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Música y Músicos Portorriqueños

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CAPÍTULO XIV

PAOLI, ANTONIO
tenor dramático

Este, nuestro gran tenor, que merecidamente ha alcanzado fama mundial y cuya gloria artística es timbre de honor para Puerto Rico, nació en Ponce, en el año 1873.

Con su hermana Amalia se trasladó, en 1885, a la Corte de España, en donde, por mediación de la Infanta Isabel, gran protectora del arte y de los artistas, que siempre tuvo, y tiene aún grandes distinciones para Amalia, (le fué presentada por la señora Duquesa Viuda de Bailén) obtuvo de la munificencia Real, una plaza de pensionado en el Real Monasterio del Escorial, similar a la que también le otorgaran a su otra hermana, Rosario, ya fallecida, para el Real Colegio de niñas de Leganés.

En 1892, terminados los estudios de segunda enseñanza que hiciera en el citado Monasterio, bajo la dirección de los PP. Agustinos, empezó a estudiar la carrera militar, que no era muy de su agrado, hasta que habiendo recibido Amalia, que se encontraba en Milán, año de 1895, una carta del que había sido su primer maestro de canto en Madrid, Napoleón Verger, célebre barítono, avisándole que la casualidad le había hecho oir a Antonio, en el cual encontraba una voz muy buena y digna de ser educada en Italia, trasladándose aquella a Madrid, obtuvo, como siempre, una audiencia de la magnánima Infanta Isabel, quién, después de oir a Paoli, obtuvo de nuevo que la Reina Regente doña María Cristina, enviase a Antonio pensionado a Italia, lo que efectuó después de una corta tournée, por el Norte de España, en compañía del célebre bajo caricato del teatro Real de Madrid, Antonio Baldelli.

En 1897 empezó sus estudios los que, como elegido al fin, terminó en dos años, cabiéndole la gloria de hacer el debut, año de 1899, en el teatro de la Gran Opera de París, con Guillermo Tell, alcanzando tal éxito, que desde entonces fué calificado por la crítica, como tenor de primera línea, haciendo de su vida artística un paseo triunfal por todos los grandes teatros de Europa y América.

De París marchó a Londres, en 1900, contratado para la temporada del Covent Garden.

Las añoranzas del suelo nativo le hicieron venir a la Isla, el año 1901, en la que ofrendó al Supremo Hacedor, desde los coros de Catedral y San José, las primicias de las audiciones, pues Paoli es un fervoroso católico. Después organizó conciertos en Ponce, San Juan, Arecibo y otras importantes ciudades, con el único objeto de que sus paisanos apreciasen las bellezas de su voz, tan aplaudida por los públicos de París y Londres.

Prosiguiendo la excursión por América, visitó a Caracas, la Habana y New York, retornando a Italia, en 1902, y volviendo el mismo año a los Estados Unidos, con el célebre maestro Mascagni. Entonces cantó, con gran éxito, en New York, Boston y Filadelfia, siendo Il Pagliasi la ópera favorita de esa temporada.

La del 1903 la hizo en el teatro Fenice, de Venecia, cantando en unión del afamado barítono Titta Rufo, las óperas de Verdi, Trovador y Otello. De Venecia pasó al teatro Pergola, de Florencia, en donde hizo furor con el Otello, terminando el año, en el Reggio teatro de Turín.

Fué contratado, en 1904, para cantar en Petrogrado, Varsovia y Moscou, las óperas Sansón y Dalila, Otello, Africana y Hugonotes, siendo en Petrogrado, felicitado por el Emperador.

Después de dar en el teatro San Carlos, de Nápoles, a principios de 1905 algunas representaciones del Otello, con éxito delirante, según las "Crónicas de Italia," que para la prensa madrileña, enviaba la ilustre escritora española Cecilia Coronado, fué, por primera vez, contratado ese mismo año, para el teatro Real de la Corte Española, en el que debutó, con Otello, cantando después, Trovador, Lohengrin y Africana.

Santiago de Chile fué su campo de acción en 1906, y al regresar a Milán, fué inmediatamente contratado para Odessa y de aquí para Nápoles.

