Blasco Ibáñez en Norteamérica

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Pocos años después, camino de México, Valle Inclán se detendría en La Habana. En una de las entrevistas que allí concedió, tuvo ocasión de hablar de Blasco Ibáñez. Aparte de las discrepancias de estética literaria que existían entre ambos autores, Valle no parecía sentir mucho aprecio por su compatriota. A raíz de su viaje a Argentina como conferenciante, en 1909, le había aplicado el calificativo de «politicastro», subrayando, además, su desmedido afán monetario39. Ahora, volvía a enfatizar este último particular como el detonante de su viaje a los Estados Unidos:

Blasco Ibáñez, viendo que su novela se vendía como él jamás soñara, abandonó París y se marchó a los Estados Unidos. Blasco Ibáñez es un gran hombre de negocios. Una vez en Nueva York comprendió el enorme partido que podía sacar de todas sus obras, ya que Los cuatro jinetes del Apocalipsis le habían conquistado la popularidad40.

Que en el ánimo blasquista convivían en singular mezcolanza el idealismo con un incuestionable sentido práctico, lo vino a refrendar el propio novelista valenciano cuando a su llegada a Nueva York le confesó a uno de sus íntimos:

Necesito aprovechar la popularidad que tengo en este país, no solo para mí sino para España. Comprendo que esto ha de pasar. La popularidad en vida dura lo que la espuma. Soy como el torero, que está de moda una vez, hasta que el público empieza a volverle las espaldas41.

No obstante, Valle se equivocaba en un aspecto fundamental, que quizá no quiso tomar en consideración por eso de las rivalidades literarias. Al final, Blasco vio cristalizado su propósito de surcar las aguas del Atlántico. Pero cuando marchó a la conquista de los Estados Unidos, lo hizo perseguido por la fama y reclamado por una nación que le había conferido un extraordinario prestigio. El 18 de octubre se embarcaba en el Lorraine, en Le Havre; para poco más de una semana más tarde, el 27, divisar las costas de Manhattan. La expectación era máxima. A

diferencia de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, a él no aguardaban unos indígenas atónitos ante la visión de las carabelas, sino numerosos reporteros ansiosos por preguntarle sobre una infinidad de materias y verificar si era cierto todo lo que se había dicho sobre el famoso autor de The Four Horsemen of the Apocalypse.

«His life, a fascinating story of adventure»

El domingo 26 de octubre, solo un día antes de desembarcar en Nueva York, en las páginas del The Sun se publicó una entrevista que Blasco había concedido en su domicilio parisino del 4 Rue Rennequin, ilustrada con una fotografía en tres cuartos del escritor42. A través de ella el lector norteamericano podía familiarizarse con el aspecto físico del cotizado personaje, así como también se le informaba sobre sus principales hitos biográficos. Ambas modalidades discursivas: la descripción y la narración, se conjugarían en las interviews y reportajes que proliferarían en la prensa en los días posteriores a su llegada a los Estados Unidos, reincidiendo unas veces en idénticos retazos prosopográficos, mientras que, en otras ocasiones, los datos suministrados no estaban exentos del error puntual: ¿equivocaciones en la traducción? ¿Faltas atribuibles a la memoria del propio Blasco? Desde luego, el novelista tenía en sus manos la oportunidad de suministrar un relato autobiográfico tamizado de acuerdo con sus expectativas presentes. De hecho, en las observaciones del reportero Ch. Divine se percibe el impacto directo de la versión que su entrevistado le quiso contar. Blasco era un hombre corpulento; su pelo todavía se mantenía oscuro, aunque afloraban unos mechones grises en las sienes; pero en su rostro se advertían las huellas «that come from an adventurous life and one of extreme activity».

