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Música y Músicos Portorriqueños

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CAPÍTULO IX

MARTÍNEZ PLÉE, MANUEL
violinista

Si en alguna ocasión es de sentir la carencia de profundos conocimientos psicológicos y de gran estilista, es, cuando, como en el presente caso, se intenta hacer la biografía de un artista, que es, de los de más alto temperamento que se han producido en Puerto Rico.

La figura artística de Martínez Plée es dual; porque si grandes son sus méritos como violinista, no menores los posee como literato, y si a ellos unimos las genialidades de su carácter y no olvidamos los rasgos fisonómicos de los que, un pintor podría hacer meritísima cabeza de estudio, nos encontramos perplejos, ya que no incompetentes, para delinear, siquiera, el contorno de su personalidad.

"Cabeza de estudio" hemos dicho, porque, efectivamente, en todos y cada uno de los rasgos, encontramos, cada vez que tenemos la oportunidad de departir con él, algo que nos induce a la meditación.

Frente amplia, ángulo facial circásico, cráneo abultado, en su primer tercio reluciente y el resto poblado de guedejas que, como las del rostro, tienen, prematuramente, el tinte gríseo, de los cielos invernales; ojos, a los que sirven de atalayas cejas de finos trazos, no muy grandes y cavernosos, cuyas negras pupilas tienen, de ordinario, el plácido rutilar de las estrellas, y cuando se dilatan por efecto de la emoción estética, adquieren el fulgor hipnótico de los del león en plena fiebre; pómulos ligeramente pronunciados, nariz dilatada y labios reveladores de un temperamento pasional, son los detalles de esa cabeza, que, repleta de fósforo y de fibras nerviosas delicadísimas, tiene como soporte un cuerpo de mediana estatura y complexión muscular vigorosa, haciéndonos recordar, el conjunto, las figuras simpáticamente majestuosas de los patriarcas bíblicos.

Martínez Plée nació en la Carolina, el 24 de agosto de 1861. Su nostálgica indolencia pone de manifiesto su procedencia criolla, pues su señor padre era también portorriqueño, heredando de su madre doña Delia, de origen francés, los tesoros morales de la Fé y amor a la Libertad.

Don Ruperto Rivera Colón, fué su preceptor de instrucción elemental, y las selectas bibliotecas de New York, en donde residiera por más de 20 años, las que, con sus colecciones de obras maestras, leídas y meditadas asíduamente, le hicieron obtener, per se, el título de literato, que le reconocen los intelectuales.

Le son casi familiares las literaturas latina, española, francesa e inglesa; los poetas y filósofos griegos le seducen, y, en su prodigiosa memoria, tiene catalogadas las síntesis de las obras contemporáneas de mayor renombre.

Sus amigos inseparables son el violín y los libros.

Rápido en la concepción, lo es más para asimilarse ideas que, después de analizadas, las adapta a su criterio, forjándolas de nuevo con modalidades de expresión conceptuosas, concisas y originales.

Su estilo es tan ameno, por las bellas sutilezas que emplea en la descripción e ingenuidad con que instruye, que basta ver su firma en un artículo para leerlo con gran interés. En la controversia muéstrase, unas veces hiperbólico, otras, cúltamente mordaz, sobre todo, cuando la argumentación contraria no es sofisticada.

En San Juan cursó la teoría musical, solfeo y rudimentos del violín, trasladándose después a Caguas, en donde, D. Mauricio Álvarez, modesto y notable violinista, que por largos años se dedicó a la profesión – vive aún dirigiendo la farmacia de su hijo D. José – le inició, con maestría, en los secretos del arco y pulsación de tan difícil instrumento.

Tras de una temporada de residencia en Humacao, en donde su corazón recibió las primeras impresiones de un amor purísimo que, irrealizado, tal vez influyera en el pesimismo y dualidad que se nota en su carácter, marchó a los Estados Unidos, y, en New York, a la par que nutría su inteligencia con el néctar del saber, con Mr. E. Remenyi, gran violinista húngaro, adquirió el dominio del instrumento que inmortalizó a Paganini.

Las audiciones constantes de los grandes artistas que sin cesar visitan la Babel americana, completaron su educación musical.

En New York formó parte de las mejores sociedades artísticas, siendo su nombre conocido y justamente apreciado. Allí, nuevamente el amor se interpuso en su camino y contrajo matrimonio, del que tiene una hija, que parece haber heredado su temperamento e inteligencia artística, y cuya educación preocupa hondamente a nuestro biografiado.

