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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

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Quiera Nuestro Señor se cumpla cuanto antes esta profecía.

CAPÍTULO XXII

Últimas noticias de las Misiones de Chiquitos y Chiriguanás

Habiendo referido la destrucción de los dos pueblos que había entre los Chiriguanás, será bien dar ahora razón de cómo volvieron los Jesuitas años después á aquella nación.

Hallábase el P. Vice Provincial Luis de la Roca el año de 1715 visitando el Colegio de Tarija, de paso para las Misiones de los Chiquitos, cuando llegaron á aquella villa mensajeros de algunos pueblos de los Chiriguanás pidiendo fuesen Padres á sus tierras á predicarles nuestra santa fé y ministrarles el santo bautismo.

Extrañóse esta repentina mudanza, cuando se tenía tan experimentada la obstinación de estos indios, y cuán dados estaban siempre á sus antiguos vicios, causa por la cual se había alzado más de dieciséis años había de su conversión, por no esperar hacer en ellos el menor fruto. Mas luego se supo la causa de esta nueva resolución.

Fué, pues, el caso, que un cristiano de la misma nación, habiendo apostatado de la fé y religión cristiana, murió, por justos juicios de Dios, pertinaz en su apostasía.

Este, por permisión divina, se apareció, á pesar del infierno, á muchos Chiriguanás, diciéndoles cómo por haber desamparado la religión cristiana, estaba condenado á arder en llamas eternas.

Hizo notable conmoción en los bárbaros esta visión y les movió á que fuesen ahora á pedir á Tarija predicadores del Evangelio.

El P. Vice-Provincial, por las repetidas experiencias de la inconstancia de estos bárbaros dudaba mucho concedérselos; pero al fin se movió á enviarles dos Jesuitas, así por hacer la última prueba de su obstinación, como por condescender con la piadosa voluntad del señor marqués del Valle de Tojo, que lo pedía encarecidamente.

Señaló, pues, para aquella conversión al P. Pablo Restivo, que á la sazón era rector del colegio de Salta, y muy perito en la lengua Guaraní que habla aquella nación, y por su compañero al P. Francisco Guevara que se hallaba en el colegio de Tarija.

Fueron allá los dos Padres, y á costa de grandes trabajos procuraron fundar una Reducción que llamaron de la Inmaculada Concepción, para que con el favor y patrocinio de esta poderosa señora, renunciando los Chiriguanás al demonio, se alistasen en las banderas de Cristo.

Lográronse algunos párvulos, á quien bautizaron, pero se opuso el demonio á estos felices principios con todas sus máquinas y esfuerzo.

Apareciéronseles los ministros infernales en formas horrendas y espantosas, á cuya vista caían desmayados en tierra los indios. Acudieron por remedio á los Padres. Estos, animándoles á la confianza en Dios, les mandaron que luego hiciesen muchas cruces de madera, las cuales hicieron poner en sus casas, en las plazas, en las calles y en los collados, adorándolas humildemente los bárbaros.

Al ver el infierno señal tan saludable desistió de perseguirlos, y en adelante depusieron los indios todo miedo sin experimentar al menor peligro.

Viéndose vencido de esta manera el demonio, se valió de otras trazas diabólicas para perturbar la obra comenzada, incitando y conmoviendo para ese fin á muchos de sus secuaces; pero Dios desvaneció sus intentos haciendo de los mismos diabólicos ministros fieles coadjutores de los Padres en aquella conversión.

Y para mayor abatimiento del demonio y promover la fe en esta Reducción, se dignó Su Majestad de favorecerles con algunos sucesos, al parecer, milagrosos. Entre otros, contaré sólo dos.

Estaba una india tan gravemente enferma, que ya sus parientes la lloraban por muerta; llegó la enfermedad á término que ya estaba para espirar.

En tal aprieto se volvieron á implorar el patrocinio de María Santísima, pidiéndola con muchas lágrimas restituyese su salud á la enferma.

