Za darmo

Paz decolonial, paces insubordinadas

Tekst
0
Recenzje
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

4.2 GESTIÓN DE CONFLICTOS RELACIONADOS CON EL USO Y LA TENENCIA DE LA TIERRA

Una de las líneas de investigación del IEI es la de Desarrollo Rural y Ordenamiento territorial. Este par de conceptos representan núcleos que solo se ven en toda su importancia cuando se trata de gestionar la convivencia en lo local intercultural. Cuando muchos hablan de la desaparición de la ruralidad en el mundo y del imperio de la ciudad como paradigma de desarrollo, en Colombia la lucha por la tierra se mantiene vigente y se comprende desde la periferia y desde la ruralidad.

El trabajo de la línea de Desarrollo Rural y Ordenamiento Territorial en el IEI profundiza en este tipo de conflictos, a los que se les atribuye buena parte de las causas de la violencia en el país. Los conflictos étnicos y territoriales locales se remontan a la colonia y estuvieron presentes en las luchas por la independencia en el país y en la región. Los problemas agrarios quedaron en latencia, muchos sin resolver, cuando se constituyeron los países, y una élite de terratenientes y una gran masa de personas sin tierra replicaron la injusta y desequilibrada distribución de los territorios y la riqueza de la colonia. Las crónicas de estas experiencias han sido narradas por la literatura del Boom Latinoamericano, que más que relatos de ficción, describe la realidad de aquellos años. Los analistas e historiadores políticos sitúan en esta experiencia de la ruralidad el origen de la confrontación armada en el país y también el motor que mantiene y hace difícil resolver el conflicto social y político en el país (Sánchez-Mendoza et al., 2017).

Los conflictos asociados a la tenencia y uso de la tierra desatan confrontaciones aun en el presente, porque en buena parte esos conflictos tienen aparejado el componente étnico y de gobernanza territorial (Duarte, 2015, 2016; Hoffman, 2016). Los problemas por la tierra tienen en Colombia un arraigo simbólico intangible muy importante; un desgaste que los agrava dada la gran desiderata de acuerdos incumplidos y la indefectible relación con la política, con lo político; en suma, con el manejo y distribución del poder en los territorios. Este tipo de conflictos no son comprendidos desde el Gobierno central y, por tanto, mantienen viva la violencia estructural y simbólica que ha estado detrás de la confrontación violenta directa (Galtung, 2016) que dividió al país en propietarios y apareceros, buscando eternamente la tierra, no solo como una posibilidad de subsistencia, sino como un símbolo de identidad y de justicia social.

No todos los conflictos en este nivel son iguales. Hay una tipología analítica que permite ver los conflictos por la tierra no solo predialmente, sino también, regionalmente (Duarte, 2015). Este análisis hace evidente a todos los actores, así como la asimetría de los derechos rurales que ha sido y es actualmente una fuente permanente de conflictividad.

La mirada intercultural y territorial cobra importancia en estos territorios, porque facilita entender la complejidad de los conflictos rurales en Colombia, las posibilidades de convivencia y el intricado entramado de poder y de gobernanza local que se teje con todo lo que concurre e incide en un mismo espacio.

El IEI trabaja localmente con las comunidades en la transformación de este tipo de conflictividades. Esta labor se ha ido perfeccionando como resultado del estudio a fondo de los fenómenos rurales y del aprendizaje en la experiencia, que ha permitido constatar que esta visión y este enfoque son, quizás, la forma más eficiente de abordar lo que sucede en los espacios rurales. El enfoque territorial supera miradas sectoriales, o de cualquier otra naturaleza, impulsando una comprensión visual y espacial de las tensiones, que favorece una comprensión compleja de lo que acontece (Duarte et al., 2018).