Estando aún en Francia, el escritor marcó unas pautas, como su talante de hombre de acción, que serían reiteradas hasta la saciedad en fechas posteriores, cuando ya era un huésped importante de Nueva York. Claro que había una realidad contrastable por la mirada ajena que no podía modificar. Es decir, pese a sus cincuenta y dos años cumplidos, su apariencia denotaba gran vigor físico43. Poseía una mirada nerviosa, tensa y penetrante, que saltaba de un detalle a otro de su entorno para atraparlos como una cámara. Era el suyo un empaque que transmitía una sensación de vitalidad y poder44. Ataviado con un traje a cuadros, calzando unas botas y con anillos en los dedos de su mano izquierda y un broche en la corbata, asumía la factura de un próspero importador45. Había, no obstante, otros rasgos en él que a los periodistas les resultaron más peculiares. En primera instancia, una predisposición innata a la cordialidad: «his warm-heartedness is one of the greatest passports a traveler can have»46. Instalado en su habitación, en la planta diecisiete del hotel Belmont, era capaz de atender durante más de tres horas a todas las preguntas de la prensa, hasta volverse ronco. Deslumbró, asimismo, con sus dotes de amenísimo conversador, una aptitud que le hacía hablar de los más variados asuntos de palpitante actualidad con vehemencia expresiva, naturalidad cautivadora, intercalando cuando se terciaba la ocasión ingeniosos toques humorísticos47. Pero este hombre explosivo, que en solo diez minutos pasaba de la indiferencia o la indignación, al sarcasmo, el entusiasmo y la carcajada48, se comportaría con desconocida dicción apasionada desde su primera conferencia: «He works up into a frenzy, pacing the stage restlessly and beating the air with fury»49; sorprendiendo a quienes le acompañaban en sus paseos y visitas por el interés demostrado en querer verlo todo y preguntar sobre todo. «En Nueva York —evocaba la anécdota Emilio Delboy— prefería andar a pie y siempre llegaba tarde a las citas. Una vez lo esperaba un gran banquete. Ibáñez perdió un largo rato observando un desfile de girl scouts y llegó con retraso a la fiesta»50.


The Sun, 28-9-1919

El escritor español, cuyo nombre les costó pronunciar al principio a algunos: «Eye Banny», «Eye-ba-nez» o «Belasco», pronto se convirtió en «mister Ibáñez», por eso de que la tendencia del pueblo yanqui a la sencillez «no puede concebir que un solo hombre lleve dos nombres»51. Al mismo tiempo que el teléfono de la habitación del hotel no dejaba de sonar con una larga lista de invitaciones a desayunos, almuerzos, cenas y recepciones, el personaje que seducía a los reporteros por su familiaridad interesó también por una existencia pasada susceptible de ser rememorada con cierta deriva hiperbólica. Para empezar, resultaba asombrosa su personalidad polifacética: «novelist extraordinary, soldier of fortune, cowboy, sailor, Commander of the Legion of Honor, revolutionist and the founder of a city»52. En el protagonista de Mare Nostrum ya quedaron trasplantados diversos incidentes de su infancia y juventud. Una época en la que el escritor exhibió la precocidad de su activismo político. Con tan solo dieciocho años, un poema escrito contra el rey provocó la condena de un tribunal, aunque no se le pudo aplicar el castigo correspondiente por ser menor de edad. La versión alternativa hablaba del cumplimiento de una condena de seis meses en la cárcel por un soneto antigubernamental53. No tuvo, sin embargo, problemas con la justicia en un momento puntual. Por el contrario, se apuntaba que su vida pareció haber estado constantemente azotada por el encarcelamiento y el exilio54. Lejos de tener un efecto disuasorio, tales medidas represivas acentuaron su radicalismo y su actitud revolucionaria. Así por ejemplo, tras su campaña en Valencia a favor de la autonomía de Cuba, terminaría emparentando con escritores tan ilustres como Cervantes y Dante, pues como ellos estuvo en presidio y aprovechó la soledad de su reclusión para urdir grandes historias55. Se equivocaba el diario que pretendía situar el inicio de la dedicación blasquista a las letras durante una estancia en prisión.

