El estallido social en clave latinoamericana

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Las distinciones entre clases medias y sectores populares, sin desaparecer, ceden en importancia frente a las experiencias comunes y el imaginario del grupo popular-intermediario, y diferencia a este último significativamente de los sectores acomodados. Importantes membranas existen dentro de las clases popular-intermediarias en función de los estilos de consumo, lugar de residencia, trayectorias escolares, pero todas ellas siempre son más tenues que la frontera externa que separa a este grupo de los sectores acomodados.

La consolidación de la clase popular-intermediaria (sus desafíos, expectativas, horizontes), su mal-estar posicional sobre todo, cambia los términos del debate y los juicios acerca del modelo neoliberal. Los individuos analizan la realidad desde otras coordenadas. La conciencia cotidiana de la vida dura se impone a las ilusiones y promesas del imaginario clasemediero. En esto, a través de esto, la sociedad chilena ha roto con el malestar. Ya no se trata de frustraciones engendradas por expectativas excesivas, sino de toda otra percepción de la estructura social, sus desigualdades, oportunidades y durables dificultades. Como lo analizaremos, la plural inestabilidad posicional vivida por las clases popular-intermediarias ha sido alimentada por muy diversos procesos, generando un cúmulo de estrategias comunes de mantenimiento de clase (más que de reproducción), estrategias indisociables de distintas modalidades de acción colectivas, redes, tácticas familiares, endeudamientos y conductas individualizadas; estrategias que se alejan del imaginario clasemediero y se acercan, sin confundirse del todo, con el imaginario popular. Lo nuevo y distintivo: se generaliza una experiencia posicional compartida que caracterizaremos en otro capítulo como la vida dura.

11 Javier Pinedo Castro, «Chile a fines del siglo XX: entre la modernidad, la modernización y la identidad», en Eduardo Devés, Javier Pinedo, Rafael Sagredo (comp.), El pensamiento chileno en el siglo XX, México, Ministerio Secretaría General de Gobierno, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, F.C.E., 1999, pp. 313-357.

12 Danilo Martuccelli, La condition sociale moderne, Paris, Gallimard, 2017. Para un estudio cifrado de la estructura de las desigualdades planetarias que alimenta el desarrollo de las clases popular-intermediarias (aunque los autores de la publicación no usen el término), cf. Facundo Alvaredo et al. (coords.), Rapport sur les inégalités mondiales - 2018, Paris, Seuil – World Inequality Lab, 2018. También el índice de Palma señala que, en casi todas las sociedades, los deciles 9 y 5 captan la mitad del ingreso.

13 Las cartografías posicionales difieren según la técnica de investigación que se emplee. Ahí donde los métodos estadísticos privilegian la diferencia entre grandes agregados o grupos, los estudios históricos subrayan las narrativas de pugna entre actores, los trabajos cualitativos profundizan las experiencias posicionales. En este ensayo, apoyándonos en resultados de estudios cualitativos anteriores, intentaremos formular una hipótesis a tonalidad sociohistórica.

14 David Cannedine, Class in Britain, London, Penguin, 2000.

15 Este estudio cruzó la Consulta ciudadana del 2019 con la encuesta CASEN del 2017 gracias a un análisis de correspondencias múltiples y caracterizó las posiciones de clase inspirándose del trabajo de Erik O. Wright. Cf. Álvaro Arancibia Bustos, «¿Malestar de las «clases medias» o lucha de clase? Aportes para una explicación del estallido social chileno», Revista Izquierdas, n°50, enero 2021, pp.1-17.

16 En Chile, el tercer decil tiene ingresos de hasta 100.000 pesos por persona y el octavo decil hasta de 350.000 pesos. O sea, en función de su composición familiar, varios individuos se ubican potencialmente dentro de este rango de ingresos (el ingreso mediano familiar es de 850.000 pesos).

Capítulo 2 Posición, estatus e identidades híbridas

Las clases popular-intermediarias se constituyen amalga-mando y transformando elementos de los sectores populares y de las clases medias. Tanto si el análisis debuta desde los viejos sectores populares o desde las clases medias tradicionales, siempre es cuestión de un tránsito tendencial hacia las clases popular-intermediarias.

