Za darmo

La alhambra; leyendas árabes

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Resbaló sobre una roca, y cayó desde una altura inmensa.

Encontróse del lado de un camino por donde pasaba mucha gente.

Unos iban en hombros de sus esclavos, otros ginetes en poderosos caballos, otros en camellos, otros en jumentos, aquellos en carretas de bueyes.

Todos hacian cómodamente su camino.

Jask, hambriento, estropeado, se arrastraba sobre sus manos.

– Mira, decia una voz misteriosa á su oido; aquel faquí va cómodamente sentado sobre las hamugas, va satisfecho y repleto. ¡Si tú fueras como él!

– Dios le prospere, decia Jask.

– Aquel walí va ginete en un poderoso caballo, mira como galopa… allá va, allá va… ya se pierde… ya se perdió… y tú sigues arrastrándote.

– Dios me ayudará para que llegue al fin de mi camino.

– Pero tu camino es un camino doloroso…

– Todo camino es dulce y toda fatiga poca, cuando se marcha á una buena obra. El camino estrecho y áspero, es el camino del paraiso.

Y al decir estas palabras Jask, se encontró de repente de pie, fuerte, sin hambre, sin sed, con sus sandalias nuevas y en las manos su báculo de viaje.

Habia sufrido su miseria sin irritarse ante la dicha de los demás.

Habia vencido á la envidia.

Marchaba por un camino ancho y llano.

A lo lejos, pero muy lejos, legísimos, se veia relumbrar una línea blanca en el horizonte.

– ¿Será aquella la laguna salada? esclamó; pero si es, ¡cuán lejos!

Y siguió andando.

De repente sintió que sus miembros se entumecian, que sus párpados se ponian pesados, que una suave languidez se apoderaba de su cuerpo.

– ¡Oh! ¡cuán lejos está el lago de las aguas saladas! esclamó.

Entonces dijo una voz tentadora á su oido:

– Mira, allí hay un sombroso bosquecillo de acacias; en él las aves difunden su grata armonía, y los arroyos murmuran dulcemente; los rayos del sol abrasan, queda aun mucho dia, descansa y luego á la tarde continuarás tu camino.

– El que se detiene en el camino del bien, se espone á caer en la tentacion, no me detendré hasta que agotadas mis fuerzas caiga. Entonces Dios tendrá piedad de mí, porque no habrá consistido en mi voluntad.

– El lago de las aguas saladas está muy lejos, y te rinde la fatiga.

– Confio en la misericordia de Dios que me dará su fortaleza.

Aun no habia acabado de pronunciar estas palabras Jask, cuando se encontró cabalgando de nuevo en su caballo, que corria, corria, siguiendo al perro, que corria tambien.

Jask habia vencido á la pereza, como á las otras seis mortales tentaciones.

Dios le habia premiado.

Su caballo le llevó con la velocidad del huracán, á las orillas del lago de las aguas saladas.

Entonces una voz maravillosa, voz que parecia provenir de los cielos, le dijo:

– Descansa y cobra fuerzas para cumplir la voluntad de Dios.

Jask desmontó y se echó á dormir bajo la sombra de una roca.

Su hermano el perro, se echo á sus pies y se durmió tambien.

El caballo inclinó la cabeza y durmió.

XXXV

Pasó la tarde, pasó la noche, y llegó el alba del dia siguiente.

Jask, su hermano y su caballo, dormian.

A la primera claridad de la mañana, la misma voz que le habia ordenado que descansase, despertó á Jask.

– Levántate y prepárate, dijo; el momento se acerca.

Jask despertó, despertó á su perro, y despertó al caballo.

Entonces Jask, tomó el saco donde llevaba el pienso de su cabalgadura, le vació, y le llenó de la sal cuajada entre las rocas.

Cuando le hubo llenado, Jask montó de nuevo á caballo y dijo al perro-leon:

– Hermano mio, llévame al campo de los jigantes.

El perro partió á la carrera bordeando la laguna salada.

El caballo le seguia rápido como una exhalacion.

Muy pronto la laguna se quedó atrás.

Se acercaban á una selva de árboles jigantescos, de negros follajes, y en cuyo seno solo se veian tinieblas.

El perro se lanzó en aquella selva.

Le siguió el caballo.

Apenas hubieron revuelto el primer seno de la selva, se encontraron en una oscuridad profunda.

El perro seguia corriendo en medio de las tinieblas y ladrando.

El caballo corriendo y relinchando.