Tuvieron buen despacho sus súplicas, porque el mismo día que habían hecho aquella oración á Nuestra Señora, al ponerse el sol cesó la fiebre, que sobre manera la afligía y al día siguiente se halló enteramente sana con admiración y asombro de todo el pueblo.

En otra ocasión padecía toda la comarca de mucha falta de lluvias, por lo cual se perdían por instantes las sementeras: imploraron el favor de la Virgen, y luego al punto el cielo, que estaba sereno, se entoldó de nubes y descargó una copiosa lluvia, que fué el total remedio de su necesidad.

Con estos y otros favores del cielo, se espera que al fin se rendirá y ablandará del todo la dureza obstinada de los Chiriguanás, entre quienes al presente trabajan los Padres, para lograr á lo menos las almas de los párvulos, y con esperanzas de que los que nacieren y se criaren con la leche de la religión cristiana mantendrán la fe y se podrán lograr en toda la nación los sudores y fatigas pasadas de tanto apostólico Misionero que en diferentes ocasiones han atendido á la labor de este campo.

Ahora, para concluir esta relación, será bien dar breve noticia, así del último estado de las Misiones en los Chiquitos, como de algunas expediciones, en especial la de los Zamucos, según lo que hasta ahora se ha podido saber por la distancia de los lugares.

Habíase tenido noticia en el pueblo de San Francisco Xavier de que había algo lejos de allí una parcialidad de Guarayos que hablan la lengua Guaraní, y se esperaba hacer en ellos mucho fruto, por lo cual el año de 1719 fueron de aquel pueblo indios Chiquitos á hablarles sobre su conversión, pero se volvieron sin fruto, porque llegando al paraje de dicha nación, donde tenía sus pueblecillos, ya se habían huído, sin quedar uno sólo; y aunque les siguieron los rastros por algunos días, los perdieron en un río muy caudaloso, en que se embarcaron sin saber para dónde.

Este mismo año, á 4 de Mayo, sucedió en San Rafael la fatalidad de haberse quemado el pueblo, por lo cual estaban medio alzados los gentiles que había en él, y se temían no se volviesen á los bosques, porque también se habían quemado los frutos de que se mantenían; pero al fin, con el favor de Dios se compuso todo, de suerte que este pueblo se pudo empezar á dividir el año de 1721, saliendo de él una colonia, que es la Reducción de San Miguel.

Pero en medio de estas desgracias se logró este año el buen suceso de abrir nuevo camino, que mucho tiempo se había deseado, por las cordilleras de los Chiriguanás, dejando el antiguo de Santa Cruz de la Sierra, cuyo descubrimiento feliz se debió al celo incansable del santo P. Francisco Hervás, que le abrió como se podía desear, y de suerte que el año siguiente pudieron entrar por él dos nuevos Misioneros, que fueron el P. Jaime Aguilar, aragonés, que pasaba también á visitar en nombre del P. Provincial aquellas doctrinas, y el P. Juan Bautista Speth, bávaro, que poco antes había venido de Europa. Y ahora es éste el camino común por donde se tragina, abreviando por él muchas leguas.

En todos los pueblos, en los años siguientes, se han hecho sus correrías á diversas naciones, pues estando todos ellos deseosos de convertir á los muchos gentiles que se descubren cada día se aplican con celo á la conversión.

Hacia el Norte, especialmente, es el gentío innumerable; bien que está algo lejos: son tierras trabajosísimas y se descubren animales fieros y extraordinarios.

Por tanto, es preciso ir con tiento, trayendo la gente en corto número para poderla cuidar, porque con la mudanza de tierras, siempre mueren muchos, causa de que en estas Reducciones no sea mucha más la gente y aun en las Misiones de los Moxos es peor, por ser las tierras más trabajosas, y cada día van á menos, si continuamente no reclutan los pueblos con nuevos infieles, como lo procuran hacer aquellos fervorosos Misioneros; bien que en las de los Chiquitos sabemos se ha logrado esta diligencia, pues generalmente se reconoce haber ido en aumento, pues el año de 1723 entraron ochenta familias de infieles en el pueblo de San Rafael, y en el de San Juan noventa y dos almas, valiéndose Dios de un medio bien especial para traer á los infieles que entraron en San Rafael.

