Za darmo

La alhambra; leyendas árabes

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XIII

Ebn-Ismail entre tanto, sale de Generalife por la parte alta, desciende rápidamente por la falda de la Silla del Moro, llega á los cármenes del Darro, atraviesa el rio, trepa por la opuesta vertiente, recorre una ladera y se encuentra en el barranco donde están las cuevas de Dinadamar.

Pero reina un silencio profundo: la luna ilumina en paz desde lo mas alto del cielo el barranco: todas las cuevas están cerradas83 y oscuras.

– ¿Me habrá engañado el viejo que encontré en el castillo? dice Ebn-Ismail adelantando por el barranco: ¿aquí no hay señal alguna de conspiracion ni de conspiradores?

Pero no ha acabado aun de pronunciar el infante estas palabras, cuando de detrás de una breña salta un moro cubierto el rostro con la toca, y le pone al pecho una ballesta armada y le dice:

– Detente sino quieres morir.

Y el infante se detiene y se alegra, porque en aquel hombre que le amenaza, vé un indicio de la conspiracion.

– ¿Quién eres? le pregunta el moro encubierto.

– Soy el infante Ebn-Ismail, que busco á los caballeros que conspiran contra el wazir Masud-Almoharaví.

– ¿Sabes los nombres de esos caballeros, ó siquiera el de uno solo de ellos?

– No lo sé.

– Pues entonces debes morir.

– No; mas bien llévame entre ellos: vengo solo, nadie me sigue: si soy traidor mas seguro estaré entre los conjurados, y si me matas, la conjuracion no tendrá efecto, porque yo soy el que la ha de alentar y hacer posible.

Parecian contener al moro estas palabras, dá un silvido y acuden otros moros; habla con ellos algunas palabras en voz baja el primero, y los otros van á reconocer los alrededores. Cuando se convencen que nadie hay en ellos, que el infante viene solo, vuelven, asen del infante, le vendan los ojos, le levantan en alto y le llevan: el infante siente abrir una puerta, bajar despues á los que le conducen unas escaleras, atravesar un largo espacio pendiente, detenerse y adelantarse uno de ellos solo. Poco despues escucha los pasos de aquel hombre que llega á los otros, habla en voz baja con ellos y siguen con el infante y le dejan en tierra y se retiran.

Entonces oye una voz que le dice:

– ¿Eres tú el infante Mohammet-Ebn-Ismail, hijo del walí de Algeciras y primo del rey?

– Sí, contesta el infante.

– ¿Quién te ha dado noticias de que estábamos aquí reunidos?

– Un astrólogo á quien he consultado.

– Has sido imprudente.

– El astrólogo no nos hará traicion.

– ¿Y te conjuras tú contra el rey?

– Sí, quiero matarle.

– ¿Por qué razon?

– Me ha quitado una cautiva en la toma de Martos.

– Y crees tú que se pueda matar al rey.

– Yo, si me ayudais le mataré mañana.

– ¡Mañana!

– Sí, yo mismo, por mi mano.

– ¿Será preciso que se amotine el pueblo?

– Se le amotina.

– No tenemos bastante dinero para ello.

– Le tengo yo, dice el infante: y se arranca la venda de los ojos.

XIV

Encontróse en un ancho subterráneo de negra bóveda y de muros húmedos.

Aquel subterráneo presenta por todas partes señales indudables de que es una cisterna.

Alrededor hay de pie multitud de moros, algunos de los cuales tienen hachas encendidas en las manos.

El infante vé que la mayor parte de aquellos caballeros son amigos suyos.

– ¿Por qué, pues, habeis desconfiado de mí? dice.

– Se vé el rostro de los amigos, contesta el que antes habia hablado, pero no se vé el corazon.

– Aprovechemos el tiempo, replica el infante: ya es alta la noche, y yo pienso matar al rey mañana cuando esté en su trono de justicia.

– ¿Y tambien al wazir Masud-Almoharaví? preguntan algunos.

– Al wazir tambien, dice el infante.

