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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús

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CAPÍTULO XII

Descríbese el país y cualidades de los Manacicas, su religión y ritos de ella

Para mayor claridad de lo que me resta por referir de las apostólicas Misiones de este fervorosísimo operario, es preciso interrumpir el hilo de la historia para dar una breve noticia del país y cualidades de los Manacicas, y después de su religión, ritos y ceremonias.

Esta nación, que se divide en veintidós Rancherías, está situada hacia el Septentrión, dos jornadas del pueblo de San Francisco Xavier, entre espesos y grandes bosques, de suerte que escribe el P. Lucas que por mucho tiempo, apenas tuvo alguna vez ocasión de mirar cara á cara al sol.

Tiran estos bosques de Oriente á Poniente y rematan en unas soledades inundadas la mayor parte del año.

Es abundante el país de frutas silvestres y de fieras, una de las cuales es el famacosio; tiene éste la cabeza de tigre, en el cuerpo se parece al mastín, bien que no tiene cola; es más feroz y ligero que ninguno de los otros animales, de suerte que ninguno se puede escapar de sus garras, y si alguno para defenderse de él se sube á algún árbol, se juntan muchos en un momento, caban la tierra y arrancan las raíces hasta que caiga el tronco.

Para matar á este animal, los indios usan de esta traza: júntanse muchos, y levantando una estacada, se meten dentro de ella, desde allí hacen gran ruído y estrépito para llamar á aquellos animales, y mientras ellos de fuera procuran echar por tierra la empalizada, los indios, mirando por las rendijas, los flechan y matan á su salvo.

Hállase allí la vainilla y tutumas, que es una especie de cocos grandes á manera de melones, bien que no es fruto de la palma como los cocos, sino de un árbol muy grueso que los produce, no en las ramas, sino en el tronco porque las ramas no puede sustentar su peso.

Bañan el país algunos ríos muy abundantes de pesca; el terreno es fertil y las mieses generalmente son buenas.

La gente es de buena estatura y bien hecha, aunque de color de aceituna. Hay no pequeña parte del pueblo que tiene como de herencia un género de lepra, que parece que los cuerpos están cubiertos de escamas de pescado, pero no les causa molestia ni fastidio.

Son en la guerra tan esforzados y valientes como los Chiquitos, y antiguamente eran una misma nación, y por las discordias se dividieron, de donde les vino el corromper el idioma Chiquito; y la idolatría, que no tienen los Chiquitos, la aprendieron de las naciones confinanters, como también el ser caribes ó comedores de carne humana.

Sus Rancherías las forman con algún género de arquitectura, con calles y plazas bien proporcionadas; tienen tres ó cuatro casas grandes con repartimiento de salas y cámaras en que viven los capitanes y el cacique principal. Estas mismas sirven para las funciones públicas de convites y banquetes, y son juntamente templo de los dioses.

Las casas de los particulares están también con proporción y en ellas reciben á los forasteros que los van á visitar. Y lo que más admira es que para fabricarlas no usan de otro instrumento que de una hacha de piedra con que cortan maderos muy gruesos, aunque con mucha dificultad.

Las mujeres ponen mucho cuidado en la fábrica de telas y vasos de tierra, para los cuales dejan por mucho tiempo podrir el barro y labran los vasos tan hermosos y delicados que al sonido parecen de metal.

Sus Rancherías están poco distantes unas de otras, y por eso es frecuente entre ellos la comunicación, los convites y la embriaguez.

Cuando los de una Ranchería quieren hacer algún banquete á los de otra, el cacique envía á convidarlos con algunos mensajeros y en su casa se hacen los bailes y danzas generales.

El orden que tienen en todas las funciones públicas es este: El cacique toma el primer lugar, el segundo es de los sacerdotes, el tercero de los médicos, el cuarto de los capitanes, y después de ellos se sienta el resto de la nobleza.

