El sueño de la Luna

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Me acerco a la mujer y observo; a primera vista el dibujo es una enorme ola, pero dentro de esta plasma el bosquecillo con árboles nativos, arroyo, nubes, neblina. Sigo recorriendo la geografía de la pintura. Al detallar las formas, descubro que cada pincelada dibuja un rostro, es una corriente de semblantes, pero todos en su diversidad son los mismos; al enfocarme más advierto que se trata de mis facciones formando cada árbol, cada pájaro, todo el entorno y más allá de este… siendo diosa y demonio, destruyendo y creando de nuevo. ¡Todo!, de lo macro a lo micro, desde las nervaduras de una hoja hasta los átomos dibujan mi rostro. Y cuando dirijo mi mirada al eje del cuadro aparezco sentada con los ojos entrecerrados y una sonrisa imperturbable. Así de bella estoy en el foco del paisaje con un Sol despuntando tras mi cabeza. Me maravillo ante la perfección de la pintura, parece alcanzada por una flecha divina.

—Ya estás lista para regresar –dice la mujer, benévola como una ninfa y me guiña un ojo mientras me entrega el lienzo.

CÚPULA DE CRISTAL

Al instalarme en mi hogar me siento entrar a un vientre protector y agradezco al misterio de la vida por mi existencia. Ubico el cuadro con la ola en el fondo de la sala y lo contemplo de tanto en tanto cuando me siento desorientada.

Rito es mi acompañante, logramos una afinidad llena de levedades. Disfruto observar su caminar y la gracia de sus posturas. Siento como al juguetear o acariciar su pelaje se activan sustancias químicas dentro de mi cuerpo que me hacen sentir tranquila.

Poco a poco establezco un ritmo de vida que me permite gozar de una existencia serena. Leo cada tarde las hojas que saco del Laberinto Sagrado, como me gusta llamar a la mochila de la abuela Metzi. Hace días estoy obstinada con uno de sus escritos, sus imágenes agitan mis emociones y se instala en mi mente como una imagen fija. Sumida en el aturdimiento que me produce la historia, entro esta mañana a darme un baño imbuida en un mar de monólogos. Intento liberarme de ese relato que traigo adherido en lo profundo de mis memorias. Me obsesiona la mirada de la mujer que alberga un ser en su vientre, me resulta inconcebible la gestación humana de la que habla el escrito. Por un momento, los ojos de horror de la mujer embarazada que protagoniza la historia se encuentran de frente con mi mirada. Llena de horror agito con violencia mi cabeza para liberarme de la imagen. Pierdo el control y me golpeo contra el muro del baño produciendo un estruendo.

—Debo buscar mi centro –me digo mientras intento recuperar la calma.

Cuando observo lo que sucede, descubro que el impacto hizo un pequeño orificio en la pared de cristal. Detallo las fisuras que se extienden desde el ojo que produjo la grieta formando una curiosa telaraña. Observo con más cuidado y detecto que al otro lado de esta pequeña abertura hay un jardín. Al principio no le doy crédito a lo que veo, pero después de mirar por largo rato a través del ojal, me convenzo de su realidad. Durante el resto del día me obstino en encontrar la manera de pasar al otro lado. Inspecciono con cuidado ese aparente muro y veo en uno de los bordes un cerrojo. Pruebo con distintos elementos y después de remover por un rato con una aguja de croché, cede el mecanismo y logro deslizar la puerta corrediza. En mi pecho también un umbral se abre y siento palpitar el arquetipo de una diosa salvaje. Al otro lado encuentro una bañera en mitad de una pequeña floresta irradiada por la luz del sol. Me acaricio con el agua caída del cielo hasta que se apagan los últimos destellos del atardecer.

Además del Baño de Artemisa, como lo empecé a nombrar, descubro nuevos parajes secretos. Encuentro tres salones con estanterías llenas de libros y cada día leo, clasifico, paso información en listados; dejo aparte cuentos, canciones o textos sobre la naturaleza, para formar una biblioteca infantil. Llevo una vida organizada a pesar de no seguir rutinas exactas. Hablo con las mariposas, salgo a acariciarme con el Sol, me conecto con el arroyo cercano.

