Za darmo

El sí de las niñas

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ACTO SEGUNDO

ESCENA I

TEATRO OSCURO
D.ª Fca

Nadie parece aun… (Acércase á la puerta del foro y vuelve.) ¡Qué impaciencia tengo!… Y dice mi madre que soy una simple, que solo pienso en jugar y reir, y que no sé lo que es amor… Sí, diez y siete años y no cumplidos; pero ya sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta.

ESCENA II

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA
D.ª Ire

Sola y á obscuras me habeis dejado allí.

D.ª Fca

Como estaba usted acabando su carta, mamá, por no estorbarla me he venido aquí, que está mucho mas fresco.

D.ª Ire

¿Pero aquella muchacha qué hace, que no trae una luz? Para cualquiera cosa se está un año… Y yo que tengo un genio como una pólvora… (Siéntase.) Sea todo por Dios… ¿Y D. Diego no ha venido?

D.ª Fca

Me parece que no.

D.ª Ire

Pues cuenta, niña, con lo que te he dicho ya. Y mira que no gusto de repetir una cosa dos veces. Este caballero está sentido, y con muchísima razon…

D.ª Fca

Bien, sí señora, ya lo sé. No me riña usted mas.

D.ª Ire

No es esto reñirte, hija mia, esto es aconsejarte. Porque como tú no tienes conocimiento para considerar el bien que se nos ha entrado por las puertas… Y lo atrasada que me coge, que yo no sé lo que hubiera sido de tu pobre madre… Siempre cayendo y levantando… Médicos, botica… Que se dejaba pedir aquel caribe de D. Bruno (Dios le haya coronado de gloria) los veinte y los treinta reales por cada papelillo de píldoras de coloquíntida y asafétida… Mira que un casamiento como el que vas á hacer, muy pocas le consiguen. Bien que á las oraciones de tus tias, que son unas bienaventuradas, debemos agradecer esta fortuna, y no á tus méritos ni á mi diligencia… ¿Qué dices?

D.ª Fca

Yo nada, mamá.

D.ª Ire

Pues nunca dices nada. ¡Válgame Dios, señor!… En hablándote de esto, no te ocurre nada que decir.

ESCENA III

RITA, (Sale de la puerta del foro con luces y las pone encima de la mesa.) DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA
D.ª Ire

Vaya, muger, yo pensé que en toda la noche no venias.

Rita

Señora, he tardado porque han tenido que ir á comprar las velas. Como el tufo del velon la hace á usted tanto daño.

D.ª Ire

Seguro que me hace muchísimo mal, con esta jaqueca que padezco… Los parches de alcanfor al cabo tuve que quitármelos; si no me sirvieron de nada. Con las obleas me parece que me va mejor… Mira, deja una luz ahí y llévate la otra á mi cuarto, y corre la cortina, no se me llene todo de mosquitos.

Rita

Muy bien. (Toma una luz y hace que se va.)

D.ª Fca

(Aparte á Rita.) ¿No ha venido?

Rita

Vendrá.

D.ª Ire

Oyes, aquella carta que está sobre la mesa, dásela al mozo de la posada para que la lleve al instante al correo… (Vase Rita al cuarto de Doña Irene.) Y tú, niña, ¿qué has de cenar? Porque será menester recojernos presto para salir mañana de madrugada.

D.ª Fca

Como las monjas me hicieron merendar…

D.ª Ire

Con todo eso… Siquiera unas sopas del puchero para el abrigo del estómago… (Sale Rita con una carta en la mano, y hasta el fin de la escena hace que se va y vuelve segun lo indica el diálogo.) Mira, has de calentar el caldo que apartamos al mediodia, y haznos un par de tazas de sopas, y tráetelas luego que estén.

Rita

¿Y nada mas?

D.ª Ire

No, nada mas… ¡Ah! y házmelas bien caldositas.

Rita

Sí, ya lo sé.

D.ª Ire

Rita.

Rita

Otra. ¿Qué manda usted?

D.ª Ire

Encarga mucho al mozo que lleve la carta al instante… Pero, no señor, mejor es… No quiero que la lleve él, que son unos borrachones, que no se les puede… Has de decir á Simon, que digo yo, que me haga el gusto de echarla en el correo. ¿Lo entiendes?

Rita

Sí, señora.

D.ª Ire

¡Ah! mira.

Rita

Otra.

