El poder del amor y otras fuerzas que ayudan a vivir

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Para evitar la rutina

La rutina es uno de los peores enemigos de la felicidad matrimonial. Es entrar en una atmósfera de aburrimiento, en que ninguno de los esposos sabe dar ni recibir afecto. Es dar por sentado que se aman, aunque nunca se lo expresan entre sí ni en palabra ni en acción. ¿Cómo puede llegarse a semejante negligencia? Simplemente, por causa de un prolongado acostumbramiento.

Los esposos pueden habituarse tanto a vivir juntos y a llevarse bien que, finalmente, dejan de valorar la felicidad que se han labrado. El marido va y viene del trabajo, sabiendo que su mujer tendrá todo en orden en la casa. Y ninguno estimula y elogia el esfuerzo del otro. Hasta que por fin viven unidos más por inercia que por un amor debidamente expresado. Todos los días son iguales. Nunca un paseo, nunca un gesto de ternura, nunca un regalo para alegrarse mutuamente. ¿Es extraño que un matrimonio de esta clase carezca de verdadera felicidad?

Frente a esta desagradable rutina, pueden surgir diversas reacciones. Los esposos pueden resignarse y prepararse para seguir viviendo así por el resto de su vida. También pueden hartarse y dar origen a serias desavenencias conyugales. O bien puede ocurrir que una de las partes, cansada de esa vida insípida, opte por buscar otro amor y precipite luego el naufragio de la barca matrimonial. Pero, además, está la otra posibilidad, que es la mejor, que consiste en volver a los tiempos primeros del matrimonio, cuando ambos cónyuges se expresaban afecto sincero y cada uno buscaba agradar el corazón del otro.

Donde hay amor no hay rutina. Habrá horarios y responsabilidades que cumplir, dentro y fuera del hogar. Pero toda esa carga que, sin amor, se hace agobiante se torna llevadera gracias al afecto y al estímulo que los esposos se dispensen entre sí.

Señor, ¿sabe usted cultivar la planta del amor conyugal? ¿Sabe combatir la monotonía que tan fácilmente puede enfermar a la familia? ¿Es usted obsequioso y considerado con su esposa?

Y usted señora, ¿qué hace para prevenir la rutina de su matrimonio? ¿Se mantiene atractiva para su marido? ¿Cocina alguna vez platos especiales para alegrar a toda su familia? ¿Pide usted la bendición divina para que la alegría reine en su hogar?

Para prolongar la vida del esposo

Señora, estas palabras están dedicadas especialmente a usted. Como usted sabe, la mujer suele vivir más años que el hombre. De manera que, si usted desea tener a su esposo el mayor tiempo posible a su lado, será bueno que recuerde algunos hechos muy simples pero importantes de su vida matrimonial.

Si usted no quiere quedar viuda, es decir, si desea postergar en todo lo posible el funeral de su marido, seguramente apreciará estos consejos prácticos. Por supuesto, ¡para llevarlos a cabo! Aquí están:

1. Procure evitar toda tensión nerviosa en su marido. Para ello, muéstrese comprensiva con los problemas de trabajo que él traiga y comente en el hogar.

2. Procure mantenerse siempre alegre. Esta actitud será como medicina para el corazón de su esposo, y lo ayudará a sentirse cómodo en el hogar.

3. Conserve la buena costumbre de tener lista la cena a los pocos minutos de regresar su marido a la casa. Esto lo ayudará a finalizar bien el día.

4. Nunca es aconsejable que usted acuse y reproche a su esposo, pero menos aún delante de sus hijos. Por el contrario, inculque en sus hijos amor y respeto hacia el padre.

5. Tenga gusto por salir con su marido cuando él la invite a dar un paseo, aunque más no sea a caminar unas pocas cuadras.

6. Consérvese siempre con el mejor aspecto para su esposo, y mantenga el orden y la pulcritud dentro de su casa.

7. Cuide la salud de su marido. Asegúrese de que él pueda descansar de siete a ocho horas por noche. Cocínele lo que le siente bien. Procure que él se abstenga de cualquier mal hábito, tal como el tabaquismo, el alcoholismo, etc.