Contratado expresamente para inaugurar el teatro Colón de Buenos Aires, con Otello y Sansón y Dalila, cautivó permanentemente, al público argentino.

Roma y Bolonia le retuvieron durante el año de 1908. En el Politeama, de Boloña, cantó con Amati, el Trovador proclamándole la prensa boloñesa, como el primer tenor del mundo. En ese mismo año hizo temporada, con su hermana Amalia, en Bagna Cavallo, importante población cercana a Roma, cantando, entre otras óperas, Lohengrin.

Para los grandes conciertos que anualmente se celebran en el teatro Kursall, de la aristocrática ciudad veraniega de Ostende, fué contratado en 1909, siendo nuevamente consagrado tenor mundial por el selecto público que, a precios fabulosos, acaparaba las localidades.

En marzo de 1910 recibió la confirmación de "primo tenore", en el gran teatro de la Scala de Milán, debutando con Sansón y Dalila. La severa crítica milanesa sólo tuvo para él frases de elogios.

Aida, Lohengrin y Otello, proporcionaron a los concurrentes del teatro Imperial de Budapest, noches deliciosas de arte, al oirlas interpretadas por, "l'enfant galí", como llamaba a Paoli, Oscar Porrán, al hacer, para Il Seccolo de Milán, las reseñas de la temporada de 1911 en la capital de Hungría.

En noviembre de ese mismo año, fué nuevamente contratado por la empresa del Real de Madrid, en cuyo teatro tuvimos la fortuna de oirle cantar Hugonotes, en la tarde del 8 de diciembre.

Paoli, que sin estar orgulloso de sus méritos, sabe aquilatarlos para realizar el puesto que, merecidamente ocupa, es bastante refractario a la previa reclame, circunstancia que, en más de una ocasión, le ha hecho ser juzgado desfavorablemente. Esto, unido que al escriturarse, impuso hacer el debut con Hugonotes, ópera que, por entonces, no agradaba al público madrileño, fué causa de juicios contradictorios en las revistas teatrales que la prensa hiciera.

Pero estando Paoli convencido de que en el Raul de Hugonotes, a excepción de Tamagno, no tenía rival, continuó las representaciones de dicha ópera basta obtener del público concurrente a la tercera representación, que conmovido por la manera inimitable con que expresó el raconto del primer acto, le aclamase delirantemente, haciéndosele visar.

Paoli es tenor dramático absoluto. Su voz clarísima, de timbre cálido, completamente igual en volumen y colorido de todos los registros, adquiere sorprendente vigor en los agudos, sobre todo al filar las cadencias. Su apuesta y arrogante presencia en la escena complementa al artista.

En 1912, con motivo de haber oído el Kaiser Guillermo, de Alemania, un record del Otello, impresionado por Paoli, le llamó por telégrafo para que diese ocho audiciones en el teatro Imperial.

De Alemania pasó, por dos meses, contratado a Buenos Aires, y en 1913 fué escriturado para Barcelona.

Cuando en 1914, se disponía a aceptar una contrata para Rusia, surgió de improviso la funesta y horrible guerra, que actualmente devasta el suelo europeo, y hubo de quedarse, como la mayor parte de los artistas, retirado en el hogar, ya que él por su condición de extranjero perteneciente a una nación neutral, España, no ha tenido que tomar las armas, como le ha ocurrido a otros de su misma talla.

Afortunadamente, su posición económica, desahogada, pues los records fonográficos le producen una buena renta, le permite vivir descansadamente sobre los laureles ganados en su carrera triunfal.

CAPÍTULO XV

RAMOS, ADOLFO HERACLIO
pianista-compositor

De elevada estatura, delgado, músculos vigorosos, temperamento más sajón que latino, tez bronceada, visión inquieta, cabellos ensortijados, amplia boca de labios gruesos-carceleros del tabaco de perilla que solamente abandonaba para comer y dormir —brazos muy largos rematados por manos gigantescas que le permitían pulsar, sin esfuerzo, la undécima nota de la gamma del piano, de porte elegante al presentarse en sociedad, que contrastaba con su desaliño ordinario, tal fué la personalidad física de Heraclio Ramos, a quien conocimos en su Villa natal, Arecibo, en 1888.

