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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

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Con esta provisión le enviaron una vez nuestros Padres del colegio de Tarija, con quienes él trataba familiarmente, y luego le pagó Dios aquella caridad muy largamente.

Porque considerando el fervor y santa vida de los nuevos cristianos y las apostólicas fatigas de los obreros evangélicos, que con vivir en semejantes trabajos, á los que de sí escribe el Apóstol San Pablo, estaban siempre alegres y con una boca de risa, se mudó en otro hombre y se le inflamó el corazón en vivísimos deseos de unirse más estrechamente con Dios, y gastar su vida en servicio de aquella nueva cristiandad, y de hecho dió luego muestras de cuán de veras lo decía.

Púsose luego á enseñar á los indios todos los oficios mecánicos, á desmontar los bosques, á labrar la tierra y á manejar los arados para cultivarla; con los enfermos, viejos y estropeados, tenía entrañas y ternura de madre; no había cosa que por ellos no hiciese; con los bárbaros que se convertían de nuevo, se deshacía en afectos de caridad, no sabía apartarse de su lado, parecía que se los quería meter dentro del corazón; y por bárbaros que fuesen, no dejaba de hacer con ellos semejantes demostraciones, no mirando en ellos lo que parecían en el exterior, sino el valor de sus almas, compradas por el Redentor con el precio de toda su sangre.

Ni por trabajar tanto por las almas de sus prójimos se descuidaba de la suya propia; recogíase muchas veces á tener oración, en el cual tiempo las copiosas lágrimas que derramaba, eran indicios de los consuelos con que Dios confortaba su espíritu.

Y á la verdad era bien necesario este consorte celestial para darle ánimo y aliento en la dura y continuada batalla con el enemigo infernal, que dolorido fuertemente de que un viejo idiota y sin letras corriese por el camino de la más alta perfección y se burlase de él quitándole tantas almas de sus manos, no le dejaba de perseguir de día ni de noche, ya apareciéndole en forma de feísimos animales, ya espantándosele con otras visiones abominables.

Duró esta terrible persecución más de tres años; mas nuestro Alberto, asistido siempre de Dios y del ángel de su guarda, que si no estaba á su lado en forma visible, á lo menos lo estaba con la invisible operación en su corazón, jamás se dió por vencido, ni omitió las acostumbradas obras de caridad, ni dió un paso atrás en el modo de vivir que había emprendido.

Y por ventura, en premio de esta generosa constancia, se le encendió el corazón en vivos deseos de entrar en la Compañía, que amaba tiernísimamente; mas atendida su mucha edad, era necesaria la licencia de nuestro Padre General, la que no se podía tan presto alcanzar; por lo cual, para consolar en parte sus plegarias y sus lágrimas, el P. Vice Provincial Luis de la Roca, cuando visitó aquellas Misiones, le admitió por Donado hasta que viniese de Roma la licencia de recibirle por hermano Coadjutor de la Compañía; pero el cielo le firmó más presto esta licencia, y la Compañía triunfante le contó en el número de aquellos campeones que bordaron la librea de Cristo con su propia sangre, antes que acá en la tierra le contase la militante en el número de aquéllos, que con los ministerios humildes de su estado la ayudan á la conversión de las almas.

CAPÍTULO XX

Progresos y aumentos de otras Reducciones en los años de 1717 y 1718

Aunque lo que he escrito en estos dos capítulos últimos, ha sucedido en muchos años y en este tiempo se han convertido á la fe y ganado para el cielo muchos centenares de infieles, todavía, por no confundir los sucesos y Misiones de las Reducciones, los quise separar con ánimo de referir ahora y dar noticia del fervor y mérito de los neófitos de las otras tierras, dignándose Dios Nuestro Señor de premiar sus sudores con abundante cosecha de infieles para animarlos á trabajar con mayor aliento y fervor en servicio de la iglesia.

Los cristianos, pues, de la Reducción de San Francisco Xavier, hicieron Misión por dos partes diversas.

Algunos Zamalos salieron en busca de unos infieles, que habían hallado los años pasados y los habían dejado de recoger por falta Guarayos, donde fueron bien recibidos; y aunque no se entendían, les hablaron por señas y movieron á algunos á seguirlos y á recibir el santo bautismo.

Otros, de nación Piñocas, quisieron ir á los Puyzocas, que mataron al P. Lucas Caballero mas apenas lo pudieron conseguir, porque en el camino entraron en una Ranchería de los Cozocas, tan de improviso, que sentidos de los paisanos, que estaban trabajando en sus sementeras, y creyendo ser gente enemiga, se dieron á huir á toda furia por librar la vida; los nuestros alcanzaron á algunos, y entrando en la Ranchería la hallaron desierta, sin persona viviente.

