Pinceladas del amor divino

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9 de marzo
Para qué sirve el fracaso

“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Rom. 8:28).

La palabra “fracaso” tiene una connotación marcadamente nega­tiva. Decimos despectivamente que alguien es “un fracasado” cuando sus deseos o proyectos de vida no llegaron al término deseado. Sin em­bargo, algunos autores motivacionales afirman que el fracaso puede no ser tal, pues se convierte en un acicate para el desarrollo y el crecimiento personales, si así sabemos verlo.

Frente a un “fracaso”, siempre tenemos dos opciones: asumirlo como una derrota permanente o interpretarlo como un agente movilizador de nueva ener­gía, que nos impulsa desde lo más profundo a intentarlo de nuevo, pero esta vez tratando de evitar los errores cometidos en el intento anterior. Cuando pienso en los más de mil intentos de Tomás Edison hasta conseguir inventar la moderna bombilla eléctrica, me quedo simplemente asombrada. Al ser cues­tionado acerca de esos mil “fracasos”, él aclaró: “No, claro que no fracasé mil veces, sino que descubrí mil formas distintas de cómo no se hace una bombilla”.

Tú, que has depositado su confianza y la dirección de tu vida en las manos de Dios, no estás exenta de fracasar (que no es lo mismo que ser derrotada). Pero recuerda que ese fracaso es una gran lección. Un pe­queño “fracaso”, percibido como un escalón hacia la meta, no es ni más ni menos que un aprendizaje valioso que la vida te da.

Cambia tu percepción cuando te encuentres frente al fracaso:

 No significa que no has logrado nada; significa que has aprendido algo.

 No significa que no puedes; significa que estuviste dispuesta a seguir el método de ensayo y error.

 No significa que no sabes; significa que debes hacerlo de nuevo pero de forma diferente.

 No significa que jamás lograrás esa meta; significa que debes cambiar tu forma de llegar a ella.

 No significa que eres inferior; significa que no somos perfectos.

Satanás intentará hacerte creer que eres una fracasada y que Dios está ajeno a tus necesidades. Quizá también intente mostrarte un camino fácil para alcanzar tus metas y proyectos de vida. No te quedes “estancada” en esos pen­samientos; mira con optimismo realista tus posibilidades y vuelve a intentar­lo, buscando fervientemente la dirección divina.

10 de marzo
Allá y entonces; aquí y ahora

“Hermanos, no digo que yo mismo ya lo haya alcanzado; lo que sí hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante, para llegar a la meta y ganar el premio celestial que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús” (Fil. 3:13, 14).

El “allá y entonces” y el “aquí y ahora” son dos momentos de la vida. El “allá y entonces” nos lleva al pasado, conformado de valiosas experiencias que ahora son recuerdos. Algunas personas que, por decisión propia, escogen vivir en el “allá y entonces”, dejan de disfrutar y de ocuparse de lo que sucede en el “aquí y ahora”. Si bien es cierto que el pasado es imposible de olvidar, es bueno recordarlo de manera positiva, centrándonos en lo que tuvo de bueno y útil para nosotras hoy, de modo que aun los recuerdos amargos lleguen a ser aleccionadores para enfrentar el presente.

Rememorar constantemente malas experiencias pasadas conduce a la vic­timización. Victimizarnos a nosotras mismas es renunciar al ejercicio de nues­tras facultades y dejar escapar las oportunidades de trascendencia que la vida nos ofrece, buscando la conmiseración de los demás como excusa para no vivir plenamente el presente.

Es frecuente escuchar quejas como esta: “Todo lo que me pasa es culpa de lo que viví en mi infancia”. Nadie dijo que aprender a vivir remontando las malas experiencias del pasado sea tarea fácil. De hecho, no lo es. El apóstol Pablo, en el versículo de hoy, enfatiza que implica esfuerzo denodado, hacien­do en el presente lo que toca, para llegar finalmente a ser lo que el Señor desea que seamos.

No sé cuál es tu experiencia, pero puedo estar casi segura de que, en este mundo lleno de maldad, no siempre has estado en un “lecho de rosas”. El após­tol presenta tres desafíos para vivir una vida con sentido:

 Olvidar lo que queda atrás es usar nuestra inteligencia emocional para echar mano de la ayuda de Dios y desterrar aquellos recuerdos que martillan la mente y se transforman en rencor.

