Un matrimonio por Escocia

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Su madre permanecía quieta contemplando aquella escena. No quería decir nada por temor a romper el hechizo que parecía tener cautivada a su hija, después de todo.

—Os necesito para que Escocia sea libre. Vos sois la llave para conseguirlo. Mi señora. Debo volver con los demás, pero si me necesitáis, no dudéis en buscarme.

Se inclinó con respeto y se volvió para salir de la estancia porque creía que ya había dicho todo lo que se le ocurría por el momento. Soltó el aire que había retenido en su interior mientras la estuvo mirando de cerca. Su mano sobre la suave piel de su rostro. Sus ojos brillantes y sus labios entreabiertos. Habían sido todo un reclamo para él. De haber sido cualquier otra muchacha la habría besado sin pedirle permiso, acaso y tal vez habrían acabado retozando sobre el suelo. O la habría tomado sobre la mesa. Pero ella… No. Debía mantenerse firme en su palabra acordada con ella. No la tocaría hasta la noche de bodas. Y no la haría sentirse incómoda en ningún momento. No quería que saliera huyendo y el pacto acordado entre su padre y el rey Robert pudiera romperse. Y para ello estaba dispuesto a cualquier cosa, incluso a ser un Douglas si alguien osaba tocarla.

Bronwyn permaneció en silencio durante unos segundos, mientras contemplaba como él abandonaba la sala. Era como si no supiera qué hacer, ni qué decir. Pero los últimos comentarios por su parte parecían haber calado dentro de ella. De manera lenta comenzó a caminar por la estancia bajo la atenta mirada de su madre.

Margaret Murray no aprobaba algunas de las cosas que le había dicho a su futuro esposo. Pero esa era su hija y ese era su carácter. En el fondo no sería ella sino se comportase de esa forma. Más tarde ella misma buscaría al joven Douglas para hablar con él. Ahora tenía que estar al lado de su hija.

—¿Lo has escuchado?

—Todo lo que ha dicho, hija. Y debo decir que me ha parecido…

—Soy la llave para lograr la libertad de Escocia —susurró con la mirada perdida en el vacío.

—Sin duda que es así en cierto modo. Tu compromiso con William Douglas supone que nuestro clan luche en favor del rey Robert. Y con nosotros acudirán muchos más hombres de otros clanes afines al nuestro.

—Un peón en el tablero de la política de esta tierra —Se sentó en un banco porque sentía que sus piernas no le aguantarían mucho más.

—De igual modo que él. Ya lo has escuchado.

—Solo que él es un hombre —le recordó mordaz.

—Dispuesto a cualquier cosa por ti.

Bronwyn abrió los ojos como platos al escuchar a su madre hacer ese comentario

—¿Por mí? Yo sé lo único que va a moverlo hacia mí.

—Ambas lo hemos escuchado. No permitirá que nada malo te suceda; ni que nadie ose apartarte de su lado o conocerán la fama del clan Douglas.

—Por una Escocia libre. ¿Lo olvidas? Solo le intereso porque a su rey le conviene la alianza con nuestro clan para liberar Stirling. ¿Cómo puedo saber que lo lograrán? ¿Y si no lo hacen? ¿Queda anulado el compromiso? ¿Y si él muere en la batalla? —miró a su madre esperando que le dijera que eso no sucedería.

—Tú misma le has dicho que no esperas que eso suceda. Cuando él te aseguró que seguro que no lamentarías que cayera muerto.

Bronwyn fue a decir algo pero recordar ese momento la hizo replanteárselo.

—No soy tan malvada como para desearle la muerte, madre. Ya se lo he dicho.

—Eres joven y fuerte. Valiente y temeraria en ocasiones. Como hace un momento cuando hablabas con él. Creo que lo has puesto al límite y que de haber sido otra clase de hombre no habría vacilado en responderte a su modo. Podría haberse propasado contigo.

—Entonces sería lo último que hiciera en su vida —le refirió con una frialdad extrema.

