Más rojo bajo el sol

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Z serii: Poesia #78
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MÁS ROJO BAJO EL SOL

Ditirambo

Mosto en los labios.

Rizan oscuras orlas en la frente

los pámpanos.

Salto de lince los ojos,

fulguración,

horizonte de límites cambiantes.

Bistró

Humildes honores rinden,

siervos del dios.

La risa ebria trastoca el oído,

la hora se incendia de racimos,

febriles equinoccios.

Leve arpegio desmaya en el teclado.

Bebedores de ajenjo

trituran una frase a media voz,

—así amantes esquivos.

Alto en el friso reaparece.

Cortejo fugaz

su paso reverencia.

Amanecer de Rodas

Las colinas distantes tocadas por el sol.

El gusto del vino todavía.

La música que se apaga en los últimos bares.

El muelle cenagoso.

Los pájaros que se acercan a la playa.

El ruido del mar.

El vaho en los cristales.

Los pregones incomprensibles.

El sol sobre los techos.

El humo.

Las sirenas.

El viento afuera.

Las caras en el espejo de la barra.

Las gaviotas hambrientas.

Las bocinas que acallan el ruido del mar.

El humo del cigarro.

La embarcación que zarpa.

El sol.

El mar.

Los pájaros.

El viento.

Rodas, Rodas, dando nombre a un instante.

Ghiaie

En lo alto del verano

trazamos las vías antiguas.

Ghiaie por dondequiera,

guijarros de colores

en el Jardín de los Caballeros de la Cruz de Malta,

en el Jardín de las Musas.

El vino abre tajos en la memoria.

Así tu cuerpo,

¿no era el mismo que reflejaban las piscinas de Adriano?

¿o el escorzo de la deidad marina

cerrándome el paso en una calle?

Desde el Palatino trazamos las vías antiguas.

Pero nada tocaba el corazón.

Poco nos fueron

los peristilos de luz bajo el crepúsculo romano,

poco nos fueron los cipreses.

Nos dormíamos en sus historias,

y mientras venían a degollarnos

estaba el día con su espalda de ceniza.

El hastío carcomiendo los libros

y las buenas maneras en la mesa.

Irrupción

(Sobre una lectura de Nietzsche)

Te apacientas de viento.

Gustas vinos a punto de corromperse

cuando te has hastiado de las mixturas suaves.

No hay polvo enamorado.

El polvo es polvo,

y al argumento vacuo de la fugacidad,

y al argumento soso de las rosas de la vida,

y al argumento discutible del amor,

opones el gusto simple de los cuerpos,

excedes el color local de las estatuas.

Pero ya también carecen de interés.

Y cuando te descubres bostezando

vuelves la atención hacia las nobles cosas,

te apacientas de viento,

te nutres de grandes músicas y grandes poesías.

y vuelves a interrogarte

frente a los «Bebedores del ajenjo»

cuando descubres tu hastío

por el ajenjo, los bebedores, la pintura

y las nobles cosas.

Los ejércitos del Reich marchan

con odas a la alegría como telón de fondo,

Tannhäuser aberrante babea a las puertas de Roma,

y todo puede impregnarse

de esa viscosidad tumefacta de las nobles cosas.

Te apacientas de viento.

Te nutres de grandes filosofías y de grandes retóricas.

Oh ingeniosos,

proposiciones no tan relevantes

como pasar una tarde en el Prater comiendo palomitas.

O una retórica confesional que va muy lejos

sólo para decir:

Krieg! Krieg! Krieg! Krieg!

Off Stage

para Ludwik Margules

Hundimiento invisible,

hundimiento embriagado y silencioso

Of his bones are coral made

Those are pearls that were his eyes

Conversaciones de taberna

al final de la representación

—los actores hablando ya sólo para sí.

La Sirena llamando incautos desde el piélago.

«Tuve el esplendor del mundo entre las manos

y las danzas de la muerte.»

El alcohol vuelve fuego las entrañas.

Gestos procaces

por un baile sostenido hasta la madrugada,

oh morcilleros,

fuera del escenario

las mismas calzas raídas.