Vieron en los Ranchos muchos escudos, tejidos de plumas de bellísimos colores con mucho arte é industria; con éstos estaban adornadas las cámaras donde estaban amontonados muchos huesos de difuntos y pedazos de carne fresca, indicios de que eran comedores de carne humana.

Andan todos bien vestidos y tienen las mismas costumbres que los Baures y Cosiricas, bien que usan de diferente lengua. Entre grandes y pequeños recogieron 36.

Los cristianos del pueblo de la Concepción fueron á predicar la ley de Cristo á los Cosiricas, mas no sacaron más logro que los trabajos.

Dos años antes habían ido á su Ranchería y habían traído cuatro para que viesen las Reducciones, en donde fueron recibidos con grande amor y cortesía.

Estos dos fueron con los neófitos para llevarlos á sus paisanos, de quienes no fueron admitidos con mucho afecto, porque el demonio les puso en sospecha de que eran Mamalucos ú otros enemigos que habían venido á hacerlos esclavos. No obstante, los sentaron á la mesa y les presentaron algunos regalos del país; mas concurriendo allí indios de otras tierras, los cercaron en forma de media luna, disparándoles una tempestad de flechas para hacerlos huir; los neófitos, sin hacer más que reparar los golpes, se retiraron con buen orden, y en medio de que muchos hacían instancia á los capitanes para responderles con las armas, venció la parte de los mejores, que, á imitación del Redentor, no quisieron volverles mal por mal; tres quedaron muertos; los otros, maltratados, se volvieron á la Reducción.

De San Rafael salieron por dos partes en busca de almas; una tropa de Taus ganó á la fe cuatrocientos y ochenta infieles, de nación Bacusones.

La otra, de Tabicas, fué á las riberas del río Paraguay en busca de Curucanes.

Apenas llegaron á orillas del río, cuando un Chiquito con algunos otros, se adelantó, y descubriendo una canoa que venía hacia ellos, se escondieron detrás de algunos matorrales, creyendo ser los infieles que buscaban; mas observando que era un negro con dos indios, que andaban pescando, gritaron los compañeros del Chiquito: ¡Mamalucos! ¡Mamalucos! y se pusieron en fuga precipitada.

Apenas el negro vió sólo al Chiquito, cuando le apuntó con el arcabuz; mas se detuvo en dispararle, porque el indio le gritó en voz alta: No me mates, que soy cristiano como tú y no te hago daño; y para que lo conociese más claramente, le mostró una imagen de Nuestra Señora con el Niño en los brazos, la cual, el negro, dejando el arcabuz, adoró de rodillas.

Juntáronse luego allí nuestros neófitos en número de ciento y cincuenta, extendidos en buen orden sobre la ribera.

En este ínterin vino el Capitán de los Mamalucos, y llamando á un Chiquito que entendía la lengua Guaraní, le preguntó quiénes eran y á qué fin andaban por aquellas costas.

Respondió que eran hijos de nuestros Misioneros (esta es la frase que usan ellos con los que les han reducido á la fe) y cristianos del pueblo de San Rafael, que andaban en busca de infieles para conducirlos al gremio de la santa madre iglesia.

– Para el mismo fin los buscamos nosotros, – respondió el capitán Mamaluco; y añadió en ademán de enojado:

– ¿Y por qué venís aquí si nosotros hemos llevado ya todos los infieles?

Preguntóle después qué Padre le instruía y enseñaba la fe y quién venía con ellos.

Dijo que el P. Felipe Suárez, era cura de su pueblo, mas que ellos iban solos.

– Y, pues, – replicó el Mamaluco – ¿qué capitanes y conductores os gobiernan?

Aquellos, con astucia más que de indios, les respondieron que sus capitanes eran sesenta. Entonces, vuelto á los suyos, les dijo el Mamaluco:

– Mucha gente tienen éstos alistada; y sin hablar más, haciendo tocar á retirada, se embarcó con todos los suyos en las canoas, huyendo á todo vogar, por no venir á las manos con tanta gente; y quiera el cielo que así como los cristianos Guaranís, de mucho tiempo á esta parte son el terror de estos crueles enemigos, así lo sean también los Chiquitos reducidos á la fe y al gobierno civil. Los neófitos, alegres con el buen logro de su astucia, anduvieron mucho trecho por aquella ribera, hasta que finalmente dieron con la Ranchería de los Curucanes, donde siendo bien recibidos, se pusieron todos en la plaza, de rodillas, á rezar el Rosario de Nuestra Señora para que Su Majestad diese á aquellos gentiles juicio (frase con que se explican cuando hacen oración por sí ó por otros á Nuestro Señor y á la Santísima Virgen) para que todos abrazasen la santa ley de Dios.

