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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

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CAPÍTULO V

Los Mamalucos intentan la destrucción de estos pueblos; pero sus intentos salieron frustrados

Mientras de esta cristiandad navegaban viento en popa, aumentándose cada día más el número de los convertidos á nuestra santa fe, y si bien el demonio veía se le frustraban sus diabólicas trazas, no perdía el ánimo; antes bien, procuró con todo el esfuerzo posible cortar de un golpe la felicidad presente y las esperanzas futuras, atizando ó instigando á los Mamalucos del Brasil para que viniesen á quitar las vidas á los neófitos y destruir el país á sangre y fuego; y le hubiera salido como esperaba, si Dios, á quien tocaba defender á sus fieles de aquel infortunio, no hubiera frustrado sus designios, disponiendo recayesen sobre la cabeza de sus aliados los que había maquinado para total ruina de los cristianos.

Habían dichos Mamalucos entrado en aquella provincia los años pasados para hacer sus robos acostumbrados, y asaltando de improviso algunas Rancherías de Chiquitos, hacer á muchos esclavos.

Cobraron con este lance ánimos y atrevimiento para dar en tierra de los Penoquís, con esperanza de lograr en ellos un rico botín. Presintieron éstos la venida de los enemigos, y viéndose sin fuerzas ni armas para salirles a encuentro y hacerles resistencia en campaña abierta, determinaron repararse con la industria, ya que no podían defenderse con las armas.

En orden á esto hicieron que se escondiesen algunos junto al camino estrecho de una selva por donde habían de pasar los enemigos, y aquí escondidos esperaron hasta que entraron ya por esta senda estrecha, contra quienes luego que fueron descubiertos por entre los árboles, jugaron á su salvo sus flechas envenenadas con ponzoña tan activa, que de recibir la herida á caerse muertos era muy poco lo que pasaba.

Los que quedaron con vida exploraron por todas partes de dónde venía aquella tempestad, y después de algún tiempo cayeron en el engaño; pero no pudiendo por entonces vengar de otra manera aquella injuria ni la muerte de los compañeros, que con guardar en sus pechos la venganza para otra ocasión, mal de su grado, hubieron de volver atrás.

Por tanto, á principios del año siguiente se embarcó un cuerpo de ellos en el río Paraguay, y entrados en la laguna Mamoré aportaron y desembarcaron en el puerto de los Itatines. De aquí prosiguieron su derrota por entre Oriente y Mediodía; y atravesando unas veces selvas muy espesas, otras subiendo montañas muy fragosas (cuánto puede la codicia), llegando á las Rancherías de los Taus, y hecha de ellos buena presa, pasaron á ejecutar su venganza en los Penoquíes, que de muy confiados se perdieron, porque aunque de Ranchería en Ranchería se corrió la voz hasta el pueblo de San Francisco Xavier de que venía el enemigo, ellos no dieron paso para prevenir alguna defensa, ó á lo menos para retirarse y guarecerse en aquella Reducción; y porque pudiendo no quisieron, después, cuando quisieron, no pudieron escapar las vidas, porque aquellos malvados, caminando con industria por librarse de sus envenenadas saetas, dieron sobre ellos de improviso.

No obstante esto, tuvieron ánimo los Penoquíes para exponerse á la defensa lo mejor que pudieron y resistir el primer encuentro; pero los enemigos, astutos y sagaces, los detuvieron un tanto fingiendo se disponían á pelear, pero era sólo para hacer tiempo á que los compañeros de la retaguardia se hiciesen dueños de la tierra por otro lado y cogiesen la chusma de las mujeres y niños.

