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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

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Exhorta á sus paisanos (prosiguieron los ángeles) que tengan gran respeto y reverencia á los Misioneros, ministros de Dios, y á que, depuestas y olvidadas las discordias y rencores, se amen como buenos cristianos.

Explica al pueblo la terribilidad de los suplicios eternos, porque no pocos perseveran todavía, obstinados en sus vicios, y se hacen sordos á los avisos de los Padres y al llamamiento de Dios.

Dí que se mude cuanto antes la Reducción á paraje más vecino y cercano á los infieles, porque Jesucristo, por la desobediencia de los tuyos ha enviado aquí la peste y nunca cesará hasta que os rindais de buena gana á su voluntad, pues es cosa fuera de razón que los obreros Evangélicos pierdan el tiempo en cultivar pocas almas, mientras se pierden tantos millares por falta de quien les enseñe el camino de salvación.

Dí á los cristianos que fueron á anunciar el Nombre de Dios á los infieles, que su misión agradó mucho á Jesucristo, y que por los trabajos é incomodidades que en ella sufrieron, les tiene prevenido en el cielo un premio incomparable; que no teman nada las saetas, las macanas y la muerte á manos de los gentiles, porque recibirán de Dios gloria y galardón correspondiente; y para que se te dé crédito y fe, verás ahora alguna cosa de la eterna bienaventuranza.

Entonces, en un momento, desapareció el condenado y aquella terribilísima representación del infierno, y luego le pusieron los ángeles á las puertas de la Celestial Jerusalén, de tal riqueza y hermosura, cual las pinta el apóstol San Juan en su Apocalypsi.

Apenas había metido dentro el pie, cuando le salieron al encuentro dos bellísimos jóvenes, trayendo en las manos cruces resplandecientes, los cuales le introdujeron en un ameno jardín, donde por la fragancia de las flores, que no se puede comparar con ninguna de acá, y con la belleza de lo que veía, estaba como en extásis admirado; y siendóle presentada una fruta semejante á la granada, con sólo llegarla á sus labios, se le inundó el corazón de tanto gozo y consuelo, que creía que en él estaba lo mejor y aun el todo del don de los ciudadanos del cielo; pero le fué dicho al oído, que estaba muy lejos el piélago de la bienaventuranza, en que engolfándose los Bienaventurados, se hallan plenamente hartos, satisfechos y contentos; y que lo que tenía delante, no era otra cosa más que un asomo, una muestra de lo que quedaba que gozar, bueno y sólo para hacer bienaventurados los sentidos, y la inferior porción del hombre, incapaz de los deleites que trae consigo al entendimiento el conocimiento y la vista clara de la divina esencia.

No acababa el buen Lucas de echar los ojos por todas partes, donde veía nuevas delicias y bellezas; y hubiera querido detenerse algún tanto aquí ó pasar adelante, pero le atajó sus designios y embarazó su gusto un escuadrón de espirítus bienaventurados; y el más autorizado entre ellos que en el aire del semblante, en la majestad de sus pasos y en la cruz resplandeciente que traía, creyó era príncipe de la milicia celestial; el cual, volviéndose á mirar á Lucas, le dijo con palabras algo severas:

¿Y tú? ¿Cómo estás aquí? ¿Te has confesado? Respondió que sí, á que añadió: ¿Y estos tres pecados? y nombróselos.

Enmudeció el pobre, porque decía era verdad, que no había hecho caso de ellos en la confesión, por ignorancia suya.

Entonces le dijo el ángel: Estos afean mucho tu alma, y la impiden el venir á gozar cara á cara de la vista de Dios. Dí á la gente, que no hay otro modo de venir al cielo, sino manifestando sinceramente las culpas en la confesión, como os lo dicen los Padres; las cuales palabras pronunció con tanta fuerza y eficacia, que como un gran trueno le hicieron temblar todo.

