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Música y Músicos Portorriqueños

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CAPÍTULO VIII

GUTIÉRREZ Y ESPINOSA, FELIPE
maestro-compositor

La vida de aquel artista eminentemente virtuoso, a quien sus discípulos llamaban "Maestro Gutiérrez," fué una serie, jamás interrumpida, de amargos sinsabores, producida por la escasez de recursos con que atender al sostenimiento de sus numerosas hermanas, las que como él, quedaron en la mayor estrechez pecuniaria a la muerte de su padre.

Esclavo de sus deberes fraternales y llevándolos, si se quiere, a la exageración, permaneció célibe toda su juventud. – "Muerto mi padre, solía decir, yo lo soy de mis hermanas, y no tengo derecho, por consiguiente, a someterlas a privaciones, como indudablemente ocurriría si se aumentaran los gastos de la casa."

La figura de Gutiérrez, una vez vista, no era fácil olvidarla. De alta estatura, algo cargado de espaldas, muy trigueño, de amplia frente, de mirada casi siempre distraída y andar pausado y lento; tales eran los rasgos característicos de aquella noble figura.

Era de carácter afable con todo el mundo y en extremo cariñoso con los niños; de ideas liberales en política, y una mezcla de católico y libre-pensador, que hacía sonreir a sus amigos.

Laborioso como pocos, no abandonaba el trabajo sino a las horas de comida y del descanso; y frecuentemente le sorprendía la media noche ante su mesa de trabajo.

Sin haber tenido otra instrucción que la primaria que se adquiría en las escuelas de aquel tiempo, leía mucho y con provecho, llegando a adquirir algunos conocimientos que aplicaba con gran oportunidad en su fluída y agradable conversación.

Le preocupaba mucho su fama, pero no sabía cultivarla; y aún cuando poseía plena conciencia de su valer, tenía que luchar con las reputaciones viejas; como si dijéramos: los intereses creados. Desgraciadamente para el maestro, no solamente carecía de aptitudes para esa clase de luchas, sino que vivió siempre en la creencia de que, al fin y al cabo, sus paisanos habrían de reconocer su mérito y se apresurarían a proclamar, urbi et orbe, su indiscutible supremacía sobre los demás compositores del país.

Cuando conocí al Maestro Gutiérrez frisaba este en los cuarenta. Había nacido en 1825. Vestía siempre de negro y era gran bebedor de café y fumador empedernido.

Tal era el hombre.

Veamos ahora como era el artista.

Gutiérrez fué, cual otro Campeche, un inspirado que, sin preparación adecuada y guiado sólo por su fantasía inagotable, escribió más de trescientas composiciones, en las que abarcó todos los géneros, el de la ópera inclusive. De ésto último son gallardas muestras las partituras de Guarionex, Macías y El Bearnés. Escribió también una zarzuela titulada El Amor de un Pescador.

La ópera Guarionex, cuyo libro fué escrito por Alejandro Tapia, obtuvo un lisonjero éxito la noche de su estreno, habiéndose repetido después unas cuantas veces.

Pero en donde más descolló el genio musical de Gutiérrez fué indudablemente, en el género religioso.

Siendo maestro de Capilla de la Catedral de San Juan, hizo un profundo estudio del Canto Gregoriano, y aún cuando no lo aplicó en toda su pureza, tomó de él sus elementos de tonalidad y utilizó, como tema para sus misas, los himnos con que la Iglesia Católica celebra las principales festividades del año. Tal es la base sobre la cual descansan las últimas producciones religiosas del maestro, entre otras, las misas de la "Circuncisión," "Purificación", "Corpus-Christi" etc., etc.

En todas sus composiciones demostró siempre un delicado gusto estético. Era, además muy hábil contrapuntista. Sentía predilección por la música pura, y era admirador ferviente de Mozart. Esto no obstante, en sus obras teatrales, – en Guarionex sobre todo – , se nota la influencia de Donizetti.

Desdeñaba el aplauso de la muchedumbre, dándose por satisfecho con la aprobación de sus discípulos, cuya opinión, así como la de su inteligente hermana Justina, solicitaba siempre con ahinco. No componía música por lucro, puesto que jamás cobró nada por sus producciones; y, sin embargo, tal era la necesidad que tenía de dar salida a su desbordante inspiración, que escribía incesantemente, de día y de noche, hasta enfermar.

Desde muy niño emprendió el estudio de la música bajo la dirección de su padre Don Julián, músico español de medianos alcances, pero de una larga práctica profesional, el cual llegó a esta Isla en 1815, incorporado al regimiento de infantería de "Granada".

