Pinceladas del amor divino

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23 de enero
¿Quieres ser libre? Ámate

“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Rom. 12:3, RVR 95).

Algunos piensan que amarse a uno mismo es de egoístas; otros aseguran que el amor a los demás es una extensión del amor que ten­gamos por nosotros mismos. Yo opto por citar a Jesús: “Ama a tu pró­jimo como a ti mismo” (Mat. 22:39). Puedo entender que el parámetro de comparación tiene que ver con el concepto que tengo de mí misma; es decir, podré amar a los demás cuando tenga aprecio y amor por mí.

Lo que falta definir con precisión es qué significa el amor propio, y cómo se sustenta y se manifiesta en la vida de las hijas de Dios. Quien desprecia algún aspecto de su vida será incapaz de apreciar y aceptar a los demás en su to­talidad.

El amor a una misma implica un reconocimiento de las cualidades perso­nales, de las fortalezas y debilidades, y una aceptación humilde de la disciplina de Dios y del consejo del otro hasta alcanzar la madurez. Recordemos que nuestro valor fue estimado en la cruz del Calvario. Si Dios te amó tanto, tú de­bes amarte también; lo contrario sería ingratitud.

Muchas mujeres desearían haber nacido hombres. Muchas se desgastan in­tentando parecerse a otras, o tratando de cambiar lo que son. Todo esto es in fructuoso y conduce a la insatisfacción personal. Nadie es más ni menos im­portante ante nuestro Creador. Amiga, si has caído en la trampa de la auto­compasión, sal a la luz de Dios y toma la senda de la renovación personal. Trabaja contigo y para ti, con la ayuda de Dios. Toma en cuenta que:

 Las diferencias nos hacen únicas y especiales.

 Apreciar lo que eres te dará estabilidad emocional, y desarrollarás mejores relaciones con los demás.

 Concéntrate más en tus aciertos que en tus errores.

 Siéntete cómoda con lo que eres y con lo que tienes.

 No busques siempre la aprobación de los demás; busca la aprobación de Dios.

 No eres perfecta, pero hay mucho en ti que es un tesoro; descúbrelo. Tener una opinión pobre de ti no es modestia, es autodestrucción. Tener una adecuada apreciación de lo que eres no es egoísta, es algo que necesitas para amar a los demás.

24 de enero
No necesitas parecerte a nadie

“No me avergüenzo de ello, porque yo sé en quién he puesto mi confianza; y estoy seguro de que él tiene poder para guardar hasta aquel día lo que me ha encomendado” (2 Tim. 1:12).

La búsqueda de la originalidad es el desafío de muchas; ser original es tener ideas diferentes, hacer las cosas y expresarse de manera distinta. Sin embargo, lo que hacemos a veces desmiente lo que buscamos. Basta pararse en cualquier paso peatonal para darse cuenta de que la mayo­ría de las personas vestimos muy similar. La originalidad se acaba cuando una moda se impone. El problema surge cuando renunciamos a nuestros valores y creencias para conseguir aprobación.

La fuerza más poderosa a vencer para los que quieren ser originales es la presión social. Es una fuerza que arrastra a asumir ideas y modos de ser, pa­sando por encima de la originalidad que buscamos. Es inevitable que el grupo de amigos ejerza influencia en lo que somos y se convierta en un factor deter­minante en nuestra forma de ser y pensar, aun sin que lo percibamos. Todos te­nemos necesidad de aceptación, y de ser estimados y tomados en cuenta. Cuando esta necesidad no es satisfecha, podemos caer en la negación de lo que realmen­te somos, poniendo en peligro la dignidad y el libre albedrío, dos derechos dados a toda criatura por creación.

Posiblemente pienses: “La vida, las circunstancias, las costumbres, los mo­dos de hacer las cosas cambian”; sin embargo, la Biblia dice: “La hierba se seca y la flor se marchita, pero la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isa. 40:8). Los dichos de Dios son eternos y tienen como única razón de ser preservarte para la eternidad. Los “no” de Dios no son arbitrarios, mucho menos punitivos; son la salvaguarda de la vida humana. Sin ellos, estaríamos a la deriva.