Con esto dió la vuelta con sus compañeros y hubiera querido el neófito detenerlos para ver más de cerca las cosas tan grandes que había oído decir de Dios y de su gloria, y ver aquel inefable prodigio de cómo las almas son bienaventuradas, no menos porque se ven en Dios que porque ven á Dios en sí mismo; pero aquel príncipe le hizo entender que ninguno que está feo con la culpa podía mirarse como en un espejo en Dios, ni hacer de sí mismo espejo en que se mire Dios; antes que saliese de allí y volviese acá para borrar con la penitencia y confesión aquellas culpas.

Despidióse, pues, el pobre hombre de aquel dichosísimo lugar, mas cuando empezaba á entrar por el primer camino, vió que le salía al encuentro la Reina del cielo, servida de gran multitud de santos, que despedía de su rostro tantos rayos y resplandores, que quedó pasmado de la belleza y atónito de la majestad de su semblante; y saludándole su Majestad á él en su lengua, con aire de enojada le preguntó qué llevaba colgado al cuello. Este rosario no es tuyo, sino de mi hijo (y nombró al mancebo á quien Lucas se lo había quitado por fuerza), el cual, en premio de haber acertado con la saeta al blanco, quiso más mi rosario que otras cosas que se le ofrecían; vuelvéselo cuanto antes, porque con esta tu violencia le causaste gran pesar; y al decir esto desapareció, y sus conductores ó guías le volvieron al mundo, y encontrando á cada paso tropas de espíritus infernales que andaban discurriendo y ahullando á manera de lebreles que andan en busca de las fieras, se llenó todo de espanto y horror.

Llegado junto á su cuerpo, que poco antes había dejado, no le pareció más que una disforme masa de barro y se maravillaba consigo mismo y no acababa de creer que aquél era en quien poco antes ejercitaba todas las operaciones y facultades naturales, y no cesaba de lamentarse y quejarse con sus compañeros, sino que éstos, sonriéndose, le dijeron:

Aquí conocerás qué cosa eres tú, cargado de esta vil y hendionda materia.

Con lo cual al punto se desaparecieron de sus ojos, se acabó la visión y Lucas Xarupá, ó por mejor decir, su alma, volviendo á entrar en su cuerpo como si despertase de un profundo sueño, ó como él decía, como si resucitase, su primera diligencia fué hacer llamar al dueño del rosario, y pidiéndole perdón de la injuria, luego en aquel punto se vió libre de la fiebre que aún duraba.

Quedaron atónitos los circunstantes de que con tan leve remedio se hubiese librado de aquella penosa enfermedad; mas cuando oyeron lo que por orden de Dios les refirió, fué increíble la conmoción, las lágrimas y el fruto; ni se quedó aquí solo, sino que en donde quiera que llegó la voz de este suceso se vieron los mismos efectos; y quien era bueno se alentó á perseverar, y quien malo, con la memoria de aquellos suplicios, corrigió el humor pecante que en él predominaba. Y el resucitado comenzó una vida tanto mejor, que si antes era bueno, después era un santo.

Quédame ahora, por fin y remate, que decir algo del celo de estos buenos cristianos en anunciar la ley divina y llevar la luz del Evangelio á los que aún duran en las tinieblas y vicios del gentilismo; parece que no viven contentos en la nueva vida que han empezado á profesar si no traen á otros á gozar del mismo bien.

Para prueba de lo cual, daré el primer lugar á los Misioneros, que, como testigos de vista y de experiencia, no acaban de hablar de este particular.

«En este caso, y con otros milagrosos sucesos (así concluye una carta suya un Misionero de la Reducción de San Francisco Xavier, después de haber escrito la visión que poco ha referí), se ha encedido en este pueblo un gran fuego de caridad y de celo, para llevar el nombre de Dios á los infieles sin hacer caso de os trabajos y fatigas y de la muerte, con que han de encontrarse á cada paso.»

«La fe, á Dios gracias, va cada día en aumento (dice otro) y desean muchísimos, sin hacer caso ninguno de su vida, introducirla en los gentiles circunvecinos.

