El sueño de la Luna

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Lilit es una bebé de minutos. Eva la acuna sobre su pecho, se siente íntegramente compenetrada y se sintoniza de tal manera que percibe el murmullo de los sentimientos que emanan de la conciencia de su pequeña mamá y los escucha. Me compenetro tanto con ellas que logro percibir el mensaje:

—¡Hermosa hija! Aprendiste a recibir mi amor que tengo para ofrecerte –musita Lilit desde su interior–; sabes que desde el cuidado que te brindas sirves al Cosmos. Gracias por entregarte y abrir tus alas… Lánzate a las corrientes de aire para elevar el vuelo y abrirte al Universo. Gracias por entrar en conexión con la vida.

Percibo la dulzura de mi tata cuando se despide de Eva. ¡Hijita de mi alma, tu aljibe personal está lleno de aguas cristalinas, ofrécelas a cuanto existe para que fluyan por siempre! –con estas palabras Lilit se despide y entra en un recóndito sueño–. Eva, conmovida con la gracia de su pequeña madre, la arrulla con una ternura que jamás imaginó sentir.

Eva nos acerca a la bebé para que Abue, mi madre y yo le demos un beso. Luego acomoda su cuerpecito desnudo sobre un tejido en forma de nido colgante. Abue entreteje unas rosas sin espinas en el telar. El frágil cuerpo de Lilit se recoge sobre sí mismo mientras duerme y en la intimidad de sus átomos la energía va tornándose más visible a los ojos de Eva. Finísimas hebras de luz emanan del corazón de su madre entretejiéndose con el tejido que la envuelve como una crisálida. Eva se extasía con la imagen y siente cómo su mamá, cada vez más etérea, se funde con la fuerza primigenia de la creación.

De esta manera Lilit desaparece a la vista de todas, lo cual es vivido de manera diferente: para Eva, su madre se funde en las aguas de la fuente; para Metzi, su abuela va regreso a la semilla; para Selene, su bisabuela se entreteje con el tejido universal y para mí, mi tatarabuela pervive en nuestra Sagrada espiral.


COMUNICACIÓN INTERIOR

LOS PASEOS DE EVA

Eva hace de la Casa de los Abuelos su morada. Allí pasa días y noches conversando con Hortensia, quien se convierte en su maestra y le ayuda a despertar la sabiduría de su interior. Al explorar los contornos de la maloka descubre un túnel que la conduce a una cueva de cristales que la fascina de inmediato, contempla los cuarzos detallando sus reflejos, su geometría y la manera como refractan la luz. Así, hace de esta su habitación y la bautiza la Gruta de Eva. Aprende a tallar formas en las piedras, al tiempo que esculpe dentro de sí nuevas rutas de conexión para salir de reacciones y hábitos adversos, aún adheridos como postillas a sus heridas.

En la curiosidad de sus diez años, Eva camina descalza conectada con cada pisada. Conoce las capas internas que conforman la Tierra y tiene una relación esencial con los elementos de la naturaleza. En la medida que silencia su mente, capta las vibraciones sutiles de cuanto la rodea y en particular de los minerales.

En ocasiones salimos juntas a tomar el Sol del atardecer y aunque habla poco, disfruto del asombro con el que se fusiona con la naturaleza. Cada día me compenetro más con la gracia de su presencia y admiro la introspección con la que vive el instante.

En las mañanas, Eva se levanta a cuidar la huerta en compañía de Ajau; cultivan maíz, verduras, frijol, quinua y una variedad de cereales. Cuando supo cómo las plantas captan la energía solar, hizo de su nutrición un acto ritual. Pide permiso a los vegetales cuando los recoge en el huerto, les agradece por ser su alimento y está atenta a la forma como su organismo integra su energía, incluso, a veces comenta emocionada que acaba de absorber directamente la luz del Sol.