Durante su larga ausencia del país natal, éste ignoraba tener un hijo que le honraba en el extranjero, hasta que la atracción de su doble amor filial le hizo aparecer entre nosotros, cual bohemio errante que añora con el arte mágico de su violín las tristezas y ensueños de su perdida patria, dándose a conocer en la plenitud de sus facultades.

En el violín es un virtuose, que burila la frase, destaca con precisión y claridad los pasajes más difíciles, y, aun cuando para el colorido de emisión prefiere los tintes crepusculares a los del sol en el zenit, no por eso dejan de ser vigorosos los sonidos.

Para apreciar todo su valer artístico, hay que estar cerca de él cuando interpreta. Ruge, canta, increpa, llora; su alma experimenta y trasmite todas las sensaciones que conmovían al autor en la concepción y que él, en plena fiebre de interpretación, reproduce fielmente.

La dualidad de su carácter le hace a veces incomprensible.

Escolástico e idealista por convencimiento, muéstrase en ocasiones, racionalista con tendencias al materialismo.

Amante apasionado de la forma clásica, para las manifestaciones del arte absoluto, ha roto lanzas en defensa de la libertad de expresión.

Sinceramente cristiano, las contrariedades y luchas de la vida, le hacen no desdeñar el fatalismo musulmán.

Noblemente bohemio en la práctica del bien, se reprocha a sí mismo el haberlo ejercido.

Generoso, en demasía, para cimentar prestigios, cuyas procedencias no siempre escudriña, por cualquier nimiedad trata de derrocarlos cáusticamente.

Su temperamento le hace vivir en pleno cielo de ilusiones, pero el pandemonium de su cerebro lo lleva a sufrir las oscuridades del pesimismo.

Ha concebido obras literarias y didáctico-musicales de altos fines, pero al darles forma, o las ha dejado en floración, o, después de acabadas, permanecen ocultas en los anaqueles de su biblioteca.

Es un valiente-tímido, capaz de todo, y que por su vacilar constante, ha perdido grandes oportunidades favorables a su bienestar y gloria.

A pesar de eso, la chispa de su genio, como la del rayo en medio de la tempestad, brilla refulgente y con luz propia, en el cielo del arte, siendo una de las legítimas glorias portorriqueñas.

CAPÍTULO X

MISLÁN, ÁNGEL
instrumentista

Nacido en San Sebastián del Pepino en el año de 1862, murió en Barceloneta el 1º de Febrero de 1911, en plena edad viril y cuando por la madurez de su cerebro podía ofrecernos sus mejores frutos.21

Para hacer siquiera un esbozo de la personalidad artística de Angelito, como familiarmente se le llamaba, requierense profundos conocimientos psicológicos de que carece el que estas líneas traza, pues radicando en el alma el origen de todas las producciones humanas, es innegable que existe una relación entre aquellas y la idiosincracia o carácter del que las produce, relación que el análisis psicológico descubre en sus mínimos detalles, sobre todo, cuando se trata de producciones artísticas en que la expresión del sentimiento se exterioriza con mayor vigor.

Si prescindiendo de las características individuales analizamos las producciones exclusivamente por su forma y técnica, tropezamos, en las artísticas, con la dificultad del medio ambiente en que la mayor parte de nuestros artistas se han desarrollado; y al decir artistas no quiero referirme solamente a los músicos, pues si exceptuamos la poesía o literatura en general, las demás artes permanecen en pañales por la falta de centros docentes, pues de haberlos tenido, las excepcionales aptitudes del pueblo portorriqueño hubiesen alcanzado y alcanzarían al presente, en número no escaso, altas finalidades de gloria universal.

Duchesne, Balseiro, Mislán, Ríos Ovalle, Manuel Tizol, Márques, Kington, Madera, Porrata Doria, Emilio Dávila, en la música; Pou, López de Victoria, Vélez, Medina, Ríos, en la pintura; Nadal, Montesinos, Vélez López, en la escena, son, entre otros, dignos de citarse como ejemplo, para corroborar la afirmación, pues si con su sólo esfuerzo han llegado a alcanzar, unos más que otros, puesto de honor en el cuadro de nuestras pequeñas glorias, desarrolladas y pulimentadas sus obras por medio de la técnica profunda, sus nombres, traspasando los límites estrechos de la Isla, hubiéranse sumado, a los de Tavárez, Campos, Paoli, Gonzalo Núñez, Martínez Plée, Arteaga, Chavier, Oller, Campeche, Cuchí, García Molina, Astol y algunos más, aplaudidos y reputados en el exterior.