Advirtieron los indios esto cuando ya los enemigos habían logrado su intento, y viéndose burlados con la pérdida de prendas tan amadas, por cuya defensa habían tomado las armas, se desanimaron totalmente, con que vueltas las espaldas como mejor pudieron, se retiraran á los bosques sin resistencia de los vencedores, que juzgaban que el amor á su sangre los traería esclavos voluntarios, como de hecho sucedió; por cuyo motivo los vencedores no los pusieron en prisiones sino que los trataron con afabilidad y cortesía, y vistieron á los caciques de trajes y aderezos vistosos, prometiéndoles mil dichas y felicidades en San Pablo y de esta manera engañarlos y tomarlos por guía para otras tierras y para llegar á la Reducción de San Francisco Xavier, que ya se había mudado, transportándola á la otra banda del río San Miguel.

Llegó la noticia de esta desgracia hasta los pueblos de los Chiriguanás de que fué inexplicable la aflicción que tuvo el P. Arce, viendo que los enemigos como un torbellino salido del abismo, arrasaban aquel su Paraíso, que tanto le había costado el plantarle y al punto fué desalado á repararle y defender la vida de sus neófitos.

A este fin, no sin grande riesgo suyo, quiso registrar el país para observar más de cerca los pasos del enemigo; y pasando por las Rancherías de los Boxos, Tabiquas y Taus, fué recibido de ellos con mucho agrado.

Aquí los que se habían escapado le noticiaron de los designios de los Mamalucos, y tomando ocasión de la tempestad que les amenazaba, les persuadió se juntasen en un cuerpo y fundasen un Reducción en sitio ventajoso para defenderse de las correrías de aquellas fieras infernales y lo que antes no había podido recabar con ruegos, poniéndoles por motivo su eterna salvación, lo obtuvo ahora el deseo de salvar sus vidas.

Juntáronse, pues, todos en una llanura que baña el río Jacopó, en que poco antes se había dado principio á la Reducción de San Rafael, bien acomodada para defenderse por causa de una espesísima selva, en que tenían puestas todas sus esperanzas, y retiradas allí sus pocas alhajuelas, no se atrevieron á menearse de aquel puesto hasta que se serenó aquella borrasca, con que el Apostólico Padre, que se detuvo allí algunos días á fin de penetrar los designios del enemigo, tuvo ocasión cómoda para bautizar á los niños é instruir en los misterios de nuestra santa fe á los grandes, á quienes el temor de la esclavitud de los Mamalucos hizo abrir los ojos para que saliesen de la del demonio; pero el Padre, advertido, no quiso bautizarlos por entonces, reservando para mejor ocasión satisfacer sus deseos; y animándolos á la perseverancia, dió la vuelta á la Reducción de San Francisco Xavier; y de aquí, con toda presteza, pasó á Santa Cruz de la Sierra, para dar cuenta al Gobernador de los movimientos del enemigo, y juntatamente á animar á la gente de armas á salir en campaña á pelear con él y ponerle en fuga, en que no tuvo mucho que hacer para mover la piedad tan innata de los españoles que en todas partes resplandece igualmente que el valor haciéndoles que tomasen por suyas las ofensas de los indios Chiquitos y defendiesen con su propia sangre aquella nueva iglesia, principalmente que se podía con razón temer que el orgullo de los Mamalucos osase también invadir la ciudad si ellos no le saliesen al encuentro para atajarle ó cortarle los pasos.

Alistáronse, pues, en pocas horas ciento y treinta soldados bien pertrechados de armas y municiones y lo principal de valor, y porque el tiempo no daba mucho lugar, marcharon á largas jornadas hacia el pueblo de San Francisco Xavier, donde recogiendo cerca de trescientos indios muy diestros en jugar el arco y flecha, fueron en busca de los enemigos á las tierras de los Penoquís creyendo que allí los hallarían acuartelados, cuando por medio de los espías supieron que habían entrado en el pueblo de San Francisco Xavier, que ellos habían desamparado y abandonado poco antes, en donde como los Mamalucos no hubiesen hallado nada que robar se disponían para ir á sorprender la ciudad de Santa Cruz.

