Preguntas frecuentes

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CAPITULO
5

Sam y yo llegamos a la cafetería de Noel a las seis de la tarde; ella traía una de sus gorras y yo una sudadera rosa suya que me obligó a llevar; me veía muy masculino. La cafetería estaba en un edificio nuevo que envolvía la cuadra entera. Entramos y nos sentamos en uno de los sillones lounge antiguos que había para esperar a Noel.

–¿No te parece sospechoso todo esto, Kate? —preguntó Sam.

–Tú fuiste quien decidió que viniéramos, tonta —contesté yo.

–Sí, lo sé, pero ya pensándolo bien es un poco raro que nos haya invitado a los dos acá. ¿No? Apenas lo conocimos hoy. Nos hubiéramos quedado en mi casa a comer más.

–Odio tu bipolaridad, lo juro —le dije.

Pedí un americano y ella un capuchino, apenas diez minutos después llegó Noel a saludarnos.

–No, no los voy a secuestrar o algo por el estilo —aclaró Noel mirando a Sam como si supiera lo que había dicho. Reímos—. Venga, hay algo que quiero mostrarles.

–Eso suena mucho más sospechoso —bromeó Sam. Noel negó con la cabeza.

Seguimos a Noel hasta la puerta trasera de la cafetería, un instinto mío me dijo que debíamos irnos y entonces, nos encontré siguiéndolo a través de un largo y húmedo pasillo; había una luz al final del túnel que poco a poco llegaba a su fin y mientras caminábamos, me entró un poco de paranoia. No tuve tiempo para pensar mucho porque un par de pasos más adelante, salimos del pasillo para dirigirnos hacia un patio oculto que se encontraba escondido por los edificios de la parte exterior; era una cuadra enorme y en medio del patio, había un pequeño edificio viejo de ladrillo con dos pisos, las paredes estaban recubiertas de enredaderas que parecían escalar hacia el cielo y detrás de ellas, encontré muchas ventanas rotas; mi instinto de irnos creció, pero Sam se veía convencida a seguir, así que preparé mis puños para lo que pudiera surgir.

–Okey, esto sí es sospechoso —dije bromeando, pero mi pulso se aceleraba a cada segundo y realmente empezaba a preguntarme si habíamos hecho lo correcto en venir.

–Me imagino que sí —dijo Noel—. Pero tomará sentido.

–Más te vale —bromeó Sam, su voz no sonaba asustada como yo y se me ocurrió que no le funcionaba su sentido común.

Noel abrió una vieja puerta de madera con una llave oxidada y la puerta crujió mientras se alejaba de nosotros. Adentro entraban decenas de rayos de luz por las ventanas empolvadas y estos alumbraban lo que se veía como una biblioteca abandonada, muchos estantes, libros acomodados en ellos y algunas mesas.

–Están en su casa —dijo Noel entrando al edificio.

Sam y yo entramos un poco extrañados, yo más que ella y Noel prendió las luces. Efectivamente, era una biblioteca abandonada, no tan grande como la de la ciudad, pero igual tenía cientos o quizá miles de libros en muchísimos libreros de madera empolvados; a pesar de que se veía antigua, había señales de que no estaba tan olvidada como parecía, no había tanto polvo en el suelo y los bombillos parecían alumbrar como nuevos. En el segundo piso, había una ventana rota y de esa ventana, entraba un árbol.

–Esto es la biblioteca —dijo Noel como si estuviera narrando un libro épico.

–Ni lo noté —dijo Sam bromeando, mientras miraba de lejos los libros con ganas de devorárselos todos. Su voz se notaba distinta, como si ya se lo estuviera esperando y yo me limité a asentir, preguntándome si esto formaba parte de un mal sueño y seguíamos dormidos en el cuarto de ella. Deshice mis puños.

Noel sacó del escritorio de la entrada un par de cuadernos forrados en piel y un par de llaves idénticas a la que había usado para abrir la puerta.

–Ya tiene algunos años cerrada, 64 para ser precisos —continuó Noel mientras abría cada uno de los dos cuadernos y escribía algo con una pluma fuente—. Empezó como un grupo formado por un maestro de historia, Mark King, con el fin de darles a sus estudiantes un santuario donde pudieran hacer preguntas y contestarlas, pensar y básicamente ser ellos sin preocuparse por más cosas que por razonar y creer.