Para comprender su realidad hay que privilegiar la interpretación que de la estratificación social dio Max Weber. A la diferencia del análisis de clases propuesto por Karl Marx, que otorgó una innegable centralidad a las posiciones dentro de las relaciones de producción y a los procesos de toma de conciencia de los intereses de cada grupo, la perspectiva weberiana de la estratificación social es menos unidimensional y teleológica. El análisis es tridimensional y diferencia en primer lugar un componente de clase propiamente dicho (las principales vías por las que los actores sociales obtienen sus ingresos); en segundo lugar, un componente de estatus (el prestigio o el reconocimiento acordado a una posición o estamento social); por último, un componente partido (las formas como los distintos grupos sociales organizan la defensa de sus intereses)17.

Si la articulación entre estas dimensiones (clase-estatus-partido) es muchas veces orgánica, algo presupuesto en el análisis de Weber, la existencia misma de esta diversidad de dimensiones aboga por la posibilidad de su tensión e incluso disociación. Es exactamente lo que sucede en las clases popular-intermediarias: sus lógicas de clase, estatus y partido no se articulan homogéneamente entre sí. En cada uno de estos aspectos, lo que prima es una sólida hibridez de factores que dificulta, como lo iremos analizando, su plena comprensión desde lo popular o lo clasemediero. Las clases popular-intermediarias son híbridas en términos de posición, estatus, identidad, intereses.

I. Los sectores populares y lo popular

A pesar de sus heterogeneidades internas, tradicionalmente en América Latina el proceso de individuación de los sectores populares se dio bajo la fuerte impronta de identidades colectivas y a través de inequívocos procesos estructurales de colectivización. En ambos registros los cambios han sido importantes.

Desde la década de 1970 la heterogeneidad estructural habitual de los sectores populares dio paso a una profundización de los procesos de individualización. En este proceso el papel específico del neoliberalismo tiene que ser bien entendido. La heterogeneidad interna de los sectores populares no es necesariamente más álgida en las últimas décadas de lo que lo fue en el pasado, pero tiende a ser procesada de otra manera. Aquí está la novedad y se explica tanto por cambios estructurales como por modificaciones en las modalidades de federación política. Progresivamente, sin ser abandonada del todo, la referencia a los grandes colectores identitarios del siglo XX –los trabajadores y el pueblo– cedió el paso a otras denominaciones –clases medias, sociedad civil, ciudadanos, heterogeneidades identitarias–. Resultado: en su construcción identitaria y en la percepción de su posición social, los sectores populares son más conscientes de sus dimensiones individualizadas y están menos federados por discursos políticos colectivos. Esta dimensión define a una parte del gentío del 25-O.

A esto se añade el hecho de que muchos de los antiguos obreros y obreras propiamente dichos (que nunca fueron numéricamente mayoritarios en la región), ahora trabajan en el sector terciario o en actividades cercanas a los servicios, lo hacen en grupos de trabajo pequeños, y se insertan en el mercado de trabajo a través de una gran heterogeneidad de contratos de empleo o como informales. La tradicional dualidad de las sociedades latinoamericanas dio paso a una multiplicidad de nuevas membranas entre trabajadores formales e informales, por contrato u honorario, calificados o no, variados tipos de precarización en las condiciones de trabajo y empleo.

Esta heterogeneidad desestabiliza profundamente a los sindicatos en su rol de corregulación y cuestionamiento de las relaciones capital-trabajo. Los trabajadores se alejaron de los grandes ejes del sujeto colectivo enunciados antaño por el movimiento obrero o los sindicatos, y las identidades laborales se debilitaron o asociaron con otras consideraciones (consumo, responsabilidades familiares, carrera). Con aún mayor dificultad que en el pasado, la heterogeneidad estructural de los sectores populares no logra más ser superada por un proceso de federación identitaria en torno al trabajo o la política.