«Estoy esperando (escribe el P. Caballero) á ciertos neófitos que el año pasado recibieron el santo bautismo, los cuales, movidos á compasión de sus paisanos se ofrecieron á ir allá para reducirlos al rebaño de Cristo, para que sean participantes del bien de que ellos gozan.»

Así cuentan de un tal indio llamado Ignacio que no sabe vivir sin andar en busca de infieles y ganando almas á Cristo; y el P. Juan Bautista de Zea, en su ida á los Zamucos, le escogió por capitán de los demás, y á él singularmente fiaba los negocios más graves del bien de aquella gente.

Otro tanto escribe el P. Agustín Castañares de otro indio del pueblo de San Rafael, llamado Antonio, que procuraba librar cuantas almas podía de las garras de los Mamalucos y ponerlas en cobro en su Reducción.

Apenas se serena el cielo, después del tiempo de las lluvias, cuando luego se previenen para sus misiones, y se tiene por dichoso quien más padece y quien más almas trae al conocimiento de Dios, y gastan en esta empresa tres y cuatro meses, hasta que encuentran paraje donde poder hacer cosecha de almas.

Después es cosa de ver las fiestas y alegrías que hace el pueblo al tiempo de su vuelta, y la caridad y amor con que reciben á sus nuevos huéspedes, aunque sean antiguos, implacables enemigos suyos, mueven á devoción y á lágrimas á los Padres.

Dánles parte de su pobreza, admítenlos en su casa y quisieran meterlos también en su corazón, de suerte que presto se olvidan los bárbaros de su nativo suelo y se enamoran de la santa ley divina, de la cual ven en sus huéspedes ingerida tan bella virtud entre hombres tan salvajes como ellos, pues es un gran milagro que aun en las necesidades extremas usen, cuando son gentiles, de piedad unos con otros, aun aquellos á quien la Naturaleza ha estrechado con los fuertes lazos de la sangre.

Y á la verdad, esta nueva cristiandad se debe á sí misma gran parte de su esplendor y aumento; pues se extiende á tanto su ardiente celo que, sin reparar en peligros evidentes de la vida, se entran por las selvas, ya solos, ya con los Padres Misioneros, á solicitar la conversión de los infieles, siendo ya más de ciento los que han derramado su sangre y ofrecido gustosos sus vidas por dilatar los reinos de Jesucristo entre aquellas bárbaras naciones. Como lo verá claramente quien atentamente leyere esta relación.

 

Y ayuda Nuestro Señor á estos sus siervos muchas veces, aun con milagros, á fin de confirmarlos más en la fe y de que viéndolos los infieles corran á pedir el bautismo.

Contaré dos solos por no alargarme ni cansar á los lectores.

El primero es de ciertos neófitos que habiendo salido á llevar el nombre de Dios á una Ranchería de indios Penoquís, mientras que con fervor de espíritu exhortaban á aquellos bárbaros á dejar su patria, abandonar el gentilismo y entrar en el rebaño de Cristo, vinieron algunas mujeres espantadas, gritando: «Desgracia, desgracia, que el agua de una laguna cercana que servía para el abasto del pueblo había tomado forma y color de sangre», pronóstico para ellos de mala ventura.

Empezaron luego los paisanos á discurrir sobre el caso haciendo diversas interpretaciones, según la pasión de cada uno; mas los cristianos al punto les descifraron el caso, diciendo que aquella era fraude y traza del demonio para apartarlos de que abrazasen la ley del verdadero Dios, y en señal de eso fueron allá todos juntos, y vista la extraña mutación, tomando los cristianos con gran fe el rosario en la mano, bendijeron el agua y le metieron dentro de ella; al punto, desvanecida aquella apariencia, volvió el agua á su antiguo color y sabor que antes tenía.

Aún es más maravilloso otro caso que sucedió á estos mismos, los cuales, repartidos por muchas Rancherías distantes unas de otras cosa de una legua, juntaban gente para reducirla á la santa fe y conducirla á la Reducción.

