Blasco Ibáñez en Norteamérica

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Blasco en Long Island, plantando un árbol

(The World's Work, noviembre 1919-abril 1920, p. 498)

En el meeting de la AATS, intervino para hablar de la primacía de la novela sobre cualquier otro género en la literatura española contemporánea. Según él, en su país el novelista, por lo general, no era un profesional, sino que solo se dedicaba a escribir cuando tenía que transmitir al mundo un mensaje sólido. Terminó su charla alabando la tarea de los allí reunidos, a los que apreciaba como «evangelists of Spanish culture in this country»90.

Con el título de «El espíritu de los Cuatro jinetes», el 10 de noviembre, Blasco dirigió su conferencia a un público mayoritariamente hispanohablante en el Aeolian Hall. Tras los cumplidos de agradecimiento a su audiencia, por la tremenda acogida a su novela, dividió su exposición en dos grandes bloques. Primero habló de la amenaza procedente de un quinto jinete, el de las huelgas y la revolución social, que podía desembocar en nuevos conflictos bélicos en el período de incertidumbre internacional que se respiraba en los primeros meses de posguerra91. Acto seguido, rememoró los acontecimientos que propiciaron la redacción de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, historia para que la que se nutrió, en parte, de su visita al escenario de los enfrentamientos del Marne, así como se basó en personajes reales. También insistió en una idea que sería recurrente en varias de sus colaboraciones periodísticas: «Yet no punishment has been meted out to the men responsible for the death of ten millions. If such crimes are to be forgiven and forgotten, who can be sure they will not be repeated?»92. Esa ausencia de castigo era uno de los factores que había desencadenado la inestabilidad industrial presente, el conflicto entre aquellos que habían amasado dinero en el transcurso de la guerra y aquellas masas trabajadoras que sentían hacia ellos un odio instintivo.

Durante los meses en que Blasco estuvo en los Estados Unidos, las conferencias fueron eclipsadas en cantidad por las recepciones a las que fue invitado por personas y asociaciones de la más diversa índole. Así, por ejemplo, estuvo en el India House, teniendo como anfitrión a Alfred Gilbert Smith, presidente de la New York and Cuba Mail Steamship Company, más conocida como Ward Line, y compartiendo mesa con notables comensales de origen español y sudamericano93. En el hotel Pennsylvania, le regaló con una cena el Mexican Union and American Frienship Club. En la misma se lamentó de los ataques recibidos por su conferencia en el Horace Mann Auditorium al defender a España de la visión negativa que se ofrecía de su intervención en el Nuevo Mundo. De acuerdo con las sospechas del escritor, existía un empeño pro alemán en desacreditarle. En todo caso, más allá de su reputación personal o su perspectiva interpretativa de la historia española, lo que a él le interesaba era destacar las ventajas de la cooperación internacional: «it was most important that Spain ally herself with the United States now, for Spanish interests were world-wide, and together the countries could accomplish much»94. Y siempre mirando al futuro, exponía su intención de viajar a México para escribir una novela sobre aquel país que sería traducida al inglés.

La faceta más altruista de Blasco se puso de relieve el 14 de noviembre, cuando participó en la campaña de la Fundación «For Actors' memorial», organizada por el productor y manager Daniel Frohman, y que tuvo lugar en el teatro Lyceum. Se trataba de recaudar fondos para los actores menos afortunados, concurriendo a la recepción hombres de negocios, representantes del mundo del escenario y la literatura, y unas dos mil damas. La mayoría de los asistentes se sintieron atraídos por la oportunidad de conocer en persona al escritor95.

Sin embargo, tuvo mucha más repercusión su iniciativa de abrir un fondo conmemorativo para levantar un monumento en honor a Edgar Allan Poe, al que él contribuyó con la donación de cien dólares. La trascendencia del gesto no residía tanto en la cantidad aportada, como en el hecho de persuadir al presidente de la Sociedad de Artes y Ciencias del Bronk, señor W. Stebbins Smith, de la conveniencia de emprender la aventura laudatoria96, teniendo en cuenta que Poe era un escritor muy apreciado en Europa, mientras que en el ámbito literario de los Estados Unidos era como una especie de marginado, una figura extraña y peligrosa97. Era, pues, el suyo un acto de justicia poética que tendió a otorgarle al escritor de Boston el reconocimiento que merecía en su país.

