Contra la vida quieta

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Z serii: Candaya Poesía #1
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DÍAS ROTURADOS (1948)
PRESENTO A TACAXÍ

Yo puedo presentaros:

Tacaxí, manchado en lodo,

cincelado con duras herramientas boreales

en la cruda materia del desierto,

retazo de follaje endurecido,

contextura gomosa que ha tallado la selva

con buril de vegetales.

Tacaxí,

de ásperas proporciones, indio de arcilla,

mojado con aceite primitivo

de frutas y de charcas,

semilla programada por el tiempo,

mensajero de rosas ancestrales,

turbulencia estelar,

sorbo de tierra.

Una violencia antigua

le cruza todo el cuerpo de mandioca,

esa puerta entreabierta de los párpados

donde pesa un letargo con cerrajes

de cobre milenario.

Poblado por el viento

-con ese taciturno sigilo de los tigres,

de las bestias nocturnas-,

varón de los senderos aborígenes,

sale de un laberinto complejo de cortezas,

de pesado desorden, de veranos,

de atávicos rituales

o de secos tunares ya longevos.

Tacaxí:

sensual; enérgico y severo;

Tacaxí:

sorbo de tierra.

II

¿De dónde vino el indio? ¿De dónde su pesado

carbón mordido y negro?

¿De qué maraña amarga su pecho de combate,

su nocturno pedazo de forestal diadema,

su olor a arcilla, a barro,

su reliquia de pobre soledad desgarrada,

su calor cotidiano de quebranto y desvelo?

¿Por qué su mano antigua descubre los secretos

de aquella carretera de sonidos

trazada sobre el mapa del círculo y del cuero?

¿Por qué rueda en sus manos con tan vivida urgencia

la exactitud raída de la flecha?

Tambor nocturno, cuero de tambores nocturnos:

el Paraguay le enseñaba sus sensibles

lastimaduras de paloma herida,

su agredida intemperie y transparencia,

su asediado ramaje de lapachos

con sombras violentadas, sus trituradas ramas.

No sólo por el aire,

no sólo por las plantas y raíces

llegaron muertes, crímenes,

sino por todo el ancho calor de los caminos

que fatigan hurgando en los desiertos

Llegando al aguerrido terraplén de los toldos.

III

Testimonio del tiempo,

vínculo inmemorial, cuero extendido:

moreno Tacaxí,

centinela de edades apagadas,

retazo de oquedad, greda callada.

Juntó flecha y fusil, tambor y dianas,

superando aquel mito de la sangre

fructiferando engaños,

mayorales, látigos,

y negra pulpa de dolor indígena.

Tocó la fibra popular el indio

cuando llegó a la dura gravedad

combatiente.

Y fue un soldado más por estos campos,

un cuerpo con furor secreto y ávido.

Yo hoy puedo presentaros:

Tacaxí, sorbo de nuestro suelo.

TODOS AQUÍ LLEGAMOS

Todos y cada uno,

todos aquí llegamos

con un aire de sol y viento con paisajes,

mordiendo un odio largo, largamente callado,

y poco acostumbrados a este oficio de horror,

de turbio fango.

Pecho al calor abierto.

Con cabellos hirsutos, puños, arterias, manos,

trajinamos senderos de osamentas

y uniformes amargos.

Con un anochecer en las pupilas,

y un tanto fatigados

de estampidos y muertes y tensiones,

caminamos, vibramos y matamos.

Rudo dolor de pueblo, ruda angustia

de pueblo asesinado.

Por eso vamos todos, cada uno,

para poder vengarlo.

Con un aire de sol y viento con paisajes,

soñadores, osados, temerarios;

con un sacudimiento de tierra descuajada

y arada a fogonazos

RESOLES ÁRIDOS (1950)
VÉRTIGO

No toquéis esta tierra si no tenéis la sangre

dispuesta a ser después antorcha viva,

quemazón de parte a parte.

Mapa descolorido (sol, paisaje),

entre golpes arado por terribles

y secas soledades.

De Norte a Sur, resolanas que salen

por la epidermis como un tufo denso

que al viento se deshace.

El Sur, callado, una corona que abre

como una mano antigua su silencio,

su dolor, por el aire.

Un hedor calcinado de yerbales.

Un verano que acecha entre las ramas

y en el sudor se expande.

El Norte, duro, un combatiente sable

de abierto cortezón y de tanino;

furor de quebrachales.

Lúbricos mediodías que se esparcen

por las grietas escuálidas, sedientas,

que encandilan la sangre.

Y el Centro, un corazón quemante,

latido potencial, alforja verde,

crisol de mandiocales.

