El sueño de la Luna

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EL ENSUEÑO DE EVA

Estoy en un cenote con peculiares seres acuáticos que juegan con mi nariz, y producen sonidos burbujeantes. Hasta que despierto en medio de los gorjeos y lamidos de Lilit quien retoza sobre mi cuerpo.

—¿Cómo amanece la Tata? –jugueteo con mi tatarabuela Lilit por un rato y cuando me levanto veo dormida en la hamaca a Eva, entonces salgo en silencio.

Al medio día Eva se levanta y cuando se encuentra con mi mirada sigue de largo. Al verla, la niña eleva sus manos, pero ella continúa su rumbo sin prestarle atención. Lilit llora y le doy un juguete para entretenerla, pero la pequeña continúa reclamado el cuidado de su hija. Eva toma un vaso de agua y mira con zozobra el entorno.

—Tuve un sueño terrible –comenta Eva mientras le acerco a la bebé y esta la recibe sin mirarla. Lilit tira al piso el juguete, yo lo recojo y así seguimos el juego mientras converso con mi bisabuela.

—Aunque realmente fue una pesadilla –Eva mira irritada a la bebé.

—¿Qué pasó? –pregunto aparentando inquietud, pues de alguna manera que no comprendo también estuve en su sueño.

—Un hombre las tenía sometidas y tuve que entregarme a él para salvarlas.

—¿Salvar a quién? –interrogo de nuevo.

—Salvar a Lilit, salvarte a ti, salvar a Metzi, a todas –me responde molesta.

—¿De qué querías salvarnos?

—No sé… Un hombre las tenía bajo su dominio –me río, pues en el sueño no asocié ninguno de esos rostros con los nuestros.

—¡No le veo gracia! –me mira con desprecio.

—Disculpa, pero ¿cómo puede alguien someter a Abue o a la Tata?

—Se llaman Metzi y Lilit –me reprocha.

—Bueno, pues con que te salves a ti misma es suficiente.

—Odio los sarcasmos, tengo bastante con los de Metzi –me grita enfurecida–. Ojalá no quisiera tanto a mi hija para no sufrir con su indiferencia... No le importa mi vida… Parece como si yo no fuera su madre –mira a la niña con desprecio–… Y nadie me ayuda con esta muchachita. A veces siento impulsos de morderla –refunfuña entre dientes zarandeando a Lilit que irrumpe en llanto.

—Shhh, shhh, shhh… –le recibo a la bebé.

—A ver si tragándome a mi madre al fin mi hija deja de ignorarme.

—¡Ya mi Tata, ya! –trato de calmar a mi tatarabuela.

—¡Lilit! –Gruñe fuera de control– Se llama ¡Lilit!

—¡Ya nenita! Shhh, shhh, shhh –la balanceo y miro a Eva–. ¿Te parece si salimos al jardín?

—¡No! Llévatela, huele horrible, me va a enloquecer con esos chillidos –la mira con odio.

—Trata de respirar, estás asustada, voy a pedirle a Ajau que lleve al jardín a la bebé para que tú y yo vamos juntas al Baño de Artemisa, siempre me ayuda cuando estoy confundida –intento darle una caricia, pero Eva me esquiva.

—Me tienes harta con los nombres absurdos que inventas a las cosas –sale respirando agitada a punto de atropellarnos.

VIAJE SUBATÓMICO

Lilit gatea en el jardín, persigue a Rito que da vueltas registrando el territorio, ahora lleno de niños que le hacen corrillo. El contacto con la tierra húmeda le gusta, la busca por entre la hierba, la agarra con sus manitas desmenuzándola frente a sus ojos una y otra vez en una especie de ritual.

