Las antesalas del alma

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CAPÍTULO 3

EL PILOTO

Orientados por un nuevo gestor, no dudamos en dar de baja la mencionada empresa y seguir nuestras labores en el mundo esotérico bajo el nombre de una nueva S. L. llamada Alkimia de Luna.

Aparte de la sanación energética por el rito celta por la que yo destaco, y la alineación de chakras que efectúa mi compañero, comenzaron a pedirnos abrir los registros akáshicos, que no es otra cosa que saber algo de vidas pasadas.

Decidí ir a la consulta de una mujer que se dedicaba a ello para consultarme a mí misma y ver de qué se trataba.

Alicia me pidió datos como mi nombre, el de mis padres, mi edad, etcétera, mientras iba anotando todo con sigilo; después prendió una vela y pronunció una oración que se sabía de memoria, como una retahíla de palabras unidas entre sí, sin puntos, ni comas, todo muy estudiado; me hizo una especie de relajación y de repente empezó a hablar de lo que yo había sido en otras vidas, mientras me miraba sin pestañear. Yo la escuchaba atenta, esperando algún tipo de impacto, que no hubo. Ninguna de las vidas que yo conocía salió a relucir. Pensé que ella sabría todas las otras. Cuando terminó la sesión, me atreví a preguntarle cómo sabía ella lo que dijo sobre las vivencias de mi espíritu, a lo que me contestó que, después de la relajación, ella decía lo primero que se le venía a la cabeza sobre mí, ya que así la habían enseñado a canalizar.

—Entonces ¿quieres decir que lo has aprendido? ¿Qué te lo han enseñado así?

—Sí, así es, en unos talleres sobre canalización y registros akáshicos —respondió ella.

Me fui de allí pensando que algo me chirriaba, que algo no encajaba y fue al hablarlo con Edgar cuando decidí que yo sí me dedicaría a abrir los registros del alma de algunas personas que me lo pidieran, claro que no muy a menudo, pues a mí me lleva gran preparación física, energética y mental y mucha meditación retrospectiva. Así que, después de tanto trabajo, me decidí a ver las antesalas del alma de un cliente.

Este era piloto de Iberia. Un hombre de unos cuarenta y ocho años, recientemente separado, que venía a limpiar su energía de vez en cuando.

Nos pusimos alrededor de la mesa redonda, con una música suave. Juan estaba nervioso y yo, en mi concentración, podía escucharle el corazón.

Después de explicarle cómo lo haríamos y darle las instrucciones, comenzamos pidiendo la asistencia de los guías espirituales. Pronto, a medida que yo entraba en letargo, apareció May. Él es un guardián, guía o ángel protector que siempre acude a este proceso. Edgar guiaba la situación y tanto Juan como él decidieron grabarlo.

Comencé a hablar con voz extraña y a relatar:

—Hay mucha nieve y tú llevas una falda larga y trenzas. Eres una mujer mayor. Buscas alguna raíz, en el bosque, incluso a través de la gélida nieve. La encuentras y vas corriendo hacia el poblado, la pequeña está muy inflamada y a punto de morir. La fiebre la ha desmayado. —El piloto no salía de su asombro por lo que escuchaba—. Hierves en la lumbre las raíces con otras hierbas que llevas en un saquito, lo soplas mucho y me lo das a beber, obligándome a tragar, mientras recitas algunas frases muy apasionadas en una especie de dialecto francés. —Juan se da cuenta de que hablo de mí, o sea de mí misma, y se atreve a preguntar.

—¿La niña de entonces, eres tú de ahora?

—Así es; tú, la curandera de Sare. Tú me salvaste la vida entonces, por eso ahora yo te lo debo y te ayudo cuando estás mal. Nuestros espíritus han vuelto a encontrarse en esta y en otras vidas, cada una con sus aprendizajes. —Hice una gran respiración profunda y dejé caer la cabeza sobre la mesa, parecía una especie de descanso. Los dos hombres aprovecharon para beber agua. De repente me puse derecha como un resorte y comencé a hablar de nuevo.

