Formar una nación de todas las hermanas

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Introducción

En las últimas décadas, los procesos de formación de las élites intelectuales universitarias mexicanas, a lo largo del periodo revolucionario y posrevolucionario, han sido uno de los temas que más han interesado a los cultivadores de la historia intelectual del país. Dicho interés se ha traducido en importantes contribuciones historiográficas que, por sus características e intereses particulares, han priorizado el estudio y la descripción de estos procesos, circunscribiéndolos al ámbito estrictamente nacional1. No obstante, si se tiene en cuenta el extraordinario impacto que tuvo la Revolución mexicana en el campo intelectual latinoamericano, y el consecuente interés que su proyecto posrevolucionario suscitó entre los más destacados intelectuales latinoamericanos, se hace evidente la necesidad de una mirada mucho más amplia, que ilumine desde una perspectiva, no solo comparada sino también relacional, los procesos de formación de las elites intelectuales universitarias mexicanas (en particular) y de las de sus pares a nivel continental (en general)2. Máxime cuando los años en los que se gesta y se desarrolla el proyecto cultural posrevolucionario coinciden con un periodo de generalizada agitación estudiantil e intelectual en América Latina, enmarcado en las diversas formas que adoptó el movimiento de Reforma Universitaria, iniciado en la ciudad de Córdoba, Argentina.

Ahora bien, dentro de la historiografía mexicana del periodo se ha documentado —no muy exhaustivamente— que durante el gobierno de Venustiano Carranza se adelantó una iniciativa diplomática y a la vez intelectual para Latinoamérica que consistía en nombrar como pensionados estudiantiles3 a destacados jóvenes universitarios en las legaciones mexicanas de cinco países suramericanos (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Colombia). Tal iniciativa tenía el fin de fomentar los diálogos e intercambios culturales entre ellos y los jóvenes intelectuales4 universitarios de los países que los recibían, obedeciendo así a la entusiasta campaña del Estado mexicano, encaminada a mejorar la imagen que del país se tenía en el resto de Latinoamérica, una vez terminado el periodo más violento de la Revolución.

No obstante, en la mayoría de trabajos que se interesan por la gestión diplomática del gobierno de Venustiano Carranza y/o por su relación con los estudiantes e intelectuales de la época, la iniciativa de enviar estudiantes sobresalientes como parte de las legaciones mexicanas en el sur del continente no pasa de tener un cariz casi anecdótico, pues se menciona brevemente como uno más de los múltiples ejemplos que ilustran la importancia que el Estado mexicano le brindó a la solidificación de sus relaciones internacionales a finales de la segunda década del siglo XX.

Así la cosas, la obra que a continuación se presenta pretende llenar el vacío historiográfico antes anotado, en la medida en que busca reconstruir la génesis de la referida iniciativa diplomáticointelectual, así como su posterior implementación en Colombia.

Es de resaltar que el hecho de privilegiar el estudio del caso colombiano deviene, en primer lugar, de la imposibilidad metodológica de abordar satisfactoriamente las implicaciones que tuvo la iniciativa constitucionalista en cada uno de los cinco países suramericanos a los cuales fueron designados los pensionados estudiantiles mexicanos y, en segundo lugar, porque el estudio de la formación de los jóvenes intelectuales que integraron el movimiento estudiantil colombiano de principios del siglo XX ha sido, durante varios años, el tema principal de investigación para el autor de este trabajo. Tales razones redundaron en la decisión de exponer en profundidad los alcances político-intelectuales de la iniciativa de unidad latinoamericana del constitucionalismo, específicamente en el territorio colombiano.

