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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

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CAPÍTULO III

Descubren los españoles la nación de los Chiquitos y destrúyenla, así ellos como los Mamalucos, de quienes se da una sucinta relación

Nuflo de Chaves, el año de 1557, navegó por orden de Domingo Martínez, gobernador del Paraguay, hacia el origen del río que da nombre á toda la provincia, acompañado de trescientos soldados, con el fin de fabricar un castillo en una isla que estaba junto al afamado lago de los Xarayes, con pretexto de avecindarse más al Perú.

Entróse tierra adentro del país de los Chiquitos, y caminando cosa de setenta leguas hacia el Poniente, fabricó á la falda de una montaña una población, á quien puso por nombre Santa Cruz de la Sierra. Pero disgustados muchos de los suyos con Nuflo de Chaves por esta causa, se volvieron á su tierra.

Los que se quedaron en Santa Cruz, con su afabilidad y buen trato ganaron la voluntad y afecto de los paisanos, y dividiéndolos en encomiendas les obligaron á que cada año diesen á los encomenderos algún poco de algodón y algunas vituallas en señal de vasallaje. Mas como el interés no tiene freno, ni gobierno, ni leyes con que regularse, algunos que tenían una insaciable codicia de enriquecer, empezaron á cargar de modo á los nuevos súbditos, que eran insufribles á su pobreza; y no satisfechos con eso, les quitaban los hijos á las madres para servirse de ellos; por lo cual, amotinándose algunos indios, se rescataron y libraron de aquellos maltratamientos, con muerte de sus señores; y de allí á poco fué común el motín en todos los indios, hasta que por orden del virrey del Perú, D. Francisco de Toledo, se mudaron á otra parte los españoles, fabricando la ciudad de San Lorenzo, cabeza de la provincia de Santa Cruz, cincuenta leguas más al Occidente.

Los pueblos Penoquís y otros confinantes no quisieron desamparar el nativo suelo, y con la antigua libertad se volvieron á los ritos bárbaros y gentílicos. No obstante el mandato del Rey, no fué obedecido de todos los españoles, porque algunos se fueron entre los Moxos, doscientas leguas distante de San Lorenzo, y embarcándose en una pequeña embarcación en el río Mamoré, entraron por la boca del río Marañón en el Oceano, y con no poca ventura, llegaron á Europa; otros se quedaron en los Chiquitos, y al pie de una montaña fabricaron un pueblecillo á quien llamaron San Francisco, junto al cual está hoy fundada la Reducción de San Francisco Xavier.

El tiempo que aquí vivieron fundaron algunas encomiendas de Quicmes Paraníes y de Suberecas, las cuales se vieron precisados á dejar, cuando abandonado también aquel lugar, se retiraron á tomar casa en San Lorenzo. Sólo algunos Quicmes y Paraníes se fueron con ellos y fundaron en Cotocá, tierra poco distante de aquella ciudad, y hoy están debajo del cuidado y gobierno espiritual de nuestra provincia del Perú.

Poco después de esta mudanza, deseosos los bárbaros de tener algunas herramientas, pasando el Guapay se ponían en celada escondidos en las matas, y aguardando la ocasión de la noche, asaltaban los villajes á los españoles, robando cuantos más cuchillos, hachas, azadones y otros pedazos de hierro podían, sin causar otro daño; pero como creciendo la codicia en los bárbaros creciese también la audacia, se atrevieron á coger á los campesinos, y matarlos á su salvo.

Espiaron los vecinos quiénes eran los que hacían el daño, y advirtiendo que eran los Chiquitos, quisieron volver sobre ellos los daños recibidos, pero muy á su costa, porque dos veces volvieron con la peor parte y se vieron constreñidos á retirarse, perdiendo el crédito y la honra.

Heridos altamente los españoles en lo más vivo de la reputación, sentidos de que osasen los bárbaros manchar la gloria y nombre que á costa de tantos sudores y tanta sangre habían ganado entre todas las naciones, no haciendo ya caso del daño recibido en sus haciendas, sino sólo de la pérdida de la honra, poniendo en armas un trozo de gente, más respetable por su valor que por su número, presentaron batalla á los enemigos, los cuales divididos unos de otros, á los primeros mosquetazos fueron desbaratados, quedando muchos de ellos prisioneros de guerra.