Digamos, de paso, que este fué el regimiento que se sublevó en 1835, cuando nuestro Don Felipe sólo contaba diez años; y puede calcularse cuan grande sería el pesar de la familia, por más que Don Julián – músico al fin – no era de carácter revolucionario, y no tomó parte, ni poca ni mucha, en la que, posteriormente se ha llamado: "revolución de San Rafael", por haberse dado el grito el día 24 de octubre.

Con tal aprovechamiento estudió la música nuestro biografiado, que a los diez y ocho años ya conocía los principales instrumentos, entre ellos el piano, y componía largo y tendido, en casi todos los géneros. Cuando apenas tenía veinte años, fué nombrado músico mayor del batallón de Iberia, del cual era músico de segunda clase su señor padre y maestro, por haberse disuelto el sedicioso regimiento de Granada.

Disuelto también más adelante el de Iberia, quedó reducido nuestro artista a lo que le pagaban por dar lecciones a domicilio y por tocar algún instrumento en las orquestas, hasta que más adelante (año 1858) obtuvo, por oposición, la plaza de maestro de Capilla de la Catedral de Puerto Rico.

De esa época es la popular misa en do mayor, que se ha cantado en todas las iglesias de la isla, el "Magnificat", el "Miserere" y la segunda Lamentación que se canta el miércoles santo. Quince años después escribió la "Tercera Lamentación" en sol menor, que es una obra maestra, tan llena de sentimiento, que no es posible oirla sin que se agolpen las lágrimas a los ojos.

No pasaremos adelante sin hacer constar que fué el maestro Gutiérrez quien, imitando primero a Don Domingo Delgado, compositor de aquella época, y adaptando más tarde un estilo propio más brillante y original que el de su predecesor, causó una revolución entre nuestro pequeño mundo artístico. Por lo pronto llegó a desterrar para siempre de las iglesias de San Juan, las extravagantes composiciones religiosas que se venían ejecutando, entre las cuales no era raro encontrarse con un "Aire de Fandango", o, como tuve ocasión de ver en el archivo de música de la Capilla de Catedral, un embutido, en la Gloria de una misa, de la antigua canción que empieza así: – "Ojalá que Alejandra – tan bella – comprendiera las penas de amor". —18

Durante la década comprendida entre 1860 y 1870, disfrutó el maestro de alguna holgura en sus medios de vivir, gracias a una sociedad musical que formó con Don Sandalio Callejo, distinguido profesor, que supo obtener gloria, – bien merecida por cierto, – y provecho de un arte improductivo hasta aquella fecha.

Al cesar la soberanía de España, cesó también en su destino de Maestro de Capilla, pasando a desempeñar, después de algunos días de hambre, la plaza de Conserje del Instituto de Segunda Enseñanza, con cuarenta pesos mensuales.19

Suprimido poco después el Instituto, fué pencionado por el municipio de San Juan con ¡Veinte Pesos Mensuales!

La verdad es que se presta a muy amargos comentarios el hecho de que el Gobierno español, como se verá más adelante, concediera a nuestro artista una subvención de mil pesos para que se trasladara a Europa por dos o tres meses, así como que el Gobierno americano haya pensionado posteriormente, con bastante largueza, a varios artistas y literatos, y que el gobierno autonómico, el único genuinamente portorriqueño que hemos tenido, dejara morir, casi de inanición al más inspirado de los artistas portorriqueños.

Continuemos. Después de tan doloroso viacrucis, y cansado de tanta lucha, dejó de existir el incomparable maestro.

Era tal su facilidad para componer y tan fecunda su inspiración, que no era raro verle escribir, en horas y de un tirón, obras que a cualquier otro hubieran ocupado algunos días.

Entre otros, citaré los siguientes casos.

Ausentábase para la Isla de Cuba un alto empleado español que había sido buen amigo de los portorriqueños, y, con tal motivo, se intentó, a última hora, obsequiarle con una serenata.

Estaban los iniciadores reunidos en la imprenta de Acosta, y allí mismo, y sobre el escritorio de Don Pepe Acosta escribió Ramón Marín una tierna despedida en verso, cuya lectura fué acogida con gran entusiasmo por los concurrentes. Faltaba quien pusiera música a los versos, y, ¡oh oportuna casualidad!: por la acera de enfrente iba a la sazón, a paso lento, y ensimismado, como era su costumbre, el maestro Gutiérrez.