Fué el caso que habiendo habido una pestecilla en dicho pueblo el año de 1722, se huyeron de miedo por Agosto de aquel año dos parcialidades de gente nueva, no de los Chiquitos, la una no había vuelto tan presto, la otra se encontró con una nación de infieles, á quienes persuadieron se hiciesen cristianos, lo que lograron felizmente, pues luego se redujeron muchos, y volvieron con los fugitivos al pueblo las ochenta familias ya dichas, en que había trescientas almas, y entre ellas un indio, que hecho cautivo por unos Mamalucos que capitaneaba Hernando de Armenta, portugués, se escapó de entre ellos, después de quince años de cautiverio, y vino muy contento.

Ni paró aquí el fruto que sacó Dios de esta fuga, sino que dejaron apalabrada toda la nación para venir luego en seguimiento de los demás.

Los pueblos que al presente hay, son seis.

Están todos por este orden:

Comenzando del Sur, San Juan está de San Joseph como nueve leguas; de San Joseph á San Rafael son treinta; de aquí á San Miguel ocho; de San Miguel á San Francisco Xavier cuarenta y dos, y de éste á la Concepción, hay veinticuatro; de suerte que San Juan, que es el cabo hacia el Sur, está en dieciocho grados y medio; y la Concepción, que es el otro cabo, está en quince.

Ahora hay esperanzas de fundar otro, con nombre de Nuestro Padre San Ignacio, hacia el Sur, en los Zamucos, que son más de mil doscientas almas, é inmediatamente los Ugaranós, que tienen la misma gente.

Dichos Zamucos, ya vimos en el capítulo xix cómo se alzaron y huyeron dando muerte al hermano Alberto Romero y á sus compañeros Chiquitos.

No por eso perdieron nuestros Misioneros las esperanzas de reducirlos; antes mientras más oposición hacía el demonio, se azoraban más á quitar de sus garras infernales estas almas.

 

Procuraron luego de dar forma, cómo volver á reducirlos.

Entraron para este efecto los PP. Felipe Suárez y Agustín Castañares y habiendo caminado noventa leguas, llegaron á un pueblo de Zamucos, y por entonces no se consiguió reducirlos.

El año siguiente entraron los PP. Jaime de Aguilar y Agustín Castañares, y habiendo salido á 29 de Abril, caminaron las noventa leguas que los del año antecedente y hallaron desierto el pueblo en que estaban antes.

Pasaron veinte leguas más adelante á otro pueblo á donde dirigían la derrota. Hallaron en él á sus moradores, que los recibieron de paz.

Sería dicho pueblo, llamado Cucutades, de cincuenta familias, gobernado por tres principales caciques; uno de los cuales estaba ausente. Después de mucha vocinglería de los infieles les propusieron los Padres el fin de su ida á aquellas tierras, que era quedarse entre ellos y ayudarles como á los Chiquitos.

Agradecieron los infieles la visita, y uno detrás de otro respondieron los dos principales que no querían Padres en sus tierras; que aquella sola noche durmiesen allí y al otro día se volviesen; porque si se querían quedar mudarían ellos á otra parte.

Mucho sintieron los Padres esta no esperada respuesta; mas con todo eso esperaban que aquella tarde mudarían de resolución; y á la verdad, ellos así lo fingieron, diciendo entonces gustaban ya de que se quedasen entre ellos; bien que siempre se remitían al parecer del principal que faltaba, y decían venía ya de buen ánimo.

Esperáronle desde el día 27 de Mayo; y en esta demora, para ganar la voluntad del pueblo, se les repartieron treinta cuñas á los indios, que es lo que más aprecian, y á las indias muchos abalorios, con que todos quedaron contentos, así infieles como los Padres y los cristianos Chiquitos, bien que entre ellos no faltó quien alcanzase el fingimiento de los bárbaros.