Al cacique, no solamente dan esta preeminencia, sino que le rinden entera obediencia y vasallaje; fabrícanle sus casas, cultívanle los campos y le mantienen abundante mesa de todo lo bueno y mejor del país. El sólo manda y castiga con gran rigor á los reos quebrándoles los huesos con horrendos bastonazos.

Las mujeres rinden también obediencia á la mujer principal del cacique (el cual tiene cuantas quiere). Páganle el diezmo de la pesca y de la caza, á la cual no salen sin haber primero pedido licencia al cacique.

El Gobierno va por sucesión, y el hijo primogénito del cacique gobierna á los jóvenes y se cría con espíritus generosos y señoriles, y cuando llega á edad de manejar los negocios públicos, gobierna en lugar de su padre, que da al hijo la investidura y posesión del Gobierno con muchas ceremonias y ritos; mas no por eso los vasallos pierden el amor y respeto al señor pasado; antes, cuando pasa de esta vida, le hacen solemnísimas exequias con infinitas supersticiones y llantos, y su sepulcro es una bóveda subterránea bien fortificada con palos y con piedras para que la humedad no corrompa los huesos y la tierra no le sea pesada.

En cuanto al número son muchísimos, repartidos en Rancherías numerosas, porque el país de los Manacicas forma una como pirámide que se extiende desde el Mediodía al Septentrión, en cuya extremidad viven ellos, y en el medio habitan otros pueblos tan discordes en el idioma cuanto conformes en su vida bárbara.

Bases de esta pirámide son: la de Levante es de las Quimomecas y de los Tapacurás la del Poniente. Después, por la banda del Norte, dejando fuera á los Puizocas y Paunacas, la ciñen dos grandes ríos llamados Potaquísimo y Zununaca, á los cuales rinden tributo con sus aguas otros muchos arroyos ó riachuelos que atraviesan y fecundan el país. Las primeras Rancherías de hacia Levante son las de los Eirinucas, Mopoficas, Zibacas, Jurucarecas, Quiviquicas, Cozocas, Subarecas, Ibocicas, Ozonimaaca, Tunumaaca, Zouca, Quitesuca, Osaaca, Matezupinica, Totaica, Quimomeca. Por el Poniente están las de Zounaaca, Quitemuca, Ovizibica, Beruca, Obariquica, Obobococa, Monocaraca, Quizemaaca, Simomuca, Piquica, Otuquimaaca, Oiutuuca, Bararoca, Quimamaca, Cuzica, Pichazica.

Estas Rancherías y quizás muchas más de que aún no se tiene noticia, están situadas al pie de esta pirámide; y tirando de aquí hacia la punta al Norte, se encuentran Quimiticas, Zouca, Boviruzaica, Sepeseca, Otaroso, Tobaicica, Munaisica, Zaruraca, Obisisioca, Baquica, Obobizooca, Sosiaca, Otenenema, Otigoca, Barayzipunoca, Zizooca, Tobazica. A éstos están confinantes los Zibacas, que hasta ahora no han sido jamás acometidos ni robados de los Mamalucos, que han destruído y asolado lo restante del país que se extiende hacia el río Paraguay.

Entre Levante y Septentrión, detrás de los Zabicas, habitan, bien que distantes muchas leguas, los Parabacas, Quiziacas, Naquicas y los Mapasinas, gente valerosa, pero destruída en buena parte de cierto género de pájaros llamados peresiucas que viven debajo de tierra, y aunque del tamaño ordinario de un pájaro, son de tan extraña fuerza y fiereza que en viendo algún indio dan sobre él y le matan.

Enfrente de éstos están los Mnochozuus, los Picozas que andan brutalmente desnudos, aun las mujeres, que sólo traen pendiente del cuello una faja para acomodar los niños.