La prensa americana aplaudía la decisión de Blasco, quien hacia el 17 de noviembre visitó la pintoresca casa de madera del autor de «El cuervo» en el Grand Concourse, en Fordham, en la parte alta de la ciudad. Le demostraba así la admiración que le profesaba antes ya de su llegada a los Estados Unidos. Por su parte, mientras los periodistas intentaban recrear la existencia de Poe en su hogar, sentado en el porche y dialogando a solas con las estrellas, pendiente de los lamentos y las sombras fantasmales que se arrastran por la noche98, la figura del novelista español adquirió una dimensión poética: había sido inspirado por el maestro para acometer empresas generosas99.

Más mundana fue, en cambio, la celebración organizada por el University Forum of America, el día 18, en el Hotel des Artistes100. Blasco fue recibido en el salón de baile con gritos y aplausos. Como era habitual en estos festejos de sociedad, a los postres enlazó un breve discurso, convenientemente traducido por el señor Alexander Cummnings, presidente del University Forum, en el que hizo relación de sus experiencias personales en Argentina, en París y durante su visita a la zona devastada del Marne. Para desviar a los asistentes de cualquier recuerdo aciago sobre la Gran Guerra, luego concluyó la velada con un baile.

Solo dos días más tarde, en el almuerzo organizado por el Rotary Club, en el hotel McAlpin, se verificó la comunión entre el escritor y la sociedad norteamericana de un modo sumamente gráfico. Los miembros del club recompensaron a Blasco con el regalo de una bandera de los Estados Unidos. El novelista, posando sus labios sobre la tela, agradeció con fervorosas palabras el detalle. Para él, dicho emblema representaba un honor inmenso. No era la bandera del país más importante, sino la bandera con cuyos valores debían identificarse todos los países del mundo101. Para un hombre muy dado a conferirle su simbolismo a los objetos, el regalo recibido satisfacía con creces su tendencia mitográfica.

Posiblemente la recepción en el hotel McAlpin fue el último acto público de su primera estancia en Nueva York102. A lo largo del mes de noviembre Blasco visitó en su mansión de Bayside, en Long Island, a la actriz Pearl White, sin que las informaciones de la prensa permitan fijar una fecha concreta. De acuerdo con sus propias palabras, el escritor ya hacía tiempo que deseaba de conocer a la estrella de la Fox. Había llegado a contar en numerosas ocasiones una historia entretenida que podía justificar dicho afán. En París, durante un ataque aéreo, Blasco vio correr a la gente hacia un teatro. Él siguió su estela creyendo encontrar allí un lugar inusualmente seguro. Sin embargo, lo que atraía a los franceses era una pieza del serial cinematográfico Los peligros de Paulina. Sorprendido por el singular descubrimiento, se dijo que debía conocer a una actriz cuyos movimientos delante de la cámara mantenían ocupada la atención de las personas en peligro103.

El ansiado encuentro entre los dos famosos quedó inmortalizado por una breve filmación de un minuto y casi cuarenta segundos en la que puede identificarse asimismo al marido de Pearl White, el actor Wallace McCutcheon Jr., a Leo A. Pollock, a Louis Renshaw y la también actriz de Brodway Blyth Daly104. Blasco le regaló a su anfitriona un ejemplar de una de sus novelas, mientras ella hacía lo propio con otro ejemplar de su autobiografía Just Me, en la que estampó la dedicatoria: «From the worst author in the world to the greatest»105. La sintonía entre los dos parecía perfecta, y ambos se intercambiaron elogios. Pearl apreciaba la habilidad del escritor en la creación de personajes. Blasco no quedó atrás en sus elogios: «In Europe and South America your admirers can be counted by the million. It is my deep conviction that such admiration is well deserved. I am one of those millions»106.

Según parece, hubo más visitas de Blasco a Bayside, en las que tan cotizadas figuras podían conversar un poco en francés y unas cuantas palabras en italiano. Años más tarde, como resultado de esta magnífica relación, Blasco escribiría una novela corta sobre el cine y su influjo en la percepción de la realidad de los espectadores. La protagonista de Piedra de luna era el correlato novelesco de la célebre Pearl White107.