D.ª Ire

Bien que ahora no corre prisa… Es menester que luego me saques de ahí al tordo y colgarle por aquí, de modo que no se caiga y se me lastime… (Vase Rita por la puerta del foro.) ¡Qué noche tan mala me dió!… ¡Pues no se estuvo el animal toda la noche de Dios rezando el Gloria Patri y la oracion del Santo Sudario!… Ello por otra parte edificaba, cierto… Pero cuando se trata de dormir.

ESCENA IV

DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA
D.ª Ire

Pues mucho será que D. Diego no haya tenido algun encuentro por ahí y eso le detenga. Cierto que es un señor muy mirado, muy puntual… ¡Tan buen cristiano! ¡Tan atento! ¡Tan bien hablado! ¡Y con que garbo y generosidad se porta!… Ya se ve, un sugeto de bienes y de posibles… Y ¡qué casa tiene!… Como un ascua de oro la tiene… Es mucho aquello. ¡Qué ropa blanca! ¡Qué batería de cocina! ¡Y qué despensa, llena de cuanto Dios crió!… Pero tú no parece que atiendes á lo que estoy diciendo.

D.ª Fca

Sí, señora, bien lo oigo; pero no la queria interrumpir á usted.

D.ª Ire

Allí estarás, hija mia, como el pez en el agua: pajaritas del aire que apetecieras, las tendrias, porque como él te quiere tanto, y es un caballero tan de bien y tan temeroso de Dios… Pero mira, Francisquita, que me cansa de veras el que siempre que te hablo de esto, hayas dado en la flor de no responderme palabra… Pues no es cosa particular, señor.

D.ª Fca

Mamá, no se enfade usted.

D.ª Ire

No es buen empeño de… ¿Y te parece á tí que no sé yo muy bien de dónde viene todo eso?… ¿No ves que conozco las locuras que se te han metido en esa cabeza de chorlito?… Perdóneme Dios.

D.ª Fca

Pero… Pues ¿qué sabe usted?

D.ª Ire

¿Me quieres engañar á mí, eh? ¡Ay hija! He vivido mucho, y tengo yo mucha trastienda y mucha penetracion para que tú me engañes.

D.ª Fca

(Aparte.) ¡Perdida soy!

D.ª Ire

Sin contar con su madre… Como si tal madre no tuviera… Yo te aseguro, que aunque no hubiera sido con esta ocasion, de todos modos era ya necesario sacarte del convento. Aunque hubiera tenido que ir á pié y sola por ese camino, te hubiera sacado de allí… ¡Mire usted qué juicio de niña este! Que, porque ha vivido un poco de tiempo entre monjas, ya se la puso en la cabeza el ser ella monja tambien… Ni qué entiende ella de eso, ni que… En todos los estados se sirve á Dios, Frasquita; pero el complacer á su madre, asistirla, acompañarla y ser el consuelo de sus trabajos, esa es la primera obligacion de una hija obediente. Y sépalo usted, si no lo sabe.

D.ª Fca

Es verdad, mamá… Pero yo nunca he pensado abandonarla á usted.

D.ª Ire

Sí, que no sé yo…

D.ª Fca

No señora. Créame usted. La Paquita nunca se apartará de su madre, ni la dará disgustos.

D.ª Ire

Mira si es cierto lo que dices.

D.ª Fca

Sí, señora, que yo no sé mentir.

D.ª Ire

Pues hija, ya sabes lo que te he dicho. Ya ves lo que pierdes, y la pesadumbre que me darás si no te portas en un todo como corresponde. Cuidado con ello.

D.ª Fca

¡Pobre de mí! (Aparte.)

ESCENA V

D. DIEGO, (Sale por la puerta del foro, y deja sobre la mesa sombrero y baston.) DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA
D.ª Ire

¿Pues cómo tan tarde?

D. Die

Apenas salí, tropecé con el padre guardian de San Diego y el doctor Padilla, y hasta que me han hartado bien de chocolate y bollos no me han querido soltar… (Siéntase junto á Doña Irene.) Y á todo esto, ¿cómo va?

D.ª Ire

Muy bien.

D. Die

¿Y Doña Paquita?

D.ª Ire

Doña Paquita siempre acordándose de sus monjas. Ya la digo que es tiempo de mudar de bisiesto, y pensar solo en dar gusto á su madre y obedecerla.