Que el temperamento artístico predomina en Puerto Rico, todo el mundo lo reconoce; pero en lo que al musical atañe, tengo para mí, que Mislán, Kington, Balseiro, Miranda, Cruz Verar y Tizol son los más altos que ha producido el país en los últimos lustros del siglo XIX.

Todos han dominado la mecánica de sus instrumentos favoritos; unos, intuitivamente; otros con más o menos conocimientos de la preceptiva, han vertido a raudales la inspiración que el Divino Artista les donara; y sin que a ninguno se le pueda adjudicar, sin reproches, el anhelado calificativo de maestro, todos son merecedores, no tan sólo del aplauso público, si que también de que al morir les dediquemos las siemprevivas del recuerdo, ya que, en sus producciones, expresaron e hicieron sentir las dulces vibraciones de la música regional.

 

Antes de proceder al análisis crítico de los méritos artísticos de Mislán, creo pertinente explicar las precedentes manifestaciones, pues podría argüirseme que doy demasiada importancia a los temperamentos no pulimentados con el estudio, así como a la música regional circunscrita, hasta hoy, a los estrechos límites del género bailable.

Si el temperamento, aptitud o inspiración, como quiera llamársele a la disposición natural o facultad para producir espontáneamente, no constituye de por sí, lo que en sentido absoluto se denomina arte, es innegable, que, como dice Toussenet, "el arte es la encarnación del ideal". Y siendo su principal tendencia la de excitar en el alma el sentimiento de la bello, ideal, belleza, arte son la expresión de una verdad, don que no poseen al nacer todos los seres humanos y por lo tanto, no se produce el ideal por mera reflexión ni mucho menos por la imitación o aplicación de artificiosos procedimientos.

La música es la expresión del sentimiento. Lo que ella expresa es la misma alma en lo que tiene de más íntimo y profundo; y las expresiones del alma no pueden supeditarse en absoluto a reglas o preceptos que en algunos casos cohibirían la espontánea veracidad.

La preceptiva del arte completa la finalidad estética. Ella constituye la relación indispensable entre la ciencia y el arte, ya que todo arte supone la selección de aquella parte necesaria de la ciencia para averiguar de qué condiciones dependen los efectos que desea producir.

Más, por el hecho de que una producción carezca, en más o menos proporción, de la preceptiva, o esté defectuosa, ¿vamos a descalificarla como artística, cuando por su expresión, excita en el alma el sentimiento de lo bello y de lo bueno?

Y si los defectos u omisiones tienen por causa, no la negligencia, sino la falta de dirección para ajustar y corregir ¿debe desalentarse con el desdén o la censura acerba, a los que por medio de su facultad creadora, per se, saben conmover las fibras del sentimiento?

¿Por qué la humilde violeta no adquiere en su desarrollo el vigor y proporción del rosal o de la magnolia, dejará de ser grata la delicada suavidad de su perfume? ¿La dalia que encanta por la hermosura de su forma, posee alguna cualidad esencial que permite recordarla cuando se deshoja?

La preceptiva escueta es la dalia sin aroma.

La inspiración, por libre que se manifieste, siempre que sea genial, es la esencia de la Divina Flor, que excita, subyuga, conmueve y arroba el sentir de las almas.

Aunque la música es el idioma universal, cada raza, nación o pueblo tiene su forma característica de expresión cuyas diferencias, al constituir lo que llamamos estilo o escuela, no se circunscriben solamente a las composiciones libres en las que el temperamento colectivo puede mantenerse en toda su amplitud sin las trabas de una rigurosa técnica; también en las obligadas o severas, que generalmente son las que entran en el cuadro de la música religiosa o sagrada, puede apreciarse la influencia del medio ambiente social, político y religioso de cada pueblo.

A medida que esas diferencias se destacan con mayor claridad, la música, acentuándolas, les dá marcado sabor local o regional, dentro de la variedad de géneros de las composiciones libres, siendo las más adecuadas para el caso, las teatrales, populares (canciones, coros, madrigales, etc.) y los bailables.