De forma análoga, se publicitaron otras informaciones que denotaban un estudio mínimo de las fuentes adecuadas. Se le concedió el rango de maestro del periodismo56, reincidiendo en su responsabilidad en la fundación del diario republicano El Pueblo, aunque se afirmaba que a finales de 1919 todavía seguía siendo el editor de dicha publicación57. En especial, los rotativos norteamericanos iban a tener serios problemas a la hora realizar ciertos cómputos cronológicos. Se dijo que Blasco se había casado a los diecinueve años; que ostentó la condición de diputado en siete ocasiones, pero durante catorce años (siendo así que ocupó un escaño entre 1898 y 1907); en referencia a su aventura como explotador agrícola en Argentina, desarrollada entre 1910 y 1913 y durante la cual fundó el pueblo de Cervantes, se habló de que había permanecido seis años en dicho país sudamericano sin escribir una línea (pero ya en 1913 empezó a escribir Los argonautas); e incluso se aseguró que la distinción de la Legión de Honor le fue concedida por liderar en España la propaganda antialemana58, cuando realmente recibió la condecoración más importante otorgada por Francia el mismo año que Sorolla, en 1906. Exceptuando imprecisiones como estas, la prensa estadounidense, con la complicidad del mismo Blasco, se inclinaba por poner el acento en los aspectos biográficos más novelescos. Entonces parecía obligada la referencia a la amistad del escritor con Poincaré, merced a la que pudo significarse como el primer civil en visitar los campos de batalla del Marne, después de haber realizado una labor de propaganda a favor de Francia durante la Gran Guerra, y de organizar con pescadores, en España, una defensa de las costas contra la guerra submarina alemana.

 

Pese a que algún periodista ironizó al ver cómo Blasco fijaba un monóculo en su ojo derecho durante una de sus conferencias: «A monocled socialist»59, hubo coincidencia general a la hora de efectuar una valoración tanto de su obra literaria como de sus ideales políticos. Sobre la primera, causaba perplejidad el hecho de que, mientras en los Estados Unidos figuraba entre los escritores más vendidos, en España no se le considerase un novelista de primer nivel. Quizá la causa de ello residía en una diferente percepción del hecho literario:

Spaniards are great sticklers for style: when they make literary criticisms they differentiate carefully between the man who writes well and the man who tells a story well. Over and over again I found this differentiation in the opinions of Blasco Ibañez gathered from among Spaniards, literary and otherwise. The attitude of mind prompting it was best summed up by a writer of Madrid, who said: «Vicente Blasco Ibañez is a good novelist, but a bad writer»60.

En cambio, al otro lado del Atlántico se admiraba su narrativa porque en ella el autor había logrado insuflar su carácter dinámico y enérgico a sus propios personajes61. Se destacaba la prolijidad de su pluma, así como el compromiso adoptado en sus novelas en defensa de los más humildes, cuyos defectos no dudaba en criticar, sobre todo la ignorancia, en tanto que contribuían a su degradación62. Se le llegaba, en fin, a catalogar como el «portaestandarte del resurgimiento de la España moderna y portavoz de su robusta y sana literatura contemporánea». Así lo avalaban la virilidad de sus ideas, la exactitud descriptiva que podía producir los mismos efectos que un pincel o su profunda capacidad para penetrar en las grandezas y en las miserias humanas, representándolas con verdad y precisión de detalles63.


New York Tribune, 15-11-1919

Caracterizado como personaje poliédrico, se le interrogó con avidez sobre las más diversas cuestiones. Si había llegado a la cumbre de la fama como escritor, lo más lógico era que se le preguntase sobre sus preferencias literarias o sobre la forma de encarar el proceso creativo. A lo primero respondió que el escritor al que reverenciaba era Victor Hugo, a pesar de la afinidad zolesca de sus relatos. En cuanto a lo segundo, Blasco reivindicaba la importancia de una tarea previa de documentación. Tras seleccionar el asunto a partir del que desarrollar la trama, debía impregnarse de la atmósfera en que iba a transcurrir el argumento. Para ello eran complementarias la lectura y la observación directa, actividades que podía llevar a cabo meses antes de empezar a escribir la historia proyectada. Precisamente, para respirar el mismo ambiente donde luego se moverían sus creaciones, había vivido experiencias peligrosas que seguro atraían la atención del público estadounidense y en cuya evocación, además, se cargaban las tintas por el camino de la exageración64. Era cierto que, para escribir La horda, había acompañado a los cazadores furtivos en sus excursiones a medianoche a las reservas reales de El Pardo, exponiéndose a recibir las balas de los guardias. Si bien su amistad con el torero Antonio Fuentes le sirvió de gran ayuda para recrear las peripecias del protagonista de Sangre y arena, mucho más discutible era la posibilidad de haber vivido, con idéntico objetivo, con un grupo de espadas. Y la deformación se volvería completa al señalar que la redacción de Flor de mayo estuvo precedida por una experiencia de muchos meses como traficante de tabaco.