El instituto ha construido a lo largo de varios años un Sistema de Información Geográfico, Estadístico y Poblacional y Estadístico–Sigpe (2020), que no solo se nutre de la cartografía oficial del país, es decir, la del Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), sino que también elabora cartografía participativa que permite llegar a capas más profundas y detalladas de los territorios. Este tipo de análisis aporta información sobre las coincidencias de expectativas, pretensiones y sucesos en espacios geográficos donde convergen actores disímiles, entendiendo la noción de actor, tanto desde una perspectiva marxista, como desde una perspectiva crítica, reconociendo sus identidades, lenguajes y epistemologías.

La visión intercultural, sumada a la comprensión territorial de los fenómenos, favorece la comunicación a través de un lenguaje que las comunidades entienden fácilmente, porque toma de base sus mismas comprensiones y maneras de decir y expresar el conflicto y el territorio. Este acercamiento favorece la construcción de confianza y el compromiso entre los actores, aun en los casos en que no se comparten las apuestas ideológicas y políticas.

La interlocución en espacios locales, que se nutre de la comprensión espacial e intercultural del territorio, de acuerdo con la experiencia del IEI, abre el camino para construir formas de interlocución entre el gobierno y las comunidades, con argumentos que salen de las nuevas comprensiones del territorio.

El IEI actúa para transformar realidades en este tipo de contextos. No obstante, su eficacia llega, en la mayoría de los casos, hasta la gestión de estos conflictos, no necesariamente a su solución. Esto quiere decir que generalmente el trabajo del instituto termina en el momento en que los actores locales en disputa se hacen cargo de afrontar sus diferencias y construir gobernanza local, capaz de dialogar con lo gubernamental central para tramitar y, algunas veces, transformar las conflictividades en las que están envueltos.

Colombia ha sido y sigue siendo uno de los países más desiguales de América Latina; enfrentamos barreras de inequidad que parecen impasables. En ese contexto, la noción de paz, por más de que se desee otra cosa, tiene que ser necesariamente imperfecta. Nuestra nación tiene una de las mayores concentraciones de la propiedad rural del mundo (Duarte y Castaño, 2020); esto se agrava con la amplia presencia del narcotráfico, que es una amenaza permanente desde un punto de vista no solo interno, sino también global y geopolítico (Fajardo, 2001). Desde este estado de cosas, el problema del diálogo para la construcción de paz no solo pasa por lo político, que acabamos de mencionar, sino que debe sobrepasar la ilegalidad que alcanza tanto la supervivencia y la pacificación local, como la viabilidad del país nacional. En este difícil contexto las convenciones conocidas sobre la paz se debilitan y se tienen que reinventar, porque no siempre se trata de ejércitos diferentes en combate, sino que incluye, en ocasiones, la presencia de crimen y la delincuencia sin reglas, y otros fenómenos emergentes que son particulares de cada zona.

El trabajo inicia con el estudio profundo de cada territorio donde hace presencia. Inicialmente investiga usando fuentes secundarias, caracterizando las zonas con estudios previos e investigaciones antecedentes. Generalmente existen en el IEI estudios cartográficos sobre las zonas, que se han ido perfeccionando gracias al Sipge, desarrollado en los últimos años por el Instituto (Duarte y Bolaños-Trochez, 2017).

La información del Sipge produce una serie de mapas que facilitan ver, a escalas locales muy específicas, realidades que conocen bien sus habitantes y que habitualmente no se encuentran en otros lugares registradas, con el valor agregado de verse en juego como capas superpuestas, que aumentan la capacidad para reconocer de manera más completa la conflictividad presente, así como las oportunidades y potencialidades para superar las diferencias. El lenguaje visual resulta fácil, comprensible y preciso para comprender lo que sucede y converge en cada zona.