Caminar por la vida con un “así dice Jehová” te pone a salvo, te brinda la seguridad de ir por el rumbo correcto. Puedes adaptar tu peinado y tu vesti­do a la moda, pero sin tirar por la borda lo bueno y lo santo que Dios puso en ti. Antes de aceptar propuestas ajenas, revisa tus creencias, confía en ti mis­ma y en Dios, y sé capaz de rechazar los intentos de los demás para que hagas lo que consideras incorrecto. No desoigas la voz del Espíritu Santo, que siem­pre te advierte cuando estás en zona de peligro.

25 de enero
Tus sueños pueden ser los sueños de Dios

“Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza” (Jer. 29:11).

Son muchas las que piensan que las condiciones limitantes de la vida son obstáculos infranqueables. Consideran que nacieron con todo en contra y lo que les toca es resignarse. Se acostumbran a vivir en la zona de confort de su desgracia, desconociendo que Dios las creó con capacidades infinitas para darle la vuelta a ciertas adversidades. El derrotismo acumulado debilita el sentido de autorrealización; impide el crecimiento y el desarrollo personal; no nos permite vernos como “hijas de Dios”, con la posibilidad constante de crecimiento.

Ella se veía débil. La vi por primera vez detrás de una máquina de hacer jugos de fruta que ofrecía a sus clientes. Pensé que allí se quedaría el resto de su vida; sin embargo, conocer su conmovedora historia me dejó asombrada. Había nacido en un pueblo del sur de México, en una zona indígena donde las oportunidades de progreso son casi nulas. Su tarea diaria era preparar la co­mida para los miembros de su familia, sin dejar de asistir a la única escuela de nivel medio en su entorno. Cuando finalizó sus estudios, decidió dejar su casa, a sus conocidos, y viajó a la ciudad para trabajar preparando jugos de fruta con su limitado conocimiento del español. Su anhelo de seguir estudiando cre­cía y, mientras exprimía frutas, también “exprimía” su cerebro pensando cómo hacer realidad su sueño. Cada mañana, ofrecía jugos a los estudiantes de la escuela de gastronomía ubicada frente a su puesto de trabajo. Se preguntaba si su deseo de ser uno de ellos era absurdo. Con el tiempo, tuvo la osadía de pedir a su empleadora tiempo para ir a la escuela; con los grados académicos que tenía podía aspirar a estudiar para llegar a ser chef.

Esta historia de esfuerzo tuvo un final feliz, y me convencí de que, cuando los sueños son los correctos, Dios también los hace suyos y los empuja hasta su cumplimiento. Solo necesitas creer en ti y en Dios, en tus talentos y en los dones especiales que posees por creación. Tus peores desafíos serán vencer la pereza, el desgano, la indiferencia y la desidia, en medio de una sociedad que busca lo fácil y lo rápido.

Arrodíllate y cuéntale tus sueños a Dios. No desistas; confía y muévete ha­cia tus objetivos. El éxito está sembrado de rosas; Dios se encargará de quitar­les las espinas.

26 de enero
¿Cómo pretendes volar si no tienes alas?

“Los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse” (Isa. 40:31).

Las alas de las aves están constituidas de una manera maravillo­sa; poseen un sistema esquelético y muscular tan ligero, que hace po­sible el vuelo. Sin embargo, hay algunas aves que, aun teniendo alas, no pueden volar, porque estas son reducidas en tamaño o muy pesadas.

A veces, nos referimos a personas diciendo que han volado muy alto, cuan­do han alcanzado sus ideales, sus sueños y sus proyectos. Tal vez lo decimos ha­ciendo alusión al vuelo de las aves, que pueden volar largas distancias y a gran altura. Esta atinada figura de pensamiento bien puede ser aplicada a nosotras. No tenemos alas, pero podemos volar cuando hacemos po­sible lo imposible, cuando dejamos las quimeras para trabajar en nuestra vida para alcanzar los propósitos de Dios para sus hijas.

Los expertos en estudios de la naturaleza humana aseguran que una perso­na alcanza las alturas cuando llega a la autorrealización personal, que se define como un estado de plenitud y bienestar que no se consigue por lo que nos ofrece el entorno; más bien, es un proceso interno de autovaloración.

Cuando despertamos a la realidad de lo que somos y nos empoderamos a través de los dones que Dios nos ha dado, podemos volar muy alto, aun sin tener alas. Las alturas se alcanzan cuando dejamos de cargar nuestros complejos, nuestras culpas, nuestras desilusiones y nuestros desencantos, y nos atrevemos a salir del rincón oscuro y paralizante de la conmiseración personal, los infortunios y los desaciertos.