 

Llamáronle para encargarle la música de la serenata, a lo que se prestó sin vacilar. Eran las diez de la mañana. El vapor correo se esperaba dos días después; así era que el acto debía llevarse a cabo al día siguiente.

Pues bien: a las tres de la tarde estaba compuesta e instrumentada la serenata, que constaba de una introducción a gran orquesta, un coro y tres estrofas.

Al siguiente día por la noche el pueblo congregado en los alrededores del Casino Español, local escogido por el magnate para recibir el homenaje que se le tributaba, pudo saborear las bellezas que el maestro prodigara en aquella obra que no había de ejecutarse más que una sola vez.

A la terminación del himno, tanto el pueblo soberano como la inmensa concurrencia que llenaba los salones del Casino, premiaba la labor del maestro con una prolongada salva de aplausos, disputándose todos el honor de estrechar su mano; porque eso sí: no ha habido artista en Puerto Rico que haya sido más sahumado por el vaho glorioso que Gutiérrez; así como no ha habido otro tampoco que haya sido menos favorecido por el sonido argentino. De Gutiérrez puede decirse que la gloria le perseguía, pero el dinero huía de él.

En otra ocasión se había proyectado una velada en el Teatro en celebración de no recuerdo que suceso. La fiesta había de comenzar con un himno cantado por más de cincuenta voces, acompañadas por una orquesta de cien músicos; pero sucedió que el poeta encargado de hacer los versos se enfermó, y no pudo entregarlos hasta la antevíspera de la fiesta. También fué el maestro Gutiérrez el que esta vez salvó la situación, escribiendo en dos o tres horas la música del himno, con el cual comenzó la velada a la noche siguiente.

Cuéntase, también, que cierto día y durante el sermón de una misa cuya orquesta dirigía, escribió, sentado en la escalera que daba acceso al coro, un primoroso Ofertorio, que fué ejecutado en aquel mismo acto, causando la admiración de los músicos, a pesar de lo acostumbrados que estaban a admirar aquel fenómeno artístico.

Para terminar la relación de estos rasgos de pasmosa espontaneidad, citaré el hecho siguiente, de que fuí testigo.

Estrenábase en el Teatro de San Juan por la compañía dramática de Gonzalo Duelos el drama titulado "El músico de la Murga". En el segundo acto, una murga ejecutaba un bolero frente a una casa, y como el maestro Gutiérrez, que dirigía por aquel entonces la orquesta del Teatro, encontrase muy defectuosa la composición que le entregara Duclós, allí mismo, detrás de los mismos papeles, y mientras los actores ensayaban el drama, escribió otro bolero tan lindo, tan original y al mismo tiempo de un dejo tan amargo, en consonancia con la situación del protagonista de la obra, que Duclós abrazó lleno de efusión al maestro, y se llevó el bolero, cuyo autor habrá permanecido ignorado, porque, según nos dijo más tarde el maestro, se había olvidado de firmarlo.

Así como Campeche era aficionado a la música y llegó a ser un hábil instrumentista, nuestro biografiado tenía también regulares aptitudes para el dibujo y la pintura.

Recordamos haberle encontrado muchas veces pintando paisajes en las paredes del comedor y del patio de su casa, y es muy común encontrar en sus originales, los caprichosos dibujos a la pluma, con los cuales tachaba las frases que no salían a su gusto.

Por cierto que esa afición a la pintura fué causa de que cierto día lo encarcelaran.

Véase como ocurrió el caso.

Celebrábase, no recordamos que fiesta en la casa Ayuntamiento, en la que tomaba parte la orquesta de capilla que dirigía el maestro. Mientras llegaba la hora de comenzar el acto, dirigióse nuestro hombre al salón de sesiones y situóse delante del retrato del general Ramón de Castro, obra, como todos saben, de Campeche.

Tan abstraído se encontraba el maestro contemplando aquel admirable sombrero del general, que no oyó la orden del corregidor don Rosendo Mauriz de la Vega, mandando despejar el salón, porque iba a reunirse el Consejo. Viendo el Corregidor que aquel señor trigueño, alto y con una levita algo antigua, no se daba por entendido, ordenó a un corchete que hiciera salir de allí a aquel intruso.

El alguacil, ni tardo ni perezoso, y obedeciendo a la voz de su amo, fué y agarró por un brazo al maestro para sacarlo del salón. Al sentir la mano del corchete sobre su brazo, lo repelió con fuerza diciendo: "¡Yo puedo permanecer aquí, porque soy el Maestro de Capilla!"