Hoy me levanto a ver el amanecer, cuido el jardín, catalogo libros, leo algún escrito del Laberinto Sagrado y preparo alimentos que ingiero en poca cantidad. En las tardes recibo a algunas mujeres, juntas disfrutamos de nuestra compañía. Hortensia es quien más me frecuenta, hay un afán especial en ella que la dispone a la escucha. A veces llega cuando estoy aún en alguna de las habitaciones leyendo y se ofrece a ayudarme a organizar los libros.

La Cúpula de Cristal se convierte en el lugar de encuentro de algunas jóvenes que llegan con sus pequeños padres. Una ocasión en que los niños juguetean en uno de los salones, una de las paredes cede y tras el muro falso aparece un salón vacío. Desde ese día es nombrado la Sala infantil. En adelante, decoro el ambiente con colores, juegos y libros para que ellos gocen de la magia de su edad.

A veces escribo, no entiendo por qué ni para qué, pero lo hago cuando así lo siento. Esta mañana, en cuanto me levanto, me dejo llevar por el flujo de las palabras.

¿Cuándo me entregaré sin reparos ni pretextos? ¿Cómo hablar sin decir, cómo decir sin pensar, cómo recordar sin sufrir? Me recojo, escucho un sonido y en la distancia la sinfonía reverbera. Mi corazón revoletea esperando este momento, ¿a qué dirección apunta mi flecha? Cierro los ojos y levanto mis brazos al cielo: que mis fantasmas no despierten los de nadie, que mis dolores no aviven el fuego abrasador, que mis lamentos mueran un día en el abismo del silencio.

Esta mañana un tamborileo en mi cuerpo me renueva y hago las labores con minuciosidad. Organizo mi habitación, recojo ropa usada, limpio, sacudo, ordeno los escritos que tengo regados. Dispongo todo para mi baño. Cuelgo sobre mi hombro el Laberinto Sagrado, escojo flores, velas, inciensos, y hasta el aliento del bosquecillo se confabula. Con todo listo, el agua en su punto, las piedras, el silencio y el arroyo en la distancia, anhelo fundirme. Tomo un escrito de la mochila y me adentro en la bañera. Observo la caligrafía cuidada del escrito tachado con una equis roja. Es evidente que decidí borrar esta historia. Sin leerla la deshojo sobre el agua y me zambullo. El cristal líquido se desliza por entre los papeles y la incógnita roja despierta mi curiosidad. MUJER VALIENTE Y SU SOMBRA se titula el relato. Mis ojos se dejan ir y recuperan las imágenes que me traen las palabras. A través de la acuosa pantalla transparente leo de la última a la primera oración… así al paso que leo se diluyen estas aterradoras imágenes.

MUJER VALIENTE Y SU SOMBRA

Apresaron a Teodomiro, el hombre que intentó matarme a mí y a la criatura que llevo hace seis meses en mi vientre. No pedí nada contra él pues ya no había forma de devolver el mal. Lo metieron a una celda donde caía agua y él tenía que cavar para no ahogarse. Un día desapareció, sin saberse cómo.

Tuvieron que arrancarme el cabello y un médico cosió mi cabeza a sangre fría. Vivía en el alto de una montaña y era poco probable que alguna persona pasara por allí. Sin embargo, alguien escuchó mis lamentos.

—¡Miguel, este hombre me va a matar! –grité evitando que el hombre me volara la cabeza con el machete, pero él continuó dándome dentelladas sin compasión hasta completar siete.

Cuando abrí la puerta lo descubrí en la cocina, era el hombre más temido del pueblo. Decían que tenía la sangre negra. Había recogido en un costal todas las cosas de valor y asaba una gallina atizando el fuego con la punta de un paraguas. Apenas lo vi tomé un machete sin filo con el que mi esposo Miguel rozaba el césped y traté de defenderme. Pero el hombre me lo arrebató tirándome sobre la piedra de trillar maíz.