Con esta nueva fué inexplicable la alegría que mostraron los españoles esperando en su valor poder dar su merecido á aquellos infames, lo cual debía de temer ó pronosticárselo su corazón presagioso al capitán de los enemigos, pues vistas en San Francisco Xavier tantas pisadas de caballos, sospechó que estaban prevenidos los españoles y quería volverse atrás, lo cual hubiera ejecutado á no haberle dicho algunos indios del país que poco antes había pasado por allí el ganado de la Reducción de San Francisco Xavier.

Enderezó, pues, su marcha nuestro ejército hacia donde estaban acampados los enemigos, y al entrar la noche llegaron cerca de donde estaban y determinaron aguardar á la mañana del día siguiente, que era el del glorioso mártir español San Lorenzo, principal abogado y patrón de aquella provincia, para presentarles la batalla.

Con esto los soldados tuvieron algún tiempo para reposar, y como no se creía que la batalla había de ser muy sangrienta de ambas partes por haberse de pelear con gente tan diestra en manejar las armas, quisieron los más ajustar con Dios las partidas de su conciencia, para lo cual les oyeron de confesión seis Padres que á este fin habían venido de allí.

En esto se gastó buena parte de la noche, y habiendo tomado un poco de sueño, al despuntar el alba se tocó á marcha, mandando los oficiales que puestos en orden los soldados, y con el fusil en punto, avanzasen á vista de los enemigos y si no rindiesen las armas, los atacasen.

Pero Dios Nuestro Señor que había tomado á su cuenta el castigo de las maldades de aquellos malvados, quiso que pagasen ahora la pena, y singularmente los capitanes, que aquí quedaron muertos, pagando juntamente de una vez todas las deudas de las iniquidades que habían cometido en la destrucción de los pueblos de Villarica del Espíritu Santo en la gobernación del Paraguay, disponiendo fuese la victoria, no á costa de mucha sangre de ambas partes como se pensaba, sino á costa de los nuestros y á mucha de los enemigos; porque mientras un indio intimaba el orden á los enemigos, adelantándose ciertos soldados para recibir las armas de los capitanes, un criado de éstos les detuvo disparándoles un fusilazo, matando á uno de ellos.

No pudo sufrir esto Andrés Florián, valerosísimo caballero español, y respondió luego con otro tiro semejante, de que derribó en tierra á Antonio Ferraez de Araujo, y sacando su puñal arremetió á Manuel Frías y le mató á puñaladas, quedando al primer paso muertos los dos capitanes enemigos. Quedando con esto los Mamalucos sin caudillos, sin gobierno y sin alientos, se turbaron del todo, y tirando sus armas se arrojaron al río que les recibió, no para librarles como esperaban, sino para sepultarles en sus corrientes, de que ya cansados, por más esfuerzos que hicieron, no pudieron librarse.

 

Viendo los españoles y nuestros neófitos que Dios manifiestamente estaba de su parte, fueron con grande ánimo en su alcance, y con una tempestad de saetas y mosquetazos que les dispararon, hicieron en ellos sangriento estrago. También nuestros Misioneros quisieron entrar á la parte de hecho tan estupendo, asistiendo con el Crucifijo en las manos, y sin hacer caso de la vida iban delante con sus armas espirituales, no sólo en ayuda de los vencedores, sino también de los vencidos, á quienes procuraban ayudar.

De los enemigos sólo seis escaparon con vida, de los cuales tres, malamente heridos, quedaron prisioneros. Nuestros heridos no fueron muchos, y los muertos ocho solamente, dos indios y seis españoles.

Fué increíble la fiesta y regocijo de los españoles y de nuestros indios por tan señalada victoria obtenida tan á poca costa; y fué sentimiento común que Dios había peleado con ellos contra sus enemigos en defensa de su honra y de aquella nueva cristiandad. Por lo cual los soldados dieron á S. M. solemnemente las gracias al uso militar, con repetidos tiros de fusil y mosquetes, y los indios con torneos y juegos á su usanza, concluyeron la alegría de aquel día.