El Corregidor que oyó ésto, se puso de pié y gritó con arrogancia al guardia: "No ande usted con más contemplaciones y lléveme a ese maestro de capilla a la cárcel."

Y lo llevaron a la cárcel. Así como suena.

Y si no es porque vino en su auxilio Aurelio Dueño – padre del que esto escribe y gran amigo y admirador de Gutiérrez – probablemente hubiera dormido aquella noche en la cárcel el autor de Guarionex.

El 24 de abril de 1876 se embarcó el maestro con rumbo a Europa, habiendo sido pensionado por la Diputación Provincial y el Ayuntamiento para que visitara la exposición de Viena. La noche antes de embarcarse sus discípulos le llevaron una serenata, en la que se cantó un himno cuya música había compuesto el maestro italiano don Rosario, Aruti. La letra del himno, que va a continuación, se debe al numen del poeta Manuel Dueño Colón, hermano del autor de estas líneas.

ADIÓS
Al Maestro Felipe Gutiérrez
 
Despierta Gutiérrez y escucha la dulce,
cordial despedida que entona el laúd;
es canto de glorias que al Genio se ofrece,
y el labio sincero te dice ¡Salud!
 
 
Mil tristes adioses, suspiros del alma,
¡Oh dulce Gutiérrez! te siguen en pos;
las aves de blanco, de bello plumaje,
con tiernas canciones te dicen ¡Adiós!
 
 
Tú partes muy lejos en pos de la gloria
de verdes laureles que cubran tu sién;
que llenen los cielos tu senda de flores,
cantor de la bella, feliz Borinquén.
 
 
¡Adiós! ya la nave de prora flexible
divide las olas del hórrido mar,
sus brisas tempranas impelen tu nave
y en sones dolientes, ¡adiós te dirán!
 

De Viena se trasladó el maestro a París, acompañado por el insigne pintor portorriqueño Frasquito Oller.

Poco fruto obtuvo el maestro de tal viaje.

Aparte de que los cuarentiocho años que contaba por aquel entonces no es edad propia para perfeccionarse en la música, tampoco era Viena, y mucho menos en plena Feria, más bien industrial que artística, lugar a propósito para el objeto que el maestro perseguía.

En París no hizo tampoco cosa de provecho. Visitó a Monsieur Mathias, a quien dedicó un cuarteto de cuerda, que el insigne maestro francés ejecutó delante de él, y de repente, en el piano.

Por cierto, que al enterarse de que Gutiérrez era procedente de Puerto Rico, nombre que oía por primera vez (al menos aplicado a una isla), trajo a la vista un mapa-mundi de pequeñas dimensiones y ¡oh amarga decepción para el maestro borinqueño! Puerto Rico no figuraba en el mapa; y por más que nuestro paisano señalaba el sitio donde debía estar la isla, sólo veía a Cuba representada por una raya, Santo Domingo por un punto y Puerto Rico desaparecía en la proporción.

"Hasta ese día para mí memorable" – decíanos una vez el maestro – "no me había dado cuenta exacta de la pequeñez de nuestro país, así como del completo desconocimiento que acerca de los portorriqueños se tiene en el resto del mundo."

La música de Gutiérrez podría subdividirse en dos estilos o maneras: comienza la primera con la misa en do mayor de que ya nos hemos ocupado, terminando con la misa de la Purificación. A partir de esta obra, ya empieza a notarse una nueva tendencia en las composiciones del maestro; tendencia fatal a nuestro juicio, pues ella consistía en sacrificar la forma melódica (que era en lo que más descollaba el maestro), para amoldarse, según decía a las exigencias de la nueva escuela. (?)

Pero a pesar de esa explicación del maestro, lo que hay de verdad en el asunto es que un crítico musical de aquella época, se lamentaba de que la música religiosa de Gutiérrez fuera tan melosa, al extremo de distraer el fervor religioso de los oyentes, inspirándoles cierta sensación mundana. De ahí el que nuestro músico, tomando a pecho la impertinente censura del crítico, cambiara completamente de rumbo, y comenzara a torturar su inspiración melódica, escribiendo una música de carácter más bien sinfónico que religioso; y es por eso que la gloria y el credo de sus últimas misas no son otra que tiempos de sonata para orquesta con acompañamientos de las voces, es decir: una forma contraria en todo a la que siempre había empleado. Y lo peor del caso es que el maestro no encontró la fórmula que perseguía, o sea la que tanta fama diera a Palestrina, Pergolesse, Victoria y Morales; por más que queriendo imitar al autor de la Improperia utilizaba como tema de sus composiciones las melodías del canto llano.