–Y yo que pensé que eras viejo, pero no tanto —bromeó Sam interrumpiendo.

–Ja, ja —Noel rio—. No, yo no lo conocí, pero sí a estudiantes de sus estudiantes, uno de ellos me presentó este lugar y cuando lo iban a demoler, compré el edificio con ayuda de los demás miembros. Hace 8 años.

–¿Miembros? —preguntó Sam—. ¿Algo así como los illuminati?

–No, algo así como gente que a veces necesita un refugio del mundo donde poder pensar y preguntar cosas. Entiendo que ustedes comprenden.

Sam dejó de bromear por un segundo y asintió, yo también.

–El caso es este, muchísima gente, de sus edades y un poco mayores han estado aquí por varios años, eventualmente muchos hicieron su vida y dejaron de venir, algunos pocos aún frecuentan estos pasillos y yo, bueno, viviría aquí si pudiera. Cada uno de los libros que hay aquí son diferentes; algunos son clásicos de la literatura y otros tantos de los que ni siquiera habrán oído hablar, hay de todo, pero aquí está el secreto, cada libro depositado aquí tiene notas o modificaciones de la gente que ha pisado este lugar, muchos de esos libros están escritos por ellos…

–¿Libros originales? Guau —se sorprendió Sam.

–Sí —continuó Noel—. Algunas historias, novelas, estudios y bueno… Están las preguntas frecuentes.

–¿Preguntas frecuentes? —pregunté.

–Sí, ese estante de allá —señaló con el dedo a un estante en el segundo piso del edificio pintado de blanco con cientos de símbolos y firmas—. Es «Preguntas frecuentes», es una tradición entre los miembros contribuir con libros y aportar en ese estante. Mark solía dejarles a sus estudiantes tareas de reflexión, de filosofía y sobre cuestionar la vida, les pedía traer preguntas para discutirlas y entre todos, darles respuesta, basado en el conocimiento y experiencias de todos.

–¿Puedo ir a verlo? —preguntó Sam, impaciente como siempre.

–Claro —dijo Noel.

Sam subió las escaleras corriendo, pero prestando atención a todos los estantes que pasaba al correr, como decidiendo qué leer primero. Finalmente, se dirigió al estante.

–¿Y por qué nosotros? —le pregunté a Noel mientras él cerraba los cuadernos y los sellaba con su seguro.

–Los libros son una manera de viajar entre mundos, cuando uno colapsa, podemos saltar al siguiente y al siguiente; aun cuando el día es oscuro en nuestros ojos, en algún otro lugar está soleado y podemos ir a él al abrir un par de páginas. Sam necesita eso. ¿No?

–¿Cómo lo sabes? —pregunté sorprendido.

–No eres el único que sabe observar, Jace. No es cuánto tiempo te le quedas viendo a alguien, sino qué tanto sabes escucharlo.

–Sí, lo necesita.

–Y tú, no sé, puedes divertirte un poco también.

–¿Cómo sabes que no me gusta leer? —pregunté.

–Intuición. Has leído mucho por obligación, todo cambia cuando lees algo que te deja alguna enseñanza. Algo me dice que serás parte de ese estante.

–Quizá…

–Además, no creo que te aburras de verla leer…

–¿Qué dice? —pregunté.

–No, nada —contestó Noel sarcástico.

–No nos gustamos, solo somos amigos —aclaré.

De pronto Sam se asomó por el balcón que daba al piso de abajo emocionada.

–Kate. ¡Tienes que venir! —gritó mirándome y regresó a ojear el famoso estante.

–Yo nunca dije lo contrario —dijo Noel—. Aunque alguno de esos libros me enseñó que quien contesta a preguntas no hechas, responde por adelantado. Anda, ve con ella.

Lo miré con los ojos en blanco y subí a ver a Sam. Estaba en una mesa al lado del estante junto a la ventana leyendo un libro en el sol.

–Mira, ven —dijo Sam pidiendo que me sentara con ella.

