Pinceladas del amor divino

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28 de febrero
¿El que se enoja pierde?

“Si se enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al diablo” (Efe. 4:26, 27).

Se nos ha enseñado que el enojo es una emoción que debemos evi­tar a toda costa. Algunos aseguran que es un atentado a nuestra salud, pues quien se enoja somete a sus órganos internos a una agresión por la que paga un precio muy alto. Entonces ¿qué hacer con esta emoción? ¿Hay que inhibirla a toda costa? ¿Es posible hacerlo? Más aún, ¿es pecado enojarse?

En primera instancia, pensemos que el enojo es una emoción, igual que la alegría o la tristeza. Es una reacción fisiológica y tiene componentes cogniti­vos que identifican la emoción; es decir, es la respuesta a una experiencia que da sentido a lo que estamos sintiendo. Algunos expertos en psicología de las emociones afirman que el enojo, como todas las demás emociones, tiene una parte funcional y otra disfuncional.

La parte disfuncional del enojo se refleja cuando la energía que lo precede hace que se convierta en rabia, ira y cólera incontenida. En este caso, el enojo no solo daña al que lo siente, sino también a los que reciben dicha energía que desborda violencia y que se traduce en golpes, palabras o gestos ofensivos.

Tal vez te estés preguntando cuál puede ser la parte funcional del enojo. Efesios4:26 quizá tenga la respuesta: “Si se enojan, no pequen, y procuren que el enojo no les dure todo el día”. Creo que de este texto bíblico se desprende que el enojo es válido cuando es necesario para poner límites, si alguien está invadiendo o atropellando nuestra dignidad.

Los abusos, la violencia, los golpes y las groserías no deben ser permitidos. El enojo “bueno” se traduce en fortaleza, firmeza o disgusto frente a alguien o algo que representa un atentado a nuestro derecho. En este caso, lo que produce enojo no está contaminado con ira ciega, rabia incontenida o descontrol.

Si no quieres perder a la hora de enojarte, no reacciones frente a tu ego he­rido; cuida tus palabras, no busques culpables, espera el lugar y el momento apropiados para manifestar tu disgusto, y pide fortaleza a Dios en oración. No busques pleitos; solo busca sanidad para ti y para tu ofensor. Que el Señor te ayude en la gestión de esta emoción humana básica, que todos sentimos.

1° de marzo
Cuando el duelo toca tu corazón

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal. 23:4, RVR 95).

Tenían el dolor a flor de piel, la mirada triste y larga, y un gesto de profundo sufrimiento en los labios. Hacía unos días habían perdido a uno de sus hijos de forma violenta e inesperada. La madre luchaba con una tristeza tan intensa que, a veces, le parecía una agonía; el padre, querien­do ser fuerte, buscaba lugares solitarios para llorar hasta no poder más. La muerte es, sin duda, el mayor dolor que experimentamos en esta tierra, y más aún cuando se trata de la muerte de un hijo. Ese tipo de dolor parece no tener fin; las noches se hacen interminables, y los recuerdos que deja quien ya no está nos invaden constantemente, generando un gran vacío.

Nuestra estancia en este planeta nos ha alejado de Dios, acercándonos al dolor; sin embargo, debemos estar seguras de que Dios “nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado a nosotros” (2 Cor. 1:4). He ahí una de las pocas cosas buenas del dolor.

Viktor Frankl asegura que el sufrimiento sin sentido aniquila y produce desesperanza; mientras que, por el contrario, el sufrimiento con sentido nos hace crecer. Dios permite que pasemos por el túnel del dolor porque, a través de la prueba, salimos refinadas como el oro pasado por el fuego. ¿Estás ahora mismo en el fuego de la prueba? ¿Lloras por una pérdida? ¿Una enfermedad amenaza tu vida? ¿Has perdido a un hijo? ¿Tu matrimonio está en crisis? No estás sola; Dios está contigo, aunque no sientas su presencia. No pretendo de­cirte que no sufras; solo intento que comprendamos juntas que, al final del duelo, hay algo nuevo que valdrá la pena.

 No fuerces al dolor para que se vaya. Déjalo fluir; se irá lentamente. El dolor de una pérdida es muy personal; sigue tu propio ritmo.

 La aceptación vendrá; solo pide a Dios fortaleza para esperar su llegada.

 Apóyate en una red de personas cercanas a ti.