La psíquica, intelectualmente, denotaba inteligencia espontánea que acrecentó con la lectura analítica de obras literarias, de buena cepa, españolas, inglesas y francesas, cuyos idiomas poseía.

Moralmente y en concordancia con su temperamento artístico, era amante apasionado de lo bello y de lo bueno, sin que el genio del mal conturbase su conciencia, ni los embates de las pasiones socavasen la pureza de sus ideales.

Nacido en una época en que las diferentes clases sociales tenían linderos bien demarcados, sus méritos artísticos le permitieron franquearlos todos, aunque con reservaciones… que nunca pretendió traspasar.

Su padre Juan Inés, músico procedente de la banda del regimiento de Granada, fué su preceptor elemental de arte lírico, y el maestro alemán Mello, quién lo iniciara en el estudio de la composición y alta escuela de piano.

Las naturales disposiciones, dirigidas por la buena escuela, contornearon su modalidad artística, que adquirió gran realce, cuando por la perseverancia en el estudio y a los 18 años, orló su frente con laureles adquiridos en público certámen.

Como pianista superaba a Tavárez en mecanismo, el cual, casi sin hipérbole, tenía similitudes con el pasmoso de Listz, cuyas obras, así como las de Talberg, Proudent y Gottschalk constituían su repertorio del género brillante. En el clásico, Bach, Hayden, Shumann y Chopín, ocupaban el puesto de honor. Las fugas del primero y los valses del último, los interpretaba con ejecución limpia, precisa y elegante.

 

Aquellas manazas, que en los fortissimos y crescendos producían sonoridades cual si pulsaran simultáneamente varios teclados, en los diminuendos y pianissimos, herían las teclas, con tal delicadeza, que percibíanse los sonidos, como el rumor de besos entre brisas y flores.

Aunque conocía a los clásicos, daba preferencia a la música brillante, y más especialmente a las fantasías y variaciones, para desarrollar sus pensamientos musicales.

Como preceptor de piano, era muy cuidadoso en todo lo concerniente al mecanismo, pero algo descuidado en la interpretación. Además solía abstraerse con frecuencia, ora vagando por las regiones del ensueño, ora con la lectura de algún libro o periódico, haciendo caso omiso de las incorrecciones en que incurriera el alumno a quien estaba dando lección.

Compuso unos estudios didácticos para octavas que fueron premiados en Roma.

Muchas fueron sus producciones, de las que pocas llegaron a publicarse, y en casi todas, la exhuberancia de floración encubría la endeblez del tronco. Sin embargo nos dió a conocer algunas, que revelaban ideas temáticas bien pensadas y mejor desarrolladas, como la sonata en la bemol, cuyo andante expresivo y allegro con fuocco finale tenían factura similar, aunque sin plagios ni siquiera reminiscencias, a los del "Rayo de Luna" de Beethoven. Esta sonata nos la hizo oir varias veces en el piano de la familia Correa de Arecibo, y además, un día, nos dejó examinar la partitura original, hecha con lápiz. Por cierto, que nos hemos cansado de indagar, donde o quien pueda poseerla, sin resultado. De encontrarla la editaríamos, pues merece ser conocida por los inteligentes.

Su primer lauro lo obtuvo en la Feria-Exposición, que en 1854 se efectuó en San Juan, por unas variaciones sobre motivos de la polka favorita de la famosa cantante Jenny Lind. En la de 1860, le adjudicaron medalla de oro y diploma por otras variaciones, para piano, sobre motivos del Carnaval de Venecia. Y en el certámen de Santa Cecilia, efectuado en 1865, conquistó la medalla de oro y diploma, asignada como premio, por su fantasía para piano El Ave en el Desierto. Poco después obtenía en Roma, mención honorífica de primer grado por los referidos estudios didácticos.

Una de sus últimas composiciones, que publicó fueron los aires del país, divididos en dos series.

En ellos tuvo la habilidad de transcribir los cantos más típicos de nuestros jíbaros, presentándolos tal como estos lo ejecutan en tiples y bordonúas, los que, después, empleó como temas para desarrollar variaciones, en las que, hay más de gimnasia mecánica, que de novedades en la construcción.