—Eres un hombre joven, pero un guerrero. Pocos saben de tu sensibilidad. Tienes videncia a través de los sueños. Ahí te ves con él, con tu maestro. No lo has conocido en vida, pero en sueños sigues sus instrucciones. Perteneces a una institución llamada El Temple y todo es muy oculto. No estás de acuerdo con algunas cosas crueles que los tuyos y algunas veces tú tienes que ejecutar, pero no puedes hablar, tienes que demostrar tu hombría. Te llamaban el hombre de Payens. También procedes de Francia, aunque decidirás quedarte en Palestina.

»Es una noche de luna nueva, muy oscura. Duermes bajo un árbol, con un techo de estrellas fuera de lo normal. «Él» te habla en sueños y te pide que vayas a una especie de escondite, una cueva, en el monte Tabor, la montaña sagrada. Te da las instrucciones para mover una roca y, detrás de esa, otra más pequeña, y dice que allí encontrarás un envoltorio de piel de cabra y en él unos manuscritos; te pide que los guardes, que los custodies y que sobre todo que no los encuentre ningún líder de las diferentes religiones. Que están escritos con símbolos de él mismo, y con su única religión..., el amor.

»Te despiertas de un sobresalto con todo fresco en tu memoria y sin perder tiempo empiezas el viaje. —Tanto Edgar como el consultante apenas podían respirar y mucho menos preguntar nada, era una narración con lujo de detalles—. Por supuesto, decides ir solo, siguiendo todos los mandatos. Dos días tardaste en llegar, agotado, nervioso, feliz. Hay un gran lago y aprovechas para lavarte y hacerte una especie de ritual purificador, por si encuentras el tesoro que vienes a buscar. Preguntas a un pastor si ese es el monte sagrado, a lo que él asiente con su cabeza y sigue su camino sin preguntar.

»Vas caminando por las faldas de la montaña, bordeándola, fijándote en cada detalle. Hay algunas piedras, pero no tan grandes como has entendido, aun así decides apartarlas, pero nada.

Han pasado tres días y ni vestigios de la gran roca que tu maestro te mencionó en tu vigilia, estás a punto de abandonar, pero tu fe puede más y te apoyas en una raíz que sobresale de un olivo. Pides, meditas, rezas... pero no hay respuesta, es entonces que te fijas en una alimaña que se filtra por una rendija a tu lado, en lo que parece tierra cubierta de verdín, así que con tus manos y ayudado por tu cuchillo empiezas a raspar, dejando al descubierto piedra, sigues la ranura por la huella que dejó el bichito y ya puedes vislumbrar la supuesta roca que tapa la entrada del tesoro. Buscas palos gordos y curiosamente nadie pasa por el lugar, así que haces la faena tranquilo y seguro, hasta moverla hacia un lado. Acto seguido otra piedra más pequeña y muchos bichitos más, no son venenosos, tú les das las gracias por mostrarte el camino, porque justamente ¡ahí está el envoltorio!, ¡después de tantos años, intacto!

»Lo abres y todo son símbolos que tú crees entender. Lloras y agradeces, agradeces y lloras. —Otra vez mi cabeza cayó, como derrotada, sobre la mesa.

—¡Respira profundo! —ordenó mi esposo y preguntó al guía si debía sacarme del trance, a lo que él y por mí misma boca dijo «Sí».

Tras varias respiraciones profundas y tocándome un punto estratégico en mi frente, Edgar consiguió sacarme del aletargamiento que me mantenía ausente.

El piloto, estaba blanco y eufórico a la vez. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, y su sonrisa denotaba felicidad. Era una mezcla de sentimientos. Yo solo temblaba, el frío interior se apoderó de mí y tan solo quería dormir.

Pasados unos días, Juan nos escribió para compartir que había encontrado el pueblo de los Pirineos franceses llamado Sare y también nos confesó su pasión por los templarios, agregando que desde niño ha tenido sueños extraños con manuscritos antiguos.

¿Coincidencias? Solo el espíritu lo sabe.