 

Anuncio de una conferencia en el teatro Fulton (The Sun, noviembre 1919)

A medida que el escritor fue visitando más ciudades norteamericanas, se familiarizó con las costumbres y aficiones representativas de aquel país. Hacia el 21 de noviembre había llegado a Boston. Seguramente el primer evento al que asistió fue un partido de football en el Harvard Stadium. Allí comprobó que el entusiasmo mostrado por los espectadores era muy parecido al que se reconocía en una corrida de toros en España108. Al día siguiente, el Club Español de Boston le agasajó con una comida en el hotel Westminster. Bajo los auspicios de esta asociación impartiría la conferencia «Los cuatro jinetes del Apocalipsis». Otra vez el peligro de una revolución social. Se anunciaban otras disertaciones, en el Wellesley College, en Tremont Temple. Ahora para hablar de la verdadera España, ahora para expresar su optimismo en el futuro que le aguardaba a los Estados Unidos, aprovechando cualquier ocasión para dejar constancia de su afecto a la bandera norteamericana109.

La prensa destacaba la inmensa popularidad del autor, que se había extendido como la pólvora, al mismo tiempo que se preguntaba cómo era posible que este hombre tuviese amigos por todas partes. En realidad, Blasco dominaba las estrategias del buen publicista y repetía constantemente que se sentía muy a gusto en aquella república. Sin embargo, en medio de tanto trasiego, fastos y oropeles, le volvió a visitar la tragedia. Años atrás le había sorprendido la noticia de la muerte de su padre mientras se hallaba en su gira de conferencias en la Argentina. Ahora el golpe se lo asestaba la muerte inclemente llevándose consigo a su hijo Julio César. Blasco no pudo asistir al sepelio, quedando doblemente afectado. De ello dejó testimonio en una misiva remitida a Huntington, el 26 de noviembre, y sellada en Otawa. Es decir, para entonces había cruzado la frontera de Canadá, según le confiaba a su querida Elena Ortúzar en otra carta del 27. En ella le informaba que se hallaba en Ottawa para dar una conferencia en un templo protestante y que, al día siguiente, saldría hacia Montreal. Se había visto obligado a cambiar su itinerario, pues era imposible desplazarse hasta Toronto, a causa de una epidemia de viruela. El caso es que se encontraba abatido: «Comprenderás mi estado de ánimo después de la muerte de mi pobre Julio. Además aún no he recibido ni una sola carta tuya. Voy como un sonámbulo de un lado para otro. Mis negocios marchan bien, pero me faltan ánimos». Quizá las sombras que se cernían sobre él se viesen mínimamente disipadas con la visita a las cataratas del Niágara. Aun así, a su familia remitió una postal, con la imagen coloreada de esta majestuosa belleza natural, manifestando su pena por la muerte de Julio.


11. Texto de la postal enviada por Blasco a sus hijos

(Colección Libertad Blasco-Ibáñez. Casa Museo Blasco Ibáñez)

Con mucha probabilidad fue por esas fechas cuando, ya instalado en el hotel Statler de Búfalo, respondió a la carta que le había enviado unas semanas antes Conrado Massaguer solicitándole una colaboración para su Revista Social. Blasco declinó la invitación alegando la carencia de tiempo material para atender a todos los compromisos que hacían de la suya una existencia frenética. Vale reproducir algunos párrafos de esta carta por la valiosa información que suministran:

Cada dos días visito una ciudad de los Estados Unidos.

En cada una de ellas me dan un banquete y doy una conferencia. El otro día en el curso de 48 horas, hablé en una universidad de señoritas, en una sinagoga, en un templo protestante y en la escuela militar de West Point, siendo todas estas conferencias alternadas con largos viajes de ferrocarril.

Además recibo visitas, hablo con los periodistas, dedico libros y postales (¡ay las postales!, ¡si me diesen un centavo por cada una que firmo!… ¡qué fortuna!). Algunas mañanas al salir de la cama pretendo afeitarme, y suenan las ocho de la noche antes de haberlo conseguido.