Esperaron hasta el sábado, víspera de la Santísima Trinidad, en que vino el principal que faltaba, y era chupador y hechicero. Entró dando gritos en su pueblo y plaza, diciendo que él era dios de aquellas tierras y pueblo y que fuesen los Padres donde él estaba.

Los Padres, viendo que era necesario por entonces usar de gravedad para abatir la soberbia de aquel ministro del demonio, le respondieron que no habían de ir, sino que él había de venir donde ellos estaban. Al fin se hizo así. Vino él donde estaban los Padres; éstos le recibieron sentados. Dijo lo que los otros dos principales habían dicho al principio, que no quería Padres en sus tierras, porque con los Padres se les morirían los hijos y otros disparates semejantes, que aprobó todo el pueblo, armándose y tiznándose todos menos uno de los principales que habían estado antes y ora quedó medio en duda.

A este tiempo llegó de otro pueblo distante el matador del hermano Alberto con otros doce ó trece de los suyos, que con sus persuasiones confirmó al pueblo en su resolución.

Viendo los Padres su dureza, se vieron precisados á dar la vuelta, como lo hicieron, y llegaron al pueblo de donde habían salido el día 16 de Junio, llevando solas diez almas que quisieron de suyo irse con ellos á la Reducción para hacerse cristianos, bien que no quedaron los Padres sin esperanzas de que después les seguirían los demás, como de hecho sucedió, así con estos como con otros. Porque dando en ellos los infieles Ugaranós y habiendo habido muertes de una y otra parte, se vinieron á San Juan dos parcialidades que hacían veinte familias y llegaron á aquel pueblo á 25 de febrero de 1723.

Eran de dos pueblos de Zamucos; del uno llamado Quiripecodes, venía el cacique Sofiáde con dos hermanos suyos, matadores del hermano Alberto y diez familias en que había cincuenta almas.

Del otro, llamado Cucutades, vino su capitán Omate, que fué el que el año pasado había echado á los Padres de todas sus tierras, y traía nueve familias de sus vasallos, que eran cuarenta y dos almas.

Los noventa y dos, pues, sin ser llamados ni convidados ahora se vinieron huyendo de los Ugaranós que les hacían guerra y dijeron que tras ellos vendrían los demás. Pero habiendo enfermado de peste todos, se atemorizaron y dijeron que querían Padres en sus tierras, lo cual concedido, se volvieron á ellas.

Por esta causa, el día 30 de Junio salió el P. Superior de aquellas Misiones Francisco Hervás con el P. Castañares á fundar Reducción entre ellos.

Llegaron después de cuarenta días de camino á los pueblos de Zamucos, que hallaron totalmente desiertos; en busca de ellos fué solo con los indios el P. Castañares, y hasta ahora no se sabe en qué ha parado.

El P. Superior Francisco Hervás llegó á los dichos pueblos tan postrado de fuerzas por el cansancio y por sus continuos achaques, que habiendo de quedar allí en un sumo desamparo, se vió precisado á volverse; y habiendo llegado quince leguas de San Juan, le fué á confesar el P. Juan Bautista de Xandra, aplicóle algún remedio, con que se alentó el P. Hervás y pudo llegar en hombros de indios á San Juan, donde se le administraron los demás Sacramentos y aplicaron algunos otros remedios, pero sin efecto, por hallarse muy debilitado y con ardientes fiebres, y al fin murió dos días después, á 24 de Agosto de 1723, teniendo 61 años de edad, 44 de Compañía y 27 de profesión de cuatro votos. Y aunque sus heroicas virtudes y grandes trabajos pedían de justicia se hiciese aquí relación de su vida; mas la falta de noticias por la distancia nos privan por ahora de este ejemplo y consuelo hasta mejor ocasión. Y esto es lo que hasta ahora se ha obrado para reducir á los Zamucos, que esperamos se conseguirá felizmente por el celo de los fervorosos Misioneros. LAUS DEO.