Estaba recién casada y esperaba mi primer hijo. En la tarde, cuando iba de visita a casa de mis padres, miré atrás en la distancia y noté, desde el alto de la montaña, que por la chimenea de mi casa salía humo. ¡Qué raro!, ¿dejaría el fogón de leña prendido?, dudé y me devolví para confirmarlo.

RETORNO AL ORIGEN

Veo cómo los trazos dejan hilos de tinta roja y negra en el agua. Por entre las venas se remueven mis fluidos en un oleaje delirante. Sumergida dentro del líquido, unas manos como náyades enfurecidas halan mi pecho y el resto de mi cuerpo para todos lados. Y cuando se hace insoportable la sensación, desaparece como si nunca hubiera existido. Viene a mí la imagen de Metzi y se deshace la amenaza para ella. Todas las partes de la historia retornan al origen, mientras el papel se deshace cada vez más y mi abuela llega a su potencia más pura… hasta transformarse en una semilla en el Universo.

SUEÑO

Dentro de una caverna siento la compañía de los seres sin rostro, su atención y su custodia. Largas capuchas cubren su eternidad. No puedo definir su vacío, a veces espesa niebla, otras, negra noche marina. Me quedo absorta en los semblantes invisibles. Agazapada en alguna memoria, la presencia de un hombre llama mi atención, lo siento purgar un sufrimiento y escucho su voz implorando mientras los seres sin rostro lo toman por los brazos sacándolo de las aguas límpidas de un cenote.

Suenan los tambores, todo es sonido y movimiento en el lugar. Danzo sobre una piedra en compañía de otras mujeres. El hombre se introduce por un túnel hasta atravesarlo… La oscuridad desaparece ante sus ojos, afuera todo está lleno de color. Quienes salen son héroes de su propia muerte. Me quedo en silencio y en medio de la confusión de los que brotan, escucho unos agudos llantos infantiles, algunos pequeños gatean hasta la boca del laberinto, intentan entrar de nuevo y, envuelta en el horror de esa visión, despierto… Herida ante la imagen, vuelvo en mí de ese sueño.

 

Una tristeza clama en la distancia y se sujeta a mi cuerpo. Lo primero que pienso al despertar es en la imposibilidad de ver mi rostro directamente con mis propios ojos. “¿Por qué permanece oculto a mi mirada?... ¿Por qué solo puedo contemplar de manera directa una fracción tan pequeña de mi cuerpo?”. Reflexiono con angustia mientras lamento no poder ver mi cara sino a través del espejo.

Me levanto con olor a lamento. En la sala, Selene, mi madre, está taciturna al lado de mi padre, quien me saluda mientras se adelanta para inspeccionar la casa. Me abraza y me lleno de la alegría de verla. Mi abuela Metzi también llega con ellos. Mi hermosa Abue, como me gusta decirle a mi abuela Metzi, es una divertida treintañera, admira el paraíso en el que vivo, me da un saludo acogedor y me pide que la deje vivir allí por unos días.

—Me haces un honor, quédate por favor, en estos momentos no soporto la vida sin tenerte cerca –le ruego sin separarme de su abrazo. Mi papá me dice que deje el dramatismo, que soy muy fuerte y no necesito compañía. Mi mamá carraspea y le hace señas para que se calle. Él se acerca con su sonrisa acogedora.

—Hija, no le pregunto cómo está porque se le nota –me mira orgulloso.

El contacto con papá me llena de fuerza, mi madre se acerca y con gesto contenido lo recrimina. Él hace caso omiso:

—Ojalá me pudiera quedar yo también aquí, este aire sí es de verdad.

