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Paz decolonial, paces insubordinadas

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Hemos visto muchos diálogos fracasar porque el conversar se vuelve una estrategia y no un proceso real; en estos casos es necesario el facilitador para fortalecer el sentido del espacio y la intención verdadera de dialogar; sin ello puede que no surja la concertación. Cuando el diálogo es una estrategia, es arriesgado, pero a veces no se cuenta con nada más y hay que hacerlo así. Lo más complicado de los diálogos improbables es que generalmente se llega a este con convicciones muy profundas que no se quiere o no se está dispuesto a cambiar. Esto es muy complicado, porque para entrar al diálogo hay que estar dispuesto a modificar creencias arraigadas o, por lo menos, a revisarlas. Es importante aprender a dudar de aquello en lo que se cree y estar presto a corregir errores y cambiar percepciones que, muchas veces, están fundamentadas en ideas o prejuicios acerca de otros.

El diálogo es un proceso que no siempre avanza de menos a más, o del desacuerdo al acuerdo. Muchas veces avanza y se devuelve. Se puede creer que ya pasó la fase de construcción de confianza, pero se puede regresar a la desconfianza, cuando las heridas han sido profundas. Entonces, es importante entender qué se ha dicho y qué se ha acordado hacer cuando el diálogo retrocede. El facilitador debe estar hablando permanentemente con todos para ver cómo va el proceso, y mantener conversaciones permanentes, individuales y grupales, según se necesite.

No hay que tener miedo a lo que suceda en espacios de debate democrático; es natural que se discuta y se pongan en juego las ideas, las cuales se pueden contradecir manteniendo el respeto al otro, sin agredirlo. Esta posibilidad de pensar diferente se debe estimular para hacer tránsito hacia la paz híbrida, como quiera que esta pueda ser posible, aun si es imperfecta. No se puede renunciar al debate y esto a veces es confuso para las personas, porque en tiempos de polarización no resulta fácil centrarse en las ideas, entonces, los límites se pierden y se agreden las personas. Traspasamos muy fácilmente la frontera entre ser adversarios políticos, el simple hecho de pensar distinto y ser enemigos. Cuando todo esto se equipara se puede llegar a pensar que podemos eliminar o suprimir al otro para recobrar la armonía.

La reconciliación pasa por la reconstrucción de lo roto. Esto es fundamental, ya que lo que se ha fracturado por más que se repare, tiene sus marcas y sus cicatrices, no es perfecto, pero aun así, puede ser viable, bajo condiciones de estas viejas heridas es posible convivir. En Colombia se han hecho grandes esfuerzos para acercar a contrarios, y sus réditos son más grandes, como se ha venido sosteniendo aquí, cuando la visión no es convencional y perfeccionista, sino híbrida e imperfecta.

Viendo el panorama con realismo, este tipo de ejercicios no aportan en muchas ocasiones a la construcción de una paz duradera, universal y perfecta, pero logran lo imposible para actores puntuales desde siempre contradictores. El diálogo suscita una narrativa en el contexto y en los participantes que movilizan procesos en los territorios hacia el acuerdo y la convivencia.

El relato del enemigo, la invención del otro contradictor, es un concepto moderno que se puede subvertir. Aprendimos a dividir el mundo en, por lo menos, dos orillas. Según la orilla en la que nos ubiquemos marcamos a los demás como enemigos (Castro, 2000; Ramírez y Londoño, 2020). Situados en cualquiera de estos discursos hay que impulsar los cambios. No albergamos la esperanza de que los opuestos no vuelvan a enfrentarse, probablemente al no responder a la paz propuesta desde el centro, se pueda perpetuar el conflicto o solo bajar su intensidad. No creemos en una paz perfecta, como ya se ha dicho, pero creemos en que los antes enemigos se pueden aprender a mirar de otra manera y deponer la violencia por colaborar alrededor de intereses locales, pequeños y comunes.

4.4 CONCLUSIONES

En un contexto tan heterogéneo, complejo y desafiante, el IEI se propone aportar a la paz local, hibrida e imperfecta. Cada investigador se hace fuerte y reconocido en algunos temas, gana algunas confianzas territoriales y aprende actuar en cierto tipo de conflictividades. En este marco de flexibilidad que destaca la acción, no se habla solo de paz liberal, convencional, universal, sino que se intenta promover una paz acotada y territorializada.

El trabajo que realiza el IEI se desarrolla en lugares puntales, en tiempos reducidos, lo que implica aprender de las diferencias y proponer y construir participativamente programas que, aun en las ocasiones en que se hacen con el Estado, se adaptan a entornos complejos donde la fuerza está en los gobiernos locales, las organizaciones sociales y en los territorios. No hay una forma de llegar a la paz perfecta por el camino que proponemos, no solo por las técnicas empleadas, sino porque la experiencia nos señala que hay visiones sobre la propiedad, la vocación, el uso y la tenencia de la tierra, que no cambiarán fácilmente ni siquiera reconociendo que desde miradas más generalistas, la tierra no es la fuente de mayor riqueza en la actualidad.