Me acerqué y me senté en la mesa de madera, a su lado.

–«¿El amor puede matar?» —leyó Sam una primera página de un libro que en la portada dictaba Amor. El libro era una serie de hojas escritas a mano y empastadas—. Aunque el amor no representa un daño físico como tal, puede dejar terribles e irreversibles secuelas a quienes lo padecen y lo pierden. Es una extraña especie de sensación de vacío la que llega con la partida de nuestro horrible padecimiento; primero empieza con los colores del diario y poco a poco consume los de nuestro interior, no son medibles las consecuencias de nuestro sufrimiento con esta enfermedad, pero sí son reales. Lo tangible no siempre es lo real y viceversa. ¿El amor puede matar? Nuestra conclusión es que…

–Samantha, Jace. Bajen —se escuchó la voz de Noel desde abajo. Sam hizo una mueca.

–Vamos —me dijo Sam sonriéndome. Por un momento no reaccioné—. Anda, Kate —Sam me empujó bromeando. Reaccioné.

Bajamos por las escaleras y Noel nos estaba esperando en el escritorio. Se paró y nos entregó a cada quien un cuaderno y una llave.

–Como dije, esta es su casa, pueden venir cuando quieran, es un santuario, a veces estaré, a veces no, pero siempre podrán venir. A cualquier hora.

–¿Podemos traer gente? A Becca le encantaría esto —preguntó Sam.

–Claro, pero traten de mantenerlo en secreto. No suena muy bien para las autoridades que un tipo de mi edad traiga chicos y chicas de su edad a una propiedad secreta.

Reímos.

–Espero que sea de su agrado.

–Me encanta —suspiró Sam recibiendo su regalo y regresando corriendo a leer.

Noel asintió un segundo y suspiró.

–¿Qué? —pregunté.

–Recuerdo cuando entré aquí, no era el desastre que es ahora y eso que ya no era como en la época de Mark que, según dicen, siempre estaba lleno de chicos con ganas de pensar, de luchar por sueños y solucionar las grandes preguntas de la humanidad. Cuando yo llegué éramos 50, yo tenía quince, dos años menos que tú; era el más joven. Esto parecía una de esas escuelas de magia de los libros, hoy todo se ve tan caído.

–Sam no lo ve así.

 

Los dos volteamos hacia arriba para, a lo lejos, ver a Sam leyendo feliz a contraluz.

–Cierto —dijo Noel—. Poco a poco se fueron casando, dos fallecieron, otros se fueron del país, otros solo dejaron de venir. Hoy quedamos cinco, y ustedes dos.

–¿Y por qué te quedaste? —pregunté.

–Porque sabía que un día iban a llegar alguien como ustedes. Y necesitarían este lugar.

–¿Nosotros o Sam?

–Sam, tú. Estoy seguro de que llegarán más también.

–¿Y por qué yo?

–Porque eres como Ben.

–¿Ben?

–Sí —suspiró Noel—. Era un amigo mío, él me llevaba tres años, era muy observador, me enseñó ese arte. Me recuerdas a él.

–¿Solo porque me gusta criticar a las personas? —pregunté.

–No, eso es un comienzo y pronto aprenderás que es etiqueta básica no analizar a las personas antes de dirigirles la palabra. Pero todo eso es la base para cuestionar las cosas que realmente importan.

–¿Qué le pasó a Ben?

–Bueno, esa es una de las preguntas que nunca pudimos responder. En fin… —Noel se puso un abrigo que estaba colgado—. Ahí hay baños, no hay comedor, pero puse un microondas por allá y algunos paraguas por si se necesitan.

–¿Ya te vas? —pregunté.

–Sí, tengo que ir a hacer algo importante —contestó Noel.

–¿Algo importante? —pregunté.

–¿Ves? Eres curioso. Sí, si todo sale bien, se enterarán. Bienvenido a la biblioteca, Jace. Te veo en clases.

Noel salió y se dirigió a la cafetería para marcharse.

Yo empalmé la puerta y subí con Sam.

–¿Sigues leyendo?

–¿Qué haces en una biblioteca? Duh —se rio Sam—. Siéntate, Kate.