Perdieron con este género de armas su nativo coraje los Chiquitos; y para defenderse en lo venidero del enojo armado de los vencedores, derramados y divididos, se huyeron á las selvas, apartándose á lo más retirado y espeso de los bosques; con todo eso, aun aquí les dieron caza los españoles muchas veces para vengar su afrenta, que tenían muy fija en el corazón, haciendo esclavos para su uso muchas cuadrillas de ellos; hasta que abatida con tantos golpes la altivez de los Chiquitos, vinieron el año de 1690 mensajeros de parte de los Pacarás, Zumiquies, Cozos y Piñocas á San Lorenzo, en nombre de sus caciques, á pedir merced y paz á D. Agustín de Arce, Gobernador en la ocasión de Santa Cruz, con que cesaron las hostilidades de los españoles, pero no se pudieron ver libres de los gravísimos daños y pérdida de gente originada, así de las guerras pasadas como de los frecuentes contagios y por otros desastres que echo de buena gana en olvido, por no atribuir á culpa común de todos, lo que ha sido sólo malicia particular de algunos pocos.

Ha sido también causa de su disminución las contínuas correrías ó malocas (como llamamos acá) de los Mamalucos del Brasil, que pasando el río Paraguay y haciendo grandes presas en estos miserables, han reducido á poco menos que nada estos pueblos. Y ya que muchas veces habré de escribir las maldades de esta gente, no será fuera del intento de dar de ellos aquí una breve noticia.

Había la valerosísima nación portuguesa fundado muchas colonias en las partes Mediterráneas del Brasil, una de ellas era Piratininnga, ó como otros dicen, San Pablo. Sus moradores, por falta de mujeres europeas, mezclaron su noble sangre con la vilísima de los bárbaros, mejor dijera que le mancharon, porque los hijos, saliendo más semejantes á las madres que á los padres, degeneraron en breve de manera que avergonzadas y corridas las ciudades vecinas, renunciaron su amistad; y porque la vileza de éstos no empañare ni aun levemente los candores de la generosidad del nombre lusitano en el mundo, los llamaron Mamalucos. Mantuviéronse éstos mucho en la devoción á Dios y á su príncipe por el celo del admirable P. Joseph Ancheta y sus compañeros, que fundaron allí Colegio; hasta que cansados de vivir ajustados á los dictámenes de la conciencia, y perdiendo el temor á las leyes, echaron á nuestros Padres y sacudieron el yugo de ambas majestades, divina y humana de tal manera, que obedeciesen al Rey de Portugal cuando les estuviese bien, y á Dios, cuando la necesidad fuese extrema.

A éstos se juntaron gran número de hombres perdidos, italianos, españoles, holandeses y la hez de todas las naciones, que para librarse de las penas merecidas por sus delitos, ó para vivir dando rienda á todo género de vicios y deshonestidades, y también corrompido de las feas y malignas impresiones de los herejes modernos, acrecentar el número y el orgullo de los habitadores y moradores de San Pablo.

Y á la verdad, el sitio de la ciudad, el clima de la tierra, todo era muy á propósito para su genio depravado y vida brutal. Está fundada unas trece leguas del Oceano sobre unos peñascos que por todas partes alrededor forman precipicios que hacen inaccesible la entrada, si no es por una angosta senda, que pueden impedir bien pocos hombres; á la falda de la montaña hay algunas aldeas para el servicio del Gobernador, de los forasteros y de los mercaderes, á quienes no se permite pasar más adelante; el clima es templadísimo por estar en veinticuatro grados entre las dos zonas tórrida y templada, y el aire tan puro y saludable que le hace uno de los más amenos y deliciosos países de estas Indias Occidentales.

La tierra, ya por beneficio de la Naturaleza, ya por industria del arte, produce todo lo necesario para pasar la vida con comodidad, abundantísima de trigo, ganado, azúcar y otros aromas de que puede proveer á las tierras vecinas con abundancia, ni les faltan tampoco ricos minerales de oro y otros metales. Libres, pues, de toda ley los naturales de esta ciudad, se dieron á discurrir por el contorno, haciendo esclavos á los indios en gran multitud, robándoles su hacienda; y viendo que no ha hecho algún castigo en ellos, sino publicado solamente algunas prohibiciones y edictos que no han sido obedecidos, han proseguido por espacio de ciento treinta años en sus infames latrocinios, que fuera de dos millones de almas que se sabe han destruído ó reducido á miserable esclavitud, han hecho despoblar algunas ciudades de españoles y más de mil leguas en tierra hacia el Marañón, experimentando esta nuestra provincia las primeras furias de su arrojo en la destrucción de catorce Reducciones que se habían fundado con increíbles trabajos y sudores en la nación de los Guaraníes, que en número de cerca de quinientos mil se había reducido al gremio de nuestra santa fe.