En ese momento llega Eva, mi bisabuela y se acomoda malhumorada en un rincón, generando una nueva tensión. Sus diez y ocho años la tienen atrapada en el furor de sus hormonas, con ansias de movimiento, este espacio le parece detenido y se siente aprisionada. Metzi se acerca a su joven madre, Abue tiene una manera mágica de resolver las tensiones, y juntas salen al jardín a jugar con el gato.

Al final de la tarde me anuncian la llegada de Ajau. Sé que es alguien cercano, pero no comprendo de quién se trata o no quiero entender. Lo veo llegar. Es un hombre septuagenario, lo acaban de cubrir con una frazada, viene lleno de heridas en los pies y con la mirada perdida. Abue celebra su llegada y junto con mi madre se consagran a él.

—¿Quiere tomar una tisana? –le pregunta mi madre, pero él permanece taciturno. De todos modos, la trae y lo hace beber. Papá le intenta conversar, pero Ajau está abstraído, sin comprender lo que le dicen, ni siquiera escucha, somos fantasmas inexistentes para él. Cuando Mamá sumerge sus pies en agua tibia, el rostro de Ajau se transfigura y su mirada desnuda busca un lugar donde ocultarse.

Con el arribo de mi compañero Ajau, se instala un conflicto en mí. Él irrumpe en mi ritmo de vida y tengo que suspender casi por completo mis actividades. Debo estar cerca para protegerlo pues deambula extraviado por la casa y los alrededores. Siento como si una parte de mí hubiera surgido de un instante a otro, como si él fuera una extensión de mi cuerpo, un tentáculo adherido a mí por sutiles filamentos.

Poco a poco se alejan las personas que me visitaban a diario, pues no puedo recibir a las mujeres y a los niños, por estar cuidando a Ajau. Tengo que establecer horarios y andar tras él, por eso hace rato no leo, ni escribo, ni puedo visitar las bibliotecas. Esto me llena de una desazón que me consume. Me atormenta tener que seguir sus pasos y mucho más cuando Ajau me gruñe por cualquier contrariedad.

Él duerme a mi lado en la misma cama, es la mejor manera de cuidarlo. Ajau se despierta muy temprano y sale al jardín o merodea por los alrededores. A veces se queda todo un día removiendo la tierra y tengo que estar pendiente de que no se insole o se lastime con las herramientas del jardín o se pierda en sus vagabundeos por el bosque.

Con el transcurso de los amaneceres una dualidad crece como un demonio dantesco dentro de mí. Clamo por compartir con los niños, a quienes veo pasar en la distancia, cada vez más llenos de inocencia. También quiero hablar con Hortensia y con otras mujeres o leer del Laberinto Sagrado, seguramente allí alguna historia active mi memoria.

Aprovecho una mañana que Ajau aún no despierta y me levanto a contemplar la aurora. De paso hacia el jardín, en busca de sosiego, medito con el cuadro de la Ola. Luego me dirijo a una de las bibliotecas y sobre una mesa encuentro un libro que captura mi atención. Se titula Consejos para ayudar a los recién llegados. Abro en una página cualquiera y leo:

“Aunque son motivo de reverencia, algunos recién llegados vienen frágiles y enfermos de recuerdos, otros llegan felices, temerarios, derrochando alegrías, escondiendo penas. Lo más importante es escucharlos con todos los sentidos. Son los que más cosas tienen para decir, pero los que menos quieren hablar. Por eso hay que ser benévolos, pues son delicados y vulnerables. Algunos traen su cuerpo marchito de heridas y con dificultad para volver del mundo de la ilusión. Sus miradas están extraviadas. Su misión global es hacer una expedición por el olvido para recuperar la memoria de quienes realmente son. Cuando vienen a ellos las imágenes que queman, se internan en sus raíces desentrañando su fuente hasta desactivar la información y cada día hacerse más vitales, fuertes y jóvenes”.