A su madre no le cabía la menor duda de que de haber intentado tocarla o propasarse con ella, Bronwyn habría terminado por acabar con él. Era capaz de todo con tal de seguir viva.

—No me parece la clase de hombre que se lo merezca. Creo que él también es una víctima de las circunstancias políticas, ya lo has escuchado. Que no le ha quedado otra alternativa que acatar la palabra de su rey. No lo juzgues por ello sino por cómo se comporte contigo. Y no me parece que pueda hacerlo tan mal como crees.

—Es un Douglas, madre. Y tú me has contado de lo que han sido capaces. En especial su padre.

—Sí. Y su hijo acaba de contarte por qué hicieron lo que hicieron con su castillo.

—Sí. Porque era de su propiedad. Pero yo no lo soy —Sacudió la cabeza en repetidas ocasiones para dejarlo claro.

—No creo que te considere como tal. Reconozco que todo esto me ha caído de sorpresa de igual manera que a ti. Y que tengo mi recelo y mi temor al respecto de lo que pueda salir. Pero he percibido algo en el joven Douglas que me permite tener esperanza.

—Solo le interesa que Escocia sea libre.

—Sí, ¿y qué hará cuando esta lo sea? ¿Lo has pensado? Tú serás la llave de su felicidad, y de la tuya propia.

—No creo que un hombre como él pueda llegar a sentir algo por mí salvo que soy un instrumento para sus fines y los de su rey. Nada más. Cuando acabe la guerra con Inglaterra y se convierta en el señor de Stirling se dedicara a tener amantes, a perseguir a las sirvientas, a emborracharse y a poco más. Eso es lo que hará —le dijo ella como si estuviera muy segura de lo que decía. Y algo en su interior se contraía porque después de todo no quería esa vida para ella.

—Entonces, está en tus manos que nada de eso suceda.

Bronwyn permaneció callada, con el ceño fruncido sin entender nada de lo que su madre le decía. No estaba segura de que el joven Douglas no se comportara como el resto de hombres que ella conocía. ¿Y qué podía hacer ella para cambiar la situación? Se preguntó sin querer buscar una respuesta por el momento. Toda aquella situación le estaba dando dolor de cabeza.

—Me gustaría que todo esto fuera un mal sueño. Que despertara y todo siguiera como hasta este día. Que no tuviera que casarme con nadie y que pudiera seguir siendo libre —se dijo mientras relajaba los hombros por primera vez desde que todo aquello comenzó.

3

William se alejó de ella cuando consideró que su paciencia estaba llegando a su límite. Sin duda que la joven Murray tenía valor y descaro para hablar como lo había hecho. Pero, ¿qué podía hacer o decir él? Nada cambiaría la situación. Él no había sido partidario de contraer un compromiso que acabaría en un matrimonio. Pero era necesario lograr el apoyo de más clanes a la causa del rey. Y por este motivo haría cualquier cosa por liberar a su tierra de los ingleses; aunque ello fuera comprometerse con una mujer como Bronwyn Murray.

—¿Qué tal tu futura mujer? ¿Es arisca como una gata? —le preguntó Angus cuando vio a William abandonar la casa

—Creo que no se trata de una vieja desdentada —le dijo Malcom riéndose en sus narices.

—No, no es nada de eso.

—¿Y cómo es?

La curiosidad de sus amigos pareció no hacerle mucha gracia. Hizo un gesto algo hosco y se apartó de ellos.

—Es algo rebelde. Pero entiendo su postura cuando a alguien le imponen algo que no desea.

—Supongo que te refieres a que no quiere casarse —sugirió Malcom.

—Sí.

—Pues ya dos sois dos. Lo que sucede es que no os quedará otra ahora que el rey y los Murray se han puesto de acuerdo para atacar Stirling.

—Por ese motivo hemos venido, ¿no?

—Entiendo que no te ha hecho gracia la encerrona en la que te han metido. Pero, ¿tan poco merece ella la pena? —le preguntó Angus obligando a su amigo a mirarlo a la cara—. En serio.