Mientras que los cristianos rezaban el Rosario, estaban los Curucanes llenos de estupor, refugiados en sus Ranchos, sospechando que aquella era alguna trama inventada en daño de ellos.

Acabaron los cristianos su santo ejercicio, y viéndose solos, fueron siguiendo los pasos de los fugitivos y cogieron diez, los cuales vinieron de buena gana á hacerse cristianos. Y éstos, habiendo vuelto el año siguiente á aquella tierra, redujeron á la santa fe doscientos y once, los cuales dieron noticia de otros muchos pueblos que eran confinantes con ellos, como son Merojones, Guijones, Bacusones, Betaminis, Aripayres, Zipes, Tades, Guarayos, Subarecas, Paricis y otros muchos.

 

También se debe reputar entre los aumentos de esta Reducción un funesto suceso, que para ejemplo de otros sucedió en ella.

Habíase bautizado en San Rafael una doncella de 18 años y se llamaba Isabela, la cual, poco después, se había casado; mas el común enemigo, pesaroso de que se le escapase de sus manos la que antes había sido toda suya, resolvió tentarla cuanto pudo, trayéndola á la memoria su antigua brutal vida.

Ella, pues, ya por estar en la flor de su edad y en lo mejor de la juventud, ya por las sugestiones del demonio, se rindió, finalmente, á sus apetitos, viviendo peor que antes: porque es ordinario que sea más malo quien abandona la fe que quien jamás la ha profesado. Perdida, pues, la vergüenza y el temor de Dios, se amistó mal con algunos de sus iguales; y para que no llegase á oídos del Padre Cura de aquella Reducción, se llegaba á los Santos Sacramentos frecuentemente, con muestras de tierna devoción y algunas lágrimas en los ojos.

Mas Dios Nuestro Señor que ama tanto á aquella nueva iglesia, no tardó mucho en castigar su hipocresía y lascivia, de suerte que quien supiese el castigo escarmentase, y juntamente tuviese tiempo la miserable é infeliz de pedir á Dios misericordia.

Estando durmiendo una noche en casa de su padre, prorrumpió de repente en gritos y ahullidos, que parecía de mentada, y echando los ojos hacia el techo, con grande espanto, decía á su padre:

– Mira, mira, que vienen los diablos á llevarme consigo al infierno y saltando de la cama, quería huir, mas su padre la detuvo.

Quedó con aquella vista tan consumida de fuerzas y desmayada, que parecía habérsele descuadernado todos los miembros. Estando de esta manera medio fuera de sí, pero siempre obstinada en sus pecados, fué avisado el P. Misionero del grave peligro de la enferma, mas no de la causa, y mucho menos de su mal vivir; la primera diligencia del Padre fué ajustar las cosas del alma de aquella infeliz; y viendo que estaba ya cercana su muerte, le administró los Últimos Sacramentos; y llegándose para decirla alguna palabra de Dios, se hacía sorda; y fijando los ojos en un lugar, se procuraba descubrir, llamando y convidando á los amigos con quienes había vivido mal, y haciendo los mismos ademanes y feos movimientos que cuando estaba sana.

Sospechó el Padre que el demonio en forma visible hacía de las suyas con la enferma; por lo cual, procuró confesarla con mayor diligencia, mas la infeliz nunca quiso vomitar aquellos pecados feos, porque padecía tanto en el alma y en el cuerpo.

Pareciéndole al Padre que el mal empezaba á dar algunas treguas, y que los demonios, por la intercesión de Nuestro Padre San Ignacio, cuya reliquia la aplicó, se habían ausentado de la cámara de la enferma, precisado de otra ocupación, se partió de allí, con intento de volver cuanto antes.

Apenas se había apartado algunos pasos, cuando la doliente, quitándose del cuello la Santa Reliquia, empezó á llamar con palabras amorosas á sus galanes y en ademán de quien se abrazaba con alguno, acabó la vida, dejando á sus parientes afligidos y desconsolados por muerte tan desgraciada.

Hízosele por la tarde su entierro, y luego aquella noche vino á llamar á la puerta de la casa de su padre, y llamó á su marido, diciéndole:

– Ábreme, ¿no me conoces? Yo soy Isabel.

Levantóse despavorido y asustado el marido, y abriendo la puerta la vió tan monstruosa que se quedó pasmado de asombro y espanto.

Después, yendo á nuestra casa, se manifestó al P. Misionero, el cual, con el horror de verla, se desmayó y cayó en tierra medio muerto, y por muchos días no pudo recobrarse.