Jask entonando un himno á la grandeza de Dios.

Y parecia que los árboles chocaban rudamente sus troncos.

Y se oia el áspero y terrible estridor de las ramas que se desgajaban.

Y el mugido sordo y pavoroso de torrentes invisibles.

Y de tiempo en tiempo un relámpago azul temblaba entre las tinieblas esclareciéndolas por un instante.

Y á su resplandor momentáneo se veian agitarse sombras jigantescas girando en torbellino alrededor de Jask.

Y se oia espantoso chocar de armas.

Y rechinar de carros.

Y relinchos de caballos.

Todo esto llevado por un huracán pujante que rebramaba, que zumbaba, que silbaba, pero que no se sentia.

Y todo aquello era pavoroso, terrible.

Sin embargo, Jask tenia su corazon puesto en el Señor Fuerte, y su confianza en El, y no se aterraba.

Y el perro corria y corria.

Y el caballo le seguia, le seguia como una exhalacion.

¿Cuánto tiempo duró el paso de Jask por la selva de los Espantos?

Solo Dios lo sabe.

Al fin se encontró en una llanura árida.

En medio de ella, allá lejos, muy lejos, se alzaba una ciudad jigantesca.

A pesar de la distancia, Jask veia sus puertas de quince codos de altura, y las enormísimas piedras de sus muros.

El camino por donde marchaba Jask estaba sembrado de huesos humanos.

Apenas el caballo de Jask hubo puesto los cascos en aquella llanura, cuando se oyó un horrísono estruendo en la distante ciudad.

Por sus cien puertas empezaron á rebosar en la árida llanura ejércitos de jigantes.

Sus voces formidables como las del trueno, juntas y discordantes, ensordecian el espacio.

El perro se hizo atrás, se sentó amenazador y rugió.

El caballo se plantó, enbiestó el cuello y tembló.

Solo Jask permaneció impávido.

Y los jigantes adelantaban inundando la llanura.

Desnudos y negros y feroces eran, con pinos por clavas en las manos.

En medio de ellos ondeaba una bandera, tan grande como una gran nube, y que ocultaba los rayos del sol.

Y adelantaban los jigantes con la velocidad de la tormenta.

Cuando estuvieron cerca, Jask escitó á su hermano y aguijó á su corcel.

El perro y el caballo, aunque estremecidos de terror, se lanzaron de frente contra los jigantes.

Jask llevaba un puñado de sal en la mano.

Cuando ya le separaba muy poca distancia de los monstruos, cuando sus jigantescos cuerpos le daban sombra, cuando casi podian alcanzarse con las clavas, cuando le rodearon rugientes y amenazadores, Jask arrojó á su alrededor el puñado de sal que tenia en la mano.

Entonces los primeros jigantes, los que estaban mas próximos á Jask, se detuvieron y quedaron inmóviles; sus formas se hincharon; de negros que eran se convirtieron en rojos, y al cabo quedaron convertidos en enormes rocas.

Jask pasó entre ellos arrojando á derecha é izquierda puñados de sal.

A medida que adelantaba, quedaban á los dos lados en su marcha rocas y rocas; rocas que habian sido jigantes.

Cuando llegó á la ciudad, á la ciudad monstruosa, huian desordenados delante de él, millares de monstruos aterrados por el ejemplo de la desgracia de sus compañeros.

Delante de todos iba el que llevaba la bandera.

Pero el perro y el caballo corrian mas que los jigantes.

Los alcanzaban, y Jask arrojaba nuevos puñados de sal, y aparecian nuevas rocas.

Al fin solo quedó un jigante, pero doblemente mayor que los otros.

Aquel era su rey.

Aquel llevaba la inmensísima bandera.

Jask no le alcanzó hasta el centro de la plaza de la ciudad.

Y aquella plaza era un campo de muchas leguas.

Jask arrojó un puñado de sal al jigante, que inmediatamente se convirtió en roca.

Y la bandera cayó de sus manos, y se estendió en la plaza.

Y Jask recorrió la ciudad arrojando sal en medio de ella.

Y no menguaba la sal del saco, por mucha que Jask sacaba.

Y las casas y los palacios, y las calles y las plazas, se convertian en montañas, en cordilleras, en valles.

Y de los valles, y de las vertientes de las montañas, salian mugeres y hombres y niños, innumerables cautivos que los salvajes tenian aprisionados para alimentarse con ellos, y cuyas prisiones habia roto la fortaleza del alma de Jask, que no habia caido en el pecado, ni temblado ante el terror.