William se detuvo y se quedó contemplándolos sin saber qué decirles. ¿La verdad? ¿Qué no le hubiera importado lo más mínimo estrecharla contra él y hacerla callar como él creía que ella se merecía? ¿Qué una parte de él deseaba casarse con ella por la noche de bodas? ¿Para tenerla desnuda en su cama? ¿Qué la estaban empujando a un destino incierto?

—La conversación ha sido normal. ¿Qué esperabais? ¿Qué ella lo aceptara sin más y me acogiera entre sus brazos? Además, falta mucho para casarnos. Lo importante ahora es saber cuándo partiremos de regreso a la capital para preparar el asalto al castillo. Es lo único que me interesa.

—Tú procura que no te mate ningún inglés —le advirtió Malcom—. O de lo contrario ella se quedará con el castillo por el que tú habrás luchado.

—Al menos disfrútalo, ¿no? En cuanto a ella… Supongo que habrá sitio de sobra en este para no veros si no queréis.

—Sí —asintió él sin añadir más. No estaba seguro de no quererla ver después de todo. Sacudió la cabeza desechando cualquier pensamiento que guardara relación con ella. No era el momento para pensar en nada que no fuera la guerra contra los ingleses—. Creo que iré en busca de mi padre a ver qué tiene que contarme. Os veré más tarde.

Lo encontró charlando con Moray quien después de salúdalo con la mano se alejó para seguir hablando con el rey Robert y Archibald. A James le sorprendió ver a su hijo sin la compañía de la hija del jefe Murray.

—¿Ya has terminado de hablar con tu prometida? Pensaba que pasarías más tiempo a su lado, para conocerla.

A William no se le pasó por alto el toque de sorpresa en la pregunta. Ni la mirada de intriga de su padre.

—¿Qué más quieres que haga? Hemos estado hablando de todo lo referente a esta inesperada situación para ambos.

—Ya —James Douglas chaqueó la lengua. Era lo esperado, claro, pero a él le hubiera agradado que su hijo pasara más tiempo con su prometida. Solo eso. Sin embargo, James Douglas parecía receloso del comportamiento de su hijo—. Sé que es un compromiso impuesto por el rey. Que no tenías intención de buscar una mujer para casarte porque prefieres seguir con tus correrías. Pero debes aceptarla por el bien de la nación. Necesitamos más hombres para poder acabar ganando la guerra.

 

—No se me ha olvidado en ningún momento.

—Bien. ¿Qué opinión te merece la muchacha? Sé que tal vez no sea de tu agrado, ya me entiendes… Pero confío en que sepas tratarla para que no salga huyendo o cometa alguna estupidez que eche por tierra todo.

—No lo hará, tranquilo. Ella es consciente de la situación y no va a contravenir la palabra de su padre.

—Confío en tu palabra y que no tengas problemas para tratar con ella. Piensa que al final podrás ser el dueño y señor del castillo de Stirling. En cuanto a ella, una vez que te dé un heredero perderás el interés en ella. Pero hasta que ese momento llegue, deberás comportarte con ella como si fuera la misma reina.

—¿Podríamos dejar ese tema? —le rebatió William a su padre—. Lo que más nos interesa es expulsar a los ingleses de nuestra tierra. Ese es mi objetivo. No ando pensando en tener un hijo con una mujer, que no muestra demasiado entusiasmo en este compromiso, como puedes presuponer.

—Lo sé. Pero el rey necesita hombres para ganar la guerra, como bien dices.

—Por eso mismo me sacrifico por mi país. Ella es el instrumento para lograr un objetivo. Y ya está logrado. El rey tiene más tropas —le dijo con un tono frío. De repente le molestaba que hablaran de Bronwyn de esa manera. Bastante la habían utilizado.

—Deberías mostrar más entusiasmo por tu futura esposa —intervino Moray que se había quedado junto a ellos cuando el rey y Archibald Murray se marcharon—. Entiendo cómo te sientes. A nadie le gusta que le impongan nada. Y menos un matrimonio.

