Pinceladas del amor divino

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14 de enero
Soy mujer: soy perdonada

“Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela teñida de púrpura, yo los dejaré blancos como la lana” (Isa. 1:18).

Uno de los eslabones más débiles de la cadena de la conmise­ración humana es nuestra incapacidad de perdonarnos a nosotros mismos y de reconocer y aceptar el perdón de Dios. Esto nos ata a sentimientos de culpa que pueden llegar a ser obsesivos y esclavizadores. La culpa es como un repiqueteo constante a la conciencia que paraliza, debilita y enferma. Centrarnos en los errores cometidos y usarlos como un látigo para infligirnos autocastigo es poner en duda el amor de Dios.

El remordimiento es otro peso inútil que cargamos; es simplemente “mor­dernos” vez tras vez y herirnos, considerándonos indignas de gozar la vida. El remordimiento pone en peligro nuestra salud; muchas enfermedades físi­cas y psíquicas son causadas por ese remordimiento que se sustenta en la inca­pacidad de perdonar.

Recuerdo a aquella mujer que, agobiada por la culpa, se atribuía la muerte de uno de sus hijos. Era triste verla sumida en un dolor sin tregua; las discu­siones más intensas las tenía con ella misma y con Dios. No había nada ni nadie que pudiera hacerla salir de la cárcel donde habitaba voluntariamente.

Muchas decisiones erróneas del pasado pueden hacernos sentir que no me recemos el perdón de Dios. Sin embargo, es bueno recordar que somos perdonadas por los méritos y la gracia de Cristo. El Señor nos enseña: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros; pero si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:8, 9).

No permitas que el remordimiento y la culpa por errores pasados sean tu “zona de confort”, donde alimentas tu ego regodeándote en tu miseria, tal vez con la esperanza de obtener lástima. Dios desea que seas libre. Rompe las cadenas con las que voluntariamente te atas. “Cree que él pagó el precio de tu pecado y de tu culpa. Cree que él te ha salvado y te ha limpiado. Cree que él satisfará cualquier necesidad generada por tu pasado” (T.D. Jakes, Mujer, ¡eres libre!, p. 219).

Mírate a través de los ojos del Salvador. Él te dice: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17, RVR 95).

15 de enero
Soy mujer: soy libre

“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud” (Gál. 5:1).

El tema de la libertad se debate en diversos foros; hablan de ella los eruditos en la materia, y también las personas comunes como tú y yo. Jóvenes y ancianos, desde diferentes escenarios, levantan la voz exigiendo libertad. Lo cierto es que la libertad fue un regalo de Dios a sus criaturas, al cual renunciamos voluntariamente cada vez que decidimos dejar de depender del Señor. No nos damos cuenta de que, al hacerlo, nos encade­namos a un poder que nos somete, llevándonos a perder ese valiosísimo te­soro llamado libertad.

Esta es una razón por la que muchas mujeres vivimos en las cárceles psi­cológicas del miedo, la ansiedad y la amargura. Intentando ser “libres” de una manera independiente a Dios, construimos muros infranqueables que no solo nos separan de Dios, sino también de los demás. Limitamos así nuestra actuación a un escenario pobre, miserable y estrecho donde solo sobrevivi­mos, sin disfrutar la emoción de vivir una vida plena en Cristo Jesús. Alguien dijo: “Hay muchas personas que sueñan con la libertad pero siguen enamo­radas de sus cadenas”. ¡Qué acertado!

La libertad que Dios nos ofrece no es el libertinaje irresponsable de quie­nes desean hacer lo que les venga en gana, sean cuales fueren las consecuencias. La mujer libre en Cristo tiene frente a ella un escenario de enormes oportu­nidades de crecimiento personal. La libertad en Dios nos permite llegar a “ser” lo que él quiere que seamos, sin intentar parecernos a nadie.

La mujer que escoge ser libre:

 Sueña sus sueños con Dios.

 Ama sin ataduras de dolor.

 Pone límites para preservar su integridad y dignidad.

 Ejerce su autonomía.

 Expresa sus emociones, sin lastimar a nadie.

 Es auténtica y original.

 No permite que la empujen a hacer lo que va en contra de sus principios.

 Busca el bien en ella y en los demás.

 Comienza y termina su día agradeciendo las bendiciones recibidas.

