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Paz decolonial, paces insubordinadas

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2.8 ALGUNAS COORDENADAS PARA EL FINAL

Este ejercicio nos debe servir para recalcar la necesidad de crear unas categorías de paz que estén fuera del canon. Es decir, si el norte lo pudo hacer, la verdadera descolonización comenzaría por desnaturalizar las nociones de paz que hasta el momento hemos naturalizado. Las teorías latinoamericanas aportarían un crucial y renovador aliento a los Estudios de Paz de la región. En esta medida sería muy importante tener en cuenta los aspectos que se mencionan a continuación.

2.8.1 Reflexibilidad

Los Estudios de Paz en América Latina deberían pasar por un proceso de reflexión que aborde –con una rigurosidad práctica, política y epistémica– los cimientos de los variados proyectos críticos y sus diferencias, en el cual se asuma la heterogeneidad de los procesos históricos de la región, desnaturalizando los conceptos dominantes de paz y co-creando un compromiso mayor con las transformaciones de las realidades conflictivas y violentas que se ofrecen desde muchos y variados planos (epistémicos, racistas y hegemónicos).

2.8.2 Diálogo en tensión

Es preciso hacer los Estudios de Paz de otras maneras posibles. Los Estudios de Paz críticos latinoamericanos deberían estar llamados a desarrollar una vocación de diálogo en tensión, en el que se cuestione la naturaleza de las concepciones de paz modernas y se desarticulen las prácticas dominantes que se han perpetuado en nombre de ellas y de un canon establecido. Su compromiso con la transformación de un mundo mejor pasa por la relectura de las perversidades del colonialismo (pasado, presente y futuro), adoptando el espíritu crítico al que siempre han estado evocados este tipo de estudios, pero con un afán de praxis, para intervenir las conexiones y articulaciones que han creado el efecto de verdad y universalidad en las cuestiones de paces, conflictos y violencias. Nótese que este diálogo en tensión no es la negación de un polo sobre otro, sino la posibilidad de que el dominante quede cuestionado y sea deconstruido, desarticulado, desnaturalizado y desmarcado, pero que, al mismo tiempo, deje surgir la posibilidad de reconocer otros tipos de paces en el plano del saber y del poder, así como en el de lo cotidiano, popular y profano, y en un gesto, como diría Stuart Hall (2010), sin garantías intelectuales.

2.8.3 Cuestionar las industrias de la paz y sus representaciones

Esta propuesta nos lleva a la realización de una lectura contextual de la complejidad de las paces, los conflictos y las violencias. Actualmente las industrias culturales, por ejemplo, develan en un país como Perú la importancia de atender el impacto que los medios de masas y las representaciones culturales pueden tener, dado que “es de notar que el sujeto contemporáneo ya no se forma ni en la familia ni en la escuela sino, fundamentalmente, a partir de las industrias culturales; es decir, se constituye viendo televisión, escuchando música, yendo al cine, decodificando los anuncios de publicidad y leyendo revistas o periódicos” (Portocarrero y Vich, 2010, p. 35). Como vemos, estas industrias culturales producen y reproducen significados y discursos de violencias y de paces, los cuales alimentan e impactan la cotidianidad y las prácticas de diferentes grupos. Entonces, es bueno preguntarnos: ¿dónde se producen? ¿Quién intenta fijar esos significados? ¿Qué impacto tienen en las relaciones entre cultura y política? Las prácticas representacionales y los discursos (visuales, auditivos, gráficos, dispositivos, etc.) sobre los cuales se montan los consumos culturales de paces y violencias impactan el imaginario colectivo de la política y la cultura, creando un sentido común, que da por hecho que ciertas prácticas violentas son válidas y otras no, que algunas prácticas pacíficas son válidas y otras no. Este juego de representación desconfigura los lugares de enunciación de ciertos grupos y valida los de otros, en nombre de una cultura de paz sofisticada y dominante.

2.8.4 Comprometerse con una teoría crítica contextual

En nombre de la tradición eurocéntrica en la cual se conformaron los Estudios de Paz y Conflicto en el norte global, se instauró una marca de espíritu crítico y transdiciplinario que, con su evolución moderna, lejos de ser una realidad, se ha vuelto una excusa para imponer unas visiones particulares de paz. Su principio radica en la homogenización y la clasificación a gran escala de cualquier tipo de prácticas que puedan ser reducidas, esencializadas y empaquetadas para la venta académica en foros, seminarios y encuentros internacionales. Un compromiso crítico contextual exigiría un desmarque de estas tendencias, para abrirse a los horizontes de entender el saber, el conocimiento, los discursos y las prácticas, como dispositivos de poder y, por tanto, como maneras plausibles de engendrar violencias en artefactos culturales y políticos. De aquí que el compromiso con la teoría crítica sea vincular las disputas y luchas por las representaciones, subjetividades, identidades, etnicidades, voces, etc., con el fin de desplazar fronteras disciplinarias que vinculen la vida de las personas con las transformaciones posibles de esas realidades construidas.