Cuando no existe cartografía detallada, se inicia el levantamiento de la información con fuentes secundarias, que después se complementa con estudios en los lugares y con cartografía social. Esta última permite obtener información sobre diferentes tipos de realidades en los territorios que son relevantes para la comprensión de las conflictividades desde la mirada y comprensión de los mismos actores. En este mapeo se pueden reconocer: zonas de reserva forestal, infraestructura presente en la zona, usos de la tierra, presencia de grupos armados y de minería, territorios indígenas, afro o campesinos, títulos de propiedad, organizaciones presentes, productos y cultivos de la zona, y muchas otras categorías y variables que conectan todos los datos visualmente. Estos datos se consideran capas de información que se pueden analizar cualitativa y cuantitativamente, pero, sobre todo, espacialmente, con las comunidades y actores. Al sobreponer las capas emergen comprensiones nuevas que ayudan a ver de otra manera el conflicto y también su gestión y transformación. Esta cartografía es material que, en nuestra experiencia, ha sido valioso para que las comunidades y actores se comprendan mejor a sí mismos, resignifiquen su historia y proyecten su futuro.

Los diagnósticos territoriales, que surgen de estos procesos, generalmente muestran qué necesidades de capacitación y formación tienen los actores para comprender mejor su realidad. Igualmente, revelan cuáles son las limitaciones para el diálogo, la falta de conocimiento sobre lo político, jurídico, productivo y cultural, y sobre cómo negociar. De estos diagnósticos se parte para proponer y construir en conjunto con las comunidades procesos de formación (Amaya et al., 2016). Estos procesos se realizan a la par que la profundización sobre la conflictividad presente en el territorio y, el reconocimiento de los factores sociales, culturales y económicos que se relacionan con la problemática.

 

Cuando se tiene una comprensión de los conflictos y sus variables intervinientes, se organizan los espacios de interlocución, que en muchas ocasiones toman la forma de mesas de diálogo entre los actores, donde toda la información aportada por la cartografía y los análisis conjuntos, y lo que se ha ido construyendo en los espacios formativos, permite dar curso y tramitar las diferencias. El IEI ha puesto en consideración de los grupos y actores algunas metodologías para llevar estas mesas, sistematizar los procesos y hacer seguimiento a los acuerdos que surjan.

Uno de los elementos que mejor caracteriza el trabajo del IEI en estos espacios, es la investigación previa que realiza para conocer a fondo los territorios sobre los que actúa. Este trabajo incluye ver y entender desde distintas perspectivas, los datos y acontecimientos de la escena social, profundizando en las particularidades y en los puntos en común con otros territorios. Esto se hace previamente, para poder construir y perfeccionar este análisis luego con actores específicos. El uso de los mapas construye un lenguaje fácilmente comprensible, contundente, a través del cual hablar, rompiendo la retórica y persuasión que caracteriza la conflictividad, para avanzar en la gestión, el posterior acuerdo y la transformación de la conflictividad, sobre bases más firmes (Duarte y Bolaños-Trochez, 2017).

La cartografía permite ver el traslape de intereses, la presencia de actores diversos y lo que produce esto en los territorios. Se puede observar, por ejemplo, cuando coincide en un mismo territorio pretendido una reserva forestal, un espacio al que aspira una comunidad campesina, un título de propiedad colonial o minero y una zona de cultivo de un propietario particular. Este tipo de situaciones vistas al mismo tiempo sobre los mapas permite a los actores tener otra perspectiva, complejizar su mirada y proponer alternativas que no habían podido ver antes.

La mejor comprensión del conflicto estimula un cambio de perspectiva que facilita el diálogo posterior, y en algunas ocasiones, si no logra transformar completamente el conflicto, permite por lo menos atenuar sus efectos o tramitar las diferencias de manera que no se llegue a la violencia. Para que esto suceda, no se trata solo de hacer un análisis de la cartografía disponible, sino de formarse para perfeccionar el diálogo, de estudiar aquello que no se sabe y que puede contribuir a comprender mejor la situación y establecer los mecanismos para el diálogo, como reglas de juego que permiten sostenibilidad en los acuerdos y el seguimiento a los procesos.

La experiencia del IEI en los procesos de diálogo con las comunidades y actores del conflicto por la propiedad de la tierra y las características del conflicto armado interno en Colombia, parece indicar que mientras se mantenga una visión extensiva de la propiedad de la tierra en todos los actores que la pretenden, es decir, campesinos, indígenas, afrodescendientes, empresarios, industriales del campo, gobierno, entre otros, el conflicto no se va a resolver y la paz perfecta no va a llegar.