Después de pasar por fuera toda la tarde, Eva llega al jardín y contempla el paisaje con asombro como si lo viera por primera vez. Está más tranquila, pero no me atrevo a acercarme, la saludo en la distancia. Viene poseída por los efluvios de una planta cerca a la cual descansó en el bosque, sus elementales movieron su estado habitual de percepción. Y, tal como sucede en los sueños, siento como si al mismo tiempo que estoy aquí, en un extremo del jardín, yo fuera Eva, y en la magia de la ubicuidad, contemplo a través de sus ojos verdes el cuerpecito de Lilit, traslúcido y lleno de filamentos de luz. Capto la fascinación de Eva al fijar su mirada en un particular cúmulo de hilos fluorescentes que se desprenden del cuerpo de su madre… también en mí advierte un tejido similar. Con un poco de temor se mira a sí misma y reconoce que en ella también están esas formas y aunque no entiende lo que esto significa, descansa al saber que tiene algo en común con Lilit y conmigo. Continúa observando y ve cómo estas hebras se hilvanan con cuanto nos rodea. Conectada con la finísima malla que entrelaza todo en una gran matriz brota de su pecho un estado de alegría que me conmueve. En ese instante de epifanía ambas tenemos la comprensión completa de quiénes somos y cómo participamos en la creación del atardecer. Nos emocionamos cuando descubrimos que también Lilit percibe lo que sucede en el interior nuestro y la miramos sonriente con su carita pintada de tierra como una pequeña diosa ancestral.

LA ETERNA TEJEDORA

Desde la tarde en que Eva se sintió formando parte de una matriz, fue como si un viento despejara sus fantasmas. Empezó a buscar un lugar donde encontrarse con ella misma y dejar de estar aislada, culpando a todos por su rabia y sintiéndose víctima del mundo. Y, aunque sigue desatendiendo a su madre y dejándola a mi cuidado, ya no me discute; en cambio, se dedica a descubrir la ira inyectada en sus emociones.

Gritos desmedidos nos sacan una tarde de nuestras labores. Corremos por toda la casa tratando de encontrar la fuente de los alaridos. Al llegar a un recoveco, como les dice Eva a los pasadizos de la Cúpula de Cristal, encontramos a Sofía, la joven madre de Hortensia. Eva se angustia al verla perdida, dando giros sobre sí misma, atrapada dentro de un círculo, hasta que Hortensia y yo logramos calmarla.

Sofía trae a su madre a diario para que yo le ayude, pues no canta, ni pinta, ni baila, ni habla con otros chicos, se encierra en su cuerpo meciéndose adelante y atrás, sumida en su ensimismamiento.

—¿Qué le pasa a esa niña? –Me pregunta Eva inquieta.

—La despedida de sus lunas la tienen atrapada en su claustro materno.

—¿Lunas? –me mira extrañada.

—La sangre que se desprende de nuestra matriz –le aclaro.

—Menstruación ¿Por qué tienes que inventar nombres? –me reprocha.

—Ese nombre también fue inventado. Yo solo nombro cada cosa con el que mejor le vaya para mí. La Luna es la que marca los ciclos en la Tierra y por ende nuestro tiempo, la que produce el oleaje y mueve nuestros fluidos. La Luna es la que purifica las aguas, nos permite autogenerarnos, rige nuestros ritmos y modula nuestras emociones… Por esto pienso que el nombre que las culturas ancestrales le han dado, es el que mejor me suena para describir estos períodos.

Una tarde Eva llega con un cuento para leerle a Sofía, pero esta interrumpe con movimientos repetitivos o extraños chillidos que parecen más de animal agonizante que de niña. Cada tarde Eva insiste, acompañada por Rito, quien se convierte en su sombra. Trata de narrarle a Sofía algún pasaje, pero ella cubre sus oídos; otras veces escucha por unos instantes; otras, arroja con furia el libro. Después de muchos intentos fallidos, le sugiero a Eva llevar a Sofía al arroyo. Allí, con el borboritar del agua, logra compenetrarla con la historia. Por primera vez, lee completo el escrito de LA PRINCESA DEL BOSQUE ENCANTADO, y desde ese momento es Sofía quien le pide que lo lea, incluso terminan aprendiéndolo de memoria y cada vez lo narran con entonaciones más perfectas, hasta que las letras se van haciendo más sutiles y desaparecen mientras pronuncian al unísono cuanto en él acontece, al tiempo que las escenas se desvanecen frente a sus ojos.