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8 Grupo Permanente de Estudios Críticos sobre la Paz y los Conflictos.

9 Investigación para la paz y (de)colonialidad.

10 Centro de Investigación y Educación para la Paz.

11 Nuevas perspectivas sobre la consolidación de la paz liberal.

3. PISTAS CONCEPTUALES EN TORNO A LA PAZ DESDE UNA PERSPECTIVA DECOLONIAL12

Erika Paola Parrado Pardo

Pontificia Universidad Javeriana (Colombia)

La colonialidad es uno de los elementos constitutivos y específicos del patrón mundial de poder capitalista. Se funda en la imposición de una clasificaciónracial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder, y opera en cada uno de los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia cotidiana y a escala social.

Quijano (2000)

3.1 INTRODUCCIÓN

Colombia es un país con una enorme experiencia en procesos de paz (Arias, 2008; Jaramillo, 2014). Las salidas negociadas o la continuidad de la confrontación han dependido de la voluntad de paz de los actores y de diversos marcos de oportunidad históricos. Un ejemplo reciente de la confluencia de voluntades y marcos positivos fue el Acuerdo de Paz firmado entre el Gobierno nacional y las FARC-EP (2016). Como resultado de algunos de estos procesos se ha propiciado, con relativo éxito, un desescalamiento de las violencias armadas, así como la desmovilización, reinserción y reincorporación de actores armados. Sin embargo, pensar que este es el único nivel desde donde se hace y se construye la paz, es bastante restringido e ingenuo.

En distintos momentos históricos y escalas espaciales, Colombia ha experimentado diversas expresiones de resistencia cotidiana y experiencias de imaginación de otras formas de paz para hacer frente a estructuras de violencia patriarcales, económicas, culturales y políticas. Estas formas han sido desplegadas especialmente a nivel local y lideradas en su mayoría por comunidades, organizaciones y colectivos. Reflexionar sobre ellas exige subvertir la geopolítica del conocimiento de un campo de estudios, mayoritariamente construido y legitimado desde el norte global. La descolonización teórica y práctica pasa por pensar la paz desde dinámicas históricas concretas atravesadas por dimensiones como la raza, el poder, la colonialidad y el género, y por reconocer las luchas, saberes, prácticas e imaginarios construidos por diversos actores desde y en lo cotidiano.

Este texto busca proporcionar algunas pistas conceptuales acerca del tema en una perspectiva decolonial, y lo hace como resultado de un ejercicio analítico y reflexivo derivado de experiencias de acompañamiento, sistematización e investigación en torno a la paz en diversos lugares del país. Tres consideraciones metodológicas han sido centrales a mi experiencia. La primera es pensar los procesos de construcción de paz desde enfoques procesuales para comprender sus transformaciones, continuidades y discontinuidades. La segunda es reconocer la importancia de la identificación de las afinidades, divergencias, complementariedades y contradicciones que encierran las luchas de resistencia en torno a esas otras paces (Santos, 2018). La tercera es entender la construcción de paz desde sus anclajes territoriales, lo que permite entrever cómo se gestan y operan re-existencias en lo cotidiano y en distintas espacialidades.

La hipótesis del capítulo es que la paz a nivel local y cotidiano es el resultado de diversas estrategias o de la suma de diversos repertorios, agenciados por organizaciones, colectivos y comunidades que, desde sus lugares de lucha, intentan oponerse y resistir a diversas expresiones de violencia. Estas violencias pueden estar asociadas al modelo de desarrollo capitalista imperante, pero también a los procesos de despojo, desterritorialización, asesinato, exclusión, racismo, machismo y segregación. Posicionar el análisis a este nivel contribuye también a evidenciar una tensión y disputa latente, aún no resuelta, entre dos “visiones” de paz: una anclada al enfoque liberal institucional y otra más cercana a perspectivas como la decolonial (Fanon, 2001; Mbembe, 2011; Quijano, 2000) y a las epistemologías del sur (Santos, 2011, 2017, 2018).