Me senté al lado de ella y puso su cabeza en mis piernas, acostándose para leer.

–Nuestra conclusión es que el dolor no mata, por el simple motivo de que no tiene la capacidad de detener de manera literal el corazón o llenar los pulmones de fluido, pero sí cambia; en resumen, el amor no mata, pero sí transforma. Una persona no es la misma dos días seguidos, sin embargo, este cambio se ve mejor cuando se ha sufrido de esta condición, no obstante, es una fase. Alguien que ha padecido, primero dejará de tener fe en las personas, poco a poco irá recuperándose y tarde o temprano volverá a ser una versión más o menos igual a quien era, sin embargo, siempre queda la huella de cada amor y de cada error cometido.

–Es muy pretencioso —comenté.

–A mí me parece lindo, de hecho —respondió Sam.

–Bueno, es un poco lindo —asentí.

–Ya, no intentes arreglarlo —dijo Sam. Reímos.

Sam suspiró y se levantó, usándome de apoyo.

–¿Quién lo diría?

–¿Qué? —pregunté.

–Que existiría un lugar así, es casi mágico. ¿No?

Tenía razón respecto a lo que le dije a Noel, para ella era todo lo que él había descrito cuando narró su primera llegada.

–Sí. Supongo que sí —respondí y la abracé.

Ella me abrazó también.

–Además, podríamos usarlo como refugio si hay un…

–¿Apocalipsis zombi? —interrumpí.

–Exactamente —ella rio.

Sam volvió a cerrar el libro y se quitó la gorra. Su cabello corto estaba despeinado y aun así se veía más arreglado que el mío.

–Vas a tener que agarrarle el gusto a leer —dijo Sam.

–De ninguna manera —contesté.

–Entonces vas a tener que pasar la tarde solo viéndome leer, pero puedes acostumbrarte. ¿No?

No lo sabía en ese entonces, sin embargo, no iba a ser tan complicado acostumbrarme…, pero claro que eso ya lo sabes.

–De hecho, no suena tan mal leer, supongo que hay muchas cosas interesantes —bromeé.

–Tonto —contestó riendo—. Vas a tener que escribirme canciones para compensar eso.

CAPITULO
6

Chris había puesto su casa para los ensayos de la banda porque sus padres salían y tenía equipo, así que fui a la tarde siguiente y le pedí a Sam que me acompañara.

–¿Me vas a cantar algo? —preguntó Sam.

–No canto —le dije mientras tomábamos el bus hacia allá.

–Ay, anda.

–Sam, no canto.

Sam me pidió que le cantara durante todo el trayecto, aunque mi respuesta siempre fuese no.

Al llegar, notamos que era una casa gigantesca, Chris salió a recibirnos entusiasmado, Becca estaba en la puerta, Bora y los gemelos ya estaban adentro.

–¿Listo para hacer arte? —preguntó Chris.

–Claro —contesté.

Chris saludó a Sam y entonces entramos. Justo después de nosotros, llegó Bianca. Chris la miraba con ojos de enamorado o por lo menos eso noté porque cuando salió del auto de sus papás, él corrió a recibirla. Saludamos a los demás y conecté la guitarra. Sam se jaló una silla para vernos y Becca se le unió.

Tardamos un rato en conectarnos y afinarnos, sobre todo porque Chris no dejaba de tocar la batería en el intermedio, intentando quizá impresionar a Bianca. Ella reía de los chistes de él.

Bora improvisaba unos ritmos increíbles, pero por casi media hora estábamos cada quien por su cuenta, Sam y Becca platicaban, hasta que se hartó y nos calló a todos.

–¿Van a tocar algo o…?

–Sí, sí —interrumpió Chris—. ¿Ya todos listos?

Todos asentimos. Bianca pasó al micrófono. Y… no hicimos nada. Sam se golpeó la frente con la mano.

–¿Y…? —cuestionó.

–¿Qué tocamos? —preguntó Chris.

–¿Música? —interrogó Bianca.

Sam y yo nos miramos burlándonos del comentario.

–O sea, sí. ¿Pero qué? —pregunté.

–¿Algo de Coldplay? —preguntó Chris.

Los gemelos empezaron a tocar Clocks.