Las pérdidas parecen ser nuestras compañeras de vida; sin embargo, es alen­tador pensar que no seremos probadas más de lo que podemos soportar. Esta es una promesa de Dios. Que hoy, tu oración sea: “Querido Dios, el dolor que siento es irresistible. Dame fortaleza para soportar y confiar en tu amor y misericordia”.

2 de marzo
Tu identidad como mujer

“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas” (Prov. 31:10, RVR 95).

Hoy, muchas mujeres buscan su identidad en los modelos que el mundo ofrece; pero muchos de esos modelos desvirtúan por com­pleto el ideal que Dios tiene para la mujer, manifestado en Proverbios 31. Como protagonistas que somos en el quehacer social, familiar, económi­co y cultural de nuestros entornos, encontramos cada día oportunidades y retos que debemos aprender a poner en armonía.

Dios, que es el dador de todo bien, nos ha hecho poseedoras de habilida­des y aptitudes para hacer frente a las exigencias del momento. La mujer que busca su identidad en Cristo debe hacer las obras que él hizo. El ministerio terrenal de Jesús estuvo lleno de obras de bondad y misericordia; su corazón se enternecía frente al sufriente, amaba a los niños, respetaba a las mujeres y era recto y santo delante de los varones. Nosotras, sus hijas, hemos de ser por­tadoras de esas mismas virtudes.

Dios nos ha llamado a consolar a los que sufren, a mitigar el dolor de los en­fermos y a saciar al hambriento. Para esto, las mujeres cristianas debemos ir al rescate de lo “femenino”. Las mujeres “rudas” abundan; hacen gala de su desprecio hacia la femineidad y hacia todo lo que esta implica. Por creación es­tamos hechas con la capacidad de nutrir, de dar intimidad y de ofrecer ternura, comprensión y sensibilidad.

Estoy convencida de que la femineidad no es un concepto cultural, como muchos aseguran; otros más osados afirman que la mujer sufre una terrible presión social por el patrón cultural que se le ha asignado, que la obliga a ser delicada, frágil y tierna. En realidad, creo firmemente que las cualidades fe­meninas fueron otorgadas por nuestro Creador, y que no genera sufrimiento el hecho de ser mujer. Las características propias de mujer nos han sido otorgadas por Dios, con vista a que se cumplan sus planes en nosotras.

Siéntete agradecida de ser mujer; la vida moderna exige cambios y debes hacerlos, pero sin renunciar a tu naturaleza. Desde tu esencia y de acuerdo a la voluntad de Dios, toma de la modernidad lo que te sirve para ser mejor en todos los ámbitos de tu desarrollo; esto es, espiritual, física y emocionalmente. Pero vive de modo que las mujeres que te observan se sientan inspiradas a ser personas de bien, y los varones tengan un concepto positivo de las mujeres gracias, en parte, a ti.

3 de marzo
¿Quién soy?

“Es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano” (Efe. 2:10).

El primer documento oficial que recibimos al nacer es el certifi­cado o acta de nacimiento; este papel nos dice que existimos, cómo nos llamamos, quiénes son nuestros padres y cuál es nuestro sexo. En otras palabras: nos da identidad.

Alrededor de los nueve meses de vida, quizá por primera vez, tenemos un encuentro con nuestro “yo”, cuando nos vemos frente a un espejo. A medida que crecemos, vamos reafirmando esa identidad a través de lo que vivimos co­tidianamente en el entorno donde nos movemos. Saber quiénes somos genera bienestar y nos da la seguridad que necesitamos para ser nosotras mismas en nuestra cotidianidad. Desgraciadamente, muchos hombres y mujeres, especial­mente los más jóvenes, no tienen claro quiénes son y viven como veleros, de allá para acá, buscando su “yo” en la identidad de otros. Muchas señoritas quieren ser y vivir imitando a las artistas de moda o a las modelos de las revis­tas. Usan ropas estrafalarias sin preguntarse si les sientan bien; lo único que les importa es estar a la moda y ser el centro de atención. Asumen actitudes desfachatadas queriendo parecer actualizadas y de mente abierta.

Si eres joven, sé que enfrentas día a día la presión del grupo; las llamadas nuevas “culturas” intentan arrastrarte hacia comportamientos que, sin que te des cuenta, roban tu identidad, hasta que te sientes perdida en un mar de voces que te llaman hacia una vida regida por el libertinaje. Por favor, no ol­vides que tu identidad fue definida en el Cielo, cuando Dios te creó. Es nece­sario que cada día te conectes con tu origen. Al hacerlo, no solo reafirmarás quién eres, sino que también sabrás a ciencia cierta a dónde vas.