Cierro el libro y salgo. En el jardín me siento a esperar la salida del Sol y mientras cintila por entre las montañas del Oriente, descubro que el rechazo por Ajau teje una frontera invisible que me distancia de él produciéndome fatiga por su presencia. Pero cuando el gran aro luminoso surge, al instante me doy cuenta que no tiene sentido resistirme a la presencia de Ajau.

Primero me reto a desentenderme por completo de su cuidado y en cambio me ocupo solo de aquello que me hace feliz. Otro día, sin entender por qué, invito a Ajau a compartir el Baño de Artemisa. Se lo digo, sin que yo misma lo tome en serio, ni sé cómo pude hacer esa invitación, pero él acepta sin reparo. Entonces, al contacto con el agua, ambos expresamos muchos de nuestros miedos y juntos lloramos, reímos, jugamos, y nos contemplamos como niños.

Ajau se ve cada vez más fresco y ha suavizado su trato. Es independiente, incluso hace descubrimientos en la Cúpula de Cristal, que resulta ser cada vez más grande. Además del baño, las tres bibliotecas y la Sala infantil, que yo había descubierto, Ajau encuentra tres sitios más. Uno de ellos es una nueva cocina. La descubre un día mientras preparamos alimentos. Abre un armario y siente curiosidad por una de las alas que permanece cerrada. Después de varias búsquedas encuentra un manojo de llaves. Las mide en la cerradura hasta que una gira, al abrir encuentra del otro lado una cocina gigante con un menaje para atender a muchas personas.

Una tarde me dice que quiere compensar mi hospitalidad y me invita a una velada. Cubre mis ojos y me conduce por uno de los pasadizos hasta una habitación tibia. Cuando la veo siento reverberar en mi interior la pasión. Se trata de un pequeño salón con una chimenea encendida.

—Eres la custodia de este fuego –sorprendida lo abrazo. Me acerco a la hoguera, el sonido de las salamandras se agita entre las llamas. Mi fuego interior se sacude con el crepitar de los leños encendidos y a partir de esa noche en que Ajau me invita a la Sala de la conquista, como la bautizamos, brota el romance.

El otro sitio que encuentra Ajau es una maloka.

—Te voy a llevar al centro mismo de este domo de cristal –orgulloso por su descubrimiento toma mi mano y me conduce por uno de los corredores.

Se trata de una casa en forma circular hecha de madera y techo de paja, una especie de choza con un agujero central en el techo. Al llegar al lugar, Ajau recoge maderos secos y enciende el fuego. Yo no salgo de mi asombro. La geografía de la casa ha dejado de sorprenderme, pero este lugar está por fuera de mi imaginación, en cuanto lo veo, siento serpentear el misterio. Veo tras las llamas a Ajau como el arquetipo de Apolo y desde ese instante reconozco su presencia.

En la Casa de los Abuelos, como decido bautizarla, me comunico con el espíritu cuando mis ojos se hieren ante la visión de alguna historia sin piel, o quedan atrapados en mi garganta los lamentos, o me siento abatida sin posibilidades de ser abrigada por un sueño. Allí someto a fuego los relatos para que renazcan purificados como el ave Fénix, y despojo de su memoria actos malditos, borrando de mis informaciones y conexiones genéticas alguna crueldad contra las mujeres que anidan en la mochila arhuaca que teje el Laberinto Sagrado con cada puntada. Otros escritos prefiero deshacerlos en el agua o los llevo a metamorfosear a la Sala infantil. Los niños se encargan, en un acto de sicomagia, de llenar de color aquellos relatos. Solo conservo como talismán los que me cargan de alegría, para que me inspiren y regalen sus destellos cuando transite por algún pasaje oscuro del alma.

