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Sabes al mar de sal oscura
donde los peces tienden su ropaje
a secar.
Sabes a vaso de vino
en el tejido de la rosa,
en el momento ciego de la espuma.
Sabes a azalea bajo el viento moribundo
de la tarde,
abananicándose en la mesa.
Sabes a pan moreno
en la boca del olivo,
a sorbo de gaviota
recostada de sed
en las balaustradas.
Sabes al semen vegetal
de tallo erguido
embistiendo la jungla,
a zumo entre las ingles
y en el botón de la pimienta.
Sabes al junco recién sembrado
en el vientre,
a la mordida del rocío
en la lengua.
Sabes a lúpulo
en el rayo del vidrio,
a ráfaga de menta
en la garganta.
Sabes a semilla de sol,
a sudor que se enreda
en el vello,
a axila tierna,
a músculo salvaje.
Sabes a viaje por el lecho
entre el durazno de sábanas
y el follaje humedecido
que nace de los besos.
Sabes a liquen,
al jugoso témpano
que se respira
en el limón de puerto dulce.
Tus rodillas saben a corteza fresca,
tu pecho, a giro de garza en busca de la ola,
tu sexo a rama de manglar
en la lengua,
tu brote sabe a vena de hoja
entre los dientes,
a abeja yugular,
al pulso de la miel.
A mies sabe tu rama, tu brote a pulpa,
tus hombros, a buena especia,
tu cuello a vaina de nuez,
tus cabellos a lomo de cabritos
en el valle tinto,
tus labios a red de pescadores
desde la barca henchida,
tus pestañas a río de raíces curvas,
de velas en picada.
Sabes, amor,
que sabes al oro púrpura de la fogata,
al crepúsculo humoso,
al instante del agua.
Sabes a roce
lento, devorable.
Sabes a cuerpo, amor,
a corazón,
a sangre.