Pero no fué cumplido el contento, porque mientras se trataba de exterminar lo restante de los enemigos que habían quedado en las tierras de los Penoquís en guardia de la presa que montaban más de mil quinientas almas y de limpiar totalmente el país, nacieron, no sé de qué origen, algunas disensiones entre los cabos, con que se tuvo por mejor consejo levantar el campo y volver á la ciudad de San Lorenzo, de donde saliéronlos á recibir el gobernador, alcaldes y regidores con toda la ciudad; fueron recibidos con festivos repiques de las campanas de todas las iglesias y con muchos tiros de artillería que disparó el castillo, y por muchos días se celebró con gran magnificencia aquella poco menos que milagrosa victoria.

Los tres Mamalucos que escaparon, caminaron con la presteza posible siguiendo su fuga y llevaron tan infausta nueva á sus compañeros, quienes habiendo entendido contra toda su esperanza la última destrucción de los suyos, quedaron yertos de miedo, y como si ya viesen cerca de sí á los vencedores, se retiraron á toda prisa, llevándose los más esclavos que pudieron, y embarcados en el río Paraguay navegaron á boga y remo camino de San Pablo, cuando encontrándose con una compañía de sus mismos paisanos que iban al mismo fin de apresar piezas (como acá llamamos) ó indios, les contaron el suceso referido; pero los que venían de San Pablo, oída la causa de aquella vuelta tan desacostumbrada que daban á su tierra tan perdidos de ánimo, los empezaron á burlar de que por tales encuentros se desanimasen tanto; con que ya de vergüenza, ya con esperanza de rehacerse de la pérdida pasada, mudaron de parecer y se aunaron con ellos, y todos juntos dieron sobre algunas Rancherías de indios, de los cuales fueron rechazados con braveza y valor; por lo cual, mal de su grado, con las manos poco menos que vacías, se vieron precisados á volverse á San Pablo.

Mientras éstos atravesaban la laguna Mamoré, ciertos Guarayos que por gran tiempo habían militado á su sueldo, abiertos los ojos y volviendo sobre sí mismos para ponderar el poco bien y mucho mal que se les hacía, y que al fin no podían esperar de aquel azaroso oficio más que una muerte desgraciada por término de una vida infeliz, resolvieron desertar y buscar lugar donde vivir con seguridad y reposo, y valiéndose de la obscuridad de la noche se retiraron hacia Poniente á una campaña, dos jornadas más adelante de aquel lago, y por hallarse sin mujeres hicieron las amistades con los Curacanes, sus confinantes por el lado del Septentrión. Estos, pues, no mucho después, deseando salir de la gentilidad y hacerse cristianos, se vinieron á vivir y hacer sus casas en nuestra Reducción de San Juan Bautista.

De mucho provecho fué esta victoria, porque después acá no se han arriesgado más los Mamalucos á poner el pie en los contornos de aquellas Reducciones, y solamente en el año 1718 plantaron un fuerte en las riberas del río Paragua, ochenta leguas distante del pueblo de San Rafael, con que se espera que convertidas en breve con el favor de Dios cincuenta ó sesenta mil almas, como nos prometen las esperanzas, se les impedirá también el hacer corso por aquel río, porque los neófitos por singular privilegio de nuestros católicos reyes, pueden usar armas de fuego con que fácilmente podrán quebrantar el orgullo de estos corsarios, como sucedió en las misiones de Guaranís, á quienes no cesaron de molestar hasta que aquellos pueblos dieron una grande rota á cinco mil Mamalucos que habían pasado al último exterminio de aquella cristiandad.

CAPÍTULO VI

Con los sucesos pasados se entibia algo la santa fe: muere el P. Antonio Fideli y se habla largamente de los trabajos de los Misioneros

Aunque la fortuna de esta tempestad no deshizo esta nueva cristiandad, no obstante, la conmovió no levemente y cortó al mejor tiempo el curso próspero de nuevos aumentos, porque agostó las floridas esperanzas de acrecentar con buen número de almas la Reducción de San Francisco Xavier, y aun de fundar otras en los Penoquís, Xamarós y Quicmes, que estaban bien dispuestos para alistarse en el número de los fieles; antes bien de este accidente provino la destrucción de las dos Reducciones de Chiriguanás, aunque tan distantes y remotas del peligro.