Verdad es que en tantas presas no gozan de cien partes la una, porque la mayor parte, consumida de los trabajos é incomodidades del camino hasta San Pablo, fallece antes de llegar, y los otros empleados en la labor de las minas ó en el cultivo de los campos, con poco sustento y muchos azotes y malos tratamientos, no estando por otra parte acostumbrados al trabajo, en poco tiempo se consumen y aniquilan; y sé por cédula real que he visto, que de trescientos mil indios cautivados en espacio de cinco años, no llegaron á salvamento al Brasil más que veinte mil. Ni ha sido éste sólo el daño que nos han causado estos crueles hombres; lo peor es el habernos hecho aborrecibles y abominables á todas las naciones, usando de las mismas trazas é industrias de que usan y se valen nuestros Misioneros para reducir los gentiles al conocimiento del verdadero Dios y á la observancia de su santa ley. Fingen, pues, los dichos Mamalucos que son jesuitas, usando el nombre de Padre, nombre venerable y que estima mucho á toda la gente, aun á los infieles; hácese uno súbdito, otro superior, y aun Provincial; y en la rota que padecieron los españoles el año 1696 fué hecho prisionero uno, llamado Juan Rodríguez, á que añadía el título de Payguazú, que en Guaraní es lo mismo que Padre Grande.

 

Después, enarbolando cruces y mostrándoles retratos de Cristo Nuestro Señor y su Santísima Madre, entran en las tierras, acariciando la gente con regalos y brujerías, persuadiéndoles dejen su nativo suelo y sus pobres Ranchos para fundar una numerosa Reducción, junto con otros pueblos; y cuando ya los tienen asegurados, meten en prisiones á los caciques y principales y se llevan por delante la chusma.

Esta infernal astucia nos ha hecho totalmente sospechosos á estas naciones, y muchas veces corremos riesgos de la vida y se nos malogran las empresas, como nos ha sucedido en los viajes por el río Paraguay, en que ningún infiel se quiere fiar de nosotros.

Pero no deja Nuestro Señor sin castigo, aun en esta vida, maldad tan enorme, porque los más tienen malas muertes, y lo peor es que raro es el que de ellos se arrepiente y pide perdón de sus culpas y maldades, porque se dejan arrastrar de la desesperación y se van al infierno; y hay sujeto de los nuestros, testigo de vista, que dice que en la rota sobredicha el año de 1696, ninguno de los que murieron en el campo ó se ahogaron en el río, pidió confesión ni dió señal alguna de arrepentimiento.

Pero no obstante que dichos Mamalucos, ya con engaños, ya con bocas de fuego, han hecho tan horrendo estrago en estas naciones, incapaces de resistirles con sus débiles y flacas armas, algunas veces, en no pocos reencuentros, han vuelto con las manos en la cabeza, y ha sido sujetado su orgullo por los indios; porque éstos, arrestados de una vez á morir ó vencer, se han portado con tal valor y esfuerzo, que ya en emboscadas, ya en campaña abierta, cara á cara han vencido el orgullo enemigo, quedando prisioneros los que querían echar en prisiones á los indios.

CAPÍTULO IV

Da principio el P. Joseph de Arce á la nueva Iglesia de los Chiquitos, vencidas muchas dificultades

Entrado, pues, ya el año de 1691 pasó el Padre Provincial de esta provincia, Gregorio de Orozco, á visitar el Colegio de Tarija para entrar por allí á las tierras de los Chiriguanás y probar á lo menos por algún poco de tiempo las incomodidades que sus súbditos habían de tolerar después años enteros y hallarse en alguno de tantos peligros en que después ellos habían de vivir continuamente. Aquí recibió las cartas del gobernador de Santa Cruz de la Sierra y las súplicas del P. Arce, que desde Tariquea había venido para meter fuego más de cerca á negocio de tanto servicio de Dios y bien de las almas, con esperanza de que algún día tendría la fortuna de regar con sus sudores aquel nuevo campo y de derramar en él, por último, su sangre, predicando la fe.