La ruta de vida de una señorita cristiana no es aburrida y sin emoción, como muchos te quieren hacer creer. Jesús entiende la alegría y el entusiasmo ju­veniles, y no solo los entiende, sino que los incentiva; él se alegra, ríe, canta y juega contigo. Se emociona y sueña con tus sueños porque él fue como tú, un joven que compartía socialmente con otros, sin olvidar quién era y cuál era su misión. Hoy te toca a ti hacerlo; sé una fuente de gozo para los demás. Vive tu energía juvenil para atraer a tantas chicas sin identidad, perdidas y confundidas en un mar de ideas que nacen hoy y mueren mañana.

 

4 de marzo
Quien la hace, la paga

“Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia. Anda según los caminos de tu corazón y la vista de tus ojos, pero recuerda que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Ecl. 11:9, RVR 95).

Seguramente has escuchado el refrán “quien la hace, la paga”. Quiere decir que, quien hace mal, por eso de la ley de causa y efecto, acabará pagando las consecuencias de sus malas decisiones. Sin embar­go, esta vez te invito a mirar la otra cara de este dicho popular; es decir, quien hace el bien acabará, también, recibiendo las bendiciones de haberlo hecho.

Hoy quiero compartir esta reflexión especialmente con las jovencitas. Ustedes deben saber que las decisiones que tomen hoy determinarán las re­compensas que recibirán en el futuro, y me refiero especialmente a ustedes por estar en una de las etapas de la vida donde se deciden asuntos cruciales, que determinan en gran medida cómo vivirán las etapas subsiguientes.

Buenas decisiones hoy, buenas recompensas en el futuro. Así de simple, así de sencillo. En la Biblia leemos: “Si el árbol cae hacia el sur, o hacia el nor­te, en el lugar donde el árbol caiga, allí quedará” (Ecl. 11:3, RVR 95). Esta decla­ración divina es demasiado clara para ser ignorada. El Señor desea verte crecer como un árbol frondoso, con una cosecha abundante de buenos frutos. No quiere verte derribada en tierra por los vientos que traen ideas, filosofías y modas ajenas contrarias a los planes que Dios tiene para ti.

Te puedo asegurar, por la autoridad que me dan los años vividos, que si decides hoy a favor de Dios y de su Palabra, tendrás una vida plena, quizá con fracasos, pero nunca con derrotas. No desestimes sus consejos, especial­mente, cuando alguien te susurre al oído que lo que Dios dice está caducado en una sociedad que se considera “iluminada” y sin necesidad de él. Dios dice: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas” (Col. 2:8, RVR 95). Pues eso: que nadie te engañe.

Para la toma de decisiones correctas, Dios te otorgó tres virtudes: inteligen­cia, libertad y voluntad. Aprópiate de ellas y serás más que vencedora; te coronarán de gloria ante Dios y ante los hombres.

La juventud es una etapa de plenitud. Aprovecha esa fortaleza física, ese tiempo para realizar proyectos, y esa capacidad intelectual, para emprender todo aquello a lo que Dios te llama.

5 de marzo
Hablemos de la inteligencia

“Pide con todas tus fuerzas inteligencia y buen juicio” (Prov. 2:3).

La palabra “inteligencia” viene de dos raíces latinas: intusque sig­nifica “entre”, y legereque quiere decir “escoger”. De modo que, etimo­lógicamente, el que es inteligente “sabe escoger”, entre varias alternativas, la más conveniente para resolver un problema o tomar una decisión; es de­cir, elige la mejor opción entre varias posibilidades.

Cuando Dios nos creó, nos dotó de inteligencia; es un don que, si lo de­sarrollamos, nos llevará por la vida asertivamente. Por lo tanto, la inteligen­cia no es exclusiva de un grupo determinado. La creencia de que los varones son más inteligentes que las mujeres, lamentablemente popular y aceptada por muchos, es absurda; no la creas, de lo contrario te menoscabarás a ti misma proclamando a los cuatro vientos que “no puedes” ante ciertos desafíos in­telectuales.

De existir alguna diferencia entre la inteligencia del hombre y la de la mujer, tendría que ver con el tipo de inteligencia que tenemos, no con el hecho de te­nerla o no. Investigaciones científicas sugieren que, en los varones, predomi­na la inteligencia racional, mientras que, en las mujeres, la emocional. En otras palabras: ambos somos inteligentes, cada uno a su manera.