Y éste fué el gran error del maestro. No tuvo en cuenta que los grandes maestros modernos que han escrito música religiosa, entre ellos, Bellini, Mercadante, Rossini y Verdi, y aún el mismo Mozart en su Requiem y en el Ave Verum no trataron de imitar a los maestros del siglo XVI, sino que escribieron música religiosa a su modo y tal como ellos la sentían. Por otra parte nuestro biografiado escribía para la orquesta de Capilla de la cual fué director por espacio de cuarenta años, y con su nueva tendencia de dar preponderancia a la orquesta sobre las voces, sus composiciones resultaban tan deficientes como la orquesta para la cual escribía. En efecto: dicha orquesta carecía de Viola, Oboe y Fagot. En cambio tenía dos trompas, dos clarinetes y un bombardino; siendo la proporción de seis instrumentos de viento por cinco de cuerda. Varias veces aconsejamos al maestro la substitución del segundo clarinete por un oboe, la del bombardino por un fagot y las dos trompas por otro violín y una viola; y aún cuando algo intentó en ese sentido, parece que a dicha reforma se oponía el Cabildo de Catedral y hubo que desistir de ello.

Vamos a terminar este trabajo, ya extenso en demasía.

Después de la muerte de Gutiérrez, ocurrida en 1900, ya nadie volvió a acordarse de que había existido tal artista, hasta hace algunos años que dos buenos portorriqueños, Federico Degetau y Emilio del Toro Cuebas, organizaron una velada en el Ateneo para honrar la memoria de Gutiérrez.20 Falta ahora que la actual Directiva del Ateneo haga colocar en sus salones un retrato del maestro, junto a los señores Tavárez y Campos.

 

Antes de terminar, séanos permitido dar aquí una reseña, con algunos comentarios, no de todas las obras del maestro, porque llenaría tantas páginas como las que llevamos escritas, sino de las composiciones más conocidas y que ponen más de relieve las extraordinarias facultades artísticas del autor.

MÚSICA RELIGIOSA

Misa pequeña en do mayor, a dos voces y orquesta, con un delicioso Benedictus obligado a flauta. Misa pequeña en la menor, a dos voces. (El Qui Tollis de esta misa es un bello cantabile a dos voces, de exquisita factura). Misa de la Circuncisión, a tres voces. Misa de la Purificación, a tres voces. Misa de la Anunciación, a tres voces. Misa de Jueves Santo, (Kirie y Gloria solamente), a tres voces. Misa del Corpus, a tres voces. Misa de la Ascensión, a tres voces, (con un bellísimo ofertorio.) Misa de Noche-Buena (tiene una zortzico encantador con variaciones para el violín, la flauta y los clarinetes). Misa de San Juan, a 4 voces y gran orquesta. Misa de Santa Cecilia, a 4 voces, coro y gran orquesta. (Premiada con medalla de oro en un Certámen). Requiem, a dos voces y orquesta. Requiem, a tres voces, de mayores dimensiones que el anterior. Miserere, a tres voces y orquesta. (Una de las más inspiradas obras del maestro. El estilo de esta composición, a veces sombrío y a veces patético, inspirábale al que la oye cierta sensación de pavor; tal es la fuerza de expresión que empleó el maestro en casi todos los pasajes de la obra). Las Siete Palabras, para 4 voces y orquesta. (En esta obra, de factura muy descuidada, no estuvo el maestro a la altura de su reputación). Segunda lamentación, a tres voces. Tercera lamentación, en sol menor, a tres voces. (Es esta, tal vez, la obra en que con más profusión produjo el maestro el tesoro de su vena inagotable. Por otra parte, ¡qué amarga tristeza revela esa música sublime! Creyérase que el autor se propuso en esa obra traducir al lenguaje de los sonidos las crueles vicisitudes de su vida; la amargura de ver como iban desapareciendo sus hermanas, una a una, minadas por la tisis; sus apuros económicos, y, por añadidura, la guerra sorda, que a causa de sus ideas políticas, le declararon ciertos elementos reaccionarios, que formaban parte de la orquesta de Capilla. Nos parece estar oyendo todavía al maestro cuando entonaba con su voz de barítono la famosa frase de Jeremías: Jerusalem, convertere ad Dominum Deum tuum. Parecía dirigirse a sus enemigos, exhortándoles a que se arrepintieran del mal que le hacían, ¡Pobre Maestro!). Magnificat, a tres voces y coros. (Un bello cántico a la Virgen, escrito desde 1860, que no llegó a terminar nunca, por lo que hubo la necesidad de suprimir parte de la letra a fin de que pudiera cantarse). Totta Pulchra, para Coros y orquesta. (En esta obra se empleó por primera vez en Puerto Rico el saxofón). Novenario de Nuestra Señora de Belén. Novenario de San Francisco. Novenario de San Juan Bautista, de Santa Rosa de Lima, de San Miguel y Septenario de Dolores. Gran salve a cuatro voces, coros y orquesta. Grandes Letanías a cuatro voces, coros y orquesta: tituladas Así-Así. (Tienen la particularidad de que el 1er. Agnus Dei, está escrito para voces solas, habiendo puesto en los papeles de la orquesta, la parte de canto correspondiente a cada instrumentista.) Letanías Jesuitas, para tres voces, coros y orquesta. Además de innumerables salves, letanías y peticiones, escritas para alternarlas en los distintos novenarios que por entonces se celebraban anualmente en San Juan.