Tampoco contaba Blasco toda la verdad al decir que nunca tomaba notas65. Aparte de los cuadernos conservados, su amigo, el compositor también valenciano, Manuel Penella, en entrevista concedida durante su viaje a los Estados Unidos, aseguraba estar en posesión de unos materiales que demostraban fehacientemente cómo se documentaba el novelista: «Y, en efecto, nos enseñó un cuadernito de apuntes para La horda y otro de La catedral, con las páginas garrapateadas por la mano nerviosa de uno de los maestros de la novela contemporánea española»66. En paralelo, también sería posible contradecir otras afirmaciones tajantes como la relativa a su preferencia por la pluma y el rechazo de la máquina de escribir o el dictado:

Ibanez said he wrote with a pen. He could not think of using a type-writer or dictating.

«You can dictate a public speech or a lecture, or something like that», he said, «but you can’t dictate a novel. You have to write it. A typewriter is a great distraction. You couldn’t write poetry on a typewriter, nor a novel»67.

Conforme la diabetes que padecía le provocó severos problemas oculares, el escritor se vio obligado a recurrir al auxilio de sucesivos secretarios, con lo que, limitada su autonomía para manejar la pluma, también él terminaría dictando sus historias, cada vez más condicionadas por un estilo con empaque más oratorio.

La curiosidad de los periodistas norteamericanos se extendía más allá de las ideas blasquistas sobre la creación literaria, sobre una concepción que ponía el acento en el propósito social del arte68, y desde su entronque con la estética realista, se hallaba tan alejado de la tendencia al arte por el arte como de los rupturismos vanguardistas69. Existía un notable interés por conocer las impresiones sobre los Estados Unidos de este ilustre visitante cuyo radicalismo político se centraba más bien en haberse rebelado contra la tiranía medieval de la Iglesia y la monarquía, y en expresar con implacable coraje sus convicciones, que en comulgar con cualquier doctrina socialista, bolchevique y anarquista70. La suya iba a ser, sin duda, una opinión acreditada, pues la avalaban no solo su larga experiencia viajera, sino también los conocimientos adquiridos a través de la lectura y las conversaciones con diversos americanos. Aun así, lo que vio al llegar a Nueva York le impresionó mucho más que lo que había imaginado unos meses antes leyendo, durante seis horas al día71, todos los libros que pudo encontrar sobre «América del Norte», como él solía referirse a los Estados Unidos72. ¿Qué decir sino de la gran metrópoli?:

It was like a city of giants as I came into the harbor. The skyscrapers were superb, immense, and, after that, the harbor, with so many vessels it was tremendous. When I realized all this was the work of men it made me proud I was a man. I know all the great ports of the world, but none makes an impression to compare with this73.

Luego, al transitar por las calles de la ciudad, el orgullo se había transformado en deseo de trasladar su residencia: le gustó tanto, que seguro que se compraba allí una casa74. El entusiasmo de Blasco parecía no tener límites. Se reflejaba al enjuiciar las singularidades de la urbe moderna, y meses después se reeditó en uno de sus más famosos artículos: «What I have learned about you Americans», magníficamente remunerado, al hablar de los grandes espacios, de las maravillas naturales que atesoraba la geografía estadounidense: «the Grand Canyon of the Colorado, the changing fantastic solitude of Arizona and New Mexico, the glory of California»75. Pero, además, trascendía a lo físico y externo, para tornarse enardecida admiración hacia el espíritu de todo un pueblo: «you are the hope of the years to be; that without you all Europe is like an old man, gray and shaken with weakness. You are the youth of the world»76. A consecuencia de la intervención norteamericana en la Gran Guerra se había plasmado el reajuste de las fuerzas actuantes en el orden mundial, evidenciándose dos realidades fundamentales: que el poder del hombre instalado en la Casa Blanca excedía con creces al de todos los monarcas del mundo juntos y que, a partir de entonces, los Estados Unidos no eran únicamente la nación del dólar, sino que, para la historia de la humanidad, se habían significado también como un pueblo de idealistas.