El cambio necesario, transformar el paradigma del desarrollo rural, tomará largo tiempo y quizás no se logre totalmente. Estos procesos han estado presentes históricamente y aún se mantienen, atravesando incluso a las nuevas y futuras generaciones (Duarte et al., 2019). La sociedad colombiana, que debido a la influencia de las ideas modernas y posmodernas reconoce que la mayor riqueza actual no está en la tierra, sin embargo simbólicamente no prescinde de esta medida para considerar la justicia o la injusticia social que atiza el conflicto. Lo que se ve en juego es, finalmente, la contraposición de visiones del desarrollo en la ruralidad, que como ya se ha mencionado, pasan indefectiblemente por el uso y la propiedad de la tierra.

Las conversaciones sobre la productividad de la tierra, encadenamientos, tecnología, alianzas después de procesos formativos y espacios de interlocución exitosos, empiezan a ser posibles como maneras de resolver los conflictos. Es muy difícil cambiar la razón de la tierra en el país, la lógica de la propiedad, pero es posible trabajar técnicamente para modificar los términos de la ecuación del conflicto, aportando nueva información, datos, investigación, que, si bien no resuelven los problemas entre los actores, ayudan a modificar el modo en que ese conflicto se expresa localmente, lo cual hace más fácil abordar estas diferencias. Cuando las soluciones o formas de transformación de las tensiones territoriales se avizoran más locales, se ve más fácil la posibilidad de acotar el alcance y hacer seguimiento a los acuerdos y logros.

De todo este proceso de análisis del territorio, formación e impulso al diálogo con reglas y método, uno de los mayores aprendizajes ha sido entender que la paz híbrida e imperfecta se construye justamente en este tipo de espacios locales de interlocución étnica, y que este camino permite ver de manera más rápida avances en la construcción de paz que en la totalidad del país. El IEI acompaña, desde 2015, mesas afro y campesinas de todo el país y algunas mesas indígenas fuera del Cauca, puesto que en ese departamento el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) ha desarrollado sus propios espacios de interlocución. Este tipo de encuentros han sucedido junto con otros procesos de diálogo nacional, y hemos visto que cuando esto ocurre así, la concurrencia entre los dos planos se favorece y fortalece en beneficio de todos.

En principio, el IEI hace labores de secretaría técnica en los ámbitos de interlocución, y cuando las partes en un conflicto han estado de acuerdo, también ha hecho labores de mediación. Lo más importante en este quehacer de apoyo a la construcción de paz ha sido no perder la independencia y la autonomía para obrar y pensar. Esta manera de actuar ha sido en la mayoría de los casos bien valorada y aceptada, porque la participación en los espacios de diálogo no es solo de mediación o de consejo a las partes, sino que está acompañada de investigación y autonomía para decir a cada cuál lo que estamos viendo. Las comunidades nos han reconocido como buenos componedores de diferencias, capaces de decirle al Estado que no ha cumplido, o a la comunidad, que el camino que ha tomado no va a llevarlos a resolver sus conflictos. Esto no siempre juega a favor, pero en la mayoría de los casos es escuchado.

Como ya se mencionó, los espacios de interlocución siempre se acompañan con espacios de formación. Realizamos diplomados con las comunidades, seminarios, cursos cortos, eventos periódicos de reflexión colectiva, los cuales buscan elevar el nivel de las discusiones y llevar alternativas para resolver las conflictividades. Las propuestas de formación emplean pedagogías activas, colaborativas, emancipadoras, populares y comunitarias (Amaya et al., 2016). Los contenidos y la manera de llevar la formación se construyen con la gente e incluyen, cuando la experticia está en algún actor de la comunidad, que estos funjan como maestros. La formación se fundamenta en necesidades sentidas, en temas críticos para fortalecer la interlocución entre sí o nacionalmente, o para actuar con mayor propiedad en el territorio: desarrollo rural, derecho agrario, género y muchos otros temas que dependen de los procesos y de lo que se requiere saber en la coyuntura (Duarte, Duque y Quintero, 2018).