No habló al aire aquel sabio caballero don Agustín de Arce, cuando dijo se perdía inútilmente el tiempo y el trabajo con aquella gente, y ahora lo tocaron con las manos los Misioneros, á los cuales amaban aquellos bárbaros solo por lo que sacaban de su pobreza.

Por más que hacían los Padres no querían acudir á los Divinos Oficios ni oir la doctrina cristiana, que al entrar la noche se explicaba, ni aun quisieron darles un muchacho que les ayudase en las haciendas de casa y sirviese en la iglesia y cultivase un pequeño huertecillo.

Con todo eso perseveraban los Misioneros sufriendo grandes incomodidades y trabajos que les hacía fáciles de tolerar la esperanza de coger algún fruto de paciencia, hasta que enfadados los bárbaros de tantos sermones y pláticas que les hacían se determinaron echarles del país con pretexto de que eran enviados por los Mamalucos para juntarlos y entregarlos á todos en sus manos como lo habían (según decían ellos) hecho con los Chiquitos, bien que había entre ellos muchos que de esta mentira eran testigos de vista por haber ido sirviendo á los españoles en la guerra referida.

Divulgóse esta voz por el pueblo, y fuese por malicia de ellos ó por ardid diabólico del demonio, que perdía mucho en la conversión de aquellos bárbaros, comenzó la chusma á hacer muchos maltratamientos al venerable P. Lucas Caballero y al P. Felipe Suárez, antes que con detestable atrevimiento pusiesen fuego á la iglesia, de donde por este insulto se vieron obligados á salir y pasarse á un rancho ó choza poco distante; pero ni aun aquí pudieron parar, porque los bárbaros les buscaron por todas partes armados con sus arcos y macanas, y hubiéranlos hecho pedazos si no hubiera sido porque esperaban á sus caciques que estaban no muy lejos de allí.

Viendo los nuestros que las cosas estaban de tan mal semblante, resolvieron en la oscuridad de la noche retirarse hacia Santa Cruz de la Sierra y de aquí pasar á Pari, donde se había mudado la Reducción de San Francisco Xavier.

Llegada la noticia de este suceso al P. Superior Joseph Pablo de Castañeda, sospechó prudentemente que lo mismo ó peor sucedería á la Reducción de San Ignacio, y así ordenó á los Padres que allí residían, se retirasen procurando escapar de las garras de aquellas fieras lo mejor que pudiesen, encaminándose á los Chiquitos, donde Dios Nuestro Señor quiso consolar á sus siervos con mejor logro de sus fatigas y sudores.

Por causa de las revoluciones pasadas y por lo que en adelante se podía temer, se mudó la Reducción de San Francisco Xavier desde el río de San Miguel á una llanura llamada Pari, ocho leguas distante de Santa Cruz de la Sierra, donde también se repararon algunos Piñocas y Xamarós que escaparon de las manos de los Mamalucos, con que se fabricó una Reducción bien numerosa.

Pero no obstante esta mudanza que ahora hicieron, se vieron precisados á retirarse de las cercanías de aquella ciudad por causa del gradísimo daño que suele causar á los recién convertidos á nuestra santa fe el mal ejemplo de los cristianos viejos que han nacido y vivido en ella, los cuales hacen abominable nuestra ley santa con sus escandalosos procederes; y si la profesan con las palabras la niegan con las obras, viviendo más con la libertad de infieles, que arreglados á los dictámenes cristianos de nuestra religión santísima.

Llegábase á esto el vil interés de tal cual, que degenerando de la innata piedad de sus mayores, no hacía escrúpulo de apresar ya á este, ya al otro de aquellos pobres indios cristianos y reducirlos á miserable esclavitud.