Y Jask tardó siete dias en trasformar la ciudad maldita, y á la tarde del sétimo, se encontró de nuevo en la que habia sido plaza de la ciudad, y que entonces era un campo yermo y estenso, en medio del cual estaba estendida la roja bandera de los jigantes.

Y el perro y el caballo se precipitaron sobre aquella bandera; y sobre la bandera puso los pies la innumerable muchedumbre de viejos, jóvenes, mugeres y niños que Jask habia libertado.

Y cuando no quedó ni uno solo que no estuviese sobre la bandera, esta se levantó en los aires y flotó rápidamente en el espacio, y poco despues descendió: y Jask y los que le acompañaban se encontraron en una llanura, delante de las puertas de la ciudad del rey Al-Munassar.

Los habitantes, que habian visto aparecer á lo lejos sobre el horizonte aquella nube roja, adelantar rápidamente hácia la ciudad, pasar sobre ella y descender, salieron asustados no sabiendo lo que aquello fuese.

Pero cuando vieron adelantar á Jask-Al-bahul, sobre su corcel de guerra precedido de su perro, y seguido de gentes que habian sido robadas en años anteriores por los jigantes, una esclamacion de júbilo y de alegría retumbó en los aires en honor de Jask.

Y Aidamarah se arrojó desfallecida en sus brazos.

 

Porque le habia creido muerto.

Jask habia invertido en su espedicion, siete veces siete dias.

XXXVI

Los libertados y sus familias, proclamaron su padre á Jask.

El rey Al-Munassar renunció con alegría su corona, y la puso sobre sus sienes.

La bandera de los jigantes, doblada y redoblada, fué á servir de alfombra á la grande Aljama, y en ella se bordaron inscripciones en loor de Dios por mandato de Jask que no quiso que se consagrasen en honor suyo.

Su reino desde entonces fué feliz y próspero; ya no se vieron talados los campos, ni yermas las aldeas.

Los moradores durmieron tranquilos sin temor á los jigantes, y no hubo uno solo que no fuese á ser testigo del prodigio de la trasformacion de aquellos monstruos en rocas.

Sobre cada una de aquellas rocas, habia una palma agostada y estéril.

Aquella palma habia sido la clava del jigante.

XXXVII

Algun tiempo despues, y cuando Jask era un rey adorado por sus vasallos y respetado por sus vecinos, que le pagaban tributo, Aidamarah dió á luz una niña.

En la fiesta de las buenas hadas, pusieron por nombre á aquella niña Zairah.

Era hermosa á maravilla, de apacible sonrisa y de mirada dulce y tranquila.

Jask quiso saber el horóscopo de su hija, y los astrólogos, despues de haber consultado siete veces las estrellas en siete veces distintas, le dijeron:

– Tu hija ¡oh rey! está sujeta á grandes desgracias.

– ¿Y qué desgracias son esas?

– Tendrás otros dos hijos, el uno se llamará Jacub y el otro Kaibar.

Jacub será un hermoso mancebo, pero continuará en él la maldicion de tu raza, que el Altísimo ha suspendido para tí.

El otro será salvage y feróz, amará la sangre y el crímen y participará de la crueldad y la malicia de tus padres.

Tus hijos serán tu postrera prueba.

Si la resistieses sin entregarte á la desesperacion y sin blasfemar de Dios, se abrirán para tí las puertas del paraiso.

Pero prepárate, rey, porque le esperan grandes dolores.

– Cúmplase la voluntad de Dios, replicó Jask: ¿y qué dolores son esos que Dios me envia para prueba? ¿os los han puesto patentes los astros?

– Tu hermosa Aidamarah morirá cuando dé á luz á Kaibar: sus entrañas se romperán al dar á luz á tal monstruo.

– Dios me la ha dado, y Dios puede quitármela, esclamó Jask con los ojos llenos de lágrimas. ¿Y cuándo morirá la luz de mi alma?

– Pasadas tres veces siete lunas.

– ¿Y qué mas desgracias me amenazan?

– Pasados tres veces siete años, tus hijos conocerán á su hermana y la amarán.

– ¡Oh, Señor!

– Y ella amará á su hermano Jacub y será suya.

– ¡Oh, Señor!

– Y Kaibar conocerá tambien á su hermana, y la amará.

Y ambos por el amor á su hermana se venderán á Satanás.

Y despues el un hermano matará á su hermano por celos de Zairah.