La nación de los Tapacurás se extiende entre Poniente y Septentrión y viven también á lo animal, totalmente desnudos, y á más de eso comen carne humana. Están muy cercados á estos los Boures, Oyures, Sepes, Carababas, Payzinones, Toros, Onunaisis, Penoquís, Jovatubes, Zutimus, Oyurica, Sibu, Otezoo, Baraisi, Canamasi, Comano, Mochosi, Tesu, Pochaquiunape, Mayeo, Omenasisopa, Omemoquisoo, Botaquichoca, Ochizirisa, Jobarusica, Zazuquichoco, Tepopechosisos, Sofoaca, Zumonocococa y otras muchísimas, de que aun no se ha tenido distinta relación.

En cuanto á la religión, ceremonias y ritos de que usan, se puede decir que es una de las más supersticiosas que hay entre tantas naciones de estas Indias Occidentales. Pero antes de referir lo que toca á su falsa religión, diré brevemente lo que tienen de la verdadera, bien que mezclados con muchos errores y fabulosas invenciones.

Tienen algunos vislumbres de la predicación del apóstol Santo Thomé, que publicó en estas provincias el Evangelio y también tienen alguna confusa noticia de la venida del Redentor al mundo.

Creen, por tradición de sus mayores, que en los siglos pasados, una bellísima señora, concibió un hermoso niño sin obra de varón. Crecido en edad este niño, obró cosas maravillosas, que le ganaron el estupor y asombro del mundo, como eran sanar enfermos, resucitar muertos, dar vista á ciegos, piés á tullidos y vencer otros imposibles á las fuerzas naturales. Finalmente un día dijo, á una numerosísima turba que le seguía: Veis que mi naturaleza es diferente de la vuestra; y levantándose en el aire á vista de todos, se transformó en este sol que ahora vemos.

Los sacerdotes (que como abajo diremos vuelan cuando quieren por el aire), dicen al pueblo que es el sol un hombre luminoso, aunque nosotros desde la tierra no discernimos sus facciones ni el semblante.

Esto es lo que saben del misterio de la Encarnación, mas no por eso dan veneración alguna á aquel personaje, que obró cosas tan extrañas, y sólo adoran á los demonios no en figura de piedra, leño ó metal, sino monstruosísimos como se dejan ver de estos indios; y de esto están tan contentos y jactanciosos, que dan en rostro á los nuevos cristianos con su simpleza en honrar en las pinturas y estátuas dioses mudos y ciegos, que no ven, ni hablan, ni oyen.

Ni se contenta el demonio con sólo hacerse adorar de esta gente usurpando la adoración y culto que se debe al verdadero Dios, sino por escarnio é injuria de la Iglesia de Cristo, ha querido en este rincón último del mundo remedarla, transformándola en un ser monstruoso, convirtiendo los misterios en fábulas, los sacramentos en supersticiones, las ceremonias en sacrilegios. Y primeramente les enseñó una tal Trinidad de dioses principales (á distinción de otros de menos autoridad y crédito) Padre, Hijo y Espíritu, no Santo, colateral de aquellos dos: llámase el Padre Omequeturique ó Uragozoriso; el Hijo Urasana y el Espíritu Urapo.

 

Tienen también otro diablo, remedo de la Santísima Virgen, que fingen es madre del Dios Urasana y mujer de su padre Omequeturique. Déjase ver esta diosa con rostro resplandeciente; transfigurándose en ángel de luz; los dioses aparecen horribles y sucios; la cabeza y el rostro de color de sangre, orejas de jumento, la nariz chata, ojos en extremo grandes, de que despiden ardientes llamas, los cuerpos de color resplandeciente; el vientre le ciñen vívoras y dragones.

El primero que habla es Omequeturiqui, y esto con voz alta; el segundo es su hijo y habla con las narices, el último habla Urapo y tiene una voz semejante á un trueno; el Padre es el dios de la justicia y castiga á los malos, ya con un palo, ya con otro instrumento semejante; el Hijo y el Espíritu son los abogados, pero mucho más la diosa.

El templo para estas deidades es, como ya dije, el palacio del cacique, á donde ellos vienen cuando hay junta general del pueblo ó se hacen solemnes exequias.