Vieron que allí cerca se levantaba en alto gran nublado de humo y grande fuego, sin saber de dónde venía ni quién le hubiese encendido (y por ventura también esta fué astucia del enemigo infernal), y que venía á dar sobre ellos; y porque hacía gran viento se podía mal asegurar la vida y la hacienda con la fuga; y más que las llamas prendían ya en la primera Ranchería.

Entonces los paisanos, todos juntos, recurrieron á algunos neófitos, rogándoles con lágrimas en los ojos que si eran verdaderas las cosas que les predicaban de Cristo y de su Santísima Madre, los llamasen ahora en su ayuda en lance tan peligroso; y puestos todos de rodillas pidieron á Dios favor y misericordia, prometiendo los infieles recibir el bautismo y su santa ley.

¡Oh, caso milagroso! El fuego pasó adelante sin hacer el menor daño en la casa donde se habían recogido, y ellos lo tuvieron induvitablemente por milagro, porque la dicha casa estaba en el centro del lugar y todas las otras se redujeron á ceniza. Ni paró aquí el prodigio, porque acercándose el fuego á la segunda Ranchería puso á sus moradores en gran espanto; mas los cristianos echaron luego mano del remedio. Hallábase aquí el capitán de todos, quien llevaba la imagen de la reina del cielo; á éste, pues, ordenaron que saliese á encontrar el incendio y le pusiese para defensa la santa imagen delante de su furia.

¡Cosa maravillosa! Partiéronse por medio las llamas sin hacer allí el más mínimo daño, siendo así que todas las casas eran de paja. Y para prueba más manifiesta del milagro se llegaron las llamas á una casa y formaron sobre ella un arco, pero sin lesión alguna.

Con esto se confirmaron los cristianos en la fe y en la devoción á la Madre de Dios, y los bárbaros, vencidos más del prodigio que de su promesa, se alistaron en el número de los fieles.

CAPÍTULO VIII

Preténdese descubrir el río Paraguay para comunicarse estas Misiones con las Reducciones de los Guaraníes

Desde los primeros años en que se dió principio á la Conversión de los Chiriguanás y Chiquitos, con intento de penetrar al Chaco para reducir á nuestra santa fe las naciones que viven en el vastísimo espacio de tierra que hay entre Torija y el Paraguay, se juzgó siempre llevar al fin pretendido, el abrir camino por aquel río y hacer escala á las Misiones del Paraguay ó Guaraníes, á fin de que fuesen más fácilmente proveídas estas Reducciones de los Chiquitos, y los nuestros tuviesen comodidad de conferir á boca con el Padre Provincial y recibir los socorros más oportunos á su necesidad, fuera de que no sería menor el consuelo de los Provinciales en ver las fatigas y sudores de sus súbditos en la conversión de los gentiles, y acabar en poco menos de un año la visita de esta tan vasta provincia; pues cuando ahora es necesario caminar dos mil y quinientas leguas para visitarla toda, descubierto este camino por el río Paraguay, sólo se andarían mil y quinientas leguas en visitar Misiones y provincia.

Consideradas estas utilidades, han puesto por obra los medios más concernientes al fin pretendido, aunque por secretos juicios de Dios nunca se pudieron llevar á cabo, sino después de mucho tiempo, y eso sin fruto.

Pero no por eso debo pasar en silencio las fatigas y trabajos que en esta empresa padecieron y sufrieron nuestros Misioneros, por no privarlos de aquella gloria, que aun acá en la tierra se debe á quien todo se ocupa en promover la gloria Divina.

Dije ya arriba que el principal motivo de fundar la Reducción de San Rafael junto al río Guabys fué por la vecindad con el río Paraguay, á cuyo descubrimiento partieron por el mes de Mayo del año de 1702 los PP. Francisco Hervás y Miguel de Yegros, llevando por guías, ó como aquí decimos por vaqueanos, cuarenta indios, sin otra provisión que la confianza en Dios y fiados en la protección de la Reina del cielo y de los Arcángeles San Miguel y San Rafael.