Andúvose luego paseando por el corredor de casa, y dió muchos golpes en la campana de la iglesia, mas nadie osó salir fuera, sospechando lo que era.

De aquí salió y anduvo todas las calles de la Reducción, y con ahullidos y bramidos como de fiera, aterrorizó sobremanera á toda la gente.

El día siguiente se apareció á una hermana suya y á otros, con semblante horroroso, queriendo Dios que hubiese muchos testigos del caso, porque quien necesitase del temor para vivir bien, no pudiese negar el hecho para no temer.

Habiendo fallecido este año un fervorosísimo Misionero en estas Reducciones, es razón que le demos aquí lugar á sus méritos, refiriendo brevemente sus virtudes y sus apostólicas fatigas en servicio de Dios y bien de las almas.

Este fué el P. Joseph Tolú, que á los setenta y cinco años de su edad pasó de estos trabajos al eterno descanso en el pueblo de San Rafael, á 10 de Mayo de 1717.

Nació este santo varón á 22 de Noviembre de 1643 en Potago, lugar de la isla Cerdeña; fué en aquella provincia recibido en la Compañía, teniendo 21 años de edad, á 2 de Mayo de 64 y el año de 74 pasó á esta provincia, donde concluídos los estudios que le faltaban y recibidos los sagrados órdenes, pasó á las Misiones de los Guaranís, donde vivió algún tiempo con mucho fruto de los indios.

Aquí le quiso Dios dar á entender los muchos trabajos que le tenía preparados para labrarle la corona de sus merecimientos, y fué de esta manera:

Había acabado un día de decir misa, y mientras se retiraba á su aposento á dar gracias á Nuestro Señor, se vió como en éxtasis, cercado de una tropa de gente desconocida y se vió también á sí mismo cultivando la tierra con un azadón en la mano, lleno todo de sudor, sin que alguno de los presentes, movido á piedad, se determinase á quitarle de las manos aquel rústico instrumento y á ayudarle en aquel oficio.

Quedó el P. Joseph extrañamente maravillado y pensativo, por no entender qué se le quería significar con aquella visión, hasta que pasando poco después por orden de los Superiores á la conversión de los Chiriguanás lo conoció en la Reducción de San Ignacio, donde aunque había gran multitud de gente, con todo eso el hablarles de su conversión era predicar á las piedras, ó como dicen, en desierto, sin poder reducir ni aun uno sólo de aquellos obstinados, ni tener aún un sirviente que le asistiese en el altar, por lo cual se vió obligado á cultivar con sus manos una huertecilla, y con el sudor de su rostro recoger alguna cosa con qué pasar la vida; iba en persona al bosque á traer un haz de leña y al río por un cántaro de agua, mirándole entre tanto aquellos bárbaros sin moverse á ayudarle.

Acordóse entonces de lo que tanto antes Nuestro Señor le había mostrado, y así sufrió con grande valor estas y otras gravísimas molestias de aquellos bárbaros tan crueles, que le echaron los caballos á pacer en su huerta, para quitarle en un momento el sudor de su rostro y el trabajo de sus manos. Y en medio de ser aquella tierra tan difícil de cultivar y tan dura á recibir la semilla de la palabra divina, pues aunque trabajaba mucho recogía muy poco fruto, con todo eso no levantó las manos de la labor hasta que le llamaron los Superiores para ser operario en el Colegio de Tarija, donde tuvo campo en qué ejercitar su celo, con menos trabajos, pero con más fruto. Aquí le sucedió un caso digno de saberse:

Ofreciósele un día hacer una trompetilla por si acaso venía á confesarse algún sordo, cuando poco después de venir á su aposento, entró en él un hombre doliéndose mucho de que no se podía confesar á gusto por falta de oído; consolóle el Padre, diciéndole que tenía un instrumento para oir con facilidad.

Confesóse el buen hombre con gran júbilo de su corazón, y dando al Padre mil agradecimientos, se despidió diciendo:

– Quédese V. R. con Dios, que yo me voy á comulgar y de allí á morir; y sucedió así puntualmente.

Lo mismo sucedió con otro que tenía la misma pena, el cual estando sano y robusto se confesó con el Padre y murió de allí á dos días, dejando ambos prendas seguras de su eterna bienaventuranza, con la misericordia que Dios había usado con ellos.

No pudo conseguir semejantes esperanzas de otro, que exhortado del P. Tolú á que ajustase las cuentas de su conciencia con Dios por medio de los ejercicios espirituales, luciese confesión general antes de emprender un largo viaje le protestó con varios colores aparentes, que no podía; mas apenas había caminado pocas leguas, cuando sorprendido de una furiosa enfermedad, en pocos días se puso en camino para la otra vida, con poco ó ningún aparejo.