—Podría haberle dado el castillo y la ciudad sin más —protestó William.

—El rey no podía hacerlo. Ya te lo dije. No puede dejar un lugar tan estratégico en manos de un clan, que se mostró leal a John Comyn porque este lo era con Eduardo I de Inglaterra. Podría volverse contra Robert Bruce y traicionarlo dejando que los ingleses volvieran a ocuparlo. Pero contigo eso no sucederá, hijo.

—Odio verme en medio de estos entresijos políticos. Soy un guerrero que lucha por su país. Nada más. Me atrevería a decir que casi me gustaban más los años en los que no teníamos rey y seguíamos a William Wallace en su lucha.

—¿Crees que entonces no había conspiraciones políticas? ¿Cómo crees que Robert logró mantenerse con vida? —le preguntó sujetándolo por el plaid para zarandearlo—. No sabes nada.

—Me hago una idea de que su padre forjó una alianza con el propio Eduardo. Solo digo que Wallace y los que le seguíamos luchábamos por un ideal.

—Y ahora también —le instó Moray.

—Sí, pero a cambio de atarme a una mujer que teme al clan Douglas como la propia peste.

—Así es como se hacen las cosas, muchacho. Aprenderás rápido —le aseguró su padre palmeándolo en el hombro—. Demos una vuelta por aquí a ver qué tenemos. ¿Vienes?

William sacudió la cabeza.

—No. Prefiero estar solo. Tengo que pensar —le aseguró viendo a su padre y a Moray alejarse. Resopló y se pasó la mano por el pelo. Así era cómo se hacían las cosas, se repitió las palabras de su padre como si pretendiera que no se le olvidaran. Pues a él no le agradaban lo más mínimo. Le iba bien como estaba. De batalla en batalla. Arrebatando a los ingleses las ciudades y posesiones en Escocia para devolverlos a sus legítimos dueños. Disfrutando de la satisfacción del deber cumplido. No necesitaba una mujer a su lado. Pero ahora… Todo iba a cambiar tras la última batalla.

***

Margaret abandonó y se encontró a William sentado en banco de piedra. Su gesto parecía expresarlo todo. Tenía el ceño fruncido y la mirada fija en el vacío. Su hija no había sido muy amable con él en ese primer encuentro. Entendía que no quisiera comprometerse con el Douglas, pero era la decisión de su padre. Y, además, ella tenía que ser consciente de que más tarde o más temprano debería casarse y tener su propia familia dentro del clan. Comprendía que aquella forma no era la más acertada. Una imposición del rey Robert y con un Douglas después de los comentarios e historias que circulaban sobre lo crueles que habían llegado a ser con los ingleses.

Se acercó con paso dubitativo al joven William porque no quería molestarlo. Ni tampoco sabía cómo iba a reaccionar este. Cuando notó su presencia, levantó la mirada para fijarle en su rostro e instándola a detenerse de manera brusca a la espera de su próxima reacción.

Él se levantó del banco cuando la vio dirigirse hacia él. Asintió a modo de saludo.

—Mi señora.

—Siento importunaros.

—No, no lo hacéis. Quedaos tranquila.

—Os he visto aquí solo, pensando tal vez en todo lo que está sucediendo...

La mujer lo contemplaba con cuidado y curiosidad. Tal vez él le confesara algo más de lo que le había dicho a su hija. La primera impresión que le había causado no era la que tenía en mente cuando supo quién era. El hijo de Douglas <<el Negro>>

—Vivimos un tiempo convulso. La guerra entre las dos naciones dura demasiado.

—Y esperáis que acaben con la toma de Stirling…

—Sí. Una parte de mí así lo quiere.

—¿Es que en el fondo no lo deseáis? Habéis hecho referencia a una parte de vos…

—La parte de guerrero que habita en mí… —esbozó una tímida sonrisa—. Llevo peleando contra los ingleses desde que Wallace se levantó en armas al matar al sheriff de Lanark.