En el marco de las mesas también se hacen otras labores de asistencia técnica a las discusiones legales, se brinda asesoría para que se presenten solicitudes frente al Estado, se tramiten demandas ante las instancias que se requiera y se impulsen procesos tan importantes, como los de consulta previa. El IEI ayuda en la traducción intercultural entre los actores, fomentando en los espacios de formación la familiarización con los lenguajes y formas de comprender de las contrapartes, con la intención de que, posteriormente, los mismos actores se hagan cargo de desarrollar estos diálogos y transformar, si les es posible, sus conflictividades.

En este proceso de acompañar a las comunidades e instituciones hemos consolidado una manera de actuar que se fundamenta en las propias prácticas y saberes de los actores, se perfecciona con los datos y la investigación y se nutre con estrategias de diálogo, sistematización y seguimiento. Se trata de procesos dinámicos de investigación y acción que se trabajan con las comunidades y sus autoridades, sin suplantarlas, para que fortalezcan su empoderamiento y le den sostenibilidad a los procesos.

A pesar de los aprendizajes y de procesos exitosos, no siempre la conflictividad, especialmente hablando de territorios rurales, se transforma positivamente. Si se entiende que el problema de la ruralidad y de la tierra no tiene cómo resolverse bajo una visión extensiva de la propiedad, que es la que predomina en el país desde siempre, lo que se asegura con la investigación, la formación y el acompañamiento al diálogo es el empoderamiento local para la construcción de acuerdos que mitigan los efectos del conflicto. Lo que se logra como resultado de la acción social sobre estas situaciones, se puede considerar, como se viene sosteniendo hasta aquí, una paz imperfecta y perecedera, cuya fragilidad aflora periódicamente en el país.

4.3 DIÁLOGOS DIRECTOS ENTRE ACTORES EN DISPUTA

Otra dimensión del trabajo del IEI para apoyar la construcción de paz hibrida e imperfecta es la de los diálogos directos entre contrarios. Este trabajo lo realiza la línea de Movimientos Sociales y Construcción de Paz y para ello requiere de estrategias de innovación para el diálogo, salir de lo conocido y habitualmente trabajado para posibilitar que este tipo de encuentros, considerados imposibles, se den.

Estudiar a fondo estos conflictos locales con impacto nacional, es fundamental para entender de manera no estereotipada y propia, lo que sucede. Igual que en el caso de los conflictos por el uso y tenencia de la tierra, lo primero que hace el instituto es estudiar a fondo la conflictividad en el marco del territorio, hacer cartografía del conflicto y de los intereses en juego e identificar los actores clave para transformar las tensiones. Las formas de aproximarse a las partes en disputa pueden variar. Algunas veces empieza con una consulta a las bases, otras se inicia consultando a algunos líderes en la comunidad. Pero también se puede partir de otros actores al margen de los procesos sociales, que poco a poco facilitan llegar a quienes son más relevantes o significativos para tranformar la situación. Se trata, al final, de buscar a personas cercanas que conozcan el conflicto y que tengan confianza ganada con quienes se confrontan, de suerte que sea posible acercarse e ir construyendo un espacio para trabajar. Esto se da también en procesos más grandes de paz a nivel nacional o global, pero aquí la diferencia radica en el estudio profundo del conflicto, empezando de una manera particular desde los actores principales, su simbología, motivaciones, saberes y deseos, que en este marco tienen particularidades étnicas y culturales, porque se han constituido en contextos específicos y han desarrollado sus prácticas y formas de vida en ellos.