CAPÍTULO 4

ENTRE LO MUNDANO Y LO ESPIRITUAL

Los días iban transcurriendo tranquilos. Hablábamos de temas espirituales con frecuencia, pero conscientes de la vida terrenal de igual manera. Acudíamos a fiestas, paseábamos por la playa, íbamos de campo a contactar con la naturaleza que tanto nos gustaba y en varias ocasiones llegamos a fotografiar a seres del bosque, aquellos que yo, particularmente, podía sentir o ver; de tal manera me aficioné que llegué a coleccionar fotografías de duendes, hadas, troles, silfos, sílfides, etcétera, e incluso algunas criaturas con rasgos humanoides y energías muy especiales.

En una de nuestras excursiones por los bosques de Dúrcal pudimos fotografiar varios espíritus elementales de la naturaleza. ¡Fue fantástico! Era un lugar mágico y lleno de encanto, y, en mi medio éxtasis de felicidad, apareció uno de los maestros venerados y queridos por nosotros, Hermes. Su mensaje fue claro y conciso:

—Haremos una regresión grupal aquí, en estas tierras. ¡Te prepararás! Y cuando lo hayas hecho, verás que acudirán personas dispares, que nada tendrán que ver unas con las otras, y ahí te darás cuenta de cómo y por qué trabajamos el karma.

¡Casi me echo a temblar! ¡Cómo iba a poder yo hacer eso con varias personas!

Me sentí halagada por una parte, pero, por otra, muerta de miedo.

A partir de ese momento comencé a prepararme con una meditación diaria referida al mundo de los akáshicos. Mi mente iba retrocediendo y buscando cual buen rastreador, cada día. El relax me perseguía a pesar de seguir con mi consulta a diario, con las limpias energéticas y el tarot guía-terapéutico. Fui constante, perseverante y... valiente, sobre todo y poco a poco consiguiendo un estado mental, físico y energético adecuado para el evento que mes y medio más tarde tendría lugar en el cortijo de nuestros grandes amigos, un sitio también muy adecuado para la ocasión.

Nos encontrábamos todos sentados alrededor de la mesa rectangular de madera maciza que tantos años sostenía en sus robustas patas: dos chicas de Bailén, tres chicas de Granada, una de Sevilla, dos de Córdoba, tres hombres de Dúrcal y tres mujeres del mismo pueblo, más nosotros dos; Edgar y yo.

 

Mi cuerpo parecía encontrarse tranquilo, pero mi corazón lo delataba cual tambor violento con notas discordantes. Hubo un momento en el que creí que no podía seguir, creo que era miedo escénico, pues solo conocía a cuatro de los dieciséis allí presentes. De pronto, una luz blanca detrás de uno de los participantes me hizo prestar atención y aún más cuando pude focalizarla y ver que era Hermes, uno de los maestros a los que yo solía canalizar y que había predicho este encuentro. Estaba claro que los refuerzos comenzaban a llegar, así que era el momento de iniciar la explicación de lo que íbamos a realizar en breves minutos.

—Buenas tardes a todos. Mi nombre es Edgar y voy a guiar esta sesión para la canalización de los registros del alma de todo este grupo. Este tipo de conexiones del pasado solo se pueden hacer con un médium, que en este caso es Anita. Utilizaremos una pequeña meditación unida a una técnica especial que llevará a nuestra canalizadora hacia un trance guiado a través del cual ella relatará ciertas vivencias acaecidas en nuestro pasado, o en nuestras vidas, donde hemos coincidido todos los aquí presentes. Vamos a respirar profundo, llevando el aire bien a nuestro abdomen, retenemos un poco y soltamos por la nariz...

Así comenzaba este extraño y a la vez suculento viaje en el que nos sumergiríamos todos juntos, hermanándonos, descubriéndonos y sobre todo aprendiendo.