Eva suele salir con otros niños de paseo en busca de tesoros. Encuentran troncos petrificados, pertenecientes a árboles de la zona, y fósiles de frutas, que ella asegura fueron convertidos en piedras ante la mirada de una diosa. También trepan árboles, se esconden entre guaduales y recogen cuanto ven de interés por el camino. A veces entrelazan sus cuerpos en la quebrada, sintiendo cómo su piel se eriza y sus órganos sexuales se yerguen. Pero lo que más le interesa a Eva es recoger cantos rodados, le encantan sus colores y detalla las formas oblongas o redondeadas… huellas de su tránsito entre las corrientes de agua.

En su Gruta, se encarga de clasificar y organizar la colección de piedras. Además, tiene un herbario con plantas nativas de la región. A veces busca en los libros para saber cómo nombrarlas o simplemente se inventa la manera de bautizarlas como mejor le suene.

De todos sus gustos, lo que más apasiona a Eva es la variedad de cuarzos, ágatas, aguamarinas, amatistas, circones, cornalinas y ópalos. Aunque sin duda, la obsidiana es su preferida. Sabe que proviene de la lava volcánica que se enfría sin alcanzar a convertirse en cristal y que tiene variados colores; desde negra, verde, dorada; hasta nevada, azul, marrón, arcoíris y rojo-negro. Ama la obsidiana por la forma como el Sol activa el color dorado de su interior y, ante todo, por su poder para hacer brotar la luz en las entrañas de la oscuridad. Cada vez que quiere resolver algún conflicto recurre a las vibraciones de alguna obsidiana y, aunque desciende más profundo en su crisis, y mi pequeña bisabuela parece que se desollara, al fin retorna de su proceso con mayor inocencia y pureza.

Eva también protege las arañas, varias de ellas han armado sus telares por los rincones de la Gruta. Se queda horas detallando la forma cómo construyen sus poderosas redes de caza con hilos sutiles, unos elásticos y pegajosos con los que forman anillos concéntricos, donde quedan atrapadas las presas; y otros duros y secos, usados para los filamentos radiales que sostienen la estructura. Su preferida es la araña lentejuela, asegura que fue quien tejió esta casa y por eso la nombró Guardiana. Un día me la muestra y al verla quedo atrapada en los reflejos de su cuerpo, cubierto por una malla de celdas que reflejan la luz, como los vitrales de la superficie cóncava de mi Cúpula de Cristal.

En los paseos al bosque, Eva es la guía y cada vez descubre nuevos parajes que nos llenan de admiración. A veces se detiene y en medio de una respiración dice:

—Por acá pasa una corriente de agua subterránea –olfatea emocionada ante el rumor que solo ella percibe. En una ocasión excavamos y al encontrarla reconocimos que Eva tenía una sabiduría ancestral, que provenía de su línea paterna, y así fue como se ganó la fama de “la pequeña zahorí”.

VUELTA AL SOL DE SELENE

Me levanto con la sensación de que algo se urde en mi cuerpo sexagenario. En la mañana me preparo para celebrar la edad de mi madre. Ese doble cuatro que corresponde a sus años nos produce inquietud cabalística; por eso le ofrecemos regalos con imágenes que lo evocan. Yo le doy unos aretes en forma de chacana, la cruz andina de los incas, y la pequeña Eva le regala una pirámide que esculpió en una obsidiana.

Mi madre es feliz cuando está ocupada en alguna labor doméstica. Servir, cuidar y dar alimento a quienes la rodeamos, es su condición de vida y creo que también su forma de escapar. Por eso este día se siente extraviada, incómoda ante su sensación de inutilidad. Permitirse ser atendida es algo que le dificulta aceptar. Y, si bien, es alegre compartiendo, en el lugar donde permanece más cómoda es en la cocina.

Mi padre llega con un regalo para la pequeña Eva.

—Como Rito se internó en el bosque y a una princesa como tú no le puede faltar su felino, mira lo que te traje –le muestra una gata negra. Eva la bautiza al instante Jaguar y la recibe enternecida por su piel felpuda. Luego invita a Antonio a su gruta.