Saber escoger, decidir y resolver es la expresión máxima de inteligencia; para ello, necesitas desarrollar tus facultades emocionales, intelectuales y espiri­tuales. En la Palabra de Dios, el discernimiento es sinónimo de inteligencia.

Cuando yo era niña, muchas veces vi a mi padre usar un cernidor, que es una herramienta artesanal para separar la paja del grano de trigo. La paja se la llevaba el viento, mientras que el grano limpio iba al granero, para des­pués convertirse en nuestro preciado alimento.

¿Quieres ser inteligente, en el verdadero sentido de la palabra? Capacítate con la lectura de la Biblia. De ahí derivará tu capacidad de discernir entre el bien y el mal, entre lo puro y lo impuro, entre lo santo y lo profano. La inteli­gencia se ejercita cuando desarrollas conciencia propia, que es la capacidad de “darte cuenta” y analizar todo lo que recibes del exterior, para quedarte con lo que está en armonía con los valores del Evangelio.

Hoy, antes de iniciar tus actividades, pide al Señor inteligencia para tomar decisiones que lo honren y edifiquen tu vida para el Cielo. El Espíritu Santo dice: “No olvides mis enseñanzas, hijo mío; guarda en tu memoria mis manda­mientos, y tendrás una vida larga y llena de felicidad” (Prov. 3:1, 2).

6 de marzo
Mujer, eres libre

“Y a mí, que estoy pobre y afligido, Dios mío, ¡ven pronto a ayudarme! Tú eres quien me ayuda y me liberta; ¡no te tardes, Señor!” (Sal. 70:5).

Mujer, ¡eres libre!, es el título de un hermoso libro escrito por T. D. Jakes. En él se hace referencia a la guerra que nosotras sostenemos contra Satanás para librarnos de las cadenas del pecado. Dios es liber­tad y nos creó libres. Nuestro Dios pudo enderezar la espalda de una mujer que estaba destinada a vivir mirando al suelo; “las primeras palabras de Jesús para esta mujer no fueron una recomendación para que hiciera terapia, sino que impartió una orden: ‘Mujer, eres libre de tu enfermedad’ (Luc. 13:12, 13). Puso las manos sobre ella, y ella se enderezó al momento y glorifi­caba a Dios” (p. 13).

Aún recuerdo cuando la vi entrar por el pasillo de la iglesia, mientras yo daba un mensaje a las damas. Se sentó nerviosa en los primeros asientos y se dispuso a escuchar. Sus ojos estaban rojos, su cabeza sin cabello, su ropa de­saliñada y sucia. Sin embargo, fue nuestra “visita estrella”, pues no faltó a ninguna de las reuniones. Una de las tardes, bajo un árbol, escuché su historia. Víctima de abuso sexual, había abandonado su casa siendo apenas una niña, para vagabundear con personas que la introdujeron al mundo del alcohol, las drogas y la promiscuidad. Me fui de aquel lugar dejando un compromiso en las hermanas de la iglesia para que cuidaran de ella.

Varios años después, fui yo quien se sentó en los primeros asientos para escuchar la bienvenida que en ese momento daba la directora de la Escuela Sabática. Escuché su voz, miré sus ojos y recuperé una imagen casi perdida en el recuerdo. ¡Era ella! Ahora era una mujer libre. Dios rompió sus cadenas; le dio una nueva imagen y una nueva visión de sí misma. Dejó de ser esclava para vivir como hija de Dios.

Mujer, Dios te hizo libre; tus traumas, desilusiones y fracasos quizá te pa­ralizan y te hacen repetir: “No soy nadie, Dios se ha olvidado de mí”. Levan­ta tus manos al cielo, clama gracia divina y tus cadenas caerán ante tus ojos y ante los que te observan. Ten ánimo, eres hija de Dios y no esclava de Satanás. Enderézate y exclama: “El poder del Señor alcanzó la victoria! ¡No moriré, sino que he de vivir para contar lo que el Señor ha hecho!” (Sal. 118:16, 17).

7 de marzo
La fuerza de voluntad: el principio del éxito

“Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de buen juicio” (2 Tim. 1:7).

La fuerza de voluntad es el impulso que nos mueve hacia un ob­jetivo. Quien la desarrolla, persevera, se esfuerza, invierte tiempo y de­dicación en la prosecución de sus metas; y las alcanza.