Encendidos terraplenes, hondos valles

paren niños con ojos dilatados

y estómagos con hambre.

Desde antiguo esta tierra tiene arranques

de furor que le arañan los raigones

como rayos brutales.

A martillazos forja este linaje

de hombres que tienen la corteza dura,

que en las cortezas laten.

Bordado a lento fuego, su ropaje

nos cubre con su seca virulencia

de calor sofocante.

No la toquéis si no queréis que os claven

su espina roja, su ademán terroso,

su vértigo implacable.

Callada es esta tierra. ¡No la toquéis!

Sus polvaredas arden.

CANTO EN EL SUR

Esta noche, en el Sur,

me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,

de piel morena, oscura, oscura,

con estrellas heridas por adentro

y por fuera sudor, cáscara ruda.

Tengo la sangre hirviendo

como un sinuoso trueno derramado,

tengo las manos ásperas

como herramientas duras y soleadas;

tengo los ojos lúbricos

como lúbricas raíces.

Esta noche, en el Sur,

me he mirado en tus ojos.

Te vi ayer en el Norte;

vi en el Norte lo mismo, el mismo

y primario dolor sobre los cuerpos,

el aguardiente galopando a sorbos

y lo demás lo mismo: el mismo

brazo sudando a contraluz sangrienta,

el mayoral que brama entre los árboles,

los mismos ojos sin calor, la misma

temblorosa epilepsia del sudor,

los mismos exprimidos,

¡los mismos coronados!

Esta noche, en el Sur,

me he mirado en tus ojos.

Soy como tú,

la misma turbulencia contra el mismo espejismo,

idéntico remanso bajo la misma noche.

Conservo el sortilegio

de estas zonas arbóreas que me cercan.

Tengo la risa ronca

y estas anchas tristezas.

De piel morena, oscura,

pisando en el calor exasperado.

DESPIERTAN LAS FOGATAS (1953)
CASTIGO

A esta pobre comarca

le han cruzado la piel a latigazos,

le inflamaron los pozos

negros del llanto,

la cicatriz de la ira,

le abrieron los muñones a golpazos,

a insoportables ramalazos secos.

Le han rajado la cara

con estampidos de odio.

Y ayer, ¡qué bien sonaba! ¡Qué bien

su mandiocal sonoro,

sus caballos que andaban enloqueciendo el belfo

por el nivel lluvioso del paisaje,

su juvenil coraje de muchacho,

su música de troncos,

su quebracho!

Aquí,

aquí han puesto la mano,

aquí desbarataron las centellas,

aquí las iniciales de los jóvenes muertos

van del bucle del aire a los claveles,

aquí el puñal del odio,

aquí mataron.

Severa era la vida, como el ceño

ilustre del anciano que con barba de maíces

trajinaba sus pies por la comarca;

severa la intemperie, severo el infalible

recuento de los astros. ¡Y qué bien alumbraba

la lumbre sobre el leño!

Pero aquí han puesto fuego,

hambre,

polvo desaliñado,

cenizas y mortajas;

 

le han sorbido los huesos, le han labrado

la cara con hachazos.

Aquí han puesto la mano.

Y además, golpes,

golpes rabiosos,

golpes en la cara,

¡feroces puñetazos extranjeros!

ALEGRES ÉRAMOS...

Usted sabe, señor,

qué alegría colgaba en la floresta;

qué alegría severa

como raigambre sudorosa;

cómo el alegre polvo veraniego

fulguraba en su lámina esplendente,

cómo, ¡qué alegremente andábamos!

¡Qué alegremente andábamos!

Usted sabe, señor,

usted ha visto cómo

la lluvia torrencial sempiterna caía

sobre un textil aroma de bejucos salvajes

y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos

su flora resbalosa,

su acuosa florería.

Usted sabe, señor,

cómo los sementales retozaban

hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,

y poderosamente la noche deponía

su amargura en la altura del rocío

tal como deponía la desdicha

su arma en las arboledas.

Usted sabe qué alegre

aflicción de racimos por las ramas

en frutal arco iris vespertino;

cómo alegres luciérnagas subían

a encender las estrellas,

a conducir azahares que estallaban

como emoción nupcial o lumbraradas.

Usted sabe, señor,

que antes de que aquí se enseñoreara

la pobreza, frunciendo hasta las hojas,

desesperando el aire,

bien sabe, bien conoce

que cualquier miserable aquí podía

fortificar un canto en su garganta,

en su pecho opulento.

(¡Cómo podías reír, muchacha mía!