Amiga, ser mujer no es necesariamente lo que te han enseñado ni lo que has vivido hasta ahora. Despierta a la realidad de lo que eres; sencillamente eres parte de la expresión del amor de Dios. Recuerda que los obstáculos son una fuente de aprendizaje, y que a través de ellos puedes lograr fortaleza, valor y esperanza, en ti, en Dios y en los demás.

Desarrolla una mirada “bifocal”: mira al cielo para que seas consciente de la presencia de Dios en tu vida, y baja los ojos a tu realidad presente para que descubras las posibilidades y los recursos que tienes disponibles. “Fije­mos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona” (Heb. 12:2).

 

27 de enero
¿Conversaciones chatarra?

“Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mat. 12:37, RVR 95).

Es muy común oír que las mujeres hablamos más que los hombres; sin embargo, para no dejarme llevar por lo que se dice, me puse a inves­tigar al respecto, y lo que descubrí me resultó sumamente interesante.

Según una investigación de la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, “las mujeres hablan más que los hombres. Esto se debe a una pro­teína que produce nuestro cerebro. Debido a esto, las mujeres pronuncian unas veinte mil palabras al día, mientras que los varones no más de siete mil”.

A modo de broma, se me ocurre pensar: si hablamos más por causa de una proteína, ¿por qué algunas de nuestras conversaciones son chatarra? Como los chismes, las quejas, la crítica injustificada, los chistes vulgares, las menti­ras, los rumores, las conversaciones ociosas y vanas que se hacen intermina­bles y no traen ningún provecho ni al que las dice ni al que las oye…

Las mujeres nos hemos hecho acreedoras del calificativo “dicharache­ras”, porque hablamos y hablamos y seguimos hablando. Alguien dijo que las mujeres, cuando hablan, usan una autopista de ocho carriles para expre­sar y procesar sus emociones, mientras que los varones solo tienen un pequeño camino rural. Si esto es así, tenemos una gran responsabilidad con respecto a la forma en que hablamos. Es evidente que todo lo que decimos muestra lo que somos, y lo que somos afectará a lo que hacemos. En la Biblia leemos: “La lengua es un fuego. Es un mundo de maldad puesto en nuestro cuerpo, que contamina a toda la persona” (Sant. 3:6).

Las conversaciones “chatarra” erosionan la reputación de la persona de la que se habla, pero también la de quien las tiene. Los rumores que corren de boca en boca destruyen vidas. Las palabras dichas con sarcasmo atrope­llan la dignidad personal. Y ni qué decir de las palabras vulgares que no solo violentan el idioma en sí, sino que también ofenden a Dios y nos denigran en nuestra condición de seres creados a su imagen.

Este día no cuentes tus palabras; preocúpate por cuidar el efecto que cau­san y pídele a Dios que las santifique. Toma en cuenta que:

 Lo que dices puede ser bueno para ti, pero malo para otros.

 Hacer chistes a costa de la dignidad de otros es inmoral.

 La queja constante corroe tu capacidad de ser feliz.

 La palabra dicha como conviene es un bálsamo para las almas.

 Darás cuenta ante Dios por tus palabras.

28 de enero
“Si subes la escalera como vieja, llegarás a la cima como joven”

“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte […], maestras del bien. Que enseñen a las mujeres jóvenes”

(Tito 2:3, 4, RVR 95).

La reflexión de hoy está inspirada en el proverbio que dice: “Si su­bes la escalera como vieja, llegarás a la cima como joven”. La juventud y la vejez son etapas en el ciclo de la vida imposibles de evitar. Asumir esta realidad nos librará de falsas expectativas. La única diferencia entre ellas es que la vejez se sustenta en los años vividos y la juventud, en los años por vivir.

A menudo pensamos en la vejez como poco deseable, pero si las mujeres jóvenes se apropian del tesoro que las ancianas han acumulado en años, as­cenderán la cuesta de la vida con paso seguro y certero.

Alguien ha creado la ilusión de que las jóvenes y las ancianas van por ca­minos distintos y es difícil que transiten juntas por la vida. La verdad es que hay un solo camino para la mujer, solo que las mujeres ancianas lo transitaron primero, y las jóvenes vienen atrás. Las ancianas conocen todas las “estacio­nes de la vida”, lo que las hacer perfectas guías de aquellas que están por conocerlo. La joven prudente nunca desestimará el conocimiento vivencial de una mujer que ha sido niña, adolescente, joven y adulta, y que ha llegado finalmente a la cima. Permitirá que su inexperiencia sea fortalecida por la experiencia acumulada de una mujer que no solo tiene años, sino también lecciones que enseñar.