Ni les salieron fallidas sus esperanzas, porque en todo el viaje se hallaron provistos de montería y de pesca con tal providencia, que en las mayores angustias era más abundante y de mejor cualidad el socorro.

Llevaban consigo un Cathecúmeno, de cierta nación, que los años pasados había sido impedimento para descubrir este río; procuró éste con grande eficacia que sus paisanos recibiesen la ley divina, y que los Misioneros fuesen recibidos y bien tratados en tres Rancherías, de Curuminas, Batasiz y Xarayes, donde se quedó, por estar mal proveído de ropa y por habérsele clavado una espina en un pie, y después de pocos días pasó á la otra vida sin recibir el Santo Bautismo, siendo así que se había empleado con fervor en que otros lo recibiesen.

Vencidas, pues, muchas dificultades y pasadas no pocas incomodidades que se hicieron precisas por haber de caminar por espesos bosques y agrias montañas, y pasar pantanos y lagunas, á más del contínuo susto y temor de caer en manos de enemigos, llegaron á plantar una cruz en las riberas de un río, que juzgaron era el del Paraguay, ó á lo menos un brazo de él (en lo cual padecieron grande engaño, porque no era río, sino un gran lago que iba á rematar en un espesísimo bosque de palmas).

En este ínterin maquinaron ciertos indios dar la muerte á su salvo á los Padres cuando diesen la vuelta por sus tierras; pero disuadidos de esta traición por otros de mejor conciencia, les salieron al encuentro y se fueron con toda la gente de aquellas Rancherías en compañía de los Padres al pueblo de San Rafael, donde tomaron casa.

Con la noticia de este descubrimiento, determinó el P. Joseph de Tolú, Superior á la sazón de estas Reducciones, que veniese á la provincia el P. Francisco Hervás á dar esta noticia al Padre Provincial Lauro Núñez, que ya segunda vez la gobernaba.

No se puede creer el júbilo y gozo que éste tuvo con semejante aviso; y con toda presteza escogió cinco Misioneros antiguos de los Guaranís, con un hermano coadjutor, para que por la banda del Paraguay descubriesen el camino que ya juzgaban se había descubierto por la banda de los Chiquitos. Estos fueron el P. Bartolomé Ximénez (que habiendo ido Procurador á Roma de vuelta á esta provincia, voló, cargado de años y merecimientos al cielo, el día 22 de Julio de 1717 en el puerto de Buenos Aires), los PP. Juan Bautista de Zea, Joseph de Arce, Juan Bautista Neuman, Francisco Hervás y el hermano Silvestre González.

Y porque á alguno no le desagradará leer los sucesos de este viaje, tomaré el trabajo de transladar fielmente una relación diaria de todo lo que hizo uno de los sujetos que iban, la cual, después de mucha diligencia que puse en hallarla, llegó finalmente á mis manos y es como sigue:

«Salimos (dice) á 10 de Mayo del año 1703, del puerto de nuestra Reducción de la Candelaria, para dar fondo en el de Atinguí; y de allí á 27 del mismo mes, tomamos tierra en el Itatí, donde nos recibió con singular afecto el P. Fray Gervasio, de la venerable orden de San Francisco, cura que era del aquel pueblo.

De aquí, tiramos hacia el río Paraminí, por donde en el río Paraná desemboca el río Paraguay, y montamos aquel cabo, no sin gran dificultad por la furia de los vientos que nos dieron que hacer muchos días.

Finalmente á 22 de Junio, aferramos en el puerto de la Asunción, donde nos recibieron con la acostumbrada caridad que usa la Compañía, los Padres de aquel colegio, y después de cuatro días partimos de allí, llevando una barca grande, cuatro balsas, dos piraguas y una canoa.

Habiendo caminado las balsas cuarenta leguas, descubrieron á lo lejos algunas canoas de indios Payaguás, que se creyó eran espías de esta nación.