¡Y quiere usted, viviendo así, que le envíe unas cuartillas! […]

Voy a correr una parte de esta región de los Estados Unidos (Cleveland, Chicago, Nebraska, etc.) hasta el 29 de diciembre; luego iré a pasar las Navidades en New York (Hotel Belmont). En enero saldré para el Oeste y el Sur (California, Texas, etc.), en febrero volveré a New York; en marzo deseo ir a Cuba, en abril a México…

¿Cuándo podré tener unos días libres para escribir?…110

Con el plan de trabajo pergeñado no resultaba difícil aventurar que la transición entre los meses de noviembre y diciembre cobraría forma bajo el mismo signo del movimiento delirante. Si acaso, le podían ofrecer alguna tregua momentánea las recepciones con personajes interesantes, pensemos en las comidas compartidas con la actriz peruana S. Díaz de Rábago o con la contralto del mismo país Margarita Álvarez111. Tal vez entre refrigerios y risas era posible remontarse sobre la fatiga y el dolor por la pérdida de un hijo, incluso para lanzar de nuevo a volar la imaginación. Así, por ejemplo, su estancia en Búfalo le permitió conocer al rabino Louis Kopald, del templo Beth Zion. A partir de la conversación mantenida con él, surgió la idea para una futura novela que bien podría titularse El judío. Puesto que Blasco intuía más privilegios en los hebreos de América que en aquellos otros diseminados por diferentes lugares del mundo, su inspiración le dictaba la oportunidad de una historia protagonizada por un judío de Salónica que viajaba hasta los Estados Unidos y cuya percepción de las cosas entraba en abierto contraste con la de otro personaje de su mismo pueblo, afincado en la república de las barras y las estrellas, y por ello, con una cosmovisión más progresista y optimista112.

Esa historia nunca llegó a escribirla. Lo que sí que continuó fue su gira de conferencias. El 11 de diciembre, estuvo en Pittsburgh, más concretamente en el Carnegie Music, correspondiendo a las atenciones de The Author's Club de la ciudad, del que era presidente Georges N. Sollom, con la enésima exposición sobre los «cinco jinetes»113. Inmediatamente después, le esperaba con los brazos abiertos la ciudad de Chicago. No obstante, al ser alojado en el Congress Hotel, en la mejor de sus habitaciones, algo ocurrió que propiciaría, casi cuatro años más tarde, las declaraciones poco gratas del señor James B. Pond sobre el comportamiento del escritor. El responsable de la agencia que le había contratado señalaba que Blasco tenía, digámoslo así, un temperamento excesivo. Además, él era «the most accomplished cusser I ever knew. If he got himself well started on a series of Spanish oaths, few people could hope to equal his unusual and most comprehensive selection of swearwords and fiery delivery»114. Para desempeñarse como su intérprete, la agencia había elegido a un ex oficial del ejército norteamericano, que era incapaz de soportar el flujo constante de un léxico que no estaba autorizado en ningún diccionario. Por ende, el intérprete acabó supuestamente desquiciado en dos semanas y quería sacar su revólver: «He was a wild man, eager to slay!». Lo tuvieron que despedir abonándole el salario estipulado. En su lugar, el elegido fue un puertorriqueño, Robert King Atwell, que conocía a la perfección el rico vocabulario castellano.

Pero regresemos a su habitación en el Congress. Aunque tenía unas espléndidas vistas a un lago, quedaba muy próxima al ferrocarril. Disgustado por el ruido de los trenes, parece ser que Blasco reaccionó colérico, lanzando todo tipo de juramentos y saltando sobre su sombrero. Justo en ese momento, se abrió la puerta de la habitación con tan mala suerte que un grupo de reporteros descubrieron su enojo. El intérprete trató de disculpar al escritor argumentando que, habiendo comprado el sombrero esa misma mañana, no le encajaba. Sin embargo, entre los periodistas había algunos sudamericanos que habían oído a Blasco y denunciaron los hipotéticos errores en la traducción de sus palabras. Al final, las víctimas del enfado del autor, según relataba Pond, fueron el malhadado sombrero y el intérprete puertorriqueño.