El IEI no impone el diálogo ni tampoco su presencia en ningún espacio. En cambio, está cerca, estudiando lo que sucede. Su presencia, como ya se ha mencionado, es territorial, por eso no actúa igual en todos los procesos; estudia el contexto y cada vez se acerca de modo distinto. Es clave reconocer la particularidad del problema y de cada actor a fondo. Se acude a entrevistas, etnografía, estudios antecedentes, información institucional y de otros actores cercanos, incluidas las comunidades que los albergan.

En un mismo territorio pueden confluir muchos asuntos y diferencias entre personas, que no siempre están preparados para sentarse todas a la vez y desde el primer momento. La expectativa es lograr un proceso de acercamiento y de persuasión que permita juntar a algunos y poco a poco, si es posible, a todas las partes.

El IEI ha trabajado en fomentar conversaciones entre partes en disputa, propiciando encuentros improbables entre ellas. Esta idea de juntar a los contradictores, y concebir esto como un diálogo difícil, poco probable, es originalmente de Lederach (2008). La visión del autor, en su obra La imaginación moral, da luces para promover entre los contrarios diálogos novedosos y creativos, que puedan partir, incluso, de epistemologías distintas. Lederach (2008) llama “Imaginación moral a la capacidad de imaginar algo anclado en los retos del mundo real, pero a la vez capaz de dar a luz aquello que no existe” (p. 57), y esto es posible en espacios locales, donde otras culturas y maneras de ver el mundo son alternativas.

 

Un ejemplo de ello ha sido el diálogo propiciado entre enemigos y opositores diversos (empresarios, indígenas, afrodescendientes, campesinos, excombatientes, gobierno) para lograr una visión compartida de dos territorios presionados fuertemente por la violencia en el país, el norte del Cauca y Buenaventura región. La idea más poderosa de este proyecto, es que es posible reunir a un grupo de personas que no confían entre sí, para pensar un territorio que les es común y sobre el que tienen intereses que comparten. Apoyados en la visión de Kahane (2018), esta propuesta se traduce en que es viable colaborar con personas en las que no confiamos y que no son nuestros amigos, con quienes estamos en desacuerdo sobre los problemas que enfrentamos, sus causas y las soluciones, pero aun así podemos avanzar libre y creativamente en algunos proyectos conjuntos.

Han pasado varios años del ejercicio inicial, en el 2017 que partió de una alianza con Reos Partners para la co-facilitación de un espacio de diálogo con actores diversos. El grupo se ha mantenido motivado y es semilla de nuevas alianzas para ampliar su campo de acción. Viendo el panorama con realismo, el trabajo no ha aportado a la construcción de una paz estable y duradera, universal y perfecta. El ejercicio ha logrado que actores disímiles, líderes de territorios, empresas, gobierno y fundaciones del norte del Cauca y de Buenaventura, contradictores muchos de ellos, se pongan de acuerdo en prioridades para sus regiones y gestionen cambios que minimicen sus tensiones y generen oportunidades de diálogo social. Son quizás logros pequeños y puntuales, pero que han sido significativos para reducir tensiones. El trabajo de encuentro, el diseño de una manera de dialogar que reconocen como un espíritu que los inspira al acuerdo y a la reconciliación, está detrás de muchas decisiones y espacios que ellos admiten tuvieron un punto de inflexión en su trabajo conjunto.

No albergamos la esperanza de que no vuelvan a enfrentarse, pero creemos que se pueden mirar de otra manera y que lograron pequeñas colaboraciones que antes eran impensables. Es un trabajo de imaginación moral en el sentido de Lederach (2008), una inspiración que trasciende el tiempo compartido; un intangible que ha impulsado a los participantes, organizaciones y comunidades que les rodean a realizar algunos diálogos improbables, y hasta algunos proyectos en conjunto que prometen incidencia. Un ejemplo indirecto es el proyecto de construcción de una carretera que une dos municipios y que transformará el comercio y la productividad de la zona, a través del beneficio del gobierno de obras por impuestos, la construcción de acuerdos que reducen su actual nivel de confrontación por la tenencia de algunos territorios. Estos proyectos y cambios no se pueden atribuir a estos diálogos y encuentros facilitados, pero muchos reconocen que fue un espíritu inspirador para muchas realizaciones.