—Entiendo que vuestra vida ha sido la guerra.

—Por eso os lo digo.

—Pero entonces, si Stirling cae y los ingleses son derrotados por fin y expulsados de esta tierra, ¿qué sucederá con esa parte de guerrero de la que me habláis?

—Que tendrá que guardar la espada y disfrutar de la paz. No creáis que no se lo merece.

—¿No lo echaríais de menos?

—No. Ansío más la paz. He derramado y visto derramar demasiada sangre.

Hubo un momento de silencio entre ambos. Como si los dos estuvieran pensando en esa breve introducción al tema que Margaret quería tratar con él.

—Os buscaba para hablaros —comenzó diciendo mientras observaba el gesto de asombro en el rostro de él.

—Supongo que de lo que ha sucedido hace un momento con vuestra hija —William apartó la mirada de la mujer y volvió a mirar al frente pensando en Bronwyn—. No la culpo por su reacción porque era lo que me esperaba.

—Pero es su deber como mujer e hija. Me refiero a casarse y formar su propia familia.

—No os lo discuto, señora. Pero creo que las formas no han sido las más apropiadas para ninguno de los dos. Ya se lo dije a ella y os lo repito a vos: somos dos peones en este tablero de la guerra y la política. ¿Creéis que me hizo gracia que el rey Robert me lo propusiera?

—Entiendo que sois un hombre y un guerrero, y que lo que tal vez menos ansiáis ataros a una mujer de por vida. Pero imagino que habréis pensado seguir con vuestro linaje.

—Sí. Cuando la guerra con Inglaterra termine. Cuando disfrutemos de esa pasa que os he mencionado. Entonces me estableceré en alguna parte y supongo que tendré una mujer e hijos.

—A la mujer ya la tenéis.

William ahogó la risa.

—Ella me odia por lo que represento.

—¿Y vos?

Margaret lo miró con curiosidad.

—Odio a los ingleses por lo que llevan haciendo con nosotros. Lo que han hecho a esta tierra y a sus gentes. Y luego dicen que nosotros somos salvajes y bárbaros…

—Entonces si no la odiáis, es un buen comienzo.

—Pero, yo no sé nada de sentimientos, ni de mujeres… Ni de cómo diablos tratar a una esposa. Desde que era un chiquillo solo he conocido la muerte y la guerra.

—Pero supongo que habréis estado con mujeres.

—Pero no de la misma manera que estaré con vuestra hija. Siendo su esposo —Le sonaba extraña esa palabra. Nunca había creído que llegaría ese día.

—Siempre podéis repudiarla.

—¡Eso nunca mi señora! He dado mi palabra al rey y a vuestra hija, y la cumpliré. Me casaré con ella cuando la guerra acabe y permaneceré a su lado en todo momento. No quiero que ella pague por todo esto.

—¿Por qué lo decís?

—Ella no tiene ninguna culpa de que la circunstancias la aten a mí de por vida. Sé lo que representa escuchar el nombre de Douglas. No sería justo apartarla y tratarla de menos.

—No esperaba escucharos decir algo así —comentó sorprendida después de todo.

—Oh, sí. Estoy seguro de que en el fondo pensáis que una vez que recuperemos el castillo de Stirling y me establezca allí, arrojaré a vuestra hija de lado. Sí, es lo más sensato de pensar de alguien como yo.

—No dejáis de sorprenderme joven Douglas.

—Os creo porque acabo de deciros que mi clan conlleva una serie de taras. Pero estas han sido producidas por la guerra. Nada más. Todos han escuchado lo que mi padre ha hecho a los ingleses. El porqué de su apodo. Pero es la guerra la que lo ha vuelto así.

—Sí, las cosas que se cuentan de vuestro clan ponen los pelos de punta.

—No os lo discuto. Y comprendo que vuestra hija me tema.