Dejando a un lado la anécdota, durante los días que pasó en Chicago, es muy posible que se produjera una primera puesta en común con June Mathis, la encargada de adaptar para el cinematógrafo Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Tampoco tuvieron mucho tiempo para ahondar en dicho asunto, ya que el 15 de diciembre era presentado en Des Moines, por el Iowa Press and Authors' Club, para pronunciar la conferencia «La América que conocemos»115. Al día siguiente estuvo en Omaha. En el hotel Fontenelle, ante la Society of Fine Artes, con el señor Albert Smith como intérprete, reiteró las consabidas alabanzas a Nueva York, se atrevió a refutar la idea de que los Estados Unidos era una nación carente de arte y vida espiritual. Significó para ello la importancia de la obra del poeta romántico Longfellow, la genialidad de Whitman y la poderosa capacidad imaginativa de Poe. Prosiguiendo con la enumeración de personalidades norteamericanas, los elogios vinieron a recaer sobre sus grandes presidentes: Washington, el ciudadano-soldado heroico y abnegado; Lincoln, el mártir de la libertad; Roosevelt, apóstol de la vida, y Wilson, notable estadista y poeta. Blasco, a quien la prensa local le atribuía un cierto parecido con Enrico Caruso116, sabía perfectamente cómo ganarse la voluntad de su auditorio.

Coincidiendo con Christmas Eve, el novelista sufrió un nuevo contratiempo. Cierto editor argentino le había interpuesto demandas «por valor de varios miles de pesos». Los tribunales de su país solicitaron el embargo de los derechos de autor que le correspondían por la venta de sus libros, y la corte de distrito de Nueva York dictó la orden a favor del demandante117. Aun así, la actividad de Blasco no cesó, ni siquiera en pleno período navideño. La American Association of Teachers of Spanish celebraba su tercer encuentro anual en la Universidad George Washington, en su facultad de Derecho, con la asistencia de cientos de delegados. El día 27, el rector de la Universidad, Dr. William Miller Collier, pronunció el discurso de bienvenida, interviniendo como oradores principales el embajador de España, Sr. Juan Riaño y Gayangos, y Blasco Ibáñez118. Todavía el 30 de diciembre podríamos localizarlo, otra vez, en Nueva York disfrutando de un almuerzo en el Dutch Treat Club y manteniendo el contacto con ese mundo de artistas, escritores e ilustradores que tanto contribuían al glamour de la metrópoli.

Camino de Hollywood

Con la llegada del nuevo año Blasco emprendió de nuevo un itinerario que tendría como ansiado destino los estudios cinematográficos instalados en Hollywood, a la par que se desarrollaba la segunda parte de su gira de conferencias por los estados del Sur119.

El 18 de enero se detuvo en Albuquerque, donde ofrecería una charla en el Liberty Hall, ante el capítulo local de la AATS120. Antes de eso, él y su secretario, fueron guiados en excursión por un comité encabezado por el profesor universitario Roscoe Hill y del que formaban parte los señores Néstor y Anastasio Montoya, Frank A. Hubbell y A. R. Hebenstreil. En sendos automóviles, habida cuenta del interés del escritor por ver un rancho, se trasladaron hasta la granja Hubbell y a la Isleta, paraje este último que causó una grata impresión al autor, ya que por su colorido, su arquitectura, la presencia de indios y otras características geográficas le traía a la memoria sus recuerdos de Sudamérica. Tras la cena, organizada en casa del profesor Hill, los asistentes pudieron trasladar sus preguntas a Blasco, quien demostraba especial magnetismo con todos los allí reunidos. Sobre todo, destacó su opinión de que América del Sur seguía siendo la tierra de las oportunidades. En ella habían triunfado muchos alemanes, que aprendían el castellano en su país para viajar luego al otro lado del Atlántico. Sobre los Estados Unidos dijo que algunas de sus regiones se parecían mucho a otras de España, provocándole un gran orgullo que muchos anglosajones dominaran perfectamente el castellano121.

 

El lunes 19 llegaba a la ciudad histórica de Santa Fe, en la cual buscaba reminiscencias del pasado hispano. De ahí su interés al visitar el museo local y la Library of Historian Benjamin M. Read por los fondos que le permitían acceder a un mejor conocimiento de la historia de la España colonial. Sobre todo, en el primer edificio sorprendió por su erudición incluso a los universitarios que le acompañaban. Cuando un sacerdote hizo sonar una campana que estaba expuesta como reliquia con varios siglos de antigüedad, emitió un veredicto tajante: aquello era falso. Bastó con darle la vuelta a la pieza para verificar cuándo y dónde había sido fabricada. De repente, su mirada se detuvo en unas pinturas con unas carabelas en las que supuestamente viajó Colón al Nuevo Mundo:

One glance was sufficient for the visitor to take it all in and to discover that the ships were not historically correct. He had made a study of ships of the Spanish navy throughout its history at one time when he was writing something in South America and pointed out that that type of caravel was not used by Columbus when he discovered America122.