En estas fiestas ordena el cacique á los suyos que tejan gran número de esteras, y hecho de ellas unas grandes cortinas, cubren y cierran una parte de la sala y este es el Santa Sanctorum en que entran los dioses, á quien con nombre común llaman Tinimaacas que saliendo del infierno fingen que bajan del cielo y turbando con ruido descompasado todo el aire, tiembla la casa y toda aquella tapicería ó cortinaje de esteras.

El pueblo, que está bebiendo ó bailando, le saluda y da la bienvenida con gritos descompasados y mucha algazara, diciendo: ¿Tata equice? Padre, ¿ya has venido? á que responde él con el título de Panitoques, esto es: «¿Hijos qué hacéis? ¿Estáis bebiendo ó comiendo? Bebed y comed, que me dáis grande gusto, y tengo de vosotros gran cuidado y providencia; yo he criado la caza y la pesca y cuanto bueno hay para vosotros.»

Con estos tres dioses vienen, para cortejarlos, una tropa de demonios, y en señal de respeto y reverencia están en pie. Los indios creen que estas son las ánimas de sus enemigos, con quien tienen guerras y también otras gentes extrañas. A este tiempo que hablan los dioses, el pueblo se está quieto y en silencio, así para oir sus oráculos, como también porque al principio afectan seriedad, hasta que la chicha (que es su bebida) les calienta la cabeza; después de lo cual se siguen los bailes, las riñas, las heridas y muertes, de que hacen gran fiesta aquella maldita canalla de dioses, y cuando ven que se paran procuran atizarlos, diciendo: «¿Qué es lo que hacéis fieles míos? Mucho silencio es este, ¿por qué no bebéis y bailáis?» Y al punto el sacerdote ó Mapono se reviste de gravedad, y en nombre de los dioses les manda que beban y bailen y llenen de ruído la iglesia para que ninguno se muera de tristeza.

También muestran tener sed estos dioses y para refrigerarla piden á los indios de beber. Para esta honra se levantan en pie el indio é india más ancianos y venerables de todo el pueblo con una taza llena de flores y esmaltes hecha sólo para que beba aquella deidad fingida, le dan con la mano derecha tres veces á beber, y con la siniestra levantan la estera. Saca el demonio una mano muy sucia y con uñas muy largas con que toman la taza y beben todos tres por su orden, bien que su modo de beber es más propio de brutos que de hombres, y mucho menos de lo que se fingen.

Después Urasana toca dentro del Tabernáculo una sinfonía que se oye bien lejos á la cual corresponden con bailes sus devotos. A ninguno es lícito mirar al Santa Sanctorum, sino sólo al Mapono ó sacerdote que es un grande hechicero ú hombre diabólico, y si alguno de los otros hechiceros de menos ciencia y menores proezas en el oficio quiere echar la vista dentro para verlos, le detiene el Mapono amenazándole que pagará al momento su delito con la vida. Sólo el Mapono es el valido y el confidente, y es quien obra cosas extrañísimas. En cada Ranchería hay uno ó dos, y á veces más. Entra éste á recibir audiencia de los dioses y se sienta á la par con ellos. Propóneles sus dudas, oye los oráculos y las profecías y tal vez las oye también el pueblo, porque suelen hablar en voz muy alta.

Cuando el pueblo está en el mayor fervor de sus bailes y grescas, sale de la audiencia el Mapono y declara las respuestas, que las más de las veces son de buenas fortunas, de lluvias, de buenas cosechas, de caza, de pesca y de todo lo que á ellos más les agrada, aunque las más de estas fortunas y dichas les salen vanas y mentirosas, de suerte, que algunos más arrestados, al oir tales promesas, responden con risas: los dioses han bebido bien; mas si estas palabras llegan á oídos del Mapono, sale con furia diabólica del tabernáculo, amenazándoles muertes, tempestades y rayos, con que les hace callar.