Amiga, escoge ser libre, con esa libertad que rompe cadenas, pero que a la vez pone límites saludables para asegurar su permanencia en Dios.

16 de enero
Soy mujer: soy feliz

“Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense!” (Fil. 4:4).

Algunos aseguran que la felicidad es un arte que se puede cul­tivar; otros afirman que es un estado emocional que desarrollamos como un hábito; también hay quienes aseguran que es parte de la di­cotomía de la vida; es decir que, para ser feliz, es necesario conocer la tristeza. No importa de qué lado nos pongamos, lo cierto es que el pedido de Dios al respecto es: “Estad siempre gozosos” (1 Tes. 5:16, RVR 95). Pero ¿cómo lograr­lo, siendo que vivimos en un mundo de dolor y sufrimiento? ¿Es acaso un pe­dido imposible? Por supuesto que los pedidos de Dios no son imposibles.

Por naturaleza, los seres humanos tenemos tendencia a evitar el dolor y el sufrimiento. La máxima de la vida es encontrar la felicidad, y los caminos para encontrarla son inimaginables. La felicidad del mundo, basada en el princi­pio del placer, genera un desgaste emocional y físico, en ocasiones, con gra­ves consecuencias. Sin embargo, el gozo que Dios nos ofrece es mucho más sencillo. Es de dentro hacia fuera, y no está sujeto a nada de lo que ocurre a nuestro alrededor.

Las mujeres que creemos en Dios tenemos razones más que suficientes para ser felices, aun en medio de las vicisitudes de la vida. La felicidad no de­pende de un instante; la felicidad es una cadena formada por muchos eslabones de gratitud, fe, confianza, amor, misericordia y sensibilidad. Si así no fuera, ¿cómo entenderíamos el hecho de que personas que viven en medio de caren­cias de todo tipo puedan verse gozosas y radiantes?

Parece ser que existe una estrecha relación entre utilidad y felicidad; de he­cho, sentirse útiles abre la puerta a la verdadera alegría. Pienso ahora mismo en la misión de Jesús, que “no vino para ser servido, sino para servir” (Mat. 20:28, RVR 95).

Amiga, ¿por qué no empezar hoy? Considera en tu bitácora del día un acto de servicio. No solo ayudarás a alguien, sino que también te ayudarás a ti mis­ma. La satisfacción de realizar un acto generoso en favor de otro es un detonante efectivo para sentir satisfacción personal, que indudablemente producirá gozo. Como dijo Teresa de Calcuta: “El servicio más grande que podemos hacer a alguien es conducirlo para que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga; porque solo Jesús puede satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido creados”.

17 de enero
Siempre hay esperanza

“Fíjense cómo crecen los lirios: no trabajan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡cuánto más habrá de vestirlos a ustedes” (Luc. 12:27, 28).

Hace tiempo, un viaje por carretera me llevó al corazón de uno de los desiertos más inhóspitos del planeta. Por primera vez pude ver el sol caer a plomo sobre la tierra agrietada. Cuando una florecita logra vencer esa adversidad y brotar, es un acontecimiento asombroso.

Las plantas del desierto son ingeniosas. Durante las horas de calor cierran sus hojas y se inclinan a tierra; cuando atardece y la temperatura baja, abren sus hojas y miran al cielo para recibir el rocío y almacenar agua para la jornada que vendrá. Por las noches, el frío es tan intenso, que no parecen dar señales de vida. Sin embargo, al amanecer continúan fieles a su misión: florecer. ¡Cuán grande es el amor de Dios por sus criaturas! Si él cuida de las flores, cuidará también de ti.

¡Hay tantas mujeres semejantes a las flores del desierto, rodeadas de con­diciones adversas! Nacen y viven en situaciones de abandono; inmersas en relaciones áridas incluso con las personas que deberían amarlas. Algunas son despre­ciadas por su origen. Las circunstancias parecen no darles tregua. Los días son largos y las oportunidades cortas. Viven en un desierto. ¿Qué hacer para sobrevivir? ¿Cómo enfrentar el día a día ahogadas en llanto, sin un “pa­ñuelo” que lo enjugue? ¿Cómo encontrarle sentido a la vida? Saber que Dios está cerca es el único consuelo.

“El Señor está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho peda­zos y han perdido la esperanza” (Sal. 34:18). Esta es una “oferta” de vida que podemos aceptar, con la seguridad de que nunca fallará. En el desierto hay vida a pesar de las circunstancias; en tu “desierto”, también hay vida. Tu entorno parece imposible de cambiar, pero sí puede cambiar tu forma de entenderlo.