El tema de danza con que empieza la primera serie, y que repite al final de la misma, no es original, sino una adaptación, con aditamentos de floreos, de la bella romanza, Di Provenza il mar il suol… que canta el barítono en la ópera Traviata.

Heraclio Ramos era muy aficionado a esta clase de adaptaciones, tal vez influído por el gusto de la época en la que, como lo hemos dicho ya, privaba mucho el género de fantasías y variaciones sobre temas de óperas.

Esto no quiere decir que careciera de originalidad, por el contrario era un melodista inspiradísimo, como lo atestiguan las muchas danzas, polkas, valses, lanceros y demás obras del género bailable y algunas características del piano, que compuso.

Tales son a grandes rasgos los méritos artísticos del pianista-compositor arecibeño, que pobre y casi oscurecido, después de haber ocupado puestos prominente entre los artistas de mérito, falleció, tal vez de nostalgia, el 22 de abril de 1891.

Su memoria debe siempre ser enaltecida, dedicándosele una página en nuestra historia musical.

CAPÍTULO XVI

TAVÁREZ, MANUEL G
pianista-compositor

Al evocar la personalidad artística de Tavárez para hacer su biografía crítica, temo, no sin fundamento, que en vez del alto relieve que merece, resulte una profanación el diseño que mi pluma trace.25

Aliéntame, no obstante, la idea de que, la incorrección de líneas, oscuridad del bosquejo, y la falta de tono en el conjunto, podrán muy bien subsanarse, con solamente traer a la vista o hacer oir a cualquiera que comprenda el arte, la mas sencilla de sus composiciones.

Antes de ocuparme de estas, trazaré a grandes rasgos la historia de su vida.

Vino a ella en San Juan, el 28 de noviembre de 1843. Fueron sus padres, Don Manuel Alejandro, súbdito francés, tenedor de libros de la farmacia de Mr. Micard y algo inteligente en música, y doña Juliana Ropero, portorriqueña.

Desde niño reveló grandes disposiciones para la música, y, especialmente, para el piano, el que empezó a estudiar con Don Juan Cobrizas, catalán y profesor el más afamado de la época, recibiendo algunas lecciones de armonía, del organista de catedral Don Domingo Delgado.

A los 15 años se trasladó a Europa, con recursos que le proporcionaran algunos de sus admiradores y la Sociedad Económica de Amigos del País, e instalándose en París, logró ser admitido en el Conservatorio, que por entonces dirigía el Maestro Auber, después de haber hecho a satisfacción los exámenes de ingreso. Fueron sus profesores: Auber, de armonía y composición; y Mr. D'Albert, de piano.

Encontrando en París el medio ambiente adecuado para desarrollar sus grandes facultades artísticas, al poco tiempo de estudios, se hizo notar, entre la balumba de alumnos, que en pos de la gloria acuden a aquel gran templo de Euterpe. Pero la fatalidad o la desgracia, compañeras inseparables de los artistas, le obligó retornar a su país al año de su partida, por efecto de una grave enfermedad que le dejó atrofiados para siempre el oído y mano izquierda, precisamente, la mano en la que, como pianista, no hubiera tenido rival, por la asombrosa destreza que, aun medio paralítico, conservó hasta la muerte.

De nuevo entre nosotros y después de una serie de conciertos que diera por toda la Isla, se estableció en San Juan, como profesor, trasladándose después a Caguas y fijando, definitivamente, su domicilio en Ponce.

Creo oportuno referir una anécdota de cuando ejercía en San Juan la profesión.

En el colegio que en la calle de la Fortaleza tenía establecido, por entonces, el profesor de instrucción, ya fallecido, Don Adrián Martínez Gandía, daban clases de piano, elemental y superior, un danés, cuyo nombre no recuerdo y Tavárez.

La casualidad les reunió de visita una noche en el colegio, y, después de haber lucido ambos sus habilidades como ejecutantes, recayó la conversación sobre la dificultad en el repentizar.

El danés afirmó: "Siempre que no sean piezas de dificultad extrema en su parte mecánica, yo las leo a primera vista". Tavárez, por toda contestación, llamó a un sirviente y le mandó a comprar dos cajetillas de cigarrillos de las que entonces traían impresos, al exterior y en notas muy pequeñas, trozos de danzones y guarachas cubanas, encargándole fuesen de música distinta.