Juvenil, ¡cómo izabas

una sonrisa fértil como un grano,

cómo te coronaban los jazmines

y cómo yo apuraba

mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!)

Antes,

antes de la amargura,

antes de que sorbiéramos

un caudaloso cáliz de indigencias boreales,

antes de que amarraran los perfumes,

antes de que supiéramos

que en su reverso el sol guardaba al hambre,

¡qué alegres caminábamos!

Antes,

antes de que al aura ofendieran,

de arrancar la raíz sangrándole los bulbos,

antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,

qué alegría, señor,

¡qué alegremente andábamos!

COSTA FERROVIARIA

Es el sur.

Residuos óseos. Blancas osamentas

de reses que cayeron derribadas

por un golpe feroz de polvaredas.

Hierba vieja.

Es el sur.

Sequía. Las cañas orilleras

desafían al sol con sus penachos

de sequedad y soledosa pena.

Cañas secas.

Es el sur.

Rastrojos. Manantial seco, desierta

respiración sedienta de los cielos

sobre la red fogosa de la tierra.

Agua muerta.

Es el sur.

Escuálidas mujeres. Cabelleras

como fibras hostiles que parecen

despojos sin sostén de la tristeza.

Pálidas hebras.

Es el sur.

Fosca desolación. Fondo de hoguera

que estampa su amarilla vestidura

en un pobre ramaje de arboledas.

Polvaredas.

Es el sur.

Rígidas líneas, rojas carreteras

bostezando su tedio en el silencio

de los montes oscuros que bordean.

Sol que tuesta.

Es el sur.

Árboles quietos. Niños que contemplan

con los lívidos ojos y los vientres

al viento, como cruces de pobreza.

Hambre negra.

Sol que tuesta.

Cañas secas.

Agua muerta.

El Sur!

Insufrible vacío que se incendia!

CARTA A JULIO CORREA

Julio: vuelvo a escribirte ahora, madurado

en este oficio amargo de recordar mi tierra,

llena de estragos hondos y un sino desolado,

la que dejó mi vida tendida en su costado

izando hasta su cielo las sombras de la guerra.

Te recuerdo plantado como un árbol frondoso

ante el nivel caliente de un crepúsculo abierto,

árbol antiguo, agreste; ramaje poderoso

de empurpurada tierra, de polvo fragoroso

resumiendo el silencio del paisaje desierto.

Cuando imagino, Julio, que allí la vida tiene

un telón de sombrío derrumbe oscurecido,

que es una rosa ardiente la pasión y sostiene

el corazón su rama de espinos, se me viene

la voz en hondo trueno de pasión encendido.

Has conocido siempre la vida más amarga

y su sabor amargo lo llevaste prendido

como algo que en la ciega soledad nos descarga

una dura tristeza, una tristeza larga

arándonos el pulso y el puño decidido.

Has conocido al hombre cuando enseñó el severo

reverso de su sangre poderosa y bravía,

que luego se hizo llama de fuego y sol señero,

torrentera boreal, remanso verdadero,

abriendo por los montes rayos de valentía.

Todo fue un tiempo clara severidad, tranquilo

beso del esplendor en la luz mañanera,

de roja claridad acostada en el filo

de la tarde, del limpio albor llevando en vilo

el amor, la mies clara, el sol, la primavera.

Después... lo que sabemos! Viejo dolor ceñido

al bulbo terrenal que la vida sustenta;

viejo dolor de pueblo castigado y caído,

de pueblo que levanta su ardor amanecido

en la humillada noche como dura tormenta!

Después... lo que sabemos! La libertad vendida,

vendido el cielo claro, vendidas las amigas

albas que demoraban su ramazón florida,

vendido el aire suave, la brisa atardecida,

vendido el corazón, vendidas las espigas!

La libertad, fogosa, reclama nuestra mano,

dulce como los sueños, roja como la brasa

de un tizón que resalta hacia un confín lejano.

La libertad, tan simple como un trigo lozano,

cual la mesa raída y el vino de tu casa.

¿Escucharás también la nueva melodía?

¿No has aguardado acaso que la vida recobre

la fabulosa gracia de vivir la alegría,

de vivirla en las cosas más tiernas cada día,

en el bucle de un niño o en tu mantel de pobre?

Cuando regrese, Julio, habrá flores dichosas

acogiendo el anuncio de las nuevas semillas.

Todo tendrá el aroma de las cosas sencillas.

La tierra, el alba pura se abrirán generosas.

Nosotros, como siempre... cantando maravillas!