Como cabía esperar, la vocación republicana del escritor debía materializarse de un modo u otro. Contaba con un populoso auditorio con el que era fácil hacerse entender. Además, él por su parte siempre tenía preparado un guiño para despertar las simpatías de sus interlocutores. Como cuando manifestó que en España pocos se acordaban de la guerra con los Estados Unidos a raíz de la independencia de Cuba, una rivalidad que había sido promovida por los sectores conservadores de su país y contra la que él se rebeló hasta el extremo de ser encarcelado77. Ahora bien, sus halagos hacia la república norteamericana y hacia la perfección del sistema de gobierno estadounidense no respondían a un mero deseo de agradar. Estaban basados en la creencia de que un régimen republicano era capaz de poner remedio a sus propias deficiencias, mientras que en las monarquías del Viejo Mundo los defectos se institucionalizaban y, con el tiempo, era necesario derrocarlas. A la vez que realizaba consideraciones sobre asuntos de elevado calibre, no obstante, Blasco no perdía la ocasión de poner en práctica sus dotes inductivas e intentar captar en determinados hábitos del individuo norteamericano el reflejo de su carácter genuino. Así, su peculiar forma de reír, abriendo estruendosamente la boca, era signo de su talante franco y sincero. Por otra parte, su modo de fumar, triturando el cigarro y lanzándolo cuando solo había consumido la mitad, remitía a la liberalidad con gastaba el dinero que, en teoría, había ganado de manera sencilla78.

Todavía quedaba un amplio abanico de motivos sobre los que la prensa deseaba pulsar su opinión. Al fin y al cabo, el continente europeo había sido azotado recientemente por grandes convulsiones: la Gran Guerra, la revolución bolchevique; y, asimismo, el clima que se vivía en España por aquellas fechas se presagiaba bastante conflictivo. A esto último también se refirió Blasco, después de dejar bien sentado su rechazo hacia Alfonso XIII. De acuerdo con su orientación republicana, negaba la posibilidad de que este u otro monarca se definiese por su actitud liberal. Por momentos, el que había sido diputado, aunque se confesaba enemigo acérrimo del político profesional, recordaba con sus afirmaciones al joven agitador que escribía artículos furibundos en su diario El Pueblo. Ahora como entonces utilizaba argumentos muy similares. Era falso suponer que en España el régimen monárquico se mantenía gracias a la popularidad de Alfonso XIII. El país ansiaba despertarse republicano. Sin embargo, había un obstáculo insalvable. El rey se apoyaba en un ejército profesional desconectado de las aspiraciones populares e identificado con el tipo monárquico alemán. Ante el poder de las ametralladoras era imposible pensar en el estallido de una revolución79.

 

En España aún no había democracia. En cambio se había entablado una lucha de clases, para la cual la única arma de la que disponía el obrero era la huelga. Ese era su único instrumento, nunca una solución, para reaccionar contra el sistema vigente. Además, en la agitación laboral de las dos primeras décadas del XX en España repercutió también el avance del movimiento obrero internacional. Blasco lamentaba la violencia desatada en Barcelona, en 1919, con huelgas, enfrentamientos y cierre de fábricas80. En principio, esta agitación sindicalista estaba limitada a la Ciudad Condal y a Valencia, aunque amenazaba con extenderse por toda España. Tenía entre sus líderes a figuras como Pestaña y Seguí, quienes, sin haber sido estimulados por los revolucionarios rusos, defendían ideas bolcheviques y anarquistas. Con riesgo de caer en la generalización, Blasco identificaba como causa principal de las violentas protestas la negativa de los patrones a retribuir a sus trabajadores con la parte que les correspondía de las ganancias obtenidas durante la Gran Guerra. El gobierno español apenas podía hacer nada para solventar la crisis, porque, aparte de su debilidad, su conservadurismo era un obstáculo para emprender las necesarias reformas económicas. Mientras tanto, el papel de la Iglesia en el conflicto era mínimo. Su influencia se hacía sentir en las zonas rurales, pero en ciudades como Barcelona los obreros eran pensadores libres.