Al cabo de pocos minutos, de mi propia boca salió un vozarrón:

—¡May soy! y soy el guardián de las memorias akáshicas de la energía global que alberga las vidas que habéis compartido. Entre dos ríos estamos, es una especie de pueblo. Acabamos de llegar —comencé a relatar dentro de mi éxtasis, con una voz rara—. Nos quedaremos a vivir aquí, nuestra tribu así lo decide. Sabemos que estas tierras podrían pertenecer a alguien, pero nos da igual.

La construcción de nuestras pequeñas casas durará pocos días, entre todos podemos hacerlo. Trabajaremos la tierra y cazaremos. Nos uniremos mirando al río en cada puesta de sol, donde las mejores ideas fluirán en cada cabeza nuestra.

—¿Puedes ver algo más del lugar? —preguntó Edgar.

—Hay dos ríos... Mesopotamia. —Fue mi única respuesta al respecto y continué relatando—: Fueron pocos días los acontecidos en este desconocido lugar. Llegó un grupo de guerreros acadios exigiendo sus tierras. Nos negamos rotundamente a devolverlas, incluso con risas o burlas. Pasados dos días de las advertencias, volvieron con espadas, machetes y palos y una gran masacre aconteció al amanecer, donde la lluvia era protagonista, formando manantiales rojos y charcos de lamentos. Fuimos exterminados casi de golpe y entonces comenzamos a flotar.

»Nos cogimos de las manos no corpóreas y formamos un círculo en el aire, mientras crecía una especie de aurora boreal a nuestro alrededor. Podíamos vislumbrar nuestros cuerpos tendidos, pero ahora no había dolor. Pronto nos vimos en una gran sala que parecía ser al aire libre; había mariposas, libélulas y otras gentes un poco apartadas que reían y emanaban una gran luz a su alrededor. En medio de todos nosotros se hallaba una gran mesa transparente. Ahora May parece distinto y nos pregunta si querremos volver a vernos en las próximas paradas vitales que tendremos, y agrega: «Algunos reencarnaréis muy pronto y otros no tanto, hay mucho trabajo por hacer como guías espirituales. Si vosotros, como seres álmicos, queréis volver a veros, escribiremos y pactaremos ahora el encuentro».

Todos asentimos con nuestras cabezas y fue justo ahí cuando nos mostró algunas secuencias de lo acontecido, mientras en mi voz se relataba:

—¡Ahí estáis vosotros!, entre el río Tigris y Éufrates. No dudasteis en robar las tierras que ellos, los acadios, tenían previstas para la construcción de algo parecido a un templo, incluso os burlasteis cuando os lo explicaron. La cólera se apoderó del entorno. —De repente, como si fuese un zoom, se acercaron las imágenes, mostrándome bien las caras de los acadios y prosiguió—: Ahora, en vuestra vida actual, todos habéis tenido algún problema con la venta de alguna casa o terreno o la compra de algo parecido, y todos tenéis un «acadio» en vuestra vida, aquel que según vuestro criterio os ha hecho la puñeta.

Yo seguía dentro de mi profundo sueño contando mis visiones:

—Todos juntos y sin bolígrafo, ni lápiz, ni nada parecido, firmamos en una especie de pantalla en el aire, nos cogemos de las manos, y estoy viendo justo este momento, que ahora mismo y en este pueblo de Granada, estamos viviendo.

Me desvanecí aun más si cabe, y parecía que trataba de descansar con mi cabeza apoyada en la mesa.

Los allí presentes no reaccionaban a lo escuchado, pues todos y cada uno habíamos tenido serios problemas al comprar o vender un inmueble... ¡No era ninguna casualidad!

Los murmullos entre los asistentes, que apenas se conocían entre sí, se convirtieron en exclamaciones, en una mezcla de algarabía, entusiasmo y asombro hasta que de repente, como un resorte, alcé la cabeza de nuevo.

—¡Conocemos Sierra Morena como la palma de la mano! Vivimos en una especie de cuevas. Bebemos mucho vino del que robamos. Nos gusta comer bien. Casi todos llevamos un pañuelo en el cuello o en la cabeza. La libertad es nuestro lema y no creemos en leyes o, mejor dicho..., nos las saltamos.

—¿Somos una tribu? —preguntó Edgar mientras yo seguía contando lo que mi espíritu palpaba.