—¿Temeros? No creo. En el fondo tiene mucho carácter como habéis podido ver por vos mismo —le refirió con una risa ahogada. Aquel joven comenzaba a caerle algo mejor. Sin duda no tenía nada que ver con lo que contaban de los miembros del clan Douglas.

—Sin duda —asintió pensando en que su relación no sería muy cordial, al fin y al cabo.

—No os quiero molestar más tiempo. Solo quería disculparme por el comportamiento de mi hija.

—Y yo os repito que no es necesario que lo hagáis. Es la reacción que esperaría cualquiera. Quedaos tranquila.

Margaret permaneció unos segundos contemplándolo y asintiendo. Tal vez después de todo el joven Douglas no fuera como el padre y su hija acabara en buenas manos.

—Si me disculpáis, no os robaré más tiempo.

—El que necesitéis, mi señora —le dijo levantándose al mismo tiempo que los hacía ella.

William la vio alejarse de vuelta a la casa mientras él permanecía a solas con sus pensamientos. Solo que después de la conversación con aquella mujer, no sabía si todo se había arreglado o enmarañado más todavía. Lo que más deseaba era partir de regreso a la capital y organizar en asedio al castillo de Stirling. Si se centraba en la guerra se olvidaría de todo lo demás; incluida ella.

Esa noche se celebró una cena en honor a la pareja y a su futuro matrimonio a la conclusión de la guerra. Tanto el rey Robert como Archibald Murray daban por hecho que esta concluiría con la toma del último castillo escocés en mano de los ingleses. Y luego toda la nación viviría en paz bajo el gobierno de Robert Bruce.

—Estoy más que convencido de ello. Con los hombres de mi clan, y de los que descienden de este, vuestro ejército no estará en franca desventaja ante el inglés —le decía Archibald a Bruce.

—Confío en que así sea. No obstante no debemos fiarnos del rey Eduardo. Según las noticias que tengo antes de partir de la capital eran que al parecer estaba reuniendo un ejército para reforzar Stirling.

—En ese caso, ya conoce vuestras intenciones.

—Sí. Eso me temo. Creí poder tomarlo por sorpresa pero no va a ser así.

—¿Y si el asedio no da sus frutos? ¿Lo habéis pensado?

Robert frunció el ceño y se llevó la mano bajo su mentón en un claro gesto pensativo.

William permanecía atento a lo que se discutía acerca de la campaña militar para el asedio del castillo de Stirling. Como soldado que era, no podía dejar de pensar en lo que sucedería en los próximos días. Pese a que a su lado permanecía sentada su prometida y futura esposa Bronwyn. No le había hecho demasiado caso durante la cena. Pero ella tampoco se había dirigido a él salvo en el momento de saludarlo a su llegada a la mesa. Entonces él se fijó con atención en su renovada apariencia. Había cambiado de manera considerable desde que se conocieron. Se había recogido el cabello en una trenza, dejando visible su rostro y su cuello de piel pálida, de aspecto suave. La mirada que le había dirigido no había sido tan fría y tan cortante como él esperaba, sino algo más cálida pese a todo lo que había sucedido. Ocupó la silla que había a su derecha, pero siempre manteniendo cierta distancia entre ellos, pese a todo. Comieron en silencio salvo por las ocasiones en las que sus miradas coincidieron y entonces, más por obligación que por voluntad de cada uno, se dirigieron la palabra. En otras ocasiones fue para pedir que se acercaran alguna bandeja o plato de la mesa. Nada más. Ella no le parecía estar por la labor de facilitarle las cosas. Y por ese motivo él decidió centrarse en la conversación en torno a la situación actual de la guerra. Era lo más importante para él. Estaba deseoso de partir y dejarla allí al cuidado de su madre hasta que todo terminara. Entonces… volvería por ella.

 

Al concluir la cena William permaneció junto a su padre y al conde de Moray. Por un instante se preguntó dónde estaría Bronwyn. Echó un vistazo al salón pero no la vio y supuso que se habría retirado junto a su madre y algunas sirvientas. Las conversaciones de la guerra no eran tema para mujeres.

