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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

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A vista de esta notable desigualdad, volvemos á preguntar:

– Padres Curas ¿qué delito hemos cometido contra nuestro rey y señor para tan desmedido castigo?

Y últimamente, si nuestras razones no son oídas porque no tenemos entendimiento para penetrar los justos motivos que para esto tienen los soberanos, ya no tenemos ni tendremos otro consuelo que clamar al cielo y entregarnos desde luego á la muerte; que en estas circunstancias será el único alivio en nuestras penas; pero aún esta puerta que la abrió liberal nuestro Redentor que derramó su preciosa sangre por redimir nuestras almas se nos vaya cerrando con la cierta amenaza de que si no dejamos los pueblos se han de ir nuestros Padres Curas para que ni tengamos el consuelo de adorar á nuestro Redentor en el Sacramento del Altar, ni el de oir una misa ni el de tener con quien confesarnos para morir como cristianos, sino que perezcamos como si fuésemos bárbaros ó infieles.

Es muy bueno que por el interés del cielo nos sugetamos á la ley santa de Dios, nos recogimos á los pueblos, profesando rendida obediencia á nuestros Padres Curas, y después de cristianos nos hicimos voluntariamente vasallos del católico Rey de España para que, amparándonos, fomentase nuestra devota cristiandad, como lo ha hecho piadosamente con tan glorioso fruto (que según vosotros nos habéis dicho) nuestro presente Pontífice Benedicto XIV en la Bula del año de 1741 en que encarga á los obispos del Brasil y en especial al del Río de la Plata que con todas las armas de la Iglesia defienda y no permita que se saquen de sus tierras y pueblos los indios, aunque sean infieles, y mucho menos á los que son cristianos, y con efecto, excomulga Su Santidad á los que tal quieren ó para ello diesen consejo, favor ó ayuda, sea por el motivo ó pretexto que se fuese; y en otra del año 1743 nos propone, y á toda nuestra nación por ejemplar de buenos cristianos y los más conformes á los de la primitiva Iglesia; nos pone en dicha Bula, y ahora, como si no tuviésemos ese carácter, se nos ha de poner un entredicho y extracción de todo pasto espiritual, privándonos de los Sacramentos con el destierro de nuestros Pastores y Curas, para que por necesidad quedemos desmembrados del gremio de la Iglesia, como si fuésemos descomulgados, y para que como ovejas errantes salgamos perdidos á los montes y huídos con los infieles, apostatemos de la fe y de una vez nos sujetemos al tiránico imperio del demonio sin esperanza ya de lograr el cielo?

¿Es creíble que dos Monarcas, uno católico como es nuestro Rey de España, y otro fidelísimo como lo es el de Portugal, han de querer que de un golpe se pierdan cerca de treinta mil almas bautizadas, que hay en estos 7 pueblos, y poco después se pierdan también 63.339 que hay en los pueblos del Paraná y en el del Uruguay (á todos los cuales menos uno les quitan con esta división sus hierbales, y á 5 ó 6 de ellos sus estancias y á todos el socorro que tenían de las nuestras y de nuestros algodonares para sus vestuarios) para lo que se hace preciso que como algunos nos lo tienen ofrecido, todos nos acompañen á la defensa consiguientemente, experimentarán el mismo desamparo de los Padres y la total ruina de sus almas.