Ahora bien, esta obra consta de tres capítulos, escritos en un orden estrictamente cronológico. En el primero, que abarca el periodo comprendido entre 1916 y 1918, se reconstruye el surgimiento y maduración de la iniciativa diplomático-intelectual de enviar estudiantes mexicanos como agregados en las legaciones diplomáticas existentes en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Colombia. En el segundo capítulo, que se ubica cronológicamente en la primera mitad de 1919, se da cuenta del arribo de la legación mexicana a Bogotá, Colombia, así como de los primeros acercamientos de Carlos Pellicer con los jóvenes intelectuales colombianos que venían adelantado actividades de organización política con el estudiantado capitalino. El tercer y último capítulo, que se enmarca en la segunda mitad de 1919 y los primeros meses de 1920, se encarga de estudiar la mutua influencia intelectual y política entre Carlos Pellicer y los jóvenes intelectuales colombianos, así como el resultado de esta comunión.

Ahora bien, la lógica interna en la que están escritos los tres capítulos involucra tres ejes de análisis que se desarrollan sincrónicamente a lo largo del libro. El primero de ellos es el referente al estrictamente local: en él se analizan las dinámicas políticas internas propias de los jóvenes intelectuales que conformaron los cuadros de los movimientos estudiantiles mexicano y colombiano en el periodo estudiado. El segundo eje aborda la problemática nacional: en él se analiza cómo las iniciativas de los jóvenes intelectuales mexicanos y colombianos están determinadas por la particularidad de los procesos políticos nacionales en que se insertan. Finalmente, existe un tercer eje de análisis que da cuenta del contexto internacional: en él se privilegia el estudio de las relaciones de México y Colombia con Estados Unidos, comprendiendo que, para la época, la influencia norteamericana en la región propiciaba y determinaba posiciones entre los intelectuales latinoamericanos, de las que tampoco se escaparon los cuadros dirigentes de los movimientos estudiantiles mexicano y colombiano.

En este mismo sentido, la estructura en la que se presenta la investigación obedece principalmente a los referentes teóricometodológicos que la guiaron. Por esta razón también es necesario hacerlos explícitos de antemano, pues en los capítulos subsiguientes se privilegiará ante todo la voz de los protagonistas de la historia, a despecho de la voz de aquellos que han alimentado teórica y metodológicamente al investigador.

Los estudios sobre teoría del lenguaje y análisis crítico del discurso serán de singular importancia en esta obra, debido a que ellos brindarán las herramientas metodológicas necesarias para establecer claramente la forma en que será analizado el objeto de estudio elegido, ya que este se abordará, casi exclusivamente, a través de su producción escrita. Así pues, se entenderán los documentos históricos como subjetivas piezas interpretativas de la realidad social a través del lenguaje, que no obstante buscan al mismo tiempo transformarla con su intervención, lo que nos llevará, en primera instancia, a referir los aportes de Mijaíl Bajtín5, quien señala que toda obra escrita es una controversia individual del autor con su realidad y con su tiempo, nada más que una voz entre muchas otras con las que se comunica y con las que entabla diálogos que a su vez le permiten establecer interacciones lógicas con sus contemporáneos; es decir, en palabras de Bajtín, establecer procesos dialógicos que finalmente lo llevarán a entrar en polémica y discusión continua con ellos, ejercicio que le permite, en definitiva, desarrollarse, replantearse y transformarse.

El resultado lógico del proceso antes mencionado será denominado por Bajtín como dialogicidad. Dicho concepto estará presente a lo largo de este libro, en la medida en que se entenderá que los jóvenes intelectuales aquí estudiados —al igual que el resto de sus contemporáneos— no se formaron mediante un proceso individual aislado, sino que, por el contrario, lo hicieron mediante una particular toma de posición con respecto a la multiplicidad de opiniones y lógicas que circulaban en su entorno social. De esta manera la invitación metodológica de Bajtín consiste en ir más allá de los escritos producidos por los jóvenes intelectuales, mexicanos y colombianos, en busca de las “voces de la época” a las que ellos respondían, y sin las cuales sus enunciados no habrían sido posibles.

Por lo tanto, una de las principales preocupaciones metodológicas de esta investigación fue la cuidadosa reconstrucción del contexto político y social, tanto nacional como internacional, en el cual se enmarcaron las intervenciones de los jóvenes intelectuales mexicanos y colombianos durante el periodo estudiado. Esto será particularmente acreditado en la exposición de cómo se recibió el discurso latinoamericanista del constitucionalismo en Colombia, ya que se recrearon en detalle las vicisitudes políticas de aquel país, para comprender cómo sus intelectuales dialogaron con él, discrepando algunas veces y otras tantas resignificándolo, siempre condicionados por su propio contexto, para finalmente dirigirlo a favor de sus intereses particulares.