Muchas veces usa también el demonio provocarlos contra los confinantes, ordenándoles que asalten sus Rancherías, hagan estragos en la gente y roben y saqueen sus haciendas; con lo cual están siempre en continuas revueltas.

Algunos pocos, aun con ser rudos y bárbaros, advierten los fraudes y engaños diabólicos; pero los más creen nacer esto de la gran providencia y amor que sus dioses les tienen, no obstante que toquen con la experiencia que al mejor tiempo son de ellos abandonados y vencidos y despojados de sus enemigos.

Acabados los oráculos, se hacen las ofrendas de la pesca y de la caza y aquellas diabólicas majestades, en señal de agradecimiento, llevan alguna cosa á la boca.

Después vuelan con el Mapono por el aire, temblando á este tiempo tanto la iglesia, que parece se viene al suelo. Desaparece por mucho tiempo el Mapono, fingiendo que se va con sus dioses al cielo. Vuelve después conducido en brazos de la diosa Quipoci, en cuyo seno descansa y duerme, mientras ella canta; y aunque la oyen no se deja ver de ellos, porque se está retirada dentro del tabernáculo.

Hacen todos mucha fiesta en señal de grande alegría por su venida y la tratan como Madre de Dios, de la manera que nosotros á la Virgen Santísima.

Dánle la bienvenida con mil títulos de afecto y reverencia á que ella corresponde llamándolos hijos y diciéndoles que es su verdadera madre, que los defiende de la indignación de los dioses, que son crueles y sangrientos, molestándoles con enfermedades y desventuras.

Por esto la invocan frecuentemente en sus aflicciones, aprietos y calamidades, y ella viene y les consuela y confabula con los otros dioses cuando viene en su compañía.

Parece este diablo más humano que los otros, mas al fin es de la misma raza y tan cruel como ellos. Cuando está en el tabernáculo canta con mucha melodía mientras bailan las mujeres, siguiendo y repitiendo éstas el canto de la diosa, cuyo contenido es sus guerras y victorias.

Síguese después la ceremonia del brindis y de las ofrendas, y luego vuela por los aires con grande aplauso y fiesta del pueblo. Pero esta diosa no se lleva consigo al Mapono como lo hacen los otros dioses; antes bien, no siempre que el Mapono baja del cielo, viene en brazos de la diosa. Son muchos sus viajes y sus funciones. Baja tal vez en medio de la iglesia en la mayor bulla del pueblo, que se asombra y desordena por el ruido y estrépito que hace, cortejándole y trayéndole en sus manos una gran tropa de demonios, los cuales no pocas veces se suelen burlar de él á costa suya, porque de lo más alto del templo le dejan caer á plomo en tierra muy maltratado y á pique de morir, como no ha mucho tiempo que sucedió en la tierra de los Mopoosicas.

La postura del cuerpo para volar, es en forma de alas y en pie derecho cuando vuela hacia arriba; y cabeza abajo cuando baja á la tierra.

Fuera de estos dioses, adoran otra casta de deidades, á quien llaman Isituús, que quiere decir señores del agua. Su ejercicio es andar por los ríos y lagunas, llenándolos de pescados para el mantenimiento de sus devotos.

A estos Isituús invoca la gente en las pescas, incensándolos con humo de tabaco, de que usan para aturdir los peces, y si logran buena pesca, agradecidos al beneficio van al templo y les ofrecen alguna porción de pescado con los mismos ritos que á los otros dioses.

Tales deidades y tal religión tienen sacerdotes semejantes. Al principal llaman Mapono, y es el maestro, con quien el pueblo consulta las cosas de su conciencia y á quien manifiestan sus necesidades, de las cuales hace relación en el Consejo de los dioses y les solicita el remedio.

No habla solamente en la iglesia con los demonios, sino que ellos se dignan también de visitarle en su casa y tratarlo con toda afabilidad y cortesía.

En estas visitas lo pagan las mujeres del Mapono, que se ven obligadas á huir por el espanto y terror de aquellas horribles y monstruosas visiones.