MEMORIAL DEL PROVINCIAL

P. JOSEPH BARREDA
AL MARQUÉS DE VALDELIRIOS
Memorial que el P. Provincial de la provincia del Paraguay presentó al Señor Marqués de Valdelirios, en que le suplica suspenda las disposiciones de guerra contra los indios de las Misiones

Señor Comisario Real, Marqués de Valdelirios:

Joseph de Barreda, de la Compañía de Jesús, Prepósito Provincial del Paraguay, parece ante V. S. para que en fuerza de su Real Comisión con que está entendiendo en los tratados de la línea divisoria de las dos Coronas de España y Portugal, se sirva de oir en justicia los clamores con que esta provincia desea manifestar la fidelísima lealtad con que hasta hora presente ha obedecido á ciegas y con pronto rendimiento las cédulas reales y todas las órdenes conducentes á la evacuación de los siete pueblos de Misiones que están entre el río Abiquy y las márgenes del río Uruguay para que, según el consabido tratado, se entreguen á los dominios de Portugal, y saliendo los indios que hoy los habitan á otros territorios pertenecientes á la Corona de España, trasladen á ellos sus bienes muebles y semovientes y fabricando nuevos pueblos é iglesias, labren tierras para mantenerse de sus frutos.

A este fin, ya le consta á V. S. que antes que llegase á Buenos Aires y á esta provincia, tenía actuadas todas las diligencias que me permitió el tiempo en cumplimiento de los eficaces preceptos que nuestro M. R. P. General, quien con igual empeño nos previno que si fuese posible tuviésemos evacuados los citados pueblos antes que llegase V. S. y por su mano recibiésemos las cédulas en que el Rey nuestro señor nos mandaba lo mismo; y con efecto, cuando las recibimos, ya se habían empezado á conquistar las voluntades de los indios con las eficaces persuasiones de los Padres Misioneros y del que yo había señalado en mi lugar mientras pasaba en persona á la ejecución de las Reales órdenes, y habiendo convenido en dejar sus pueblos, empezaron á salir de ellos algunos exploradores en busca de sitios y tierras competentes para su transmigración, lo que consta á V. S. y al P. Luis Altamirano por las cartas de las Misiones que en respuesta de las órdenes recibí en aquella ciudad, donde también me enviaron Mapa de algunas tierras algo menos proporcionadas, bien que todas son apartadas de los siete pueblos, que algunas no distaban menos que 200 leguas de ellos para la mudanza el cual Mapa mostré y entregué á V. S. en prueba de la pronta obediencia con que desde la primera noticia y orden del M. R. P. General se empezaron á actuar y se estaban actuando las diligencias más oportunas para el deseado intento.

Pero entre las graves dificultades que se ofrecían en tan arduo empeño, siempre hice presente á V. S. que la mayor y aún insuperable estaba en el limitado tiempo que se concedía para tan vasta transmigración, lo que, al juicio de los Padres más experimentados de aquellos países, era físicamente imposible en el estrecho espacio de seis meses, razón que movió y aún convenció al P. Comisario Luis Altamirano para pedir á V. S. concediese á lo menos tres años de término, lo que también representé al Rey nuestro señor, haciéndole demostración de que en menos tiempo era intentar un imposible y consiguientemente compeler á sus rendidos vasallos á que no ejecutasen según fuerzas naturales lo mismo que deseaban obedecer.

Mas no habiéndose determinado por V. S. tiempo fijo, sino sólo prevenido que fuese con toda brevedad y sí que con título de piedad se disimulase alguna culpable omisión, hubo de pasar el P. Comisario Luis de Altamirano en persona á dichas Misiones, y puesto en ellas comenzó con imponderable empeño, celo y eficacia á actuar su comisión, con tan vivas ansias de que se ejecutase luego todo lo prevenido, que no perdonó diligencia alguna ni omitió instante en la actuación de sus prudentes órdenes y arbitrios á que estuvieron tan prontos los PP. Misioneros para obedecer sus mandatos, que en fuerzas de ellos aun los PP. más ancianos y enfermos se esforzaron para alentar á los indios, unas veces con ruegos y otras con amenazas, haciéndoles presente la obligación que tenían de obedecer á su soberano y cuán bien les estaría exponerse á las fatigas y aún perder sus bienes para acreditar su antigua lealtad.