—Somos bandoleros y llevamos navajas y trabucos. Hoy daremos un golpe fuerte a la diligencia que viene por el camino principal de la serranía de Andújar. El Juanillo ha venido con la noticia del pueblo y justo será él quien horas más tarde dará el golpe al carromato. «¡Alto ahí! ¡Alto ahí!», gritó nuestro compañero, mientras las damiselas peripuestas lloriqueaban vaticinando lo que ya tenían encima.

»Cargamos un saco lleno de monedas, joyas de oro, plata y algunos vestidos. «¡Este sombrero me encanta! ¡Quítalo de inmediato! ¡Será un regalazo para mi chica!», ordenó Juanillo con media sonrisa mientras ya visualizaba la cara de alegría que pondría su amor.

El grupo no salía de su asombro por todo lo que estaba escuchando salir de mi propia boca, dirigido por mi mente regresiva.

Alguien preguntó quién era en esta vida el Juanillo, que resultó ser una de las chicas vecina de la localidad donde estábamos, y su novia de entonces era la dueña de la casa que ocupábamos en este momento.

—Tú eres muy presumida y estás muy segura de nuestro benjamín, el más joven de nuestro equipo de forajidos. Tanto es así que tus jueguecitos de «Hoy te quiero y mañana no» lo han vuelto loco. Ya le has sacado todas sus ganancias, todas sus pertenencias y ahora tonteas con otros, ¡él no puede más! —Mi dedo apunta en ese momento a una de las chicas jóvenes del lado derecho de la mesa.

Todos se ríen y ella pregunta:

—¿Lo conozco en esta vida?

—Sí, ¡es Javier! —La jovencita no daba crédito a lo escuchado, era el muchacho al que estaba conociendo actualmente y con el que seguía en la misma trayectoria, cosa que ella reconoció en el momento.

Bajé la cabeza como en un descanso sublime y no tardé en continuar.

—Tú estás muy enamorado de la hija del intendente, pero ella te teme mucho. —Apuntaba mi dedo a la chica que tenía justo a mi izquierda—. A ti no te importa nada en absoluto, la coges prestada, como tú dices, y te la llevas a una de nuestras cuevas de Sierra Morena apoyado por tu primo. —La mujer pregunta si su primo de entonces está aquí ahora—. Sí, claro, ¡soy yo misma! —y continué—: Tu primo se queda afuera cuidando que nadie venga y tú te la despachas a gusto. —Ella vuelve a preguntar si la muchacha está ahora en su actual vida y la respuesta fue tremenda para la mujer, ya que era su suegro, con el que tenía diferencias terribles y el cual se dedicaba a fastidiarle la vida rotundamente.

Entonces comencé a relatar una fiesta:

—Pepito toca la guitarra, con un flamenco perfecto, y todos bailamos mientras que su hijo canta por bulerías. Estamos en el pueblito más alto de la serranía, hemos compartido el botín con todos ellos y ahora por fin pueden comer, llevaban demasiado tiempo en condiciones precarias y ahora tendrían para ir tirando durante un buen tiempo. —En unos instantes cambia mi tono—: ¡May soy! Aprenderéis de esta secuencia que está muy bien ayudar a quien lo necesite, pero no es necesario robar. Debemos respetar a quienes sean ricos, ya que lo de ellos es de ellos y lo nuestro es nuestro. Jugar con los sentimientos de otros siempre nos atraerá soledad y amores nefastos, y aprenderemos también que aquellas personas que nos pinchan ahora, son justo aquellas a quienes hemos pinchado en el pasado… ¡Pasemos página desde el perdón espiritual y sigamos nuestro camino comprendiendo y sabiendo desviarnos del sufrimiento que otros nos ocasionan, ya que desde el entendimiento podemos soltar los eslabones que tanto nos atormentan!

Terminada la sesión, había muchas caras con gesto atónito y yo tenía una flojera y un tiritar extremo. La boca seca denotaba la charla sostenida durante una hora.