Esto no lo podemos decir aunque nos lo prediquen nuestros Padres, porque si los dos Reyes que dicen nos lo mandan estuvieran presentes para oir nuestros ruegos, ó á lo menos fueran informados con verdad del estrecho lance en que nos han puesto sus ministros, ciertamente que como protectores de la cristiandad y piadosos Padres de nuestra pequeñez, no permitieran el riesgo en que estamos, pues ya sabemos por boca de nuestros Padres Curas que los Sumos Pontífices que dieron permiso á los Reyes de España y Portugal para conquistar las Indias Meridionales, no tuvieron otro motivo para que nos pudiesen buscar en nuestras tierras sino el fin de que lográsemos los bienes eternos de nuestras ánimas, aunque nos privásemos de la libertad en que vivíamos para sujetarnos á ser vasallos de dos Monarcas que no conocíamos y siendo esto cierto se podrá creer que estos mismos soberanos que en nuestra conquista no tuvieron otro glorioso fin que el de propagar la fe de Jesucristo y extender los dominios de la Santa Iglesia, estos mismos nos han de poner en la necesidad de malograr el carácter de cristianos y en peligro de que nos arrepintamos de haberlo recibido, por conservarlo nos sujetamos á su obediencia y por ésta estamos al presente en el riesgo de perderlo todo? Esto, Padres de nuestras almas, no lo hemos de creer por más que nos lo esteis predicando, esto sin duda no es la voluntad de nuestro Rey y señor, sino engaño de los que sin atender á nuestras almas sólo aspiran al interés de los bienes temporales.

Señor Marqués, todas estas razones son las que, no con tanto concierto, pero sí con mayor tenacidad, tienen los indios impresas en el corazón y así con más viveza la manifiestan en su idioma, porque han sido los primeros principios con que se han establecido en la fe promovida en la cristiandad, y las que, sin apartarme un punto de la más rendida obediencia al Rey nuestro señor y sus mandatos, las hago presente á V. S., no para disculpar la resistencia de los indios, la que desde luego repruebo una y muchas veces como lo están vituperando sus Padres Curas con repetidas amenazas, y la que si cayera en otras capacidades, desde luego juzgara dignísima de un pronto y gravísimo castigo, á no considerar por una parte el corto alcance de sus entendimientos para penetrar las superiores razones y dictámenes políticos de los soberanos, y por otra estar faltos de aquella luz que era necesaria aún en los hombres más instruídos para sujetarse á un sacrificio tan doloroso como inesperado, para que V. S. en fuerza de ellas se haga cargo de los motivos eficazmente impulsivos que contra sí tiene la poca advertencia de que los pobres, con ciega obstinación los tiene precipitados y resueltos á morir antes con el rigor de las armas que dejar voluntariamente sus pueblos; resolución bárbara que teniendo atravesados nuestros corazones, la están reprendiendo sus curas con la amenaza prevenida de que los han de abandonar y salir de los pueblos por ser indignos de su protección, siendo inobedientes á su Rey y Soberano; y á este fin, ya sabe V. S. que tengo hecha renuncia de los pueblos resistentes y de todos los que en adelante se manifestaren inobedientes para que el señor gobernador de esta plaza, como Vice-patrón, y el señor Obispo como pastor, los provea de párrocos para que del todo no se pierdan sus almas.

Pero á esta amenaza resulta otro nuevo peligro, porque á ella responden los indios que si les envían otros Curas que no los conocen ni acaso saben su idioma, los recibirán con flechas como inútiles para su pasto espiritual, y que llegando el caso de querer salir los Padres, sólo lo conseguirán después de dejarlos enterrados, porque antes no lo permitirán, aunque quisieran, y primero les quitarán la vida que darles libertad para la fuga.

Y si en esta demanda se sacrifican los Padres á la muerte, como ya recelan con mucho fundamento, no hay duda que con su sangre firmarán un claro testimonio de su lealtad que tienen y siempre tendrán impresa en sus corazones hasta la muerte.

Mas en estos estrechos términos que nunca se imaginaron posibles por la ciega obediencia que hasta aquí han profesado los indios á los Padres, pero ya los tocamos ciertos y con peligro de llorarlos sin remedio, no puedo dejar de hacer presente á V. S. para descargo de mi conciencia, que después de haber obedecido al Rey nuestro señor y atendido su respeto con cuantas diligencias y medios ha ofrecido el vivo deseo de esta provincia para desempeñar la confianza con que S. M. se ha dignado fiar este negocio de nuestra lealtad, hemos llegado ya al último término de la ejecución, en que es preciso descubrir el primer blanco de la intención de los dos soberanos Monarcas, que es el del divino respeto, y el de la sangre de Jesucristo derramada por aquellas pobres almas cuyos superiores motivos tienen como diadema, esplendor y esmalte de sus coronas los reyes católico y fidelísimo, pues éstos fueron los que empeñaron con valiente resolución su cristiano celo para la conquista de las Indias Meridionales, como lo expresa el señor Alejandro VI en la bula en que señaló los límites de ambas Coronas.