LA PRINCESA DEL BOSQUE ENCANTADO

Ada, una potra color nieve, se interna en el bosque. Juega con animales, bebe en arroyos, corre por montañas de sima a cima, navega extendiendo sus alas sobre el aire pacífico del cielo; y tanto se abstrae que, cuando menos piensa, el Sol de los venados pasa dejando un soplo violeta en el cielo. Entre las crines de Ada el viento susurra la llegada de la noche. Apurada emprende su camino de regreso, pero termina dando vueltas alrededor de la floresta sin poder salir.

Cada día recorre un nuevo paraje, navega por entre copos de árboles, cruza ríos y lagos, atraviesa puentes naturales y grutas enmarañadas, trepa cerros, y se sumerge en la fuente profunda de una laguna, que no cesa de murmurar entre ondas, pero no encuentra el camino de retorno. Agobiada por el cansancio, condenada a no salir, enloquecida de dar vueltas en torno a un círculo, sucumbe derrotada y se acuesta sobre la base del tronco de un árbol que la acoge en su lecho. Una voz ronca salida de sus entrañas llama su atención.

—La princesa del bosque encantado es la única que puede ayudarte –dice el árbol con aroma silvestre.

—Odio este bosque –dice Ada mientras agita sus alas dando furiosos relinchos.

—He escuchado peores rugidos, más fuertes y temerosos, pero no sirven de nada. Por más poderosas que sean tus protestas no van a lograr que la princesa mueva un dedo para mostrarte la salida.

—No me interesa saber de ninguna princesa –relincha enfurecida.

—Pues más te vale que trates de conocer a esta, de ella dependes.

Ada revolotea entre las ramas del árbol, que se juntan para cerrarle su intento de huir. Pasado un rato, vuelve rendida a reposar en sus nervudas raíces y llora.

—Es mejor que lo asimiles de una vez –insiste–. Dicen que ella tejió cada puntada con tal precisión que todo terminó siendo lo que ves, incluidas nosotras dos —acentúa el árbol, que resulta ser una ceiba; y después de un destemplado silencio, suelta una risotada con largos estertores.

—¡Estás loca! –grita la potranca–. No es cierto lo que dices, yo no pertenezco a este mundo.

—¡Yo no pertenezco a este mundo! –repite la ceiba haciendo eco y deja caer semillas sobre su cabeza–. Es mejor que aterrices para que descansemos tranquilas, llevamos días sin hacerlo con tus maniáticos revoloteos, deja de interrumpirme.

 

Y así durante horas, la sabia y añosa ceiba, le cuenta acerca de la princesa que teje en el centro del bosque donde muy pocos llegan.

—Rodeando el contorno de su estancia hay protectores resguardándola –habla con aire de misterio–. De alguna manera nosotras también somos guardianas de la princesa –enfatiza orgullosa–. Ella está en una espiral que va girando, girando y girando hasta el corazón de una caracola.

—No quiero escuchar más esos cuentos –interrumpe Ada cubriéndose las orejas—, yo solo quiero regresar a mi casa.

—Entonces toma aire y guarda silencio –responde con ronco acento de autoridad–. Los que alcanzan a entrar al centro de la caracola terminan, sin darse cuenta, convencidos de que están en el mundo feliz con el que siempre soñaron, es el gran salón de los espejismos. Dicen que nadie en el mundo ha podido hablar con ella.

—Entonces, ¿cómo sabes todo esto? Eres un árbol mentiroso y no quieres mostrarme el camino para salir de acá –cocea en medio del bosque.

—Precisamente porque soy un árbol puedo contarte lo que te cuento. Todas las tardes los pájaros me visitan para dormir en mis ramas. Has de saber que doy unas semillas que les encantan. En realidad, las aves son las únicas que han visto a la princesa.

—¡No me importan los cuentos de hadas!, dime, ¿cómo salir de este bosque? O te… –Amenaza furiosa, presionando su testa contra el árbol.