PARAGUAY BAJO EL CIELO

Y aun vosotros,

resquicios ignorados, sitios despavoridos,

fabulosos confines de mi encendida patria:

¿aún seguiréis así, hacinados,

hurtándonos del pecho manantial inflamable,

dejándonos la misma voz profunda

como ráfaga usable para mejores días,

estas gargantas secas, despiadadas,

como un torrente antiguo de todas las llanuras?

¿Qué hay, valles profundos,

qué hay entre vosotros y mi sangre,

soledosos arcones, patios inmemoriales,

que así, sin posible reposo,

busco quemar la voz en vuestra luz temible?

¿Qué habéis hecho de mí que cuando toco el pecho

buscando un pecho de hombre

toco llanuras áridas, parajes solariegos,

un espeso y viviente follaje conmovido?

¿Qué habéis hecho de todos vuestros hijos,

con qué desasosiego desplomasteis la noche

sobre el granito férreo de sus hombros;

con qué cruel arcilla modelasteis sus torsos,

en fragor de qué yunques vegetales sus manos

que ya parecen árboles andantes,

activas vestiduras de raíces fragantes?

¡Bien sé que ahora poco

o nada valdría la voz si no llevara

un puñado siquiera de ese fragor intacto

que bruñe el consumido rumor de vuestra música,

la herencia enloquecida del polvo y del escombro

que horada vuestros límites de sombra,

sin que nos duela el alto ramaje castigado,

sin que nos acometa una sed

de rabiosas centellas!

Estos ácidos frutos

de violentas pasiones, de zumos desabridos

que ahora masticamos al trajinar el polvo,

irremediables frutos de penuria y recuerdos:

¿acaso han madurado bajo el reloj de arena

de estos años difíciles

o es que son el resumen intacto y poderoso

de vuestra savia trágica y oscura

que nos arredra el fondo caliente de la sangre?

¡Pero qué amargo pozo,

pero qué amargo pozo si alguna vez dejara

de nutrirme en vosotros de un aliento terreno;

qué amargo andar gozando claror de albas ajenas,

no padecer la fiebre

de esos hendidos y hoscos territorios lejanos,

de la infalible luna lívida y polvorienta!

¿No es acaso posible

que nos topemos siempre, cara a cara,

con puntual asistencia bajo el ciclo perpetuo

de las constelaciones, que hablemos largamente

mordiendo la presencia de todo lo que es nuestro,

librándome a los rumbos ignorados

que me abran las fronteras -despejadas de sombrade vuestro corazón penoso y desolado?

¿No es acaso posible

que todo salga de los innominados

límites calcinados de las tierras sedientas:

la libertad, la vida, el viento de los montes soleados,

el agua que en la fuente de la mano extendida

pudiera reflejar las estrellas remotas,

lo que hace falta al hombre, el simple pan,

el iris del cenit encendido,

las anchas rutas para sus aventuras?

¿Aún seguiréis así,

desmoronando barro fragoroso en las manos,

aún así, fabulosos,

consternados paisajes taciturnos,

labrando nuestros rostros, asediando a la sangre

y aposentando en ella frisos de sufrimientos

y dando a cada cual un gesto, un verdadero gesto

de gravedad solemne,

de austeridad paciente e inmemorial?

¡Ay! ¡Surtidme de centellas!

Llenadme la garganta de un tallo más profundo,

de una voz con un eco de golpeados tambores

con que pueda calar las más graves honduras,

catar la faena dura del humus que en la noche

verifica las gotas del sudor en la tierra.

Abridme el brocal ciego de vuestro gran silencio.

¡Dejadme en el fervor como me habéis dejado

para siempre en la vida!

EL SOL BAJO LAS RAÍCES (1956)
EL CUERPO DE MADERA

Tienes, patria, las manos de madera,

todo el herido cuerpo de madera,

madera y resplandor;

el sudor como lluvia de madera,

de madera los huesos, de madera

dispuesta a resonar.

De madera la sangre.

(¡Chaparrón de madera!)

De madera los ojos.

 

(Cristal de la madera)

De madera los gestos.

(Sesgos de la madera)

¡Forestal capitán de la madera!

Te hicieron con guitarras de madera,

cajas de percusiones de madera

se rompen a tu andar,

tu mismo andar es playa de madera,

playa para las olas de madera,

de madera y calor.

De madera las uñas

(Filos de la madera).

De madera los ojos,

de madera.

Y fibra y capitán de la madera,

¡de madera el amor!

Por eso tienes, patria, de madera

el puño vesperal, de una madera

difícil de quebrar,

la más clara esperanza de madera,

de madera encendida, y de madera

¡tu duro corazón!

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