En Puerto Rico, las diferencias que acabo de exponer, solamente han podido sintetizarse, hasta ahora, en la danza; y si hemos de ser veraces, su característica regional se manifestó no hace muchos años, cuando Julián Andino innovó la variedad rítmica del acompañamiento; y más principalmente, cuando Tavárez y Campos la elevaron al rango de verdadera composición. El primero con su portentosa inspiración saturada del sentimiento de la época, y Campos, agitado su vigoroso genio por las luchas y pasiones de su tiempo, encarnando en sus danzas inmortales el alma colectiva del pueblo portorriqueño, formando ambos, los dos estilos principales que sirven de guía a los jóvenes cuando se inician en los trabajos de la composición.

Mislán estudió con su padre, el solfeo y la mecánica del clarinete y del bombardino; pero cuando fallecido aquel se vió constreñido, muy joven aún, por las apremiantes necesidades de la vida, a invadir el campo de la profesión, la carencia de medios extraños para salir airoso en sus empeños artísticos hízole, unas veces con preparación otras improvisadamente, practicar la mayor parte de los instrumentos, incluso el típico cuatro, que pulsado por él, semejaba los dulces sonidos del arpa eólica.

Su instrumento favorito, en el que no tuvo rival, lo fué el bombardino. Aparte de la gran habilidad mecánica, dulzura de expresión y corrección del fraseo, emitía los sonidos con tal privilegio, que sobrepasando la extensión del registro agudo con claridad y robustez deliciosa, de no presenciarse la ejecución, lo que parecía oirse eran los sonidos de una flauta.

La chispa del genio que iluminaba su cerebro irradió en todos sus actos musicales. Las bandas y orquestas que dirigía, por heterogéneos que fueran los componentes, resultaban agradables, pues en el conjunto se revelaba lo genial de la dirección.

Su trato afable, modesto, simpático, que tan bien reflejan las melodías de sus danzas, le franqueaba las puertas sociales, proporcionándole, doquiera que iba, abundante trabajo profesional; pero la nostálgica indolencia de su carácter, agravada con la falsa adaptación que hiciera en sus costumbres del concepto de la vida bohemia, como también lo débil que fué siempre su voluntad para refrenar los ímpetus pasionales, que forzosamente hubieron de conducirle por senderos peligrosísimos para su salud, fortuna y fama, le hicieron vivir en constante desequilibrio económico, atrofiando prematuramente sus facultades, cuando con mayor energía debieron manifestarse.

Como instrumentista, ya lo he dicho antes, sino fué un virtuose, pues este calificativo para aplicarlo a conciencia sólo tiene una acepción, fué todo lo hábil para, en el bombardino, destacarse en el cuadro de lo corriente, ocupando el primer término. Como preceptor, trasmitía sus conocimientos con pureza, mejorándolos por medio de la observación de los métodos que empleaban otros maestros que más, afortunados, habían bebido en mejores fuentes.

Como director de orquesta de baile, estuvo al nivel de los mejores y para la organización de pequeñas bandas tenía el sentido práctico de instrumentar con arreglo al número y conocimientos de los instrumentistas.

No puede ser tan acabado ni halagüeño el juicio que voy a emitir sobre sus condiciones de compositor. Solamente puedo analizar las dos únicas danzas que publicó, pues aunque oí muchas otras, así como algunos de sus valses, mazurcas, paso-dobles y canciones jíbaras, no las tengo a la vista y el oído no es órgano apropiado para retener toda la factura de una composición musical y someterla al crisol de la crítica.

Poseyendo Mislán un alto temperamento artístico, las melodías de sus producciones resultan agradables, claras, bien combinadas y justamente equilibradas. Y como la estructura de la danza no es muy rigurosa, cuando el movimiento rítmico no es monótono y el acompañamiento del bombardino o mano izquierda del piano tiene vivacidad y elegancia, si la marcha del bajo y enlace de los acordes es correcto, aunque la factura armónica de las modulaciones y cadencias sean triviales, la variedad y expresión del pensamiento melódico cubren fácilmente la deficiencia.

De las dos que publicó, Sara es, en mi concepto, la de mejor construcción armónica; Tú y yó la de factura melódica más completa.