—¡Deja mi tronco en paz y escucha! –dice la ceiba sacando toda la potencia de su voz–, ¿ves esos caminos? –Señala con sus ramas las siete direcciones; las cuatro estrellas: arriba, abajo, a un lado y otro, el cielo y la tierra, y el corazón de todo–. ¿Sí los ves?, recórrelos palmo a palmo hasta que afines tu visión y encuentres el lugar donde habita la tejedora. Mañana temprano pediré al águila de las alturas que te acompañe.

—¡Yo no quiero conocer ninguna maldita loca tejedora!

—Entonces nunca podrás salir de aquí.

—¡Eres egoísta! ¡¿Por qué no quieres decirme?! –grita de nuevo con más furia.

—Porque para poder salir debes ir al bosque que queda en el núcleo de la caracola a hablar con la princesa, donde está registrado todo. Estoy segura de que tú misma podrás encontrarte en alguno de sus bordados frente a frente con lo que eres. Dicen que ella teje, desteje y vuelve y teje y desteje. Ahora déjate llevar por el arrullo de mis hojas y duérmete, a todos nos gusta meditar con los rumores de la noche.

Al día siguiente Ada emprende su recorrido en compañía del águila. Cada mañana con sus bríos renovados navega entre las corrientes de aire sintiendo el viento entre sus alas, aspira el aroma del bosque, ve ríos en eterno fluir, reconoce montañas, colinas, valles, lagos. El ave la acompaña sobrevolando el centro del bosque y agarrando de cuando en cuando entre sus garras alguna víbora que serpentea en la distancia.

Llega al fin el día en que Ada, con vuelo alto y visión aguzada, descubre la caracola. Allí encuentra “La eterna tejedora”, la princesa de la que tanto le hablara la ceiba. Al principio siente repulsión, pero su delicadeza va transformando su percepción. Se trata de una blanquísima y enorme araña peluda, con visos irisados y largas, gruesas y velludas patas. Poco a poco entra en confianza. Ella le muestra finos telares que narran historias auténticas y sorprendentes. La potra sucumbe al encanto de estas, imaginándolas una a una con vívido colorido. Ya no recuerda el árbol que la ayudó, ni el águila que la acompañó; no sabe de su nombre, ni de su historia, ni de su extravío, ni de su espacio personal. Su mundo es recorrer los salones de la gran caracola, guiada por la voz dulce de la araña, que al narrar las fantásticas imágenes de los lienzos van cobrando forma y movimiento.

Así transcurre el tiempo hasta que sumida en el espejismo de una tarde se acuesta a dormitar entre una concha en la que su cuerpo, en posición fetal, encaja de manera perfecta y su oído queda pegado al mismísimo centro de la caracola. El sonido del mar trae en su oleaje un mensaje, recordándole que continúa atrapada sin encontrar el camino de regreso. Como la sabe bienhechora, día y noche, le ruega a La Tejedora que le ayude, hasta que un día esta accede.

—Ya estás preparada y te mostraré el tejido de tu recorrido, incierto y cambiante… Empezarás a entrar al sendero con cada paso –con su suave voz anuncia la araña albina –pero, contrario a lo que piensas, no soy yo quien dicta los destinos, yo solo muevo la rueca que hilvana los mundos guiada por tus deseos y los sonidos del Universo. Silénciate y escucha tu corazón –así concluye.

Después de que Ada medita con hondura en su profundo anhelo, le dice a la sabia araña del color de la nieve, que ya lo tiene claro.

—Deberás avanzar rápido porque en cuanto emprendas el vuelo tiraré fuerte del hilo para destejer el camino y así comenzar a entretejer tu nueva realidad, conforme lo sientas.

Es así como la compasiva araña teje puntada tras puntada el sendero que Ada recorre a paso y vuelo, hasta encontrar la salida entre los destellos rojizos del atardecer.

