús, Jesús, Jesús! ¿Y tú eres Pármeno, hijo de la Claudina?

PÁRMENO.- ¡A la fe, yo!

CELESTINA.- ¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! ¿Por qué me persigues, Pármeno? ¡Él es, él es, por los santos de Dios! Allégate a mí, ven acá, que mil azotes y puñadas te di en este mundo y otros tantos besos. ¿Acuérdaste, cuando dormías a mis pies, loquito?

PÁRMENO.- Sí, en buena fe. Y algunas veces, aunque era niño, me subías a la cabecera y me apretabas contigo y, porque olías a vieja, me huía de ti.

CELESTINA.- ¡Mala landre te mate! ¡Y cómo lo dice el desvergonzado! Dejadas burlas y pasatiempos, oye ahora, mi hijo, y escucha. Que, aunque a un fin soy llamada, a otro soy venida y aunque contigo me haya hecho de nuevas, tú eres la causa. Hijo, bien sabes cómo tu madre, que Dios haya, te me dio viviendo tu padre. El cual, como de mí te fuiste, con otra ansia no murió, sino con la incertidumbre de tu vida y persona. Por la cual ausencia algunos años de su vejez sufrió angustiosa y cuidosa vida. Y al tiempo que de ella pasó, envió por mí y en su secreto te me encargó y me dijo sin otro testigo sino aquél que es testigo de todas las obras y pensamientos y los corazones y entrañas escudriña, al cual puso entre él y mí, que te buscase y allegase y abrigase y, cuando de cumplida edad fueses, tal que en tu vivir supieses tener manera y forma, te descubriese adonde dejó encerrada tal copia de oro y plata que basta más que la renta de tu amo Calisto. Y porque se lo prometí y con mi promesa llevó descanso y la fe es de guardar, más que a los vivos, a los muertos, que no pueden hacer por sí, en pesquisa y seguimiento tuyo yo he gastado asaz tiempo y cuantías, hasta ahora, que ha placido aquél que todos los cuidados tiene y remedia las justas peticiones y las piadosas obras endereza que te hallase aquí, donde solos ha tres días que sé que moras. Sin duda, dolor he sentido, porque has por tantas partes vagado y peregrinado, que ni has habido provecho ni ganado deudo ni amistad. Que, como Séneca nos dice, los peregrinos tienen muchas posadas y pocas amistades, porque en breve tiempo con ninguno no pueden firmar amistad. Y el que está en muchos cabos, está en ninguno. Ni puede aprovechar el manjar a los cuerpos que en comiendo se lanza, ni hay cosa que más la sanidad impida que la diversidad y mudanza y variación de los manjares. Y nunca la llaga viene a cicatrizar, en la cual muchas medicinas se tientan. Ni convalece la planta, que muchas veces es traspuesta. Ni hay cosa tan provechosa que en llegando aproveche. Por tanto, mi hijo, deja los ímpetus de la juventud y tórnate con la doctrina de tus mayores a la razón. Reposa en alguna parte. ¿Y dónde mejor que en mi voluntad, en mi ánimo, en mi consejo, a quien tus padres te remetieron? Y yo, así como verdadera madre tuya, te digo, so las maldiciones que tus padres te pusieron, si me fueses inobediente, que por el presente sufras y sirvas a este tu amo, que procuraste, hasta en ello haber otro consejo mío. Pero no con necia lealtad, proponiendo firmeza sobre lo movible, como son estos señores de este tiempo. Y tú gana amigos, que es cosa durable. Ten con ellos constancia. No vivas en flores. Deja los vanos prometimientos de los señores, los cuales desechan la sustancia de sus sirvientes con huecos y vanos prometimientos. Como la sanguijuela saca la sangre, desagradecen, injurian, olvidan servicios, niegan galardón. ¡Ay de quien en palacio envejece! Como se escribe de la probática piscina, que de ciento que entraban, sanaba uno. Estos señores de este tiempo más aman a sí que a los suyos. Y no yerran. Los suyos igualmente lo deben hacer. Perdidas son las mercedes, las magnificencias, los actos nobles. Cada uno de estos cativa y mezquinamente procuran su interés con los suyos. Pues aquellos no deben menos hacer, como sean en facultades menores, sino vivir a su ley. Dígolo, hijo Pármeno, porque este tu amo, como dicen, me parece rompenecios: de todos se quiere servir sin merced. Mira bien, créeme. En su casa cobra amigos, que es el mayor precio mundano. Que con él no pienses tener amistad, como por la diferencia de los estados o condiciones pocas veces acontezca. Caso es ofrecido, como sabes, en que todos medremos y tú por el presente te remedies. Que todo lo que te he dicho, guardado te está a su tiempo. Y mucho te aprovecharás siendo amigo de Sempronio.