Algunas precisiones metodológicas adicionales. La investigación sobre la paz me ha conducido a ser consciente de la necesidad de realizar cruces disciplinares entre la historia, la ciencia política, la sociología y la antropología, para comprender las dinámicas estructurales, económicas, étnicas y de género que acompañan su producción. De manera adicional, la ruptura consciente con la tradición eurocéntrica implica la apertura, también consciente, de espacios analíticos de reconocimiento de realidades sorprendentes, tanto nuevas como invisibilizadas, o consideradas “no existentes para la tradición crítica eurocéntrica” (Santos, 2018, p. 283). Finalmente, reconozco en mi postura la necesidad de emplear conceptualizaciones provenientes de corrientes de pensamiento, tales como los feminismos, los afrofeminismos, pues incorporan el elemento étnico-racial y las particularidades de las mujeres negras en el espectro analítico (hooks, 2004).

El texto se estructura de la siguiente manera: inicialmente, realizo un recorrido por algunos de los referentes tradicionales de los estudios para la paz; luego, señalo algunas de las categorías analíticas emergentes en las diversas experiencias de campo que he tenido con iniciativas de construcción de paz; finalmente, sitúo en escena la discusión sobre algunos elementos en tensión entre una perspectiva decolonial y una perspectiva liberal sobre la paz.

3.2 ANTECEDENTES Y DESARROLLO DE UN CAMPO DE ESTUDIOS

¿Desde cuándo se empieza a hablar de paz? ¿Cuáles son los antecedentes de este campo de estudios? Oliver Richmond (2005) presenta una genealogía respecto a cómo comienza a ser abordado el concepto de paz, particularmente remitiéndose a San Agustín, Tucídides, Hobbes, Kant, Carl Schmitt, y muchos otros pensadores de diversas épocas, rastreando la utilización que se le ha dado al término. Para este autor, es a partir de la formación del Estado liberal donde es posible encontrar los primeros “vestigios” de la paz liberal, entendida en dos niveles: uno subjetivo, que ancla la paz a una aspiración personal, y otro objetivo, que la enmarca dentro de procesos políticos de intervención y pacificación. Es este último trazo el que termina hegemonizándose en los discursos de los tomadores de decisiones.

En el rastreo de Richmond, la pacificación como proceso puede ubicarse en relación con las Cruzadas en nombre de la cristiandad durante los siglos VIII y XIII, y posteriormente, con la Conquista de las Américas en los siglos XV y XVI. A partir del siglo XIX la pacificación se conecta con los procesos imperiales y colonialistas europeos, para transformarse luego, dentro de los debates contemporáneos, en la denominada intervención humanitaria (2005, p. 12). La pacificación, la intervención, la democracia, el liberalismo y los derechos humanos han sido las premisas sobre las cuales se armaron paulatinamente las diversas definiciones de la paz. Es preciso anotar que el concepto de paz, como se entiende hoy, surge de la teorización de diversos autores en el campo de las relaciones internacionales, a partir de la firma del Tratado de Versalles, que pone fin a la Primera Guerra Mundial, y con el cual surge la Liga de las Naciones, como organismo internacional garante de la paz. Con este tratado se termina por legitimar la idea de la “paz del vencedor”, conjugándose con otras premisas, como las de autodeterminación, soberanía territorial e integridad de los Estados.

Las diversas conceptualizaciones hegemónicas sobre la paz están asociadas a la reflexión occidental y, particularmente, noratlántica. Empero, la noción de paz liberal fue la que se volvió más protagónica desde la Segunda Guerra Mundial, en particular con el auge de Estados Unidos y sus idearios de libertad política y material, así como de bienestar sin dominación (Richmond, 2005, p. 42). Recogiendo las palabras de Francisco Muñoz, es posible comprender entonces que:

La agenda inicial de la paz estuvo marcada, inevitablemente, por las tradiciones y experiencias anteriores, incluidas las confrontaciones bélicas y el pleno auge de la Guerra Fría. En estas circunstancias, era razonable que la paz se concibiera principalmente de forma negativa, esto es, como ausencia de violencia directa. También era razonable que buena parte de la atención de los investigadores se centrara en el armamentismo, atendiendo inicialmente a las armas nucleares y, posteriormente, a otras armas de destrucción masiva. (Muñoz y Rodríguez, 2004, p. 431)

La paz que surge luego de la Segunda Guerra Mundial no será ajena a la polarización entre Estados Unidos y la URSS, y tampoco al establecimiento de nuevos tratados en temas de seguridad y comercio entre Occidente, representado por EE. UU., y un Oriente industrializado, en cabeza de Japón. En este marco se posiciona la propuesta de la Organización de las Naciones Unidas de hablar de peacekeeping, peacemaking y peacebuilding13, involucrando temáticas como los derechos humanos, la democracia y la seguridad humana como los “nuevos mantras contemporáneos” (Richmond, 2005).