En su poder las cajetillas, vació una y, desdoblando el papel, lo puso en el atril del piano diciéndole al danés: "¿Se atrevería a repentizarla?"

Este, sin vacilación, se sentó frente al piano leyéndola correctamente, si bien, el sabor criollo de la danza, no resultase del todo. Al terminar de repentizarla, tomando la otra cajetilla la presentó a Tavárez para que hiciese lo propio.

Tavárez, colocándola en el atril de manera que las notas quedasen en sentido inverso, no tan solo la repentizó, sino que, al repetirla, le improvisó unas variaciones que, aplaudidas frenéticamente por los concurrentes hicieron exclamar al danés: "Hasta ahí no llego yo."

En la sociedad ponceña, en aquella época, una de las más filarmónicas de la Isla y tal vez la única en donde los artistas, con más o menos apasionamiento, eran considerados y protegidos, fué acogido Tavárez con simpatías extraordinarias, que se trocaron en culto fanático a medida que sus producciones y cualidades de pianista fueron debidamente apreciadas.

La típica indolencia del carácter criollo, el maléfico influjo de falsos admiradores que constantemente le asediaban y su salud, siempre resentida desde que sufriera, en París, el primer ataque de parálisis, fueron factores importantísimos en el resultado de sus labores como maestro, porque, pudiendo haber hecho muchos y magníficos pianistas, pocos de sus discípulos pudieron recoger el fruto de lecciones cuyas intermitencias eran muy frecuentes.

En la tarde del 1º de julio de 1883, al cumplirse el año de haber obtenido, uno de sus mayores triunfos, en la Feria-Exposición de Ponce, la medalla de oro y diploma de honor, por su gran marcha para orquesta titulada "Redención" fué cortado, por la parca inexorable, el hilo de su corta existencia, pues no había cumplido aún los 40 años.

La noticia de su muerte causó profunda consternación en Ponce. El pueblo ponceño le tributó los honores póstumos más grandiosos que se recuerdan en aquella ciudad.

Los pianos enmudecieron por algunos días. El cadáver fué embalsamado y puesto en capilla ardiente en los salones del Orfeón Ponceño. Los balcones de las casas por donde pasó el entierro estaban enlutados, y uno de sus discípulos predilectos, que después ha alcanzado gran renombre y que por entonces era un niño, Paco Cortés, fué el único que se atrevió a pulsar el teclado del piano, para despedir los despojos mortales de su inolvidable preceptor, tocando, desde el balcón del Casino de Ponce durante el paso del cortejo fúnebre, las notas patrióticas de la marcha "Redención." Examinemos ahora sus méritos como pianista.

Juzgar a un pianista en una sola audición, cuando el oyente, ni por su edad ni por su pericia estaba en condiciones de hacerlo, pudiera considerarse insania u osadía si no fuera porque la impresión producida, fonografiada en el cerebro, permitiera traerla nuevamente al oído para formular opinión, cuando, por la experiencia, se creyese autorizado. Ese es mi caso actual.

Ansioso por oir a Tavárez cuyas danzas eran para mí la fiel expresión de los ensueños de mi juventud, hice, con tal objeto, un viaje a Ponce, en agosto de 1880.

Después de varias visitas a su hogar, sin resultado, pude obtenerlo una noche en el café de Las Delicias, en el que, cuando estaba de vena, hacía las idem del público.

Para ello tuve que esperar basta hora muy avanzada y someterme antes al cruel martirio de hacerle oir un mamarracho, que, con el nombre de danza, le había dedicado desde San Juan. Terminada ésta y como expoliado por el buen deseo y ferviente adoración que mis pobres notas expresaran, mandando cerrar el Café (serían las dos de la madrugada) en el que únicamente permanecían cuatro personas, sentándose al piano, dió comienzo a la audición más genial que, en sus recuerdos artísticos, conserva mi memoria.

Casi era imposible seguir las huellas del torrente de armonías que sus pequeñas manos arrancaban al teclado.