De donde se infiere claramente que habiendo sido el primer blanco y principal fin de sus Reales ánimos en tan gloriosa empresa la mayor honra de Dios nuestro señor y propagación de nuestra santa fe á que tan frecuente y liberalmente han concurrido con sus Reales haberes posponiendo la extensión de sus dominios á la de la Santa Iglesia, no nos podemos persuadir que cuando firmaron los presentes tratados se pudiese imaginar ni á mucha distancia prevenir que pudiese llegar el caso doloroso que ya estamos tocando en el peligro de que apostaten de la fe treinta mil almas que son las que hay en los siete pueblos, y que no sin fundamento temamos próximamente sigan el mismo errado camino sesenta y nueve mil trescientas treinta y nueve que están en los pueblos del Paraná, por saber están todos alborotados para salir á ayudar á sus paisanos en caso de guerra en que también habrán de dejarlos los Padres y por consiguiente resultará de la perdición de 100.000 almas cristianas un necesario escándalo para todo el mundo y más para los herejes que imprimirán en sus mercurios por la afrenta de la cristiandad que los ministros de los Reyes que siempre han tenido por timbre de sus Coronas estar bajo de las banderas de Jesucristo para defender y propagar su iglesia han abandonado la más florida cristiandad de los indios y aun obligado por el cumplimiento de sus tratados á la ruina eterna de 100.000 almas y dado con este destrozo ocasión á que innumerables almas de infieles que están ya á las puertas de la iglesia se retiren fugitivos y se recelen de los Misioneros confirmándose en el errado dictamen que tuvieron los indios Guaraníes en el principio de su conversión, creyendo que los Padres querían hacerlos cristianos para entregarlos después á los portugueses ó para hacerlos esclavos de los españoles, aprensión que no depusieron hasta que vieron que por su defensa murió á manos de sus enemigos del golpe de un balazo el V. P. Diego Alfaro que entonces era Superior de las Misiones.

 

Este lamentable daño, que tememos con mucho fundamento, lo debemos mirar también como antecedentes de otras fatales consecuencias á que nos obliga la experiencia que al presente tenemos en otras provincias, pues habiendo tenido en el siglo pasado 300.000 indios de numeración repartidos en el servicio de los encomenderos de la ciudades de Santiago, Córdoba, Tucumán y Rioja, por las estorsiones que de ellos padecían, se levantaron algunos indios rebeldes y fugitivos á los montes del Chaco, que han sido y son al presente la ruina de todos estos lugares y caminos, en que no se puede dar paso sin peligro de robos y muertes por ser innumerables las que han ejecutado en estos próximos años en los cristianos, llevándose los párvulos y mujeres cautivas á sus montes.

Y si de este modo han oprimido todos estos lugares los infieles del Chaco, descendientes de los que apostataron de la fe y del servicio de los españoles, sin que después de cien años los hayan podido reducir por armas, siendo sólo muy pocos los que después de infatigable trabajo y derramamiento de sangre han conquistado los Jesuitas con el Evangelio, qué no deberemos temer si todos los pueblos del Paraná y Uruguay y en su compañía todos los infieles vecinos de las naciones de Charruas, Minoanes Boanes y Guanaos se levantan y amotinados volviesen contra todas estas ciudades, siendo las primeras al encuentro las del Río de la Plata; ¿qué número de españoles podrá resistir á tan crecido número de indios, que sin ponerse en campaña, sólo con asaltos nocturnos no dejaran lugar que no talen, ni españoles que no degüellen?