El acompañamiento del IEI empieza con: 1) el diagnóstico contextuado con las comunidades diversas, que incluye una visión cartográfica y bien informada de todos los intereses en juego en un territorio determinado. Esto se hace usando métodos participativos y cartografía social. 2) Continúa con una estrategia de solución corta y articulada que trata de sumar los intereses de todas las partes. Esta estrategia puede incluir mesas de diálogo y otras herramientas para la interacción entre las partes. 3) El proceso implica la construcción del interlocutor y, al mismo tiempo, el planteamiento del diálogo. Este proceso necesariamente requiere que las personas se formen. La educación ayuda a elevar el nivel de la interlocución en todos los aspectos. Cuando los actores se sientan a dialogar se identifica un modo de resolver o transformar el conflicto que permite que las problemáticas se expliciten y puedan resolverse. Lo novedoso es que lo que hace el instituto no se refiere a promover el desarrollo de competencias para intervenir en conflictos, sino que trata de mostrar información calificada, y ayudar a ver y sensibilizar la capacidad de cada actor para que pueda ver con ojos nuevos lo que sucede, más allá de la propia ideología y marcos de referencia.

Esta mirada nueva que se promueve permite ver los resquicios, los espacios para movilizar un cambio, el hilo que se puede tirar para desenredar la madeja, identificando la vuelta que puede hacerse en la situación para que el nudo se deshaga. Lo que se promueve entonces es la capacidad de fluir con las situaciones, se impulsa a las personas a lograr situarse en una actitud flexible y móvil, pero con la agudeza visual suficiente para ver y comprender qué pasa. Max Neef (1992) describía este estado como un derivar en estado de alerta. Es una actitud vital, existencial, de fluir, de entender un mundo que no está hecho como un absoluto, sino que permanentemente se está haciendo.

Para trabajar con conflictos, y eventualmente apostarle a construir una paz, hay que ser muy elástico, capaz de adaptarse y lograr que lo que haya que transformar se cambie con todos los actores que hacen presencia en los territorios y en los procesos sociales. Para que esto suceda se apela a la capacidad de las personas para pensarse a sí mismas, a su imaginación moral para idear lugares y posiciones nuevas para afrontar sus realidades. El IEI funge como un actor y todas y cada una de las personas y de las organizaciones, comunidades e instituciones con las que estamos trabajando también se constituyen en parte fundamental de la experiencia.

Para poder fluir en los distintos sucesos hay que tener, en primer lugar, autonomía, la cual no tiene que ver con ser dependiente o independiente; somos interdependientes en los territorios. Se trata de conservar la posibilidad de decir y hacer siempre lo que se piensa sin perder la relación de interlocución con las comunidades y los distintos actores.

En segundo lugar, para poder fluir es muy importante mantener siempre presente que el instituto tiene identidad como universidad, caracterizada por su cientificidad, rigor, motivación por estudiar y por conocer profundamente las realidades. Esto permite aportar a los actores sociales novedades y emergencias sobre sus realidades, con soportes y análisis que puedan usar para conocerse mejor y tomar decisiones bien informadas y, finalmente, que dentro de este mismo espíritu se destaca la visión corporativa. Como universitarios somos cuerpo, somos colectivo, no trabajamos en forma individual. Esto no es solo válido para pensar el IEI, sino para pensar la sociedad; afrodescendientes no pueden vivir sin indígenas, indígenas sin empresarios y gobierno, empresarios sin gobierno. Esta es una convicción que los enemigos suelen constatar, que en ocasiones los transforma y los impulsa a colaborar.

El Instituto de Estudios Interculturales no es un grupo solidario de las comunidades, no es un asesor de la empresa o del gobierno, es un colectivo de universitarios que creen profundamente en la autonomía del conocimiento y la acción. Por eso fluir con las situaciones, en contextos que requieren de propuestas innovadoras, abiertas, congruentes con su naturaleza y, además, conservar la posibilidad de pensar y actuar, es fundamental. Para lograr hacer esto hay que conseguir estar en los lugares donde suceden los conflictos, ganarse un lugar de interlocución y que otros lo escuchen, y dialogar en todos los idiomas, fungiendo, cuando esto posible, como traductores interculturales. Se trata de saber escuchar a las partes y de lograr colocar un interés por encima de otros, que incluya el deseo de todos y que conecte las partes.