Por estos motivos, pues, hubieron los nuestros de trasplantar aquellas tiernas plantas á lugar más retirado, encomendando este negocio al cuidado del venerable P. Lucas Caballero; y aunque en tales mudanzas perecieron muchos por las incomodidades y enfermedades que les sobrevinieron, de que participaron también nuestros misioneros, no obstante, poco después volvió la Reducción á su antiguo esplendor, porque vinieron luego otros infieles que se incorporaron en ella.

La segunda Reducción que se fabricó fué la de San Rafael, distante de la otra diez y ocho días de camino hacia el Oriente, escogiendo y señalando el sitio para ella los PP. Juan Bautista de Zea y Francisco Hervás, á fines de Diciembre del año de 1696 y trayendo á ella algunos Tabicas y Taus y otros que habían ya prometido al P. Arce que abrazarían nuestra santa ley, llegaban á mil las almas, aunque la peste que hubo luego se llevó gran parte de ellos; con que á instancia de los mismos indios se volvió esta Reducción á su antiguo sitio, que era muy á propósito para el intento de los nuestros, que deseaban establecer el comercio de estas Reducciones con las de los Guaranís por el río Paraguay.

Fundaron, pues, sus casas y se poblaron á las orillas del río Guabys, que se cree desemboca en el río Paraguay.

La tercera Reducción se puso debajo del patrocinio del señor San Joseph, á instancias del piadosísimo señor marqués de Toxo, D. Juan Joseph Campero, insigne bienhechor de esta cristiandad, y se fabricó sobre un monte, por cuya falda corre un riachuelo que fecunda un gran espacio de tierra llana; fundáronla los Padres Felipe Suárez y Dionisio de Avila, que por gran tiempo fueron inseparables compañeros en sus trabajos y sudores, no teniendo muchas veces con qué acallar el hambre y reparar el cuerpo en tantas y tan largas fatigas; y así, para que oprimidos de las incomodidades no diesen con la carga en tierra, les vino no mucho después á ayudar el P. Antonio Fideli. Pero les duró poco tiempo este consuelo, porque en breve quedó postrado de tan insufribles trabajos; pues por más remedios que según la pobreza de aquellas tierras se le procuraron aplicar, nunca se pudo recobrar.

Dicho P. Fideli, como era recién venido de Europa, y hallando campo tan grande á su celo, no paraba de día ni de noche en domesticar aquellos salvajes; y mientras sus compañeros iban en busca de gentiles, él se ocupaba en limpiar á aquellos nuevos cristianos de los resabios de su vida brutal, con que se podía quizás manchar la pureza de su fe y la inocencia de nuestra religión cristiana; era su tarea cuotidiana juntar de día á los niños toda la mañana, y al entrar la noche á los adultos; para hablarles de las cosas que debían creer y obrar; acudir á todos tiempos á sus necesidades sin negarse á nada; cuidar de las almas y de los cuerpos de los enfermos, velándolos de día y de noche y dándoles sepultura después de muertos; y en tantos trabajos no tenía otra cosa con qué mantener sus fuerzas para llevar tan gran peso, que un poco de pan muy desabrido que allí se hace de unas raíces que llaman mandioca, la cual, hecha harina, se amasa y hace un pan bien malo, el cual solía acompañar con un pedazo de carne de algún animal del monte, asada, como la comen los indios, dura y desabrida, y por gran regalo alguna fruta silvestre.

 

Pero en medio de tan mal tratamiento, nunca daba treguas al trabajo, y esto con tal alegría de su espíritu, como si el cuerpo se mantuviese con el pasto espiritual del alma, hasta que postrada totalmente la naturaleza, no pudo volver en sí, por más medicamentos que según la posibilidad del país le procuraron aplicar sus compañeros, que le amaban tiernamente; con que no bien cumplidos dos años en estas Misiones, pasó al eterno descanso para recibir el galardón de sus apostólicas fatigas, en el mismo pueblo de San Joseph, el día 1.º de Marzo de 1702.