El declive del sujeto colectivo como referente identitario entre los sectores populares no fue sino muy parcialmente compensado por la nueva identidad de las clases medias. Aunque por comodidades estadísticas a veces se designa (desde indicadores de consumo) como sectores populares a los actores provenientes de los sectores C y D, sin embargo, esta reunión aritmética refleja cada vez menos una firme identidad colectiva. Ciertamente, este conglomerado comparte prácticas comunes, pero también las comparte con grupos sociales que antiguamente se representaban como de clase media.

La exigüidad o ambigüedad de la conciencia de clase propiamente dicha entre los trabajadores (lo que permitió en el pasado la fortuna de la categoría de pueblo), da paso a una identidad aún más lábil a medida que se afirman crecientes experiencias de individualización entre los viejos sectores populares. El pueblo no permite más federar políticamente a estos actores y los partidos que movilizan a esta categoría se ven muchas veces obligados a ampliar su perímetro retórico para incluir a las clases medias. Lo anterior no implica la desaparición del pueblo en los discursos políticos (su «retorno» es manifiesto y cíclico), pero sí indica su pérdida de eficacia en tanto que articulador político e identitario central o exclusivo con respecto a otros referentes: las clases medias, la gente, la ciudadanía, las identidades de género.

 

Lo anterior debilita la distinción con respecto a las clases medias tradicionales y refuerza la frontera con los sectores acomodados. Mientras que la distancia y la diferencia con las primeras se desdibuja, la frontera sigue siendo sólida (e incluso se agudiza) con los segundos. Con respecto a ellos, los ingresos, las diferencias urbanas y las barreras educativas y culturales siguen trazando verdaderas fronteras. Comparados con los sectores acomodados, todos los miembros de las clases popular-intermediarias saben el valor diferencial de sus barrios y el prestigio diferencial del colegio (o universidades) en los cuales están inscritos sus hijas e hijos. Las muy grandes fronteras de clase no solo siguen siendo evidentes, sino que no han menguado en un continente que sigue siendo uno de los más desiguales del mundo.

La frontera principal se desplaza dando forma al nuevo conglomerado popular-intermediario que absorbe a las clases medias tradicionales o que destiñe sobre ellas (todo es cuestión desde dónde se mire el proceso). La estructura del sentimiento de clase varía. Tratándose de la distinción entre clases medias y sectores populares en varias zonas urbanas como en muchos centros escolares, apenas la mirada se precisa, las certezas posicionales, sin desaparecer, se vuelven más porosas. Las antiguas fronteras ceden el paso a múltiples membranas. Al lado de las muy grandes polarizaciones entre pobres y ricos se diseña todo un continuum de membranas sociales y culturales que reúne a los viejos sectores populares y a las clases medias tradicionales en una oposición común –en términos de horizonte de vida– a los sectores acomodados. La movilidad social ascendente y descendente (no entre los extremos, pero sí entre deciles próximos) que ha sido significativa en Chile en las últimas décadas, refuerza este proceso. Resultado: dentro de las clases popular-intermediarias las distinciones se acrecientan en función del acceso a la propiedad o el automóvil, de los estudios universitarios de los hijos, de ciertas vacaciones. Las tendencias a la fisión social y cultural que lograron ser mal que bien contenidas en el pasado por el gran colector de la identidad popular se imponen. A través de esta diferenciación se desdibuja la unidad del pueblo, pero se desdibuja también la separación con las clases medias. Sin embargo, la multiplicación de membranas internas (la constitución de una gran cantidad de subgrupos de consumidores dentro de las clases popular-intermediarias) no cuestiona el vigor de la gran frontera externa con los sectores acomodados.

El aumento de los niveles de escolarización en América Latina también desdibujó el corte entre viejos sectores populares y clases medias tradicionales; las tasas de escolarización permitieron a veces la movilidad social; la diversificación dentro de los sectores populares entre distintos grupos etarios (los más jóvenes tienen más años de estudio); la difusión de una cultura escolar que tensa a la cultura popular. Aquí también la permanencia de la gran frontera con los sectores acomodados contrasta con lo que se observa a nivel de las clases popular-intermediarias: en muchos hogares conviven personas que, desde el punto de vista del nivel escolar, pertenecían antaño a distintos grupos sociales.