Por esto, no sólo es respetado, sino también temido de todos, pudiendo á su antojo causar daño y matar á quien quiere, y para hacer mayor ostentación de su poder, tiene la casa llena de víboras y serpientes, y cuando vuelve á casa de sus funciones eclesiásticas, viene acariciando en sus brazos semejantes animales.

La forma de consagrarle y las ceremonias de que usan para esta función son extrañas y conformes al que ha de servir á tales deidades.

Es el Mapono la persona más venerada del pueblo, y de la misma manera que al cacique, se le dan á él los diezmos de la caza y de las cosechas. Vive en una casa bien labrada, cuanto cabe en la industria de aquellos bárbaros, y á veces, por gozar con más frecuencia de las visitas del cielo, se retira solitario al yermo.

Los que quieren entrar en este oficio, antes de tener barba, empiezan á aprender las ceremonias y á acostumbrarse á tratar con los dioses. Para esto suele el Mapono más venerable coger en brazos al aprendiz, ponerle á mirar á la luna cuando está llena, estirarle los dedos mandándole que se deje crecer las uñas, llevarle por los aires y ponerle en el seno de la diosa Quipoci; vuelve el miserable de aquellos éxtasis afligido y desmayado, de suerte que apenas, después de muchos días, recobra sus fuerzas.

Fuera de esto, observan rigurosísimos ayunos y abstinencia perpetua de ciertos animales y frutas, singularmente de la granadilla, que vulgarmente llamamos Flor de la Pasión, por estar retratados en ella los instrumentos de nuestra Redención. Ni se contentan los demonios de ser reverenciados de sus sacerdotes con ayunos y penitencias; antes bien, mandan hacer rigurosos ayunos á todo el pueblo. Uno, entre los otros, es semejante á los nuestros y es el que se guarda en la dedicación del templo, en que por espacio de cinco días no se puede comer carne; y vestida de luto la Ranchería se prohiben las músicas, banquetes y bailes. Guárdase estrecho silencio y no se gasta el tiempo en otra cosa que en tejer esteras para el adorno del Tabernáculo. El último día se pone en la iglesia mesa franca, abastecida de lo mejor del país.

Para dar principio á la fiesta, la vieja más devota y al parecer más santa, saludando al cacique con reverente inclinación, baja la cabeza, que hiere el cacique ligeramente tres veces con una piedra curiosamente labrada; después da vueltas de rodillas á todo el templo con grandes suspiros y devoción; luego el Mapono bendice todas las partes del templo para santificarle, y con otras ceremonias, que sería largo contar, consagra aquel lugar; y por último, se fenece la fiesta con una gran comida y celebrando un solemne festín de músicas y bailes.

Acerca del último fin y eterna bienaventuranza, tienen estos ciegos idólatras muchos errores. Creen la inmortalidad de las almas, á quien llaman Oquipau, y que han de vivir y gozarse eternamente en el cielo, á donde las llevan sus sacerdotes.

Cuando alguno muere le celebran sus exequias, más ó menos, según su esfera. Después la madre y mujer del difunto van al templo con su ofrenda, poniéndose cerca del Tabernáculo. Vienen luego los diablos, y fingiéndose ser el uno el alma del difunto, consuela á la mujer con palabras tiernas y afectuosas, dándole esperanzas de que en breve se volverán á ver en el Paraíso; luego el Mapono rocía el alma con agua para limpiarla de las manchas de los pecados, como usamos nosotros con el agua bendita; y con eso se despide el alma de su madre y mujer. Al punto el Mapono se la echa á cuestas y vuela en alto, quedando la mujer llorando su desventura hasta que tiene noticia de su marido. Vuelve el Mapono, después de largo rato, con alegres nuevas, diciéndola que enjugue las lágrimas, deje de llorar y deponga el luto, porque su marido queda gozando de la vida beatífica de los dioses y la espera para que la haga compañía eternamente en el cielo.

 

Es cosa digna de saberse la jornada que hace el Mapono con el alma y lo que ésta padece hasta llegar al Paraíso.