 Esforzarme por alcanzar lo que está adelante es ejercer fuerza de voluntad para ir hacia adelante, en la prosecución de los objetivos.

 Llegar a la meta implica tener ánimo, fe y la disposición para levantarse de las caídas y proseguir hasta el destino final, el reino de Dios.

Hoy es tu “aquí y ahora”. Vívelo con Dios, que es quien te ayuda a dejar atrás tu “allá y entonces”.

11 de marzo
¿Cuántas Biblias hay en tu casa?

“Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien” (2 Tim. 3:16, 17).

La biblia ha sido llamada por muchos “el Libro de los libros”. Es reco­nocida como el libro más vendido del mundo y ha resistido el paso del tiempo. Los que han intentado eliminarla de la faz de la tierra, solo han logrado promoverla. Lo increíble es que, a pesar de su amplia difusión en to­dos los rincones del planeta, son muy pocos los que realmente la leen cada día. Otro hecho curioso al respecto es que algunos están convencidos de que la Biblia es un libro que trae buena suerte y, a pesar de no leerla, le dan un lugar especial en sus casas. También es asombroso que en el hogar de muchos cre­yentes haya más de dos o tres ejemplares de la Biblia pero que pocas veces se leen; sencillamente se deja que acumulen polvo en un rincón de la casa.

Y tú, querida amiga que lees estas líneas, ¿cuántas Biblias tienes en tu casa? Posiblemente cada miembro de tu familia posea un ejemplar, pero esto no es garantía de que lo lean y sigan sus enseñanzas. La Biblia es la Palabra de Dios y debe ser leída con avidez, un poquito aquí y otro poquito allá, como es el consejo, de manera que tengamos una vida terrenal plena y satisfactoria. Y no solo eso, sino que su lectura también nos da a conocer con precisión cuál es nuestro destino final.

La Biblia es el libro que Dios ha dejado para nosotros. No es solo un ma­nual de instrucción para vivir; es también una carta de amor. En cada una de sus páginas encontramos revelaciones maravillosas de un amor abnegado que sobrepasa la comprensión humana.

Las madres y las esposas encontramos en ella el mejor libro de psicología con instrucciones para tener salud mental. Su lectura nos dice también cómo tener salud física en abundancia. Y, sobre todo, nos revela la personalidad de Dios, serena, amorosa y tierna. Su oído nunca se cierra a nuestras necesi­dades y sus ojos no dejan de mirarnos, aunque nosotras no podamos verle.

Antes de comenzar el día, quítale el polvo al libro santo que guardas en tu estantería y toma tiempo para hojear sus páginas. Pide entendimiento para recibir el consejo que tiene para ti hoy.

12 de marzo
Ese día fue la última vez

“Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor”

(Sal. 127:3).

El rincón infantil es para muchos niños un momento especial del culto de adoración. Lo era también para mi nieta; cada vez que escu­chaba la música que anunciaba ese momento, pedía a sus padres que la acompañaran hasta el estrado. Años después, cuando pudo caminar sola, se levantaba de su asiento y corría hacia la plataforma para disfrutar su mo­mento especial. Nunca hubo necesidad de pedirle que lo hiciera. Sin embar­go, un sábado, la rutina de once años llegó abruptamente a su fin. Al escuchar la música, ella decidió no acudir al llamado. Sus padres la miraron sin decir palabra; pero la fecha quedó escrita en la memoria de su padre: 17 de junio de 2017. ¿Qué pasó ese día? ¿Fue algo premeditado o espontáneo? Imposi­ble saberlo; quizá ni ella misma lo sabe.

Es así de simple. Las personas crecemos, cambia nuestro concepto de no­sotros mismos, se renuevan nuestras creencias... Nuestros comportamientos responden a un proceso interno de autoconciencia. A veces decimos que los hi­jos crecen muy rápido, y nos asustamos de sus cambios. En realidad, no es rápido. Lo que sucede es que, embelesadas como estamos en otros asuntos, no nos damos cuenta de lo que pasa frente a nuestros ojos.

Las conductas externas se gestan en el interior. Por lo tanto, es indispensa­ble que vivas intensamente cada momento con tus hijos. Monitorea el ambiente de tu hogar, revisa tu relación con ellos, observa cómo cambia su cuerpo y su comportamiento, y el día que seas testigo de un acto trascendente, no te asus­tes, sino hazlo un motivo para celebrar y recordar toda la vida.