Esta ascensión educativa intrafamiliar (muchas veces organizada por las mismas familias que deciden invertir diferencialmente en algunos de sus miembros) suscita probablemente desgarros subjetivos con respecto a las familias de origen, pero estos sentimientos están muy lejos de suscitar en la región los dilemas identitarios que se han observado en otros países18. ¿Por qué? En parte porque a pesar de su ascensión escolar, la gran mayoría de estos actores no ingresa a los sectores acomodados, sino que permanecen, mejorando su posición, dentro de las clases popular-intermediarias. Resultado: no resienten subjetivamente su nueva posición como una negación de la cultura popular o de sus orígenes familiares. A medida que algunos mejoraron su posición, sin lograr empero acceder a los sectores acomodados, la cohabitación entre miembros de los viejos sectores populares y de las clases medias tradicionales da progresivamente paso a la formación de las clases popular-intermediarias.

LAS CLASES POPULAR-INTERMEDIARIAS tienen una experiencia de individualidad bien distinta a la de los viejos sectores populares. Desde lo popular se tendió a minimizar (e incluso negar) la existencia de formas de individualidad en su seno, dando lugar a visiones altamente homogéneas de sus miembros19. Una actitud que, curiosamente, asumió con escasa discusión, uno de los grandes prejuicios de clase a propósito de los sujetos populares. Para comprender a las clases popular-intermediarias hay, por el contrario, que reconocer las orientaciones estructurales hondamente individualizadas que engendran sus condiciones y horizontes de vida.

Lo popular es una caracterización más lábil que otras designaciones como obreros o empleados, asalariados o trabajadores independientes, que tiende a asociar bajo esta designación común a los miembros de estos diferentes grupos sociales. En América Latina se añadieron diferenciaciones suplementarias alrededor de los marginales, los trabajadores informales, las clases subalternas o los pobres, subrayándose así la tradicional heterogeneidad interna de las clases populares. Sin embargo, y más allá de lo anterior, algo fue constante y central en la definición de los viejos sectores populares: un vínculo particular entre una posición socioeconómica y una actitud sociocultural. Bajo esta lectura, lo popular se diferencia tanto de las categorías promovidas por las técnicas de mercadeo como del sentimiento de ser miembros de las clases medias. Sin que esta identidad haya desaparecido, lo nuevo se juega en la progresiva constitución de una experiencia e identidad otra: clases popular-intermediarias que articulan desde un perímetro más amplio y distinto a lo popular criterios de profesión, ingresos, barrio de residencia, trayectorias escolares, pero también actitudes culturales.

Esto traza otra gran característica de las clases popular-intermediarias: su identidad no se forja desde una cultura popular propiamente dicha. O sea, ni desde una cultura dominada, ni desde una cultura de resistencia y alteridad. Las clases popular-intermediarias se forjan más allá de la tensión entre el miserabilismo y el populismo20. Su realidad tampoco es plenamente subsumida por categorías propiamente políticas –comenzando por la noción de pueblo–. El imaginario propiamente popular presente en las clases popular-intermediarias no las encierra en una identidad grupal, por el contrario, las abre a varios elementos de la cultura mainstream, lo que permite una coincidencia de horizontes con otros grupos sociales en torno al consumo, la propiedad o el mérito.

La dificultad grupal se invierte. La larga dificultad que hubo a la hora de reconocer las individualidades populares se transmuta en el caso de las clases popular-intermediarias en la dificultad a reconocer la naturaleza de sus colectivos. Por comunes que sean las experiencias, sobre todo a nivel de sus desafíos estructurales y agobio de la vida dura, muchos de sus miembros tienen un sentimiento de individualización a nivel de sus trayectorias.