SINFONÍA PERSONAL

IDENTIDAD

No soy una narradora omnisciente, ni una primera, ni una terceraprimera persona… No soy un personaje particular, real o ficticio… Soy todos ellos, y yo soy tú también. Soy alquimia, simultaneidad, sincronía. Yo soy las voces en su tránsito por la eternidad, soy el eco de los mundos que circula por la rueca que hilvana universos. Soy quien invoca, convoca, escucha y expresa sus abismales tonadas, soy el coro con todas ellas… El reflejo del jardín, del rutilante fuego plateado del amanecer y el rojizo del atardecer. Yo soy la lengua caracolada de las mariposas, la sonrisa de las flores, el sueño de la Luna, el cántaro de la tarde, el serpentear de la lombriz de tierra, la reverberación del viento, la vibración del compás, la circulación de la espiral, el movimiento que danza en el Cosmos.

LA VISITA DE EVA

Detengo la lectura de IDENTIDAD y me acuesto a descansar, pero los escritos continúan navegando en mi sueño. En la madrugada, todavía a oscuras, me levanto sin hacer ruido para no despertar a Ajau. Afuera Rito me espera, antes dormíamos juntos, pero con la llegada de Ajau se resignó a ceder territorio. Después de saludarlo, el gato estira su cuerpo, sus patas delanteras y luego cada una de las traseras. Terminado el pequeño ritual me sobrepasa con su peculiar caminado de gato, moviendo a un tiempo la pata y la mano izquierdas y luego derechas, lado izquierda, lado derecho, izquierdo, derecho; me divierte ver el efecto del amblar en su trasero. En el jardín Rito rasca sus uñas en un tronco y sigo fascinada con la sinuosidad de sus movimientos, logro interpretar el lenguaje que hay en cada una de sus posturas, el meneo de su cola y los sonidos según la duración, intensidad y entonación. Observo el horizonte, también estiro mi cuerpo, me siento a contemplar el cielo aún estrellado y a esperar la salida del Sol.

En el transcurso de la mañana Ajau me ayuda a clasificar los libros y juntos catalogamos gran cantidad, registramos: título, autor, resumen, temática, palabras claves y número de páginas. Tenemos una base de datos de más de ocho mil, entre literatura, psicología, arte y filosofía. Admiro el cuidado con el que Ajau los restaura antes de acomodarlos en los estantes. De tanto en tanto leemos juntos algún pasaje o una fábula que luego narro a los infantes que me visitan.

Una tarde, mientras cuento una leyenda a los niños, recibo a mi bisabuela Eva, con la belleza indómita de sus diez y siete años. Para mi sorpresa, viene con un maletín y carga a su madre Lilit, una bebé de meses. Como una chispa vienen a mí las palabras de Abue en su último encuentro: “Creo que a mi madre le convendría pasar una temporada en este colorido vientre de cristal”.

Sin saludar, Eva me mira con la profundidad de sus ojos verdes y me entrega a Lilit, ansiosa por desprenderse de ella, como si se tratara de una bomba a punto de explotar. Me conmueve sentir el cuerpo de mi tatarabuela. Eva sigue de largo, está arisca y mira con desprecio a los niños, quienes detienen su intento de acercarse y se alejan intranquilos del jardín.

Después de contemplar el rostro de Lilit y escuchar las palabras que salen forzadas de la boca de Eva, le propongo quedarse en mi casa pues, pese a la incomodidad que me produce y a la dificultad para comunicarme con ella, siento la fuerza que se agita en ella y abre un espacio dentro de mí que anhela acogerla. En la noche acomodo a Eva y a Lilit en un cuarto que descubrí recientemente, le puse el nombre del Nido del dragón.

Cuando me contemplaba en un espejo de cuerpo entero, me di cuenta que un resplandor que venía del otro lado parecía mirarme. Lo había comentado con Ajau y él me sugirió no alimentar ese, que consideraba un desvío de mi mente. Sin embargo, un día, observando mi rostro, quedé hipnotizada con las chispas que saltaban de mis pupilas moviéndose en diferentes direcciones, descubrí que había tres perforaciones que dejaban pasar la luz del otro lado. Así me di cuenta de que dos de ellas estaban alineadas con mis ojos y la tercera se ubicaba más arriba, en la mitad de ambos. Busqué el llavero y con rapidez descubrí una llave en forma de prisma con pequeñas aristas en sus vértices, las cuales encajaron con los orificios. Al empujar cedió el espejo que resultó ser una puerta giratoria. Cuando pasé al otro lado, un reflejo entre rojo y violeta traspasó mi cuerpo, mi cuero cabelludo se crispó, mis poros se dilataron y mis ojos se anegaron. En la habitación había una enorme cama ovalada cubierta por una colcha de piel de conejo. No resistí la tentación de acostarme y, al contacto con su suavidad, las lágrimas no dejaron de fluir lentas, y de manera continua brotaron durante horas como gotas de esperma que se derriten en una vela encendida.