Pero lo que no pudo hacer en la tierra en provecho de aquella nueva cristiandad, lo hizo bien presto y más eficazmente con sus oraciones desde el cielo, porque aquellos neófitos dejaron luego la embriaguez y otros vicios que trae consigo esta bestial costumbre, cosa que hasta entonces había costado mucho trabajo sin fruto. Sintieron los indios inconsolablemente la pérdida de su amantísimo Misionero á quien ellos llamaban Padre cariñosísimo de su alma.

Fué el P. Fideli natural de Ciudad de Regio, en Calabria, hijo de padres de la primera nobleza de ella, bien que por su humildad y desprecio del mundo jamás dió la menor noticia de su calidad.

Los primeros años de su juventud los pasó aprendiendo buenas letras en el Seminario de San Francisco Xavier de Nápoles, donde le enviaron á estudiar sus padres.

Aquí, en la flor de su edad, le llamó Dios á la Compañía, donde luego que entró en ella se dió de veras al estudio de la virtud en que salió aventajado, y se mantuvo con vida ejemplar en la larga carrera de sus estudios, con igual aprobación, así de los Superiores como de los compañeros, de los cuales era á un mismo tiempo amado por la dulzura de su trato afable y caritativo y venerado por la solidez de sus virtudes siempre igual á sí mismo, y manteniendo un tenor de alegría inalterable, afabilísimo con todos, y liberal y pronto á servir á sus hermanos aun en las cosas más difíciles.

Parecióle poco lo que obraba en bien de las almas y servicio de Dios en su provincia de Nápoles, por cuya causa pidió con instancia de nuestro Padre general, le concediese licencia de pasar á Indias, y conociendo su fervor, le dió su paternidad grata licencia, asignándole para que pasase á esta provincia en la Misión que conducía á ella su procurador general, P. Ignacio Frías.

Despacháronle, pues, á Cádiz el año 1696 para embarcarse á esta provincia; pero por no haber oportunidad de embarcación le fué preciso esperar dos años en Sevilla, donde en la casa profesa dió muestra de su espíritu con singular edificación de los nuestros, trabajando de día y de noche en los ministerios propios de la Compañía.

Su tarea casi cotidiana era gastar siete y ocho horas en oir confesiones, porque acudían todo género de personas nobles y plebeyas, que le amaban como padre y veneraban como santo, y él les correspondía con afecto de fina caridad.

Ocupado en estos ejercicios, se llegó el tiempo de embarcarse, y pasando de Sevilla á Cádiz, se dió á la vela para Buenos Aires el año de 1698 en compañía de otros cuarenta y cinco Jesuitas repartidos en tres naves, con viaje se puede decir afortunado; porque después de grandes infortunios que padecieron en veintidós meses de navegación, plugo á Dios Nuestro Señor traerlos salvos al puerto de Buenos Aires.

Hubo varias causas de esta larga tardanza, y la principal fué el apartarse y dividirse las naves pocos días después de la partida de Cádiz, y perderse de vista la una de la otra, que encontrando rapidísimas corrientes que la desviaban, furiosísimos vientos que la maltrataban, disformes tempestades que la echaron á las costas de Guineos, se vió precisada la almiranta, en que le cupo venir á nuestro P. Antonio, á aferrar en la isla de Santiago, una de las islas Hespérides, que llamamos ahora Cabo Verde.

Aquí fueron recibidos de los religiosísimos Padres de la venerable Orden de San Francisco que quisieron hospedarlos en su convento para que no sintiesen algún maligno efecto de aquel clima, sumamente nocivo á los forasteros, causa porque llaman á este promontorio sepulcro de los europeos, como lo experimentaron los demás pasajeros, de quienes la mayor parte cayeron enfermos, y más de ciento perdieron allí la vida y las esperanzas de enriquecer que los conducía á las Indias. Pero de los nuestros ninguno murió por la grande caridad que con ellos usaron los religiosos, que con indecible amor cuidaban de su salud, advirtiéndoles lo que debían hacer y de lo que se debían guardar para conservarla.