D. Die

¡Qué diantre! Con que tanto se acuerda de…

D.ª Ire

¿Qué se admira usted? Son niñas… No saben lo que quieren, ni lo que aborrecen… En una edad, así tan…

D. Die

No, poco á poco, eso no. Precisamente en esa edad son las pasiones algo mas enérgicas y decisivas que en la nuestra; y por cuanto la razon se halla todavía imperfecta y débil, los ímpetus del corazon son mucho mas violentos… (Asiendo de una mano á Doña Francisca la hace sentar inmediata á él.) Pero de veras, Doña Paquita, ¿se volveria usted al convento de buena gana?… La verdad.

D.ª Ire

Pero si ella no…

D. Die

Déjela usted, señora, que ella responderá.

D.ª Fca

Bien sabe usted lo que acabo de decirla… No permita Dios que yo la dé que sentir.

D. Die

Pero eso lo dice usted tan afligida y…

 
D.ª Ire

Si es natural, señor. No ve usted que…

D. Die

Calle usted por Dios, Doña Irene, y no me diga usted á mí lo que es natural… Lo que es natural es que la chica esté llena de miedo y no se atreve á decir una palabra, que se oponga á lo que su madre quiere que diga… Pero si esto hubiese, por vida mia, que estábamos lucidos.

D.ª Fca

No señor, lo que dice su merced, eso digo yo, lo mismo. Porque en todo lo que me mande la obedeceré.

D. Die

¡Mandar, hija mia!… En estas materias tan delicadas, los padres que tienen juicio no mandan. Insinúan, proponen, aconsejan; eso sí, todo eso sí; ¡pero mandar!… Y ¿quién ha de evitar despues las resultas funestas de lo que mandaron?… Pues ¿cuántas veces vemos matrimonios infelices, uniones monstruosas, verificadas solamente porque un padre tonto se metió á mandar lo que no debiera?… ¿Cuántas veces una desdichada muger halla anticipada la muerte en el encierro de un claustro porque su madre ó su tio se empeñaron en regalar á Dios lo que Dios no queria?… ¡Eh! No señor, eso no va bien… Mire usted, Doña Paquita, yo no soy de aquellos hombres que se disimulan los defectos. Yo sé que ni mi figura, ni mi edad son para enamorar perdidamente á nadie; pero tampoco he creido imposible que una muchacha de juicio y bien criada, llegase á quererme con aquel amor tranquilo y constante que tanto se parece á la amistad, y es el único que puede hacer los matrimonios felices. Para conseguirlo, no he ido á buscar ninguna hija de familia de estas que viven en una decente libertad… Decente: que yo no culpo lo que no se opone al ejercicio de la virtud. ¿Pero cuál seria entre todas ellas la que no estuviese ya prevenida en favor de otro amante mas apetecible que yo? Y en Madrid, figúrese usted en un Madrid… Lleno de estas ideas, me pareció que tal vez hallaria en usted todo cuanto yo deseaba.

D.ª Ire

Y puede usted creer, señor D. Diego, que…

D. Die

Voy á acabar, señora, déjeme usted acabar. Yo me hago cargo, querida Paquita, de lo que habrán influido en una niña tan bien inclinada como usted las santas costumbres que ha visto practicar en aquel inocente asilo de la devocion y la virtud; pero si á pesar de todo esto la imaginacion acalorada, las circunstancias imprevistas la hubiesen hecho elegir sugeto mas digno, sepa usted que yo no quiero nada con violencia. Yo soy ingénuo: mi corazon y mi lengua no se contradicen jamás. Esto mismo la pido á usted, Paquita, sinceridad. El cariño que á usted la tengo no la debe hacer infeliz… Su madre de usted no es capaz de querer una injusticia, y sabe muy bien que á nadie se le hace dichoso por fuerza. Si usted no halla en mí prendas que la inclinen, si siente algun otro cuidadillo en su corazon, créame usted, la menor disimulacion en esto nos daria á todos muchísimo que sentir.

D.ª Ire

¿Puedo hablar ya, señor?

D. Die

Ella, ella debe hablar, y sin apuntador, y sin intérprete.

D.ª Ire

Cuando yo se lo mande.

D. Die

Pues ya puede usted mandárselo, porque á ella la toca responder… Con ella he de casarme, con usted no.