Aquel 17 de junio, mi nieta dio un paso hacia adelante en su desarrollo, y sus padres aceptaron su decisión con respeto; y aunque yo, su “abue”, no le pregunté por qué, estoy segura de que iniciaba en ella el proceso de abando­no de la infancia para adentrarse en el mundo maravilloso de la adolescencia.

Si eres madre, tienes una gran responsabilidad, que es a la vez un privile­gio y un gozo. Los niños cantan, ríen, sueñan; contágiate de su naturaleza, de tal modo que ellos respondan con docilidad a tus requerimientos. Recuerda que la frialdad, la indiferencia, la rudeza y la rigidez son contrarias a la persona­lidad infantil y te pondrán en una posición de lejanía respecto a la cercanía que Dios desea que haya entre ustedes.

 

13 de marzo
¿Carroña o maná?

“Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres” (Mat. 24:28).

Cuando era niña, recuerdo haber caminado un día en compañía de mi padre por el campo donde estaba nuestra casa. Me llamaron la atención unas aves que volaban en círculo incansablemente; fue en­tonces cuando descubrí que existen los buitres, y que les encanta comer car­ne de animales muertos. El diccionario los define como “aves rapaces del orden de los falconiformes que suelen alimentarse especialmente de animales muertos, aunque a falta de estos, son capaces de cazar presas vivas”.

Hablando metafóricamente, “alimentarse de cuerpos muertos” es a veces también una práctica humana. Los chismes, bien sean fundados o infundados, los rumores que creamos, las calumnias y las críticas que hacemos a otras personas son como una carne muerta, una carroña pestilente que disfru­tamos cuando, en realidad, debería repelernos. Voy a decirlo claro: en esas circunstancias, nos convertimos en buitres.

Los chismosos, aunque se defiendan a sí mismos afirmando que son bien in­tencionados, parecen buitres revoloteando alrededor de un cuerpo muerto. Son sutiles, imperceptibles y con una agudeza verbal para trasmitir todo lo que concierne al chisme; por supuesto, agregando detalles inexistentes para ha­cer más emocionante su banquete de carne muerta.

Pensemos… ¿Qué hay detrás de alguien que disfruta del chisme y de la ca­lumnia? Los observadores y estudiosos de la conducta humana afirman que los chismosos son personas con problemas de autoestima, a la que pretenden nutrir hablando mal de los demás. Algunos se jactan con hilari­dad de que tienen el “gusanito” del chisme. En realidad, creo que es más que eso; es la misma serpiente que “engatusó” a Eva en el Edén la que engatusa a las personas a las que les gusta comer de un fruto que debería estar prohi­bido en la mente de toda mujer cristiana.

La Biblia afirma que la lengua es un órgano difícil de manejar, que es como un pequeño fuego que enciende una gran hoguera. Pero más allá del control de la lengua, tenemos que vigilar los pensamientos, deshacernos de nuestra miseria personal, perdonarnos, apreciarnos, recuperar la condición de hijas de Dios y no permanecer siendo esclavas del pecado.

La carne muerta no es alimento para una mujer de Dios. Pon un sello mi­sericordioso a tus relaciones interpersonales alimentándote día a día, minuto a minuto, del maná que viene del Cielo. Entonces estarás nutrida tú y todos los que se topen contigo en el camino.

14 de marzo
¿Sabes que eres mujer?

“¡Muchas mujeres han hecho el bien, pero tú las sobrepasas a todas!” (Prov. 31:29, RVR 95).

Ser mujer hoy no es tan sencillo como antaño, cuando los roles esta­ban definidos, incluso desde antes de nacer. La mujer hoy tiene que encontrar su esencia en un sinfín de corrientes filosóficas; ¿con cuál se identificará? Algunas organizaciones y grupos se han creado para promover una lucha de fuerzas interminable entre lo femenino y lo masculino, pero ser mujer es sencillamente descubrir, aceptar y disfrutar de nuestras cualidades personales. La fuerza de una mujer no se prueba luchando contra los varo­nes; se prueba en el campo de batalla de la vida y desde su propia trinchera.