Hallóse perplejo el Provincial en la resolución que tomaría, porque el celo de la salud de las almas le persuadía abrazase á un mismo tiempo muchas empresas y diese principio, cuanto le fuese posible, á nuevas obras para la dilatación de la fe; por otra parte, veía la grande carestía de operarios que había y que apenas se podían mantener las Misiones antiguas, cuanto más emprender otras nuevas.

Pesando, pues, atenta y maduramente estos motivos, le pareció que el primero no solo contrapesaba, sino prevalecía al segundo, esperando en Dios que le proveería de Misioneros, como de hecho sucedió, pues llegaron aquel mismo año á Buenos Aires cuarenta y cuatro sujetos de la Compañía, que darán mucha materia á la historia de esta provincia, y los despachaba de España el P. Procurador de esta provincia, Diego Francisco de Altamirano, á cargo del P. Antonio Parra, que venía por superior de todos.

Con esto el P. Orozco ordenó al P. Arce que fuese en busca del origen del río Paraguay explorando en el ínterin las voluntades de los Chiquitos y de las otras naciones que hallase dispuestas á recibir el Santo Bautismo, y que á lo largo de la costa de aquel río esperase á los Padres Constantino Díaz, natural de Ruinas, en Cerdeña; Juan María Pompeyo, de Benevento, en el reino de Nápoles, Diego Claret, de Namur, en la Galo-Bélgica; Juan Bautista Neuman, de Viena, en Austria; Enrique Cordule, de Praga, en Bohemia; Felipe Suárez, de Almagro, en la Mancha, y Pedro Lascamburu, superior de todos, de Irún, en Guipúzcoa; todos los cuales, saliendo de las Misiones de los Guaraníes, emprendían por agua el camino hacia el lago de los Xarayes para ser sus compañeros en la conversión de aquellos pueblos.

Alegre el santo varón con la posesión de tanta dicha, como verse digno de una señalada Misión, sin perder punto de tiempo, se partió de Tarija con el hermano Antonio Rivas, y llegando á Santa Cruz de la Sierra, se aparejaba ya para pasar adelante en su derrota, cuando el infierno, que interesaba tanto en que se embarazasen sus designios, levantó contra él un torbellino de persecución tan fiero, que si no hubiera encontrado con un corazón y celo tan apostólico, hubiera bastado á contrastarle totalmente: porque habiendo sucedido otro Gobernador, á D. Agustín de Arce, mudaron las cosas de semblante y tomaron otro color, y sabiendo sus intentos, procuraron apartarle de su propósito con cuantas más razones y autoridad pudieron, diciéndole era aquella una empresa que no saldría felizmente por más fatigas que padeciese por conseguirla; que siendo los Chiquitos, como decían, muy bárbaros y bestiales, ¿cómo había de poder sujetarlos de grado al yugo de Cristo y refrenar sus depravadas costumbres con la estrechez de la ley Evangélica, cuando ellos jamás habían querido aplicarse á ninguna de tantas idolatrías de los confinantes con ser muy conformes con la disolución de sus procederes? ¿Cómo había de introducir el amor de Dios y del prójimo en corazones faltos, aun de lo que la naturaleza dicta á las fieras más crueles y salvajes? Que era mucha su animosidad, si ya no era temeridad revestida de celo, en querer arrojarse á morir, cuando menos mal le fuese, á ser vendido bárbaramente; que no se fiase de la voluntad que aquéllos salvajes habían mostrado de ser cristianos, pues todo lo hacían á fin de dejar descuidar á los españoles, y cogiéndolos de improviso, robarles las haciendas con insultos. Y que cuando aquéllas razones no les conveciesen para desistir de la empresa, advirtiese y supiese que el clima era sobremanera nocivo á la complexión de los extraños, y que padeciendo casi todos los años contagio aquellos pueblos, no le perdonarían á él. Que por tanto enderezase sus designios á otra mies y escogiese otro campo que correspondiese el cultivo con fruto más digno de sus fatigas.

Con estos y otros argumentos de este jaez procuraban muchos caballeros (mejor diré el mismo infierno) apagar la encendida caridad que ardía en el pecho del P. Joseph, pero viendo que nada aprovechaba, intentó otra máquina más formidable. Esta fué el interés, único contagio de las cosas hechas, ó que se han de hacer por Dios.