No obstante, el acercamiento a la producción escrita de los intelectuales aquí estudiados también demanda una metodología propia que lo encamine, principalmente, a explicar cómo fue posible que se establecieran diálogos fecundos entre ellos y, sobre todo, cómo se logró una afortunada comunicación entre sus respectivos intereses y el proyecto político de unidad latinoamericana del constitucionalismo.

Para ello se traerán a cuenta los postulados emanados desde el Análisis Crítico del Discurso, partiendo de la convicción de que el lenguaje es una de las principales herramientas con las que cuenta el sujeto social (en este caso los jóvenes intelectuales mexicanos y colombianos) para la percepción, construcción y comprensión, tanto de su realidad inmediata como de su pasado en comunidad. De esta manera se comprenderá el lenguaje (oral o escrito) como una construcción social en la que intervienen estructuras cognitivas y códigos culturales atravesados por intereses particulares, de tal manera que “un análisis del discurso no se limita al análisis ‘textual’, sino que tiene también en cuenta las relaciones entre las estructuras de texto y habla por una parte y, por otra, su ‘contexto’ cognitivo, social, cultural o histórico”6. Así pues, un análisis de estas características presupone la participación activa del receptor del discurso, en la medida en que es él, y no el texto per se, quien le otorga sentido, hace presuposiciones y asociaciones, y lo interpreta por medio de conocimientos previos. En otras palabras, un sujeto entiende un discurso en la medida en que lo completa e interactúa con él, algo que logra a satisfacción en la medida en que comparta con el productor de dicho discurso lo que Van Dijk llama la misma comunidad epistémica7.

 

En este sentido se abordaron las fuentes históricas teniendo en cuenta, en todo momento, que hacían parte de un diálogo abierto entre sus diferentes productores, los cuales compartían entre sí códigos comunes que los identificaban, ya sea como estudiantes, como colombianos o mexicanos y, en algún momento, como latinoamericanos. Aspecto que no se puede perder de vista ya que precisamente gran parte de la identificación que posibilitó la circulación, apropiación y muchas veces la resignificación del discurso constitucionalista fuera de México se fundamentó en el reconocimiento, entre otros, de un pasado, una lengua y un enemigo en común.

Finalmente, en lo que respecta al estudio de los contextos y la interrelación de estos con la producción de fuentes históricas, se encuentran los trabajos de Quentin Skinner, conocidos en su conjunto bajo el nombre de la historia de los lenguajes políticos8. Skinner llama la atención, principalmente, hacia el estudio de los contextos en los cuales se producen los textos sobre los que se fundamenta la investigación histórica, entendiéndolos como actos de habla, al mismo tiempo que señala la importancia de comprender las intenciones que llevan implícitos dichos textos. Es decir que Skinner, a partir de una apropiación de las teorías lingüísticas de John Austin9, pone énfasis en la dimensión ilocucionaria y perlocucionaria del lenguaje, integrándolo a la investigación histórica, especialmente en lo que se refiere al trabajo interpretativo de las fuentes. Al respecto señala Elías Palti:

Según esta perspectiva [la de Skinner], para comprender históricamente un acto de habla no bastaría con entender lo que por él mismo se dice (su sentido locutivo), sino que resulta necesario situar su contenido proposicional en la trama de relaciones lingüísticas en el [sic] que éste se inserta a fin de descubrir, tras tales actos de habla, la intencionalidad (consciente o no) del agente (su fuerza ilocutiva), es decir, que hacía éste al afirmar lo que afirmó en el contexto en que lo hizo10.