Mas como al natural lento y espacioso de los indios cualquiera movimiento acelerado era violencia, y en su tarda y escasa inteligencia era novedad tan extraña é inteligible la que se les proponía por concebirla muy contraria á la pacífica posesión de sus casas, sementeras y bienes que tienen muy pegado su corazón, á pocos días de lo que habían prometido á los PP., empezaron á llamarse engaño y excusarse, ya con el poco tiempo que se les concedía, ya con los muchos trabajos que se les prevenían en los caminos en el transporte de sus ganados, bienes y familias, y el más arduo de volver á fabricar nuevas iglesias y casas, y declarándose resistentes, apelaron: unos, á que sería menos malo quedarse bajo el dominio de los portugueses; pero otros, que eran los más, decían claramente no podían creer que el Rey nuestro señor, que por tantas cédulas les había prometido ampararlos en sus tierras y defenderlos de sus enemigos, podía faltar á lo prometido y pasar á quitarles lo que con derecho natural habían adquirido y poseído por más de 130 años, pues para tan riguroso castigo no hallaban haber cometido ninguna culpa contra el Rey, antes, sí, estaban muy satisfechos de los repetidos servicios con que habían procurado acreditar su obediencia, exponiendo su sangre y sus vidas por defender los dominios de su soberano.

Estas y otras razones, que ellos tienen fijas en sus memorias, procuraron los PP. desvanecerlas con todas cuantas expresiones les dictaba su deseo, y de que los indios podían ser capaces; pero no teniendo qué responder á las vivas y eficaces exhortaciones de los Padres, hubieran de cerrar del todo los oídos á sus voces; y rompiendo el freno de la obediencia, que por tantos años los había sugetado, empezaron á quebrantar su respeto, diciendo en voz alta no querían mudarse porque esto no podía ser voluntad de su Rey y señor, sino invención de los PP. que, secretamente, habían convenido con los portugueses por medio del P. Comisario, á quien tienen por tal, y aún aseguraban algunos lo habían conocido seglar en el Río Janeiro; pero no desistiendo los Padres de su empeño, antes sí, conviniéndose para no sólo persuadirlos con razones privadas, sino convertirlos con pública y fervorosa predicación, los convocaron á las iglesias, y con un crucifijo en las manos, y algunos puestos de rodillas y derramando muchas lágrimas, les intimaron los castigos que debían esperar de la mano de Dios y de su soberano Rey si no obedecían prontamente su mandato; en fuerza de este eficaz asalto se compungieron los indios y, pidiendo perdón de su desobediencia, prometieron de nuevo enmendarse, empezando los PP. luego, y antes que se enfriase el fervor, á disponer cabalgaduras, carros y demás aparatos para emprender el camino, al que en la realidad salieron algunos guiados de los PP., que van como caudillos para esforzar su lentitud é interior desconsuelo; pero á pocas jornadas, con el hastío del camino y amor que les arrastraba á sus casas, se fueron volviendo á sus pueblos, dejando á los PP. solos y burlados en las campiñas; mas ni por esto desistieron los PP. desta empresa, antes, sí, disimulando prudentes su desacato é inconstancia, volvieron á buscarlos, reconviniéndolos con lo prometido; pero ellos, ya del todo arrepentidos y aun despechados, tomaron por medio, para librarse de las instancias de los PP., el amenazarlos con la muerte, la que verdaderamente intentaron dar al Padre Cura de San Miguel, y ahora Padre compañero suyo que estaba en las estancias, los que sin duda hubieran perdido la vida si por orden del P. Comisario, que se informó de su peligro, no se hubiesen retirado fugitivos; pues su depravado ánimo lo manifestaron en un mozo que acompañó al P. Cura, y volviendo poco después al pueblo á sacar unos caballos, lo hicieron pedazos á lanzadas.