Por otro lado, la mujer sabia que acumula años no pondrá obstáculos en el transitar de las jóvenes; las guiará con delicadeza y ternura. Será sensible y no juzgará con rudeza, arguyendo que “en mis tiempos” las cosas se hacían de otra manera.

Jóvenes y ancianas pueden ser compañeras en el viaje de la vida. El cami­no es el mismo; solo cambia la manera de transitarlo. El final de la ruta es el reino de los cielos. Amiga, si al estar leyendo esta reflexión te encuentras al final de la ruta, mira hacia atrás y extiende tu mano para alcanzar a la joven que ha tropezado y esta caída; levántala, sostenla y anímala a seguir. Si te en­cuentras iniciando la senda, acepta la mano fuerte que se te extiende; apóyate en ella. No te fíes de tu juventud; la experiencia de una madre y de una abuela serán siempre un soporte cuando el camino se torne difícil de transitar.

29 de enero
¿Qué llevas en tu equipaje?

“Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias” (Sal. 103:3, 4, RVR 95).

Todos, sin excepción, vamos por la vida con un equipaje forma­do por experiencias, chascos, fracasos, frustraciones y llanto, que con el paso del tiempo pueden transformarse en toneladas de culpa que restan la energía y aminoran los pasos. En algunos, la culpa pesa más que los aciertos, hundiéndolos en el desánimo y la desesperanza. Pareciera que, con intención premeditada, hacen la lista de los errores y los pintan de negro, para obtener la compasión de los demás.

La culpa es una poderosa artimaña del enemigo de Dios; esta nos con­duce, sin darnos cuenta, al autocastigo, la conmiseración y la vergüenza. En este punto, no podemos apropiarnos de las bendiciones que vienen envuel­tas en los sencillos placeres de la vida cristiana. La usamos como un látigo con el que nos golpeamos sin misericordia, debilitando nuestra energía física, es­piritual y emocional. Muchas veces es un sentimiento infundado que se ge­nera en una dicotomía entre lo que crees y lo que haces. Como bien escribió el autor británico Edmund Burke: “La culpa nunca ha sido racional; distor­siona todas las facultades de la mente humana y las corrompe; le quita la li­bertad de razonar y lo deja confuso”.

El sentimiento de culpa solo nos es útil cuando nos lleva a una introspec­ción, nos hace conscientes de lo que no hemos hecho bien y nos conduce a la reparación de los daños y a una conversión total de la conducta. Es cuando tomamos responsabilidad de nuestros actos ante Dios, ante nosotros mismos y frente a los demás, que la culpa tiene algo de bueno.

Amiga, el dedo bondadoso de Dios nunca te señala acusador; frente a tus errores y pecados, él se muestra misericordioso y te ofrece su gracia sal­vadora. Hoy es día de revisar el “equipaje” y soltar todo lo que estorba para el cumplimiento del plan de Dios para tu vida. Para desechar la culpa:

 Acepta lo que no puedes cambiar del pasado.

 Responsabilízate de lo que haces.

 Haz las paces contigo misma; perdónate.

 Recibe el perdón de Dios.

 Desecha el perfeccionismo; todos nos equivocamos y tú también.

 Aprende de tus errores para crecer.

Deja la culpa a los pies de la cruz y tu caminar por la vida será más ligero.

30 de enero
El verdadero poder

“Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí” (Hech. 1:8).

Las circunstancias imperantes en nuestra sociedad han sacado a la mujer de sus roles tradicionales para ponerlas en el campo de acción de la vida. Cada vez con más frecuencia, escuchamos hablar del poder de la mujer, basándose en la idea de que en algún momento carecíamos de él. Es cierto; si damos una mirada rápida al mundo, nos damos cuenta de que el li­derazgo femenino está tomando fuerza. La presencia de la mujer es cada día más frecuente en la política, los negocios, la ciencia y el arte. Y no es de sor­prendernos, pues sabemos que las mujeres, tanto como los hombres, somos poseedores de enormes capacidades. Pero… hablemos de nosotras, las que co­múnmente somos llamadas “amas de casa”, aquellas que la mayor parte del tiempo estamos arreglando camas, cocinando, limpiando, cuidando las plan­tas, dando de comer a las mascotas y terminamos el día revisando tareas mientras doblamos ropa recién lavada. Quizá ninguna de nosotras ocupe un si­llón en una oficina gerencial, ni mucho menos en un parlamento. Sin em­bargo, las “labores del hogar” que muchas menosprecian exigen asumir una posición de líder. Requieren preparación, desarrollo de habilidades, sabidu­ría y un poder ajeno a nosotras que proviene del Creador y es otorgado por gracia a quien lo solicita.