Si todos estos eminentes riesgos, que no son imaginarios sino casi ciertos y consiguientes al próximo en que estamos al presente, de que apostaten los indios de los 7 pueblos y aún de los 30, se hiciesen presentes al Rey nuestro señor y al fidelísimo de Portugal, con la ingenuidad y verdad con que ya los estamos tocando, se podrá creer de su católico y fidelísimo celo que es su ánimo y voluntad se atropelle la gloria de Dios y respeto de la Iglesia por cumplimiento de los tratados ya ajustados?

Esto no podemos imaginar sin que nos hagamos reos de lesa majestad con el grandísimo agravio con que se herirán sus corazones cristianos y Reales con el pensamiento de tan temeraria presunción.

Esto supuesto como cierto é infalible vuelvo ahora á levantar hasta el cielo todo el grito con que aquellas pobres almas y los ángeles de su guarda están clamando por su remedio, y con ellas puestas á los piés de V. S. con el rendimiento debido á su carácter y persona, pido con toda esta provincia, se conduela más que la pérdida de todos los bienes temporales y aun de las vidas de aquellos pobres neófitos, de la ruina eterna de sus almas.

Hago presente á V. S. que por ellas derramó nuestro Redentor Jesucristo su preciosa sangre, y por ella y su divino respeto vuelvo á suplicar á V. S. en descargo de mi conciencia, y so pena del cargo que se nos ha de hacer en el tribunal de Dios nuestro señor, de tan irreparable pérdida, se sirva de suspender la guerra que se previene hasta dar parte al Rey nuestro señor, á cuyo supremo tribunal apelo en nombre de estos pobres desvalidos, protestando violencia y fuerza en cualquier disposición que sea en perjuicio de sus almas, pues lo que el Rey nuestro señor nos tiene mandado, es que se entreguen los pueblos con paz, y esto mismo me tiene ordenado mi R. P. General; y habiendo hasta el presente concurrido á esta debida obediencia y estando también prontos para continuarla hasta derramar nuestra sangre y perder la vida en prueba de nuestra lealtad, debo recordar á V. S. que el Rey nuestro señor no manda, ni podemos presumir mande concurramos á que con detrimento de la gloria de Dios y contra el católico y fidelísimo ánimo de ambas Coronas, se expongan al peligro de subersión 100.000 almas, cuya cristiandad es la más florida de las Indias, y por este único motivo, cuando en lo demás prontísimo para obedecer á V. S. con toda esta provincia en lo que no se opusiera al servicio de Dios nuestro señor.

A V. S. pido y suplico se sirva de proveer esta mi rendida súplica, por ser de caridad y justicia, y se digne mandar se me dé testimonio para recurrir al Rey nuestro señor á quien será V. S. responsable si antes de emprender la guerra no le da parte del peligroso estado en que se ha puesto este negocio, que cuando se trató se concluyó muy distante de ser en perjuicio de las almas, y por eso debemos suponer que en las presentes circunstancias, cualquiera acción que las perjudique, será contra la mente del católico Rey nuestro señor (que Dios guarde).

Córdoba y Julio 19 de 1753.

NOTAS:

[I.] Marc. 16.

[II.] Gregor. hom. 13 in Mar; 16.

[III.] Actor.

[IV.] La obra del Obispo de Quito, á que alude el Padre Patricio Fernández, se titula Itinerario para Parrochos de Indios, en que se tratan las materias más particulares tocantes á ellos para su buena administración. Se imprimió por primera vez, según algunos bibliógrafos, en Amberes, por Verdussen, en 1726. Se reimprimió en el mismo punto por los hermanos de Tournes en 1754, y volvió á hacerse otra edición en Madrid por Pedro Marín en 1771. Las dos ediciones hechas en Bélgica son en 4.º y la madrileña en folio.

Fué obra que obtuvo una acogida por los religiosos cual ninguna otra de su género. Se llegó á hacer absolutamente necesaria á cuantos Misioneros pasaban á Indias.

La mejor edición de la obra del Obispo Peña y Montenegro dicen que es la de 1754, porque está purgada de muchos yerros.

[V.] Solorzano, tomo I de Indiarum, lib. II.

[VI.] Solorzano, lib. II, cap. VIII ex n. 79 etc. lib. III, capítulo VII.