8. Alegre a su marido administrando bien el dinero que llega al hogar.

9. Cultive, junto con él, una actitud de confianza en Dios.

Y finalmente, señora, recuerde que las estadísticas muestran que la mayoría de las esposas serán viudas algún día. Usted, como compañera de su marido, puede contribuir a postergar la llegada de ese día.

¿Qué tal es usted como padre?

Tomemos en primer lugar la carta que nos envía un joven oyente, quien pinta a su padre como “un patrón que se pasa el día dando órdenes, muchas de ellas arbitrarias y sin sentido”. Luego, tomemos aquella otra carta que describe al padre de familia como “un débil de carácter, que jamás toma decisiones por sí mismo, y a quien continuamente hay que empujar para el cumplimiento de su deber”.

En el primer caso, es el patrón que manda. En el segundo, es el peón que necesita recibir ideas antes de saber actuar.

Pero, entre estos dos extremos igualmente censurables, está el punto medio: el buen padre, que sabe ocupar inteligentemente su lugar. Tiene ideas propias, pero no por eso las impone. Y también acepta de buen grado las ideas de los otros miembros de la familia.

Además, este padre bueno y cariñoso es capaz de dar su vida por sus hijos. Como aquel padre que hizo de puente humano entre dos edificios. En uno de ellos, donde estaban sus tres pequeños hijos, se había producido un incendio de gran magnitud. La única posibilidad de salvar a los tres pequeños era que pasaran de inmediato al edificio contiguo mediante una ventana que había en el tercer piso.

Pero ¿cómo pasarían de un edificio a otro? El padre lo decidió sin vacilación. Él mismo cubriría la estrecha separación mediante su propio cuerpo. Y sus hijitos alcanzaron a gatear por encima del cuerpo de su papá. Los tres salvaron así su vida de aquel incendio voraz. Pero, cumplida su misión salvadora, el padre no resistió más, y su cuerpo cayó al vacío. ¡Admirable amor paterno, capaz del máximo sacrificio!

Feliz el padre que posee esta clase de corazón, porque será amado por sus hijos. Pero, además, feliz el padre que sabe ser amigo y ejemplo para sus hijos, porque esto le producirá ricos dividendos. Feliz el padre que a tiempo corrige y comprende a sus hijos, porque más tarde será comprendido por ellos. Feliz el padre que inculca en su familia la fe y el amor a Dios, porque esto les asegurará abundante bendición. Señor, que Dios le dé la dicha de ser un padre tal.

¿Qué tal es usted como madre?

Una antigua leyenda refiere que, un día, cierto niño que estaba por nacer habló así con Dios:

–Mañana saldré a la luz del mundo. Pero ¿cómo viviré allá, que soy tan pequeño y tan débil?

–Oh, allá tendrás un ángel que cuidará de ti –le contestó Dios.

–Aquí tengo protección y tibieza. Y allá afuera, ¿cómo será mi vida?

–Allá –le dijo el Señor–, el ángel te abrazará y te sonreirá.

–¿Quién me defenderá de los hombres malos que hay en la Tierra? –volvió a preguntar el bebé por nacer.

–Ese mismo ángel estará dispuesto a dar su vida para defenderte –le respondió Dios.

Ya tranquilo y contento con estas respuestas, el futuro bebé hizo su última pregunta: “Dime, Señor, ¿cómo se llama ese ángel?” Y Dios le contestó con una sola palabra: “MADRE”.

Señora madre, ¿recuerda que usted es realmente un ángel para sus hijos? Sí, Dios la puso en la Tierra para cumplir una misión de amor, de protección y de admirable renunciamiento. ¡Cuán trascendente y delicada es su función! Quizá por eso a veces usted se siente impotente y tan necesitada de comprensión. Feliz de usted si su esposo la alienta y la estimula en su faena diaria. Feliz de usted si sus hijos son afectuosos y agradecidos. Feliz de usted si dedica tiempo para ser amiga de sus hijos. Feliz de usted si, en medio de sus luchas, sabe elevar su corazón a Dios en busca de ayuda y fortaleza. Y, señora mamá, feliz de usted si cada día sabe absorber una medida rebosante del amor de Dios, para luego derramarlo generosamente sobre la vida de su familia.