Deseamos hablarles y dárnosles á conocer para quitarles todo miedo y sospecha y exhortarles á que ya de una vez ajustasen paces con los españoles y quisiesen hacerse cristianos.

Entróse para este fin, en una canoa el P. Neuman con el hermano Silvestre González y llegando cerca de ellos quería eficazmente entablar con ellos tratados de acuerdo. Pero no surtió efecto el deseo de que ellos quiesen llegarse, gritando en alta voz: Pée pemomba ore camarada Buenos-Ayres viarupi, que en castellano quiere decir, que temían de nuestra gente, quienes habían destruído á sus paisanos en los confines de Buenos Aires.

Por lo cual, desconfiando el P. Neuman de poderlos reducir, dió la vuelta, dejando colgados de un árbol de la playa, algunos abalorios y otras cosillas.

Viendo, pues, aquellos bárbaros que las caricias de los nuestros no se quedaban en solas palabras, fueron luego corriendo á coger aquellas chucherías y con más ánimo y seguridad, se llegaron cuatro de ellos al pie de una balsa, donde dejaron algunas esteras labradas con lindo arte y tejidas delicadísimamente: prosiguióse muchos días este tratado, siendo el faraute Aniceto Guarie, fervorosísimo cristiano, vice-corregidor de la Reducción de San Cosme; el cual, deseoso de la reducción de aquellos infieles, procuraba, con modo muy afable y cortés, entrar con ellos para salir con la suya.

Es la nación de los Payaguás, de vilísima condición, cobarde, pérfida y pronta á maquinar traiciones y en breve manifestaron estas malas cualidades; porque habiéndose acercado nuestro Aniceto el día 12 de Julio á ciertos Payaguás, con algunas bujerías que ellos estiman, para exhortarlos y reducirlos á recibir el santo bautismo, salió de una ensenada poco distante una manga de estos traidores, dividida en dos canoas y dando sobre él á traición le mataron á él y á otros compañeros con fieros golpes de macana; y ejecutadas estas bárbaras muertes, echaron á huir desesperadamente para librarse de nuestros cristianos, los cuales advirtieron bien tarde la fatalidad; é ídos al lugar del insulto, hallaron los cuerpos de los compañeros, sin poder dar con el de Aniceto; y al siguiente día celebramos las exequias por sus almas; con que se puede piadosamente creer habrá Dios usado misericordia con ellos por el celo con que se ofrecieron á tratar con estos pérfidos gentiles.

Viendo los Payaguás que nuestra gente no hacía ninguna demostración de sentimiento por este suceso, tomando atrevimiento, resolvieron desalojarnos el día siguiente de donde estábamos, dejándose ver una multitud de canoas divididas en dos escuadras, de las cuales, llegándose una á tierra desembarcó alguna gente y la otra discurría por el río, pero no se atrevieron á ponerse á tiro; antes, poco después se retiraron, no dejándose después ver más, sino á lo lejos, á fin de espiar nuestros pasos: una sóla vez, en la oscuridad de la noche, osaron molestar por tierra las balsas, tirando contra ellas piedras y flechas; mas nuestros cristianos, con poca diligencia, los pusieron en fuga.

Este fué el único encuentro que tuvimos con estos enemigos, con quienes, si se hubieran coligado los Guaycurús, gente infiel, pero valerosa y enemicísima de la fe católica, difícilmente hubiéramos podido escapar y librarnos de sus asechanzas y celadas en un río poblado por todas partes de islas y de ensenadas.

A siete de Agosto llegamos á la boca del río Xexui, por donde antes que los Mamalucos destruyesen los pueblos de Maracayá, Terecaní y la Candelaria, se conducía todos los años á la Asunción gran cantidad de la célebre yerba del Paraguay; el día 19, caminando á lo largo de la ribera, vimos una tierra de Payaguás, cuyos moradores se habían poco antes retirado á una grande isla que estaba frente á nosotros.