 

En este marco se habla de paz construida en ámbitos locales; paz imperfecta, híbrida, que pasa por propuestas de actores organizados que han logrado ponerse de acuerdo sobre visiones del territorio y formas de gestionar algunos de sus conflictos, entre otras posibilidades. Se trata de hablar sobre prácticas y trayectorias de construcción de paz en las que se apoya a las comunidades, subvirtiendo las distancias entre ideas de paz y prácticas de paz con nombres diversos. Las prácticas de paz son el resultado de procesos sociales que les han dado lugar en territorios interculturales. No surgen en abstracto, sino que emergen de promover el diálogo a través de distintas estrategias como mesas de diálogo, diálogos improbables, encuentros, y otras estrategias que las organizaciones y movimientos sociales piensan y experimentan.

Mato (2003) llama a este campo que estudia prácticas, y no solo ideas, reflexiones y perspectivas, Estudios y otras Prácticas Intelectuales en Cultura y Poder, como una perspectiva alterna a la de los estudios culturales, que toma distancia del llamado “giro decolonial” para poder hablar de otros conocimientos que se producen desde el margen, que no vienen de los intelectuales convencionales, que los generan los pueblos, incluso sin dominar las letras, en sus lógicas todavía coloniales o premodernas; prácticas intelectuales que vienen de grupos, comunidades, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, de distintos sectores sociales que no siempre escriben lo que hacen y piensan, pero que pueden dialogar con otros saberes académicos construidos desde lugares convencionales y que el Instituto promueve y, muchas veces, acompaña, pero que no sustituye.

Desde el IEI se trabaja con todos los actores. Algunas veces pareciera que trabaja con las élites políticas, sociales o económicas; actores clave que, aunque sean de las comunidades, son élites. Esto no es así voluntariamente. Cuando el instituto se propone crear condiciones para el ejercicio de derechos, trata de trabajar con todos los actores. Hacemos investigación-acción participativa y comunitaria; una forma de investigación aplicada que nos caracteriza. Y lo hacemos pensando en gestionar los conflictos y apoyar la transformación de las condiciones para que haya garantía para el ejercicio de los derechos de los actores sociales en tensión. Esta idea se ha ido transformando en el tiempo, se ha perfeccionado.

Es importante trabajar en la paciencia, tanto con la situación, como con lo que no se puede cambiar y con los diferentes actores, validando la posibilidad del diálogo, incluso con algunos con los que ni siquiera hay acuerdo o afinidad. La convicción principal es que es importante estar ahí, no irse de la mesa, del espacio, de la comunidad, de la interlocución con el gobierno, de esas palabras o de ese lenguaje por incomprensible o precario que parezca, aun en los momentos en que el resultado no es bueno. El espíritu del IEI es siempre estar ahí, incluso cuando parezca que no debemos estar, o aun cuando pasemos por incómodos o molestos. En esos casos estamos cerca, actuando con información, estudiando, investigando, pero también trabajando con una sensibilidad especial para saber cuándo, dónde y cómo estar, sin perder el sentido de lo que hacemos.

El instituto navega en los bordes, siendo en muchos casos un traductor para tender puentes entre la Colombia premoderna, moderna, y cuando cabe, incluso posmoderna. Esa manera de actuar, es una forma de aproximarse al conflicto, que se refleja en los equipos de terreno, conformados por gente joven o de pensamiento joven y flexible; sensible, bien formada, cada vez mejor y más cualificada.

Cada actuación en situaciones de conflicto se convierte en una oportunidad de aprendizaje que luego se revierte en lo que hacemos. El Instituto de Estudios Interculturales ha aportado a la construcción de la paz imperfecta e híbrida. Su mayor aporte es producir conocimiento y diseminarlo. Ha recopilado información cartográfica, informes que han sido base de decisiones públicas, poniendo un lenguaje nuevo para que grupos en orillas opuestas puedan dialogar.

Una parte importante del trabajo del instituto tiene que ver con el relacionamiento, con construir relatos sorprendentes que surgen de la misma gente, de las comprensiones que emergen de sus experiencias y realidades. Relatos que permiten a los actores ver nuevas perspectivas que no resultan obvias a simple vista desde sus propios lenguajes. Por ejemplo, mostrar cómo trabajar por el bienestar de los grupos de interés puede ser rentable, cómo lo mejor que puede tener una empresa es un sindicato bien formado; entender cómo pertenecer al sindicato y trabajar por la organización puede mejorar las condiciones laborales del sindicalizado; argumentos que pueden ser contra intuitivos, y que logran el efecto de cambiar el foco y la perspectiva para colaborar con el otro, y en ocasiones, transformar la visión que ha sostenido una confrontación.