En Sara crea, aplica la técnica, combinada elegantes dificultades para el bombardino y revela en el ritmo la faz bohémica de su carácter. En Tú y yó la pobreza y defectos de preceptiva se manifiestan desde el paseo, y el acompañamiento carece de originalidad, resulta demasiado uniforme y con reminiscencias muy acentuadas, del que empleó Campos para Ten Piedad; en cambio su característica dulce y simpática se refleja en la melodía, correspondiendo regularmente las cláusulas del lenguaje, o mejor dicho, las cadencias poéticas con las melódicas.

Ambas se han hecho populares dando fama al autor. La una, porque la poesía (rimas de Becquer) y la música, son realmente inspiradas; la otra por ser muy bailable y tener como novedad la parte obligada a bombardino, cuya dificultad estriba en la articulación. Para mí, la belleza de Sara está en la segunda parte o frase del merengue, pues la del bombardino la califico: variación sin tema, con ritmo, distinto al de la estructura general de la danza, marcadamente bohemio, en su falsa acepción. El final de la danza es una reprise de la primera frase, cortada bruscamente.

Por la impresión de audiciones grabadas en el cerebro, puedo decir, que en Pobre Borinquen, expresa los dolores de la patria irredenta; en Recuerdos y Lágrimas, las añoranzas de perdidas dichas vibran en el sentimiento melódico; y en Ojos de Cielo, dedicada a la bella señorita utuadeña, Adela Mattei, retoñando en el alma ilusiones y espejismos de la juventud, hacen que el ideal adquiera en notas, realidad momentánea.

Ángel Mislán ha muerto pobre, pero no abandonado, pues el pueblo de Barceloneta en general y especialmente los señores Agustín Balseiro y Fernando Suria le atendieron en todo, dando a sus restos decorosa y cristiana sepultura.

Los músicos de Arecibo, que durante muchos años fueron sus compañeros en orquestas de baile, acompañados del digno vice-cónsul español Don Ángel Sáenz, jefe que fué de Angelito cuando dirigía la banda del tercer batallón de Voluntarios, vinieron expresamente a rendirle el último homenaje de amistad y compañerismo.

CAPÍTULO XI

MORELL CAMPOS, JUAN
maestro-compositor

En la hermosa Ciudad del Sur de la isla, en donde, el rítmico vaivén de las olas caribeanas, la cadenciosa ondulación de gramíneas y palmeras, el suave rumorar de frondas y arroyuelos, el centelleo del sol sobre la dilatada campiña, la placidez de las noches estivales, y la brisa refrigerante de las montañas que medio la circundan, son acentos melódicos que, contrapuntados por el espíritu luchador y progresista de los moradores, preludian fragmentos delicadísimos de la gran sonata que incesantemente entona la naturaleza en honor del Creador; en los dominios de esa bella Sultana, que tan fecunda ha sido para producir artistas; en Ponce, repetimos, nació el 16 de Mayo de 1857, el genial Juan Morell Campos, elegido por el Divino Artista para traducir en notas de inimitable expresión, las penas y alegrías, las añoranzas e ilusiones de este pedacito de tierra americana llamado Boriquén.

Sus primeros estudios de música los hizo con Don Antonio Egipciaco, y luego de haber practicado la técnica de algunos instrumentos, llegando a ser un flautista notable y a dominar, en absoluto, las dificultades del bombardino, aunque sin poseer la dulzura de tono o emisión que diera fama a Mislán, recibió algunas lecciones de armonía y composición del pianista-compositor Tavárez. Ingresando después como bombardino solista, en la banda del batallón Cazadores de Madrid, completó en ella los conocimientos de instrumentación y Dirección, la cual asumía en ausencia o enfermedades del músico mayor, Don José Valero.

Tavárez, desde las primeras lecciones que diera a Campos, reconoció la precocidad de su talento artístico, augurándole grandes triunfos; pero la inconstancia del preceptor, hizo al discípulo, cosa fácil para los elegidos, formarse solo, como ocurriera a Bach, Hayden y otros de los grandes maestros del arte.

Terminada su contrata militar, organizó en Ponce una orquesta con la cual empezó sus campañas de compositor.

Sus primeras danzas, aunque no tan bellas ni tan ricamente armonizadas como las que después se han hecho inmortales, fueron infiltrándose en el sentimiento colectivo del pueblo que ya empezaba a rendirle adoración, repercutiendo los primeros sonidos del clarín de su fama por los ámbitos de la Isla.

 

Hasta el año de 1882, puede decirse que su personalidad artística no se destacó vigorosa y radiante.