Señor, danos esta clase de madres. El mundo las necesita urgentemente. Danos madres prudentes, virtuosas y abnegadas. Madres de corazón tierno, de labios veraces y de dulce mirada. Madres que con una mano se aferren de ti, y con la otra sepan guiar a sus hijos por la buena senda.

¡Fidelidad!

El 24 de octubre del año 79 de nuestra era se produjo inesperadamente la fatal erupción del volcán Vesubio, cercano a la ciudad de Pompeya. En menos tiempo de lo que la gente pudo reaccionar, la ciudad entera quedó sepultada bajo el calcinador alud de lava mortal.

Después de 17 largos siglos de silencio, en 1748 se realizaron las primeras excavaciones en el lugar. Entre los muchos descubrimientos realizados, se encuentra la figura de un soldado romano con su armadura completa, quien se mantuvo fiel a su deber y permaneció inmóvil en su puesto junto a la puerta de la ciudad. En lugar de huir, allí quedó como un testimonio aleccionador para todos los tiempos. ¡Un extraordinario ejemplo de fidelidad, que despierta nuestra admiración!

¡Fidelidad! Apliquemos este término a la vida conyugal. ¡Cuánto bien garantiza esta virtud en el ámbito del hogar! Fomenta la confianza y la armonía entre los esposos, y acaba con los celos y el adulterio. Un matrimonio que se mueve dentro de un clima de mutua fidelidad crece en el amor y elimina las desavenencias. Como el antiguo soldado de la ciudad de Pompeya, que mantuvo su fidelidad hasta la muerte, el hombre o la mujer que recuerda su compromiso matrimonial sabrá conservarse fiel aun en la hora de la prueba y la dificultad.

 

El cónyuge fiel rechaza la tentación libertina y los amores clandestinos. Como hombre o mujer de bien, no puede traicionar sus propios votos matrimoniales. Y, con su conducta de mutua lealtad afectiva, marido y mujer descubren la profundidad del amor verdadero, y construyen así una familia unida y feliz. Nunca se levantarán entre ellos las sombras de la discordia, y los hijos se sentirán seguros y orgullosos con padres tales.

La fidelidad matrimonial rinde los mayores beneficios en amor, en conciencia tranquila, y en auténtica alegría personal y familiar.

¿Daría usted este consejo?

Una señora nos comentaba recientemente ciertas expresiones que había escuchado de otras damas, en el sentido de pagar la infidelidad conyugal con la misma acción. Es decir, cuando un hombre le es infiel a su esposa, esta debería tomar represalia contra él y responderle de la misma forma. La citada señora afirmaba que había escuchado tales palabras de labios de diversas esposas, aconsejando a sus amigas que procedieran de ese modo, “para enseñarles –según ellas– una lección ejemplar a sus maridos”.

Señora, ¿le daría usted un consejo tal a una amiga suya, para quien desea lo mejor? ¿Creería usted, por asomo, que la infidelidad de un esposo puede curarse si él ve que su mujer incurre en la misma traición? Por otro lado, ¿qué gana una mujer o un hombre cuando pretende demostrarle a su cónyuge que él también es capaz de presumir y de cultivar amores extramatrimoniales?

Actuar según el mal consejo de esas damas equivale a meterse en una ciénaga, de la cual luego será muy difícil salir. Una falta moral jamás se arregla con otra igual o peor. Por el contrario, el cuadro puede complicarse a tal grado que, finalmente, la ruptura conyugal se haga inevitable. En el matrimonio, nada se gana y todo se pierde sobre la base de las represalias. Cuando un marido o una esposa comete un error de cualquier clase, que va en perjuicio de la parte inocente, lo que corresponde es hablar, buscar el entendimiento y lograr la armonía entre ambas partes. Vengarse contra el ser amado o humillarlo públicamente por causa de su caída significa echar a perder toda posibilidad de recuperación.

¿Cómo se puede prevenir la infidelidad conyugal, a fin de evitar toda su negra secuela y disfrutar de una dicha sin sombras? En primer lugar, los esposos deberían estar unidos con el vínculo del amor. Pero, además, deberían velar para que ese vínculo no se debilite ni se enferme. La comprensión, la bondad, la cortesía, la abnegación y el cariño sincero deberían dominar el trato mutuo de ambos esposos. Incluso la paciencia y el espíritu perdonador, para poder sobrellevar o eliminar cualquier diferencia que pudiera existir entre los dos.