 

FANTASÍA ADOLESCENTE

Desde que descubrí el Nido del dragón, mi percepción es más aguda y mi sensibilidad se ha tornado un poco más dulce y cariñosa. Por eso cuando llegaron Eva y Lilit supe que este era el mejor lugar para acogerlas. Cuando acosté a la bebé en la cama felpuda me conmoví ante la imagen de mi cuatro veces abuela en el centro del huevo. Estuve por un momento en silencio esperando si a Eva se le ofrecía algo en el cuarto que les dispuse. Ella permaneció allí con sus ojos clavados en la cama sin cruzar palabra. De pronto empecé a sentir una gran desazón y me pareció ridícula la forma del lecho, me sofocaba esa piel de conejo y me sentí estúpida de estar allí; estaba fastidiada con la excentricidad de mi bisabuela y odié haberlas invitado a quedarse en casa, y mucho más tener que cuidar a la bebé. Cuando me levanté para salir del cuarto miré a Eva para despedirme y sentí que sus ojos verdes me envolvían en una tormenta en plena selva. Con estupor me di cuenta de que, cuanto estaba sintiendo provenía realmente de ella, me alejé sin despedirme y, aun estando en mi habitación, una parte de mí percepción continúa experimentándola, incluso hasta en sus pensamientos.

Percibo la incomodidad de mi bisabuela ante los reflejos violetas que se traslucen por entre los cristales y siento su impulso de salir lejos y abandonar a su madre. Al momento constato que Eva no soporta más el lugar y sale como una gata al jardín.

Trato de descansar, pero no logro abstraerme de Eva. Ya no sé si lo que viene a mí es lo que ella está viviendo o algo que imagino. Percibo que el sonido de un animal nocturno le devuelve la calma. Inspecciona la zona y camina hasta llegar a un pequeño bosque donde se refugia. Un ave revolotea cerca de ella y se posa en una rama, Eva se acuesta sobre la hierba en la base de un árbol y desde allí contempla la Luna a través del follaje. El peso de sus emociones se aliviana con la frescura del ambiente y respira acompasada con el ulular del búho.

La noche la apacigua y poco a poco entra en un ensueño –o tal vez soy yo quien sueña–. Siento su instinto rebelde en medio de la selva. Recorre kilómetros por entre lianas, sus pies descalzos caminan sobre raíces sinuosas que brotan trayendo el poderío del interior de la Tierra. Llega a una tribu y pide audiencia con el jefe, un hombre de piel cobriza, ojos y cabellos muy negros, lampiño y de pecho y brazos fuertes. Eva, de aspecto salvaje, lo confronta para que libere a un grupo de mujeres que tiene sometidas. El indio se niega rotundamente y ella siente reventar una ira contenida; salta sobre su espalda como un felino, lucha con ferocidad, muerde, araña, patea, grita, mientras él esquiva sus embestidas, y cuando mengua la energía de Eva, la inmoviliza. Insólitamente su condición de mártir le produce un furor que la enloquece y, poseída por una fuerza bestial, lo seduce con su serpentear; entonces, cuando está ávido de poseerla, ella detiene sus impulsos y le ofrece su sexo con la condición de liberar la tribu de amazonas retenidas.