LA INVOCACIÓN DE METZI

Estoy atenta a los alimentos y necesidades de la pequeña Lilit. En los días soleados amo compartir con ella el Baño de Artemisa, acaricio su cuerpecito rollizo y cubierto de vellos dorados; me extasío en sus ojos negros como los del resto de mis mujeres, a excepción de Eva. En las tardes suelo llevarla a compartir con los niños que nos visitan, y día a día Lilit parece más abstraída del entorno. Conforme se hace más frágil, Eva aumenta el miedo ante su presencia, por eso cuando dormimos las tres en el Nido del dragón, se ubica detrás de mí, como si necesitara protegerse de su propia madre.

Un día Abue llega de improviso cargada de regalos. Cada vez que puede, Eva intenta reñirle, pero ella no da oportunidad. En la noche se quedan conversando y terminamos durmiendo las cuatro en el enorme huevo cubierto por la piel de conejo. En la mañana me despierto y miro el rostro apacible de Abue; la pequeña Lilit está en la mitad de las dos y detrás está Eva, quien observa abstraída el cuadro del dragón que pende del techo. Contemplo la mirada de mi bisabuela y me fundo en sus ojos rasgados y del color del bosque al atardecer.

Un trinar de pájaros despierta a Lilit, quien gorjea respondiendo a su canto.

—¿Cómo amaneció la reina del Nido? –le doy un beso a la pequeña.

—¡Eh¡, ¡guh!, ¡bu!

—Y la visitante, ¿cómo pasó la noche? –pregunto mirando a Abue.

—Con toda la música de las estrellas sembrada en mi interior –murmura Abue.

—¡Qué ridículo! –dice Eva dice entre dientes mientras se levanta de la cama, pero en una maniobra veloz Abue se lanza sobre su cuerpo adolescente.

—Mamá, no creas que te vas a escapar tan fácil –Abue hace cosquillas aquí y allá y Eva no puede evitar contornearse mientras se ríe.

—¿Por qué me molestas? –Eva gruñe tratando de zafarse de su hija.

—¿Tú crees que se ve fastidiada? –me pregunta Abue y continúa–. Uhmmm, ¡ya sé qué quieres!... Una oleada de besos –se engancha de nuevo al cuerpo de su joven madre y besa su cara, cabeza, brazos, cuello.

—¡Ya!, no me mortifiques –grita Eva soltándose de su hija y desatando el llanto de la bebé, entonces salgo con ella de la habitación.

—Yo me quedo de conquista –me comenta Abue coqueta mientras abraza a Eva, quien hace repulsa.

Traigo frutos, agua y semillas para que mis abuelas se sientan abastecidas en el Nido del dragón; y así, entre los rechazos de la adolescente Eva y las persuasiones de Metzi, se quedan durante todo el día, hasta que de tanto buscar por un lado y otro, Eva rompe el hielo y confiesa a Abue su angustia. Desde sus entrañas siente una repulsión incomprensible hacia su madre Lilit. No sabe de dónde vienen sus deseos irracionales de devorarla como un insaciable caníbal. Eva llora por primera vez y llena de culpa se estremece con cada palabra, con cada imagen, con cada sensación.

Ayudo a Abue a organizar un espacio en el Baño de Artemisa donde dispone piedras calientes, flores, plantas y otros elementos. Doblegada por la tristeza y pese a su rebeldía juvenil, Eva se entrega a su hija Metzi, quien frota con suavidad su cuerpo y le habla, a veces sin pronunciar palabra, desde su interior, y otras, con el murmullo de su voz:

—Voy a despertar un secreto que llevo tejido en mi cuerpo y que también está en el tuyo. Déjate llevar por el mensaje de este barro que tiene la fuerza del interior de la Tierra –Abue mueve sus dedos sobre el cuerpo de su madre–. Deja de sufrir, mamá –le susurra–, solo permite que la vida suceda –Abue extiende una capa de arcilla sobre el vientre de Eva–. La razón no es el corazón de nuestra vida –desde la superficie con el calorcito que brota de la palma de su mano, acaricia el útero de su madre como el más delicado nido–. Aquí habitan las aguas de la creación.