Si el imaginario popular está presente entre las clases popular-intermediarias, no lo está como una cultura popular cosificada, sino como un conjunto de orientaciones normativas indisociables de una experiencia social e histórica. «Lo» popular presente en las clases popular-intermediarias pasa por el tamiz de sus experiencias sociales. Resultado: la estructura del sentir propia de este grupo social no es un atributo atemporal; es siempre el fruto de una historicidad particular. Aquí está la transformación: si en el pasado los procesos estructurales acentuaron la homogeneidad y lo colectivo, hoy en día tienden a acentuar las heterogeneidades y los componentes individuales21. O sea, las condiciones de vida, horizontes y desafíos actuales de las clases popular-intermediarias relativizan la observación hecha en el seno de las clases obreras y populares europeas de los años 1960-1970 acerca de la homogeneidad de la cultura popular y del primado de lo colectivo sobre lo individual. Lo colectivo no es un rasgo atemporal de lo popular: fue una orientación cultural fruto de una experiencia política y social particular (conciencia de clase, partidos políticos clasistas, tipo de industrialización, fuerte comunidad de estilos de vida). En el caso de las clases popular-intermediarias, como lo iremos analizando, sus condiciones estructurales conducen, dentro de una comunidad de horizontes y mal-estar posicional, a específicos procesos de individualización (distintos a los de los viejos sectores populares, pero también a los de las clases medias tradicionales).

II. Más allá de las clases medias tradicionales y de las nuevas clases medias

Aunque los procesos son distintos, comenzar el análisis desde las clases medias tradicionales conduce al mismo punto de llegada: las clases popular-intermediarias.

En este registro, tal vez sea útil empezar ubicando América Latina a nivel planetario. Como lo señaló Alain Touraine, América Latina fue tradicionalmente la clase media del planeta (ni parte del Primer mundo ni asimilable al conjunto de países más pobres)22. La afirmación sigue siendo cierta. Hacia fines del siglo XX, los Estados Unidos representan el 4,5% de la población mundial y captan el 21,7% del PIB mundial; Europa tiene el 10,7% de la población mundial y capta hasta un 30,1%; América Latina tiene un 8,4% y capta el 8,1% del PIB mundial. Mientras que para la India los datos respectivamente son de 17,6% de la población mundial y solamente el 2,4% del PIB nominal, y para China las cifras son del 19,6% y el 10,5%, respectivamente. Este posicionamiento planetario es tanto más significativo que se mantiene relativamente durable en el tiempo. En 1820, el ingreso per cápita en América Latina era la mitad que el de los Estados Unidos y Europa Occidental, similar al de Europa del Este de la época. En 1998, tomando el mismo criterio de comparación, Europa Occidental era tres veces más rica, Estados Unidos más de cuatro veces, y en ese año el ingreso per cápita era todavía más alto en América Latina que en varios países de Europa del Este23.

Las clases medias han tenido una larga aunque accidentada presencia en la historia latinoamericana. Habrá que esperar hasta las últimas décadas del siglo XX y comienzos del siglo XXI para que se vuelvan realmente objeto de una atención central. Hasta entonces habían tenido por lo general un papel subordinado. La razón es bien conocida: la representación de la sociedad dual opuso a dos grandes grupos, la élite y el bajo pueblo. Entre una y otro hubo escaso espacio para las clases medias.

Lo anterior no niega su existencia. Ya en las primeras décadas del siglo XX las clases medias se consolidaron en torno a lo que fue su primera gran frontera simbólica, la «decencia», a través de la cual se diferenciaron del bajo pueblo sin lograr asociarse realmente a la élite. Pero es solo en los años 1940-50 que se consolida realmente, sobre todo en Argentina, lo que se terminó denominando la clase media tradicional, a través de la conjunción de políticas económicas y de la expansión de organizaciones profesionales públicas y privadas24. Aunque su peso fue muy diferente según los países, es en este período, a través del aumento del empleo público, que se consolida, como en el caso chileno, el imaginario clasemediero de la mesocracia pública. Sin embargo, los grandes actores del período siguieron siendo los sectores populares o las oligarquías, y ello a pesar de que muchos gobiernos y partidos adoptaron una identidad reformista y clasemediera en las décadas de 1960 (como la Unión Cívica Radical en Argentina, la Democracia Cristiana en Chile, Acción Popular en el Perú, los Liberales en Colombia).