La balada en Sol menor de Chopín, su autor favorito, y cuyo estilo, apasionadamente poético tomara por modelo para sus composiciones; la gran marcha de Gottschalck, obra póstuma dedicada al emperador del Brasil, en cuyos moldes vaciara dos años después, su marcha Redención; la Rapsodia No. 2 de Listz, cuyas dificultades de mecanismo y expresión bordaba con maestría; un andante appasionato y allegro scherzando de Mendelsonn, en cuyas obras no sabemos que admirar más, si la novedad de la frase melódica o los arrebatadores efectos de la armonía, que sin llegar a las complicidades e innovaciones de Wagner, nos resulta tan elegante como la de Beethoven y menos severa que la de Bach; un dificilísimo estudio de Moscheles, seguido del andante de una sonata de Matías, y del momento caprichoso de Weber, constituyeron la primera parte no interrumpida, de aquella memorable audición.

Tras una breve pausa, pues la fiebre del arte parecía dominarle esa noche, al intérprete de los grandes maestros, sucedió el maestro de la danza regional, vaciando en raudales de sentimiento las quejas de su alma dolorida y enamorada, que no otra cosa sintetizan los cantos inmortales de Margarita, Ausencia, Melancolía, y Pobre Corazón, a las que no vacilo en calificar de romanzas criollas sin palabras.

 

Los suaves tintes de la aurora del 29 de agosto del 1880 empezaban a iluminar el claro cielo de Ponce, cuando abandonando el Café, me despedía, ¡quién había de pensarlo fuera para siempre! del maestro inolvidable cuyo magnetismo personal y artístico era irresistible.

De aquella memorable noche, ya lo he dicho antes, dado el místico arrobamiento con que le escuchara, solamente pude grabar mis impresiones para hoy, aunque sin autoridad bastante, poder decir: fué un pianista, cuya destreza técnica, poético estilo, delicada pulsación y vigoroso colorido de la interpretación, le hicieron acreedor, no ya entre nosotros, sino fuera de la Isla, al título de virtuose.

Estudiemos, ahora, el mérito de sus composiciones.

La música, psicológicamente considerada, es el arte que más poderosos medios de expresión posee para que un artista pueda establecer verdadera comunidad de ideas y de sentimientos cuando traduce, al lenguaje de los sentidos, las impresiones de su numen.

Modelado el corazón de Tavárez en los característicos afectos de la pasión tropical y desarrollado su genio artístico en el seno de la nación francesa, conquistadora de los derechos del hombre que trazaron a la conciencia religiosa de la humanidad el nuevo cauce por donde hoy dirige sus corrientes, el del amor y fraternidad universal, no pudo menos que recibir intensa sensación de dolor, cuando al regresar encontró a la pobre islilla, cual barquichuelo en los mares polares, aprisionada, moral, política e intelectualmente, por los grandes bloques de hielo del coloniaje y de la esclavitud.

De ahí, el tinte nostálgico, acentuadamente melancólico, ya que no doloroso, de los pensamientos melódicos de sus composiciones, cuando con las danzas expresa los ensueños y decepciones de amor; con los caprichos característicos, la idiosincracia del carácter nativo; y, con las piezas de género, los ideales de libertad bajo la égida de nuestra antigua metrópoli, admirablemente expuestos en el hermoso conjunto armónico de su gran marcha Redención.

Todas sus composiciones, las que en su mayor parte catalogamos en la sección correspondiente de este libro, están construídas dentro de los preceptos más rigurosos de la composición. Entre otras, la marcha Redención revela la profundidad de conocimientos, pues el canon final está magistralmente hecho.

De su Vals de Concierto para la mano izquierda, decía la Gazetta Musicale de Firenze en su número del 1º de noviembre de 1879, "que revelaba extraordinaria actitud, Tavárez, para escribir obras de piano con gusto, sentimiento y verdadero carácter", añadiendo que "tan notable vals era una gran composición de concierto, de muchísimo efecto."

Para terminar, ya que no tenemos a la vista para juzgarlas todas sus composiciones, diremos que brilló a gran altura como compositor de estilo propio, siendo sus obras las que harán sea reverenciado su nombre, en la historia del arte portorriqueño.

25Publicada en la edición de junio 30, 1904, La Correspondencia, San Juan, P. R. – F. C.