Abue la masajea con una mezcla de chocolate tibio, aceite de rosas y vino.

—Déjate llevar por sus aromas –le pide al oído y su voz se entremezcla con los olores sutiles del ambiente.

—¿Lo sientes latir? Es el ritmo primordial, donde la sangre, el alma que nos anima, burbujea marcando el pulso. Mamá, deja que sea él quien dirija tus pasos, entrégate… no opongas resistencia.

EL SALÓN DE LOS ESPEJOS

Desde la invocación de Abue, Eva empieza una vertiginosa actividad que la lleva a pesquisar, como un sabueso, dentro de sí misma. Más allá del Nido del dragón descubre un salón con piso de madera, se trata de un cuarto enchapado de espejos. Allí se conecta con la música y se dedica a conocer su cuerpo. Se consagra a la danza como si de los giros, saltos y movimientos dependiera el funcionamiento del Universo. Ya no discute conmigo, desaparecen las demandas a su hija y aunque persiste la dolorosa sensación de rechazo hacia su madre, tolera reposar a su lado.

Su agitación aumenta mientras trata de resolver un misterio que no la abandona. Husmea entre los escondrijos de la Cúpula buscando una clave de su inquietud, hasta que descubre el Laberinto Sagrado. Me pide que la deje leer y yo le agradezco por hacerlo. Entonces cada mañana, Eva, guiada por su intuición, busca entre los papeles aquellos en los que la sexualidad sea el foco, y cuando llega la tarde, transportada por el torrente frenético de algún relato, lo interpreta a través de la danza. A veces acaricia su cuerpo y termina en un éxtasis, poseída por su furor; otras veces se siente encarnar el cuerpo de una serpiente que repta sobre raíces y piedras para entrelazarse al macho que la posee, o es una jaguar negra que loca de furia estalla en sucesivos orgasmos, una loba, una mantis… ¡En fin!, tiene encuentros hasta la saciedad con los amantes que surgen de las historias de la mochila.

SINFONÍA

He experimentado con hombres negros, blancos, amarillos y rojos. Si apareciera algún extraterrestre verde o rosado, también me gustaría saber cuáles son sus facultades amatorias, cómo modula las sensaciones, cómo galantea, cómo responde a las caricias, cómo siente su cuerpo, cómo besa, cómo cuida sus semillas y… cuál es la dimensión y la forma de su miembro viril. Siempre tengo curiosidad por saber qué valor le da un hombre a la obertura. He comprobado que el tiempo del preludio, su nivel y su intensidad, es proporcional al secreto vacío del arrobamiento. Un preámbulo deslucido y rápido degenera en una excitación focalizada y un clímax que no va más allá de los genitales… agudo y enérgico, pero corto y superficial.

Descarto a los amantes que buscan con ansiedad el placer en sus órganos sexuales, están desconectados de sus sensaciones sutiles. Amo compartir la energía sexual con el hombre que la deja fluir como sinfonía, sin apresurarse afanosamente a pasar de un movimiento a otro; amo sentir la sincronía del ascenso de esa fuerza descomunal que nace en mi sexo, amo que sepa vivir el viaje y que tenga la conciencia de modular el crecimiento de esa potencia creadora hasta llevarla al umbral de la manifestación y allí, contener el aliento, y en la inmovilidad de la mente unir Cielo y Tierra en un éxtasis de plenitud que se expande hasta envolverse en el oleaje del infinito.

LA CARTA DEL LABERINTO

Transcurren atardeceres buscando señales hasta que Eva encuentra una carta que la deja poseída por un demonio. La sigue más allá de las palabras una y muchas veces, y conforme lo hace, llora enfurecida y vuelve a ella, la repasa de manera compulsiva.