 

Este mismo desacato intentaron hacer con el P. Comisario, previniendo 600 hombres para irlo á buscar en el pueblo donde residía, y habiendo sido avisado por cinco voces del eminentísimo peligro de su vida, hubo de retirarse prudentemente, entendiendo que su presencia irritaba su furor y que con su retiro podría serenarse aquella ciega pasión.

Después que salió el P. Comisario han continuado los PP. Misioneros obedeciendo al que quedó en su lugar, sin desmayar un punto en su empeño; pero sin más fruto que el de enfurecerse los indios cada día más, continuando sus amenazas y desahogando su enojo en los corregidores, como ministros de los Padres, de quienes se han valido para que, persuadiéndolos á su modo, los alienten con su ejemplo; mas también á éstos han intentado matar, y á uno de ellos sólo con la aflicción de su peligro, murió á pocos días después que lo acometieron, y otros cuatro estaban al presente mal heridos, ya sin valor ni esperanza de resistir á los indios que fielmente están persuadidos á que es ficción de los PP. y no voluntad de su Rey el quitarles las tierras que han poseído por espacio de 130 años, cuyo derecho lo tienen confirmado sus soberanos por repetidas cédulas y que en esta buena fe han fabricado unos pueblos que no son como se dice aldeas, sino que exceden en sus fábricas á las más de las ciudades, etc.

Estas provincias, en sus casas cubiertas de teja y resguardadas de corredores de piedra para poder andar por ellos en tiempo de lluvias sin mojarse y que sus iglesias son tan magníficas, que la que menos tiene de costo con sus alhajas, llegarán á 100.000 pesos fuertes, fuera de la de San Miguel en que trabajaron por diez años diariamente ya los 80, ya los 100 hombres, cuya fábrica toda es de piedra, cuando menos la valuaron en 200.000 pesos; á esto añaden el tierno recuerdo de sus hierbales hortenses, que han criado y gastado en su prolijo trabajo y cultivo más de treinta años por ser su fruto la continuada bebida de mañana y tarde, y cuyo valor en los 7 pueblos será de 100.000 pesos; también vuelven los ojos á sus sementeras de algodón, fruto de que hacen sus hilados y de ellos sus tejidos para la ropa interior y exterior de que se visten grandes y pequeños, viudas y huérfanas, y cuyo valor en los 7 pueblos no es inferior al de los hierbales, y últimamente hacen presente que saliendo de sus pueblos dejan en sus estancias más de 100.000 cabezas de ganados de ovejas, vacas, caballos y mulas de que se sirven y con que mantienen sus vidas y las de sus familias y de casi todos los pueblos de Uruguay, y Paraná que de aquí surtían y reemplazaban el ganado de sus estancias para que no se les acabasen del todo por no ser éstas por su pequeñez y calidad capaces de multiplico, de que necesitan para su sustento y servicio, y ven que haber de trasladar este ganado á otras tierras es para ellos empresa imposible, así por no encontrarlas propias para ellos, como porque aunque las hubiese como se imagina en distancia de más de cien leguas, su conducción es para su imaginación otro más arduo imposible, y caso que cerrando los ojos á su dificultad la quisiesen vencer, esta es función que pide, no tiempo de pocos meses, sino de años, con muy dobladas fatigas.