– ¡Oh, Señor, Señor, y cuán dura es esta prueba! esclamó Jask: y decidme, añadió; vosotros que sois sabios, ¿no sabeis si hay algun medio para prevenir tanta desgracia?

– Consultaremos de nuevo á los astros, dijeron los astrólogos.

Y el rey esperó á que trascurriesen otras siete noches.

– Señor, le dijeron los astrólogos trascurrido este tiempo: no te queda mas que una esperanza dudosa.

– ¿Y cuál es esa esperanza?

– Aparta de tí á tu hija Zairah.

– ¡A la prenda de mi amor!

– No la veas jamás.

– ¡Ah!

– Pon entre tu reino y el lugar donde se encuentre los mares.

– ¡Desdichado de mí!

– Entrega su crianza á varones justos y mugeres virtuosas, que no sepan que es hija de rey.

– ¿Y para qué eso?

– Para que sea como si tu hija no hubiera nacido.

– Si así salvo su alma y la de mis otros hijos, lo haré.

– Además procura que tu hija no sea vista mas que durante su primera edad por los que pusieres á su lado para que aprenda á conocer á Dios. Luego, que nadie la vea ni ella pueda ver á nadie.

– ¡Desdichada hija mia!

– Así acaso se librará de su funesto destino, y del crímen tus otros hijos.

– Cúmplase la voluntad de Dios.

– Pero para que esa dudosa esperanza se realice, es necesario que apartes de tí á Zairah antes que tu esposa dé á luz á otro hijo.

Y los sabios se inclinaron profundamente ante Jask y le dejaron solo.

XXXVIII

Era Jask tan temeroso de Dios, que no vaciló en arrostrar el nuevo y terrible sacrificio que el Señor le exigía.

Aprovechando la ocasion del paso de los árabes á España, una noche, convirtiéndose en ladron de sí mismo, penetró en las habitaciones donde se criaba su hija y la robó recatadamente, y la sacó de su palacio.

Luego, disfrazándose de labrador, se fué á la campiña, y para que amamantase á su hija, sedujo con oro á una aldeana, que abandonó á su esposo y al pequeño hijo que criaba.

Jask, por imprevision, arrastrado por su amor de padre, habia cometido, sin sospecharlo, dos grandes pecados; habia robado una madre y una esposa á su familia, y habia dado por nodriza á su hija una mala madre y una mala esposa.

Débil para el dolor de Aidamarah, Jask habia cometido además otro pecado: habia amargado el corazon de su esposa haciéndola concebir la horrible duda de si su hija era muerta ó viva.

Jask además habia mentido.

Jask, sin sospecharlo, habia vuelto sus espaldas á Dios.

Su amor hácia Aidamarah le habia perdido.

Habia pecado, y no podia arrepentirse de su pecado porque no sabia que lo habia cometido.

Dios es infinito y único, é incomprensible.

¡Loado sea su nombre!

XXXIX

Jask tuvo algun tiempo escondida á su hija y á su nodriza en la cabaña de un valle.

El mismo cuidaba de la nodriza; la llevaba el alimento y las ropas, y cuanto habia menester.

Encubierto siempre; siempre desconocido para la nodriza.

Y entre tanto hacia correr á los suyos por todas las tierras comarcanas en busca de su hija.

Y todas las tardes cuando el sol se ponia, Aidamarah rodeaba sus brazos á su cuello y le decia con las lágrimas en los ojos y el seno palpitante, pálida y consternada:

– ¿Han encontrado tus esploradores á nuestra hija?

Y Jask respondia tambien con las lágrimas en los ojos.

– Dios no lo quiere.

Aidamarah iba á sentarse en el suelo en un ángulo con el rostro vuelto á la pared, y allí permanecia inmóvil.

Jask se limpiaba los ojos con el estremo de la toca, y salía.

Y así pasaron una luna y otra, hasta siete.

Un dia Jask anunció á Aidamarah, que se veia obligado á hacer un largo viage á las tierras de occidente.

Aidamarah estaba de nuevo en cinta.

Al saber que su esposo, á quien amaba con toda su alma, iba á separarse de ella, la desdichada se desmayó.

Jask, aprovechando su desmayo, montó en su corcel y solo, al tiempo que amanecia, sin llevar consigo mas que una bolsa llena de oro, su espada, su lanza y su escudo, y su hermano el perro-leon que le precedia y que jamás se separaba de él, partió de la ciudad y se trasladó al valle donde la nodriza amamantaba á su hijo.