 

Durante tres días y tres noches Eva permanece en el Salón de los espejos. En el primero grita y agita su cuerpo con frenesí extrayendo la furia que le suscitan las imágenes de la epístola. Investida por una fuerza descomunal destroza su ropa y danza hasta que sus pies sangran. Abue y yo, confiadas en su proceso, vigilamos en secreto sin interrumpirla. Al amanecer del segundo día su baile se torna más plástico, da giros interminables hasta quedar sobre el piso abrazada a la tierra para recuperarse y volver a dibujar espirales con su cuerpo desnudo. Sus movimientos adquieren tal docilidad que parece volar. Al amanecer del tercer día, danza imbuida en el espíritu mismo, de manera tan etérea que Abue y yo no nos dejamos de conmover por la belleza de nuestra ninfa adolescente.

Al finalizar este día, mi bisabuela termina tendida en el salón. La llevamos cargada al Nido del dragón, limpiamos sus pies sangrantes, restablecemos su cuerpo de la agotadora jornada. Agradezco al sentir que su Sagrada espiral, como me gusta decirle al ADN, se torna más pura y con ello, la de todas las mujeres de nuestra línea de ombligo.

AMADA HIJA

Perdóname por el estruendo venenoso que estalló en el momento de tu concepción. Estábamos tan asustados. Te voy a narrar los hechos, tal como los viví para que puedas develarlos en tu memoria y dejes de transitar obstinadamente por sus rutas, quiero que te dispongas a comprender lo que tienen para revelarte, más allá de su aterradora superficie. No para que te contagies de miedo ni de odio, sino para que descubras los caminos que te conducen a tu auténtico poder, al alma misma de tu herencia, la que quiero que perviva en tu interior.

Íbamos llenas de vitalidad, el mundo nos pertenecía, teníamos la juventud que nos hacía hermosas, nos encontramos con nuestros novios y salimos de paseo al Parque Nacional. Caminábamos tomados de las manos en parejas, estábamos deseosos de acostarnos sobre la hierba para abrazarnos y sentir el embriagante cosquilleo de nuestro despertar sexual. Era virgen por supuesto, y así imaginaba que sería hasta llegar al matrimonio, tal vez por eso me resistía a dejarme llevar por la pasión, pero la curiosidad y excitación que me producían los besos y el contacto con mi novio me incitaban a ir un poquito más allá de los límites.

Al atardecer sentimos una gran agitación en las calles. Con rapidez nos levantamos y una horda humana entró enfurecida al parque sembrando a su paso el caos. Venía infestada de una locura colectiva que nos aterrorizó y sin poder evitarlo nos fuimos dispersando en medio de la masa. Reclamaba enardecida por el asesinato del hombre que consideraba su salvación y llevaba a rastras el cuerpo sanguinolento del asesino ya muerto.

Cuando menos pensé, uno de los jóvenes que venía entre la multitud atravesó mi cuerpo con sus ojos verdes llenándome de horror, apresuré el paso, pero él también lo hizo, corrí entonces y él me siguió, aumenté la velocidad, pero él me agarró del pelo arrastrándome hasta un pequeño paraje, aislado de la muchedumbre.

Mis gritos se perdían entre los lamentos, las injurias, los llantos de la multitud enfurecida. Estaba tan aturdida por la pavura que al sentir las cicatrices de aquel hombre que intentaba poseerme a la fuerza me desmoroné. Afuera, en el mundo de mi cuerpo seguía oponiéndome con todas mis fuerzas, pero en medio de la agitación la impotencia me invadió, entonces no me resistí más, le ordené a mi cuerpo dejar de sentir y lo abandoné mientras pasaba la tormenta.

Me concentré así en un estado de muerte y al momento un hielo escalofriante penetró mis carnes y mis huesos. En una especie de desdoblamiento, desde afuera otra parte de mí contempló indolente el espectáculo. El joven de los ojos verdes empujaba compulsivamente su órgano dentro de mi vagina, sentí un gran desprecio por su abuso de poder y por mi dejadez para detenerlo.

Abstraída en la frialdad de mi cuerpo comencé a rezar, implorando para que todo esto pasara y así fui pronunciando cada palabra del padrenuestro. Pero debía retomarlo una y otra vez en diferentes partes, porque, como si se tratara de un laberinto ciego, me perdía en él sin poder llegar a su final.