– Si nos dás el oro que sea necesario, aun nos queda tiempo bastante para pagar la gente aventurera, los mendigos y los alborotadores, y producir un motin, dice otro.

– Oro tendreis cuanto sea necesario, replica el infante.

– Pero, si hemos de matar al rey, dice el que primero ha hablado, es necesario que pensemos en quién ha de sucederle.

– ¿Y quién ha de sucederle mejor que su hijo y de la sultana Aleidah? dice el infante.

– El príncipe Mohammet es muy jóven aun, dicen la mayor parte de los conjurados.

Y – No faltará quien gobierne durante su juventud, dice el infante.

Trátase al fin el negocio, líganse unos á otros con juramentos, dánse señas, salen de la cueva, y dos de ellos acompañan al infante á su casa á recibir el dinero con que habia de pagarse la sublevacion del populacho.

El infante queda solo.

Pero no se recoge al lecho.

Pasa lo que resta de noche paseándose por su cámara, delirando como un ébrio, y encendida el alma con el ardiente recuerdo de las caricias de la tentadora sultana Ketirah.

XV

Al dia siguiente el infante Ebn-Ismail, su hermando Yshac, y como hasta cincuenta caballeros parciales suyos, aparecen en la Puerta del Juicio de la Alhambra dentro del círculo de los guardas, y al pie del trono de justicia.

Su nobleza les concede aquel lugar que nadie les ha disputado.

Aun no ha salido el sol, y el rey no se ha sentado en el trono de justicia.

Pero ya están allí el estandarte real, y los guardas, y los que esperan para esponer sus quejas.

Nótase algo de sombrío en el semblante de Ebn-Ismail y de los caballeros que le acompañan.

Sus miradas inquietas parece que esperan la aparicion de algo que tarda, y sus oidos atentos un rumor que no suena.

Y no es el rey lo solo que esperan. No es el alarido de las trompetas que anuncian su llegada el ruido único que ansían escuchar; porque sus miradas y su atencion tanto parecen dividirse entre el interior del alcázar y el esterior de él.

Al fin suena un alto alarido de trompetas, añafiles y atakebiras en la parte de adentro, y el infante Ebn-Ismail y los caballeros que le acompañan se inquietan y palidecen.

El rumor se acerca mas.

Nuevas guardias rodean el trono de justicia, y al fin aparece el rey Abul-Walid, que se sienta en medio de su magestad en el trono, y,

– ¿Qué quieren mi noble primo y mis caballeros? dice con voz ronca al infante y á los que le rodean al pie del trono.

El infante mira á los suyos, y estos como que parecen decirle con sus miradas espera; y,

– Venimos á pedirte justicia, señor, contesta Ebn-Ismail: pero los pobres y los menestrales esperan tambien: juzga sus agravios antes que los nuestros, invencible sultan.

Masud-Almoharaví, que acompaña al rey, mira con recelo al infante y á los suyos, pero no se atreve á espresar sus temores, porque no son por la vida del rey, sino porque espera que aquellos caballeros se quejen de él amargamente al rey, y el segundo wazir, que tambien al rey acompaña, permanece en su puesto y sin recelar nada, grave é inmóvil.

Empieza la audiencia, y sigue, y es larga, porque son muchos los querellosos que acuden al rey.

Quedan sin embargo pocos, y los conjurados no oyen el rumor que esperaban, y que debe ser la señal para consumar su delito.

En fin, el último de los del pueblo es oido, y no habiendo ya mas á quien juzgar, el rey dirige severamente la palabra á Ebn-Ismail.

– ¿De qué tienes que quejarte, mi noble primo? le dice.

En aquel momento suena un rumor sordo en la parte de la ciudad, allá abajo, que aumenta y zumba.

El semblante de Ebn-Ismail palidece aun mas; sus ojos centellean, y dice adelantando hácia el trono.

– Me querello de tu tiranía, dice sin inclinarse, con la frente alta y terrible acento de amenaza.