Vivió en Tarija el P. Tolú hasta el año de 98 en que pasó con oficio de Superior á las Misiones de los Chiquitos con gran júbilo de su corazón, por ver puestos en ejecución los ardientes deseos de emplear sus fatigas en la conversión de los infieles; y aunque las grandes y frecuentes enfermedades le estimulaban á proponer su ningún talento para aquel empleo, todavía, después que en una grave enfermedad, el dolor más agudo que le traspasaba el corazón en aquellos extremos, fué el haberse excusado una vez en ejecutar un orden de sus superiores, arrojándose en manos de Dios, vino con aquel oficio á estas Reducciones en que por no estar aún las cosas puestas en forma, tuvo ocasión de merecer mucho.

Lo más insufrible para su caridad eran las grandes necesidades y trabajos de sus súbditos sin tener con qué socorrerlos y aliviarlos.

Procuró, no obstante esto, con todo el esfuerzo posible, por espacio de cuatro años que fué Superior, adelantar aquella recién fundada cristiandad, así con la conversión de nuevos infieles como en desarraigar las bárbaras costumbres de los catecúmenos, exponiéndose por eso muchas veces, con invencible constancia, á riesgos y peligros de la vida.

Una de las muchas veces que se vió en estos aprietos fué en cierta ocasión, que habiendo visto que un neófito se había teñido el rostro de feísimos colores, al uso de su gentilidad, le dijo, llevado de su celo:

– Lindo estás por cierto, pareces un demonio (y así es en la realidad cuando se tiñen el rostro).

Oyó el indio con disgusto estas palabras, y flechando su arco, le asestó al pecho con una saeta.

Entonces el generoso Padre, desabrochando la sotana y jubón, le dijo:

– Apunta aquí para que no yerres el golpe, y quítame esta vida que tanto deseo sacrificar á Dios por amor tuyo.

Quiso, empero, el cielo recibir la oferta y no la ejecución del sacrificio, porque aquel bárbaro, atónito y lleno de confusión, al ver tanto aliento, no osó pasar más adelante.

Su empleo más continuo é infatigable, fué instruir á algunos mozos más despiertos, no sólo en las cosas de nuestra santa fe, más aún en el servicio de la iglesia y de las funciones sagradas, enseñándoles el canto eclesiástico y las otras sagradas ceremonias, ministerio de trabajo y tedio increíble y sólo tolerable de una grande caridad y celo ardiente, porque era necesario poco menos que hacerles mudar naturaleza, domesticándolos y desvastándolos poco á poco, corrigiéndolos sin exasperarlos, y tolerándolos algún tiempo mal acostumbrados y viciosos, para hacerlos totalmente otros diversos de los que eran al principio.

Y en este ejercicio duró, sin interrumpirle, hasta lo último de su vida; porque la esperanza del bien y frutos que veía se lograban en aquella su infatigable tarea, se la hacía no sólo tolerable, sino suave.

En tales obras de apostólica caridad con los prójimos, no se olvidaba de sí mismo, pues en medio de ser todas ejercicio de virtudes y aumento de méritos, era, no obstante, muy delicado en la observancia regular, portándose de suerte en las funciones de operario evangélico, que no se descuidaba un punto en la guarda de las santas leyes y constituciones de la vida religiosa, antes se retiraba muchas horas del día á vivir más perfectamente para sí, para después obrar con más fervor con los prójimos.

Era devotísimo de las santas almas del Purgatorio, á quien no solamente había hecho en vida liberal donación de todas sus buenas obras sino también después de su muerte, de todos los sufragios que por su alma se dijesen, reservando sus grandes culpas, como él decía, para pagarlas con las penas del Purgatorio.

Mas quiso Dios, por premio de ésta su heroica caridad, darle el Purgatorio en esta vida, para que así fuese mayor su corona en la eterna bienaventuranza, cargándole de tantas y tan graves enfermedades que le inhabilitaron del todo á ejercitar del todo nuestros ministerios con los neófitos, único conorte en sus tribulaciones, de suerte que solía él decir que de este mundo no tenía sino labor y dolor.

Llamóle, finalmente, Nuestro Señor, á darle el galardón de tantos trabajos y sudores, con una muerte propia de los santos, después de haber estado más de dieciocho años en estas Misiones, á los setenta y cuatro de su edad y cincuenta y tres de Compañía, en que había hecho la profesión de cuatro votos á 15 de Agosto de 682.