El país por donde pasa es todo selvas, montañas y valles, por donde corren muchos ríos caudalosos, y por los remansos de lagunas y grandes pantanos, para cuyo pasaje se gastan muchos días, con gran dificultad se llega á una encrucijada de muchos caminos, junto á la cual corre un gran río, sobre que hay un puente de madera, en el cual asiste de día y de noche un dios llamado Tatusiso, cuyo oficio es pasar por aquel puente las almas y ponerlas los Maponos en el camino del cielo.

El traje y porte de este Dios es puntualmente aquel en que la fantasía loca de los poetas representa á su Caronte, pálido el semblante, la frente horrorosa, sin cabellos la cabeza, cubierto de llagas é inmundicias el cuerpo, y por vestido un trapo con que cubrirse honestamente.

Este dios jamás baja á la iglesia á oir las súplicas de sus devotos, porque su oficio nunca le da treguas, pues á todas horas tiene viandantes que pasar.

Sucede muchas veces que mientras pasa el Mapono con el alma, especialmente si es de algún muchacho, la pide Tatusiso que se pare para limpiarle de las inmundicias, y si aquél lo rehusa, lo sufre unas veces; pero no pocas, encendido en cólera, coge al alma y la arroja para que se anegue en el río. De aquí dicen que se originan mil desgracias en el mundo, y para que estos desatinos sean creidos de la gente, se vale el demonio de algunos sucesos naturales para que se confirmen aquellos miserables en su creencia.

Poco ha que sucedió en la tierra de los Jurucarés, que deshaciéndose el cielo en copiosísimas lluvias se perdían los sembrados. Afligida y desconsolada la gente, suplicó al Mapono preguntase á sus dioses la causa de este infortunio. A que respondieron que ya lo sabían, y era, que llevando al cielo el alma de un niño, cuyo padre vivía allí, trató con poca reverencia á Tatusiso, y no se quiso dejar limpiar, por lo cual, enfurecido aquel dios, la echó en el río. Oyendo esto su padre, hubo de salir fuera de sí de puro dolor, y se afligía tanto, que causaba compasión, porque le amaba como á su misma vida, y ya que no había podido gozarle en este mundo, se consolaba á lo menos juzgándole ya feliz y bienaventurado en el cielo. Alentóle el Mapono dándole buenas esperanzas si le aprestaba una barquilla en que ir á sacarle de lo profundo del río.

Aprestó luego el padre una canoa, y el Mapono, cargándosela en sus espaldas, voló por los aires y desapareció, poco después se serenó el cielo, con lo cual volvió el Mapono con alegres nuevas, pero la canoa jamás pareció.

El Paraíso donde descansan las almas es bien pobre de contentos y placeres. Fingen que hay en él ciertos árboles muy gruesos que destilan un género de goma con que se mantienen las almas, y que hay monos que en el aspecto parecen etiopes; que hay también miel y algún poco de pescado; da vueltas por todo aquel lugar una grande águila de quien fingen muchas fábulas ridículas, dignas de compasivo llanto por la ceguedad de esta gente.

Tantos son los dioses cuantas son las mansiones en su Paraíso; pero la de la diosa Quipoci hace muchas ventajas á las demás en comodidades y riquezas. Los Isituucas, ó dioses del agua, tienen abastecido el cielo de pescados, plátanos y papagayos, y aquí gozan de su eterna bienaventuraza los que mueren ahogados en los ríos, á los cuales por esto llaman Asinerás; á los que mueren en los bosques y selvas Iriticús, y á los que mueren en su casa Posibacas; poniendo el mérito, no ya en las obras, sino en la diversidad de lugares en donde los coge la muerte.

Basta haber insinuado esto de la bárbara idolatría de los Manacicas para que se pueda hacer algún concepto de los trabajos y fatigas que padeció el venerable P. Lucas en ganarlos para Cristo.

FIN DEL TOMO PRIMERO