El rey palidece y tiembla de cólera; salta abajo del trono empuñando su espada, y se dirige furioso á Ebn-Ismail apellidándole traidor.

Pero Ebn-Ismail mas pronto, ó mas afortunado, ase al rey por sus vestiduras, le arroja contra la puerta, saca un puñal de la manga de su aljuba, y dice con voz terrible hiriendo al rey:

– ¡Tú me robaste en Martos una doncella cristiana, y yo te robo la vida!

Y en el mismo punto, y cuando el rey cae exánime, y el segundo wazir, que ha pretendido defender al rey, cae hecho pedazos por los conjurados, el rumor, los gritos que se acercan, resuenan ya distintos, y se escucha á una turba inmensa que adelanta hácia el alcázar gritando:

– ¡Muera el wazir Masud-Almoharaví! ¡muera el tirano!

Y la confusion cunde, y los guardas se arremolinan, y Ebn-Ismail y los suyos se abren paso con sus espadas entre la revuelta y sorprendida guardia africana, y se reunen al populacho que llega sediento de la sangre del wazir, escitado y pagado por los caballeros de la conjuracion, y gritando cada vez con mas furor:

– ¡Muera el wazir Masud-Almoharaví! ¡muera el ladron! ¡muera el tirano!

Y en aquel momento terrible, el wazir amenazado, ase al rey moribundo, le carga sobre sus hombros, y se pierde con él en el interior del alcázar, despues de gritar á los de la guardia africana:

– ¡Cerrad las puertas! ¡á los muros los ballesteros! ¡sígame, siga al rey el que no sea traidor!

Y la puerta cierra sus dos hojas de hierro antes que puedan llegar los conjurados, que sacian su corage despedazando á los africanos que han quedado fuera, y combaten inútilmente durante todo aquel dia el alcázar, del cual son rechazados.

 

XVI

Todo es confusion dentro y fuera de palacio.

El rey moribundo ha sido conducido á la cámara de la sultana Ketirah, cuya alma se alegra, pero á cuyos ojos asoman lágrimas.

Arrójase sobre el rey, llora, gime, se mesa los cabellos y pretende cerrar con sus labios sus heridas.

Y el rey moribundo vuelve á ella los turbios ojos, la reconoce y grita:

– ¡Esta! ¡esta! ¡la infame adúltera, es la causa mi muerte! ¡Apartadla, apartadla de mí, y descabezadla! ¿No lo oís? ¿No soy yo el rey? ¿Nadie me obedece?

Pero con la sultana y con el rey solo está Masud-Almoharaví: el cómplice del parricidio de Ketirah, el envenenador de la sultana Aleidah, y no se mueve.

– ¿Es verdad lo que el sultan moribundo dice? pregunta el wazir á Ketirah.

– Sí, sí: amo al infante Ebn-Ismail, dice Ketirah la terrible muger que no sabe conservar mucho tiempo el disimulo: le amo y me ama. ¿Qué me importa todo? yo no negaré nunca mi amor.

Masud se estremece y mira si hay alguien que los escuche.

Pero nadie hay en la cámara.

– ¡Silencio, imprudente! grita poniendo una mano en la boca de la sultana. ¡Si alguien te oyera rodarian nuestras cabezas! ¡Pero ese hombre está espirando! añade mirando al rey: ¡Granada está alborotada! ¡Es necesario prevenir el primer ímpetu de la irritada muchedumbre! ¡Voy!.. ¡es preciso que yo salga de aquí! ¡Quédate tú; no te separes de él; está espirando; pero si antes de espirar entrase alguien!.. ¡antes de que hable, Ketirah!..

Ketirah lanza una mirada terrible al rey, que dice á Masud que ella le ha comprendido y Masud sale.

Y el rey que lo ha oido todo, que ha comprendido lo horrible de su situacion, pretende levantarse y prorrumpe en gritos.

Pero Ketirah sofoca sus gritos, cubriéndole la cabeza con su almaizar, y el rey lucha, y con la lucha sale á borbotones la sangre de las heridas.