—Dígale que no puede estar metiendo hombres en su habitación –mamá me dice al oído.

—Mamá, tranquila –le digo, pero ella me empuja para que los siga.

—Yo también la quiero conocer –anuncia mi madre en voz alta y todos terminamos yendo a la Gruta de Eva.

—Jaguar, voy a presentarte a las tejedoras para que las protejas de cualquier intruso que intente molestarlas –así le habla Eva a la gata mientras va guiándonos por un pasadizo.

Siempre que necesito recargarme de energía visito el recinto de Eva, me reconforta hacerlo hoy que requiero la fuerza de los cristales para estabilizarme y liberar esta grávida sensación que se incuba en mi cuerpo. Cuando nos adentramos en el pasillo, se nos une Abue que llega trayéndonos su alegría. Me abraza, luego besa a mi madre Selene y levanta a Eva con la vitalidad de sus veinticuatro años.

—¿Cómo está la mamá más hermosa del planeta? –Abue pregunta a la pequeña mientras la sostiene en sus brazos, pero Eva se suelta con rapidez por temor a que Jaguar se le escape. Llegamos al umbral de su habitación y entramos con cuidado a la Gruta, las arañas se aquietan en los rincones.

—Estas son las princesas de este castillo –Eva señala las arañas a Antonio mientras trata de controlar a la gatita que saca las uñas intentando agarrarlas.

Mientras escucho la voz infantil de mi bisabuela me siento mareada. No comprendo si es por la sensación de encierro que genera el lugar, pero el ahogo me sobrecoge, por momentos me desdoblo y me estremece sentir una especie de holograma que brota de mi cuerpo desplazándose por el espacio como un espectro que Eva y Jaguar siguen con la mirada.

—Te tengo que contar una noticia maravillosa –Abue me lleva para un rincón sacándome de la situación–. ¡Estoy feliz!, encontré a mi hombre. Ahora sí me siento completa.

—¿Y cuándo lo traes?, quisiera conocerlo –trato de disimular mi malestar.

 

—Es mi hombre soñado, exacto como lo deseo –Abue me repite con sus ojos llenos de un brillo abrasador–. ¡Él me ama, me conoce, me inspira, me invade de pasión! –Abue se estremece haciéndome un giño, mientras yo siento cada vez más crítica mi situación corporal.

—Salgamos, por favor Abue, necesito respirar al aire libre –al escucharme, la pequeña Eva, que ha estado inquieta conteniendo la curiosidad de la gata, propone ir de paseo por el campo, y yo, con tal de escapar de mi estado, lo acepto sin pensarlo y animo a todos para que vayamos.

Mientras salimos, mi papá propone almorzar afuera. Mi mamá sale apurada para la cocina a empacar las canastas con alimentos. Y así, en cuestión de minutos estamos rumbo a la travesía, a la cabeza de mi bisabuela Eva, la guía de nuestra tribu.

OFRENDA EN LA LAGUNA

La presencia de la naturaleza me devuelve el aplomo, sin embargo, la sensación de desplazamiento continúa, una parte de lo que soy anda por fuera de mí, sin que yo ponga en ello mi voluntad ni pueda controlarlo. Le pido a Abue, quien no ha dejado de hablar, que descansemos mientras trato de recogerme.

—Hoy mismo me voy con mi madre, vamos a vivir con Augusto, ¡al fin juntos!, como una familia completa –continúa Abue emocionada–. Ya estoy mareada de dar vueltas en este planeta –me mira con una sonrisa repleta.

Me angustio con la noticia, pienso en la ausencia de Eva y siento ganas de llorar. De pronto mi vientre se sacude mientras unas náuseas repentinas me invaden. En un brote de romanticismo mi papá interpreta una canción a mi madre y la conquista con sus galanteos. Aprovecho la situación para alejarme del grupo y vomito sintiendo un poco de alivio. Para recargarme me abrazo a un árbol de pino gigante, agradezco el caudal químico que se agita en su interior. Cuando me separo queda una sensación en mi ombligo y con asombro percibo una luz plateada que brota de él.