 Las tribulaciones son permitidas por Dios para algún propósito.

 El que comenzó en ti la buena obra, la concluirá (ver Fil. 1:6).

 Aprovecha tu “libertad interior” para tomar decisiones correctas.

 Haz que tu sufrimiento valga la pena.

 

“Yo, el Señor tu Dios, te he tomado de la mano; yo te he dicho: “No ten­gas miedo, yo te ayudo”” (Isa. 41:13).

18 de enero
¿Sexy o femenina?

“Los encantos son una mentira, la belleza no es más que ilusión, pero la mujer que honra al Señor es digna de alabanza. ¡Alábenla ante todo el pueblo! ¡Denle crédito por todo lo que ha hecho!” (Prov. 31:30, 31).

Mientras esperaba en una tienda, me topé con el título de un li­bro que llamó mi atención: Cómo ser una mujer sexy. Me adentré un tanto en la lectura: “La mujer sexy es aquella con originalidad erótica, que explota sus puntos físicos fuertes e invita al ‘amor’ con sutileza femeni­na”. Entonces, la mujer sexy es la que anda por doquier invitando al “amor erótico” usando sus atributos físicos. El autor me quedó debiendo mucho.

¿Y lo demás? La inteligencia, la delicadeza, el discernimiento, la ternura, los valores, el cuidado personal, la discreción…, ¿dónde dejamos todo eso? ¿Acaso no está en el rango de lo femenino? O, yéndonos al otro extremo, ¿será que la mujer femenina no debe preocuparse por el peinado, el vestido, el calzado, el cabello ni los perfumes? ¿Dónde está el equilibrio?

Somos poseedoras de lo femenino por creación, como un don de Dios. Lo femenino es lo que nos hace diferentes, nos da identidad; debemos apreciar­lo y resaltarlo en nuestra personalidad. Eso incluye el cuidado del cuerpo, de las emociones y del intelecto. Creer que solo la exaltación de los rasgos físi­cos nos da valor nos convierte en mujeres banales y superfluas, y a la larga nos dejará un gran vacío.

Ser mujer es un arte que todas podemos cultivar, y un don que debemos desarrollar con responsabilidad. Hemos sido equipadas por Dios para eso. Somos poseedoras de una naturaleza exquisita, de habilidades sociales, es­pirituales y emocionales muy interesantes; si las ejercemos con prudencia y humildad, seremos tratadas con respeto y recibiremos la bendición de Dios.

Comprometámonos ante Dios y con las siguientes generaciones a mode­lar con dignidad lo que es ser mujer. Hoy, cuando lo femenino es despreciado por muchas y distorsionado por otras tantas, nosotras, las mujeres cristianas, somos instrumentos de Dios para rescatar la verdadera femineidad.

Antes de iniciar las actividades de este día, mírate en el espejo. Péinate con gracia, vístete con sentido común, resalta la belleza de tu figura cuidando lo que comes pero, por sobre todas las cosas, mírate como una hija de Dios y alá­balo por la forma como te hizo. Que tu reflexión sea: “Me observo animada ante un espejo, que me ilumina con un hermoso reflejo. Veo salir de mi alma brotes de amor, semillas sembradas por el Señor” (Consuelo Sánchez).

19 de enero
Tienes poder cuando eres tú

“Pido al Padre que de su gloriosa riqueza les dé a ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas” (Efe. 3:16, 17).

Por todos lados escucho hablar del poder de la mujer. Las mujeres están “empujando” para entrar al mundo de los negocios, la política y muchos otros ámbitos que algunas décadas atrás eran exclusivos de los varones. Buscan sentirse poderosas, y me pregunto si también debemos buscarlo nosotras, quienes no aparecemos en las portadas de las revistas, las que simplemente somos “mujeres”.

¿Es legítima la búsqueda de poder? ¿Necesitamos poder para criar hijos, para consolar a los tristes, para llevar la administración del hogar? Por supues­to que sí, pero este es un poder superior al que emana de nuestras capacida­des y facultades propias. La mujer “poderosa” es la que abreva cada día en la fuente de poder que es Cristo Jesús; es entonces, y solo entonces, cuando se sentirá capaz de hacer frente a los desafíos de vivir. Dotada por Dios con ha­bilidades especiales, la mujer poderosa trabaja con sus recursos sin intentar parecerse a nadie. Esta singularidad la llevará a descubrir y cumplir su misión, a su manera y a su tiempo.