Será bueno que la esposa tenga en cuenta este consejo del Dr. Raimundo Beach: “Manténgase interesante para su marido. Esfuércese por presentarse siempre fresca y atrayente. Recuerde que el regreso del esposo al hogar es el acontecimiento más importante del día. Haga de él un verdadero encanto”.

Cierta vez se le preguntó a un conocido actor de Hollywood cómo había logrado mantener intacto su único matrimonio durante tantos años, sin que el asedio de otras hermosas actrices lo desviaran de la fidelidad hacia su esposa. Y el artista contestó: “Cuando me casé hace años, tomé la decisión de mirar siempre hacia adelante. Nunca hacia la derecha ni hacia la izquierda. De manera que, cuando se me presentan ciertas tentaciones, eso es lo que hago: no giro mi cabeza ni un centímetro porque, si lo hiciera, estaría perdido. Miro hacia adelante y continúo mi marcha”.

Cuando existe el firme propósito de mantener intacto el hogar, es muy difícil que el esposo o su mujer se vean atraídos por otros intereses afectivos. Si el hogar y la vida matrimonial satisfacen plenamente, la pareja queda inmunizada contra el virus de la infidelidad. Y esto es más cierto aún cuando marido y mujer dependen confiadamente de Dios y solicitan su ayuda divina.

Tres esferas del hogar

¿Tenemos armonía en nuestra familia? ¿Anda bien nuestro matrimonio? ¿Cuál es la conducta de nuestros hijos? ¿Qué pensarán ellos acerca de nosotros como padres? Los invito a que se formulen estas preguntas, para analizar la marcha de su hogar.

Complementemos el análisis pensando primeramente en nuestros sentimientos. ¿Cuáles son los que predominan dentro de nuestro hogar? ¿El enojo o el amor? ¿El nerviosismo o la paciencia? ¿La dureza o la ternura? Aunque parezca increíble, el hogar, que es el sitio de la Tierra donde debería haber más calidez, a menudo se vuelve frío y lleno de tirantez. ¿Por qué? Porque cada miembro de la familia olvida que la belleza del hogar se construye con amor, y no con egoísmo y mala voluntad.

Pasemos ahora a las palabras. ¡Cuántas veces los peores problemas del hogar comienzan por una palabra fuera de lugar pronunciada por el padre o por el hijo! Y, tras esa palabra, la herida abierta que no se restaña, o el silencio del corazón ofendido que no perdona. ¡La importancia de la palabra bien dicha! Pronunciada con amor y espíritu amistoso. Esta es la palabra que estimula y edifica la felicidad de la familia. Incluso, el tono de la voz y la expresión de la mirada ¡cuánto dicen acerca de lo que sentimos!

¿De qué tenor son las palabras que pronunciamos en el círculo familiar? A veces nos referimos al arte de hablar bien en público, pero olvidamos el otro arte, mucho más importante, de saber hablar con bondad en el hogar.

Finalmente, señalemos nuestras acciones. ¿Cómo actuamos dentro de nuestra familia? ¿Manifestamos un espíritu colaborador? ¿Fomentamos la unidad? ¿Cooperan con nosotros nuestros hijos para aliviar las cargas del hogar? Usted, señor, ¿se muestra afectuoso con su esposa? Y usted, señora, ¿cómo es con su marido? Es verdad, él ya sabe que usted lo quiere. Pero le pregunto si se lo demuestra de acciones y de palabras.

¡Los sentimientos, las palabras y las acciones! Cuando le pedimos al Creador que nos bendiga en estas tres esferas de la vida, el hogar disfruta de felicidad.

El hijo pródigo

El hijo ingrato acababa de pedirle la herencia a su padre acaudalado. El muchacho quería abandonar su casa e irse a una tierra lejana para “gozar” de la vida. Esa era su ilusión. Y, para evitar toda clase de pelea, el padre consintió en darle a su hijo una buena suma de dinero. Y con ella, el joven partió del hogar. Él pensaba que así, apartado de la tutela paterna, sería realmente libre.