Mi mamá extiende manteles sobre el césped y dispone todo para el almuerzo.

—Mira, hija, mi regalo –Abue le muestra a mi madre una cruz de Quetzalcóatl. Mientras comemos, Abue le explica que es una serpiente emplumada que representa al dragón.

—Hija, te voy a contar el sentido de esta cruz, me la trajo Augusto de México –aclara que es el hombre con quien vive–. Tiene dos ejes que se cruzan en el centro, el eje vertical simboliza el encuentro Cielo y Tierra –Abue señala su ombligo–. De acá a la cabeza es el Cielo y los abuelos de México lo simbolizan con un ave –pone sus manos en el pecho y desde ahí extiende los brazos simulando volar–. Y del ombligo a los pies, es la tierra y ellos lo representan con una serpiente, por eso se llama la serpiente emplumada, que simboliza los opuestos complementarios. Ellos dicen que en el ombligo es donde se besan la Tierra y el Cielo. Aunque yo creo que es en el corazón ¡Qué romántico! –suspira y Ajau le pregunta por el eje horizontal, ella señala cada lado de su cuerpo–. Lo conforma la parte derecha, asociada a lo conocido, lo masculino, el día, el Sol, lo caliente y la racionalidad; y la parte izquierda, relacionada con lo desconocido, lo femenino, la noche, el frío, la Luna y lo intuitivo. Estamos divididos en esos puntos cardinales –concluye Abue entregándole el regalo–. Mamá, a esta cruz le puse la intención de que te sintonices con tu espacio personal y logres conquistar tu centro.

Todos quedamos maravillados y yo reflexiono sobre la unión de esos cuatro puntos. Mi madre, un poco inquieta le dice a Abue que no comprende.

—Hija, eso no es para entender con la razón, la cruz de Quetzalcóatl es para sentirla –toca su pecho–, en este lugar se equilibra lo espiritual, lo material, lo racional y lo intuitivo. Aquí, armonizas todo –Abue abraza a mi madre.

Después del almuerzo continuamos adentrándonos en el bosque, mientras la pequeña Eva nos conduce frente a una laguna. Me quedo contemplando su quietud, su oscuridad y su silencio. La sensación del ombligo se torna más penetrante. Me acuesto sobre el pasto y abrazo la Tierra. Necesito anidarme en su vientre y trato de fundirme con el planeta, permaneciendo inmóvil.

—¡Luna, prométeme que vas a cuidar el jardín! –la pequeña Eva se recuesta a mi lado. La tristeza se anuda en mi garganta.

—Todos los días saldré a saludar tus flores, mi hermosa Eva –le digo acariciando su rostro infantil.

—¿Qué va a pasar con las arañas? –Eva me mira preocupada y la tranquilizo diciéndole que ellas son más sabias que cualquiera de nosotras.

—Traigo conmigo a Guardiana –me muestra en secreto una cajita. Observo cómo brillan los espejitos que cubren el cuerpo de la araña y, sus movimientos mínimos, casi detenidos, acentúan esas sensaciones difusas que me dominan.

Me levanto con la ayuda de Ajau quien percibe mi estado y me acompaña. Mi papá me aconseja respirar profundo y mi mamá me da a beber aromática. Camino con el apoyo de Ajau en dirección a la orilla de la laguna. Paso a paso voy sintiendo con más intensidad la espiral de luz que nace en mi ombligo. Me siento frente al enorme vacío donde anidan las aguas profundas de la laguna. Con el soplido del viento, el brillo del poniente reverbera sobre ese espejo acuoso. De pronto escucho una vocecilla. Los reflejos del Sol se multiplican con el movimiento del agua y flotan destellos plateados en la superficie. Las mujeres observan y se acercan con reverencia. Aguzo mi mirada y descubro el cordón de plata que germina desde mi ombligo hasta unirse al ombligo de una anciana que aparece en la distancia. Un sentimiento de alegría navega por los átomos de mi cuerpo y mi corazón bombea con una fuerza inusual. Me voy aproximando, mis ojos lientos no dejan de mirarla. Arrobada con el atardecer ella no parece percatarse de mi presencia. Con la voz alada de las mariposas cuenta una leyenda que se dibuja sobre las aguas del lago:

—El Espíritu del Sol enciende la chispa de conciencia en el espacio infinito y crea el primer mundo. Descontento por ver que los seres no entienden el sentido de la vida, envía a La Abuela Araña para que los conduzca al segundo mundo; aunque más poderosos, tampoco lo comprenden; entonces de nuevo La Abuela Araña es enviada por el Espíritu del Sol para llevarlos al tercer mundo y allí aprenden a trabajar con las manos el arte del tejido y la alfarería. Con esto despunta en sus cabezas un destello sobre el sentido de la vida. Pero quienes solo se sienten a gusto en la oscuridad extinguen aquel resplandor y ciegan a los humanos. De nuevo La abuela Araña es enviada por el Espíritu del Sol quien pide a los humanos ascender al cuarto mundo. “Ahora tienen que encontrar por ustedes mismos el camino hasta convertirse en verdaderos humanos”, dice La Abuela Araña. Luego con su ayuda siembran un bambú y, desde el amanecer hasta el crepúsculo, cantan para que crezca hasta que su punta traspasa el agujero celeste. Entonces, los humanos trepan por él, desnudos y alegres como niños, hasta alcanzar el cuarto mundo. Construyen poblados, plantan maíz, calabazas y melones, hacen jardines y huertos. Cuando todo está completo, La Abuela Araña les recuerda sus orígenes. “Solo se perderán quienes olviden por qué vinieron al mundo”. Y diciendo esto crea un lago en el agujero por donde llegaron y, para no olvidar el sentido de la vida, les dice que nunca dejen de narrar leyendas.*

Cuando la mujer termina el relato y los últimos rayos de Sol desaparecen, se revela ante mí la epifanía, me doy cuenta de que la anciana es Muluc, mi hija. Ella observa los destellos finales del atardecer y luego contempla el entorno. Al mirarnos sentimos la visión misma de la Fuente. Me acerco hasta su cuerpo que es prolongación de mi propio cuerpo y me abrazo a su figura frágil y desnuda. Siento crecer dentro de mí un profundo instinto materno, la cubro con un abrigo de lana, Abue le pone una falda larga que lleva en su bolso y mi mamá pasa una bufanda alrededor de su cuello. Aunque está un poco débil, es lúcida y comprende todo de inmediato. Agradece al agua del lago y a cuanto encuentra a su paso, piedras, plantas, aire y a las sutiles vibraciones del viento que musitan secretos traídos de los confines del Universo.

CONVERSACIONES CON MULUC

Conduzco al Baño de Artemisa a mi hija, quien carga la liviandad de sus ochenta y cuatro años. La sumerjo en las aguas y lavo su cuerpo con suavidad. En medio del delirio, Muluc repite cosas que me suenan extrañas.

—La intuición nos permite tomar forma, acceder a la encarnación y obtener el milagro de esta manifestación física de la vida… Intuición, forma, encarnación y manifestación de la vida –repite estas palabras una y otra vez queriéndolas forjar como un sello en su memoria. Cuando termino de bañarla, la unjo con aceites y la acuesto en el Nido del dragón. Muluc duerme durante una semana. La despierto para darle bebidas y junto con Ajau nos consagramos a nuestra hija hasta que recupera su vitalidad y puede levantarse. A veces repite, aún sumida en el delirio, que no la dejemos olvidar el sentido de su vida en la Tierra.