La Feria-Exposición que en ese año celebróse en Ponce, fué el campo de acción en donde, a semejanza de los griegos en los juegos olímpicos, obtuvo, los primeros laureles que orlaron su frente.

Fué dicha Feria un grandioso exponente, no tan sólo de la cultura general del país, agrícola, industrial, artística e intelectualmente considerada, sí que también una manifestación, no superada hasta hoy, de los grandes elementos, bajo todos sus aspectos, que integraban al pueblo ponceño, el cual se encontraba en el apogeo de su refinamiento social, de sus grandes iniciativas, y en donde el valor cívico en pro de las libertades políticas se manifestó, después, vigorosamente.

Juan Morell Campos, obtuvo entonces, medalla de oro y diploma de honor por su sinfonía La Lira, escrita para gran orquesta; y medalla de plata – segundo premio – en el concurso de orquestas de concierto, al que valerosamente se presentara con la que, en una semana y a instancias de sus admiradores, organizó para discutir el triunfo.

Muerto Tavárez al siguiente año de la Feria, Campos fué justamente proclamado como su digno sucesor en el reinado de la música regional portorriqueña.

Dice, Mad. Gjertz en su libro, "La música desde el punto de vista moral y religioso", "Toda expresión de belleza es un acto de amor que, a este título, solo a Dios debemos. Mientras nada amamos, creemos hacer bastante cumpliendo con nuestros deberes, si es posible cumplirlos sin amar a Dios; más, apenas enardece nuestro corazón el amor, nos sentimos inclinados a realizar mil delicadezas que salen del dominio de lo útil para constituir lo bello. Toda forma de belleza es, pues, una forma de amor. El mismo Dios nos dá un ejemplo de ello en la creación; un campo de trigo u hortaliza no nos recuerda el amor divino, como una flor. Si Dios pudiese tener deberes, el campo de trigo sería una manifestación de este deber, que consistiría en proveer a nuestras necesidades, y la flor, esta graciosa y encantadora chuchería inútil, lo que realmente es, manifestación del amor de Dios. Las bellas artes, son hijas de la necesidad que tiene el corazón humano de embellecer, es decir, de amar."

Nos ha parecido oportuno reproducir el bellísimo párrafo anterior, porque, en nuestro concepto, la fuerza avasalladora del amor, conmoviendo las fibras del corazón y agitando las células del cerebro de Campos, le hizo, con febril inspiración, producirse en toda la potencialidad de su genio.

El arte absoluto fué la síntesis de su amor, y las formas impulsivas de expresión, el amor pasional y el amor patrio.

Si Tavárez supo encarnar en sus obras el espíritu doliente, tímido y soñador del pueblo de su época, Juan Morell Campos, que floreció en otra muy distinta, condensó, con maestría, en los variados ritmos de sus danzas y en las rapsodias de sus marchas y overturas orquestales, el estado de la conciencia popular, agitada por las luchas incesantes en pro de la libertad política.

Y en cuanto a las manifestaciones del amor pasional, ¿no expresan los pensamientos melódicos de sus danzas el flujo y reflujo del inmenso océano del amor, que ora agitado por el vendaval de los celos, ora plácido y transparente tras de un coloquio, siempre está rumorante y nunca satisfecho?

Maldito Amor, Ten Piedad, Bendita Seas, Sin tí Jamás, Mis Penas, Alma Sublime, Horas Felices, Idilio, Cede a mi ruego, Dí que me Amas, Cielo de Encantos, Tuya es Mi Vida, Vano Empeño, son el compendio de la historia de amores… que, tal vez correspondidos, nunca traspasaron los linderos del ensueño.

La Lira, obertura, Saludo a Ponce, tanda de valses, Juegos florales, marcha triunfal, Puerto Rico, sinfonía, y otras composiciones didácticas, que oyéramos en su orquesta, analizadas psicológicamente, dan cabal idea de sus sentimientos pro-patria.

Sin vacilación, calificamos las obras de Campos como verdaderamente artísticas, porque responden a los principios fundamentales de la Verdad, de la Belleza y de la Bondad.