El frío tardó en desaparecer y tenía que dormir, el agotamiento se había convertido ya en mi pesado compañero.

CAPÍTULO 5

CRISTAL POR FIN ENTENDIÓ

La primavera lucía con toda su divinidad y esplendor en nuestra querida ciudad adoptiva. Marbella siempre había sido famosa por su clima y no en vano la vanagloriaban tanto los turistas.

En mi cuartito, como yo llamaba a mi pequeño despacho donde a tanta gente atendía a lo largo del día, habíamos cerrado la gran mesa alargada, reduciéndola a redonda.

Todo preparado para la llegada de una clienta excepcional, una mujer de cerca de Granada que ya era amiga prácticamente y por la que yo sentía una gran simpatía y afinidad.

Esta vez, Cristal venía nerviosa; yo nunca la había visto así. Era una mujer alta y hermosa. Lucía un pantalón vaquero y una blusa blanca, la sencillez era su lema. Optó por descalzarse.

Por mi parte, yo, aunque muy preparada, debo reconocer que también me sentía un tanto asustada por lo que pudiera acontecer, pero decidida y segura de lo que hacía.

Edgar comenzó con todo el protocolo procediendo a relajarnos profundamente, pidiendo la asistencia de nuestros guías espirituales y en especial la de May, que era un poco el encargado de estos hechos.

Después de casi un mes de preparación y entrenamiento mental regresivo, no tardé mucho en hacer contacto de alma a alma.

—Vienen los mercaderes —comencé hablando—. Hoy es el día, como cada mes.

Recorres la cantera para llegar a Guiza, donde ellos hacen su segunda parada. Las esclavas egipcias sois abusadas casi cada día. Eres muy fértil, demasiado. Hoy venderás a tres de tus hijos, es necesario para su bienestar, tú ya tienes demasiados.

Eres hermosa y el escriba y el cónsul se aprovechan. Te permiten vivir suelta, en tu casa, pero tienes que trabajar mucho en el hierro.

—¿Puedo saber cómo me llamaba entonces? —preguntó Cristal con voz entrecortada.

—¡Hachef! —contesté rápido y continué, como si el enganche con la invisible antena no se pudiese detener—. Tu barriga crece y sabes que tendrás que volver a vender, prefieres no pensar. Siempre estás triste y solo tu hermano te contempla y te comprende.

—¿Está mi hermano en esta vida actual? —quiso saber la mujer.

—Sí y no... Él fue tu actual padre, que ya está en otro plano.

Ella iba entendiendo a medida que profundizaba en el relato, que fue casi todo en la misma línea.

Dejé caer la cabeza, casi bruscamente, ellos pensaron que me había dañado, pero no sentí nada. Respiré con más profundidad de lo habitual y yacía descansando profundamente, de repente alcé la cabeza con los ojos cerrados pero mirando en alto o al menos parecía que miraba o buscaba en el horizonte del pequeño cuarto.

—Estás en el frondoso bosque. —Habla de otra vida, comentó Edgar—. Escribes diferentes símbolos con una piedra puntiaguda en algunas piedrecitas redondeadas que vas sacando del lago y que luego vuelves a sumergir para lavarlas con las aguas sagradas. Son runas.

—¿Puedo saber dónde?

—El bosque del gigante, Irlanda —respondí después de un rato considerable. Levanté mis manos cerradas como si sujetara algo y, como haciendo teatro, recité algo parecido a una oración—: «Consagro esta runa con los cuatro elementos, fuego, agua, tierra y aire, con la raíz universal que tienen las piedras mágicas». —Acto seguido me puse a cantar en un lenguaje inentendible y luego continué sin perder el hilo—. Tienes un saquito de piel de cabra donde las guardas y caminas con ellas en tu mano hacia tu casa redonda, donde tu esposa atiza la lumbre a la vez que se burla de ti: «¡Drugs, esposo mío!, ¡tú no eres mago, ni nada!, ¡solo pierdes el tiempo en lugar de ir a cazar! ¡Aquí solo yo tengo poderes sobrenaturales! ¡Solo yo soy bruja!», te grita y logra que entres en cólera. Ella es tu último marido de esta vida actual, te frenas a tiempo, antes de ir a mayores, al escuchar jolgorio en el poblado. Unos hombres guerreros acaban de llegar y te piden consejo para la batalla.