 

Apenas dimos allí fondo cuando saltaron en tierra nuestros indios, y sentidos de la muerte de sus compañeros la robaron y saquearon toda; era esta tierra del cacique Jacayrá, donde él mantiene algunos vasallos para la fábrica de las canoas.

El día 21 encontramos un fortín con empalizada y sobre ella tres grandes cruces, y sospechando nosotros que los Mamalucos habrían hecho allí alguna de sus misiones, supimos después que esto había sido traza é invención de los Payaguás para que Dios los librase de una grande multitud de tigres que infestaban extrañamente el país.

Vimos poco después andar en la playa doce bárbaros, pero sin darnos molestia; no obstante, lo que más nos maravilló fué que hasta el día 30 de Agosto no se vieron sino dos canoas de Guachicos antes de llegar al Tepotii.

La boca de este río dista como cosa de treinta leguas de la del río Piray. Más adelante hay una hilera de escollos por entre los cuales pasa una furiosa corriente que de ordinario los encubre. Pero cuando allí cerca lleva el río poca agua, se ven en la cima de una de aquellas piedras ciertas huellas de hombre, que dicen los naturales son del apóstol Santo Thomé.

Poco más adelante, enfrente, se ven doce altísimas rocas, alegres á la vista, excediendo naturaleza á la hermosura del arte. Aquí empezaron los Guaycurús á encender fuegos y hacer humaredas, que son los correos volantes para avisar á los pueblos circunvecinos de que andan por allí enemigos.

Siete leguas después de estos montes corre su río, junto al cual está situada la laguna Neugetures, en que entra un río que baja de las tierras de los Guamas. A lo largo de esta laguna viven lo más del año estos bárbaros, y allí crían muchas manadas de caballos y mulas, sirviéndose de los Guamas como de esclavos, para cultivar la tierra y sembrar el tabaco que se dá aquí en gran abundancia.

Otras naciones confinan con estas, entre las cuales había una llamada Lenguas, cuyo idioma es semejante al de los Chiquitos.

Dos leguas más adelante de esta laguna desemboca el Mboimboi, junto al cual antiguamente hubo una Reducción en que trabajaban en provecho de los naturales los PP. Cristóbal de Arenas y Alonso Arias.

Sucedió que el segundo, llamado á las tierras de los indios Guatos para administrarles el Santo Sacramento del bautismo, se encontró con una cuadrilla de Mamalucos, los cuales le mataron á mosquetazos; y el otro, cayendo poco después en las mismas manos, salió tan maltratado, que en breve acabó de vivir y padecer.

De aquí hasta los Xarayes en dilatadísimas campañas por beneficio de la naturaleza, sin ninguna industria del arte, se cría inmensa cantidad de arroz, de que todos los años hacen provisión los Payaguás, Guatos, Nanuiquas, Caracarás, Guacamás, Guaresis y otros pueblos confinantes.

A 22 de Septiembre pasamos las montañas de Cuñayegua, que tienen en frente de sí en la otra banda las del Ito, donde viven los Sinemacas.

Aquí fueron á predicar la santa ley de Cristo los PP. Justo Mansilla, Flamenco, y Pedro Romero, español, el cual fué muerto con el hermano Mateo Fernández por los indios Chiriguanás, porque les persuadía que por ser cristianos no podían tener más que una mujer.

En una isla, cinco leguas más adelante, se habían retirado dos caciques, Jarechacu y Arapichigua, con todos sus vasallos Payaguás, que al vernos despacharon luego siete canoas á la grande isla de los Orejones, para dar aviso á aquellas gentes, como lo suelen hacer en tales ocasiones, y por eso se veían de cerca y de lejos muchos humos en el aire, por lo cual en todo aquel contorno son los Payaguás tenidos en grande estimación, que les es de mucho provecho, por lo que les dan de tabaco, cueros, telas y vituallas, de que están abastecidos con grande abundancia.