Al principio le fue más o menos bien. En la nueva tierra se hizo de amigos, gozó de placeres y la vida pareció sonreírle. Pero, llegó el momento cruel cuando se le terminó el dinero. Y, con él, se le terminaron los amigos, las alegrías y hasta la comida.

Así comienza la conocida y amada “parábola del hijo pródigo”, narrada por el gran Maestro. El relato luego sigue diciendo que, para poder comer, el fracasado muchacho se dedicó a cuidar cerdos y hasta se alimentaba con la comida de ellos. No podía haber terminado en forma más humillante su necia aventura. Hasta que un día, hastiado de la vida y volviendo en sí, decidió regresar al hogar y pedirle perdón a su padre.

El final de la parábola es feliz. Presenta a un hijo andrajoso, abrazado a su padre y reconciliándose con él. Esta tierna historia tiene un elevado significado espiritual. Pero, limitándola al ámbito doméstico, señala los amargos resultados de la ingratitud, la desobediencia y la rebelión filial. Así le va siempre al hijo que se levanta contra sus padres, o que los desprecia y deja de amarlos.

¡Cuán diferente es la suerte del buen hijo! Se siente a gusto con sus padres y sus hermanos. Colabora con la prosperidad y el bienestar de la familia. Ama y respeta a sus padres, y la vida le sonríe en todo momento.

El buen hijo puede discrepar con alguna opinión de sus padres. Pero ¿se apartará por eso de ellos o dejará de quererlos? El muchacho o la chica que aprende a vivir en familia aprende a vivir también en la sociedad y a llevarse bien con los demás. Hijo, hija, ¿cómo tratas a tus padres? Aunque ellos tengan defectos, igualmente ¿sabes amarlos y honrarlos? Asegura tu felicidad siendo un buen hijo y amando a Dios como tu Padre celestial.

El padre pródigo

Dos hijos tenían un padre muy ocupado, quien cierto día los llamó y les dijo: “Queridos hijos, considero que el dedicar mi esfuerzo a ustedes es perder el tiempo. Por eso, voy a dedicarme solamente a mis negocios”. Y, antes de mucho, los dos hijos se volvieron rebeldes en el hogar e indisciplinados en la escuela. Hasta se volvieron delincuentes y cayeron alguna vez en manos de la justicia.

Mientras tanto, el padre prosperó en sus negocios y llegó a ser un hombre influyente en la comunidad. Pero, alejado de sus hijos, llegó a ser un extraño para ellos. Años después, en los días de su vejez, el hombre se sintió totalmente solo. Y alquiló una habitación en un hotel, donde su corazón no recibió el afecto de nadie. Entonces, volviendo en sí, se dijo: “¡Cuántos otros padres tienen el cariño de sus hijos, mientras que yo aquí estoy enfermo de soledad! Me levantaré e iré a mis hijos, y les confesaré mi error del pasado”. Y el hombre fue a mendigar el amor de sus hijos. Pero estos, recordando todavía con amargura la maldad de su padre, apenas quisieron recibirlo.

Hasta aquí la moderna parábola del “padre pródigo”. Pero ¿cree usted que existe gran diferencia entre este relato y la actitud de ciertos padres? Padres que parecen estar demasiado ocupados para dedicar tiempo a sus hijos. Padres que, ansiosos por obtener una buena posición económica, incurren en el mal negocio de ganar más dinero y perder a sus hijos. Padres que luego, para calmar su conciencia, brindan de a ratos un amor exagerado a sus hijos, consintiéndolos en todos sus caprichos infantiles. Pero ¿es esta la clase de afecto paterno que necesitan los hijos?

Si hasta hoy, por alguna razón, hemos descuidado nuestra responsabilidad paterna o materna, ¿no sería saludable rever nuestra actitud y cambiar de proceder? Nuestros hijos nos agradecerán, y nosotros, en unión con ellos, podremos afianzar la armonía y la felicidad de toda la familia. ¿No son un don de Dios los hijos? Entonces, ¿no dedicaremos tiempo y esfuerzo para educarlos con amor y disciplina?

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