 

»¡No debes ir a esa guerra! ¡Habrá sangre excesiva y te llevará a otro mundo! El guerrero piensa... Sabe que aun así, lo hará.

Mi cabeza, cae nuevamente sobre la mesa. En esta ocasión mi esposo me había colocado una toalla doblada para amortiguar el impacto, y, de repente, cambió mi voz:

—May soy, también podéis llamarme Amy; uno es mi nombre y otro es mi mantra.

«Solo los realmente sabios de mente, cuerpo y alma, no compiten, porque de antemano saben... que han ganado». «“Todo lo que hoy llega a tu vida, formará parte de tu aprendizaje y comprenderás el porqué de casi todo». «Cuando te halles tranquila, tu alma se serenará al escuchar lo narrado, algunos han pasado poco por tu vida actual, con otros aún te queda algo que sufrir para cerrar karma, lo importante es que entiendas que es cosa de tu espíritu, lo que él eligió para su evolución».

Tras un leve descanso en el que Edgar, al ver mi boca totalmente seca, me obligó a tomar unos sorbos de agua, y procedimos con los registros del alma:

—Eres la hija del faraón, Sauhe. Te apasionan los zapatos de pico hacia arriba. El que los hace, Jacará, está muy enamorado de ti; es correspondido de igual modo, por eso te hace zapatos únicos y no babuchas de princesa. Te confecciona justo lo que tú en tus sueños diseñas, unos zapatos que son mezcla de alta alcurnia con esclava, totalmente exclusivos. ¡Te sientes tan afortunada! Tú te burlas de las jerarquías. Tu padre quiere casarte con uno de tu misma índole, pero tú estás enamorada del zapatero.

— ¿Lo conozco ahora en la actual vida? —quiso saber la mujer.

—Sí, es el que hace planos. —Ella se dio cuenta de que era un viejo amor suyo, aparejador actualmente, al cual había vuelto a encontrarse hacía unos días, después de muchos años—. Tu calzado es el vínculo para poder ver a tu amor. «Quiero muchos zapatos para caminar muchos caminos contigo, así que planearemos una huida aunque tengamos miedo, lo podremos conseguir». No te importan las riquezas, ni nada —proseguí—. Andáis muchos kilómetros durante la noche y al día siguiente, y al otro... así hasta que llegáis a un viejo pobladucho en Sinaí. Tenéis lo justo y mucho amor. Jacará se siente un valiente y sonríe pleno de amor. Toda una vida apartados del mundo y viviendo el uno para el otro.

Nuevamente y después del leve descanso, yo, aunque pareciera otra persona, me dispongo a relatar lo que mi alma ve al contacto con la suya:

—Tus tierras son muy verdes y fértiles. Temes porque tus enemigos se han instalado cerca. Ellos llevan plumas en el casco de la cabeza. Vienen a por comida. Han quemado otras parcelas pero la tuya aún no. Quieres pegarles, tus hijos tienen hambre y ellos se lo llevan todo. Eres un hombre rudo y precavido, escondes parte de tu cosecha en el tronco del viejo roble del bosque cercano para así poder dar de comer a tus nueve hijos cuando no te ven.

»Eres viudo, tu esposa falleció en el último parto. Una señora romana quiere comprarte un hijo. «¡Será criado como príncipe!», te dice, pero tú coges la hoz y levantándola la echas.

»Te vas a Forna cuando nadie te ve. Conoces muy bien el caudal del río y sabes que en esta luna puedes pasar y luego cruzar el bosque donde tu hermano te espera, él hace mucho que no sabe de ti, se temía lo peor.