El poder personal para impactar a los que nos observan está cimentado en una entrega incondicional a Dios y en la voluntad de ser lo que somos, aceptan­do, en primer lugar, nuestra condición de mujer y, en segundo lugar, la in­dividualidad que nos hace fuertes donde otras son débiles y viceversa. Esto genera un espíritu de humildad y solidaridad. Poseedoras de creatividad, emo­ciones, espiritualidad, entereza y una disponibilidad natural para “estar con el otro”, tenemos un vasto territorio que explorar y conquistar para la honra de Dios.

Renunciar a la competitividad entre nosotras y a la lucha de poder con los varones, así como tener una humilde sumisión a la voluntad de Dios, son el A, B, C de la mujer poderosa.

A = ama lo que eres.

B = baja la guardia, no pelees con los varones.

C = camina con Dios cada día.

Amiga, descúbrete con la ayuda de Dios. Suplica por misericordia y gracia. Este es el camino que te llevará al encuentro del bien y la verdad, que te da­rá poder para testificar de las maravillas y la grandeza de Dios.

20 de enero
Los tres poderes de la mujer cristiana

“Ama a la sabiduría, no la abandones y ella te dará su protección” (Prov. 4:6).

Ayer hablamos de la búsqueda del “poder femenino”. En realidad, no podemos estar ajenas a este movimiento social; porque vivimos en sociedad y porque la mujer es un agente de cambio en todos los campos de su desempeño, sea madre, esposa, abuela, soltera o casada. Pero, no nos confundamos, el hecho de que una mujer pueda pilotear un avión, di­rigir una empresa o subirse a un ring de boxeo no es lo que la hace pode­rosa. El verdadero poder es el que emana de Dios.

Necesitamos, pues, saber quiénes somos; la respuesta a esta pregunta abre ante nosotras una gama increíble de posibilidades. Somos creación de Dios, dotadas de inteligencia, voluntad y libertad, virtudes comunes en los hombres y las mujeres; sin embargo, el uso que hagamos de ellas determi­nará la clase de personas que seremos.

Las escalas que miden la inteligencia son muchas, como también lo son los expertos que se han dado a la tarea de clasificarla en categorías. Alguien dijo algo muy simple que viene al caso para esta reflexión: “La persona in­teligente no es aquella que sabe mucho, sino aquella que sabe qué hacer con lo que sabe”. Es a esta clase de inteligencia a la que quiero hacer referencia, y que algunos llaman inteligencia emocional.

La inteligencia emocional nos lleva a ser asertivas para aprender y conser­var en la memoria el conocimiento útil para vivir bien. Tiene que ver con el discernimiento, el desarrollo de autoconciencia, el control de las emocio­nes y, por ende, el de la conducta. Es la clase de inteligencia a la que hace referencia el sabio cuando dice: “Sabiduría ante todo, ¡adquiere sabiduría! Sobre todo lo que posees, ¡adquiere inteligencia!” (Prov. 4:7, RVR 95). Equi­vale a tener una percepción adecuada de una misma, y una actitud de tole­rancia y solidaridad hacia los demás.

Aun así, algo que parece tan simple no siempre lo es; a veces se torna complicado, sobre todo, en una sociedad donde tantas mujeres prefieren hacer lo que dice y hace la mayoría, sin filtrar la información que reciben. Las mujeres de Dios no son figuras decorativas como maniquíes en un esca­parate; son “hacedoras” de vida.

Amiga, comienza tu día agradeciendo al Señor por la forma maravillosa como te creó; no permitas que tu condición de mujer te impida reconocer lo que realmente eres y puedes hacer para el fiel desempeño de tus tareas do­quiera que estés.

21 de enero
¿Con voluntad o voluntariosa?

“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas” (Jos. 1:9, RVR 95).

No es lo mismo una mujer con voluntad que una mujer voluntario­sa. Tener voluntad es ser capaz de hacer lo contrario a nuestra ten­dencia inmediata, porque sabemos que es lo correcto. Es sinónimo de determinación para llevar a cabo aspiraciones y anhelos. Es poner a prueba nuestras capacidades para alcanzar un fin o un bien. En cambio, ser voluntariosa es encapricharse con hacer siempre la voluntad de una. La mujer voluntariosa hace gala de su testarudez; siempre quiere tener la razón en todo y, si no lo logra, se vuelve intolerante y rencillosa. La Biblia se refiere a las tales, así: “Gotera continua [son] las contiendas de la mujer” (Prov. 19:13, RVR 95).