–Eso funciona para mí —dije.

–Igual —dijo Chris.

–Igual —mencionó Bianca.

–¿Puedes, Bora? —preguntó Chris.

Bora puso los ojos en blanco sarcásticamente y sacó un ritmo bastante animado para la canción. Asentimos y empezamos a practicar.

Después de ese cover, vino otro y otro. Sam nos miraba como si fuera una fan y aplaudía gritando al final de cada canción. Claro, en cada vuelta, le agregábamos arreglos nuestros, cosa que no era tan difícil teniendo a Bora con nosotros.

Después de un rato, Chris paró el ensayo y nos dijo que nos sentáramos en la sala.

–Yo quiero con esto… Ya saben, llegar lejos, tomarme esto de la música en serio —dijo Chris. Asentimos—. Mierda, no sé a dónde va esto.

Reímos.

–Estoy contigo —dije.

–Yo igual —dijo Bora. Los gemelos asintieron de nuevo estando de acuerdo.

–Estaría cool —dijo Bianca, aunque no sonaba muy convencida.

Sam aplaudió emocionada. Chris sonrió.

–Bueno, porque mis papás me compraron esto —dijo, invitándonos a seguirlo al segundo piso, a su enorme cuarto que ya estaba acoplado acústicamente—. Fue mi regalo de cumpleaños —nos dijo, señalando una computadora portable bastante potente con interfaces de audio, una Gibson Les Paul, cables, micrófonos y un par de monitores conectados, también un controlador.

–Mierda… —dije.

–Lo sé —dijo Chris.

Los demás no estaban tan emocionados como nosotros, pero por lo que los había analizado, a pesar de superarnos exponencialmente en talento a los dos, no amaban tanto la música como nosotros.

–Puedes grabar un disco con esto —dije.

–Esa es la intención.

–¿Haremos un disco?

–¿Por qué no? —dijo Chris entusiasmado.

Sam me abrazó.

–¿No soy tu amuleto de la suerte? —me preguntó.

–Creo que sí —bromeé.

–¿Y cómo se llamarán? —preguntó Becca.

Chris y yo nos quedamos mirando, ese era un muy buen punto por donde empezar. Volvimos a bajar con la banda y nos sentamos de nuevo a decidir el nombre.

–Primates Antárticos —dijo Chris.

–Estoy seguro de que te van a demandar –dijo Sam riendo.

–¿Tech-stop? —preguntó uno de los gemelos, aunque te mentiría si dijera que recuerdo cuál.

–Suena a tienda de electrónicos —dije.

–Swing Beaters —sugirió Bora.

–No está mal —dije.

–No me gusta, no tocamos jazz —dijo Chris.

–No tocas jazz —corrigió Bora.

Sam habló como si tuviera la revelación de un mundo nuevo en la lengua.

–¿Sobrevivientes del apocalipsis zombi?

Claramente solo era la impresión porque de revelación no tenía mucho.

–¿Sobrevivientes? —sugerí intentando apoyarla.

–¿Y tocamos Eye of the Tiger? Me huele a demanda —dijo Chris.

–Bianca y los chicos —dijo Bianca, obviamente.

Todos la volteamos a ver.

–No —no es necesario decir quién dijo eso, fue unánime.

Becca nos miraba aburrida y a veces se burlaba.

–¿The Cover Sparks? —dijo Becca en broma—. Ya saben, como solo tocan covers —intentó hacer reír.

Nos quedamos en silencio.

–Me gusta —dijo Sam.

–Pero… —quiso hablar Becca.

–Está cool —dijo Chris—. Aunque no quiero solo covers.

–No me molesta —dijo Bora.

–Pero… —de nuevo, Becca.

–Estoy de acuerdo —dije.

Becca suspiró.

–Era broma.

En fin, volvimos a nuestros instrumentos y Chris pintó con un plumón negro «The Cover Sparks» en el bombo de la batería. Era oficial, estaba en una banda y Sam era nuestra primera fan; le pidió a Chris que le pintara la parte de atrás de su sudadera blanca el nombre de la banda.

Empezamos a cantar de nuevo covers, pero para anotar cuáles sonaban mejor y Becca los registraba en la tableta. Sam nos grababa ocasionalmente.