El rey ya no puede gritar, nadie puede oirle.

Ketirah continúa sofocándole, implacable y terrible con el almaizar.

Y el rey continúa luchando.

Y la sangre brotando de las heridas.

Satanás se sonrie escondido en la cúpula.

XVII

Entre tanto Masud-Almoharaví sale al patio á sosegar á la guardia que está revuelta, y la gente que se agolpa fuera del alcázar, y les dice: – Que el rey está vivo, que sus heridas son leves, y que pronto le verán sano y salvo.

Para sincerarse, ó mas bien para evitar toda sospecha respecto á Ketirah, manda prender de órden de la sultana á algunos de los que habian estado en el motín, y de órden de la sultana los descabeza en el acto y manda poner sus cabezas en las almenas de la Puerta del Juicio.

Despues entra de nuevo en la cámara de la sultana.

El rey habia muerto.

La sultana le miraba friamente.

Acababa de espirar, y Ketirah tenia las manos teñidas en sangre.

– ¡Oh! ¡qué es eso! esclama Masud al ver las rojas manos de la sultana.

– Una puñalada mas; responde friamente Ketirah. Tardaba mucho en morir, sentí pasos que se acercaban, y no sabiendo que eran los tuyos, sentí miedo.

Y Ketirah se encamina á la fuente que surge en el centro de la cámara y lava tranquilamente sus manos y su puñal, que cuando está limpio envaina y guarda entre su ceñidor de púrpura.

– Yo amo al infante Ebn-Ismail, dice poniendo las manos en los hombros de Masud y acariciándole con su mirada. Quiero que sea sultan. Quiero ser su sultana.

Masud se estremece.

– ¡Imposible! esclama: hé mandado cortar las cabezas de algunos paciales del infante Ebn-Ismail, y este anda huyendo.

– ¿Y por qué has ajusticiado á esos hombres?

– Para que el pueblo no nos hiciera pedazos.

– Quiero que el amado de mi alma sea sultan, y yo ser sultana; replica con doble insistencia Ketirah.

– El pueblo no recibirá un rey que tiene teñidas las mano en la sangre de Abul-Walid, á quien amaba. El pueblo mirará con horror á la esposa de Abul-Walid entre los brazos de su asesino.

– ¿Y qué hemos de hacer? ¿hé de perder yo á mi amado?

– Gozar puedes sus amores sin zozobra y en secreto, siendo gobernadora del reino conmigo á nombre del príncipe Mohammet.

– ¡El hijo de Aleidah!

– ¿No murió su madre?..

– Sí.

– ¿No es débil de salud el príncipe?

– Sí.

– Si dentro de un año, pasado ya el horror que hoy siente el pueblo por el infante Ebn-Ismail, muriese el rey Mohammet…

– ¿Entonces mi adorado podria ser proclamado rey?

– Quién lo duda.

– ¿Y seré yo entre tanto gobernadora?..

– Conmigo.

– ¡Vé entonces, vé, Masud! ¡yo me quedo guardando al rey muerto! ¡vé tú á proclamar al rey vivo!

Vuelve á salir Masud de la cámara de Ketirah, y dice á la guardia berberisca y á su caudillo Ozmin que el rey vá muy bien.

Luego sale por la ciudad, habla á sus amigos y les dice que vayan á palacio para autorizar y defender lo que conviene al bien comun y particular de todos ellos.

Trae á cuantos amigos puede á palacio, los deja en el patio con la guardia, y entra en la cámara de la sultana.

Poco despues envia un mensage al caudillo Ozmin y á todos los caballeros diciéndoles que pasen al salon, que el rey, mas restablecido, les quiere hablar.

Entran todos en el salon de Embajadores, y cuando toda la nobleza de la córte está junta, se presenta la sultana Ketirah doliente, llorosa y enlutada, llevando de la mano al príncipe Mohammet, niño de poca edad.

Masud les anuncia la muerte del rey, y los compele á que juren al jóven príncipe.