A estos tenaces pensamientos se han opuesto los PP. previniéndoles que los ganados que no pudiesen sacar, se los pagaría el Rey nuestro señor como lo tenía prevenido; á que responden que ellos no se han de mantener ni con las promesas ni con los dineros, sino con las cabezas de sus ganados, y que así, aunque se los paguen en doblones de oro, no tendrán dónde comprar con ello lo necesario para su sustento y entre tanto perecerán de hambre en los desiertos donde los Padres los quieren sacar desterrados, y que últimamente claman unas veces con tristes gemidos y otras con rabioso furor preguntan á los Padres qué delito han cometido contra su Rey y señor para un castigo digno de los más traidores vasallos. A este fin hacen muy tierna memoria de la cédula de 28 de Diciembre de 1743 en que se dignó el señor Felipe V, de gloriosa memoria, darse por grato de sus servicios (como de otras que mandó el señor gobernador de Buenos Aires D. Bruno Zavala se las hiciese saber por público pregón) y de las que tienen presente las palabras del último párrafo, que son las siguientes:

«Y finalmente, reconociéndose de lo que queda referido en los puntos expresados y de los demás papeles antiguos y modernos, vistos en mi consejo con la reflexión que pide negocio de circunstancias tan graves, que con hechos verídicos se justifica no haber en parte alguna de las Indias mayor rendimiento á mi dominio y vasallaje y el de estos pueblos, ni al Real Patronato y jurisdicción eclesiástica y Real, tan rendidos como se verifica por las continuas visitas de Prelados eclesiásticos y gobernadores y la ciega obediencia con que están á sus órdenes, en especial cuando son llamados para la defensa de las tierras ú otra cualquiera empresa; aprontándose 4.000 ó 6.000 hombres armados para acudir donde se les manda, etc.»

Ahora, pues, dicen los indios á los Padres, si así hemos obedecido á nuestro soberano, como él mismo lo declara, y ha sugetado el rebelión del Paraguay con 12.000 hombres armados ya despojando por dos veces á los portugueses de la colonia del Sacramento; ya estando la tercera vez en el cerco de ella con 6.000 hombres por espacio de cuatro meses, la que también hubiéramos ganado si no lo embarazaran los españoles y ya últimamente renunciando al Rey nuestro señor más de un millón de pesos fuertes que se habían de gastar en estas expediciones en que nos hemos mantenido á nuestra costa y la de nuestro sudor y trabajo; volvemos á preguntar, Padres, ¿estos son delitos para que nos castigue nuestro Rey con perpetuo destierro de nuestros pueblos y casas y universal despojo de todos nuestros bienes raíces y muebles? Esto no puede ser sino ardid engañoso de los portugueses, y colisión de vosotros con ellos y traición que nos estais armando desde el principio de nuestra conversión, como no sin fundamento se lo recelaron nuestros antepasados, y en fin, la traición que no excusasteis con ellos, porque no pudisteis la queréis ejecutar ahora con nosotros ó nuestros pobres hijos.

Si todas estas quejas son verdaderas, ¿por qué no presentais al Rey nuestro señor, como sois nuestros Padres y tutores la amargura y trabajo á que nos estrechan sus Reales ministros, siendo sobre todas la más sensible el que despreciando nuestras representaciones no vengan en ninguno de los partidos á que hemos salido? pues hemos propuesto que ya que por servir al rey nuestro señor hemos de salir de los pueblos á vivir como bárbaros en los desiertos exponiéndonos á perecer de hambre y que en la transmigración se mueran nuestras mujeres y pequeños hijos con la mudanza de climas y con las fatigas é incomodidades de los caminos de cien leguas. Pero que para este sacrificio son menester tres ó cuatro años lo que no nos han concedido. También hemos propuesto quedarnos, aunque con dolor, bajo el dominio de Portugal, y á esto se nos responde que si nos quedamos ha de ser sólo para ser jornaleros y esclavos de los portugueses, sin que tengamos dominio en nuestras casas que hemos fabricado con nuestro sudor y trabajo y sin que seamos dueños de un palmo de tierra para sembrar los granos necesarios para nuestro sustento, ni licencia para coger una hoja de los hierbales que hemos plantado con nuestras manos y regado con nuestro sudor, y todo esto se nos niega al mismo tiempo que á los portugueses que han de dejar la colonia se les concede libremente que si quieren se queden bajo del dominio de España sin perder la posesión de sus casas y bienes, y si quieren salir tienen libertad para venderlas ó donarlas como legítimos dueños de ellas.