Otro elemento fundamental en el trabajo es la capacidad y el esfuerzo por facilitar una sensibilidad nueva frente al otro desconocido o temido; frente a su cultura y sobre cómo lo que hacemos de una o de otra manera le afecta emotiva y simbólicamente. La marca del reconocimiento o del desconocimiento del otro frecuentemente está en la base de muchos conflictos. Hay muchos ejercicios de ponerse en el lugar del otro, de suscitar la comprensión intercultural de los actores, que finalmente se revierte en verlo nuevamente como otro ser humano.

El instituto pide a sus miembros que aquello que genera tensión y conflictos en todos lados se gestione, para que poco a poco se transforme en una oportunidad. Esto se hace apoyando la comprensión de los problemas con investigación, formando actores que puedan comprender mejor su realidad y promoviendo espacios de encuentro, de diálogo de solución de problemas que luego les permita llegar a acuerdos y hacer seguimiento sobre sus avances. La labor, sin embargo, no se limita solo a lo que la academia aporta, ya que hay un trabajo en motivar, animar, escuchar, contener y acoger a los actores en medio de los conflictos, tratando de que se pueda recuperar el sentido en el trabajo y en la acción, en el encuentro y la interacción. El principio es que la gente desesperanzada, sin ideal ni sentido, no transforma nada; hay que conquistar la ilusión, el deseo y la convicción a través del trabajo. Esto se hace como parte de los procesos. Es un conjunto de actitudes en los facilitadores, que parte de las propuestas de formación y de las estrategias para el diálogo. De ahí la premisa que se impulsa desde el Instituto a sus miembros, a querer hacer todo distinto y con una nueva mirada. La intención es decirle a un país desesperanzado, fragmentado y dividido, que existen puentes, que pueden tenderlos y pueden cruzarlos entre orillas opuestas. No hay oposición crasa a una paz liberal, pero hay un diálogo para proponer la paz híbrida y local desde el empoderamiento de los que pueden agenciarla, por su capacidad de gobernanza territorial en escenarios diversos, sociales, económicos y culturales.

El instituto construye y actúa desde un relato épico en el que cree cuando trabaja. Relatos que permiten vivir y construir en medio de realidades muy difíciles. La complejidad de las situaciones impone ir haciendo y viendo para corregir o mantener lo que da resultado. El trabajo en el IEI convierte a las personas en expertas en derivar, como lo hacen también los pueblos en su caminar; fluimos para descubrir cuál es el recorrido que hay que hacer, cuál es el valor de las personas, sus saberes, palabras y prácticas, y no dejar pasar oportunidades de agencia desde estos lugares. Si bien lo que hacemos se puede resumir en investigar participativamente, formar desde perspectivas liberadoras, facilitar para permitir la agencia de los actores, motivar, alentar y construir con la gente relatos esperanzadores para continuar la vida, lo que hacemos en cada situación es flexible y se aprende en la medida que se penetra en la realidad; se aprende haciendo en articulación sensible con los actores sociales y sus necesidades.

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16 El concepto de hibridación que se usa aquí para describir la perspectiva desde la que podemos hablar, se deriva, como también lo recuerda García y Calagno (2019), de lo definido por García Canclini a finales de los 80 como “hibridación cultural”, que implicaba la combinación de perspectivas de grupos sociales, que tenían prácticas y formas de vida separadas, generando nuevas perspectivas y prácticas. Con este concepto se reconoce lo que cada actor o grupo en tensión o partícipe de la escena política piensa, así como los modos en que actúa, y como lo que emerge nuevo, más allá de las etnias, clases y naciones en escena. En nuestra perspectiva, la construcción de una paz híbrida pasa por muchos niveles. Uno es la construcción de instituciones híbridas, que tiene como condición la posibilidad de la hibridación conceptual y epistemológica, y que se refiere al modo en que se amalgaman, de manera consciente o no, las formas de vida, las prácticas y los saberes que tienen de base distintas estructuras cognitivas. Decimos que no solo es conceptual, porque se trata de transformaciones de la estructura del pensamiento que implica cambios en sus maneras de ver el mundo. Para que una propuesta de paz funcione, desde esta perspectiva, se requiere reconocer cómo piensan los distintos actores, cómo viven e interactúan cotidianamente. Esto en Colombia es crítico, porque hay distintas etnias y culturas, así como diversos intereses que, al encontrarse en territorios pretendidos por todos, generan tensiones sobre cómo vivir y actuar en esos espacios comunes. Los autores señalan que si esto se desconoce, se pueden motivar otras resistencias, hostilidades e incompatibilidades, que ya sabemos que están en la base de muchas de las conflictividades en Colombia. El reconocimiento de la hibridación conceptual permite el trabajo sobre un modelo alterno a la paz liberal y está en sintonía con lo que queremos reforzar en este texto: una paz híbrida e imperfecta.