CELIBATO

¿Cómo desear lo que no se conoce?; si nunca he comido manzana, ¿cómo añorar su sabor? Tal vez quiera conocerla, pero si no la he probado no podría sentir gusto por ella. Y, hay algo que tengo muy claro respecto a mis intereses de conocimiento, podría hastiarme de comer cualquier manzana, pero jamás la que pueda despertar la pasión de mi cuerpo, ni la de ningún otro cuerpo. Quiero que mi piel permanezca intacta, que mi útero solo albergue mis propios fluidos, que mes a mes destile libre la sangre por mi vagina y que nunca la traspase nada diferente a mis efluvios.

Amo la Luna negra porque en ella se agitan ondas de misterio y es oscura como mi matriz. Nunca he copulado y, si tengo que casarme, no permitiré que quien me despose ponga un dedo sobre mi cuerpo. No me convertiré en objeto sexual de nadie. Y, si algún hombre intenta poseerme, sacaré de adentro la bestia, lo castraré y expondré su falo para que lo devore la rapiña.

NIDO DEL DRAGÓN

Dejo a un lado el escrito titulado CELIBATO, sigo sin poder conciliar el sueño y continúo leyendo con avidez mensajes del Laberinto Sagrado, espero encontrar claves para comunicarme con Eva, pero conforme reviso una y otra hoja me siento frustrada. “Acaso no he llegado aún a la historia que me revele el camino”, pienso, y temo al imaginar cuántas palabras se han convertido en cenizas, deshecho con el agua o transformado con algún dibujo infantil.

Un llanto agudo de bebé dispersa mi atención y activa mi instinto maternal, tiro la mochila, me levanto con premura y, sobrecogida, corro hasta el cuarto donde está mi tatarabuela. Mi inquietud aumenta con el llanto que se hace más intenso. Al llegar encuentro a Lilit en el Nido del dragón. La bebé está con su carita enrojecida mojada en sudor. La levanto meciéndola a un lado, al otro, adelante, atrás, arriba, abajo, en círculos, pero no logro calmarla. Angustiada pido ayuda a Ajau, quien suele tener la cabeza fría para pensar; él prepara un tetero que Lilit succiona con voracidad. Le digo a Ajau que me quedaré en el Nido.

—¿Y por qué no la cuida su hija? –me pregunta extrañado.

—La sentí muy inquieta, no sé dónde pueda estar. –Miro preocupada al exterior.

—Si eso hace con su propia madre… –Me molesta su reproche y sin decir nada paso al otro lado del espejo.

Baño a Lilit con agua tibia, su cuerpecito me llena de ternura, acaricio su piel y le pongo ropa de dormir. La mezo en una hamaca que hay en la habitación mientras canto arrullos que la tranquilizan por completo. Me dejo ir en su pequeño rostro, en sus movimientos y gestos. Mira todo con la curiosidad propia de los nueve meses.

Acuesto a Lilit en la cama felpuda, pero sus ojazos son atraídos por los giros de un cuadro rojo que pende del techo sostenido por un hilo transparente. Se trata del glifo con el arquetipo del dragón, representado por un Sol naciente en lo alto y, bajo él, siete semillas germinadas. El espacio del astro está representado con un agujero que da la impresión de ser un pozo profundo. Al dejarme ir tras él, pienso en la matriz de la Tierra y en su abundancia. Los reflejos de la Luna se filtran por entre los vitrales produciendo rayos violetas que llaman la atención de Lilit, mientras flotan preguntas en el ambiente. “¿Qué escritos de la mochila arhuaca le corresponden?, ¿cómo es su letra, su voz?”. Me acuesto con mi tres veces abuela y pido a la memoria que pervive en nuestros genes que me revele, a través de las imágenes que se tejen mientras duermo, el camino para acompañarla a ella y a su hija Eva. “¿Dónde estará?”, me pregunto sumergida en el orificio del sol naciente del cuadro por donde se filtra la luz de la Luna. Entonces, sin darnos cuenta, la bebita y yo entramos al mundo insondable de los sueños.