Habíase formado tiempo antes una Compañía (llamémosla así) de mercaderes europeos que hacían feria de los indios, y los compraban tan baratos, que una mujer con su hijo, valía tanto como entre nosotros vale una oveja con su cordero.

Entraban éstos en las tierras de los indios circunvecinos y en breve tiempo hacían gran presa de esclavos; y cuando no tenían bastantes, so color de vengar alguna injuria recibida, daban de improviso sobre las Rancherías y pasada á cuchillo la gente que podía tomar armas, ó si no abrasada viva dentro de sus casas, llevaban cautiva la chusma, y vendían en el Perú estas mercancías muy caras, con que al año montaba la ganancia muchos millares de escudos.

Llevaba muy mal la piedad de los españoles que la codicia destruyese y acabase aquellos pueblos é infamase el buen nombre de la nación, y no menos se sentía la fe de que tales maldades de los suyos la desacreditasen ó hiciesen sumamente abominable con todas aquellas naciones; pero por no romper á las claras con aquellos mercaderes y alborotar la provincia, no se atrevían los Regidores á reclamar en Tribunal Supremo; hasta que los años pasados, estimulados de nuestros misioneros, de los Moxos y de los Chiquitos, se quejaron gravemente en la Real Audiencia de Chuquisaca, pero por haber ido á defender mercancías tan inícuas en la Audiencia cierta persona de mucha autoridad y juntamente muy rica y poderosa, aquel sapientísimo Senado, temeroso de alguna revolución en la provincia, tuvo por consejo más acertado remitir toda la causa al Príncipe de Santo Bonol Virey y Capitán general de estos Reinos de Perú, quien con cristiana piedad despachó rigurosas provisiones, so pena de perdimiento de bienes y destierro del país, á cualquiera que osase comprar y vender á los indios: y al Gobernador que lo permitiese, condenó en privavación de oficio y multó en doce mil pesos para el Fisco Real.

De esta manera, con incomparable gozo y júbilo de los españoles, se desterró y exterminó totalmente de toda aquella provincia de Santa Cruz de la Sierra esta infame mercancía, que apoyada de la codicia se había mantenido allí de pie firme, con gran dolor de los celosos.

He querido referir aquí todo lo dicho, atendiendo más al enlace de los infieles que á las circunstancias de los tiempos en que sucedieron. Prosigamos ahora nuestra historia.

Habiendo, pues, llegado el P. Joseph á Santa Cruz, halló entablada tan de asiento esta mercancía, y tan apoyada con la autoridad de gente de mucha suposición, que á pecho menos constante y firme que el suyo, á quien nunca asustó el miedo, ni respeto humano, hubiera sido imposible resistir á la fuerza de tantos contrastes; por lo cual es inexplicable lo que padeció y trabajó para desarraigar trato tan inícuo; porque echando de ver los interesados que de poner los nuestros el pie en aquellas naciones se les había de seguir menoscabo cierto de sus intereses y aun acabárseles del todo, se le opusieron con todo el esfuerzo posible, previendo de antemano lo que no mucho tiempo después sucedió, que nuestros católicos reyes, por instancias de los nuestros, harían aquellos pueblos vasallos suyos, y libres é independientes y los encabezarían en su Real Corona, de que les resultaría ruina irreparable de su grangería.

Pero fueron vanas todas las baterías que asestaron contra su designio, porque cuando este santo varón conocía era voluntad de Dios lo que emprendía, no había respeto humano, miedo de peligro, ni fuerza de embarazos poderosa á hacerle dar un paso atrás, ni desistir de lo comenzado.

Interpuso ruegos y súplicas muy eficaces y supo hablar con tanta energía de espíritu, que aquellos mercaderes, teniendo la nota de impíos y crueles, se dieron por vencidos, mejor diré y con más verdad, persuadidos á que, ó consumido de los muchos trabajos que era preciso padecer, ó muerto á manos de los bárbaros, acabaría en breve la vida, le dieron paso franco para que desahogase su santo celo.

Sólo faltaba ya quien le sirviese de guía en su viaje, porque sin ella era imposible entrar y penetrar las tierras de los Chiquitos; y me persuado que el no hallar por entonces algún práctico en los caminos, fué astucia y traza del demonio, que preveía la ruina que había de causar á su partido el celoso Misionero. Pero era éste incansable y no dejaba piedra por mover para conseguir su condución á aquellas provincias; con que á costa de bastantes trabajos halló, finalmente, dos hombres de aguante, con quienes se concertó para que le guiasen y llevasen hasta las primeras Rancherías de los Piñocas.