Sin embargo, cabe aclarar que para Skinner el contexto es un “marco último” en el que se decide qué postulados son posibles y qué postulados no lo son11. Es decir, que el texto no simplemente emana de su contexto, sino que está incrustado en él, de tal forma que es él quien le proporciona el rango de las afirmaciones válidas, de las cuales el autor solo elige las que se acomodan a sus intenciones o intereses.

Traer a colación a Skinner es importante en la medida en que sus planteamientos han alimentado lo que se ha denominado como nueva historia intelectual, la cual hace énfasis en el estudio de los usos posibles del lenguaje en la esfera pública más que en la privada. De allí que, para el caso que nos convoca, toda intervención de los jóvenes intelectuales estudiados, incluso la aparentemente privada, como lo es la correspondencia, se entenderá como parte de la consciente e interesada labor de ellos por dotar de sentido su discurso y de preparar a sus posibles receptores, es decir, de hacerse lentamente inteligible para sus contemporáneos12.

En este sentido la presente obra dará cuenta de cómo la apropiación y movilización del discurso latinoamericanista del constitucionalismo, por parte de los jóvenes intelectuales, mexicanos y colombianos, no se dio nunca de manera homogénea, sino que obedeció a momentos muy específicos que lo condicionaban. De tal suerte que a lo largo de los siguientes tres capítulos el lector podrá advertir que se privilegió un tipo de exposición que diera cuenta de cómo se gestaron las condiciones para que a los intelectuales aquí estudiados les fuera posible enunciar lo que enunciaron, por encima de la exposición sistemática, literal e inocente de sus enunciados.

Así las cosas, la elección de los referentes teóricos y metodológicos en la redacción de este libro obedece a la singular atención que se les prestó a las fuentes, en su mayoría hemerográficas y epistolares, y a los intereses particulares que animaron su producción, en la medida en que a través de este particular tratamiento se sustentará y defenderá la hipótesis de que el discurso de unidad latinoamericano del constitucionalismo fue apropiado, resignificado y usado para fines específicos por los jóvenes intelectuales que dirigieron las organizaciones estudiantiles más importantes de México y Colombia entre 1916 y 1920.

Notas

1 Algunos de los trabajos más destacados son: Javier Garciadiego, Rudos Contra Científicos. La Universidad Nacional durante la Revolución Mexicana. México: El Colegio de México, 1996; Roderic Ai Camp, La formación de un gobernante. La socialización de los líderes políticos en el México Posrevolucionario, México: Fondo de Cultura Económica, 1986; Enrique Krauze, Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana. México: Siglo XXI, 1976.

2 Quien mejor ha interpretado esta necesidad es Pablo Yankelevich. Véanse: Pablo Yankelevich, “En la retaguardia de la revolución mexicana. Propaganda y propagandistas mexicanos en América Latina, 1914-1920”. Boletín Americanista, 49: 245-278; Pablo Yankelevich, La Revolución Mexicana en América Latina: intereses políticos e itinerarios intelectuales. México: Instituto Mora, 2014; Pablo Yankelevich, Miradas australes. Propaganda, cabildeo y proyección de la Revolución Mexicana en el río de la Plata, 1910-1930. México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 1997; Pablo Yankelevich, “Una mirada argentina de la revolución mexicana. La gesta de Manuel Ugarte (1910-1917)”. Historia Mexicana, 44 (1995): 664.

3 “[…] su misión no es, […], servir en calidad de agregados a las legaciones que nuestro gobierno tiene en Sud-América, ni desempeñar una misión diplomática”, todo lo contrario, “en su calidad de pensionados, los estudiantes elegidos no tienen más obligaciones que estudiar y hacer labor de acercamiento entre México y las Repúblicas Latino-americanas”. Véase: “Fueron elegidos los estudiantes que van a Sudamerica”. El Universal, México, septiembre 12, 1918, p. 1.