MÚSICA SINFÓNICA

La Familia, obertura para orquesta. La Manganilla, Obertura. La Peseta, pequeña obertura, para orquesta. Tonidán, Obertura para gran orquesta. El Parto de los Montes, juguete sinfónico. Sonatina de Violín, con acompañamiento de piano u orquesta.

OBRAS TEATRALES

Guarionex. Opera en tres actos, libro de Alejandro Tapia. (Representada en el Teatro de San Juan). Macías, Opera en tres actos, libro de Don Martín Travieso. EL BEARNES. Opera en cuatro actos, libro de Don Antonio Biaggi. El Amor de un Pescador, zarzuela en dos actos, letra de Navarro.

Cierro esta lista, y con ella mi desaliñado trabajo, no sin antes advertir, que la he hecho de memoria y guiado sólo por el recuerdo que, como músico que fuí de Capilla, durante más de veinte años, conservo acerca de la música del para mí, inolvidable Gutiérrez. Con ésto quiero decir, que debe perdonárseme cualquier omisión importante en que baya podido incurrir.

Braulio Dueño COLÓN.

Bayamón, P. R., 1912.

18Es indudable que la composición a que alude el señor Dueño Colón, sería importada por los antiguos organistas o maestros de Capilla, de la "Del Sacramento", mencionada en el primer capítulo de este libro, ya que, y a pesar de la reforma radical, que hicieran Morales y Palestrina (siglo XVI.) dicha música, por más de un siglo, continuó ejecutándose en las iglesias de España y de sus colonias americanas. – F. C.
19De tal nombramiento protestó enérgicamente el autor de esta obra, desde las columnas del periódico, no recordamos el nombre, que por entonces dirigía en Ponce, el connotado literato dominicano D. E. Deschamps. – F. C.
20No como rectificación al señor Dueño Colón, ni mucho menos para restar prestigios a los señores Degetau y Toro Cuebas, cuya labor constante por enaltecer el nombre portorriqueño es reconocida y apreciada por el país, y sí como aclaración histórica que consideramos pertinente, diremos: que la velada en honor a la memoria del maestro Gutiérrez, fué la secuela de la ofrenda que hiciéramos al Ateneo, de un retrato al crayón, de Don Felipe, siendo Presidente el distinguido abogado y literato señor Texidor, al que exitábamos, en la carta que acompañábamos con el envío, para que organizase en dicho Centro, del que había sido socio fundador Gutiérrez, un acto público, similar al realizado en honor de Campos y otros artistas, de manera que en la historia de nuestro primer centro cultural, figurase tan honrosa página en pro de nuestro primer maestro compositor. Por cierto, que como el señor Texidor, tardase bastante tiempo en acusar recibo de nuestra humilde, pero sincera ofrenda, debido, según nos explicó después, a no encontrarse en San Juan cuando llegó el retrato, nos vimos precisados a dirigirle una carta abierta en la prensa, que dió por resultado la inmediata organización de la velada, que tomaron bajo su égida los señores Degetau y Toro Cuebas, quienes, en magistrales discursos, supieron exponer los méritos del gran maestro. El retrato donado, aunque representaba a Gutiérrez en su juventud, figuró durante muchos años en el salón de actos del Ateneo, pero hemos notado, con bastante tristeza, que recientemente ha desaparecido, como también el de otros artistas músicos que figuraban allí dignamente, sin que hayamos podido encontrar causa alguna que justifique el hecho. – F. C.