La fuerza femenina no solo se pone a prueba a la hora de dar a luz; la mu­jer la ejerce al ser tierna y a la vez firme y decidida cuando se trata de poner a salvo a su familia y a ella misma. La fuerza de su autoridad deriva de sus sólidas convicciones; siembra valores con creatividad amorosa; nunca atrope­lla la dignidad del otro; se arrodilla ante Dios con lágrimas y súplica, gime y llo­ra, para levantarse renovada y llena de fortaleza para actuar, dar, proponer, moldear, conducir y salvar.

No malgastes tu vida quejándote de tu posición en ella por el mero hecho de haber nacido mujer. “Sácale el jugo” a tu condición femenina; “recrea” todos los días la perfecta creación que Dios decidió que fueras tú. Muéstrate delante del Señor con honestidad y él reparará los daños que las circunstan­cias puedan haber causado en ti. No malgastes tu fuerza cargando comple­jos, rencores y resentimientos relacionados con el sexo con el que naciste. No alimentes tu vida de miedos innecesarios ni de tristezas ajenas. No dejes que los daños que te han causado otros se transformen en enfermedades incu­rables que se enquisten en tu ánimo para siempre.

Ninguna noche, por larga que fuera, ha sido nunca capaz de impedir la salida del sol. Ámate y ama con todo tu corazón al que te creó. Ríndele ho­nor cumpliendo sus propósitos en tu vida. La derrota no existe con Cristo, y en tus caídas él te levanta con el mismo amor de siempre. Detrás de las lágrimas hay risas; oculto en el dolor hay placer. La tristeza sirve para llevarte a los pies del Señor; la alegría te hace levantar la vista al cielo y alabar. Alaba al Señor por el hecho de que eres mujer.

15 de marzo
Ser madre

“Yo y los hijos que me dio el Señor somos señales milagrosas para Israel, puestas por el Señor todopoderoso que vive en el monte Sion” (Isa. 8:18).

La maternidad es un atributo distintivo de la mujer; algunos estu­dios refieren que aun las mujeres sin hijos ejercen su maternidad de al­guna manera. Y, sin duda, cientos de observaciones confirman este planteamiento. La ternura distintiva de la mujer se pone en acción en múlti­ples actos sencillos de la vida. La mano de una mujer levanta con delicadeza al ave caída del nido, la arropa en su pecho y la hace vivir. Ella puede con­solar el llanto de un niño con una simple caricia envuelta en amor. Su confor­mación física, así como sus cualidades espirituales y emocionales, enriquecen su función maternal.

La maternidad es una vocación sublime con alcances eternos. La mujer maternal recrea la imagen de Dios en la vida de sus hijos. También forma vi­das, aun sin tener hijos. La maternidad conecta a la mujer con Dios, de quien obtiene su fuerza moral, para convertirse así en embajadora del Cielo y maes­tra del bien.

La mujer madre es vocera de Dios; revela lo sagrado de su vocación no solo en su familia, sino también en la gran familia humana que está formada por todos los hombres y mujeres que habitan el planeta Tierra. Ella hace un com­promiso con ella misma. Hace de sus cualidades virtudes, desde donde saca fuerza moral para conducir, enseñar, corregir y aplicar disciplina.

A pesar del tiempo, de los avances tecnológicos, de los descubrimientos científicos, de la nueva moral y de tantos otros cambios propios de la llama­da posmodernidad, la función maternal sigue intacta; sin embargo, el momento actual exige intención personal para ejercerla de acuerdo con los propósitos de Dios.

Querida amiga que eres madre, es necesario que pongas la mira más allá de la realidad presente, y con fe denodada te arrodilles reverente ante la majes­tad del cielo y supliques por todos los hijos: por los pequeños que están en casa, por los jóvenes que intentan escapar de nuestros brazos y por aquellos que volaron del nido y están en la lejanía, mas no alejados de nuestro corazón.

Es hora de orar y de abrazar a los huérfanos que, por circunstancias de la vida, han sido arrancados del regazo materno. El tiempo de responder ante Dios por ellos está a la puerta.

16 de marzo
Ser esposa

“Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor” (Efe. 5:22).

En audiencias conformadas por esposos y esposas, he observado con curiosidad y asombro una sonrisa de beneplácito en los varones y un ceño un tanto adusto en las damas cuando leo literalmente lo que dice la Biblia acerca de la postura de la esposa frente al esposo: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efe. 5:22, RVR 95). Me imagi­no que esto es consecuencia de la comprensión equivocada que algunos tie­nen acerca de la sumisión de la esposa de la que Dios habla en su Palabra.