El mismo día de la llegada de mi hija, se va la pequeña Eva; en su equipaje carga algunas colecciones de piedras, el herbario, la araña espejo y a Jaguar, su gatita. La Cúpula de Cristal cobra una nueva dinámica con la despedida de Eva y la llegada de Muluc. Su lucidez la hace ganar el nombre de abuela sabia. “¡Es oro molido para el planeta!”, dicen quienes la escuchan, pues su pensamiento es agudo y profundo. La casa empieza a llenarse de jóvenes que gustan de su palabra. Al principio habla del instinto y de cómo este debe convertirse en intuición para lograr la realización.

—La forma –Muluc acaricia la arrugada piel de sus brazos y su rostro –marca el comienzo de la experiencia humana en el plano físico; y el espíritu, es la consumación, el clímax.

Por fortuna Ajau descubre en un rincón de la casa un auditorio con capacidad para albergar a los visitantes y, cuando nuestra hija no sale al jardín o a las inmediaciones, donde el flujo de su conciencia no cesa, pasa allí horas concentrada en sus disertaciones ante un grupo de personas.

—¿Qué voz de las muchas que escucho puede despertar la obediencia a mi corazón? Quiero velar porque sea él quien se manifieste ¿Qué significa el poder del amor? ¿A qué lugar se va cuando nos invade el miedo?

Ajau y yo tratamos de regularizar los hábitos de Muluc, pues desatiende sus necesidades, al punto de no comer, y asegura que el Sol le da cuanto necesita. Cuando transcurren días en que no bebe más que agua y no duerme, la debilidad la vence.

—¡Hija, por favor!, no puedes olvidar tu cuerpo –le ruego preocupada.

—¿Dónde tendré instalada tu angustia mamá? –me responde Muluc con suavidad.

—Hija, actuando así es imposible que puedas amar.

—Mamá, deja de buscar tus propósitos con medios equivocados.

—Me vas a enloquecer con tus evasivas.

—¿Cuándo vas a aprender el arte de la ternura? –me pregunta Muluc.

—¿Acaso piensas que no te amo? –le pregunto molesta.

—Si te dejas llevar por el rugido del miedo es imposible que escuches el sutil latido de la dulzura.

—¿Miedo de qué? ¡Estás loca! Yo solo quiero que tengas energías para vivir.

—Mamá, ¿sabes dónde está la fuerza de nuestra vida?

—No me vas a enredar más, simplemente dime ¿por qué te niegas a alimentarte?

—Me siento tan apasionada con la vida y quiero experimentar la perfección de todo cuanto acontece, quiero habitar plenamente el paraíso, la gracia de respirar el aire que me vitaliza con su frescura; quiero captar la energía cósmica y tener siempre abierta la puerta al amor –me expresa Muluc de manera pausada.

—Hija, háblame de manera concreta a ver si nos podemos entender –le ruego tratando de calmarme.

—Solo tienes que mirar el Sol, sentir el aire, el agua, esta hermosa madre que tenemos por planeta, con su entrega incondicional, haciendo brotar vida –Muluc bebe un sorbo de agua como si fuera el mejor néctar y continúa extasiada con el líquido transparente, y me lo ofrece para que yo también tome–. ¿La sientes fluir en tu cuerpo?, ¿se puede saborear agua en otros lugares de este infinito Cosmos?, ¿se puede respirar en otras galaxias?, ¿existe alguna forma concreta, tangible de cuerpo en otros lados del Universo, en otras dimensiones? O, ¿es luz, energía, intuiciones invisibles?

La angustia no me permite entender lo que dice mi hija y como en otras ocasiones, desisto de mi propósito y le ruego a Ajau que intente solucionar la situación. Él la convence para que coma algo y por unos días vigila su alimentación.