4 La categoría jóvenes intelectuales se abordará en este libro para referirse a los cuadros dirigentes (políticos e ideológicos) de las diferentes organizaciones estudiantiles analizadas. Se recurre a ella para hacer énfasis en que, durante el periodo estudiado, dichos intelectuales se encontraban en un proceso de formación del cual, si bien son conscientes, aún ignoran sus resultados, hecho que sin duda los diferencia de los intelectuales ya consolidados. Este punto hace que la categoría jóvenes intelectuales esté muy cercana a los planteamientos de Pierre Bourdieu, quien afirma que al interior del campo intelectual los intelectuales se diferencian de acuerdo con su posición frente al poder, de tal forma que se pueden dividir en intelectuales dominantes y aspirantes o entre establecidos y recién llegados. Su posición frente al poder depende del prestigio, la autoridad, el reconocimiento social y, principalmente, del “capital intelectual” que detenten y de la identificación de este con la “cultura legítima”. Véase: Pierre Bourdieu, Intelectuales, política y poder. Buenos aires: Eudeba, 1999.

5 Mijaíl Bajtín, Problemas de la poética de Dostoievski. México: Fondo de Cultura Económica, 1986 y Mijaíl Bajtín, Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI, 1982.

6 Teun Van Dijk, Racismo y análisis crítico de los medios. Barcelona: Paidós, 1997.

7 César Augusto Ayala la resume así: “el concepto de comunidad epistémica se refiere a un grupo de personas (un partido político, una nación, una etnia, etc.) que comparte un sistema de conocimientos, experiencias y referentes, lo que hace que sus suposiciones y maneras de ver el mundo sean similares. Puede decirse que esta comunidad mantiene los mismos supuestos básicos para interpretar la realidad. Este conocimiento compartido (datos contextuales, creencias, etc.) permite que gran parte de la formación necesaria para comprender un texto o un discurso no sea proporcionada por el emisor, dado que se dirige a una comunidad epistémica que ya la posee”. Véase: César Au-gusto Ayala Diago, Exclusión, discriminación y abuso de poder en El Tiempo del Frente Nacional. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2008.

8 Quentin Skinner, Visions of politics. UK: Cambridge University Press, 2002.

9 John Austin, Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona: Paidós, 1998.

10 Elías Palti, “De la historia de ideas a la historia de los lenguajes políticos”. En Anales, nueva época 8, 2005, p. 68. https://gupea.ub.gu.se/dspace/bits-tream/2077/3275/1/anales_7-8_palti.pdf

11 Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”. En El giro contextual, cinco ensayos de Quentin Skinner y seis comentarios editado por Enrique Bocardo. Madrid: Tecnos, 2007.

12 Quentin Skinner, “Motivos, intenciones e interpretación”. En El giro contextual, cinco ensayos de Quentin Skinner y seis comentarios editado por Enrique Bocardo. Madrid: Tecnos, 2007.

Capítulo I

El inicio de una alianza

La comunidad estudiantil mexicana y la iniciativa latinoamericanista de Venustiano Carranza

1. La juventud es la esperanza de la patria (1916)

“Yo debo ser el primer revolucionario que caiga, y ustedes, los jóvenes, los que deben substituirme”1. Estas fueron las palabras con las que el primer jefe del ejército constitucionalista Venus-tiano Carranza correspondió a la multitudinaria manifestación estudiantil que se concentró frente al Palacio Nacional la tarde del 27 de junio de 1916, con el fin de demostrar la voluntaria adhesión y respaldo incondicional de la juventud capitalina al gobierno constitucionalista, a propósito de la reciente irrupción del ejército estadounidense en territorio mexicano, conocida como la Expedición Punitiva2. Sin embargo, tanto las manifestaciones como la alocución presidencial no fueron situaciones fortuitas y por lo tanto no pueden explicarse nada más por la exaltación coyuntural de un nacionalismo lesionado por la intromisión del ejército extranjero. Todo lo contrario, para rastrear cómo se formaron las condiciones que posibilitaron estas intervenciones es necesario indagar sobre la política seguida por el gobierno constitucionalista en materia educativa, no tanto en lo que a la universidad como institución se refiere —aunque será un marco imprescindible de análisis—, como sí a lo que compete a los estudiantes y a su organización gremial. Asimismo, y ante todo, es necesario preguntarse sobre la forma en que la comunidad estudiantil recibió, participó e incluso influyó en dichas políticas.