Durante el ejercicio inicial, un grupo absolutamente contrario y plural construyó cuatro escenarios de futuro probables, útiles y diferenciados para el norte del Cauca y para Buenaventura región. Dos de los escenarios avizoraban el resultado de las elecciones presidenciales y el impacto que el triunfo de los principales candidatos tendría. Los otros dos se referían a lo que haría la población local para negociar cualquiera de estos resultados. Si bien ganó uno de los candidatos y esto anulaba el resto de los escenarios, surgieron dos que describían la posible actitud y actuación de los actores locales frente al nuevo gobierno. Esta comprensión quizás fue la que mejor contribuyó al acercamiento de los actores disímiles, que se hicieron, a esta altura, protagonistas. Uno de los escenarios describía una comunidad pasiva y víctima de la situación del entorno, y la otra mostraba un cuerpo local intersectorial que se organizaba y luchaba por sus intereses. La convicción de estos escenarios inspiraron el tipo de relacionamiento que esperaban tener en adelante y empezaron actuar en la práctica.

La metodología ensamblada del IEI y de Reos Partners orientó los primeros encuentros y el diálogo entre los participantes. Esta metodología emplea estrategias de creación, que encuentran sus orígenes en el MIT y el trabajo de Scharmer (2009), herramientas y técnicas del diseño centrado en las personas, en el lego como un juego para prototipar, mapear y analizar, y en herramientas de análisis de coyuntura, investigación de las realidades conflictivas con cartografía y diálogo sociales que han caracterizado el trabajo del instituto.

La dinámica de trabajo implicaba, como fundamento, la teoría de Kahane (2018) sobre la colaboración elástica con el enemigo y la trayectoria y la experiencia del autor en la construcción de escenarios de futuro. Este grupo de contrarios reunidos en espacios periódicos de tres días, durante dos años, supo construir un gran relato épico para su empoderamiento y se permitió colaborar de manera flexible (elástica) para promover proyectos de diálogo y trabajo conjunto que todavía se está perfeccionando.

De este proceso, y de otros en los que se fomenta el encuentro entre actores improbables, hemos aprendido que, aunque es mucho más fácil conversar con quienes estamos de acuerdo o con los que encontramos simpatías personales e ideológicas, los diálogos improbables, con los opuestos y distintos, son muy importantes para promover y profundizar la posibilidad de construir espacios de paz. Las dinámicas de encuentro se pueden ir perfeccionando, así como la forma de lograrlos, sin obviar el carácter diverso de nuestra sociedad y sin forzar la homogeneidad.

Los diálogos entre fuertes opositores son muy complicados; pueden ocurrir muchos encuentros donde las partes expresan sus posiciones, se descargan, hacen catarsis, expresan sus prevenciones y, aun así, no se avanza, pero poco a poco, si se logra conservar el espacio y las personas mantienen firme su proceso, la conversación que se creía imposible puede emerger. Una vez se consigue, casi nunca termina, pues siempre será necesario seguir hablando, profundizando; esto es más cierto aun si se habla de comunidades con tiempos y ritmos diferentes. El espacio de diálogo abierto para lograr acuerdos puede acabar con acuerdos mínimos, pero todo lo que se ha fracturado y dañado en el tiempo necesitará de más encuentros, quizás de un proceso más largo. Este tipo de acercamientos son más sencillos si se hacen localmente entre actores que claramente pueden llegar a entender sus diferencias y sus intereses compartidos.

La expectativa de estos encuentros –aunque no se llegue a la reconciliación, el perdón o la paz– es que cambie a las personas que participan de él. Esa puede ser una premisa que aplique a todos los diálogos. Cuando una conversación es real, nadie sale igual que como entró. Se puede dialogar incluso en medio de la guerra y del conflicto. Y si bien no es lo ideal, a veces es necesario y permite que se pueda disminuir la intensidad del conflicto y avanzar hacia los acuerdos y al cese de hostilidades.