He conocido a mujeres de ambos grupos y, para qué negarlo, algunas ve­ces yo he sido voluntariosa. Si la mujer con voluntad se “empuja” a sí misma para el logro de sus objetivos, la voluntariosa “aplasta” a los demás hasta lo­grar lo que desea.

La voluntad como virtud ha llevado a muchas personas al logro de objeti­vos que, a la vista de todos, parecían inalcanzables. No se basa en la arrogan­cia; por el contrario, quien tiene voluntad reconoce sus limitaciones y sus habilidades y va hacia adelante sin falsas expectativas, como Adriana Macías.

Adriana Macías llegó a este mundo sin brazos. Muchos pensaron que eso era una desgracia; para ella, la vida fue un regalo que había que abrir poco a poco. Con gran voluntad, fe en Dios y confianza, se atrevió a soñar en grande y trabajó con entereza hasta hacer sus sueños realidad. Hoy es una reconocida escritora, abogada y conferencista. Sus pies son sus manos y no hay actividad que no pueda hacer.

Una mujer con voluntad:

 Somete su voluntad a la voluntad de Dios.

 Cuando inicia una tarea, la termina.

 Asume riesgos sin ponerse en peligro.

 Se atreve a ir a contracorriente para defender sus valores.

 Toma decisiones en consulta con la Palabra de Dios.

 Busca el sentido de su vida en el Creador.

Amiga, descúbrete y apréciate como Dios lo hace; desafiando el desánimo, atrévete a cumplir el plan de Dios para tu vida.

22 de enero
¿Libertad o libertinaje?

“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud” (Gál. 5:1).

Desde el punto de vista bíblico, la libertad es un legado de Dios a sus criaturas. Fuimos hechos para ser libres, derecho al que renun­ciamos cuando el pecado nos hizo esclavos. La libertad implica elec­ción, decisión y responsabilidad. Sin embargo, la libertad es entendida hoy como el derecho de toda persona a hacer lo que desee, como dueña de su vida que es. Esto no es bíblico. Este nuevo y extendido concepto de libertad implica decidir aunque no se esté dispuesto a hacerse cargo de las consecuencias. Lamentablemente, en una sociedad hedonista, la libertad se mira como sinó­nimo de excesos y búsqueda desenfrenada del placer inmediato. Esto, en reali­dad, es libertinaje.

Mucho se habla hoy de la “liberación femenina”, insinuando con ello que siempre hemos vivido en opresión, sin auténtica libertad. Esta forma de pen­sar puede resultar fascinante, si no tenemos cuidado. Por supuesto que, de acuerdo a la voluntad de Dios, debemos pensar, actuar y vivir en libertad. La felicidad de la vida se encuentra a través de la autodeterminación para ser lo que deseo ser. Pero la mujer libre no desestima lo masculino; al contrario, lo aprecia y lo necesita. Tampoco es libre al atribuirse los roles masculinos. La libertad se encuentra en la concordia, el respeto mutuo y el rescate de nuestra esencia personal. La libertad se origina en el ser interno, y permite obrar según la propia voluntad puesta en sujeción a la voluntad de Dios.

Dios te hizo libre y desea verte libre; pero con la verdadera libertad. Levan­ta la cabeza y sacúdete las cadenas del miedo. No permitas que un sentido in­fundado de incapacidad te gobierne. En la Escritura leemos: “Conocerán la ver dad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). Busca tu libertad en la verdad.

El desenfreno, los placeres ilícitos y el desprecio por las normas no te ha­rán libre; solo lograrán encadenarte a la culpa, al desprecio por ti misma y a no comprender el significado de tu existencia. Confía en tu Creador y cumple sus propósitos en tu vida. Pregúntale en oración: ¿quién soy?, ¿a dónde voy? y ¿cuáles son los planes que tienes para mí? Es así como tu rumbo en la senda de la vida te llevará en libertad al cumplimiento de la promesa: “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha y te dice: ‘No temas, yo te ayudo’ ” (Isa. 41:13, RVR 95).