—Creo que lo más acertado sería que todos viajásemos hasta la corte en la capital —sugirió el rey Robert mirando de manera fija a Archibald—. De ese modo vuestra esposa y vuestra hija, así como los miembros de vuestro clan más necesarios estarán bajo mi protección. No tiene sentido dejarlos aquí si la situación se va a recrudecer.

—Es una buena idea. De ese modo mi clan viajará más seguro entre vuestros caballeros. Y mi hija estará cerca de su futuro esposo —aseguró mirando a William, quien le sostuvo la mirada y se limitó a asentir. No podía rechazar esa idea porque no le convenía hacerlo. Pensó en su prometida y en que tendrían que pasar juntos bastante tiempo. Algo que seguramente a ella no le hiciera demasiada gracia. Ni a él tampoco, ya que supondría que tendría que estar pendiente de esta a todo momento con una guerra de por medio. Él debía estar junto a sus hombres por lo que pudiera suceder. Confiaba en su propia madre para ocuparse de ella.

—Una vez instalados en este, organizaremos el asedio al castillo.

—Tened en cuenta el tiempo. No deberíamos darles más ventaja a los ingleses que ya nos esperan —le sugirió Moray.

—¿Qué sugerís? ¿Qué nos detengamos en nuestro viaje y ataquemos Stirling? No tenemos hombres suficientes para hacerlo.

—Pero entonces daremos tiempo a Eduardo a enviar tropas en su auxilio.

—Creo que tiene razón —señaló Douglas—. Todos sabemos que Stirling es el único castillo en Escocia que no hemos arrebatado a los ingleses. Ya que la de Berwick queda justo en la frontera entre ambos países. Y Eduardo también lo sabe. A estas horas debe estar preparando un fuerte contingente de tropas para ir a reforzarlo. Si lo sitiamos ya, podemos evitar que esas tropas de auxilio lleguen a tiempo.

El rey Robert permaneció pensativo, meditando la situación sobre el mapa que había expuesto sobre la mesa.

—Los ingleses tiene por delante un viaje largo y duro hasta llegar a Stirling. Es nuestra baza —aseguró Archibald Murray.

—Aquellas tropas que vengan desde Londres. Pero, ¿qué me decís de los clanes que lo apoyan en Escocia? Incluso puede mover mercenarios de Gales. Le costaría poco informarlos para que se organicen y emprendan la marcha. O sus tropas en la frontera, desde Berwick —señaló Douglas con su mano la marca que separaba ambas naciones—. Solo con movilizar a estos junto con las tropas de Stirling le bastaría para resistir mientras llegan su caballería desde Inglaterra. E incluso puede arrastrar soldados desde Francia e Irlanda por mar. Le bastaría ganar tiempo hasta su llegada, si no los ha movilizado ya, como sucedió en la batalla de Falkirk que perdimos.

Aquellas explicaciones dieron que pensar a los presentes y a ninguno se les pasaba por alto la derrota que sufrieron a manos de Eduardo.

—Siempre podemos cortarles el avance —sugirió Moray.

—Si queremos hacerlo, necesitamos más hombres y, sobre todo, anticiparnos a los movimientos de Eduardo —insistió James Douglas que no presagiaba nada bueno.

—Están bien. Enviaré un mensajero a Edimburgo para que las tropas se preparen para la marcha. Nos encontraremos en esta posición elevada de Torwood dentro de diez días. En el paso entre Borestone y Bannock Burn. Tendremos una visión acertada de la llegada de los ingleses —aseguró el rey mientras todos parecían acatar esa orden—. Necesito enviar a alguien a la corte con las órdenes específicas. Mi esposa y la gente que está allí al frente sabrán qué hay que hacer.

William dio un paso al frente captando la atención de los demás.

—Me ofrezco voluntario para llevarlo, señor.