Amiga, frente a tan grande y solemne demanda como es el cuidado de tu familia, y ante el cansancio, el desgano y el sentido de inutilidad que acosan, es tiempo de hacer un alto, levantar la mirada al Cielo y pedir con humildad poder e inteligencia. Dios, que te ve con tierna solicitud, extenderá su mano y te cubrirá con su manto de gracia. Te revestirá de fuerza, la misma fuerza que necesitaste para dar a luz a tus hijos. La mano de una mujer llena del poder de Dios no tiembla a la hora de aplicar disciplina redentora a sus hijos; se levanta para bendecir y no para maldecir. Rescata a su familia y a ella misma de las influencias torcidas de un mundo posmoderno que se jacta de no ne­cesitar a Dios.

Hoy, antes de iniciar tus “quehaceres domésticos”, siéntate a los pies de Jesús, inclínate reverente ante su presencia, “saborea” tu compañerismo con él, sin prisa, sin dudas, sin desconfianza, con humildad y docilidad. Que tu oración sea: “Señor, vengo a ti. Guíame en el camino. Sé mi sustentador y mi guardador. Levántame cuando mi pie tropiece. Amén”.

31 de enero
Mi ritual de belleza

“El corazón alegre embellece el rostro, pero el dolor del corazón abate el espíritu” (Prov. 15:13, RVR 95).

Hace poco recibí en casa a un promotor de productos de belle­za. Es innegable que la mayoría de las mujeres tenemos una espe­cial inclinación por cremas, perfumes, aceites y cuanto ungüento se nos presente con la promesa de conservar la belleza de la piel.

Parece ser que esta tendencia está implícita en la naturaleza femenina por creación; incluso en el registro sagrado encontramos algunas referencias al respecto. Cuando Ester fue llevada al palacio, antes de presentarse ante el rey Asuero, fue sometida a un largo “ritual de belleza”: “El tiempo de los ata­víos de las jóvenes era de doce meses: seis meses se ungían con aceite de mirra y otros seis meses con perfumes aromáticos y ungüento para mujeres” (Est. 2:12, RVR 95).

Creo que el cuidado de nuestro cuerpo es una responsabilidad que las mujeres cristianas debemos asumir, sin vanidad ni presunción, solo por el hecho de ser “templos del Espíritu Santo”. Sin embargo, las cremas y los perfumes son solo una parte del kit de belleza de la mujer; la belleza del rostro no solo de­pende de los productos cosméticos. El rostro es también una expresión del cuidado de nuestra alma. Un rostro hermoso no es el que tiene menos arrugas, sino el que expresa paz, gratitud y contentamiento.

Tener un ritual de belleza para el alma debe ser una prioridad cotidiana. Cuando lo hacemos, nuestra alma se refresca, nuestros rasgos temperamen­tales son suavizados por el aceite del Espíritu Santo, y las emociones y los sentimientos son sometidos a la voluntad de Dios. Ahora, antes de iniciar tus actividades:

 Únete a la alabanza de la naturaleza. Regocíjate en el amanecer. Respira hondo y agradece por la vida.

 Medita en las promesas de Dios; te darán fuerzas para enfrentar las di­ficultades diarias y no caer en el desánimo.

 Imita a las aves, que no solo cantan al amanecer, sino que también con nuevos bríos salen en busca del sustento diario. Haz lo mismo; esfuér­zate. Las cosas no caen del cielo; hay que conseguirlas con trabajo.

 Al caer la tarde, medita en las bendiciones recibidas y agradece a Dios por ellas. La gratitud genera contentamiento; quien está agradecido y gozo­so tiene un sueño dulce y reparador.

Amiga, disfrutarás la vida cuando sientas el poder de Dios actuando en la tuya. Serás una mujer embellecida por el poder de Dios.