En el tiempo que aquí se detuvieron, el Superior de los nuestros P. Joseph Ortega, nuestro P. Antonio y P. Pedro Carena, asistieron á los enfermos del navío con increíble trabajo y no menor fruto y consuelo de los que morían en sus manos. Hubiéronse finalmente de partir de aquella isla, en cuya despedida fué indecible el consuelo que por verlos partir á todos sanos sin haber muerto ninguno, mostraron los religiosos, y con especialidad el Padre guardián del convento, quien llorando de gozo les dijo no podía contener las lágrimas viendo que no sólo salían los mismos Jesuitas que habían entrado, sino uno más (aludiendo á un pretendiente que allí había recibido en la Compañía, con licencia que para ello llevaba el Padre Superior) pues cuando los vió entrar se había entristecido notablemente, juzgando, llevado de la experiencia, serían pocos los que escapasen con vida. Pero el haber librado todos bien se debió, como dije, á la mucha caridad de los religiosos y del mismo Padre guardián. De quien despedidos, por fin se embarcaron, pero les sobrevinieron tales accidentes, que se vieron obligados nuevamente á arribar al Brasil, donde reparada nuevamente la nave, y habiendo experimentado la caridad grande que en todas partes usan con los huéspedes, los Padres portugueses se dieron tercera vez á la vela y llegaron á salvamento en el puerto de Buenos Aires para gastar la vida y sudor en provecho de los pobres indios; bien que si en el mar hubiera perdido la vida, hubiera tenido una muerte coronada con el mérito de grandes fatigas padecidas por acudir al bien de la gente de su nave por todo el espacio de tiempo que duró esta trabajosísima navegación, que fué casi de dos años, al fin de los cuales pasó con sus compañeros el año de 1700 desde Buenos Aires á este Colegio de Córdoba, donde se consagró á Dios más estrechamente por la profesión de cuatro votos, é inmediatamente pasó á la Misión de los Chiquitos, donde consummatus in brevi explebir tempora multa (Sap. 4.)

Pero volviendo al hilo de la historia, digo que esta Reducción de San Joseph, de indios Boxos, Taotos, Penotos y algunas familias de Xamarós y Piñocas, es felicísima á la suerte de los Misioneros que allí asisten, por ser este pueblo la puerta por donde se entra á otras muchas naciones, por lo cual ofrece comodidad, así para reducir muchas almas á nuestra santa fe, como para ganarse muchas coronas de premios en la gloria.

La cuarta Reducción es la de San Juan Bautista, poblada de indios de nación Xamarós; fundáronla los PP. Juan Bautista de Zea y Juan Patricio Fernández, por el mes de Junio del año de 1699, de los cuales, el primero, después de haber acabado con los indios Tanipuicas, Curicas y Pequiquas, que le diesen palabra de reducirse cuanto antes al rebaño de Cristo, se partió de allí con extremo dolor suyo por orden de los Superiores para ir á gobernar nuestras Misiones del Uruguay, recayendo todo el peso de esta reducción sobre el P. Juan Patricio, á quien las enfermedades contínuas, la extrema pobreza y las graves fatigas, sirvieron de rémora los primeros tres años, para que no saliese en busca de gentiles, á quienes el ejemplo de sus confinantes había encendido el corazón en deseos de vivir como racionales en vida política, y hacerse juntamente cristianos; pero finalmente, sus sudores y trabajos ganaron para Cristo á los Suberecas, Petas, y á ciertos Piñocas, quienes parece no fueron á otra cosa á esta Reducción, que para renacer á Dios por las aguas del santo bautismo, para pasar luego á la celestial Jerusalem, rindiendo las vidas á la fuerza del contagio que por toda aquella comarca hacía en toda suerte de personas grande riza y estrago.