La ocupación definitiva de la capital por parte del ejército constitucionalista, en agosto de 1915, supuso una suerte de alivio para los habitantes de la Ciudad de México, en la medida en que la mayoría comprendió —especialmente las clases medias— que la llegada al poder de Venustiano Carranza representaba el inicio de una nueva etapa de estabilidad política que no podía ser brindada por ninguna de las demás fuerzas en contienda, caracterizadas por sus reivindicaciones, estrechamente locales en lo social, y por su creciente radicalidad en lo político3. Por otro lado, la Cuidad de México con la que se encontró el gobierno constitucionalista distaba mucho de ser la pujante metrópoli que era antes de 1910. Entre las epidemias de tifo, gripa y tuberculosis4, sobrevivía una sociedad atemorizada envuelta en una vida política signada por la incertidumbre y un ambiente cultural y estudiantil que penosamente alcanzaba a mantenerse activo en medio de aquella debacle5. En su mayoría, quienes intentaban mantener a flote las propuestas académicas y culturales en la Ciudad de México eran jóvenes integrantes de las familias de clase media, varias de ellas venidas de provincia, que después del estallido de la Revolución ocuparon el lugar que antes pertenecía a las familias cercanas al régimen de Díaz6. Jóvenes de clase media que no habían encontrado, en tiempos de la Revolución, un lugar estable de usufructo económico desde lo profesional y mucho menos un espacio real de participación política hasta la llegada del constitucionalismo al poder, ya que ninguno de los gobiernos que le antecedieron, ni el de Madero ni el de Huerta, había desmontado efectivamente el aparato político-administrativo del porfirismo7. En pocas palabras, “La simpatía y el apoyo que los universitarios otorgaron a Carranza desde 1916 se debieron, básicamente, a que impuso orden en la capital, a que era la única posibilidad de gobierno moderado y, sobre todo, a que estaba claro que su aparato político se encontraba abierto a todos aquellos —profesores y estudiantes— que quisieran colaborar con él”8.

 

Carranza, consciente de las complejas relaciones que sus antecesores habían mantenido con la universidad y con el movimiento estudiantil, sabía que una política acertada al respecto podía granjearle un estable consenso político al interior de las clases medias, no solo en la capital sino en varios lugares de la República donde ya existía movilización estudiantil desde tiempos del maderismo. Lo mismo ocurría del lado de los estudiantes. Si bien la comunidad estudiantil activa a principios de 1916 distaba mucho de ser aquella que se opuso vehemente a Madero9, y había recibido, pasiva pero complacientemente, el advenimiento de Huerta10, para nada era ajena a la importancia de su papel en la estabilidad política, sobre todo la de la capital del país11. Muestra de ello fue la continuada existencia, desde el Primer Congreso Nacional de estudiantes en 1910, de una movilización estudiantil capitalina que se cristalizó en la creación a finales de 1915 del Congreso Local Estudiantil del Distrito Federal (en adelante, CLEDF)12, agremiación que, como se advirtió anteriormente, hacía parte de las pocas iniciativas estudiantiles vigentes que intentaron mantener cierto dinamismo en la vida cultural y estudiantil de la Ciudad de México.

Es por esta razón, y por el mutuo conocimiento de los beneficios que podría traer una posible alianza entre los estudiantes y el gobierno, que a principios de mayo de 1916, por iniciativa del estudiante Gabino Palma, en aquel entonces presidente del CLEDF, se reunieron en la capital los representantes de las principales agremiaciones estudiantiles de la República13 con el fin de iniciar los trabajos preparativos del Segundo Congreso Nacional de Estudiantes (IICNE), reunión que fue reseñada a través de varios periódicos capitalinos, dentro de los que destacó el diario El Pueblo, en cuyas páginas se afirmó que dicho Congreso Nacional estaría “patrocinado por el ciudadano jefe del poder ejecutivo de la Nación”14. Tal patrocinio, como era de esperarse, fue correspondido por los estudiantes con similares muestras públicas de simpatía, como lo fue la convocatoria a los estudiantes de la capital para iniciar una gran colecta monetaria con el fin de “contribuir a la amortización de la deuda interior de México”15, lanzada por el comité iniciador de la segunda asamblea general del CLEDF16.