Mientras expresaba su intención de regresar el verano siguiente a Santa Fe con el fin de realizar un estudio que le serviría para escribir su novela del Sudoeste, el gobernador Benjamin F. Pankey lo invitó a un almuerzo en el hotel De Vargas123. Tal vez, fue en uno de estos actos públicos donde el novelista recibió como presente otra bandera de la república norteamericana que, a su regreso a Francia, exhibiría en su despacho de Villa Kristy, en Niza, junto a varios objetos exóticos fabricados por los indios de Arizona y Nuevo México.

Su estancia en Tucson, el 22, fue breve; el tiempo necesario para impartir la conferencia «El espíritu de los Cuatro jinetes»124. En cambio, su estadía en California iba a ser más duradera, de casi tres semanas, entre finales de enero y principios de febrero. Eso sí, nada más llegar a Los Ángeles, el 23, e impartir, para la sección local de Los Ángeles de la AATS, una nueva conferencia sobre la España moderna en el Clune’s Auditorium125, las informaciones recopiladas en la prensa hacían alusión a sus problemas de salud: «Vincente Blasco Ibanez, Spanish author, is ill here»126. Unas fuentes hablaban de un resfriado severo o de una gripe127, otras apuntaban a una dolencia próxima a la neumonía128. Este contratiempo le obligó a quedar confinado en su habitación del hotel Raymond, en Pasadena, y, con ello, a alterar su calendario de charlas. No obstante, tan pronto empezó a recuperarse, intentó recuperar el tiempo perdido. A finales de mes volvió a hacer gala de sus dotes para la oratoria en el auditorio de la Polytechnic High School, en Washington and Hope Streets, disertación para la que el público tenía entrada libre129.

Pese a no haber desaparecido la afección gripal, se esforzó por sobreponerse a ella para satisfacer su curiosidad. Estaba demasiado cerca de los escenarios donde se rodaban los grandes films estadounidenses como para poder resistirse a visitarlos. De modo que estuvo en los Sixty-First Street Studios, en los que la Metro Pictures Corporation comenzaba a producir la adaptación cinematográfica de The Four Horsemen of the Apocalypse130. Casi obvia referir los arrebatadores efectos que provocaron en su ánimo esos escenarios donde cobraba forma la ilusión cinematográfica: «At the movie city outside Los Angeles the Spaniard was a constant visitor at the studios. He saw the production at every stage in its development»131. Blasco lo miraba todo con los ojos atónitos de un niño. De sus observaciones sobre la magia que transmitía Hollywood, bautizada como Camaleón City, dejó posteriormente testimonio descriptivo en La reina Calafia y en la novela corta Piedra de luna. Cómo le habría gustado ser partícipe de las invenciones que allí se gestaban. Iba a escribir escenarios y contaba con la indiscutible virtud de saber amoldarse a las opiniones ajenas. Estaba tan eufórico, que quienes le mostraban los estudios de la productora le tuvieron que hablar también de los prejuicios de la audiencia norteamericana, de las dificultades técnicas que interferían en cualquier rodaje. Pero si algo le sobraba a Blasco era capacidad de trabajo y carácter perseverante132.


Vicente Blasco Ibáñez en Hollywood con June Mathis y Marcus Loew (Filmoteca Valenciana)

Además del cinematógrafo, la geografía californiana albergaba otros atractivos lugares a los que el novelista viajó en excursión. Al noreste de Los Ángeles, cerca de Arroyo Seco estaba la finca de El Alisal, cuyo propietario era el polifacético Charles Fletcher Lummis, gran protector de la herencia ancestral del Sudoeste americano. Blasco fue invitado a su casa, disfrutando de una comida típica de la primitiva California. El propio Lummis actuó como anfitrión, junto al cónsul de España, de otra recepción celebrada en el exclusivo Gamut Club, en 1044 South Hope Street, que en honor del célebre invitado y dada la condición de fraternidad artística y musical, dedicó la jornada a la música española, de la cual ejercía como renombrado representante para la ocasión el barítono Serafín Pla133.