Desde el Tobatí pasamos junto á las montañas del Taraguipitá, de donde cuatro Misioneros enviados por el P. Antonio Ruiz se esparcieron por esta dilatada gentilidad á predicar el Evangelio. Estos fueron los PP. Ignacio Martínez, español, Nicolás Hernat, francés, Diego Ferrer y Justo Mansilla, flamencos. El primero fué llamado al Perú á la misión de los Chiriguanás; los otros dos, oprimidos de las fatigas y trabajos en un total desamparo de todo humano consuelo, con una muerte semejante á la del grande apóstol del Oriente San Francisco Xavier, pasaron al eterno descanso; el último, que quedó sólo, cansado de los muchos trabajos, falleció también en breve tiempo.

Ocho leguas sobre el Tobatí, desemboca por dos partes el río Mbotetei, por donde bajan al Paraguay á hacer sus correrías los Mamalucos.

Enfrente de estas dos bocas del río Mbotetei, por la otra banda desemboca el Mandiy, que baña las faldas de los montes Taraguipiti que, encadenándose con los del Tambayci y Garaguy, se extienden á lo largo de las costas del Paraguay, hasta cerca de la célebre isla de los Orejones.

Desde el río Mbotetei hasta los Xarayes, se extiende el país en vastas campañas, habitadas antiguamente de los Guaycharapos é Itatines; pero molestados de los Mamalucos los abandonaron, internándose en espesos y grandes bosques, que desde la laguna Jaragui, por cincuenta leguas, tiran hasta Santa Cruz la Vieja.

Finalmente, á 29 de Septiembre, montadas las dos bocas del Mbotetei, llegamos á donde el Paraguay, dividido en dos brazos, forma á lo largo una isla de veinte leguas.

Por estar ya en tierra de los Chiquitos se comenzaron á hacer muchas diligencias para hallar la cruz que el año pasado levantaron los PP. Francisco Hervás y Miguel de Yegros, reconociendo muchos lagos y ensenadas.

A 12 de Octubre, habiendo dado fondo en el Paroguamini, encontramos con unos Payaguás, los cuales, aunque temían á nuestros indios, se llegaron no obstante á nosotros y nos presentaron biétole y otras frutas de la tierra, á que correspondimos cortesmente con otros regalos.

A 17 dimos fondo á vista de la laguna Jaragui que se oculta por gran trecho entre bosques y montes hasta cerca de la de los Orejones. Aquí una parte del Paraguay está hoy día habitada de gran número de infieles; pero el lado izquierdo es el más poblado, porque se pueden defender más fácilmente de las inopinadas invasiones de los Mamalucos, á causa de que estando rodeados de grandes lagunas y pantanos, se hace muy difícil y casi imposible el paso á aquellos malvados.

Señalaré aquí algunas naciones de una y otra banda. A mano derecha están los Guarás, Lenguas, Chibapucus, Ecanaquis, Napiyuchus, Guarayos, Tapyminis, Ayguas, Cunicanis, Arianes, Curubinas, Coes, Guaresis, Jarayes, Caraberes, Urutues, Guahones, Mboyaras, Paresis, Tapaquis. De la otra banda izquierda están los Payaguás, Guachicos, Itatines, Aginis, Sinemacas, Abiais, Abaties, Guitihis, Cubieches, Chicaocas, Coroyas, Trequis, Gucamas, Guatus, Mbiritis, Eleves, Cuchiais, Tarayus, Jasintes, Guatoguaguazus, Zurucuas, Ayuceres, Quichiquichis, Xaimes, Guañanis, Curuaras, Cuchipones, Aripones, Arapares, Cutuares, Itapares, Cutaguas, Arabiras, Cubies, Guannaguazus, Imbues, Nambiquas.

Verdad es, que estas naciones las más se reducen á dos ó tres Rancherías, otras á poco más de trescientas ó cuatrocientas almas y otras también en mayor número, y se distinguen por la diferencia de las lenguas, porque todas tienen distinto idioma, ni se entienden entre sí, aunque vecinas y confinantes, porque ó son enemigas, ó no tienen comercio unas con otras.