La época posterior a la Guerra Fría dejó como resultado un centenar de organizaciones internacionales y regionales, cuya finalidad fue generar consenso respecto a las reformas económicas, políticas y sociales que, según ellos, el mundo necesita. La paz, por tanto, se conecta con los intereses de “los estados, las elites, los actores internacionales y las instituciones liberales” (Richmond, 2011, p. 14). Bajo este modelo, cuyo núcleo son los grandes Estados occidentales y las organizaciones internacionales, aparece el enfoque de construcción de paz. También surgen una serie de modos o manuales de cómo debe ser aplicada la “formula” para la paz y qué efectos debe tener para la eliminación de la violencia directa.

 

Con la finalización de la Guerra Fría, a la reflexión sobre la paz se le incorporan temas como la violencia estructural y la violencia cultural (Galtung, 2003). Igualmente, se le suman consideraciones sobre la paz negativa (ausencia de guerra) y la paz positiva (superación de las violencias). A la par se van desarrollando enfoques críticos respecto al tema, que recurren a los postulados de Marx, Foucault, Gramsci y Habermas. En estos van a ser importantes los aportes de Lederach, Walker, Bleiker, Jabri y Nordstrom, centrando su atención en asuntos como la justicia global, la comunicación, la representación y las formas en las que la violencia se incorpora en los modos de pensamiento y relacionamiento (Richmond, 2007).

Dentro de estos enfoques también encontramos aquellos cuyo interés es la emancipación y la justicia social más allá del Estado, “colocando al descubierto las paradojas y tensiones derivadas de la soberanía territorial, el estado autoritario, el institucionalismo frio” (Richmond, 2011, p. 14). Estos enfoques toman distancia crítica de las formas tradicionales desde las cuales las relaciones internacionales habían venido desarrollando sus análisis, “priorizando derechos sobre necesidades, una gobernanza distante y de tipo fiduciaria, y un sistema internacional jerárquico en el que el poder material es más importante que la vida diaria” (Richmond, 2011, p. 17).

Para el caso latinoamericano es importante destacar algunas propuestas como las de Victoria Fontan (2013) y Eduardo Sandoval (2016), quienes posicionan lo local como parte del ejercicio de descolonización frente a los estándares internacionales de paz establecidos desde el norte global. A esto se suma lo realizado por Juan Daniel Cruz (2014), con el concepto de paz subalterna, y propuestas como las de Julio Jaime Salas (2017), de una paz decolonial – situacional, y Jaramillo, Castro y Ortiz (2018), con la categoría de institucionalidades comunitarias para la paz. No obstante, la reflexión sobre la paz desde los estudios poscoloniales, los estudios subalternos, o aquellos que incorporen la propuesta modernidad/colonialidad y las epistemologías de sur, siguen siendo excepcionales, escasos y no valorados lo suficiente en nuestro medio.

Conscientes de la necesidad de avanzar en una perspectiva decolonial, este texto parte de reconocer tres desafíos urgentes frente al tema de la paz. El primero es seguir profundizando, con investigaciones de campo, en un cuestionamiento a las posturas institucionales sobre la construcción de la paz y a la fórmula de la paz liberal centrada exclusivamente en la democratización, la ley, los derechos humanos, el libre mercado, el desarrollo neoliberal y la globalización. El segundo es reconocer la potencia teórica y empírica que puede tener la idea de paz hibrida local, que reconoce las formas locales y cotidianas de la paz más afines a nuestros contextos (Richmond, 2011). El tercero es tener cuidado de ceder ante la “trampa de la localización”, que puede hacernos presos de análisis idealizados y particularizados sobre la paz, que pierden de vista variables estructurales fundamentales. En esta última dirección vale la pena recoger el llamado de Richmond (2011) para pensar que lo cotidiano implica también la generación de puentes, conscientes y críticos, con la “paz institucional”, para generar procesos de transformación de las agendas políticas. Esto es urgente en un escenario como el actual, en donde el Estado, el orden internacional y la economía han desplazado y cercenado la experiencia del sujeto a través de la guerra, el mercado y la necropolítica.