Blasco Ibáñez y Ch. F. Lummis en El Alisal (Lummis Papers, Colorado State University)

Coincidiendo con su estancia en la ciudad, se fundó el Centro Hispano Americano, agrupación de índole cultural integrada por mexicanos residentes en Los Ángeles y que nacía con pretensiones de establecer un vínculo fraterno entre los Estados Unidos y México. Blasco fue nombrado como su presidente honorario134.

Aún emprendería con su secretario una gratificante ruta que le permitió reencontrarse con la arquitectura colonial española. Para eso se trasladó a Riverside, donde le reclamaban poderosos valedores como Frank A. Miller, promotor del hotel Mission Inn. Acompañado por el profesor de español Emile Mauler Hiennecey estuvo también en la misión de San Juan Capistrano, en la Mission Play y el Mount Rubidoux, escenario este último donde se levantaba una cruz dedicada a Fray Junípero Serra135. Como era habitual en él, aparte del mero interés turístico, existía un propósito documental «in order to gather material for a novel which Senior Ibanez has in contemplation. The scene is to be laid in Mexico, and in that part of California where Spanish influence has been felt»136.

El 4 de febrero se alojó ya en San Francisco, en concreto en el University Club. De inmediato, en el Pacific Union Club, el Sr. Vinter, gerente del Banco Hispano-Americano, le ofrecía un lunch en el que Blasco se distinguió por el fervor con que hablaba de España y de la raza hispana. Precisamente, su visita fue muy celebrada entre los miembros de la comunidad de habla española. Cundía entre ellos una desazón, un sentimiento molesto de aislamiento porque hasta California apenas llegaban los ecos de las novedades del mundo intelectual europeo, pero, además, como núcleo insignificante entre las colonias de habla extranjera, también ellos eran ignorados. De ahí la importancia de la llegada de tan ilustre embajador de la lengua de Cervantes137. De ahí sus felicitaciones a la Universidad de California por liderar dicha iniciativa, por gestionar oportunamente una conferencia del escritor en Berkeley para el 9 de febrero138. Antes había asistido ya a la junta de la AATS, donde habló con su característica elocuencia, y después haría lo propio en el Scottish Rite Temple, reproduciendo una vez más la exposición que había titulado «Los Estados Unidos a los ojos del mundo». La cifra de casi mil asistentes reunidos en la cena del Bohemian Club, el 10 de febrero, evidenció la popularidad de la que gozaba Blasco por aquellas fechas. Y este baño de multitudes pronto iba a desembocar en una ceremonia honorífica que tendría lugar pocos días después en la Universidad George Washington.

Este compromiso motivó su partida hacia el este del país, siendo posible reconstruir su itinerario en tren a partir de las menciones a diferentes ciudades y espacios naturales que figuran en uno de sus cuadernos de notas. Esto es, el 13 de febrero abandonó San Francisco, y el ferrocarril discurrió junto al río de las Plumas y poblaciones californianas como Pulga, Cresta y Merlín. Un día después, aludía al famoso desierto de Nevada, mientras que, el 15, pasó por las Montañas Rocosas, Red Cliff y Denver. Por el estado de Nebraska, dejó atrás las ciudades de Hastings, Lincoln y Omaha; y el 17, apenas se detuvo en Chicago, para reemprender la marcha hacia Nueva York.

El 21 de febrero se hallaba, de nuevo, en Washington para recibir la distinción excepcional de Doctor en Letras. El evento se enmarcaba en el calendario de actividades organizado por la Universidad George Washington con motivo del «mid-year», convocatoria de mediados de invierno. Sin duda, el acto central de la misma fue la ceremonia de entrega de títulos honoríficos. Se celebró, el 23, en el Auditorium of Central High School, 13th y Clifton al noroeste, concediéndose en él la distinción de doctor honoris causa a Blasco Ibáñez, pero también el grado honorario de Doctor en Leyes al senador por Nueva York W. M. Calder, así como los títulos respectivos al ex secretario de Hacienda Franklin MacVeagh y a Herbert C. Hoover, quien pocos años después sería elegido presidente de la República139. El general John J. Pershing no pudo recogerlo por hallarse en California.