PÁRMENO.- Celestina, todo tremo en oírte. No sé qué haga, perplejo estoy. Por una parte, téngote por madre; por otra, a Calisto por amo. Riqueza deseo; pero quien torpemente sube a lo alto, más pronto cae que subió. No querría bienes mal ganados.

CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.

PÁRMENO.- Pues yo con ellos no viviría contento y tengo por honesta cosa la pobreza alegre. Y aun más te digo, que no los que poco tienen son pobres; mas los que mucho desean. Y por esto, aunque más digas, no te creo en esta parte. Querría pasar la vida sin envidia; los yermos y aspereza, sin temor; el sueño, sin sobresalto; las injurias, con respuesta; las fuerzas, sin denuesto; las premias, con resistencia.

CELESTINA.- ¡Oh hijo!, bien dicen que la prudencia no puede ser sino en los viejos y tú mucho eres mozo.

PÁRMENO.- Mucho segura es la mansa pobreza.

CELESTINA.- Mas di, como mayor, que la fortuna ayuda a los osados. Y demás de esto, ¿quién es, que tenga bienes en la república, que escoja vivir sin amigos? Pues, loado Dios, bienes tienes. ¿Y no sabes que has menester amigos para los conservar? Y no pienses que tu privanza con este señor te hace seguro; que cuanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura. Y por tanto, en los infortunios el remedio es a los amigos. ¿Y a dónde puedes ganar mejor esta deuda que donde las tres maneras de amistad concurren, conviene a saber, por bien y provecho y deleite? Por bien: mira la voluntad de Sempronio conforme a la tuya y la gran similitud que tú y él en la virtud tenéis. Por provecho: en la mano está, si sois concordes. Por deleite: semejable es, como seáis en edad dispuestos para todo linaje de placer, en que más los mozos que los viejos se juntan, así como para jugar, para vestir, para burlar, para comer y beber, para negociar amores, juntos de compañía. ¡Oh si quisieses, Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areúsa.

PÁRMENO.- ¿De Areúsa?

CELESTINA.- De Areúsa.

PÁRMENO.- ¿De Areúsa, hija de Eliso?

CELESTINA.- De Areúsa, hija de Eliso.

PÁRMENO.- ¿Cierto?

CELESTINA.- Cierto.

PÁRMENO.- Maravillosa cosa es.

CELESTINA.- ¿Pero bien te parece?

PÁRMENO.- No cosa mejor.

CELESTINA.- Pues tu buena dicha quiere, aquí está quién te la dará.

PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a nadie.

CELESTINA.- Extremo es creer a todos y yerro no creer a ninguno.

PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atrevo: déjame.

CELESTINA.- ¡Oh mezquino! De enfermo corazón es no poder sufrir el bien. Da Dios habas a quien no tiene quijadas. ¡Oh simple! Dirás que a donde hay mayor entendimiento hay menor fortuna y donde más discreción allí es menor la fortuna. Dichos son.

PÁRMENO.- ¡Oh Celestina! Oído he a mis mayores que un ejemplo de lujuria o avaricia mucho mal hace y que con aquellos debe hombre conversar, que le hagan mejor y aquellos dejar a quien él mejores piensa hacer. Y Sempronio, en su ejemplo, no me hará mejor ni yo a él sanaré su vicio. Y puesto que yo a lo que dices me incline, sólo yo querría saberlo: porque a lo menos por el ejemplo fuese oculto el pecado. Y, si hombre vencido del deleite va contra la virtud, no se atreva a la honestidad.

CELESTINA.- Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre posesión sin compañía. No te retraigas ni amargues, que la natura huye lo triste y apetece lo delectable. El deleite es con los amigos en las cosas sensuales y especial en recontar las cosas de amores y comunicarlas: esto hice, esto otro me dijo, tal donaire pasamos, de tal manera la tomé, así la besé, así me mordió, así la abracé, así se allegó. ¡Oh qué habla!, ¡oh qué gracia!, ¡oh qué juegos!, ¡oh qué besos! Vamos allá, volvamos acá, ande la música, pintemos los motes, cantemos canciones, invenciones, justemos, qué cimera sacaremos o qué letra. Ya va a la misa, mañana saldrá, rondemos su calle, mira su carta, vamos de noche, tenme el escala, aguarda a la puerta. ¿Cómo te fue? Cata el cornudo: sola la deja. Dale otra vuelta, tornemos allá. Y para esto, Pármeno, ¿hay deleite sin compañía? A la fe, a la fe: la que las sabe las tañe. Este es el deleite; que lo demás, mejor lo hacen los asnos en el prado.