Entonces, más o menos como a las 7, los gemelos, Bianca y Bora se fueron. Nos quedamos los cuatro de siempre.

–Esto es la bomba —dijo Chris.

–Nadie dice eso ya —mencionó Becca riendo.

–SON la bomba —dijo Sam, abrazándome.

Chris apagó las luces del cuarto de ensayos y nos pasamos a la sala con un plumón y una hoja en blanco.

–¿Y eso? —pregunté.

–Vamos a escribir nuestra primera canción.

Sam gritó emocionada. Me contagiaba el sentimiento, aunque me presionaba porque… Bueno, nunca había sido muy bueno en eso.

–Venga, Jace. ¿Qué se te ocurre? —preguntó Chris.

–Ah… ¿Nada? —dije.

–¿Cómo que nada? ¿No que escribías canciones? —preguntó Chris.

–Yo no dije eso.

Sam silbó y después soltó una risita. Becca se nos acercó.

–¿Y si empiezan trayendo un instrumento?

Chris y yo nos miramos como si hubiese sido algo obvio desde el principio, él fue por una guitarra acústica y me la pasó.

–¿Qué toco? —pregunté.

–No sé, lo que sea —dijo Chris.

–No, de hecho, no —dijo Sam—. Hay como diez mil canciones que usan I, V, vi, IV.

–¿Cómo sabes eso? —preguntó Chris.

–Leo mucho —dijo Sam.

Los toqué y, en efecto, sonaban a la radio entera. Reí impresionado.

–Ahora, la letra —dijo Chris.

–Carajo —dije.

–Sí —coincidió Chris.

Becca sacó una libretita de su chamarra y tomó una pluma del escritorio de Chris.

–¿Romántica? ¿Deprimente? ¿Revolucionaria? —preguntó Becca, como si fuera especialista en el tema.

–¿Romántica? —contestó Chris preguntando—. ¿No es muy comercial?

–Comercial no es malo si quieres vivir de esto —contestó Becca.

Sam y yo nos miramos del otro lado de la habitación como riéndonos un poco de la situación, estaba emocionado y a la vez me daba risa el asunto.

–Romántica entonces —dijo Chris.

Becca arrancó el papel de la libreta, lo colocó sobre la mesa y encajó la pluma en la primera línea.

–No soy experta en escribir canciones y esta sería mi primera canción también, pero siguiendo las bases comerciales, solo necesitamos decir «Baby» unas cuantas veces, meter unos cuantos tonos altos y hablar sobre algo de lo que todos ya hablaron.

–Venga, tampoco seas tan sarcástica —rio Chris.

–Lo peor es que ni siquiera lo estoy siendo —dijo Becca sonriendo.

–¿Saben qué? —dijo Chris emocionado—. Lo haremos oficial, vamos a mi cuarto.

–Woah, alto ahí, vaquero, apenas nos conocemos —dijo Sam bromeando.

–No así —corrigió Chris. Reímos—. Vamos a grabar.

Sam me puso la mano para que la parara, lo hice y seguimos a Chris a su habitación. Sam estaba muy emocionada, me emocioné más. Chris prendió la computadora y se puso unos audífonos desconectados al cuello, Becca se recostó en su cama y Sam se quedó en el marco de la puerta.

Me acerqué a la computadora, Chris, con su pequeño controlador, hizo los acordes en el programa en un piano sintético y le puso una base de batería en bucle.

–Ya es algo —rio Chris—. Venga, Kate, ayúdanos.

–¿Qué hago? —pregunté.

–Di una frase cursi, la que sea.

–No sé…

–¡Me encantas, baby! —dijo Sam riendo.

La volteé a ver juzgando la broma.

–Ya está la primera línea —dijo Becca.

Sam me asintió y sonrió.

Chris se sentó en su silla como si fuera un conocedor de la industria mientras repetía el bucle en la computadora. Asintió un par de veces.

 

–¡Me encantas, baby! —Chris hizo un tono bastante genérico con la frase combinándola con el ritmo, no sonaba mal—. Anda, Kate, como si le escribieras una canción a Sam.