Si bien la problemática enunciada preocupaba al novelista, no por ello dejaba de reconocerla como una ramificación del gran peligro que se cernía a nivel internacional: «already may be heard the thunderous gallop of a fifth horseman, from whom there is no escape the Class War, the Social Revolution!»81. Convertido en profeta, Blasco dedicó varias de sus conferencias a hablar de esta nueva amenaza que sacudiría a todo el mundo, un enfrentamiento entre capitalistas y trabajadores que, pese a derivar en una guerra diferente a las conocidas, iba a extenderse como una pandemia, con períodos violentos y períodos de tregua, implicando a muchas generaciones, sin que hubiera que culpar a ninguno de los bandos en conflicto, ya que la única responsable de la disputa era la naturaleza humana.

Ciertamente, como expresaría en más de una ocasión, Blasco interpretaba la situación mundial con evidente pesimismo. La civilización humana todavía se hallaba en uno de sus primeros estadios, quizá en su juventud, porque todavía no había logrado imponerse el sentido común como garante del progreso. Buena prueba de ello era el descontrol abusivo a que se había lanzado Europa en pos del lujo, la sensualidad y la extravagancia82. Para poder sostener este derroche se emitía cada día papel moneda de escaso valor, con el riesgo consiguiente de que la inflación provocara una sonada bancarrota de la economía global, pues solo una Europa laboriosa y convencida de la necesidad del ahorro podía seguir asegurando las transacciones comerciales con los Estados Unidos y, por tanto, la estabilidad del sistema financiero.

La conmoción suscitada por la Gran Guerra había tenido unos efectos indeciblemente catastróficos, unas repercusiones cuya gravedad no podía cifrarse, en exclusiva, en el número aterrador de cadáveres o en las imágenes de destrucción difundidas por la prensa. A estas realidades ya de por sí espeluznantes había que añadirles la reacción desconcertante de los países involucrados en la contienda, que buscaban la paz sin encontrarla, porque cada gobierno enmascaraba con palabras vacías sus particulares intereses. Pero, sobre todo, subrayaba el escritor, la Gran Guerra propició el triunfo de la revolución soviética. En la Costa Azul, Blasco se relacionó con numerosos rusos que huyeron de su país tras la caída del régimen zarista y tenía una percepción, más o menos unilateral, de las transformaciones de todo tipo instauradas por el comunismo, en especial, de las actuaciones del gobierno liderado por Lenin contra la propiedad privada. Varios meses después de su llegada a Nueva York, el novelista desarrollaría más por extenso su hostilidad hacia las doctrinas bolcheviques en artículos que se reproducen en páginas posteriores83. Antes de escribirlos es fácil especular con que sus comentarios sobre la peligrosidad de la revolución soviética chocaban frontalmente con su complacencia a la hora de ostentar su condición de fundador de pueblos, y de constructor y dueño de varias casas: «I have a house in Valencia, where I was born, a house in Madrid, a chateau in Malvarrosa in the Mediterranean, a villa in Nice and a house in the Rue Rennequin»84.

En cierta forma, la predilección que Blasco sentía por el pueblo estadounidense residía en el hecho de que allí era posible consumar eso del «sueño americano», allí se le abrían las puertas para que tanto su economía como su reputación crecieran. Esto es, una versión en clave personal de la idea de progreso. En pleno otoño neoyorkino, con singular entusiasmo estaba dispuesto a emprender un periplo incesante, jalonado de desplazamientos, conferencias y actos públicos. Si acaso, por aquellas fechas, seguramente echaba en falta el sabor de la nicotina. Antaño fumaba más de veinte cigarros al día, también de los grandes. Pero el médico ya no le permitía tales excesos. Por eso se tenía que conformar con llevarse a la boca un cigarrillo de imitación, de color ámbar, hecho de madera.