La nadadora mexicana Mariel Hawley cruzó el canal de la Mancha en las condiciones más adversas. La competencia requería que los participantes na­daran con un traje de baño convencional, desafiando las bajas temperaturas, los fuertes vientos y la marea. Hizo el recorrido de 33 kilómetros con un prome­dio de 67 brazadas por minuto. Esta increíble hazaña fue con un objetivo: recaudar fondos para que niños mexicanos con labio y paladar hendido tu­vieran acceso a una cirugía. Indudablemente, necesitó sobreponerse al cansan­cio, al frío, a la deshidratación y, por momentos, al desánimo.

En una sociedad donde muchos buscan hacer las cosas fáciles y rápidas, la fuerza de voluntad parece una virtud perdida y poco apreciada. Muchos inician un proyecto y, al poco tiempo, lo abandonan, arguyendo que las condiciones no se dieron. ¿Sabes qué? Cuando las condiciones no se dan, hay que crearlas. Así lo hizo Josué cuando fue llamado por Dios para llevar a su pueblo a la Canaán terrenal; fue la fuerza de voluntad lo que impulsó a Ester a presentar­se ante el rey Asuero, bajo el lema: “Y si me matan, que me maten” (Est. 4:16); el joven pastor de Israel, David, se sentó en el trono después de pasar un sin­fín de penurias. Fueron todos ellos jóvenes exitosos, que supieron reconocer que Dios era la fuente de su fortaleza y su voluntad.

Es tiempo de matar a los gigantes que obstruyen tu camino al éxito. Dios te hizo para cosas grandes, que lograrás con trabajo y en el nombre de Jesu­cristo. La pereza y el miedo a las dificultades son lastres que detienen tu as­censo a la “galería” de heroínas de la fe. Las palabras dichas a Josué son también para ti: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas” (Jos. 1:9, RVR 95).

Estudiar una carrera, emprender un negocio, desarrollar un talento, es po­sible para aquellas que, con voluntad fortalecida en el nombre de Cristo, van hacia adelante y no se quedan varadas en la indecisión.

8 de marzo
No te quedes en el problema; busca soluciones

“Llámame y te responderé, y te anunciaré cosas grandes y misteriosas que tú ignoras” (Jer. 33:3).

Mientras realizaba un recorrido por un mercado de artesanías mexicanas, me sorprendí al ver muchas prendas femeninas de ro­pa y accesorios, como zapatos, bolsos, carteras y blusas, adornadas con imágenes de Frida Kahlo. Debo reconocer que compré uno que otro de esos objetos, pues mostraban gran colorido y belleza. Muchas otras per­sonas también los adquirieron; supongo que lo hicieron más por lo hermoso de los diseños que por rendir homenaje a esta mujer, de la que muchos sa­bemos muy poco. Quizá lo que más conocemos acerca de ella es que fue una pintora mexicana de renombre. La mayoría de sus obras fueron autorre­tratos pintados con intensos colores; sin embargo, también con reflejos de tristeza y dolor.

La tristeza y el dolor de Frida Kahlo posiblemente emanaban de los desa­ciertos a los que la vida la arrastró. Muy pequeña, con apenas seis años de edad, contrajo una poliomielitis que le dejó secuelas permanentes en una de sus piernas, que siempre cubría con amplias faldas largas. Aunque recuperó su ca­pacidad de caminar, su vida estuvo marcada por el dolor extremo y el pro­fundo sufrimiento. Aun con todo, Frida Kahlo encontró una manera de trascender. Realmente no se quedó paralizada en su pésima situación de salud, sino que encontró en la pintura una forma de expresarse y de ir más allá de su dolor e infortunio personales. Qué lección de vida tan impresionante para nosotras.

Llorar, quejarnos y buscar culpables es lo que muchas hacemos frente a los problemas que tenemos, quedándonos emocionalmente estancadas en lo que llamamos “mala suerte”. Pero la “mala suerte” no es una excusa válida para una hija de Dios. Las circunstancias adversas no pueden detener el plan magní­fico que Dios tiene para ti, a menos que retardes su cumplimiento quedán­dote en la pasividad del desánimo y la autocompasión.

Querida amiga, si te encuentras ahora mismo atravesando un grave proble­ma de salud física o mental, una crisis financiera, o una mala relación, no te quedes estancada en ese estado de cosas. Avanza. Muévete y busca una de las tantas soluciones que Dios tiene para tu situación. Reclama sus promesas en oración, con la convicción plena de que él las cumplirá en ti. No te quedes en el problema; quédate con el Dios ante el que no existe problema demasiado grande.