–¡Luce como chico! —cantó Sam burlándose de mi primera expresión al verla.

–Yo nunca dije eso —aclaré. Ella rio.

–Sería algo así como: ¡Me gustas muchísimo, Sam-y! —rio Becca.

–Llámame Sammy una vez más y te mato —dijo Sam botada de la risa.

–Esto se está poniendo picante —señaló Chris, le di una palmada en la cabeza por el comentario.

Estuvimos varias horas bromeando y escribiendo la canción, la cual, sin exagerar, contaba con al menos 15 veces la palabra baby. Entonces entró bien la noche y las chicas decidieron que era hora de irse. Becca le daría un aventón a Sam. Le pedí permiso a mis padres para quedarme a dormir, me despedí de las dos y abracé fuerte a Sam, ella me dio un beso en la mejilla antes de irse.

–Van a terminar juntos —dijo Chris.

–Cállate, hay que terminar —me puse rojo.

Hay algo que se aprende con el tiempo y con los errores que se cometen en la vida: no hay cobarde peor que el que se niega lo que siente. Aunque no sintiera nada por Sam aún. ¿O sí?

Pasamos horas escuchando el mismo bucle de instrumentos e intentando hacer que sonara mejor, cambiábamos algunas partes de la batería y le metimos guitarras virtuales, un bajo muy repetitivo y unos coros sintéticos que daban risa al sincronizarlos. No éramos productores musicales, pero al menos la canción ya tenía algo de sentido y, con lo fácil que se utilizan los programas de hoy en día, sinceramente, cualquiera podía hacer lo que nosotros.

–Empezaremos la gira en Nueva York —dijo Chris, mirando por la ventana.

–¿Para tener una gira no necesitamos primero ser famosos? —pregunté.

–Sí, y para ser famosos tenemos que terminar la canción.

–Y que la escuchen.

–Sí, pero se llama visión, Kate. Nueva York será el principio.

–¿No preferirías Hollywood?

–Nueva York es el tope. Ahí queremos llegar.

Reí. Aunque la idea no sonaba nada mal y, bueno, para llegar a alcanzar los sueños, primero hay que saber a dónde se quiere llegar, así que, Nueva York sería.

La canción no estaba TAN mal, lo juro; sí, era un cliché construido a partir de frases cursis en una broma y hasta los arreglos de instrumentos estaban basados en arreglos de otras canciones, pero la esencia no estaba mal, se sentía, real. Se escuchaba real.

–Ahora hay que esperar a que Bianca grabe las voces —dijo Chris.

–Sí —respondí.

–Aunque —interrumpió— podríamos grabar una base.

–Yo no canto —dije.

–Nunca dije que tú —Chris miró su micrófono.

Nos pusimos los audífonos y, aunque Chris no era tan malo, llegué a quedarme sordo un par de segundos cuando se le iba la nota. Al terminar de grabar su base de voz, la pusimos en volumen bajo porque los padres de Chris habían llegado. Puse mi celular junto a la bocina y le grabé una nota de voz a Sam.

–«¿No podías despertarme más temprano?» —bromeó.

–«Escucha la nota» —contesté.

–«¿Qué es?».

–«La canción».

Esperé unos minutos mientras Chris veía tutoriales en internet para aprender a mezclar una canción y entonces llegó su respuesta.

–«Está buenísima».

–«¿Lo dices en serio?».

–«Absolutamente, ahora, si me disculpa, chico de nombre femenino, iré a dormir».

Sonreí y un segundo después llegó otro mensaje de ella.

–«Te quiero».

Sonreí más, después me puse serio, era incómodo, pero cool también.

Chris terminó de mezclar la canción y aplicó una plantilla para masterizar, que es básicamente hacer que la canción suene fuerte y pro. O al menos así lo entendí.

Era casi la una de la mañana y escuchamos la canción de principio a fin; sí, la letra era un chiste, sí, sonaba como un Frankenstein creado con fragmentos de muchos estilos y bandas musicales, pero sonaba… Sonaba bien. Chris me mandó el archivo a mi correo y nos dormimos, él en su enorme cama y yo en el suelo, en un sleeping bag. Claro que sí, desconsiderado.

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