Triunfante, pues, de esta manera de todo el infierno, que contra él se había conjurado, se puso en camino á los nueve de Diciembre; y sabiendo que el contagio hacía por aquel tiempo gran riza en aquella gente, cada momento le parecía un siglo por llegar cuanto antes y poder remediar, ya que no los cuerpos, á lo menos las almas de aquellos miserables.

Por eso le parecía poco arrojarse por los despeñaderos, subir sierras muy altas, vadear ríos muy peligrosos, meterse por pantanos muy cenagosos y profundos y pasar otros grandes riesgos de la vida; antes en todos éstos se hallaba una suavidad indecible, llevando siempre muy fijo el corazón y la mente en el extremo abandono en que se hallaban aquellos pobres gentiles; no tenía reposo ni quietud viendo la pérdida de tantos; y lo que más le llegaba al alma, que ellos mismos, de grado, pedían ser lavados en las saludables aguas del santo bautismo.

Por fin, á los últimos de Diciembre, llegó más muerto que vivo por los muchos trabajos, fatigas y molestias que sufrió, á las tierras tan deseadas de los Piñocas.

Inexplicable fué el consuelo que recibió el buen Padre de ver satisfechos plenamente sus ardientes deseos; pero templaban su júbilo las graves miserias y aflicciones de sus amados Chiquitos; sacábale muchas lágrimas á los ojos el ver aquellos desdichados tendidos y arrojados por los suelos: unos en descampado, sin abrigo alguno, otros con sólo el reparo de una choza cubierta sólo de algunas hojas de árboles, y otros luchando con la muerte, y muchos muertos en su infidelidad; traspasábale el corazón oir á algunos lamentarse inconsolablemente por haber muerto sus parientes sin haber tenido la dicha de ser (decían) hijos de Dios, como ellos con grande instancia lo habían pedido. Pero en medio de tanta calamidad fué de grande consuelo y alegría á aquellos bárbaros ver en sus países un ministro de nuestra santa fe.

 

Recibiéronle y tratáronle con tierno afecto, dándole de buena gana parte de su pobreza y regalándole con algunas frutas silvestres, que eran las delicias de más precio que tenían en aquellas miserias. Suplicáronle se quedase con ellos y no los abandonase en medio de tanta aflicción, prometiendo levantarle iglesia y casa y proveerle de lo necesario para su sustento. Condujéronle desde aquí á un paraje poco distante, diciéndole que escogiese allí sitio acomodado y que luego se pasarían todos juntos á fundar una Reducción.

Viendo, pues, y considerando el P. Arce la buena disposición de la gente, y que si se ausentaba de ellos los dejaba en un total desamparo, se resolvió á quedarse; y estando ya próximo el tiempo de las lluvias que inundan las campañas y cierran los caminos para ir á encontrar en las riberas del río Paraguay á sus conmisioneros, que venían de las Reducciones de los Guaraníes, le pareció más conforme á las órdenes que llevaba de su Provincial hacer aquí alto y dar principio á aquella nueva cristiandad que daba tan buenas esperanzas de que correspondería en adelante con la multitud y fervor de los fieles al cultivo y celo de los obreros evangélicos.

No es fácil decir el contento y júbilo que de esta resolución recibieron los indios, rebosándoles á los ojos la alegría del corazón en tiernas lágrimas de consuelo que derramaban, y festejando con ademanes y ceremonias propias suyas aquella determinación; y por estar tan flacos que apenas se podían tener en pie por el reciente contagio, pusieron luego por obra lo que habían prometido, y el último día del año escogieron sitio para fabricar iglesia, donde enarbolando una gran cruz y estando todos arrodillados en tierra, entonó el Padre las letanías de Nuestra Señora, consagrando de esta manera aquella provincia que había de ser tan fiel á Dios Nuestro Señor y tan devota de su Santísima Madre.

Y yendo aquel día todos juntos á cortar madera al bosque para la fábrica, trabajaron con tanto fervor y brío, que en menos de dos semanas se acabó y perfeccionó la iglesia, pobre y tosca en lo material, pero preciosa por la piedad de los artífices, que á competencia se esmeraban en trabajar en la obra.