»Entre la paja acomodas a los niños y tu hermano, Zasterre, les da leche recién ordeñada. Es un hombre muy respetado en los alrededores. «Ellos ya han pasado por aquí, tuve que hacerme pasar por amigo y bailarles el agua, ¿te imaginas? ¡Tal y como yo soy! Bueno, al menos ahora estamos a salvo» —hablé entre sollozos, como si fuera su hermano.

—¿Está ese hermano en mi vida actual? —preguntó Cristal.

—Sí. Yo soy, Luna. De los nueve hijos, conoces en esta vida a algunos: Isabel, Carlos, Sergio, tu papá, Antonio, y también tu perro, que entonces era tu gato.

Ya muy exhausta, mi cabeza reposó un rato sobre la mesa redonda. Comencé a hablar incluso sin levantarla:

—¡May soy! Te habrás dado cuenta de que de todo esto tienes que aprender la fe, la paciencia y el caminar tranquila, con confianza en ti misma y el saber esperar a que todo vuelva a su lugar. Como verás, has tenido muchos hijos; también entenderás el por qué ahora no los tienes.

En mi trance, seguí relatando:

—Te veo muy serio, o muy malencarado, mejor dicho. Estás en un lugar triste, oscuro, maloliente, frío. Se escuchan lamentos y algunos llantos. ¡Es un campo de concentración!

»«¡Esta, esta y esta! Te las llevas al cuarto verde». ¡Demasiadas violaciones! ¡Sollozan!, ¡gritan!, ¡horror! Eres un soldado con fama de machote. Tus hazañas son grandes, muchos premios, muchas condecoraciones, y corazón helado. Hoy la escoges a ella, la más joven, la chica se deshace en lágrimas y de un golpe seco la desmayas; el resto, igual que las demás. Tienen muchos hijos tuyos, pero eso a ti te da igual. A todos los mandarás a la cámara de gas mientras tu batallón ríe tus gracias. Ahora solo quieres beber y olvidar.

»La esposa de tu compañero y amigo está enamorada de ti; pero eso sí, tú respetas ante todo la amistad, y la ignoras. Mueres en la batalla, abandonado en el bosque en Alemania.

En este caso, Cristal había enmudecido. No sabía qué preguntar. Trataba de asimilar todo lo escuchado, sabía que en estos procesos podían salir cosas terribles y estaba muy preparada, pero la había impactado, al igual que a Edgar. Solo se miraban mientras yo me tomaba un respiro dentro del sueño de un Morfeo distinto.

—«¡Lucio!», te llama por tu nombre el general. «¡Tu esposa te busca!». Ella te ama de verdad. Es muy lista, pero tiene un problema de celos muy acusado, así que le pide a tu criado que te espíe cada vez que viajas, pero tú siempre eres fiel. Lo que dices a veces raya en la filosofía, por eso no te ven como hombre de guerra cualquiera, tú eres distinto.

»«Las palabras que a veces salen por mi boca no yacen en mi mente, yacen en la cueva de mi corazón y vibran las estrellas cuando las digo». Así hablas, porque sabes que esos «seres» hablan a través de ti y tu mujer te guarda el secreto por prestigio y miedo a las malas lenguas.

»Hablas en sueños, escribes símbolos, haces llegar mensajes disfrazados a otros generales. No quieres ir a la guerra, pero sabes que debes ir.

—¿Mi esposa de entonces está ahora en mi actual vida? —quiso saber mi clienta y amiga.

—Sí, ella es Manuel. Tú visitas a escondidas a un hombre que lee las estrellas. —En ese momento apunto con mi dedo a Edgar—. Preguntas por qué no vienen hijos y él rápido te contesta: «Los astros contemplan tu situación en algunos tránsitos. Tu alma tuvo muchos hijos en otros mundos, no es tiempo ahora».

Ya exhausta y casi desplomada del todo, reposaba mi cabeza y casi todo mi cuerpo inerte. Edgar esperó unos minutos para comenzar con el ritual de regreso muy cuidadosamente hasta conseguir que me reinsertara en mi vida actual.

Juntos comentamos todo. Yo solo temblaba, el frío era ahora todo lo que podía sentir. Más tarde o mañana escucharía lo grabado.

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