La progresiva afirmación de las clases medias tradicionales en este período no tomó un camino preferentemente político, sino social. La prensa femenina (con su insistencia en la moda y la cocina, pero también con rúbricas más nuevas desde 1950 en torno a la decoración) impuso la casa como el «reino» de la mujer entre las clases medias25. La identidad clasemediera tradicional se adosó a un estilo de vida y a un conjunto de signos estatutarios, como la posesión de un automóvil (un inequívoco signo estatutario en la década de 1960), y para los más acomodados de entre ellos la inscripción en algún club de esparcimiento familiar (en claro contraste con los clubes de unas décadas atrás, que fueron de uso privativo de los hombres de clases altas). Sin embargo, dada la polaridad instituida por la tesis de la sociedad dual, fue la debilidad y exigüidad de las clases medias lo que primó en las representaciones.

 

En el caso chileno, la durable característica de las clases medias, más allá de ciertas percepciones, es que nunca designó a más de un 30% de la población26, un porcentaje que no habría así variado sustantivamente desde la época de su mayor expansión entre los años 1940 y 1960 hasta la actualidad. Sin embargo, como lo detallaremos en un momento, esta situación contrasta fuertemente con la representación que muchos chilenos tuvieron de su posicionamiento en las últimas décadas.

FUE SOBRE ESTE TELÓN de fondo, desde fines de 1980 y en la década de 1990, que se desarrollaron las denominadas nuevas clases medias. ¿Qué cambió sustancialmente con ello? Que sin dejar de ser las clases medias del planeta, los países latinoamericanos tendieron a representarse por primera vez como sociedades de clases medias. Aunque esto ya fue el caso en Argentina y en parte en Chile durante el siglo XX, en las últimas décadas muchos actores dejaron de percibirse como pobres o miembros de los sectores populares, para percibirse –en realidad, sobre todo ser descritos e interpelados– como una nueva clase media. Si el neoliberalismo tuvo un papel en este proceso, se trata de una realidad de todo otro alcance que resultó de una reducción de la pobreza y de la pobreza extrema en varios países de la región (aunque no en todos). Estas nuevas clases medias, como tantos análisis lo subrayaron, son particularmente vulnerables, inestables y de bajos recursos (sobre todo si se toma el ingreso diario desde el cual varios organismos internacionales las clasifican).

Tratándose de las nuevas clases medias, la representación de su perímetro varía sustancialmente según las metodologías aplicadas (según se acentúe la conciencia de pertenencia, grados de movilidad social, el papel de la escuela, los niveles de ingreso, los prejuicios étnicos). Incluso cuando se adoptan criterios monetarios, los porcentajes nacionales de las nuevas clases medias difieren mucho según se los calcule en función del ingreso mediano o si se define a las clases medias por un nivel de ingreso en dólares diarios –con lo que se distingue dentro de las clases medias a las clases medias propiamente dichas o «consolidadas» de las clases medias «emergentes» o «vulnerables»; lo que a su vez permite diferenciarlas tanto de las clases altas como de los pobres, la clase baja o los sectores populares27–. Más allá de los debates sobre las cifras o la pertinencia de los criterios de demarcación entre nuevas clases medias o clases medias tradicionales, los estudios sinópticos concluyeron que las clases medias pasaron a ser del 20% al 45-50% de la población en América Latina –y algunos estudios avanzaron la cifra al 70%, incluyendo a los vulnerables–. Lo esencial: por primera vez en su historia las sociedades latinoamericanas se representaron como sociedades de clases medias. O, si se prefiere, aunque no es lo mismo ni da igual, dejaron de representarse como sociedades mayoritariamente marcadas por los sectores populares.

Las representaciones estadísticas se amalgamaron con las representaciones sociales. A comienzos del siglo XXI, entre el 60% y el 80% de los chilenos consideraba pertenecer a las clases medias28. La cifra es tanto más significativa que la clase media: durante la dictadura cívico-militar había perdido tres características esenciales. Primero, su carácter asalariado fuertemente dependiente del Estado cedió terreno en beneficio del asalariado del sector privado29. Segundo, las clases medias dejaron de ser concebidas como el motor del progreso del país, cediendo este lugar al empresariado. Tercero, su construcción imaginaria se organizó en torno al mérito y el consumo, en detrimento de una fidelidad a la educación ilustrada y una cierta mesura30.