 

Muluc continúa haciendo sus disertaciones en el auditorio, el Oratorio de Muluc, como empezamos a llamarlo. Uno de esos días en que el agotamiento invade su cuerpo y Ajau tiene que sacarla cargada, decidimos cerrar las puertas de la Cúpula de Cristal y ocuparnos de nuestra hija.

Desesperada, también dejo de alimentarme para encontrar alguna clave y me recluyo en las bibliotecas a leer cuanto libro se me ocurre para sacar a Muluc de su locura mística. Pero llena de ideas que no logro descifrar termino haciendo listados de “agujeros negros”, como llamo a lo que no le encuentro explicación; y los leo una y otra vez, hasta que de tanto mirar al abismo, este empieza a engullirme con sus enormes ojos.

Privada de sus conversaciones en público, Muluc también se interna a leer en las salas de libros, aunque lo que despierta su interés son los escritos del Laberinto Sagrado. Me horroriza cuando me pregunta por estos, imagino que su lectura pueda agudizar la situación y así sucede, porque deja de dormir; desde que comienza no detiene la lectura de los escritos de la mochila arhuaca hasta encontrar uno que no deja de leer, una y otra vez, como si lo hiciera por primera vez; mientras yo me quedo atrapada en mi propio miedo. Así, internadas en las salas de libros, ambas volvemos al mismo momento, girando sobre la misma órbita de la espiral que nos apresa sin que podamos alcanzar el flujo de nuestro presente.

LA CARPA DE CIRCO

Cuando comprendí la inutilidad de mi suicidio y me descubrí encerrada en mis ancestros, como una matrioska –yo, dentro de mi madre, de mi abuela, de mi bisabuela, de mi tatarabuela–, me propuse encontrar la forma de salir de esos sarcófagos y decidí registrar cuanto me acontecía para mantener vivo mi propósito.

Intuyo que la imaginación tiene posibilidades que aún no vislumbro y que esa voz que emergió cuando iba a lanzarme al tren, estaba más allá de la locura que tanto temía heredar de mi abuela. En realidad, provenía de esa fuerza interior que me negaba a reconocer.

Empecé a escribir mis observaciones y pesquisas. Rastreé mis movimientos dentro y fuera de mí. Transcribí mi entorno, algún diálogo, un sueño y narré las historias de mi familia. Armé mi árbol genealógico, recogí cartas y vivencias de las mujeres que hicieron posible mi existencia, reflexioné en mis escritos acerca de cómo ellas pervivían en mi interior; y, cuando no encontraba algo particular que explorar, transcribía al pie de la letra cuanto resonaba en mi interior, o jugaba con el lenguaje siguiendo una cadena de palabras por pura asociación libre, una suerte de escritura automática que me puso en contacto directo con mi inconsciente y con todos los personajes que se alojaban dentro como en una gran carpa de circo. También escribí decenas de cartas a una compañera de mi juventud, hasta que descubrí que mi amiga era un pretexto, como todos los mensajes que escribía, pues realmente era yo misma la remitente y la destinataria.

Con el transcurrir de los años me dediqué a analizar la cantidad de escritos, comencé a hacer relaciones y observé cómo mi manera de reaccionar revelaba ese cúmulo fragmentado de contradicciones que me habitaba. También aproveché la perspectiva del tiempo y profundicé en las relaciones entre lo que sucedía dentro y fuera de mí; descubrí que cuanto pensaba, sentía o hacía, me acercaba a situaciones similares. Si juzgaba a alguien, pronto me veía comportándome de manera reprochable; si criticaba, más tarde era víctima de un ataque que me lastimaba; si expresaba alegría y ternura, alguien me despertaba un estado de complacencia y felicidad; si alimentaba algún pensamiento sombrío, luego era torturada por imágenes aterradoras. De esta manera fui perfeccionándome en la observación de mí misma a través de mi entorno, hasta que llegó el momento en que era consciente de cómo iba tejiendo cada situación que vivía. Con el tiempo descubrí que para cualquier lugar que apuntara mi mirada yo estaba allí reflejada de alguna manera. El entorno se convirtió en mi espejo. Entonces comprendí que no había realmente una separación, estaba unida irremediablemente a cuanto me rodeaba y participaba con todo ello en la construcción de eso que llamaba realidad.