En el camino entró en un rebaño de camellos que pastaban en la ribera, y compró el mas fuerte y poderoso.

Al pasar por una aldea, compró jaeces y almohadones para el camello, y un palanquin cubierto.

Luego siguió su ruta, llegó á la cabaña del valle, puso sobre el camello á su hija y á la nodriza, agua y mantenimientos, y tomó el camino de Tánger.

XL

Hay en las tierras de Hiberis, por bajo de la sierra Nevada, mirando al distante mar, un pequeño valle junto al cual pasa la corriente humilde aun del Genil.

En una eminencia del valle, se ven aun los restos, ó mas bien los cimientos cubiertos de musgo de un antiguo edificio, siglos hace arruinado.

En aquellos tiempos, sobre estos cimientos, se levantaban cuatro torres unidas por cuatro muros de muralla, y en medio de estas cuatro torres una torre mayor.

Esta torre no tenia en su parte superior mas que una cámara, y una galería que daba salida á las escaleras de la torre, y entrada á la cámara.

Esta cámara estaba dividida en dos por una pared, que no pasaba de la mitad de la altura del espacio general.

En cada uno de estos compartimientos habia un agimez, pero abiertos en tan espesos muros, que desde adentro solo se veian á lo lejos las distantes montañas, y el lejano mar, cuyos horizontes se perdian en la niebla de Africa.

Cada uno de estos agimeces tenian, por la parte de adentro, una fuerte verja que se abria y se cerraba.

Búcaros con flores llenaban el espacio del muro, desde la verja á la parte esterior.

Estos dos compartimientos, si eran alegres, se debia á los agimecillos trasparentes de la cúpula estrellada, á las labores doradas de las paredes, á sus esmaltes de colores, á los surtidores que emanaban de las fuentes de mármol, á los brillantes espejos de plata con marcos de oro, que se veian entre las columnas que sostenian la cúpula.

Estos dos compartimientos tenian dentro de sí cuanto puede apetecer una muger en su retrete. El baño, el divan, los pebeteros, las esencias mas preciadas, las tapicerías mas ricas.

Estos dos compartimientos eran exactamente iguales.

Ya en el uno, ya en el otro, moraba contínuamente una muger.

Pero una muger maravillosamente hermosa, y ricamente engalanada.

¿Para quién se engalanaba aquella muger?

Ella no conocia á nadie.

Recordaba sí á unas gentes que la habian criado.

A dos ancianos, el uno hombre, la otra muger.

Pero hacia muchos años que habia dejado de ver á aquellos dos séres.

Muchos años, durante los cuales, no habia visto mas séres vivientes; que las moscas azules que cruzaban la dorada atmósfera de sus retretes, ó las mariposas de oro y colores, que venian á pararse un momento sobre los ramilletes de los búcaros, ó las golondrinas que revolaban junto á sus nidos fabricados bajo las almenas de la torre.

Esta muger, mejor dicho, esta jóven; porque solo contaba veinte y un años, era Zairah, la infortunada hija de Jask-Al-bahul, y de su esposa Aidamarah.

Zairah, desde el momento en que cumplió los ocho años, mucho antes de que el amor pudiera hablar á su corazon, habia sido sentenciada á la soledad.

Habia tres años que no veia á persona viviente.

Servíanla, sin embargo, como á una sultana.

Cuando se levantaba del sueño con el alba, encontraba abierta la puerta del otro departamento.

En cuanto Zairah pasaba de ella, la puerta se cerraba, y poco despues volvia á abrirse.

El departamento en que habia pasado la noche, habia sido cuidadosamente limpiado, renovadas las flores y las ropas, y puestos escelentes manjares sobre una rica alfombra en vagillas de oro.

Cuando Zairah deseaba alguna cosa, un perfume, un pájaro, un libro, un instrumento, tocaba con una varita de oro sobre una copa puesta sobre una mesa, dejaba sobre ella escrito en un papel su deseo, y pasaba á la otra parte.

Inmediatamente se cerraba la puerta, volvia á abrirse al poco tiempo, y cuando Zairah volvia, encontraba el objeto que habia pedido.

En una ocasion, se sintió enferma y llamó, avisando en un papel su estado.

Inmediatamente apareció una persona, enteramente cubierta, examinó á la jóven, y la asistió hasta que estuvo completamente restablecida.

Así vivia la infeliz hija de Jask-Al-bahul y Aidamarah.