PÁRMENO.- No querría, madre, me convidases a consejo con amonestación de deleite, como hicieron los que, careciendo de razonable fundamento, opinando hicieron sectas envueltas en dulce veneno para captar y tomar las voluntades de los flacos y con polvos de sabroso afecto cegaron los ojos de la razón.

CELESTINA.- ¿Qué es razón, loco?, ¿qué es afecto, asnillo? La discreción, que no tienes, lo determina y de la discreción mayor es la prudencia y la prudencia no puede ser sin experimento y la experiencia no puede ser más que en los viejos y los ancianos somos llamados padres y los buenos padres bien aconsejan a sus hijos y especial yo a ti, cuya vida y honra más que la mía deseo. ¿Y cuándo me pagarás tú esto? Nunca, pues a los padres y a los maestros no puede ser hecho servicio igualmente.

PÁRMENO.- Todo me recelo, madre, de recibir dudoso consejo.

CELESTINA.- ¿No quieres? Pues decirte he lo que dice el sabio: Al varón, que con dura cerviz al que le castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le vendrá y sanidad ninguna le conseguirá. Y así, Pármeno, me despido de ti y de este negocio.

PÁRMENO.- (Ensañada está mi madre: duda tengo en su consejo. Yerro es no creer y culpa creerlo todo. Mas humano es confiar, mayormente en ésta que interés promete, a donde provecho nos puede allende de amor conseguir. Oído he que debe hombre a sus mayores creer. Esta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio. La paz no se debe negar: que bienaventurados son los pacíficos, que hijos de Dios serán llamados. Amor no se debe rehuir. Caridad a los hermanos, interés pocos le apartan. Pues quiérola complacer y oír.) Madre, no se debe ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo, sino raras veces por la ciencia, que es de su natural comunicable y en pocos lugares se podría infundir. Por eso perdóname, háblame, que no sólo quiero oírte y creerte; mas en singular merced recibir tu consejo. Y no me lo agradezcas, pues el loor y las gracias de la acción, más al dante que no al recibiente se deben dar. Por eso, manda, que a tu mandado mi consentimiento se humilla.

CELESTINA.- De los hombres es errar y bestial es la porfía. Por ende gózome, Pármeno, que hayas limpiado las turbias telas de tus ojos y respondido al reconocimiento, discreción y ingenio sutil de tu padre, cuya persona, ahora representada en mi memoria, enternece los ojos piadosos, por donde tan abundantes lágrimas ves derramar. Algunas veces duros propósitos, como tú, defendía; pero luego tornaba a lo cierto. En Dios y en mi ánima, que en ver ahora lo que has porfiado y cómo a la verdad eres reducido, no parece sino que vivo le tengo delante. ¡Oh qué persona! ¡Oh qué hartura! ¡Oh qué cara tan venerable! Pero callemos, que se acerca Calisto y tu nuevo amigo Sempronio con quien tu conformidad para más oportunidad dejo. Que dos en un corazón viviendo son más poderosos de hacer y de entender.

CALISTO.- Duda traigo, madre, según mis infortunios, de hallarte viva. Pero más es maravilla, según el deseo de cómo llego vivo. Recibe la dádiva pobre de aquél que con ella la vida te ofrece.

CELESTINA.- Como en el oro muy fino labrado por la mano del sutil artífice la obra sobrepuja a la materia, así se aventaja a tu magnífico dar la gracia y forma de tu dulce liberalidad. Y sin duda la presta dádiva su efecto ha doblado, porque la que tarda, el prometimiento muestra negar y arrepentirse del don prometido.

PÁRMENO.- ¿Qué le dio, Sempronio?

SEMPRONIO.- Cien monedas en oro.

PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!

SEMPRONIO.- ¿Habló contigo la madre?

PÁRMENO.- Calla, que sí.

SEMPRONIO.- ¿Pues cómo estamos?

PÁRMENO.- Como quisieres; aunque estoy espantado.

 

SEMPRONIO.- Pues calla, que yo te haré espantar dos tanto.

PÁRMENO.- ¡Oh Dios! No hay pestilencia más eficaz, que el enemigo de casa para empecer.

CALISTO.- Ve ahora, madre, y consuela tu casa y después ven y consuela la mía.

CELESTINA.- Quede Dios contigo.

CALISTO.- Y él te me guarde.