Amigos los unos del rey difunto, sobrecogidos otros, aunque no faltaban ambiciones, juran á Mohammet-ebn-Ismail-ebn-Nazar por su rey y señor.

Luego toda la nobleza y la guardia salen por las calles y repiten en Granada la proclamacion del nuevo rey.

Pero aquella noche una sombra se desliza por la cuesta que rodea las espaldas de la Alhambra, llega al pie de una torre y hace una señal; cae una escala, y el bulto trepa por ella hasta un ajimez.

Luego se escucha un beso entre el silencio, y el ajimez se cierra.

El asesino y su cómplice la adúltera, están entregados á su amor, y Masud-Almoharaví, el infame, vela sus placeres.

XVIII

El desdichado rey Abul-Walid fué sepultado en la randa ó panteon del alcázar junto á sus abuelos.

Sobre su tumba se puso la inscripcion siguiente:

«Este es el sepultcro del rey mártir, conquistador de las fronteras, defensor de la religion, el ínclito, el escogido, el reparador de la familia de los Nazares, el príncipe justo, el amparador, el denodado, el héroe de la guerra y de las batallas, el noble, el generoso, el mas afortunado de los reyes de su dinastía, el mas aventajado en piedad y celo de la honra de Dios, espada de la guerra santa, muro de los pueblos, fortaleza de los caudillos, amparo de los nobles, alivio de los pobres, el compasivo con los que temian, el domador de los soberbios, laborioso en el camino de Dios, vencedor por la gracia de Dios, príncipe de los Muzlimes Abul-Walid-Ismail, hijo del amparador escelso, del vencedor, escogido, noble, vengador, engrandecedor de la familia Nazaria, columna de la dinastía Algalibia, el piadoso, el compasivo Abu-Said-Ferag, hijo del noble y esclarecido defensor de los defensores del Islam, decoro de los príncipes algalibes, honor, alteza de la prosapia, el santo, el piadoso Abul-Walid-Ismail-ebn-Nazar, santificado sea su espíritu en bienaventuranza, sea refrigerado con el rocío de la misericordia, séale concedido ámplio galardon por premio de sus certámenes meritorios, por su martirio, pues lo hizo Dios conquistador de pueblos, debelador de soberbios reyes enemigos suyos, y fué atesorando méritos hasta el dia señalado que Dios le destinó para que llegado el plazo sellase sus dias con buenas obras; recíbale y colóquele en lugar de retribucion y honra, lugar que tenia preparado por su santo celo: murió, Dios le perdone, á traicion, pero con gloria y en la firme pura confesion de los reyes sus antepasados, y fué elevado á las moradas de eterna felicidad: nació, complázcase Dios de él, en hora bienaventurada entre manos del alba del dia giuma diez y siete de la luna de jawal, año seiscientos setenta y siete84: fué jurado dia jueves veinte y siete de jawal, año setecientos trece85, y fué muerto en dia lunes veinte y seis de la luna de regeb insigne, año setecientos veinte y cinco86. Alabado sea el rey verdadero, que mientras todas las criaturas acaban y se suceden, permanece eterno é inmutable.»

La leyenda que acabamos de relataros es la referente á las manchas sangrientas de la Puerta del Juicio del alcázar de la Alhambra.

LEYENDA V
LA TORRE DE LA CAUTIVA
CONTINUACION DE LA ANTERIOR

I

Si cuando os encontrais en la plaza de los algibes de la Alhambra os volveis hácia el palacio del emperador Cárlos V, y siguiendo á lo largo de su fachada meridional, torceis á la izquierda entre este mismo palacio y la iglesia de Santa María, y seguís luego un pequeño paseo plantado de titos, continuando por el camino que conduce á la puerta de Hierro, os encontrareis al poco espacio delante de la torre de los Picos.