Los largos itinerarios

Tan pronto empezó noviembre, Blasco pudo consumar una de las aspiraciones de los buenos aficionados al arte de la cinematografía. Correspondiendo a la invitación de la Fox Film Corporation, se desplazó a los estudios neoyorkinos ubicados en Fort Lee. Un representante del señor Fox acudió a su hotel para recogerlo. Mientras su vehículo discurría a través de Riverside Drive, el escritor contempló la belleza natural del río Hudson, quedando encandilado con la panorámica de la ciudad que retenían sus ojos a medida que ascendían a las Palisades. Al llegar a Fort Lee, le recibió una orquesta, dirigida por Edwin Bachman, que interpretó una pieza española y otras composiciones.

Casualmente, la visita de Blasco coincidió con la última fase del rodaje del film Wings of the Morning (1919), por lo que tuvo la oportunidad de saludar al actor William Farnum, con quien se fotografiaría, y al director J. Gordon Edwards. La visita a los laboratorios donde se realizaban las tareas de secado, corte, impresión y montaje colmó su entusiasmo ante la magnitud de la cinematografía estadounidense, una de las principales industrias del país. No es de extrañar que, tras verificar su importancia, Blasco confirmara su esperanza de convertir sus novelas en imágenes para que pudieran ser conocidas en todo el mundo. De vuelta a la metrópoli, se le condujo a las oficinas centrales de la productora, y allí conoció a William Fox, a quien felicitó por la calidad de sus películas85.


Vicente Blasco Ibáñez con W. Farnum (Filmoteca Valenciana)

Para el día 3 de noviembre estaba previsto el estreno de Blasco como conferenciante ante el público norteamericano. El lugar elegido por el Departament of Institute of Art and Sciences, de la Hispanic Society of America, fue el Horace Mann Auditorium de la Universidad de Columbia, Broadway y 120th Street86. Al igual que en charlas sucesivas, el escritor se expresaría en castellano, traduciendo de inmediato sus palabras al inglés un ex oficial del ejército que la agencia Pond había contratado para tal menester y del que se hablará después. Esta primera conferencia llevaba por título «La influencia de España en la civilización del mundo», era gratuita y los boletos se habían agotado varios días antes. Quienes asistieron a la misma se encontraron con un orador que se manifestaba como portavoz de un ardoroso españolismo, a la vez que no dudaba en ensalzar el influjo futuro del continente americano en el progreso mundial, pues muy pronto los descendientes de ingleses y españoles iban a convertirse en grandes gobernantes. En especial, trató de rebatir la injusta opinión de los historiadores europeos modernos sobre la historia de España. La aparente situación de decadencia de su país debería ser considerada mejor como anemia, como el resultado de un proceso de siglos en el que España dio lo mejor de su talento y de su sangre para descubrir, explorar y colonizar las Américas, hasta sentirse agotada. El alma española se hallaba diseminada en todas las repúblicas del continente87. Su legado seguía siendo inconmensurable. En síntesis, que no había duda alguna del patriotismo del conferenciante, que, una década después, empleaba argumentos muy parecidos a los manejados en su ciclo de conferencias en Argentina, en 1909.

Terminada la disertación, a Blasco se le ofreció un banquete. De inmediato, remitió, haciendo uso del primer correo aéreo, un mensaje a los diarios de La Habana y al pueblo de Cuba88.

Entre el 6 y el 8 de noviembre estuvo en la sede del diario La Prensa, uno de los pilares del hispanismo neoyorkino, dirigido por José Camprubí. Asimismo, se trasladó al Country Life Press, en Garden City, Long Island, siendo el invitado de Herbert S. Houston, vicepresidente de la editorial Doubleday, Page & Co. Quería observar con sus propios ojos los métodos de publicación y edición más modernos, y, la verdad, quedó deslumbrado ante la categoría de la maquinaria empleada por los norteamericanos, con la que la de Prometeo no podía competir en absoluto. Le acompañaban en la visita el citado José Camprubí y el profesor Federico Onís, quienes también degustaron el almuerzo con que les regaló el señor Houston y, a continuación, fueron testigos de cómo Blasco Ibáñez plantaba un árbol en el jardín conmemorativo de Doubleday, del mismo modo que antes que él lo hicieron otros invitados distinguidos como John Muir y John Burroughs89.