Son verdaderas, porque el pensamiento inicial, bien expuesto y mejor desarrollado por la preceptiva, expresa el sentimiento religioso del pueblo de aquella época; son bellas, porque sin prescindir de los preceptos de la composición, expanden libremente la inspiración melódica con gradaciones de tono, colorido y expresión tan sutiles y delicadas, que conmoviendo los sentimientos, los arroban y subyugan; y son buenas, porque impresionan el sentido moral, elevan el espíritu hasta las regiones del idealismo y producen siempre, en los oyentes, deliciosas y nobles sensaciones.

Morell Campos nació para el arte, vivió por el arte y murió dentro del arte.

Cultivó todos los géneros de la composición; pero el público, que en general solo conoce sus danzas y alguna que otra obra didáctica, ignora que, en el género religioso rayó a gran altura, dejando escritas, entre coros, misas, gozos, salves, letanías y plegarias, más de 60 obras, sin contar las alegorías fúnebres, muy sentidas y de gran valor orquestal.

Para la escena lírica compuso las zarzuelas en un acto. Un día de Elecciones y Un viaje por América, y otra en dos actos, titulada: Amor es Triunfo, representándose todas, con gran éxito, en el teatro La Perla de Ponce.

Además de los premios y laudos que obtuviera en la Feria del 1882, fué condecorado, en la exposición de San Juan, conmemorativa del 4º Centenario del descubrimiento de esta Isla, con diploma de honor y premio de cien pesos, por la gran sinfonía para orquesta denominada: Puerto Rico.

En 1895, el Casino de Mayagüez le otorgó diploma de Honor, por la marcha Juegos Florales, escrita expresamente para dicho centro social; y en la Exposición de Búfalo, le adjudicaron medalla de bronce y diploma por la citada marcha.

Además de ser un instrumentista notable, pues dominó la mecánica de la flauta, bombardino y contrabajo, como Maestro Director y Concertador, ha sido uno de los mejores.

Su batuta clara, enérgica, detallista, sin efectismos de mímica, pero absolutamente precisa en los movimientos, hacía que la orquesta, en crescendos y agitatos, semejase el desbordamiento de una catarata, o la placidez del remanso, en cantábiles y sostenutos. Al instrumentar, lo mismo obras propias que extrañas, aunque algo cohibido por el raquitismo de nuestros núcleos orquestales, usaba, apropiadamente, los distintos cuartetos, dando al conjunto variedad, belleza y novedad. La instrumentación de sus danzas dió a estas el carácter de composición genérica.

Maestro director y concertador de la compañía de zarzuela, empresa Bernard y Abella, marchó como tal, en excursión artística, por varias ciudades de América del Sur, hasta Buenos Aires; viaje provechoso, pues en el completó sus conocimientos.

Al volver a Ponce, reorganizó su antigua sociedad de conciertos, la Lira Ponceña, dando, periódicamente, selectas audiciones en el Sport Club y el teatro La Perla, como también en otros de la isla, pues era muy solicitada.

Su facilidad para componer e instrumentar puede, fácilmente, juzgarse por los siguientes verídicos hechos:

Estaba con su orquesta solemnizando las fiestas patronales de Barros, y, ya en plena misa del día de San Juan, cuando platicaba tranquilamente con los músicos en el antecoro, esperando que el orador sagrado terminase el sermón de rúbrica, vino Cosme Tizol – primer clarinete de la orquesta – a decirle: Juan, se quedaron en Ponce los papeles del Benedictus. Pues tráeme los de la Gloria, contestó con presteza, y escribiré uno en la última plana.

Con lápiz, y a pesar de la prisa, con notación bastante clara, en poco tiempo, improvisó un Benedictus para voces y pequeña orquesta, que, después de oído, resultó una de sus mejores composiciones del género sacro.

Otro hecho: Llegó de arribada forzosa a Ponce, procedente de Venezuela, una compañía de ópera, casi en cuadro y sin repertorio. El tenor Antón o Antonini, que la representaba, solicitó de Campos le ayudase en la preparación de algunas audiciones. Con el refuerzo de algunos elementos dispersos que había en la isla, a la semana, debutaba la compañía, con Campos de Maestro, continuando las representaciones tres veces por semana. El repertorio lo rehacía Campos, instrumentando una ópera cada cuatro días.

Poseía genialidades de carácter. Sencillo, franco y generoso con los compañeros entre los que no establecía diferencias, solía enojarse por nimiedades, de las que él mismo se reía, cuando la causa, real o imaginaria, había cesado.

21Este trabajo se publicó en LA Democracia en febrero de 1911.