Por cima de los adarves del muro que se apoya en la torre, vereis sobre el monte frontero, verde con el eterno verdor de sus laureles, las blancas torrecillas y las galerías de Generalife: á la izquierda se estenderá vuestra vista en un espacio mas ancho; vereis el monte de San Miguel con el verde pálido de sus nopales, y la ermita del santo Arcángel en la cima, y mas allá, dominándole, el alto y árido cerro de Ainadamar.

Pero si volveis la vista á la derecha encontrareis á pocos pasos un muro revestido de espesa yedra, que se apoya en la torre de los Picos, y en el cual hay un porton de tablas.

Llegad, llamad á aquel porton, y pedid que os dejen pasar por favor, porque aquella es una propiedad particular.

Una vez dentro, encontrareis un arroyo ruidoso que corre junto á las banquetas de los adarves, por la izquierda, entre yerbecillas y violetas, á la derecha árboles frutales y hortalizas, y entre estas y el arroyo el estrecho sendero por donde marchais.

A poco que adelanteis encontrareis una pequeña torre, la torre del Tesoro, abierta por el lado que mira á la parte de adentro del muro, dejando ver los tramos cortados y ruinosos de su estrecha escalera árabe, sus bóvedas grieteadas y su plataforma que amenaza un hundimiento. Seguid adelante, y á medio tiro de fusil encontrareis la torre que vamos buscando.

La torre de la Cautiva.

Entrase á esta torre por una puerta baja de herradura, situada al norte: despues de un desmantelado ingreso, se entra en un patio sostenido en pilares de ladrillo, patio cuya luz es tan estrecha, que mas que patio parece una chimenea: al fondo de este patio sombrío está una pequeña puerta, á la que se llega dejando á la izquierda la estrecha escalera que conduce, ascendiendo, á la plataforma, descendiendo, á una habitacion inferior y despues á los subterráneos.

Abierta la pequeña puerta del fondo que hemos citado, se penetra en una cámara destrozada, pero que por los restos que en ella quedan de estucos labrados, de alhamies, de ajimeces, de la cúpula de estalácticas; por la faja de mosáico que orla la parte inferior de las paredes, se comprende que debió ser tan magnífica como cualquiera otra de las hermosas cámaras del alcázar.

Pero sus adornos están ahumados por el fogon de la pobre familia que tiene por albergue miserable un alcázar destruido: tabiques que sirven de compartimientos alteran el plano; los ajimeces están tapiados y cubiertos por miserables ventanas de tablas tendidas; el pavimento destrozado, polvoroso; la cúpula agujereada, rota por la lluvia que se filtra por la desnuda plataforma, en la cual brota la yerba. Con la Alhambra se han cometido y se están cometiendo barbáries inauditas: no parece sino que se tiene empeño en que desaparezca, en que se destruya. ¡Como si fuera una cosa fácil y hacedera el construir una Alhambra!

 

Algunas tardes de invierno, envueltos en nuestra capa, cubierto el rostro con un ancho calañés, bajo un cielo densamente nublado, bajo la lluvia, hemos pasado por el sendero de esa huerta, junto á las torres de los Picos, de la Cautiva y de las Infantas, y por las puertas y por las ventanas de todas ellas hemos visto salir un humo espeso que arrebataba incesantemente el viento, y que incesantemente se reproducia. Era que las pobres familias habitantes de esas torres infortunadas, se calentaban con la leña húmeda y verde que acababan de arrancar de los desnudos árboles de la huerta.

Era que una nueva capa de ollin caia sobre los arabescos.

Y al ver esto, rebosaba de nuestro pecho un hondo suspiro, porque no éramos bastante ricos, bastante poderosos para arrancar á aquellas torres de su ignominiosa esclavitud.

83Era costumbre de los moros pobres, vivir en cuevas que habilitaban lo mejor que les era posible: de este género de viviendas miserables, aun hay muchas en Granada habitadas generalmente por gitanos y gente pobre. Estas cuevas habitaciones tenian naturalmente puertas, y por eso hemos usado en el testo la frase: cerradas.
841278 de Jesucristo.
851313, idem.
861325, idem.