D.ª Ire

Yo creo, señor D. Diego, que ni con ella ni conmigo. ¿En qué concepto nos tiene usted?… Bien dice su padrino, y bien claro me lo escribió pocos dias há, cuando le dí parte de este casamiento. Que aunque no la ha vuelto á ver desde que la tuvo en la pila, la quiere muchísimo; y á cuantos pasan por el Burgo de Osma les pregunta cómo está, y contínuamente nos envia memorias con el ordinario.

D. Die

Y bien, señora, ¿qué escribió el padrino?… O por mejor decir, ¿qué tiene que ver nada de eso con lo que estamos hablando?

D.ª Ire

Sí señor que tiene que ver, sí señor. Y aunque yo lo diga, le aseguro á usted que ni un padre de Atocha hubiera puesto una carta mejor que la que él me envió sobre el matrimonio de la niña… Y no es ningun catedrático, ni bachiller, ni nada de eso; sino un cualquiera, como quien dice, un hombre de capa y espada con un empleillo infeliz en el ramo del viento, que apenas le da para comer… Pero es muy ladino, y sabe de todo, y tiene una labia, y escribe que da gusto… Casi toda la carta venia en latin, no le parezca á usted, y muy buenos consejos que me daba en ella. Que no es posible sino que adivinase lo que nos está sucediendo.

D. Die

Pero, señora, si no sucede nada, ni hay cosa que á usted la deba disgustar.

D.ª Ire

¿Pues no quiere usted que me disguste oyéndole hablar de mi hija en unos términos que?… ¡Ella otros amores ni otros cuidados!… Pues si tal hubiera… ¡Válgame Dios!… La mataba á golpes, mire usted… Respóndele, una vez que quiere que hables y que yo no chiste. Cuéntale los novios que dejaste en Madrid cuando tenias doce años, y los que has adquirido en el convento al lado de aquella santa muger. Díselo para que se tranquilice y…

D. Die

Yo, señora, estoy mas tranquilo que usted.

D.ª Ire

Respóndele.

D.ª Fca

Yo no sé qué decir. Si ustedes se enfadan.

D. Die

No, hija mia; esto es dar alguna expresion á lo que se dice; pero enfadarnos, no por cierto. Doña Irene sabe lo que yo la estimo.

D.ª Ire

Sí, señor, que lo sé, y estoy sumamente agradecida á los favores que usted nos hace… Por eso mismo…

D. Die

No se hable de agradecimiento: cuanto yo puedo hacer, todo es poco… Quiero que Doña Paquita esté contenta.

D.ª Ire

¿Pues no ha de estarlo? Responde.

D.ª Fca

Sí, señor, que lo estoy.

D. Die

Y que la mudanza de estado que se la previene, no la cueste el menor sentimiento.

D.ª Ire

No señor, todo al contrario… Boda mas á gusto de todos no se pudiera imaginar.

D. Die

En esa inteligencia, puedo asegurarla que no tendrá motivos de arrepentirse despues. En nuestra compañía vivirá querida y adorada; y espero que á fuerza de beneficios he de merecer su estimacion y su amistad.

D.ª Fca

Gracias, señor D. Diego… ¡A una huérfana, pobre, desvalida como yo!…

D. Die

Pero de prendas tan estimables, que la hacen á usted digna todavía de mayor fortuna.

D.ª Ire

Ven aquí, ven… Ven aquí, Paquita.

D.ª Fca

¡Mamá!

(Levántase Doña Francisca, abraza á su madre y se acarician mutuamente.)

D.ª Ire

¿Ves lo que te quiero?

D.ª Fca

Sí, señora.

D.ª Ire

¿Y cuánto procuro tu bien, que no tengo otro pío sino el de verte colocada antes que yo falte?

D.ª Fca

Bien lo conozco.

D.ª Ire

¡Hija de mi vida!… ¿Has de ser buena?

D.ª Fca

Sí, señora.

D.ª Ire

¡Ay, que no sabes tú lo que te quiere tu madre!

D.ª Fca

¿Pues que no la quiero yo á usted?

D. Die

Vamos, vamos de aquí. (Levántase Don Diego y despues Doña Irene.) No venga alguno y nos halle á los tres llorando como tres chiquillos.

D.ª Ire

Sí, dice usted bien.

(Vanse los dos al cuarto de Doña Irene. Doña Francisca va detrás, y Rita que sale por la puerta del foro la hace detener.)