—No, nada de eso. Os agradezco vuestra disposición, William, pero no os lo concederé. Es más, vos deberíais estar con vuestra prometida, y no aquí escuchando el relato de la batalla que se avecina.

—Soy un soldado. Tengo que estar presente.

—De acuerdo. Pero no seréis vos el que lleve el mensaje. No me gustaría que vuestra prometida se quedara viuda antes de tiempo. Ni que le suceda a ella en el camino. No. Permaneceréis a su lado y os encargaréis de su protección hasta llegar a Torwood. Ese será vuestro cometido, joven Douglas.

—Siento discrepar señor, pero mi prometida estará bien protegida en todo momento con los hombres del clan Murray, y vuestros caballeros.

—Tenéis razón. Pero eso no os exime de velar por su seguridad. Permaneceréis a su lado por si algo malo le sucediera. Espero haberme expresado bien.

El tono del rey fue claro y conciso, de igual modo que su mirada.

—Con vuestro permiso.

William se mantuvo firme en todo momento escuchando las órdenes del rey. Quedarse con su prometida. ¡Pero si él haría mejor servicio marchando como mensajero a la corte! Se dijo frustrado por el parecer del rey, lo que lo llevó a abandonar el salón enfurecido por el devenir de los acontecimientos. Sin duda que aquel compromiso iba a restarle protagonismo en un momento crucial para el devenir de Escocia.

—Un momento. No te alejes —le pidió su padre reteniéndolo. James Douglas fue testigo del malestar de su hijo ante la negativa del rey a concederle permiso para ser él quien llevara el mensaje a la corte—. No entendiendo por qué has reaccionado de ese modo. Es comprensible que el rey no te haya elegido para ser tú el que lleve sus órdenes, pero entiende que no quiere arriesgar el acuerdo que tiene con los Murray.

—Ya lo veo.

—El pacto depende de tu compromiso con la hija del jefe. Nada nos asegura que, si a ti te sucediera algo, Archibald no lo rompiera. No olvides que los últimos años ha apoyado a los Comyn, y a la postre a Eduardo de Inglaterra. ¿Lo entiendes?

—En ese caso tendré que quedarme en la corte para no sufrir ningún daño —le comentó con ironía.

—Podrás estar en el asedio a Stirling. No me cabe la menor duda. Pero ahora tu misión es permanecer al lado de tu prometida. Por el bien de Escocia. Robert no se fía del viejo Murray.

—No creo que se eche atrás si ha acordado entregar a su hija, ¿no?

—Yo tampoco lo creo porque al final ella estaría en nuestro poder.

—¿Qué tratas de decirme? —William comenzaba a vislumbrar algo en lo que no quería creer.

—Este compromiso tiene otro significado y es que tenemos a la hija del jefe Murray en nuestro poder.

William dio un paso atrás al escuchar a su padre revelarle aquello. Sacudió la cabeza sin terminar de creer que todo hubiera sido una argucia rastrera para presionar al jefe de los Murray.

—¿Me estás diciendo que el rey podría obligarlo a cumplir lo acordado o su hija sufriría algún percance? ¡¿Es eso?! —William no quería creer en esa posibilidad, pero al ver el semblante de su padre, no le quedó ninguna duda—. ¿Seríais capaces de utilizarla para presionarlo de que cumpla su palabra?

El enfado que había experimentado segundos antes cuando el rey Robert le pidió que permaneciera junto a su prometida, se estaba convirtiendo en ira y repulsa hacia el mismo.

—El matrimonio ha sido un ardid para tener algo con lo que obligar al Murray si en el último momento decidiera apoyar a Eduardo —le confesó su padre con naturalidad—. Nunca se le haría daño, tenlo presente.

—Por supuesto que no se le va a hacer daño —reiteró William con frialdad en su mirada y en sus palabras—. Yo mismo me encargaré de que así sea. —William sacudió la cabeza tratando de decirse que no era cierto—. Es injusto que jueguen de esa manera con ella.

To koniec darmowego fragmentu. Czy chcesz czytać dalej?