Dedicóse al glorioso apóstol de las Indias San Francisco Xavier, para que desde el cielo mirase propicio con ojos de piedad aquella viña inculta de gentilidad, y la convirtiese con celestiales bendiciones en Jardín del Paraíso.

No le salieron al Padre fallidas sus esperanzas. Todos, así por la mañana como por la tarde, se juntaban aquí á oir la explicación de la doctrina cristiana, y por el ardiente deseo que tenían de ser cuanto antes contados y escritos en el número de los hijos de Dios, no le dejaban tiempo para tomar el sueño preciso, ni para comer ó rezar el Oficio Divino, preguntándole aquello que, ó no habían entendido bien, ó de que se habían olvidado, con lo cual en breve se hicieron dignos de la gracia; pero con muy acertado consejo determinó diferírsela por algún tiempo á los adultos para que el deseo de ser cristianos los estimulase á desarraigar cuanto antes su innata barbarie y olvidar sus brutales costumbres, que aprendiéndose desde la cuna y creciendo en ellas con los años y convirtiéndolas casi en naturaleza con el uso, se olvidan difícilmente y no se dejan sin gran trabajo.

Bautizóse solamente como cosa de cien niños, algunos de los cuales antes de perder la inocencia bautismal fueron á gozar de Dios, siendo primicias de aquella nueva Viña del Señor.

Era indecible el gozo y consuelo del ferviente Misionero, viendo crecer, por medio de la gracia del Espíritu Santo, á aquellas plantas noveles, no sólo en la piedad, sino en el número; porque corriendo la voz de que había en el país un predicador de la ley santa, los indios Penoquís, que estaban más adelante, hacia Santa Cruz la Vieja, le despacharon una embajada pidiéndole les hiciese una gracia y se dignase visitarlos, porque querían hacerse también ellos cristianos, y que si no iba, ellos, con su buena licencia, vendrían á verse con él. Respondióles el santo Padre que viniesen muy enhorabuena que los recibiría á todos con los brazos abiertos.

Vinieron, pues, y con ellos creció tanto el número de los Catecúmenos, que ya la iglesia, aunque muy grande, no era capaz de tanto concurso, y fueron tantos los trabajos del santo varón, que sin tomar descanso, sudaba de día y de noche en cultivar aquellas almas, que aunque el vigor de la caridad le daba espíritu y aliento para sufrir los trabajos, con todo eso cayó enfermo de pura flaqueza del cuerpo que se rindió debilitado al grande peso de las fatigas y contínuas incomodidades en que vivía, y asaltándole una ardientísima fiebre que no le dejaba tener en pie, se vió precisado á postrarse en el duro suelo debajo de una choza descubierta por todos lados, en la cual, falto de todo conorte y destituído de todo remedio humano, en pocos días le consumió y trabajó tanto, que se vió reducido poco menos que á los últimos períodos de su vida.

Pero Dios Nuestro Señor, con las dulzuras y remedios del cielo, de que en lances tales suele ser liberalísimo con sus siervos, le confortó de tal manera, que en brevísimo tiempo pudo levantarse y volver á las tareas primeras. Pero apenas se había recobrado, cuando con gran dolor de su corazón se vió precisado á volver á Tarija, á fin de entender la voluntad del nuevo Provincial de esta provincia, P. Lauro Núñez.

Despidióse, pues, de sus neófitos con mutuo sentimiento y dolor por el amor que el P. Joseph les tenía, y con que ellos le correspondían, dando antes orden de que mudasen la Reducción á lugar más cómodo y más abierto en las riberas del río de San Miguel, y pasando de aquí á los Chiriguanás encomendó el pueblo de la Presentación al cuidado del P. Juan Bautista de Zea y el de San Ignacio á los PP. José Tolú y Felipe Suárez.

Dispuestas así las cosas de aquella cristiandad, pasó á Tarija, donde el nuevo Provincial ordenó que el P. Juan Bautista de Zea le sucediese en el oficio de Superior, y él se quedase en la Presentación, y los PP. Diego Zenteno y Francisco Hervás pasasen á los Chiquitos.

Cuánto trabajaron y sudaron estos varones Apostólicos en fundar, conservar y acrecentar aquesta nueva iglesia, lo diremos en otro lugar difusamente.