Si entendemos que la sumisión pone a la esposa en una situación de so­metimiento e inferioridad, donde su voluntad está sujeta a la voluntad del es­poso y no tiene libertad de decisión, es lógico pensar que las damas se sientan incómodas con tal concepto. Es en este punto donde debiéramos pregun­tarnos: ¿Debe la esposa cristiana estar sujeta a su marido? ¿Es un mandato que sigue vigente para las esposas de hoy? ¿Y qué significa estar sujeta a él? Recordemos que la Palabra de Dios es eterna, inamovible a pesar del tiempo. La sumisión bíblica pone a las esposas en una posición de privilegio; las sitúa bajo la protección y el cuidado de un hombre que las respeta y las ama en la prosperidad y en la adversidad. La mujer sujeta a su esposo no se convierte en su propiedad, no se queda sin voluntad ni sin capacidad de tomar deci­siones por sí misma.

Sujeción no es servilismo; es reconocer el rol que el esposo tiene en el hogar. Dios no es honrado cuando las esposas usurpan el liderazgo del es­poso, anulando su personalidad y menospreciando lo que hace por ella y por la familia. He visto a mujeres agobiadas y cansadas, entre ellas yo misma, en el intento por tener el control total y absoluto de la familia, incluyendo al es­poso. La naturaleza masculina fuerte, decidida y concreta es necesaria para disciplinar y educar a los hijos, para sostener a la familia y para proteger a la esposa.

Bajo el liderazgo de un esposo que se sujeta a Dios, las esposas están se­guras y protegidas, tratadas como vaso frágil y en condición de servir a la fa­milia con gozo y gratitud. Quizá hoy sea un día para que mires a tu esposo con admiración por lo que hace por la familia y para que demuestres tu agradeci­miento con unas cuantas palabras de aprecio y elogio.

17 de marzo
Ser novia

“Mientras tanto, Isaac había vuelto del pozo. [...] Había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde. [...] Rebeca también alzó sus ojos [y] vio a Isaac. [...] Tomó ella entonces el velo y se cubrió. [...] Luego Isaac la trajo a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer y la amó” (Gen. 24:62-67, RVR 95).

El noviazgo es una de las etapas más emocionantes en la vida de una mujer. Es ese tiempo cuando el amor entre un hombre y una mu­jer se consolida y se empieza a visualizar el matrimonio con esa “per­sona especial” que ha llenado tus expectativas. Sin embargo, muchas veces las ilusiones, los sueños, los anhelos y los proyectos se estrellan contra la triste realidad de una ruptura. Cuando esto ocurre, el espíritu queda quebran­tado y el cuerpo, herido.

El noviazgo está en los planes de Dios como “antesala del matrimonio”. Y recibe la bendición divina cuando se experimenta con la persona adecuada y por el tiempo prudencial. Muchas jóvenes tienen la fantasía de que coleccio­nar novios las hará más populares; otras sienten que tener novio es algo así como un “deporte” que hay que comenzar a practicar temprano en la vida para estar en la “onda juvenil”, que hoy por hoy promueve los excesos como la máxima de la vida. La señorita que sigue el consejo de sus padres y de su Padre celestial vivirá el noviazgo de manera plena, sin culpa y sin miedo. El día de la boda será el principio de un amor comprometido y seguro, donde en una entrega absoluta podrán gozar de los placeres legítimos que Dios ha prepa­rado para ambos.

Cuando llegue el momento de que tengas una relación de noviazgo, pídele a Dios que te ayude a hacer la elección correcta; busca a un joven que mo­dele en su vida un carácter noble, tanto en público como en privado. Te aseguro que su forma de ser en el noviazgo será más evidente cuando estén casados; tú no podrás cambiar nada en él. Tampoco te dejes llevar solo por la apariencia física, que aunque es importante no es determinante. La popularidad de un chico no es garantía de que sea idóneo para casarse.

El noviazgo debe culminar en una coronación de amor y no en un calvario de culpa, llanto, abandono y martirio. Cerciórate de que el corazón de tu no­vio le pertenezca a Cristo antes que a ti. Si no ama ni respeta a Dios, tampoco te amará ni respetará a ti.