Ahora bien, para el sector estudiantil era claro que a causa del difícil momento político y diplomático por el que atravesaba el país, debido a la intromisión territorial del general Pershing, el apoyo que se le pudiera otorgar al gobierno constitucionalista no se jugaba únicamente en el ámbito estrictamente local y financiero. De tal suerte que las muestras de apoyo a las instituciones por parte de los estudiantes empezaron a circular en los diarios, bajo enardecidas arengas patrióticas que dejaban muy en claro la importancia que, en especial los cuadros del movimiento estudiantil, le otorgaban al momento histórico por el que atravesaban. Jorge Prieto Laurens17 firmó una de aquellas arengas en el siguiente tono: “¡Patria, si la cruenta lucha por tu Soberanía e integridad se avecina, listos estamos a sacrificarnos en tu defensa! hemos exclamado todos ante el peligro”18. Tal fue la posición secundada por los estudiantes de la Escuela Práctica de Ingenieros, quienes, en “memorial destinado al Primer jefe del Ejército Constitucionalista”, manifestaban la intención de “presentar su contingente, en el caso de una guerra internacional”, solicitando que entretanto se les autorizara para que “en los talleres de la Escuela” fabricaran, decían ellos, “implementos de guerra relacionados con nuestra profesión”19.

Aunque patrióticas y bien intencionadas, las peticiones guerreristas de los estudiantes no dejaban de ser un despropósito. Entrar en guerra con Estados Unidos a pocos meses de haber alcanzado cierta estabilidad política con la llegada del constitucionalismo al poder era no menos que un suicidio político, y de ello estaba plenamente consciente Carranza quien, desde el momento en que conoció los hechos de Columbus, intentó tratar el asunto por canales estrictamente diplomáticos, sin que ello haya significado que no hubo movilización militar y en ocasiones escaramuzas furtivas entre los dos ejércitos20.

Luis Cabrera, uno de los ideólogos más importantes del constitucionalismo, recordaría en los siguientes términos la actitud de Carranza en aquellos momentos: “Carranza se armó de las únicas armas que no necesitaba importar de Estados Unidos: de patriotismo, de entereza y de prudencia, y se preparó a la única lucha posible: la del derecho inerme contra la injusticia armada”21. Sin embargo, lejos de ser una política pasiva y estoica basada en la defensa de un “derecho inerme”, la de Carranza fue una política dinámica que, ante la imposibilidad del éxito de una movilización armada, se desarrolló de preferencia en el ámbito ideológico, no solo de México sino del continente en general, en la que el movimiento estudiantil jugó un papel fundamental.

Desde mediados de 1914 las naciones latinoamericanas habían mostrado ya su preocupación por las tensas relaciones entre México y Estados Unidos a propósito de la ocupación de Veracruz por parte de este último. En aquella ocasión, Argentina, Brasil y Chile habían ofrecido sus buenos oficios para llegar a una solución pacífica del problema, facilitando el entendimiento entre las fuerzas huertistas, constitucionalistas y el gobierno de Estados Unidos. No obstante, y pese a las ventajas que hubiera podido obtener de aquel ofrecimiento, Carranza optó por no participar y dejar por sentado que no estaría dispuesto a tratar asuntos de política interior de México con ninguna otra nación. Lo propio hizo un año después cuando, por iniciativa del Departamento de Estado de Washington, Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Uruguay y Guatemala firmaron una invitación colectiva a todas las facciones rebeldes de México para entablar un diálogo con vistas a la superación del conflicto interno mexicano22. En aquella ocasión Carranza fue mucho más elocuente: “Como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo de la República, no puedo consentir en que los asuntos interiores de la misma se traten por mediación, ni por iniciativa siquiera, de ningún gobierno extranjero, puesto que todos tienen el deber, ineludible, de respetar la soberanía de las naciones”23.

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