Aprenderemos

después de jugarlo todo y de perder.

«Esqueleto cabalgando sobre vastas planicies

con el pendón desgarrado por el viento.»

Fuera del Escenario

son lo mismo el verdugo y la víctima,

el mismo átomo que gira,

la misma fracción del universo.

Y la Sirena a la orilla del piélago

llamando,

pez de rapiña,

salteadora de ensueños.

Paisaje de fuego

II

La puerta golpea.

Al azar

el viento precede los pasos.

Aromas de sal

y el caracol

junto a la puerta abierta que golpea.

Salitre creciendo en los muros de cal blanca

—fuga de insectos.

La tempestad fraguándose.

Silenciosos relámpagos.

Mariposa inmóvil en la hoja,

fragor de ríos subterráneos

acallando todo otro rumor.

La puerta golpea.

Los pasos se desligan de sus huellas.

Ante su umbral

doblega la memoria sus desiertos,

su fuego nómada.

La noche va cayendo,

noche violada.

La escaldan luces.

Impura noche luce sus mantos harapientos;

sus astros guarda.

Se desperezan felinos,

saltan

a la espesura negra.

La puerta golpea

y tierra adentro

el inasible desplazamiento de los astros.

Fiesta de insectos

y el contagio carnívoro

brilla sobre los cuerpos

en el rictus de una danza atroz.

La escama tornasol del ojo inmóvil

al sesgo airoso y fijo

sobre los cuerpos dúctiles.

Quieta cantárida en el cáñamo

élitros sedosos,

baba de caracol,

crepúsculo lunar sobre cortezas.

Ojos como grana,

frutos de vid,

espejos del dios entre nosotros

sus criaturas nutriendo,

sus dones abundando a aquél que no pregunta,

oh dador imparcial.

Lenta pantera se desliza

el racimo en sus fauces.

Blanco manso inclina la cerviz.

El dios dicta su imperio.

En las faldas del monte

roja la noche

estalla,

ciñe sus flancos la neblina.

El rayo se muestra,

el júbilo empuja sus turbas

en línea a los desfiladeros.

Lugar de piedras rotas,

dará piel a la voz,

nube a los rostros,

pues tantas armas fueron allí vencidas.

V

Del vuelo nupcial

a la prisión por siempre

su sueño omníparo

un fragmento apenas

frase suelta

pronunciaba al azar.

Guardan sus altas nombradías

y en cofre de oro

–patriarcas sapientísimos–

los grandes libros;

deletrean los ábacos del sol,

suman los silabarios de la noche

y han de hallarla de pie

desnuda

anima-mundi

escoria de la tierra.

Interroga al vacío

huye el suelo de sus pies

y ante sí los abismos abiertos.

¿No allí la luz radiante parecía?

¿No siguiendo su cauda

dejó tras sí los valles

donde el viento

su casto rebaño apacentaba?

Oye la voz de lo divino

en la boca del antro.

No rehúsa imposible bebida

mi mano de turba que descorre

el mismo paño andrajoso.

Oh Delfos,

tripié de vapores inmundos.

Y los brebajes nunca demasiados

para cerrar los ojos que cerrados ven.

Cuencas incoloras

hacia adentro vuelven

esperpento

en blanca oveja

estridencia marchita

en voz de agua.

Un poco más a la deriva

y en derrumbe caerán sobre su espalda

destinos no queridos

que llevan de puerta en puerta su ceguera

sus hocicos de perro.

Tanto

por ese polvo crecido sin grandeza.

Ante sí los abismos abiertos.

Y ella demora en los vinos más agrios,

respira los aires más cerrados.

Rompe todo vínculo,

y sin querer,

envía destrucción con sus hechizos,

castra con el filo de la lengua,

finge, roba, adultera,

comete incesto,

danza sobre huesos.

 

Pasaje de fuego.

A su vista no borran límites

de luz y oscuridad

los giros simples de la mente.

Ebria,

conduce su carro de dragones,

su danza al fondo del abismo.

Bebe las pócimas heladas

—y la siguen turbas invisibles

poniendo en su boca las palabras.

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