DIÁLOGO EN LA SALA DE LOS LIBROS

Muluc y yo leemos por enésima vez el escrito LA CARPA DE CIRCO y volvemos a sentir que, como la mujer del texto, también nosotras estamos atrapadas en un laberinto de palabras, y envueltas en este, caminamos por las salas de libros para encontrar alguna salida.

Pero como cada día es nuevo para nosotras, independiente y único, sin suerte de continuidad, en la obsesión que nos envuelve, las dos deambulamos sobre el mismo plano, buscando el umbral de las regiones vírgenes, del que huimos compulsivamente; hasta el día en que, en un destello de lucidez, percibo que nuestras vidas transcurren en un movimiento estático como en la historia de Prometeo, y exactamente en ese mismo instante Muluc descubre cómo, similar al mito de Sísifo, ambas giramos por los mismos sitios, abrimos las mismas páginas, leemos y hablamos con apremio las mismas cosas; entonces, deseosas por no continuar atrapadas y poder movernos a otra órbita de la espiral del tiempo, comenzamos una conversación nueva que es para ambas una suerte de monólogo interior:

—Quiero degustar el deleite de la impermanencia –Muluc rasga un trozo de papel del escrito LA CARPA DE CIRCO.

—Yo quiero mudar de piel como las arañas.

—Pero lo que buscamos no está contenido en estos libros ni en estos escritos ni en los dibujos ni en ningún mensaje, ni en ningún discurso –dice Muluc y se introduce el pedazo de papel rasgado a la boca.

—Yo sé que está más allá de las palabras y a veces hablar desvía –suspiro y continúo–, yo quiero encontrar la forma de comunicarme contigo.

—¿Para qué? –me pregunta Muluc.

—¡Tú sabes cómo hacerlo! –le suplico.

—Estamos atrapadas en la disyuntiva de los contrarios…

—Por qué hablas en términos tan abstractos –la interrumpo.

—Este cuerpo es el vehículo para disponernos a la vida en este planeta. La forma está aquí –Muluc palpa su cuerpo–, el cielo –dice mientras toca su cabeza–, la tierra –mueve sus pies–, la noche –levanta un brazo– y el día –levanta el otro–. En las correspondencias y el equilibrio de estos rumbos en nuestro centro, aquí –Muluc me señala el pecho– logramos crear la base para realizar el propósito.

—Pero no sé cómo reconciliar esas fuerzas que me lanzan a los extremos –me lamento– estoy agotada de luchar contra el conflicto.

—Mamá, si piensas en los polos como opuestos absolutos los desvirtúas y pierdes la visión de totalidad –me dice Muluc, quien rompe un nuevo fragmento del escrito y me lo ofrece–. Pero si los ves como una unidad, vas a captar en ello su sentido.

—A veces me siento limitada por la materia, tal vez por eso olvido que en ella también está contenido todo –me introduzco el papel en la boca y masco–. Voy a declararle la paz a mi contradicción –afirmo en un destello de lucidez y beso a Muluc– Voy a actuar libre del juicio para que mi presencia se manifieste auténtica, –observo el destello del atardecer–. Para que emane pura como la naturaleza, como este ocaso, como los animales que no están preocupados por ser y en eso reside su gracia –me siento contagiada por las ideas que me circundan.

—¡Ya eres perfecta, mamá!, y cuando lo reconoces con humildad eres libre de no tener que demostrar nada a nadie, porque tienes certeza de tu identidad –Muluc rompe los últimos fragmentos del texto–. Si permites que los dos polos estén en armonía danzante, te podrás volver incondicional y surgirás de manera natural en todo cuanto manifiestas –concluye ofreciéndome un trozo del texto.

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