Estas transformaciones supusieron una verdadera inflexión dentro del imaginario clasemediero, pero también en la representación de la estructura social. Si la figura del rombo (en reemplazo de la pirámide) fue cuestionada, lo nuevo es que las sociedades latinoamericanas dejaron de pensarse como partidas en solo dos grandes grupos sociales. Si las visiones esquemáticas y altamente piramidales de los posicionamientos de clase no han desaparecido en América Latina, lo que se impuso progresivamente fue una visión más compleja de los emplazamientos sociales31. El archipiélago de las clases medias también se impuso en la región. Esto hizo que los perfiles dentro de las denominadas clases medias se diversifiquen: ahí donde, en el pasado, la «decencia» hacía de la membresía a las clases medias tradicionales una realidad altamente estatutaria, entre las nuevas clases medias se impusieron visiones más plurales e individualizadas de las posiciones y de las trayectorias.

LO ANTERIOR NO RESUELVE empero las dificultades. ¿Cómo denominar a un grupo social cuyas diferencias en términos de ingresos con los sectores acomodados es mayúscula y su diferencia con los sectores populares muchas veces mínima? Las nuevas clases medias son considerablemente más heterogéneas que las clases medias tradicionales32. Más allá de toda polémica, es claro que el término de nuevas clases medias es particularmente inconsistente para aprehender los cambios que se produjeron. ¿Qué término elegir para dar cuenta de la nueva clase en formación?

En Brasil, Jesse Souza, evitando la noción de nuevas clases medias, distinguió entre dos grupos: la ralé (la «chusma») por un lado y los batalhadores por el otro. La distinción no está muy lejos de la tradicional división entre sectores populares dignos y sectores proletarizados o lumpenizados (la ralé). Con respecto a los batalhadores, Souza prefiere hablar de una «nueva clase obrera» que de una nueva clase media, dada la ausencia entre muchos de sus miembros de un importante capital cultural. En la visión del autor, los batalhadores son una «clase en sí», pero no «para sí», aunque piensa (en lazo con lo que es habitual en una cierta tradición política) que este grupo posee las disposiciones incorporadas para convertirse en una auténtica clase para sí. Esta predisposición diferenciaría justamente al grupo de los batalhadores de los miembros de la ralé, que dotados de un habitus precario se revelan incapaces de incorporar los elementos de una dignidad de clase y los capitales culturales necesarios para ello. Resultado: entre la ralé y la clase media, Souza busca las bases de la posible emergencia de una nueva clase obrera entre los batalhadores, incluso si reconoce que en ellos la importancia de la autoconfianza individual y de la solidaridad familiar están más basadas en socializaciones religiosas, sobre todo pentecostales, que de tipo clasista33.

La noción de clases popular-intermediarias busca terciar en el debate entre nuevas clases medias y nuevas clases obreras, acentuando justamente la hibridez del nuevo posicionamiento social. La situación, analizada desde la perspectiva de las clases medias tradicionales, es inversa a lo que hemos establecido partiendo desde los viejos sectores populares. Su realidad de clase implosionó entre aquellos que pasaron a formar parte de los sectores acomodados y los que, la mayoría de ellos, asistieron a la «remontada» de los sectores populares a nivel de su posición de clase. Esto fue particularmente tangible en varios bienes de consumo, educación, pero también a nivel del empleo o el trabajo a medida que el estatus laboral de las clases medias tradicionales fue cuestionado por los cambios en la economía y la generalización de empleos sin contrato, precarios, cuenta-propia o por el deterioro de las condiciones laborales. Si dentro de los sectores populares la frontera entre el proletariado informal y la clase trabajadora formal se amenguó o difuminó, entre las clases medias tradicionales la barrera de la «decencia» perdió mucho de su antiguo lustre de clase.

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