He reconstruido hasta el cansancio estas escenas y las he vivido de manera diferente cada vez: huyendo, devorando a mordiscos al hombre, castrándolo, sometiéndolo, violándolo, matándolo, seduciéndolo, exorcizándolo. Hasta que al fin fui integrando esa terrible sombra. Vi lo que había tras la lógica de los raptores, son animales descontrolados, han normalizado la violencia como un arma para buscar poder, respeto, amor… Lo mismo que yo imploraba al hombre aquel día… Pero el hambre de alma le había hecho olvidar cómo hacerlo, creía que era posible arrebatarlo a la fuerza de mis entrañas… Si hubiera sabido que la semilla de tu padre quedaría sembrada y fecundada en mi matriz no habría llevado mi útero a ese estado de frío ataúd en el que te sepultamos… ¡Perdóname! Ojalá te alcance mi amor.

Mamá

DESDE ESE DÍA

Cuando Eva dejó de cargar su miedo, de cobrar al mundo su desdicha y de transitar caminos que la conducían a abusar de su poder, logró aceptar a su padre. Una noche descubrió que era absurdo huir de su presencia, era imposible, lo llevaba en cada célula. Además, aunque fuera un misterio, intuyó que ella misma resonaba con la vibración de ese momento, por eso había sido atraída a ese espacio y tiempo en el que él sembraba su simiente en el útero de su madre. Ahora reconocía a su padre y sabía de los lazos que los unían y por primera vez se reconcilió con su semilla, hasta agradeció la fuerza indómita que activó en su ser. Entonces dejó de sostener ese pecado y renunció a vivir situaciones que la sacaran de su armonía, por eso, cada vez que la rondaba algún fantasma se sintonizaba con la voluntad que mueve los mundos.

Desde el día en que Eva abandonó su resistencia a recibir el amor, se entregó por entero a la vida y surgió en ella el deseo de proteger a su madre. Y desde ese día la cuida como si Lilit fuera su propia cría y la carga sobre el pecho para sincronizarse con sus palpitaciones. Así, descubre cómo las hebras de sus propios tejidos, entretejen nuevas puntadas en la espiral que las une.

LA DESPEDIDA DE LILIT

El fuego reverbera en Casa de los Abuelos, el ombligo de la Cúpula de Cristal. Hortensia, canta alrededor de la fogata en compañía de otras mujeres.

Ábrete, corazón; ábrete, sentimiento; ábrete, entendimiento; deja a un lado la razón y deja brillar el Sol, escondido en tu interior. Ábrete, memoria antigua escondida en la tierra, en las plantas, bajo el fuego, bajo el agua. Ábrete, corazón; ábrete, sentimiento; ábrete, entendimiento; deja a un lado la razón y deja brillar el sol, escondido en tu interior. Es tiempo ya, ya es ahora. Ábrete, corazón y recuerda, cómo el espíritu cura, cómo el amor sana, cómo el árbol florece y la vida perdura, que para llegar a Dios hay que aprender a ser humano. Ábrete, corazón; ábrete, sentimiento; ábrete, entendimiento; deja a un lado la razón y deja brillar el sol, escondido en tu interior.*

Hortensia agradece a la fuerza primigenia por permitirle a Lilit encontrar el espacio personal y regresar a la fuente.

—¡Gracias, al Sol!; ¡gracias, a la Luna!; ¡gracias, a nuestra madre Tierra! ¡Que la matriz de la creación acoja a Lilit en las aguas ancestrales donde se incuba la vida! ¡Que la fuerza protectora la ampare en la providencia de la evolución! –Hortensia deposita salvia en un sahumerio y flores secas de lavanda, el espacio se envuelve en aromas–. Que la fuerza de vida impulse a Lilit en su viaje de regreso a la semilla y reconozca la magnitud de su hondura. ¡Gracias!, por favorecerla para completar el circuito del amor, recibiendo con confianza las bendiciones de la eterna fuente.